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Universidad Centroamericana - UCA  
  Número 305 | Agosto 2007

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Honduras

El Presidente en su laberinto (o en su “patastera”)

¿Por qué y para qué fue el Presidente Mel Zelaya a Managua a celebrar con Daniel Ortega y Hugo Chávez la revolución sandinista? Lo explica su soledad, la pérdida de control del gobierno que preside. Lo explica también Patricia Rodas, que le acompañó en la tarima de la fiesta nicaragüense. Lo explica, sobre todo, su “patastera” ideológica.

Ismael Moreno, SJ

Sólo dos invitados centroamericanos vinieron a Managua a celebrar con Daniel Ortega y el Presidente Chávez de Venezuela el 28 aniversario de la Revolución que en 1979 derrocó la dictadura somocista, un hecho histórico no sólo para Nicaragua, sino para toda la región. Martín Torrijos, Presidente de Panamá, que de joven combatió en la insurrección nicaragüense contra Somoza en el Frente Sur. Y el Presidente de Honduras, Mel Zelaya.

En el multitudinario acto de celebración en Managua, Torrijos se mantuvo parco, sobrio, lucía hasta incómodo. Todo lo contrario de Zelaya, que estuvo eufórico. A su lado, Patricia Rodas, Presidenta del Partido Liberal al que pertenece Zelaya, llegó al éxtasis cantando con Chávez y Rosario Murillo, la esposa de Ortega, el tradicional “El pueblo unido jamás será vencido”.

“DECIDIDO PROMOTOR
DEL PODER CIUDADANO”

Rosario Murillo, maestra de ceremonias de la celebración, anunció a Zelaya con estas palabras: “El pueblo hermano de Honduras, representado por su Presidente, otro decidido promotor del Poder Ciudadano y gran amigo de la unidad de nuestros pueblos, gran defensor de la hermandad”.

En sus palabras de saludo a la enfervorizada multitud sandinista, Zelaya fue breve. El centro de sus palabras fue éste: “Estoy aquí para saludar en forma vehemente la unidad de Centroamérica, las ideas libertarias de Morazán y los ideales del panamericanismo de Simón Bolívar. Considero importante que Centroamérica mantenga los principios de la unidad, como único método de enfrentar a los que quieren sembrar el odio, la destrucción y la división de nuestros pueblos; de los que nos quieren mantener con hambre, con ignorancia y aislados. Felicito al Presidente Daniel Ortega Saavedra porque nos ha dicho que borremos las fronteras, que abramos espacios de participación”.

CHÁVEZ-CARDENAL RODRÍGUEZ: CRUCE DE DURAS CRÍTICAS

La visita a Managua de Zelaya fue muy criticada por los sectores de extrema derecha hondureños y por la embajada de Estados Unidos. Y coincidió con las declaraciones del Cardenal hondureño Oscar Rodríguez Maradiaga a un diario salvadoreño. El Cardenal calificó a Chávez de “dictador” y de “creerse un dios”, conduciendo a Venezuela a una “dictadura”. La respuesta de Chávez no se hizo esperar. El 24 de julio lanzó sus baterías acusando a Rodríguez de “payaso” y de “loro del imperialismo vestido de cardenal”.

Los sectores de poder hondureños pusieron el grito al cielo. El Congreso sesionó debatiendo el insulto durante casi tres horas. Cada diputado que tomaba la palabra añadía una cualidad y un mérito al liderazgo incuestionable del Cardenal hondureño, orgullo de Honduras, de Centroamérica, de América Latina y de todo el mundo católico.

La ofensa de Chávez hacia tan señera figura no podía quedar sin respuesta oficial. Y el Congreso solicitó formalmente al Presidente Zelaya que exigiera una disculpa al Presidente venezolano. Como buen domador de bestias, Zelaya se las supo jugar ante la petición de los diputados. No podía quedar mal con ellos, tampoco con Chávez y menos todavía con un Cardenal que en los ambientes políticos hondureños resulta referencia imprescindible para políticos y funcionarios públicos.

DISCULPAS DE CHÁVEZ
Y ÉXITO DE ZELAYA

Nadie en el territorio nacional
-funcionario, empresario, eclesiástico, religioso o ateo- podría atreverse a criticar al Cardenal Rodríguez Maradiaga en público sin dedicarse de inmediato a cavar la tumba de su propio desprestigio. Mel Zelaya se jacta, además, de haber sido alumno del purpurado en el colegio salesiano San Miguel, en la capital de la República, y de haber heredado de él los valores cristianos y éticos que hoy le sirven de garantía para gobernar Honduras.

