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Universidad Centroamericana - UCA  
  Número 205 | Abril 1999

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Nicaragua

Cayanlipe: seis meses de soledad

Mientras desastrólogos y técnicos analizan, planifican y tipifican daños, hay zonas de la Nicaragua devastada que viven aún hoy como si la tragedia del Mitch hubiera ocurrido ayer. Ninguna reconstrucción, suelos arruinados, regreso del latifundio, más desempleo. Las víctimas sólo han escuchado promesas. Nadie parece ocuparse de ellas.

José Luis Rocha

A cinco meses del paso del Mitch, las actividades encaminadas a la reconstrucción del país no se ven florecer con la frondosidad que la propaganda desplegada hace presumir. Avanzan a lomos de mula vieja. El gobierno y los organismos de cooperación internacional, expertos en planificación, aún están haciendo la tipología de los daños y la de los damnificados y cavilando sobre cuáles son las actividades más adecuadas a emprender.

Razones hay muchas. Una de ellas, tal vez, es que prolongar el período de ejecución de los proyectos prolongará los contratos de trabajo de los numerosos profesionales que han encontrado empleos remunerados con generosidad en las operaciones de rehabilitación en distintas zonas del país. El imperio de la tecnocracia atenta contra la urgencia de los necesitados. Antes tuvimos el activismo desenfrenado y mal pagado; ahora se expande un profesionalismo escasamente solidario, pero muy lucrativo.

Una misión sueca detectó "un sentimiento de frustración en los productores por la gran cantidad de información que desde octubre se les ha solicitado de parte de organismos externos y la poca iniciativa de rehabilitación."

No hay reconstrucción que auditoriar

Es real. En las áreas del desastre, las encuestas han granizado, succionando todo género de información. Los productores, sin embargo, siguen a la expectativa de los recursos prometidos. Las alternativas de hoy, escasas, son las mismas de ayer, y no más alentadoras que las de mañana, a no ser que la modorra de desastrólogos y rehabilitadores sea sacudida.

La auditoría social que promueve la Coordinadora Civil tampoco ha podido ser instalada. Ese mecanismo estaba destinado a dar cuenta de la eficacia de las acciones de reconstrucción, en base a un extenso sondeo realizado entre los beneficiarios. Las visitas a las zonas afectadas por el Mitch confirman la necesidad de crear ese dispositivo que hará una evaluación sobre la marcha. Pero, seis meses después del huracán, no hay apenas reconstrucción que auditoriar.

A fin de verificar de modo somero qué está ocurriendo en materia de rehabilitación, envío se trasladó a una región severamente golpeada por el huracán Mitch. Para muestra, un botón. Acompañados por Roberto Salinas -avispado promotor de una de las ONGs que prestan sus servicios en la zona- le tomamos el pulso a un rincón de Occidente, recabamos relatos y constatamos ocularmente los daños y el estado de la reconstrucción.

Se trató de un rápido recorrido por las comunidades comprendidas en el bolsón que, entrando por el kilómetro 194 de la carretera entre Chinandega y Somotillo, pasa por Cayanlipe, El Porvenir, El Jicote, Aquespalapa y El Circuito y viene a salir en el kilómetro 182. Muchas de estas comunidades han sido consideradas tradicionalmente, desde mucho antes del Mitch, zonas de desastre y han sido asistidas consuetudinariamente por la Cruz Roja. Constituyen un muestrario de los obstáculos que tiene el desarrollo agropecuario y la equidad: falta de crédito, falta de tecnología y reconcentración de la propiedad.

La tragedia no abandona la memoria

La zona comprende una serie de variados nichos agrícolas y biológicos. Desde el mangle blanco hasta el jícaro sabanero constituyen su flora. Los cambios en el paisaje van desde áridas planicies cultivadas con ajonjolí y antes ofrecidas en holocausto al algodón hasta agrestes pastizales dotados de lagunas naturales. El ajonjolí abunda: de rama y de chirrión, orgánico -pagado a 40 dólares el quintal- y convencional -pagado a 32 dólares-. Sin embargo, las pocas plantas descortezadoras trabajan muy por debajo de su capacidad. La explicación: buena parte de la cosecha de ajonjolí no se procesa en Nicaragua. Medidas proteccionistas -como las del Japón- condicionan la importación del ajonjolí a entregarlo sin procesamiento. Así, la generación de mayor valor agregado está en juego.

