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Universidad Centroamericana - UCA  
  Número 345 | Diciembre 2010

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Nicaragua

Una reflexión ya pre-electoral: Desde la ventana liberal y desde la ventana emancipadora

¿Cómo se ven los años del Somocismo desde la ventana liberal y desde la ventana emancipadora? ¿Cuál es la visión de los años de la Revolución desde una ventana y otra? ¿Y la de los años que siguieron a 1990? En vísperas del proceso electoral nicaragüense, cuando al abrir las ventanas el panorama aparece tan incierto, es válida esta reflexión, que concluye que mientras no emprendamos una emancipación profunda en Nicaragua y en Centroamérica seguiremos viviendo en sociedades poscoloniales.

José Luis Rocha

Hurgando en los análisis políticos de la región centroamericana pueden ser identificados dos paradigmas. Son dos oteaderos que cristalizan en dos perspectivas sobre lo que nos pasó y lo que nos está ocurriendo: la visión liberal y la visión emancipadora. He rastreado en parte esta bina y la he construido inspirado en el “paisaje” descrito por Boaventura de Sousa Santos cuando caracteriza la tensión entre dos fundamentos de la modernidad: la regulación y la emancipación.

La regulación sigue una ruta que va del caos al orden. La emancipación busca una trayectoria que va del colonialismo a la solidaridad. La visión liberal sería un caso de la voluntad reguladora. La dictadura autoritaria es otro caso de voluntad reguladora, aunque de muy distinto talante al del liberalismo. La visión emancipadora es una forma de oposición a una modernidad ligada al capitalismo. ¿De qué nos emancipamos? Del colonialismo, bajo el supuesto de que, como señalan los teóricos poscoloniales, “el fin del colonialismo como una relación política no trajo consigo el fin del colonialismo en cuanto relación social, en cuanto mentalidad ni como forma de sociabilidad arbitraria y discriminadora”. Mientras no emprendamos una emancipación profunda, seguiremos viviendo en sociedades poscoloniales. La visión emancipadora busca identificar hasta qué punto vivimos en sociedades poscoloniales y cuál es la ruta para liberarnos.

LA VISIÓN LIBERAL
SE HA CONVERTIDO EN “SENTIDO COMÚN”

Ninguna de estas visiones se encuentra en estado puro. La mayor parte de los “relatos” políticos se mueven pendularmente en un estrecho tramo del intervalo entre estas dos visiones no extremas. Sin embargo, hay suficiente evidencia para afirmar que la visión liberal se presenta como hegemónica. Pone la maza y define la cantera. Ha conseguido establecer las coordenadas en las que se mueven hoy la mayoría de los análisis en Centroamérica y en Nicaragua. Incluso algunos teóricos autoproclamados como de izquierda interpretan la historia y la coyuntura política actual en los términos provistos por la visión liberal por pura inercia acrítica o para conseguir mejores credenciales académicas, para hablar un lenguaje “universal” y no predisponer a sus interlocutores. Así como el conocimiento como regulación ha canibalizado al conocimiento entendido como emancipación, la visión liberal ha conseguido engullir una parte de la capacidad explicativa y de constreñir las propuestas de iniciativas con embrión emancipador.

Como observa Ileana Rodríguez, esto se debe al hecho de que, a pesar de que el liberalismo se autoproclama como un sistema abierto, se asegura de que todos los procedimientos se ocupen de ceñir con firmeza el contrato social: su atractiva matriz de conceptos centrales -sociedad civil, esfera pública, Estados y mercados- termina definiendo las condiciones de posibilidad de la estructura y define las coordenadas de lo que puede ser dicho.

Ese cuerpo doctrinal se ha convertido, como señaló en 1936 su destacado estudioso británico Harold J. Laski, en un hábito mental: “Es tanto una doctrina como un modo de ver”. Rodríguez explica que, pasando un velo por sus orígenes históricos específicos -como base ideológica de la burguesía y del capitalismo emergente-, el horizonte de liberalismo ha devenido en una forma práctica de pensar y en un discurso no cuestionado sobre lo cotidiano, que moldea la conciencia práctica de las masas y transita de la condición de ideología filosófica a la de sentido común.

LA VISIÓN EMANCIPADORA
SE CONTRAPONE A LA LIBERAL

Si es conceptualmente posible y prácticamente deseable contraponer la visión liberal a la visión emancipadora, se debe a que, como señala Laski, el liberalismo “siempre ha adoptado una actitud negativa ante la acción social, nunca sancionó las uniformidades que el poder político buscaba establecer, siempre ha querido, aunque las más de las veces de modo inconsciente, establecer una antítesis entre la libertad y la igualdad, en la igualdad ha visto más bien la intervención autoritaria, que a su ver, conduce en último resultado a la parálisis de la personalidad individual y, aunque siempre pretendió insistir en su carácter universal, siempre se reflejó en instituciones de beneficios demasiado estrechos o limitados para el grupo social al que pretendía conducir”.

Otra razón para oponer la visión liberal a la emancipadora se funda en la constatación de los resabios coloniales que el liberalismo acarrea en su alforja teorética y en su trayectoria práctica: las múltiples segregaciones persistentes -desde sus orígenes hasta la fecha- en las llamadas sociedades liberales han generado tensiones debido a la indigesta coexistencia de dichas segregaciones con la oferta de la universalidad de los derechos humanos. Esas tensiones pueden ser trabajadas por el recorrido del colonialismo a la solidaridad que la visión emancipadora traduce en luchas contra un enorme abanico de opresiones: patriarcal, étnica, de género, de clase…

CON DISTANCIAS DEL MARXISMO
Y DEL VANGUARDISMO DE LAS IZQUIERDAS

La visión emancipadora hunde algunas de sus raíces en la tradición marxista. Comparte con ella la voluntad de que el futuro sea de los preteridos, de los desheredados, de los oprimidos. Pero se distancia de ella en un sinnúmero de detalles y en un aspecto medular: no hay necesidad histórica, no hay leyes socioeconómicas que conduzcan ineluctablemente hacia ese futuro: “El socialismo es una aspiración democrática básica, como uno entre varios futuros posibles, que no es inevitable ni será alcanzado plenamente”.

La visión emancipadora dice -con Hannah Arendt- que toda acción humana tiene un comienzo definido pero un final impredecible porque toda acción cae en una red de relaciones y referencias ya existentes, de modo que siempre alcanza más lejos y pone en relación y movimiento más de lo que el agente podía prever: toda acción es impredecible en sus consecuencias e ilimitada en sus resultados porque activa una cadena.