Zelaya se comprometió con los diputados, con la nación y con el Cardenal a hablar personalmente con el Presidente venezolano en las 48 horas que siguieron a la petición del Congreso. “Le diré que el Cardenal es un hombre de Dios y que todos los hondureños coincidimos en que tiene un alto simbolismo para todas las naciones del mundo. Tampoco creo que Chávez sea un dictador”.

La mediación fue eficaz. Chávez dijo que, atendiendo al llamado de Zelaya, estaba dispuesto a pedir excusas. “No me cuesta nada -dijo-, pero ojalá él tenga la sabiduría de reconocer que se ha equivocado cuando ha dicho sin conocimiento de causa que aquí hay una dictadura. Después dicen que yo soy el que irrespeto al Cardenal. Él irrespetó primero”.

En un apurado paréntesis entre las muchas cosas más importantes que en ese momento llevaba entre manos, Chávez expresó públicamente sus disculpas, aunque a medio vapor: “Si el Cardenal se ha sentido ofendido y si tengo que pedirle disculpas, pues le pido disculpas. Pero sus apreciaciones sobre Venezuela y mi gobierno indican que le falta información, y yo le pido que venga a Venezuela, que recorra los pueblos y pregunte para que conozca lo que piensa la gente”. Así, Chávez rectificó, el Cardenal aceptó sus disculpas y Zelaya quedó bien con todos.

TRAS UNA BRUTAL
ORDEN DE REPRESIÓN

El político de izquierda Matías Funes describe a Zelaya con una metáfora formidable: “Zelaya no tiene ideología, lo que tiene en la cabeza es una patastera ideológica”. Una patastera es ese enredo vegetal en el que se desarrollan algunas plantas. En la patastera uno no sabe dónde empieza una rama, dónde termina la otra y hasta dónde va a llegar cada una.

¿Es Zelaya un promotor del “poder ciudadano”, como fue presentado al pueblo nicaragüense? Zelaya llegó a Managua a celebrar después de ordenar una brutal represión contra ciudadanos que ejercían su derecho a reclamar.

Dos días antes de viajar a Managua, Zelaya ordenó reprimir una manifestación organizada por las comunidades
del occidente del país y por la Iglesia diocesana de Santa Rosa y por su obispo, Monseñor Luis Alfonso Santos. Se trató de un violento operativo contra la movilización pacífica de los pobladores, protagonizada por un contingente de policías y de militares, que emplearon recursos desproporcionados: tanquetas, tanques de agua, bombas lacrimógenas, toletes y ametralladoras. Los manifestantes fueron atacados por tierra y por aire. Se manifestaban en demanda de la derogación de la Ley de Minería, que abre anchas castillas a las compañías mineras. Exigían una nueva legislación que respete la soberanía nacional, la protección del medio ambiente y la vida de las comunidades campesinas. El tema minero es hoy central en las luchas de ciudadanos y ciudadanas hondureñas que ejercen su poder reclamando sus derechos.

El Presidente de la República dio directamente la orden de reprimir la manifestación. Los militares arrasaron con los pobladores y con periodistas de radios comunitarias y católicas. Con civiles y con religiosos. Por tierra y por aire. Más de 60 personas fueron capturadas, entre ellas tres sacerdotes, unas 20 personas resultaron heridas. Y el gobierno organizó un formidable cerco informativo para que el resto del país no conociera detalles. Uno de los sacerdotes, el párroco de Macuelizo, Santa Bárbara, Marco Aurelio Lorenzo, fue golpeado sin piedad aún cuando en las tomas de video que se hicieron quedó documentado que estaba hincado y con las manos levantadas al cielo. La orden presidencial fue terminante: no había que dar muestra alguna de que el gobierno permite tomas de carreteras. Dejando atrás un reguero de heridos y centenares de corazones ardidos y enfurecidos, Zelaya voló a Managua.

