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Universidad Centroamericana - UCA  
  Número 264 | Marzo 2004

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Haití

Algunas claves para entender una tragedia

En los años 90, y durante varios años, las páginas de nuestra revista trataron de documentar sistemáticamente los cambios que se estaban produciendo en Haití. Estábamos muy esperanzados con Jean Bertrand Aristide. Ahora todo ha terminado. Y todo tendrá que volver a empezar. De tres autores y publicaciones extraemos algunas claves para entender la tragedia.

Varios autores

Escribe el cubano Lisandro Otero en “Rebelión”: La confusa situación de Haití no permite distinguir, como en otros casos, entre buenos y malos, entre los políticamente correctos y los infames. Y es que Aristide, quien comenzó siendo el cura de los pobres, el apóstol de la teología de la liberación, el libertador que extraería a su país de sus miserias, terminó siendo un dictador abominable. Muchos aún guardan la imagen de aquel hombre honesto que iba a terminar con las lacras dejadas por el duvalierismo. Tras su deposición por el golpe de Cedrás y su exilio en Estados Unidos, Aristide regresó convertido en un títere de los americanos, una marioneta sin criterios ni principios, dedicado únicamente a preservar su propio poder. Organizó una fuerza paramilitar denominada los chimeres que eran iguales a los tonton macoutes de Duvalier. Incurrió en abusos y asesinatos. Se cubrió de ignominia y perdió su aureola.

¿QUÉ DESENLACE?

Quienes han organizado su deposición no son mejores. Ex-golpistas, esbirros del duvalierismo, aventureros ávidos de poder, verdugos de alquiler, han regresado buscando el encumbramiento, no el bienestar de los haitianos. Esta fuerza mercenaria, muy probablemente reclutada y pagada por la CIA, busca instaurar un régimen de fuerza que servirá dócilmente los intereses estadounidenses. En Haití hay fuerzas sanas. Gerard Pierre Charles encabeza la Plataforma Democrática, que bien pudiera ser el movimiento que rectificara el rumbo de la ignominia. Pierre Charles sería un jefe de estado ideal que movería a Haití hacia un gobierno de beneficio para las grandes mayorías, defensa de la autonomía soberana y funcionamiento plenamente democrático de los derechos del pueblo. Un académico con una brillante hoja de servicios a su país, un intelectual de limpios principios, barrería con la mugre y edificaría sobre cimientos sanos, pero es imposible que los sicarios lo dejen gobernar. Es probable que su vida esté en peligro en estos tiempos inciertos de confusión y asesinatos a mansalva.

Falta por ver el desenlace que esos dos conocidos hampones, Otto Reich y Roger Noriega, están planificando para Haití. La capacidad de respuesta popular es muy menguada. La nación haitiana ha sido sometida a una dictadura tras otra durante el pasado siglo y su educación política es escasa. La refutación de los haitianos a los problemas de su país ha sido la emigración. Esa tierra tiene los índices de pobreza mayores de América, el más alto indicador de desempleo, las más abrumadoras cifras de endemias, analfabetismo y escasez de viviendas. Ninguno de los forajidos que han entrado a sangre y fuego en el poder, en Port au Prince, tiene en mente resolver esos problemas sino cómo servir mejor al amo norteamericano.

“DESDE HACE TRES AÑOS
CUESTIONAMOS A ARISTIDE”

Hugo Guzmán, de ANCHI, entrevistó a Gerard Pierre Charles, un mes antes de la salida de Aristide del poder: En el año 2004 se cumplieron 200 años de la proclamación de la independencia de Haití, la primera en toda América. En medio de multitudinarias protestas -con su secuela de terror y muertos- los haitianos pusieron fin a un gobierno -otro más- corrupto, ineficaz, antipopular, violador de la Constitución y de los derechos humanos, esta vez el del otrora sacerdote progresista Jean Bertrand Aristide, quien le vendió su alma y algo más al diablo.

