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Universidad Centroamericana - UCA  
  Número 305 | Agosto 2007

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Nicaragua

Posoltega, a los nueve años de aquella tragedia

Mucho cambió en Posoltega después del paso del Mitch: un boom de viviendas, electricidad, agua potable… Poco han cambiado los esquemas mentales y la cultura tradicional. ¿Podrán cambiar con un PEB (Producto Externo Bruto) tan alto? ¿Podrán transformarse con tanta gente afectada por el SEDA (Síndrome de Extrema Dependencia Adquirida)?

José Luis Rocha

Posoltega, el “poblado cerca de la tierra que arde”, ardió durante el huracán Mitch con un deslave del volcán Casita, gigantesco borbollón de lodo, azufre y arena candentes, que sepultó a más de 2 mil 500 posolteganos de las comunidades Rolando Rodríguez y El Porvenir. Felícitas Zeledón, entonces alcaldesa del municipio, clamó por una ayuda que criminalmente le negó Arnoldo Alemán en un momento en que muchas víctimas del deslave pudieron haber sido rescatadas.

Aunque atravesado por la cadena volcánica del Chonco, San Cristóbal, Casita, Telica y Santa Clara, Posoltega era un municipio conocido por muy pocos hasta que en octubre de 1998 la catástrofe imantó la solidaridad nacional e internacional hacia sus apesadumbrados habitantes. Hoy en día una vistosa placa en memoria de las víctimas del Mitch introduce a la ciudad. La visita de Bill Clinton, a pocos meses del huracán, fue una inesperada concesión a uno de los municipios nicaragüenses más sumidos en el anonimato. Corre aquí en Posoltega una leyenda que cuando el mandatario de la gran potencia invitó a un niño a que le pidiera un deseo, el pequeño dijo que quería que le trajeran a su familia de regreso, conmoviendo a Clinton hasta las lágrimas.¬

NO MÁS POBLADA
¿Y CUÁNTO MENOS POBRE?

Los desastres naturales rediseñan la geografía, trastocan la demografía, sacuden los ordenamientos sociales y moldean algunos aspectos de la cultura. Muchos cambios ocurrieron en Posoltega tras el Mitch. Tras un novenario de años después de aquella tragedia de tantos muertos, pasaremos revista a algunos cambios, empezando por los que destacan al contrastar los censos nacionales de 1995 y 2005.

En 1995 se calculaba una población de 15,331 habitantes en todo el municipio: 4,189 en el casco urbano y 11,142 en zonas rurales. Siendo la extensión de Posoltega de 124 kilómetros cuadrados, esto suponía una densidad de 123.6 habitantes por kilómetro cuadrado, muy superior a los 35 que promediaba todo el país e incluso a los 114 de Estelí, los 65 de Quezalguaque, los 54 de El Viejo, los 38 de Achuapa y Villanueva, los 30 de Puerto Morazán y los 22 de Somotillo, pero considerablemente inferior a los 167 de su vecina Chichigalpa o a los 236 de San Marcos y los 542 de Nandasmo, por citar algunos municipios más lejanos que no son cabeceras departamentales. Hoy, la densidad poblacional de Posoltega no ha variado mucho. Ahora es de 124 habitantes por kilómetro cuadrado. En una década su población apenas pasó de 15,331 a 16,771 habitantes, un aumento del 0.9% anual. En su conjunto, el departamento de Chinandega -donde está ubicada Posoltega- aumentó menos: apenas 0.8% anual. Y Corinto -uno de los municipios más renombrados por tener el puerto más importante del país- disminuyó su población en 553 habitantes, una variación que no sabemos si cabe atribuir a la elasticidad de los límites municipales -que se expanden al recaudar y se contraen al prestar servicios-, o bien a la exportación de nicaragüenses, que ha tenido su efecto y seguirá teniendo un impacto demográfico que el gobierno neciamente se resiste a reconocer.

En 1998 Posoltega era pobre, como lamentablemente lo es todo el país. Pero no se contaba entre los municipios más pobres. La pobreza afectaba a casi el 50% de sus habitantes, mientras en sus vecinos Achuapa y Puerto Morazán azotaba al 83% y al 63%. En 22 (15%) de los municipios de Nicaragua afectaba a más del 80% de la población: Somoto, San Juan de Limay, Totogalpa, Ciudad Darío y Tola. En San Juan del Norte y San Lucas la afectación era casi del 90% y era aún mayor en Santa María de Pantasma (más del 91%) y Río Blanco (96%).