LA MASACRE DE 1975
ESTÁ EN SU HISTORIA

¿Represión contra sacerdotes? En este terreno, el Presidente de la República está cruzado por la propia historia. De familia católica de pura cepa, una de sus haciendas fue testigo mudo de una masacre donde diez campesinos, dos mujeres y dos sacerdotes perdieron la vida en junio de 1975. Mel Zelaya pasaba de los veinte años cuando estas catorce personas fueron asesinadas y dinamitadas dentro de un pozo malacate de la hacienda.

Su padre, don Manuel Zelaya, era dirigente de la asociación de ganaderos de Olancho. Todas las investigaciones apuntan a que el viejo Zelaya estuvo en la reunión en donde se tomó la decisión de asesinar al sacerdote Ivan Betancourt y a los dirigentes campesinos que, con su marcha contra el hambre, amenazaban la “paz social” y los “valores occidentales”. Alguna gente jura y perjura que algunas de las armas que se dispararon contra las víctimas fueron cargadas personalmente por aquel joven, el hijo predilecto de don Mel.

Mientras el Presidente Zelaya y la Presidenta del Partido Liberal gritaban vivas a todas las revoluciones pasadas, presentes y futuras, junto a Ortega y a Chávez, el obispo de Santa Rosa de Copán, Monseñor Luis Alfonso Santos, denunciaba a la comunidad internacional la acción represiva de su gobierno y exigía, por lo menos, la destitución del Ministro de Seguridad. Anunciaba que continuaría firme en su lucha por la derogación de la Ley de Minería y que se preparaba para demandar la derogación de la Ley Marco de Agua Potable, instrumento orientado a privatizar los servicios del agua potable.

NACIÓ PARA CAUDILLO
DE HACIENDA

En la “patastera ideológica” -confusión y enredo- del Presidente Zelaya cualquier comportamiento cabe. Días antes de su paso por Managua y de dar la orden represiva, estuvo en Washington buscando con angustia una cita con el Presidente Bush. Tuvo que conformarse con un apurado encuentro con Condolezza Rice y con un puñado de empresarios, a quienes buscó convencer para que invirtieran en Honduras, un país “seguro”, atribuyendo la manifiesta inseguridad en la que hoy vivimos a periodistas con telarañas mentales que malintencionadamente buscan desprestigiar su administración pública...

¿De dónde viene esta “patastera”? Zelaya tiene su ombligo enterrado en Olancho, en los inmensos valles de Lepaguare y Catacamas, en donde nació arrullado por relinchos de caballos y bramido de vacas. Su familia es ganadera y terrateniente de pura sangre, de una estirpe que la vincula directamente con los primeros colonizadores. Se formó en torno a padres y a abuelos acostumbrados a apadrinar a todos los hijos e hijas de sus peones y creció como niño bonito al abrigo de las atenciones de una servidumbre obediente. Nació para caudillo y para cuidar haciendas, domar caballos, contar vacas y dar órdenes a rienda suelta. A sus padres les interesó especialmente cultivar su vocación para la hacienda y por eso no les importó que no lograra pasar las materias del primer año de ingeniería civil, aunque con mucha pompa sus más allegados aduladores no dudan en llamarlo hoy “ingeniero”.

PATRICIA RODAS:
PARA ENTENDER A ZELAYA

No se puede explicar la “patastera ideológica” del Presidente Zelaya sin su compañera de partido, Patricia Rodas, quien cantó entusiasmada a la izquierda de Chávez, más entusiasta aún que Rosario Murillo, a quien le tocó estar a la derecha del Presidente venezolano. Rodas echa por tierra la fórmula patriarcal de que detrás de un gran hombre siempre hay una gran mujer. En este caso, detrás de quien dice ser un “gran hombre” hay por delante una mujer.

Quienes conocen a Patricia Rodas no dudan en decir que muchas de las palabras, e incluso de los gestos, del Presidente de la República, son copiados de los de esta mujer que parece muy joven cerca ya de sus cincuenta años. Patricia Rodas es la hija menor de Modesto Rodas, el mayor caudillo que ha tenido el Partido Liberal en sus más de cien años de historia. Patricia se siente la legítima heredera del pensamiento y el carisma de su padre, quien luchó hasta con los pinos de las montañas hondureñas para conquistar la Presidencia, aunque siempre infructuosamente.