Este es un inconveniente del que no se percatan los pequeños productores. Lo que ciertamente no les pasa desapercibido -y así lo denuncian al unísono- es que algunas de las acopiadoras, como la poderosa CONAGRA -de los cada vez más poderosos hermanos Centeno- les roban en la pesada: dependiendo del volumen de ventas, la diferencia entre lo pagado y lo realmente recibido puede superar los 20 quintales, de acuerdo a los cálculos que hacen varios productores. La jerarquía impone mecanismos aún en el más libre de los mercados...

Desde Managua el Mitch se olvida pronto. Nietzsche sostenía que la compasión es un sentimiento del que el ser humano se cansa enseguida. Sin embargo, el Mitch es en esta zona una realidad de la que no se puede escapar. Los pobladores recuerdan permanentemente la tragedia. Kilómetros de cercos en el suelo, cientos de quintales de maíz y ajonjolí recién cosechados y listos para ser tapiscados arrastrados por la corriente, miles de cabezas de ganado y bestias de carga ahogadas, son realidades que no abandonan la memoria de la mayor parte de las familias de estas comunidades.

En sólo una noche, finqueros bien parados fueron convertidos en campesinos de subsistencia. Don Chico Rocha tenía 52 cabezas de ganado, el trabajo de toda una vida; hoy sólo tiene 130 manzanas vacías. Lo mismo que él, otros medianos ganaderos perdieron 300, 400 reses en una noche. En El Jicote familias enteras permanecieron cuatro días con sus noches trepados en los árboles, casi sin comer ni dormir.

Desde arriba algunos se lanzaban al agua en busca de una cabeza de plátano. "Los que podían nadar –recuerda uno de los damnificados- se tiraban a trozarle las nalgas a los novillos muertos. Algunos comieron plátano y carne cruda. Desde los palos muchos vieron cómo su ganado era arrastrado sin misericordia por la corriente. Las vacas se empanzaban de agua hasta que no podían nadar. El agua subió veloz. No hubo avisos, sólo aquellos engañosos indicando que el huracán iba rumbo a Honduras. Todos estábamos confiados. El agua pronto cubrió la casa, que era de adobe; y como el adobe, es crudo, fácil la desbarató". De Cayanlipe es aquel productor que, recién pasado el Mitch, declaró: "El país no retrocedió veinte años, pero yo sí."

"Así, mejor es morirse"

Agotados y débiles, algunos caían al agua y eran rescatados por sus compañeros de infortunio. Entonces tomaron la decisión de amarrarse a los árboles. En caso de dormirse, despertarían colgados, y no ahogados. Retiradas las aguas, tuvieron que evacuar la zona, incluso con el auxilio de lanchas de Corinto. Los pobladores se organizaron espontáneamente para esta labor porque los dispositivos convencionales no funcionaron. La gran mortandad de animales -miles de reses- no permitió el retorno a las tierras sino hasta quince días después del huracán, y sólo para contabilizar las pérdidas. Fueron pocos los que se quedaron. El hedor de las reses muertas corrió a la mayoría.

Dominga del Socorro Salgado recuerda: "Acababa de llenar la venta con 60 mil pesos antes del huracán. La tenía bien surtida. Yo capié ciertas cosas arriba del cucurucho de la casa. Luego me fui, confiando la casa a un cuidandero. Y entonces me robaron lo poco que capié. Hasta me mataron la chancha por puro vicio. Ya la estaban pelando cuando llegué. No había nada que hacer. En esos días uno daba gracias a Dios por haberse salvado, y no estábamos con ánimos de andar peleando por una chancha." Ante el saldo del Mitch, un niño sentenció, dirigiéndose a su mejor amigo: "Cusuquero, para estar en esta vida sin vacas, sin casa, sin nada, es mejor morirse."

Algunos productores observan: "Como que traía ácido esa agua, hasta las palmeras se están secando." También han surgido nuevas plagas. Felix Pedro Mendoza logró sembrar un frondoso ajonjolí, pero ahora observa: "Los chocoyos son la nueva plaga del ajonjolí. Donde no hallan otra cosa que comer, buscan el ajonjolí. Allá me lo estaban cholonqueando todito."
Poco apoyo a la reactivación es la queja de consenso en esta zona. La solidaridad local -que se niega a las cifras, que nunca se registra en la contabilidad nacional- ha tratado se suplir lo que las instituciones no han hecho. Una campesina, ganadera hasta antes del Mitch, lo cuenta con optimismo: "Ya vamos recuperando poquito a poco. Los amigos nos han regalado algunas gallinas, y las vamos multiplicando."