En los días finales de estas protestas, entrevisté en México a Gerard Pierre Charles, destacado académico haitiano, coordinador del partido Organización del Pueblo en Lucha (OPL) y miembro del directorio de la alianza opositora Convergencia Democrática.

Gerard Pierre Charles es un histórico demócrata haitiano, fue candidato a Premio Nóbel de la Paz, académico en varias universidades del continente, dirigente de organizaciones populares, víctima de varios atentados criminales en su contra, activo participante del Frente en Defensa de la Humanidad y vinculado a diversas instituciones latinoamericanas y caribeñas.

-¿Qué está ocurriendo en estos días en Haití? - Es un proceso de sublevación pacífica que se extiende por todo el país pidiendo la renuncia de Jean Bertrand Aristide. Es un proceso que viene cundiendo. Es una sublevación producto de la acumulación de fuerzas de grupos sociales y políticos que se vino dando frente a lo que se ha caracterizado como el abandono de cualquier tipo de respeto de la Constitución por parte del gobierno haitiano. Frente a esto empezaron a darse multitudinarias manifestaciones en las calles que el gobierno trató de minimizar. Detrás de las fuerzas políticas estamos involucrados los de la Convergencia Democrática, quienes desde hace tres años hemos cuestionado la elección de Aristide. La sociedad civil ha entrado en el escenario de la movilización y esto vino a reforzar el conjunto de fuerzas que representa a la mayoría del país y que ha realizado manifestaciones que han llegado a agrupar a más de cien mil personas.

“ARISTIDE IMPUSO EL MIEDO”

-¿Cuáles son los principales cuestionamientos que se le hacen al gobierno de Aristide?

- En primer lugar, la represión. En Haití se había constituido una nueva policía para sustituir a las fuerzas del ejército. Aristide corrompió a la policía y creó un tipo de policía paralela con gente de su entera devoción, gente sin formación, gente desclasada que se ha caracterizado por su violencia extrema. En segundo lugar, la violación generalizada a los derechos humanos, con una sucesión de casos de asesinatos políticos y el asesinato de dos periodistas famosos en Haití. La persecución a otros periodistas ha sido una constante. También ha habido persecución a los líderes políticos, no hay que olvidar que quemaron locales de sedes políticas y casas de dirigentes, incluso mi casa fue incendiada. En tercer lugar, la gran corrupción en el gobierno. Y por último, la ineptitud del gobierno. Es un gobierno inepto que había suscitado esperanza y muchas ilusiones, y por eso el pueblo está ahora muy desilusionado.

-¿Aristide traicionó y dio la espalda a su proyecto democrático inicial?
- En cuanto a su proyecto inicial, lo que tal vez sucedió fue que mucha gente trató de arroparlo para hacerlo presentable. Pero siempre fue un proyecto inconsistente. Aristide aprovechó su condición de sacerdote adicto a la teología de la liberación, pero al final se convirtió en un gran falsificador y de ahí la desilusión tan grande del pueblo haitiano. Por eso la movilización agrupa ahora a los sectores populares y a todas las capas sociales del país. También se ha dado un renacimiento de la sociedad civil y el renacimiento del espíritu ciudadano porque Aristide había impuesto el miedo en el país y ahora la sociedad se moviliza.

“NUNCA QUISO CEDER UN ÁPICE DE PODER”