De los pinos se agarró Modesto Rodas Alvarado, el gran caudillo liberal, para decir en su campaña política de 1963, que no alcanzarían los pinares catrachos para colgar en ellos a sus adversarios “cachurecos”. Un golpe de Estado en octubre de 1963 dio al traste con el seguro triunfo de aquel hombre de amplio bigote y sombrero ganadero. Patricia Rodas todavía se recuerda niña, tomada de la mano de su padre, cuando huían hacia Managua y luego a San José, perseguidos por los militares que, envueltos en su propia “patastera ideológica”, perseguían en aquellos años con el mismo furor tanto a los de estirpe liberal como a los comunistas bolcheviques.

RODAS-ZELAYA:
UN ENCUENTRO CRUCIAL

Después de dar mil y un rodeos en su vida personal, política e ideológica, Patricia Rodas encontró por fin el camino. Su amor por su padre y su admiración infantil por el sombrero, el caballo y la mano firme del ganadero salvaron a la hija menor del llamado “León del liberalismo” de las garras ideológicas de la izquierda, en donde se movió durante años.

Después, la altura y prestancia de Mel Zelaya, con su sombrero ranchero y su amplio bigote la sedujeron. En trueque, ella le enseñó a Zelaya muchas de las habilidades de la izquierda y así ambos quedaron atrapados en una enredadera ideológica en donde tienen cabida las costumbres de la hacienda, la atracción por el poder del Pentágono, la admiración por Hugo Chávez, el canibalismo político, la revolución latinoamericana, el clientelismo, el nepotismo y el chamberismo. Y por supuesto, la Plaza revolucionaria y multicolor de Rosario Murillo.

LA HIJA DEL “LEÓN”
SIEMPRE HA TENIDO DUDAS

Patricia Rodas entonó emocionada los cantos de la revolución en Managua, la misma ciudad en donde muchas veces cantó el himno del Frente Sandinista a comienzos de los años 80, cuando la memoria de su padre, muerto justamente el año de la revolución sandinista, la orillaba a unirse a su madre, Margarita Baca, de ombligo nicaragüense, y a vincular su tradición liberal con la lucha sandinista. Su padre permaneció en el exilio en tiempos del dictador Carías y fue Nicaragua quien le abrió las puertas. Allí Rodas conoció a Margarita.

Luego vino el retorno al país y el firme propósito de alcanzar la Presidencia. El golpe de Estado de Oswaldo López Arellano le truncó de nuevo el camino a Rodas. Patricia lo recuerda con nostalgia y también con rabia. Patricia cruzó los años 60 y 70 en sus estudios de primaria y secundaria. A finales de los años 70 los militares anunciaron el retorno a la democracia. Para los liberales sobrevivientes del cruento golpe de Estado de comienzos de los 60 las cosas estaban claras: Modesto Rodas era el único candidato a la Presidencia de la República. Sería el primer Presidente del nuevo orden constitucional. Y aunque había otros pretendientes, el favor estaba de parte del “León del liberalismo”.

Un infarto demoledor canceló su apuesta. Y su lugar lo ocupó el “brujo” de la paz, Roberto Suazo Córdova. Patricia Rodas siempre dudó, con nostalgia y sospechas. ¿Acaso no tiene derecho a sospechar la hija menor del caudillo liberal de una posible mano criminal en la muerte de su padre?

UNA IZQUIERDISTA
CONTRA DOS IMPOSTORES

Sus dudas la pudieron llevar, por qué no, a otras rabias guardadas por largas décadas. Cuando el Presidente de Honduras era Ramón Villena Morales, el Presidente del Congreso era su padre, Modesto Rodas y el Ministro de Trabajo, Oscar A. Flores. Se entrecruzan los recuerdos y las rabias. Oscar A. Flores fue cómplice del golpista militar López Arellano. Un quintacolumnista. Cuando Roberto Suazo Córdova fue elegido Presidente en 1981, nombró como Ministro de la Presidencia -su brazo derecho y de derecha- a Carlos Flores Facussé, el predilecto hijo de Oscar A. Flores. Para Patricia Rodas, todos eran unos impostores: un Presidente que ocupaba el lugar que debía haber ocupado su padre y un Ministro de la Presidencia que ocupaba la silla que debía estar ocupando al menos alguien de la estirpe directa de Modesto Rodas.