También se distancia de la tradición marxista-leninista en su oposición a la creencia en una vanguardia que deba liderar los procesos. La visión emancipadora lucha por la apertura de espacios para que todas las voces sean escuchadas e importen. Busca una democracia directa, que encuentra algunas concreciones -a veces tímidas, a veces más atrevidas- en la realidad, pero que permanece ante todo como un horizonte inspirador de posibilidades.

Por la evidencia de sus raíces, la visión emancipadora aparece ante algunos de sus críticos como un objeto arcaico. Camina sobre el filo de la cuchilla en precario equilibrio para no deslizarse hacia una tradición fecunda pero insuficiente o hacia el lenguaje hegemónico que congela las iniciativas que auténticamente emancipan. Por eso hace un esfuerzo por trabajar su discurso y propuestas en un lenguaje nuevo.

LA UTOPÍA LIBERAL: EL ESTADO DE DERECHO
SU DEMONIO: EL AUTORITARISMO

Estas dos visiones están configuradas por conjuntos de valores que nos dan una idea del por qué de sus filias y sus fobias y de las exigencias morales que plantean a los procesos y a los actores que los impulsan. La mirada liberal abraza el pluralismo, el disenso, la separación Estado-Iglesia y la libertad del individuo, entendiéndola como independencia del ámbito privado. Charles Taylor señala que la democracia liberal se caracteriza por un gobierno representativo, el estado de derecho, un régimen de derechos entrelazados y la garantía de ciertas libertades.

Stuart Hall observa que el liberalismo apuesta por el individualismo en política, derechos civiles y políticos, gobierno parlamentario, reformas moderadas, limitada intervención estatal y economía de la empresa privada. Su objetivo es la construcción de una sociedad abierta, caracterizada por un racionalismo crítico, por libertad individual y tolerancia. Cree en la historia como un proceso teleológico -orientado a un fin- y por eso pondera los saldos según sus resultados. Para esta visión, las nociones de triunfo y fracaso son vitales. Expresiones como “la década perdida” son muy propias de su nomenclatura clasificatoria. En su caja de herramientas, los partidos políticos tienen un rol preponderante: la democracia representativa y el Estado de derecho son las supremas realizaciones de su utopía, y las democracias de los países industrializados son su concreción viviente.

La libre competencia entre partidos y programas políticos -a imagen y semejanza de la libre competencia entre empresas- garantiza el buen funcionamiento de la democracia: el ajuste equilibrado entre las ofertas de los partidos y las demandas de los electores. La conversión perversa de los partidos en facciones -es decir, el retorno a su origen primitivo- es la pesadilla que tratan de evitar. El autoritarismo -como antítesis de la libertad- es el demonio que procuran conjurar.

LA UTOPÍA EMANCIPADORA:
UNA PARTICIPATIVA DELIBERACIÓN DEMOCRÁTICA

La visión emancipadora aspira a una democracia sin fin que ponga fin al capitalismo. Parte de una epistemología emancipadora que va del colonialismo a la solidaridad y emprende acciones que son rebeldes -no conformistas-, acciones turbulentas de un pensamiento en turbulencia.

Estas acciones rebeldes buscan producir cambios, pero no pueden controlar todas las consecuencias de los cambios. Boaventura de Sousa Santos las llama acciones con clinamen para remontar su árbol genealógico a Epicuro, quien por clinamen entendía la capacidad de desvío de los átomos de Demócrito: un quantum inexplicable que perturba las relaciones de causa-efecto y que por eso les confiere a los átomos creatividad y movimiento espontáneo.

Creo que esa noción puede encontrar un desarrollo consistente -referido a las acciones humanas- en el pensamiento político de Hannah Arendt, para quien toda acción humana es inicio de una cadena de acontecimientos que sus agentes causales no pueden controlar porque las interacciones son las que determinan el curso de los efectos. Las acciones son parteras de lo inédito. Por eso son incontrolables y precarias. No hay cabida para la noción de necesidad y de determinismo. Arendt sostuvo que Hitler no fue la consecuencia extrema y “necesaria” de la Ilustración. Las acciones humanas generan innovaciones de efectos impredecibles. Lo privado está condicionado por las interacciones y desaparece como tal al intervenir en política.

La visión emancipadora construye espacios y procesos de deliberación democrática, y no de representación democrática. En los espacios representativos no se buscan ciudadanos informados y con capacidad de discusión, sino masas con capacidad de elegir a los políticos informados en quienes delegan las decisiones.

“Es cierto que el público -explica Sartori-, el público en general, nunca está muy informado, no sabe gran cosa de política, y no se interesa gran cosa por ella. Sin embargo, la democracia electoral no decide las cuestiones, sino que decide quién decidirá las cuestiones. La papa caliente pasa así del electorado a los electores, del demos a sus representantes”. La visión emancipadora se opone a esa opción y apuesta por la recuperación del hombre público y por una versión totalmente inclusiva de las ágoras griegas.

La separación Iglesia-Estado es una condición de una sociedad emancipada, pero no por un rechazo a lo religioso, sino a su manipulación. Lo negativo no son los elementos religiosos, sino su instrumentalización (uso manipulador), su oscurantismo (versión supersticiosa) y su finalidad opresora (cuando refuerza o reactiva dominaciones existentes). La penalización del aborto terapéutico en Nicaragua y en El Salvador se lee como una muestra de una instrumentalización religiosa con talante oscurantista para reafirmar la opresión femenina mediante el restablecimiento de una legislación que ya era “cosa juzgada”. En el terreno religioso, en una América Latina “que aún reza a Jesucristo y aún habla en español”, la posición emancipadora vive en la expresión “Otro Dios es posible”.

LIBERALES, MARXISTAS, IGLESIAS:
LO QUE TIENEN EN COMÚN

La noción de fracaso no tiene cabida en la visión emancipadora porque no aspira a un futuro predeterminado por leyes. La visión liberal y la revolucionaria de inspiración marxista tienen un punto en común: su teleología, su aristotélica fe en las causas finales, su visión de la historia como un proceso que obedece a un objetivo o a una finalidad de un ser inteligente, su oposición al azar en cualquiera de sus acepciones. La historia -concebida como un guión escrito por una voluntad divina- establece la necesidad. Evade los bandazos reales de la política para refugiarse en una versión estratosférica de la realidad, donde las especulaciones más escolásticas no pueden ser refutadas por los acontecimientos políticos.