-¿En qué se apoya interna y externamente el gobierno de Aristide?
- Internamente, su base social se ha reducido. Se supone que tenía apoyo de las poblaciones de las zonas marginadas, pero ese apoyo se fue erosionando al punto que hoy está utilizando a esbirros y a personas pagadas. No se ve cuál puede ser su apoyo, aunque los “capos” de la droga lo están apoyando. En cuanto al apoyo internacional, no hay que olvidar el proceso de negociación que empezó el año 2001 cuando la Convergencia Democrática cuestionó las elecciones legislativas y las presidenciales del año 2000. En ese momento, la comunidad internacional reconoció la legitimidad de Aristide. Nosotros la seguimos cuestionando. El proceso de negociación duró dos años. César Gaviria, secretario general de la OEA, vino a Haití. Vinieron también altos personeros extranjeros a estar presentes en el proceso de negociación. Pero Aristide es un hombre terco que nunca quiso ceder un ápice de poder y no quiso reconocer nuestra mayoría electoral en el Legislativo. Agarró el cien por ciento del Parlamento, personalizó a la policía y domesticó el aparato de Justicia del país. Entonces la negociación se tornó imposible.

En medio de la negociación, Aristide mandó a incendiar nuestras casas y los locales de los partidos opositores.
El 5 de diciembre de 2003, el rector de la Universidad iba a la negociación entre los estudiantes y el gobierno, y hombres armados del gobierno irrumpieron en el recinto de la Universidad y no sólo rompieron muebles y destrozaron las facultades, sino que agredieron al rector y le quebraron las dos rodillas. Entonces, el estudiantado pasó a movilizarse contra Aristide. Ante todo esto, la OEA tuvo una postura de complacencia, una postura de mucho formalismo e incluso cierta indiferencia ante la situación que se venía descomponiendo en Haití. La OEA no logró crear condiciones para que la crisis se resolviera y quedó muy mal parada en Haití.

“ARÍSTIDE HA SIDO UNA VERGÜENZA, UNA DECEPCIÓN”

- ¿Qué pasos va a seguir la oposición y la movilización?
- El pueblo está movilizado, las movilizaciones van a seguir hasta que Aristide dimita. Mucha gente levanta el espectro de la violencia, pero la violencia viene de parte del gobierno, que es minoritario. Nosotros nunca hemos preconizado la violencia ni la hemos usado. En esta lucha democrática vamos adelante hasta que Aristide entienda que se tiene que ir o hasta que la comunidad internacional se lo haga entender.

-¿Se prevé una profunda crisis social en Haití, una situación crítica?
- La crisis está instalada en Haití. Hay un presidente que se compró una casa de más de un millón de dólares, que se ha transformado en el hombre más rico del país, mientras no intentó hacer ningún plan de lucha contra la pobreza en un país que tiene los índices de pobreza más infernales de América Latina. El movimiento opositor tiene muchas reivindicaciones y ha ido creciendo. No se prevé otra cosa que la dimisión, porque la negociación ya se hizo y no resultó. Y no se prevé otra cosa que un gobierno de transición que pueda crear condiciones para que haya verdaderas elecciones en el país.

- ¿No tiene temor que se llegue a eso a costa de muchos muertos, de mucha represión, de mucha violencia?
- Ése es un peligro que existe. Por eso el gobierno levanta el espectro de la violencia. La verdad es que Aristide ha destruido las instituciones republicanas. Cuando destruyó al ejército pensamos que era una medida democrática, pero en realidad allanaba así la vía para su poder personal. Hoy la policía está dispuesta a la orden del dictador.

Hay entonces el peligro de la violencia en la medida en que las hordas de Lavalas -la organización en manos de Aristide- se desaten en contra del pueblo. El sistema de adhesión a Lavalas no es un sistema basado en el fanatismo, sino basado en la pequeña “chamba” (trabajo), en el dinero.
La comunidad internacinal tiene formas de ayudar sin que hagan falta intervenciones armadas. La comunidad internacional tiene que tomar parte. En Haití está el caso típico de un hombre que ha aprovechado los instrumentos y los mecanismos de la democracia para sentar un régimen personalista y autoritario. Hoy día Haití está sometido a la más tremenda dictadura. El gobierno mató gente, el gobierno violó las reglas de los derechos humanos, violó los acuerdos que hizo con la OEA en el marco de la negociación. Es una vergüenza que en las Américas haya un gobierno que maneja el país como si fuera una finca y con métodos arcaicos. Es increíble ver cómo Aristide piensa que el país es su finca. El pueblo está muy enojado. El gobierno de Aristide ha sido irresponsable y ha traicionado el ideal y el sueño de democracia que había motivado tan gran entusiasmo popular. Aristide ha sido una vergüenza, una decepción.