Todo esto ocurría cuando Patricia incursionaba en las aulas de la agitada Universidad Nacional Autónoma de Honduras, comprometida entonces con las luchas sandinistas y centroamericanas. Patricia canalizó sus rabias enrolándose en las filas de aquellas izquierdas. Y con esa convicción izquierdista cantaba con ardor en la Plaza de la Revolución de Managua a comienzos de los años 80. Estaba convencida de que había que reivindicar la memoria de su padre atacando sin piedad a los impostores que ocupaban las sillas mayores en el gobierno hondureño.

CUANDO LA IZQUIERDA
APOSTÓ POR EL “MAL MENOR”

Con estas convicciones de izquierda y en el ambiente sandinista de los años 80 Patricia Rodas cruzó el umbral de los 80 a los 90. Al regresar a Honduras, se encontró con sus amigos de universidad. Casi todos seguían apegados al arsenal político y simbólico de sus pasados izquierdistas. Alguno de ellos tenía entre sus “trofeos de guerra” el haber pasado por una de las macabras cárceles clandestinas que funcionaron en Honduras en la era del embajador estadounidense John Dimitri Negroponte, del brujo paceño Suazo Córdova -el “perpetuo Rosucón”- y de su fiel ministro, Carlos Flores Facussé, quien 25 años después, siendo Canciller del Presidente Mel Zelaya, brindaría con el vino nuevo de la mesa neoliberal con el mismo Negroponte, hoy diseñador de la seguridad mundial.

Patricia Rodas siguió cercana a sus amigos de izquierda hasta que en 1993 hizo su aparición Carlos Roberto Reina, maestro de Derecho en la universidad y tigre rayado del ala progresista liberal. Reina les propuso a aquellos izquierdistas que lo acompañaran en su campaña electoral. Y Reina ganó las elecciones con el apoyo de aquel grupo. Ante el peligro de que ganara el derechista y cachureco Oswaldo Ramos Soto, enemigo jurado en las luchas estudiantiles de finales de los 70 y comienzos de los 80, prevaleció la consigna del “mal menor”.

“LOS PRINCIPIANTES”

Con Reina comenzó una nueva historia. Había que tomarse el Partido Liberal para hacer los cambios que no se lograron hacer desde la izquierda. Ésa fue la consigna en 1997. Y para lograr eso había que ser pragmático: si en esa ocasión había que apoyar a Carlos Flores Facussé para Presidente, pues había que hacerlo. Todo en función de la consigna de ganar espacios dentro del partido hasta terminar apropiándose de él.

Es en esta administración cuando se afianza la relación con Mel Zelaya, quien con su sombrero de bonachón y su olor a hacienda fresca representaba una tentación. Comenzó el siglo 21 y Patricia Rodas y su grupo siguieron adelante, con Zelaya a la cabeza. El gobierno de Ricardo Maduro les sirvió de ocasión para ganar espacios en la opinión pública y para acumular ventajas al interior del partido. En este período de Maduro es cuando el propio Flores Facussé -virtual propietario del Partido Liberal- califica a Patricia y a su grupo como el de los “principiantes”.

“LOS PATRICIOS”:
CADA VEZ MENOS CONTROL

En la campaña electoral de 2005 todo apuntaba a un triunfo del Partido Nacional y los rumores iban y venían, todos con un solo contenido: Flores Facussé le estaba apostando a la pérdida de Mel Zelaya porque no quería a los principiantes” ni en pintura. Cuentan las malas lenguas que unos días antes de las elecciones de noviembre de 2005, Flores habría reunido a su gente, entre ellos al grupo de Patricia, y les habría dicho que si Mel perdía las elecciones, el Partido pediría cuentas a los responsables de la debacle. Cuentos o lo que sea, lo cierto es que Flores Facussé nunca aceptó al grupo de Patricia Rodas como de los suyos. Pero por razones de la política criolla hondureña, al final de aquella contienda electoral, Flores le dio el espaldarazo a Mel Zelaya, obviamente a cambio de mantener su influencia en las decisiones del Estado a través de asegurar la Vicepresidencia del Congreso Nacional para su consentida hija, Lizzy Flores Flakes.

Los cálculos erráticos de Pepe Lobo -candidato nacionalista, perdedor frente a Zelaya-, con su campaña de mano dura y pena de muerte, acabó dándole a Mel Zelaya un triunfo pírrico. Poco a poco, los “principiantes” asumieron las riendas del gobierno, manejado como hacienda por Zelaya. El grupo de Patricia adquirió carta de ciudadanía política con el nombre de “Los Patricios”.