Esta tesis es un legado de los hegelianos de derecha y de izquierda: el espíritu absoluto se encarna en la historia. El filósofo británico Alasdair MacIntyre nos advierte contra el peligro, “tan visible en historiadores filósofos como Aristóteles y Hegel, de creer que todo el sentido del pasado consiste en que debe culminar con nosotros. La historia no es una prisión ni un museo, ni tampoco un conjunto de materiales para la autocongratulación”.

Esa ideología se tradujo en holocaustos, en inmolación del hombre y la mujer concretos, según nos lo explica Franz Hinkelammert: “Existe una ronda utópica que lleva a la utopización de estructuras y al aplastamiento del sujeto, legitimizado por esta estructura utopizada y, por tanto, salvífica. Iglesia, liberalismo y socialismo se entregan a esta utopización de estructuras en nombre de una respectiva societas perfecta. Y la societas perfecta devora al sujeto humano, sea en nombre de la salvación por la iglesia, en nombre de las estructuras del mercado o en nombre de las estructuras de la planificación. Las estructuras aplastan al sujeto porque le exigen buscar su realización en la inte¬riorización ciega de la estructura, sea en nombre de la salvación, en nombre de la libertad o en nombre de la justicia.

La sociedad occidental desprecia los elementos simples de la vida humana -alimentación, vivienda, salud, etc.- porque aspira a metas más importantes: “Habla siempre de un hombre tan infinitamente digno, que en pos de él y de su libertad el hombre concreto tiene que ser destruido. Que el hombre conozca a Cristo, que salve su alma, que tenga libertad o democracia, que construya el comunismo, son tales fines en nombre de los cuales se han borrado los derechos más simples del hombre concreto. Desde la perspectiva de estos pretendidos valores, estos derechos parecen simplemente fines mediocres, metas materialistas en pugna con las altas ideas de la sociedad. Evidentemente, no se trata de renunciar a ninguno de estos fines. De lo que se trata es de arraigarlos en lo simple e inmediato, que es el derecho de todos los hombres a poder vivir”.

¿QUÉ ES EMANCIPARSE?

En el contexto actual de veneración del mercado, el emprendedurismo y la inversión extranjera, la visión emancipadora, traduce su opción por los seres humanos concretos como prioridad de las personas sobre el capital. La visión emancipadora rompe con los esencialismos y la necesidad histórica para situarse del lado del hombre y la mujer concretos y de los procesos impredecibles que desencadenan con sus acciones.

Emanciparse es decir no al determinismo y al voluntarismo: los seres humanos son moldeados por las acciones de otros, y no pueden controlar todas las consecuencias de sus acciones. La visión emancipadora opone el Hegel del espíritu absoluto, el plan divino y el fin último al Hegel que sintoniza con Arendt al hablar del proceso continuo, la evolución incesante y el impulso de perfectibilidad: “La perfectibilidad es realmente algo casi tan indeterminado como la variabilidad en general. Carece de fin y de término. Lo mejor, lo más perfecto, a que debe encaminarse, es algo enteramente indeterminado”.

Las categorías de triunfo y fracaso pertenecen a una visión liberal, más próxima a la razón instrumental. La visión emancipadora habla de innovaciones que tienen consecuencias impredecibles. El baremo de esta visión es: ¿Se trata de una acción que contiene innovaciones liberadoras? Sus concreciones visibles son los presupuestos participativos, las deliberaciones comunitarias, los proyectos exitosos de descentralización. Su base analítica es el pensamiento crítico, es decir, la exploración de otras posibilidades más allá de las posibilidades positivas. Su horror es la disolución del hombre público, raíz de un gigantesco abanico de males.

La anciana dicotomía reforma-revolución es un buen antecedente para iluminar la oposición entre estas visiones. Pero no es más que un instrumento. No es un espejo en el pasado. La visión emancipadora no apuesta por cambios abruptos como aquellos que alentaron los movimientos guerrilleros y anhelaron sus bases sociales. Es posible incluso que, hace un par de décadas, de haber existido una visión emancipadora tal y como la concebimos hoy, hubiera sido vista con sospecha por los revolucionarios de entonces: quizás la hubieran tildado de táctica diversionista para ralentizar los procesos insurreccionales, quizás de reformismo velado. Pero esa dicotomía es útil porque revela la oposición -que aplica a las visiones en cuestión- entre quienes están dispuestos a admitir algunos cambios en el sistema y quienes luchan con denuedo por un cambio de sistema.

TRES PROYECTOS POLÍTICOS:
AUTORITARIO, NEOLIBERAL Y PARTICIPATIVO

Desde sus propios ángulos, la visión liberal y la emancipadora tienen algo que decir sobre los partidos políticos y su contribución a la democracia y al desarrollo. Para sacarle más punta al análisis hay que trabajar algunas distinciones referentes a cada uno de los tres temas: partidos políticos, democracia y desarrollo.

En materia de partidos políticos, las diferencias entre estas dos visiones son particularmente marcadas. En la visión liberal los partidos políticos son la principal correa de transmisión de abajo hacia arriba y de arriba hacia abajo: es decir, entre la élite de representantes y sus representados. La libertad de expresión, la disponibilidad de información alternativa y las elecciones libres, equitativas y frecuentes son instituciones imprescindibles de una poliarquía democrática.

En la visión emancipadora los partidos políticos tienen un papel bastante más modesto: son una entre otras correas de transmisión -tendientes a la horizontalidad- para conseguir una democracia de contenido por la vía de una democracia participativa. Los emancipadores parecen decir: no nos desgastemos esperando de los partidos políticos lo que podemos obtener mediante otros mecanismos democráticos: no los metamos en camisa de once varas ni pidamos peras al olmo.

Esta democracia puede estar mediada -o entorpecida y mutilada- por programas que no siempre son explicitados. La politóloga brasileña Evelina Dagnino propone distinguir entre tres proyectos políticos, adoptados indistintamente tanto por organismos del sector público como de la sociedad civil: el proyecto autoritario (heredero del estilo de los regímenes militares y la cultura caudillista), el proyecto neoliberal y el proyecto participativo. Estos proyectos no sólo pretenden ser rutas hacia el desarrollo, sino que sustentan valores en sí.