“SOMOS UNA FUERZA ÚNICA”

-¿Quiénes encabezan las movilizaciones?
- La Plataforma Democrática, creada recientemente, agrupa a los partidos políticos y a la sociedad civil. Es el máximo organismo representativo en este momento histórico. En la sociedad civil están las organizaciones estudiantiles, la federación de maestros, la federación de campesinos, las agrupaciones de mujeres y el sector privado, que desempeña un papel bastante dinámico. Están todas las formas no partidistas de organización. Entre los partidos que integran la Plataforma está la Organización del Pueblo en Lucha (OPL) que fue la principal fuerza en el Parlamento; el Espacio de Concertación, que agrupa a seis partidos de tendencia democrática y socialdemócrata; el Movimiento Cristiano; el Movimiento de la Salvaguardia Nacional, que agrupa a fuerzas más tradicionales, incluso a sectores neo-duvalieristas. Hay una alianza con el Grupo de los 184, que aglutina a sectores de la sociedad civil. La iglesia católica, la protestante e incluso la iglesia vudú son también parte de este movimiento. Se ha creado una interlocución única y una fuerza única que conduce este proceso. Todo esto será muy importante en la transición y en el futuro. Son días difíciles, pero esperamos también que sean días muy esperanzadores.

ESA ESTRELLA QUE FUE ARISTIDE

Escribe el alemán Heinz Dieterich en Rebelión:

El último acto del drama de Haití empezó a desarrollarse en 1986, cuando el pueblo haitiano logró expulsar al dictador Baby Doc Duvalier, terminando así una historia de siglo y medio de intervenciones militares estadounidenses y de regímenes de terrorismo de Estado, al servicio de los intereses de Washington. Al romperse la cadena neocolonial gringa, que mantuvo al pueblo haitiano en la miseria, se abrió un vacío de poder, en el cual la estrella de un cura salesiano de barrio, Jean Bertrand Aristide, empezó a brillar entre los desposeídos. Con un discurso basado en la teología de la liberación y en la opción preferencial por los pobres, reclamando el soberano derecho del país a la autodeterminación frente al dominio estadounidense, y con “una retórica apasionada que a veces incitaba a la violencia entre las clases”, como notaba The Wall Street Journal con cierta preocupación, Aristide se convirtió en tribuno popular y esperanza de cambio de las mayorías.

Las elecciones de 1990, las primeras elecciones libres en 187 años, comprobaron que contaba con el abrumador apoyo del pueblo. Habiendo sobrevivido a varios intentos de asesinato de los paramilitares de derecha y habiendo sido expulsado en diciembre de 1988 de la Orden salesiana a instigación del Nuncio apostólico, con la acusación de incitar a la violencia, Jean Bertrand Aristide obtuvo el 67.5% de los votos emitidos. El candidato de Washington y ex-funcionario del Banco Mundial, Marc Bazin, apenas consiguió el 15% del sufragio.

UN PLAN SUBVERSIVO

Los resultados electorales prendieron los focos rojos en la Casa Blanca que puso en operación un plan de subversión-destrucción del gobierno popular. Dio resultados en siete meses. El nuevo presidente, mayoritariamente electo, tomó posesión en febrero de 1991, tan sólo para ser derrocado el 30 de septiembre por un sangriento golpe militar. Al plan subversivo de desestabilización post-electoral antecedía un plan de intervención pre-electoral que utilizaba diferentes medidas, para acabar con el cura rebelde que trataba de implementar lo que Washington consideraba un “modelo populista” de democracia. Es decir, una democracia con participación de los de abajo.