Hoy, a año y medio de administración pública, el gobierno de Mel Zelaya ha dejado en el camino a unos treinta altos funcionarios públicos y ha logrado que cada corriente interna de los liberales utilice los espacios del Estado para fortalecer sus cuotas de poder hasta llegar finalmente a sólo dos grandes corrientes: la del grupo de Carlos Flores Facussé -quien ha logrado juntar a todas las viejas y nuevas glorias del Partido Liberal en torno a la candidatura del actual Presidente del Congreso Nacional, Roberto Michelitti- y la del grupo de “Los Patricios”, muy pegado al Presidente, que tiene control sobre el presupuesto del Estado, pero no controla las principales decisiones del país.

Mel Zelaya controla la hacienda olanchana en que se ha convertido la Casa de Gobierno, pero no controla a quienes de verdad gobiernan al gobierno. Es decir, a los propietarios de los dos partidos tradicionales: la embajada americana, los dueños de los grandes medios de comunicación, los banqueros, los empresarios de la maquila, los grandes comerciantes y los barones del crimen organizado. El grupo de “Los Patricios” se ha quedado encerrado con su Presidente en la Casa de Gobierno.

ZELAYA Y “LOS PATRICIOS”
ESTÁN MUY SOLOS

La “patastera ideológica” del Presidente Zelaya tiene un sustento político. Plenamente consciente de que su poder se limita a la Casa de Gobierno y ante el peligro de lo que el Canciller de la República llama “poderes económicos que desde cuartos oscuros ubicados en los últimos pisos de edificios de la capital y de San Pedro Sula atentan contra nosotros”, la euforia y las consignas en Managua le dan al menos brillo. Y algo más que brillo. Mel Zelaya y sus “patricios” se acercan a Hugo Chávez buscando apoyo político externo para recuperar el poder que han perdido internamente. Zelaya se ha quedado solo y sólo los “patricios” lo rodean. Necesitan desesperadamente de otras fuerzas, sobre todo si se quieren prolongar en el poder más allá del actual período. Daniel Ortega y Hugo Chávez les brindan la tribuna internacional. La soledad del Presidente Zelaya es de conocimiento público, tanto que los dirigentes de los partidos Liberal y Nacional afirman que lo políticamente más fácil sería derrocar al gobierno.

Los “patricios” empujan también a Zelaya hacia Chávez porque necesitan un acuerdo petrolero para salir al paso de la frustrada licitación de los combustibles que, tras más de un año de negociaciones, ha sido un fracaso total.

Acercarse a Chávez es la nueva carta que podrían estar jugandolos “patricios”. Para ganar en este juego, sacan de sus historias contrariadas las enmohecidas cartas de izquierda que conocieron y usaron hace años y se lanzan ahora al vacío sin tener seguros paracaídas políticos. Hugo Chávez necesita espacios en Centroamérica, pero nadie puede asegurar que lo quiera conseguir en los “patricios”. Y en Honduras, el bloque de los liberales con poder abandonará a su suerte a quienes nunca perdonarán haber andado coqueteando con la izquierda. La embajada de Estados Unidos afianzará sus recelos y apoyará a cualquier grupo que contribuya a debilitar el bando de los “patricios”. Es inevitable: Mel Zelaya y sus “patricios”, ahora con sus brazos extendidos hacia Hugo Chávez y Daniel Ortega, parecen tener los días contados en la política hondureña.

REGRESA A MANAGUA
MONTADO EN “CAFÉ”

¿Se dará cuenta de todo esto Zelaya? ¿Se lo permite su “patastera” ideológica? Zelaya regresó a Managua dos semanas después de la celebración revolucionaria de cantos, colores y fuegos artificiales, a desfilar por las calles de la capital nica durante el tradicional desfile hípico de las fiestas de Santo Domingo, montado airoso en su costosísimo caballo “Café”. Esta vez no lo acompañaba Patricia Rodas, sino su esposa, Miss Honduras, su canciller y otros altos funcionarios. Todo vale en la enredadera ideológica del Presidente. Sólo las urgencias del poder que se le va de las manos permiten entender un poco lo que piensa actualmente Mel Zelaya.

CORRESPONSAL DE ENVÍO EN HONDURAS.

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