EL PROYECTO NEOLIBERAL
Y EL AUTORITARISMO EN CENTROAMÉRICA

El proyecto neoliberal implica una visión minimalista de la política, del papel del Estado y del ejercicio de los derechos humanos, porque los ciudadanos quedan reducidos a la condición de “usuarios” de los servicios estatales y el Estado queda reducido a la condición de facilitador del funcionamiento del mercado. Todo se reduce a problemas técnicos -encubriendo los conflictos políticos- porque se busca reproducir el actual orden social.

Aunque el enfoque de Dagnino tiene la tendencia a asociar el proyecto neoliberal con toda práctica basada en el mercado, corriendo el riesgo de demonizar a quienes buscan desarrollar el mercado de modo que sea más socialmente incluyente y participativo (promoviendo el acceso al mercado y cierta calidad de su crecimiento), ayuda a marcar unas coordenadas que ubican los énfasis de la propuesta de desarrollo.

El modelo de los tres proyectos ofrece la ventaja de distinguir entre quienes apuestan por un automatismo del mercado (proyecto neoliberal), quienes tienden a imponer un sistema unipartidista que no tolera el disenso (proyecto autoritario) y quienes buscan un rol protagónico de los ciudadanos en la gestión pública y el mercado para domesticarlo y hacer que ambos -Estado y mercado- sean más incluyentes, pero sabiendo que el mercado no es la panacea ni el único campo de batalla (proyecto participativo).

Hay que añadir, con Torres-Rivas, que “en Centroamérica, lo autoritario se define también por la concurrencia sobresaliente de dos rasgos perversos: la violencia extrema como recurso primario y la criminalización de toda expresión de oposición política; una cultura que premia la arbitrariedad y la intolerancia”. Para la visión liberal, el mayor peligro es el autoritarismo. Para la visión emancipadora, el mayor peligro son los bloqueos a la participación, que puede ser anulada tanto por el neoliberalismo como por el autoritarismo, tanto por el autoritarismo del mercado como por el autoritarismo del Estado.

LAS “CONFLUENCIAS PERVERSAS”

¿Y los partidos? ¿Apuestan por un cambio de sistema, por cambios en el sistema o ligeras reformas y cuál proyecto impulsan? De ahí la importancia del concepto de “confluencia perversa” con el que Dagnino caracteriza la coincidencia a nivel del discurso de proyectos antagónicos, oculta bajo referencias comunes. Retomando a Freire, Dagnino habla de la internalización de elementos neoliberales en los proyectos políticos de organismos que se presentan como alternativos. Ese proceso se lleva a cabo por medio de dislocaciones de sentido de presuntas referencias comunes cuando no se explicitan los proyectos políticos individuales y organizacionales.

La confluencia perversa más frecuente es la promoción de una ciudadanía y democratización reducida al mercado. Ésta es la confluencia hacia la derecha. Pero en los últimos años también se ha diseminado una confluencia perversa en el apuntalamiento de líderes y partidos despóticos, sea para huir del neoliberalismo (Nicaragua) o de la súper demonizada coalición del ALBA (Honduras).

La lucha contra el autoritarismo puede degenerar en una confluencia perversa, como está ocurriendo en Nicaragua con la conversión de líderes que solían alentar programas participativos-emancipadores y que al son del “todos contra Ortega” están dispuestos a insertarse en coaliciones cuyos líderes alientan programas neoliberales y una participación de baja intensidad, claramente reducida a la democracia representativa. La visión emancipadora, para poder proclamarse alternativa y generadora de nuevos modelos de desarrollo más incluyentes, procura estar en guardia contra el peligro de las confluencias perversas.

DESARROLLO: CON MAYÚSCULA Y MINÚSCULA

El tercer concepto sobre el que conviene hacer distinciones es el de desarrollo. Diana Mitlin, Sam Hickey y Anthony Bebbington distinguen dos significados del término desarrollo: un desarrollo con minúscula -que alude a los procesos geográficamente desiguales y profundamente contradictorios que subyacen a las dinámicas del capitalismo- y un Desarrollo con mayúscula, que se refiere a los proyectos de intervención en el Tercer Mundo que emergieron en un contexto de descolonización y Guerra Fría. Se trata de distinguir entre economía política e intervención y de pensar en cambios estructurales, sabiendo que existe una clara relación entre ambas caras del desarrollo.

Los partidos políticos promueven intervenciones de Desarrollo, pero también son parte de las sociedades y economías políticas en las cuales operan. Son parte del desarrollo, al tiempo que tratan, a través del Desarrollo, de intervenir y modificar la naturaleza y efectos del amplio desarrollo. Una concepción liberal de lo alternativo se constriñe al terreno del Desarrollo, entendido a menudo -simple y llanamente- como crecimiento económico. A veces es matizado por un interés en el fortalecimiento institucional y a ciertos indicadores de desarrollo humano.

Pero las formas de concebir lo alternativo se refieren a formas alternativas de organizar la economía, la política y las relaciones sociales. Si un partido incluye en su programa transformaciones, ¿importa la producción de alternativas al desarrollo o sólo de alternativas de Desarrollo? La visión liberal se contenta con alternativas de Desarrollo. La visión emancipadora procura activamente incidir sobre el desarrollo. Desde la perspectiva emancipadora, para ser alternativo, en el amplio sentido del término, es preciso no ser un repetidor de conceptos hegemónicos, un reforzador de los modelos dominantes. Mitlin y sus colegas sostienen que empujar reformas en las intervenciones de Desarrollo de otros actores es una vía hacia las alternativas, pero una más emancipadora es la producción de estrategias que transformen las ideas fundacionales y las relaciones sociales del orden social contemporáneo.

LOS AÑOS DE SOMOZA BAJO LA LUPA LIBERAL

Desde la ventana liberal, ¿cómo luce la historia nicaragüense del último medio siglo? La visión liberal reconoce al primer Somoza una cintura política extraordinariamente flexible que le permitió concertar un pacto con las élites tradicionales -el famoso pacto de los generales- al mismo tiempo que se presentaba como padre de los obreros, concediendo su favor a líderes gremiales y sindicales. A pesar de que todas las elecciones a las que convocó fueron fraudulentas, nunca quiso gobernar sin un respaldo popular. Por eso, en vísperas de cada elección, hacía concesiones importantes a los sectores obreros y capas medias. La promulgación del Código del Trabajo y la creación del Instituto Nicaragüense de Seguridad Social obedecen a esta voluntad de sumar adeptos.