¿Qué pasó después de la catástrofe? ¿Qué dejó la catarata de promesas que la potencia del norte, gobiernos europeos, organismos multilaterales y agencias de cooperación vertieron sobre Posoltega? ¿Hay mejoras? ¿En qué áreas?

UN BOOM DE NUEVAS VIVIENDAS
SIN PRECEDENTE EN LA HISTORIA DEL PAÍS

Hay muchos cambios físicos que saltan a la vista a medida que el viajero desciende los tres kilómetros que empalman con la principal arteria de occidente y el casco urbano. Destacan -nuevos y flamantes- el Instituto Rubén Darío y un magnífico Centro de Salud. Y muchas casas con muros, tejados y embaldosados recientes . La vivienda ha sido el blanco de muchas mejoras en un municipio que no se contaba entre los más pobres del país, pero que mostraba, en ese aspecto, un considerable rezago en relación al departamento de Chinandega.

Una comparación de los dos últimos censos nacionales proporciona interesantes revelaciones. Entre el censo de 1995 -tres años antes del Mitch- y el de 2005 -siete años después del Mitch- las 2,744 viviendas posolteganas se convirtieron en 3,961 y ganaron categoría: materiales más resistentes y vistosos y acceso a servicios básicos. En diez años las viviendas de Posoltega aumentaron un 44%, mientras en todo el departamento de Chinandega sólo en 26.6%. Las viviendas con categoría de “casa” -paredes de bloque o cemento, techos de zinc, piso embaldosado, tuberías y energía eléctrica- aumentaron en niveles tales que dejan muy atrás a los incrementos departamentales.

En 1995, la energía eléctrica sólo llegaba al 36.6% de las viviendas de Posoltega y al 62% de las viviendas de Chinandega. En 2005, la energía había subido a casi el 84% de las casas de Posoltega, dejando atrás al casi 77% de cobertura departamental. En ese lapso, las viviendas en la categoría de choza -las hechas a base de ripios, caña, palma, paja, madera y piso de tierra- descendieron con una celeridad de urbanización desenfrenada en Posoltega. Los pisos de tierra se redujeron en casi 32%, quedando muy por debajo del promedio departamental.

Todas estas cifras invitan a presumir que el boom del aggiornamento habitacional en Posoltega no tiene precedentes en la historia de Nicaragua ni paralelo en otros municipios. Sin embargo, Posoltega sigue siendo un municipio predominantemente rural, aun cuando su población urbana haya pasado de 27% a 34% en 10 años. Y sin embargo, la vivienda posoltegana tiene una arquitectura y un acceso a servicios con estándares urbanos muy superiores a los que promedian Chinandega y Nicaragua.

Las mejoras han situado a Posoltega muy lejos de los estándares de departamentos como Nueva Segovia, cuyos municipios promedian un 75.6% de viviendas de adobe o taquezal, mientras en Posoltega sólo el 0.3% de las viviendas son ya de ese material. En su vecina Achuapa, apenas el 23.5% de las viviendas se alumbraban con energía eléctrica. Puesto que en ese rubro el promedio nacional es de 68.4%, Posoltega, con un 83.7% puede considerarse privilegiado.



La explicación de esta revolución habitacional está en la extremadamente generosa inversión que la cooperación externa concedió tras el Mitch, apresurando una transformación que, en un escenario optimista, podría haber tomado varias décadas. De acuerdo a una estimación de la CEPAL, el Mitch destruyó en Nicaragua más de 40 mil viviendas, dejando sin casa a 150 mil nicaragüenses.

En Posoltega, el Mitch destruyó 1 mil 500 viviendas, según los cálculos de la Alcaldía. ASODEL -Asociación para la Supervivencia y el Desarrollo Local- registró 667 familias y 2 mil 783 personas refugiadas en 1999. La compensación que recibió el municipio excedió el volumen de los daños. Comunidades enteras -con muchos, pocos o ningún damnificado- fueron beneficiadas con proyectos de viviendas. Ahora Nueva España, La Virgen, Betania, Linda Vista, El Tanque y Santa María -entre otras comunidades- semejan enclaves urbanos en un paisaje rural. Parecen barrios de Managua rodeados de cañaverales y parcelas de maní, frijoles y maíz. Solamente las viviendas de El Tanque y Santa María -casas enteramente nuevas- representan más del 13% del total de la infraestructura habitacional del municipio.