Sin precedentes en la historia agrícola

La sombra del Mitch es alargada. Y se proyectará con efecto prolongado sobre los suelos. "Las tierras quedaron enfermas", es el clamor de muchos productores. Las corrientes que transformaron el paisaje y lograron que los ríos abrieran nuevos cauces, también conmovieron los suelos. Humus, limo, arena, arcilla y piedras fueron depositadas en cantidades respetables sobre los campos de cultivo. Se ha constatado que en el terreno afectado de cada finca no se presenta una sola categoría de daño, sino una combinación de ellos. Predomina una espesa capa de arena en zonas cercanas a los ríos. Las riberas hortaliceras sólo lo volverán a ser a muy alto costo. "Aquí ya sólo se da la sandía", observa un productor.

Las parcelas comúnmente destinadas al cultivo del ajonjolí fueron cubiertas por materiales limosos. Una capa de al menos 4-5 pulgadas bloquea el acceso al suelo fértil. Miguel Angel Rodríguez y Félix Pedro Mendoza describen así el estado en que el paso del huracán dejó los suelos: "Aquí todas las tierras quedaron lodillosas. Quedó dura la tierra y se partía como marquesote. El lodillo se seca y después se cuartea, se raja y queda duro como vidrio. La tierra está como muerta. No hay planta que prospere porque no sube la humedad. La tierra se compone hasta que se le mete tractor para revolverla. Pero aquí cuando mandaron las máquinas, la humedad había profundizado. Luego hasta tronaba el arado donde iba calando."

Con la corriente, estos suelos perdieron gran parte de sus capas superficiales ricas en nutrientes, pero se presume que en muchos casos estas pérdidas fueron compensadas con nuevas deposiciones, principalmente de humus recuperado por la corriente, que lo arrastró de las tierras fértiles en las vegas de los ríos. Esto ocurrió en parte de los campos destinados a pastos. Buena parte de ellos acusaron una inmediata recuperación. Los productores de ajonjolí, sin embargo, no han podido cultivar sino a un alto costo. Se necesita mayor consumo de agua y más trabajo para distribuirla. El recalentamiento ha producido quemaduras del follaje y de los frutos. La rehabilitación en curso ha puesto de manifiesto la poca capacidad de autofinanciamiento que tienen los productores de esta zona. Los que cultivan el ajonjolí han accedido a tractores al precio de comprometer la futura cosecha con las casas comercializadoras.

Las obras de rehabilitación suponen al menos dos pasadas de tractor a 80 córdobas por manzana y otra pasada más con yunta de bueyes al mismo costo. Considerando que el precio de la tierra en esta región es aproximadamente de 2 mil córdobas, no es exagerado suponer que una rehabilitación modesta, pero que incluya restablecimiento de cercos, significa un 30% del valor de la tierra o aún más. La diferencia entre las categorías del daño depende más del costo de rehabilitación que del estado en que quedó la capacidad productiva de los suelos. En otras zonas de desastre un cuarto de manzana requirió de 36 días-hombre de trabajo para habilitar el terreno, valorados en 380 dólares por manzana. Sin duda, una efectiva rehabilitación de algunas parcelas en los alrededores de Cayanlipe superará el valor actual de los terrenos dañados.

Uno de los riesgos fundamentales de los destrozos en las vegas de los ríos es que, para compensar las pérdidas, aumente la sobreexplotación de otras áreas, el desempleo y la extracción de leña comercial o disminuya el período de barbecho en las áreas cultivadas de granos básicos. El desuso de ciertas áreas puede dejar de generar muchos puestos de trabajo. Cuando la parálisis productiva afecta a amplios grupos en una misma comunidad -es lo que ocurre en El Jicote- se deteriora el tejido económico y social del territorio. Muchos han perdido las bases para su inserción productiva y están inactivos desde hace cinco meses.

Como los especialistas en el ramo han reconocido, el tema técnico de rehabilitar los suelos afectados por crecidas de ríos es una novedad en la historia agrícola y técnica de Nicaragua. No se conocía, no había precedentes. Se trata de un reto que enfrenta la reactivación económica y para el que estamos escasamente dotados.

Más allá del suelo: la propiedad

La problemática del suelo corre pareja a otra: quién es el dueño del suelo. La urgencia de contar con fondos para la reactivación, el creciente endeudamiento de los productores de ajonjolí con las casas comercializadoras y la necesidad de los ganaderos de reponer las reses cuando tienen los pastos en buen estado pero subutilizados, reafirman las bases del escenario de la reconcentración de tierras.