Pero la visión liberal encuentra imperdonable el hecho de que en este período se llevara a cabo la instauración de una dinastía que distorsionó -o canceló, según las versiones más exigentes- el libre juego de la competencia entre partidos políticos al disolver de facto la eterna bina de serviles y fiebres, timbucos y calandracas, legitimistas y democráticos, conservadores y liberales, membretadas también como moderados y anarquistas, o aristócratas y descamisados, en otros países del istmo.

El principal reproche al somozato, desde la visión liberal, es el autoritarismo, que acabó con la competencia partidaria, y ya con el tercer Somoza, con la libertad de expresión, concebida ante todo como libertad de prensa y de manifestaciones políticas. Para colmo de males, el último Somoza se convirtió en un dreno para el Desarrollo: no sólo quería monopolizar los negocios más rentables. Tampoco permitía el libre juego del mercado y el desarrollo, también acaparó la ayuda externa concedida tras el terremoto de 1972 y supo canalizar hacia sus arcas familiares los proyectos de Desarrollo que, con la idea de servir de freno a los movimientos insurreccionales, llegaron al país en las maletas de la Alianza para el Progreso. El colapso era inevitable debido a la ruptura de un mínimo consenso y al subsiguiente enfrentamiento de un proyecto autoritario con un proyecto democrático.

LA REVOLUCIÓN SANDINISTA
BAJO LA LUPA LIBERAL

La visión liberal casi no tiene aplausos para la década de los 80. Lo ocurrido en Nicaragua forma parte de “la década pérdida” que afectó a toda América Latina en distintos grados y formas. Los más severos retoman la metáfora de San Juan de la Cruz y hablan de “la noche oscura”. El reiterado reproche que lanza la visión liberal sobre el proceso revolucionario es su totalitarismo político y económico. En la arena política estima que hubo un simulacro de democracia, aparentando una apertura política que cerraba filas frente al disenso y proscribía las manifestaciones públicas de oposición, imprimiéndoles el omnipresente sello de “contrarrevolucionarias”. En el terreno económico, estima que las confiscaciones y expropiaciones devinieron en asignaciones perversas para el desarrollo: se dio la tierra a individuos y entidades poco aptas para hacerlas producir.

La centralización de comercio en el aparato estatal MICOIN/ENABAS (Ministerio de Comercio Interior-Empresa Nicaragüense de Alimentos Básicos) impidió el libre juego de oferta y demanda y, en la práctica, resultó imposible de implementar por la emergencia de un vigoroso mercado paralelo. Los créditos como instrumento clientelista construyeron una caricatura de sistema financiero. Y los proyectos de Desarrollo que financiaron los países socialistas demostraron ser elefantes blancos, especialmente decadentes por la pésima administración. El colapso era inevitable: los proyectos de Desarrollo fueron mal diseñados y peor ejecutados, la presión internacional empujó al FSLN a adelantar las elecciones y el partido-Estado totalitario subestimó el arrastre de los partidos políticos de oposición que, contra casi todo pronóstico, fueron capaces de derrotar al FSLN una vez reinstauradas las reglas de libre competencia partidaria. Fue imposible escapar a las leyes del desarrollo, especialmente en un mundo unipolar donde se impuso el imperativo del mercado.

1990: LA “TRANSICIÓN” BAJO EL LENTE LIBERAL

Al otro lado del parteaguas de las elecciones de 1990, la visión liberal encontró una transición, un renacimiento. La democracia se presentó como factor indispensable y esperanzador del crecimiento económico. Ante la evidencia de un crecimiento con desigualdad creciente, la visión liberal determinó un culpable: insuficiente Desarrollo. Fueron los años de los proyectos de Desarrollo: se apreciaron los dones gerenciales y la capacidad de gestionar fondos para proyectos de Desarrollo que provenían de dos fuentes: la cooperación internacional y la inversión externa. La tarea de los políticos y tecnócratas, unidos en un alegre coro, fue la inserción de Nicaragua en los mercados mundiales: sumergirnos en el desarrollo revigorizado.

La sábana electoral -boleta saturada de partidos y candidatos- fue la máxima expresión del pluralismo político. La desmilitarización aparecía como un imperativo y condición indispensable para arrancar de cuajo uno de los principales bastiones del autoritarismo. Hizo plena aparición entonces un demonio jamás suficientemente conjurado: la corrupción. Guatemala, Honduras y Nicaragua fueron especialmente azotados por esa plaga.

¿Cómo explicar desde la visión liberal sus arremetidas en esta nueva era democrática? Con la antigua distinción entre facciones y partidos. Los partidos habían dejado de responder a las demandas de las masas y a ser correas de transmisión de las necesidades de las bases. Se habían convertido en facciones: camarillas de amigotes y familiares, pandillas y “cosas nostras”, buscando hacerse con el poder para mejor ordeñar las arcas estatales. Especialmente en Guatemala y Honduras vinculados con los capitales del narcotráfico, el lavado de dólares y otras manifestaciones del crimen organizado.

La visión liberal proponía dos remedios. Por un lado, evolución institucional hasta moldearnos a imagen y semejanza de las democracias del Norte, presentadas como racionales, plurales, tolerantes y dialogantes con el disenso. Volver a partidos que respondan. Por otro lado, terapias técnicas: accountability, mejorar el control de las finanzas públicas y transparencia. En definitiva: la desigualdad se solucionaba con mayor crecimiento económico, la pobreza se edulcoraba con responsabilidad social empresarial y el malestar se sofocaba con reingenierías institucionales.

2006: EL RETORNO DEL FSLN

Nada de esto ocurría. Y el FSLN ganó las elecciones de 2006. Su victoria es vista desde el ángulo liberal como un síntoma más de la corrupción del sistema de partidos y la cadena de pactos urdidos entre facciones. Un síntoma más de la crisis de la democracia y del proceso nuevamente interrumpido de la libre competencia electoral. Saldo: crisis del estado de derecho y deslegitimación del sistema por obra del Deus ex machina de la democracia nicaragüense: el Consejo Supremo Electoral. El autoritarismo campea y se exhibe en las calles en forma de palizas a los opositores que se manifiestan públicamente en protestas contra los fraudes, la manipulación institucional y las argucias de leguleyos para allanar el camino a la reelección. Peligran los proyectos de Desarrollo: la estadounidense Cuenta Reto del Milenio y los fondos de la Unión Europea.