Cada comunidad tuvo su padrino: el gobierno alemán, el austríaco, la Unión Europea, la Cruz Roja Española, Médico Internacional… Cada comunidad tiene una escuela y centro de salud nuevos, amén de varios templos. Los proyectos de agua de CARE están presentes en muchas aldeas, e incluyen pozo, bomba y tuberías hasta las viviendas. La alcaldía, con fondos de ayuntamientos españoles, de la Unión Europea y de las transferencias del nivel central, ha financiado un tendido de postes y cables eléctricos que allanó el camino a la transnacional de distribución de energía eléctrica Unión Fenosa, cuya pereza para incursionar en nuevos territorios -incluso apenas un metro lineal más allá del último poste- es ya proverbial.

UN MINI-CENSO REVELADOR

Posoltega necesitaba esta ayuda. Con o sin Mitch. Y aún necesita más ayuda. Si el Mitch no hubiera puesto a Posoltega en el mapa de las prioridades de la cooperación externa, otros municipios le hubieran tomado la delantera en casi todos los rubros en los que actualmente Posoltega es puntera. Repentinamente Posoltega se mudó emocionalmente al África en la estructura psicológica de las agencias europeas, y éstas volcaron allí sus ollas de oro. Después de todo, como sostiene el sociólogo Adolfo Hurtado, Nicaragua es económicamente un país africano que por un lapsus divino apareció en América.

El Mitch sólo vino a poner en evidencia la africanidad nicaragüense. La ayuda que sucedió al Mitch muestra cómo, cuándo y cuánto reacciona la cooperación externa. El impacto mediático de un desastre activa un giro, porque la recaudación de fondos se torna mayor, menos condicionada y más asistencial. Desafortunadamente, esa ayuda también activa una ola de dependencia de prolongada resonancia. Actualmente, muy pocas viviendas de El Tanque y Santa María -donde reside la mayoría de los sobrevivientes de la Rolando Rodríguez y El Porvenir- han hecho alguna mejora a la casa que les financió la cooperación externa. Respectivamente, apenas el 35% y el 45% añadieron más cuartos, 13% y 12% mejoraron el piso, y sólo el 7% y el 5% mejoraron o ampliaron el techo.

En cambio, en su vecina Los Zanjones, donde residen muy pocos damnificados y donde la cooperación externa no ayudó tan generosamente, el 75% de las viviendas registran cuartos adicionales, y el 36% y el 16% fueron objeto de inversiones en el piso y el techo, según un censo que Envío levantó con ayuda de los brigadistas de la Defensa Civil de Posoltega y el apoyo financiero de COSUDE en 546 viviendas de El Tanque, Santa María y Los Zanjones, el 14% de las viviendas del municipio. Y esas mejoras, a pesar de que, proporcionalmente, en El Tanque y Santa María hay más familias que reciben remesas: 11% y 8%, respectivamente, contra 4.6% en Los Zanjones.

EN POSOLTEGA COMO EN NICARAGUA
EL PEB PREDOMINA SOBRE EL PIB

Las transformaciones son perceptibles en la administración municipal. En el casco urbano se aprecia que las calles adoquinadas se han multiplicado y se aprecian otras inversiones. Quizás más que ninguna otra, la alcaldía de Posoltega contribuyó a marcar el punto de arranque de la hora del municipalismo, un protagonismo de los gobiernos locales que hizo de la descentralización algo más que mera cháchara tecnócrata para complacer a la cooperación externa.

Las oficinas municipales disponen de algunos locales nuevos dotados de aparatos de aire acondicionado y las computadoras se han convertido en instrumentos indispensables del catastro, planificación, administración y cargos de dirección. La tecnología, sin embargo, no atrofia un estilo campechano en el trato. “Ahorita te atiendo. Podés llegar cuando me termine este jocote”, me dijo María Estela Santos, quien fue la coordinadora del Proyecto DECOPANN en Posoltega.