El Fondo Nacional para la Democracia (NED), brazo público para la subversión internacional del Partido Republicano y del Partido Demócrata de Estados Unidos, apoyó económicamente a los partidarios de Bazin y a ex-miembros de la dictadura duvalierista, para impedir el triunfo electoral de Aristide. Con el mismo propósito, el NED financió también estaciones de radio que demonizaron la candidatura de Aristide.

La Central Sindical estadounidense AFL-CIO colaboró, a instancias del Departamento de Estado, en el financiamiento de sindicatos de derecha, algunos con influencia directa de la policía secreta de Duvalier, y la oficial Agencia para el Desarrollo Internacional (USAID) subsidió y asesoró a las fuerzas de derecha proclives a Estados Unidos.

Todas esas medidas no impidieron el triunfo de Aristide y su toma de posesión en febrero de 1991.

SANGRIENTO GOLPE DE ESTADO

Ante la derrota de Bazin y el “peligro” de la democracia popular, Washington organizó un golpe de Estado que pondría fin al experimento del cura en la isla. A la cabeza del golpe estaba el narco-general y colaborador de la Central de Inteligencia estadounidense (CIA), Raúl Cedrás, formado en la notoria Escuela de las Américas en Fort Benning, Georgia. Su mano derecha era el Coronel Michel Joseph François, entrenado también en Fort Benning. Juntos con Emmanuel Constant, otro agente de la CIA, controlaban dos instituciones fundamentales para la destrucción del gobierno democrático de Aristide: el Servicio de Inteligencia Nacional (SIN) y los escuadrones de la muerte, conocidos como FRAPH. Ambas instituciones habían sido creadas y mantenidas por la CIA.

En las dos primeras semanas del golpe, más de mil personas perdieron la vida en una campaña de terrorismo de Estado que destruía sistemáticamente a las organizaciones populares y democráticas que habían apoyado a Aristide. Cuando terminó el terror, Cedrás y François habían asesinado a más de cuatro mil haitianos.

El gobierno de Bush padre, en contubernio con los grandes medios estadounidenses, inició inmediatamente una campaña propagandística contra el presidente derrocado. Lo hacían responsable de lo ocurrido por sus “violaciones a los derechos humanos”.

A su vez, la OEA decretó un bloqueo contra los golpistas que nunca fue aplicado seriamente, ni por las potencias europeas ni por Washington. En febrero de 1992, Bush levantó prácticamente el bloqueo contra los golpistas, apoyado por un ferviente parlamentario del Partido Demócrata: Robert Torricelli. Mientras Torricelli reforzaba el embargo contra Cuba, esperando poder aprovechar la caída de la Unión Soviética para destruir a la revolución cubana, obraba con la misma energía a favor del levantamiento del embargo contra los golpistas de Haití. En ambos casos, tuvo éxito: mientras la agresión contra Cuba recrudeció, el boicot contra Haití fue cancelado.

Ante la fuerza de los acontecimientos, Aristide se quebró. Firmó un “acuerdo de unidad nacional” que no le dejó más que una función simbólica en el gobierno y un exilio de facto en los Estados Unidos, mientras que el pelele de Washington, Marc Bazin, asumió el poder en junio de 1992, con la bendición pública del Vaticano, de la Conferencia Episcopal haitiana, de la élite nacional y del imperio.

UN LÍDER YA INOCUO

La traición y degeneración de Aristide, llevadas a su paroxismo en el exilio estadounidense, junto con la sistemática destrucción del movimiento popular en Haití y un éxodo masivo de 70 mil haitianos en dos años, crearon las condiciones para regresar al ya inocuo líder a su país. 25 mil soldados estadounidenses enviados por William Clinton restablecieron en el poder a Aristide, el presidente legítimo. François se refugió en la República Dominicana y posteriormente en San Pedro Sula, donde gastó los millones de dólares obtenidos del terror y del narcotráfico con los cárteles colombianos, Cedrás se fue, junto con el ex-jefe del ejército, Biambi, a vivir a ciudad de Panamá, gozando de los mismos lujos que François, su cómplice en tantos asesinatos. El vuelo al exilio panameño fue cortesía del gobierno de Clinton, que garantizó a Cedrás y a Biambi en Panamá una mansión de playa con todos los gastos costeados por Estados Unidos.