El balance de la visión liberal es tenebroso: los 80 son la década perdida -experimento fallido, “noche oscura”-, los 90 son la década de la corrupción y la primera década del sigo 21 es el escenario donde estalla la crisis de la democracia lanzando esquirlas amenazadoras y un sedimento de pesadillas múltiples.

EL TIEMPO DE LOS SOMOZA
DESDE LA VENTANA EMANCIPADORA

Echemos un vistazo a la misma historia desde la ventana emancipadora. Uno de los mayores peligros de los Somoza -especialmente del primero y el segundo de esa dinastía- era su capacidad de presentarse como personajes respetables, hábiles para concitar la subordinación de las élites tradicionales y el servilismo de algunos personajes prominentes de las capas medias ilustradas. La visión emancipadora insiste en que el bipartidismo al que puso fin el somozato fue expresión de reyertas entre facciones de las élites, dos caras de las mismas monedas que llenaban la dilatada alcancía de las discriminadoras relaciones sociales y mentales del colonialismo.

El somozato era una pieza más del desarrollo -de un proyecto mundial excluyente-, de la política de “patio trasero” y Guerra Fría de Estados Unidos, y del autoritarismo militar regional que, con breves interrupciones, se instala en el paréntesis que va de Maximiliano Hernández Martínez a Carlos Humberto Romero en El Salvador, de Jorge Ubico a Óscar Humberto Mejía Víctores en Guatemala y de Tiburcio Carías a Policarpo Paz García en Honduras.

El hecho de que los dos últimos dictadores -Mejía Víctores y Paz García- hayan sido benignos en comparación con sus predecesores -Efraín Ríos Montt y Gustavo Álvarez Martínez- y hayan propiciado elecciones democráticas no dice tanto de su bondad personal como de las oportunidades y restricciones del contexto: declive de apoyo militar estadounidense y presiones de la Embajada -por antonomasia- para lograr un acuerdo entre las élites. Torres-Rivas señala que “la democratización no fue una transición, sino el resultado de pactos acordados entre fracciones de la élite militar, empresarial y política guiadas por las iniciativas de ‘la Embajada’”.

DURANTE LOS SOMOZA
HUBO UNA SOCIEDAD CIVIL RECIA

La visión emancipadora destaca que el Estado fuerte que intentaba construir Somoza -con un avanzado Código del Trabajo y una Seguridad Social, atisbos del Estado de bienestar inspirados en las obras de su padrino Franklin Delano Roosevelt y sus políticas del New Deal- convivió con una sociedad civil no menos recia y rica en ardides.

Fueron muestras de su dinamismo el Instituto de Promoción Humana (INPRUH) con su impactante libro de denuncia “El infierno de los pobres”, el insobornable diario “La Prensa” y su di¬rector Pedro Joaquín Chamorro, que combatieron al régimen hasta las últimas consecuencias -quema del periódico y martirio del director-, las alianzas entre artistas y otros intelectuales con sus mecenas de la empresa privada -la de Carlos Mejía Godoy con Carlos Mántica es la más conspicua-, el patrocinio empresarial de revistas de alta calidad y textos comprometedores -Ventana, Testimonio, Encuentro, El pez y la serpiente-, las revueltas en la Universidad Nacional Autónoma y la Universidad Centroamericana, y la actividad contestataria de la Asociación de Trabajadores del Campo y la Asociación Nacional de Educadores de Nicaragua, entre otras organizaciones. Este abanico de iniciativas y fuerzas vivísimas puso en evidencia que la solución no vendría -como en efecto no vino- por la vía de los partidos políticos.

La visión emancipadora entendió que los somocistas -el grupo de los dados cargados- era uno más de los grupos de poder financiero, comercial y productivo que prosperaban a la sombra de la inequidad. Desde la perspectiva emancipadora el colapso era inevitable debido al enfrentamiento de un proyecto autoritario y excluyente con un proyecto democrático-participativo.

LOS AÑOS DE LA REVOLUCIÓN:
DÉCADA DE ORO PARA REFUNDAR LA NACIÓN

Los años 80 son para el pensamiento emancipador la década de oro del pensamiento y la acción social. El Consejo de Estado, que en los primeros años de la década hizo las veces de Poder Legislativo, aunque no amortiguó enteramente el impacto del presidencialismo rampante, fue un ágora donde no sólo tenían voz y voto los miembros de las cúpulas políticas, sino también los miembros de organizaciones gremiales, sindicales, culturales y religiosas, entre otras.

Los programas televisados “De cara al pueblo” funcionaban como cabildos temáticos y su localización permitía que los miembros del gabinete de gobierno estuvieran enterados de los problemas cotidianos de las personas concretas y, en ocasiones, los resolvieran de forma expedita. En otras palabras: hubo interesantes atisbos de democracia directa.

La Cruzada Nacional de Alfabetización permitió al Estado llegar a todos los rincones y tener un impacto sobre la identidad nacional. Saber leer permitió la lectura de periódicos y así experimentar un único y mismo espacio-tiempo, condición de posibilidad de una comunidad nacional.

La revolución, además, estremeció el desarrollo. La reforma agraria fue una de esas acciones de consecuencias imprevisibles de las que nos habla Hannah Arendt. Heredó una estructura agraria que actualmente posibilita que Nicaragua sea uno de los países latinoamericanos con mayor volumen relativo de producción colocado en los circuitos del comercio justo. Las cooperativas y los minifundios reconocidos o creados por la reforma agraria son el grupo meta que busca beneficiar este tipo de comercio. Otra acción de consecuencias imprevisibles y benéficas fue la creación de aparatos policiales y militares de vocación no represiva, que han establecido una relación menos tensa entre la sociedad y el poder coercitivo estatal.

La visión emancipadora reconoce que era sumamente complicado escapar al desarrollo habiendo heredado una estructura económica altamente dependiente de los mercados estadounidenses -de ahí el impacto del bloqueo- y altamente riesgoso sustituir esa dependencia por otra -la del CAME, en comercio, donaciones, asistencia en salud y tecnología militar-, que con la caída del bloque socialista reveló su extrema fragilidad. El hecho de haber dejado incólume el Código del Trabajo heredado del primer Somoza es visto como sintomático de una débil voluntad de emprender modificaciones estructurales.

EL MAYOR REPROCHE DE LA EMANCIPACIÓN
A LA REVOLUCIÓN

El mayor reproche de la visión emancipadora a la década revolucionaria consiste en que, aunque se presentara como puntera en las actividades de las organizaciones populares, éstas renunciaron a su rol contestatario para subordinarse a los dictados del Estado-partido, habituado a “bajar líneas” y a ser obedecido sin chistar.