Tras el huracán Mitch vino el huracán FUNDE, institución con sede en Somotillo donde muchos productores habían colocado sus ahorros, atraídos por la muy lucrativa tasa pasiva del 7% mensual. Algunos incluso habían sacado créditos al 3% mensual con ONGs que otorgan préstamos, para depositarlos en FUNDE y así beneficiarse con un margen del 4%. El Mitch marcó el colapso de este sistema. Ya era tiempo de que ese fraude -anteriormente muy anunciado en la zona- llegara a su consumación. En cualquier caso, el gerente y principal accionista de FUNDE, un finquero del lugar, se dio a la fuga, apenas fueron remansando las aguas del Mitch, burlando todas sus obligaciones financieras. Doble play, doble pérdida para muchos productores.

La incapacidad para financiar su rehabilitación y lo exiguo de los recursos que han llegado hasta la fecha están empujando a los productores al endeudamiento, y éste activa el sistema de la reconcentración de la propiedad: deuda, bajos precios que hacen impagable la deuda, amenaza de embargo y liquidación de la propiedad a precios de ganga. Los hermanos Centeno, que en pocos años se han hecho con muchas fincas del lugar - entre ellas, Apacunca de tres mil manzanas y Santa Carlota de mil manzanas, según cálculos de los vecinos - tienen los dispositivos para echar a andar la maquinaria capaz de revertir la reforma agraria: comercializadora y capital.

Es previsible que esta situación agudice el desempleo en la zona, ya activado anteriormente por una lógica productiva baja en consumo de mano de obra. La racionalidad del ganadero en tiempo de crisis se decanta hacia la reducción de los costos. El Mitch puede replegar a los pequeños y medianos ganaderos a usar exclusivamente la mano de obra familiar.

En la España de Carlos V también hubo campesinos muy endeudados, estrangulados por los créditos y por las compras de futuro. Había ganado y faltaban tierras. Los desplazados por los crecientes latifundios se iban a los campos de batalla, a la aventura de las Indias y a las ciudades como servidores. En la Nicaragua de los 90, ya no existe, como recurso para los desempleados del campo, el ejército -institución que desarraigó a tantos- ni hay aventuras en tierras inexploradas. Ahora sólo quedan los Estados Unidos y Costa Rica, y las ciudades, sobre todo Managua, que no aguanta más.

Jícaro, único palo en que salvarse

Aun cuando pertenece a las actividades que permanecen al margen de los circuitos comerciales o que sólo los tocan muy tangencialmente, la extracción de la semilla de jícaro es una actividad que ha generado empleo en la zona y ha frenado la emigración.

De las 345 familias que residen en el poblado de Cayanlipe, 226 están directamente involucradas en esa actividad: 150 como procesadoras, 65 como carreteras y 11 como comerciantes. El procesamiento del jícaro ofrece empleo incluso a mujeres y a niños y niñas. El circuito empieza por beneficiar al propietario de las parcelas sembradas con jícaros -que cobra entre 30 y 50 córdobas por el permiso de llenar una carreta- y acaba en el pulpero, que fía a todos los involucrados en el proceso. Si la carreta lleva chofer y ayudante, y es propiedad de un campesino que tiene otras ocupaciones, la generación de empleo se maximiza. Algunos procesadores incluso han diseñado una maquinaria rústica, de madera, cuyos rodillos provistos de dientes de clavos tienen por oficio desbreñar la pulpa del jícaro y facilitar la extracción de la semilla.

Cortadores, carreteros, quebradores, machacadores, lavadores y comerciantes encuentran, aunque magros, ingresos fijos en torno al jícaro. Se trata, sin embargo, de un mercado enano, de corto alcance, una cadena con el mínimo de eslabones. No cuenta con el complejo tejido institucional que hizo posible -en el siglo pasado, por ejemplo- el comercio del cuero o el del cacao, aun en un entorno dotado de medios de transporte y comercio más rudimentarios.

Algunos impugnan los malos manejos: "Cuando lavan en el río grandes cantidades de pulpa, sale lo que llamamos lejía de jícaro. A los tres días eso se fermenta, se enchicha. Si una vaca está preñada y bebe, es aborto seguro. También se mueren los pescados." No obstante, existen formas de evitar la contaminación. Y hay que aprenderlas. El jícaro no saca de la pobreza, pero al menos garantiza empleo e ingresos constantes en una zona donde la miseria domina y tiende a agravarse. Un programa de reforestación con jícaros no sería nada descabellado para mejorar algo la vida en un lugar como éste.


Como si Mitch hubiera pasado ayer...