Mientras, Aristide regresaba a un país devastado, donde aún conservaba entre los sectores populares la imagen de “salvador”, una imagen que no se correspondía ya para nada con las potencialidades objetivas y subjetivas del proyecto histórico que había representado en 1990. El proceso de demolición de su régimen y de su personalidad había sido profundo y tenía que terminar inevitablemente en su expulsión por las mismas fuerzas populares, que tres lustros antes lo habían llevado al poder. Esto es lo que estamos observando actualmente y éste es el resultado que Washington deseaba obtener.

CÓMO MATAR UN MITO

No hay mejor forma de matar a un mito popular que hacerlo matar por el propio pueblo. Esto es lo que Washington ha hecho en Ecuador con el ex-coronel Lucio Gutiérrez, hoy Presidente. Su corrupta actuación presidencial ha desacreditado a las Fuerzas Armadas como posible vanguardia de un proceso nacionalista. El apoyo a Gutiérrez de la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (CONAIE) ha generado descrédito para el movimiento indígena. Y la entrega de bases militares y de la soberanía militar al Pentágono ha cumplido las más sentidas expectativas de Washington para con el Plan Colombia. El coronel ha cumplido con su papel histórico al servicio del imperio. Lo único que le espera es una patada y el exilio. Esto mismo es válido para el ex-cura Aristide: se ha vuelto superfluo y desaparecerá de la escena antes de lo que él se imagina.

UN ESCENARIO PREVISIBLE

El escenario es previsible. Bajo los auspicios de Washington, Francia, el CARICOM o la OEA se llegará a un nuevo “acuerdo de unidad nacional”, cuyas elecciones llevarán a algún títere de Washington a la Presidencia. Si bien la Plataforma Democrática de las organizaciones civiles tiene cierta fuerza social, el poder reside crecientemente en las formaciones armadas en el norte de Haití, compuesta por los viejos torturadores y militares de la dictadura duvalierista que regresan de su cómodo exilio en la República Dominicana. Entre ellos, los antiguos líderes de los escuadrones de la muerte (FRAPH), Luis Jodel Chamblain y Jean Pierre Baptiste, y otro sanguinario sicario, el ex-jefe de la policía dictatorial, Guy Philippe, unidos todos a los grupos paramilitares de Aristide, que ya cambiaron de bando.

En una cruel ironía de la historia, el proyecto de dominación en Haití de Bush padre, que motivó el golpe contra Aristide, se ha vuelto absolutamente viable bajo la presidencia de su hijo George: un duvalierismo sin Duvalier. El presidente Carter trató de implementar un somocismo sin Somoza en los últimos días de la dictadura nicaragüense, pero falló, esencialmente por el llamado “trauma de Vietnam”. Las posibilidades de Bush junior de lograr semejante objetivo en Haití, son mucho mejores.

Las implicaciones de la instalación de un eventual gobierno de derecha en Haití son considerables para Cuba, República Dominicana y Venezuela. La distancia geográfica entre el norte de Haití y el Oriente de Cuba es apenas de 90 kilómetros. Se encuentra también en esas latitudes la base militar de Guantánamo y cualquier éxodo marítimo desde Haití a esa base podría ser usado por el gobierno Bush como pretexto para medidas de fuerza en la región. Para Venezuela, el estudio minucioso de la experiencia de Aristide es de vital importancia. El golpe militar de abril del 2002 falló, pero el plan de subversión-destrucción contra el Presidente Chávez sigue en marcha.

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