Este rol subalterno significó una renuncia a las reivindicaciones tradicionales de los sindicatos obreros: mejoras en las condiciones laborales y en los salarios. Como esta supeditación se extendió a otras entidades, como la Asociación de Mujeres Nicaragüenses “Luisa Amanda Espinosa”, las demandas no tradicionales -presentadas por las feministas- también fueron postergadas o etiquetadas como diversionistas. La defensa de la revolución lo reclamaba todo, los reclamaba a todos. Y a todas. Siempre. Ocurrió, por tanto, lo que Hinkelammert denuncia: los hombres y mujeres concretos fueron inmolados en el altar de los grandes ideales. En este caso, en el altar del proyecto revolucionario. Los destinatarios del proyecto se convirtieron en su combustible.

Otras luchas también fueron desdeñadas. Los Consejos de Ancianos de los pueblos indígenas fueron despreciados, no considerados estructuras políticas dignas de crédito e interlocución. Se hizo caso omiso de la propiedad comunal de las tierras indígenas. Y los reclamos étnicos de autonomía sólo tuvieron un reconocimiento legislativo tardío y parcial.

Incluso uno de los mayores logros del proyecto revolucionario tuvo muchos bemoles: la reforma agraria llegó con contundencia, y respondiendo a las expectativas de sus beneficiarios, sólo de forma tardía, instrumentalizadora y con una base legal tan precaria que sentó las bases de su propia regresión. Es obvio que los reproches del análisis emancipador a la revolución son de muy distinto tenor que los hechos por el escrutinio liberal.

1990: LOS AÑOS NEOLIBERALES
DESDE LA VISIÓN EMANCIPADORA

El declive del proyecto revolucionario es visto desde la visión emancipadora como una consecuencia de su olvido de las personas concretas y de la embestida del gran capital y su hegemonía liberal, al que en otros países centroamericanos le allanó el camino un pacto entre las élites políticas, militares y empresariales. Por obra de ese giro llamado “transición democrática” en los países del norte de Centroamérica, Nicaragua saltó de una economía planificada a una economía de mercado.

La región centroamericana se convirtió nuevamente en terreno fértil para los proyectos de Desarrollo que buscan apuntalar el desarrollo. Boaventura de Sousa Santos señala que, “ante la ausencia de una acción política democrática que incida simultáneamente sobre el Estado y sobre el tercer sector (las organizaciones privadas sin fines de lucro), puede fácilmente confundirse como transición democrática, lo que no sería sino una transición desde el autoritarismo centralizado al autoritarismo descentralizado”. Eso fue lo que ocurrió en Nicaragua, Honduras, El Salvador y Guatemala.

Las privatizaciones nos metamorfosearon de ciudadanos-tutelados en ciudadanos clientes y eso produjo el espejismo de una libertad ilusoria de efectos desmovilizadores. Santos nos alerta contra la dualidad de la acción conformista y la acción rebelde: “El reemplazo relativo de la provisión de bienes y servicios por parte del mercado de bienes y servicios ha creado ámbitos de elección que pueden ser fácilmente confundidos con un ejercicio de la autonomía o con una liberación de los deseos. Todo esto ocurre dentro de los límites estrechos de elecciones selectivas y de la obtención de los medios para volverlas efectivas. Aun así, dichos límites son fácilmente construidos en términos simbólicos como oportunidades reales, ya sea como oportunidades de elección o como consumo a crédito. Bajo estas condiciones la acción conformista es fácilmente asumida como acción rebelde”. No hay más rebeldía que la del consumidor, que castiga con su cartera y opta por los nuevos güelfos o gibelinos: no le queda más remedio que ser del clan Claro o de la mara Movistar.

¿QUÉ RAÍCES TIENE LA CORRUPCIÓN?

La visión emancipadora comparte con la visión liberal su alarma por la corrupción estatal. Pero encuentra las raíces de esa corrupción en la correlación que existe entre los Estados débiles y corruptos y un ejercicio de la ciudadanía de baja intensidad. La privatización de los monopolios estatales, el imperialismo de los organismos financieros internacionales que imponen las políticas macroeconómicas y la contracción del Estado de bienestar producen desaliento y la sensación de que las políticas estatales y la política en su conjunto son algo ajeno, sucio y en todo caso inaccesible a los ciudadanos de a pie.

Esta sensación desmovilizadora tiene un efecto devastador sobre el sentido del servicio público. El declive del sindicalismo y la oenegeización de los movimientos populares forman parte del síndrome de inmunodeficiencia del hombre público ante las embestidas del proyecto neoliberal. La migración y las remesas -fenómenos que tienen muchas facetas y virtudes- suponen una opción por el “sálvese quien pueda” y la ciudadanía-clientelar a la que empujan el desarrollo, su icono mercado y la hegemonía neoliberal. La solución, por consiguiente, no es técnica, sino eminentemente política: hay que recuperar los espacios públicos y ejercer una ciudadanía organizada.

CENTROAMÉRICA
Y SUS SEIS FASCISMOS SOCIALES

Desde la ventana emancipadora se divisan sombras tenebrosas. Esas sombras no son tanto el abstencionismo electoral y la corrupción de los políticos, que interpreta como una decadencia -no necesariamente lamentable, a veces incluso plausible- de las democracias representativas. Esas sombras están en lo que Santos define como los fascismos sociales que recorren toda Centroamérica.

El primero es el fascismo del apartheid social: la segmentación de las ciudades en zonas bárbaras y zonas civilizadas, barrios marginales y condominios para las élites, polos de un paisaje urbano dual complementados por nuevas avenidas, malls y edificios de oficinas que permiten que las élites se desplacen desde sus residencias a los centros de trabajo y esparcimiento sin entrar en contacto con los fragmentos irredimibles de la ciudad. Esta dinámica de arquitectura dual es lo que el antropólogo Dennis Rodgers llama “desimbrincación de la ciudad” y “rebelión de las élites”.

El segundo fascismo es el fascismo del Estado dual. Se trata de un Estado que tiene dos baremos y los aplica según con quien se las vea: régimen de excepción para las élites o ley dura y arbitrariedad para los dominados.