Don Chico Rocha ya nos lo había anticipado cuando le preguntamos por las iniciativas de la alcaldía referentes a la reconstrucción: "La alcaldía sólo tiene un montón de gente sufriendo bajo unas matas de jícaro."

En un páramo, a la entrada de Villanueva, 47 familias de refugiados viven como si el Mitch hubiera atravesado ayer el Occidente de Nicaragua. No es éste el único asentamiento de este tipo. La mayoría de ellos pertenecen a El Jicote. Son los sin tierra del lugar, los que alquilaban a 200 córdobas la manzana. Ahora también son los sin empleo. Uno de ellos dice: "Algunos tenían su finquita. Los más, andábamos arrimados, cuidando fincas ajenas. Pero ahora los finqueros nos han dado la espalda." Los finqueros están imposibilitados para dar empleo.

De momento han sido apoyados por Save the Children con alimentos por trabajo, por la Iglesia Luterana y la alcaldía con algunos víveres y agua, y por la Cruz Roja española con la promesa de construirles viviendas. El grueso de la ayuda ha llegado en forma de promesas. "Todos los lunes -reclama uno de ellos- nos dicen que vendrán las máquinas para empezar a construir las casas, y así nos han tenido. Todos los días pasa el tractor con madera. Pero cuando se trata de llenarnos la pipa de agua, el tractor está descompuesto." El PNUD y un grupo de canadienses les prometieron comida, el gobierno les prometió mochilas y cuadernos. Nada aparece. Persiste la inactividad total y la nada en el horizonte porque no hay ofertas de trabajo.

Han sido reubicados tres veces, paseándolos del timbo al tambo. En la entrada de Villanueva están desde el 26 de enero porque les condicionaron la construcción de las viviendas a su residencia en ese sitio. El impacto sicológico no se ha hecho esperar y, bloquedas todas las salidas, siguen esperando una solución de parte de las instituciones gubernamentales y de los organismos de cooperación internacional. Como quien se aferra irracionalmente a la magia.

Estos refugios son un espejo de lo que trajo el Mitch: agudización del ya existente desempleo, incapacidad de los sistemas de la zona de generar suficiente empleo, e imposición de la lógica de reducción de costos -especialmente de mano de obra- porque los mecanismos de negociación del mercado para maximizar las ganancias están fuera del control de los productores.


Está sucediendo en muchos lugares

Cayanlipe no es un caso ni extremo ni atípico. Las operaciones de reconstrucción aún se encuentran en estado embrionario en la mayor parte de los municipios del país, donde las ofertas de rehabilitación se hicieron con una generosidad que no se ha correspondido con sus concreciones. Los organismos internacionales de cooperación y sus contrapartes nacionales se han estancado en interminables procesos de planificación que sólo han mejorado la economía de los "burócratas del desarrollo", que distribuyen -y escasamente- algunas láminas de zinc, planchas de letrinas, agua, comida y promesas, muchas promesas.

Mientras en Managua los burócratas están devanándose los sesos para presentar en un good-looking paper las ideas de cómo reconstruir Posoltega y tantos otros lugares que sólo habrán visitado un par de veces, los damnificados de todos estos lugares sobreviven en otra historia.

¡Sálvese quien pueda!

Como sus suelos, Cayanlipe está a la expectativa de que sean removidos los obstáculos, las arenas y el lodillo que minan la fertilidad e impiden que brote el desarrollo. Pero sólo un salto sustancial podría operar el cambio. Nicaragua es un país de mutaciones. No de evolución, sino de revolución. No se da un desarrollo en línea recta, sino ciclos y cambios abruptos. ¿Qué mutación produjo el Mitch? ¿Qué está sucediendo ahora, visto con el lente del largo plazo? El Mitch no detuvo la reconcentración de la tierra. Más bien, ha sentado las bases para que algunos la continúen acumulando, dejando a muchos ganaderos a merced de sus acreedores y en la necesidad de vender al menos una parte de sus tierras para poner a producir el resto.

Se quiso ver en el Mitch y en el flujo de donaciones que le sucedió una oportunidad para la reactivación económica. Pero a seis meses impera el sálvese quien pueda. El gobierno -contra diversas recomendaciones- se ha negado incluso a diseñar una política tributaria especial que alivie los problemas de los damnificados. Nicaragua lo sigue esperando todo de la cooperación internacional. Esperando que ésta compense la inequidad social, los efectos de los desastres naturales y la ineficiencia estatal. Como quien se aferra irracionalmente al absurdo.

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