El fascismo paraestatal es el tercero y consiste en la aparición de grupos paramilitares que, usurpando el rol coercitivo del Estado, aplican operativos de “limpieza social” o represión del disenso. Este fascismo ha sido practicado de forma espeluznante en El Salvador, Honduras y Guatemala, pero también ha sido, en su segunda versión, un recurso del FSLN para sofocar a la oposición mediante la contratación de pandillas juveniles.

El fascismo populista, el cuarto y el más peligroso, es puesto en práctica por el FSLN con apabullante éxito: la identificación de las bases con el éxito de sus líderes, aun cuando de ese éxito no les lleguen más que microscópicas migajas. El quinto es el fascismo de la inseguridad: manipulación -a veces a partir de símbolos, dogmas e iniciativas religiosas- de la ansiedad e incertidumbre que producen los primeros fascismos. Y el sexto fascismo es el fascismo financiero, mejor conocido como casino global: la volatilidad de los capitales especulativos que llevan a la bancarrota a quienes no apostaron en sus ruletas.

MOMENTOS Y SÍNTOMAS
DE EMANCIPACIÓN

¿Se visualizan rutas liberadoras desde la ventana emancipadora? Desde los partidos políticos y el sector público hay fisuras esperanzadoras. Se encarnan en la heterogeneidad estatal.

La hemos visto en Nicaragua con funcionarios de talante excepcional en su momento, como Gertrudis Arias, la jueza que llevó a los tribunales a Arnoldo Alemán. La vimos en una expresión particularmente heroica en el caso de la huelga de hambre de los fiscales que en Honduras protestaron por los varios casos contra encumbrados personajes que yacían intencionadamente engavetados. Y la palpamos en la osadía de los funcionarios estatales que llevaron el caso del asesinato del obispo Gerardi en Guatemala. La palpamos también en El Salvador, donde a pesar de los temibles arranques de autocracia, es evidente que no gobierna un partido, sino una coalición de profesionales y organismos populares que encontraron en el FMLN una plataforma política.

La visión emancipadora apuesta, más que por los partidos políticos, por las gestiones de democracia directa, autonomía y contestación que se generan en los espacios de cabildos abiertos auténticos, luchas indígenas, reivindicaciones feministas, presupuestos participativos, etc. Los problemas son múltiples, las luchas son plurales.

No hay un eje único de luchas porque la discriminación es polimorfa. Hay que defender los derechos de las comunidades indígenas a la autodeterminación, pero eso no significa que esas comunidades y esa autodeterminación deban ser idealizadas. Al interior de esas comunidades persisten múltiples desigualdades -de género, de linaje, de grupos lingüísticos, generacionales- que deben ser trabajadas en un proceso de democratización más profunda. En la visión emancipadora, las desigualdades no se reducen a un asunto de clases sociales. La abstracción marxista había creado un humanoide configurado por las determinaciones de clase, un pura clase. La abstracción liberal creó un humanoide nacionalista y enfermo de individualismo posesivo. Los hombres y mujeres concretos están abrumados por muchos más condicionamientos e impulsados por más luchas.

LA LUCHA CONTRA
EL AUTORITARISMO ORTEGUISTA

En la Nicaragua de hoy, a partir de la coincidencia en clasificar como autoritario al gobierno del FSLN, parece que los liberales y los emancipatorios tienen un mismo cometido. Pero no hay que resbalarse por esas laderas engañosas. Las aspiraciones de unos y otros son muy distintas. A riesgo de caricaturizar, podría decirse que para la visión liberal la derrota del autoritarismo es un punto de llegada y para la visión emancipadora es sólo uno de los flancos de lucha, pues el autoritarismo es polimorfo: los colonialismos son múltiples. En ese sentido, la lucha contra el autoritarismo orteguista se libra en medio de un disenso en expansión que brota de la voluntad de emancipación.

La visión emancipadora disiente también del coro patriótico que pretende, al son del individualismo posesivo con proyección colectiva, defender la soberanía de una abstracción llamada “nación” sobre el río San Juan. La visión liberal padece la fiebre nacionalista porque sus orígenes están ligados al surgimiento de los Estados-nación tal y como hoy los conocemos. La visión emancipadora tiene su periscopio atento a los hombres y mujeres concretos que habitan las riberas del río y tienen aspiraciones cotidianas donde la propiedad del río no es problematizada porque esa propiedad -compartida- no está en cuestión ni presenta asperezas.

ALLÍ ESTARÁ ELLA PARA SIEMPRE

Todas estas distinciones son un instrumento analítico. Sirven para ponernos en guardia contra las visiones que no explicitan sus propuestas y perspectivas. La distinción entre estas dos visiones no es una excusa para el dogmatismo, sino un instrumento para el análisis, aun cuando, obviamente, parta de una preferencia.

Las preferencias y las opciones no son neutrales desde el punto de vista de la movilización social y la conquista de los espacios públicos. Mientras el pensamiento liberal nos puede confinar al desaliento de la politiquería y sus intrigas palaciegas protagonizadas por ridículos hombrecitos maquillados de grandes próceres, eclesiásticos extorsionados a partir de sus fortunas malhabidas y empresarios serviles que claudican a la menor señal de que les aplicarán los impuestos con todo el rigor de la ley, la visión emancipadora concentra su atención en acciones que caen fuera del campo de visión y de la memoria de corto plazo del pensamiento liberal.

Desde su perspectiva, la Némesis de Arnoldo Alemán no es Daniel Ortega, Eduardo Montealegre o Fabio “Pancho” Gadea “Madrigal”, sino Gertrudis Arias, la jueza suplente que llevó al voluminoso y corrupto líder del Partido Liberal Constitucionalista ante los tribunales para que enfrentara un juicio justo. Aunque su acción luego fuera manipulada por Enrique Bolaños y la Embajada y finalmente rentabilizada por el danielismo.

Aunque ella misma ya no es aquella, Gertrudis Arias es un hito en la historia judicial nicaragüense. No sabemos qué consecuencias futuras tendrá su acción. Lo que sí sabemos es que ahí de pie estará ella para siempre, ante las herméticas puertas de la mansión de Alemán, bajo el acicate del sol y las miradas burlonas de los escoltas, día tras día, con su orden judicial en la mano y una decisión indeclinable de aproximar la justicia real al horizonte de sus mejores posibilidades.

INVESTIGADOR DEL SERVICIO JESUITA PARA MIGRANTES DE CENTROAMERICA (SJM). MIEMBRO DEL CONSEJO EDITORIAL DE ENVÍO.

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