DECOPANN -Desarrollo de la Costa Pacífico Norte de Nicaragua- fue un proyecto financiado por la Unión Europea en nueve municipios del noroeste del país: Posoltega, Nagarote, La Paz Centro, León, Quezalguaque, Chichigalpa, El Viejo, Chinandega y Puerto Morazán. Sólo en Posoltega significó una inversión de más de 10 millones de córdobas. Con una suma de esfuerzos de la cooperación externa, las transferencias del presupuesto nacional y la recaudación municipal, en 2001-2004 se ejecutó una inversión directa en las comunidades de 11 millones 397 mil 662 córdobas. Cifra gruesa. Pero, en dimensiones individuales y cotidianas, significa una inversión de 14 córdobas mensuales por cada posoltegano: menos de dos chelines al día. Esa inversión estaría al alcance de los posolteganos, sin necesidad de recurrir a la cooperación externa. Un ejercicio ascético centrado en abstenerse de la cocacola nuestra de cada día podría generar 12 veces esa inversión.

En 2001-2004, sólo el 10.76% de los ingresos provino de las recaudaciones locales. Sin ayuda externa, la alcaldía apenas hubiera realizado el 18% de las inversiones y el 12% del total de gastos. Si la alcaldía dependiera exclusivamente de sus ingresos, hubiera cubierto apenas el 28% de los gastos operativos. La recaudación municipal representó apenas 30 córdobas per cápita al año. Hay empresas de peso en el municipio: maniceras, cañeras e incluso haciendas cafetaleras que están en capacidad de aportar más ingresos.

El PIB de Posoltega podría ser más visible en la inversión municipal en bienes públicos y privados. Pero son más patentes las realizaciones del PEB, el Producto Externo Bruto: la suma de las remesas de los emigrantes y de las donaciones externas. El Instituto y el Centro de Salud, las nuevas oficinas municipales, las calles, el rastro, las nuevas viviendas y otras muchas obras han sido posibles merced a un contundente flujo financiero de la cooperación externa. La española AECI, CARE, el programa Protierra del Banco Mundial y las donaciones externas canalizadas a través del estatal INIFOM han significado un apoyo directo a las inversiones de la alcaldía.

De acuerdo al Ministerio de Hacienda y Crédito Público, en 1999-2003 las donaciones y préstamos externos a Nicaragua alcanzaron los 2,799 millones de dólares. Un cálculo muy burdo nos daría por resultado que a cada nicaragüense le correspondieron 109 dólares anuales. Sólo la inversión en viviendas en Posoltega -bajo el supuesto de que el costo promedio de cada vivienda fue de 10 mil dólares- significó una inversión per cápita de 2,364 dólares. Si ese costo lo distribuimos en un quinquenio, tenemos una inversión per cápita anual de 473 dólares. Es evidente: más de la mitad del PIB estuvo compuesto de PEB. Posoltega ha sido un mimado de la cooperación internacional en Nicaragua.

Un barrido catastral -aún en proceso- está levantando las recaudaciones y mejorando la posición del municipio para acceder a las transferencias del presupuesto nacional. Sentar las bases de mayores ingresos municipales es una inversión estratégica. La recaudación del Impuesto sobre Bienes Inmuebles (IBI), que en el año 2000 fue de 368 mil 648.65 córdobas, en 2007 ya supera los 680 mil córdobas. En los últimos cuatro años se han dado saltos gigantescos en la generación local de ingresos municipales. Esa recaudación tiene un efecto multiplicador: las transferencias del presupuesto estatal se entregan contra un desempeño que toma como uno de sus indicadores principales la recaudación del IBI. La inversión en el barrido catastral fue una inversión de largo plazo. Pero aún falta mucho camino por recorrer para que la dependencia del PEB se trueque en generación basada en el PIB.

UNA MUNICIPALIDAD QUE HACE MUCHO CON POCO

Sin embargo, aun con sus escuálidas dotaciones externa e internas, en 2001-2004 la alcaldía consiguió financiar electrificación, construcción de letrinas, viviendas, canchas, andenes, escuelas, albergues, biblioteca municipal, calles embalastradas y adoquinadas, cementerio, muros y rampas de protección, agricultura orgánica, mantenimiento y ampliación de iglesias, escuelas y centros de salud, compra de terrenos para el hospital y el basurero municipal, perforación de pozos e instalación de agua potable.

¿Cómo se alcanzaron estos resultados con una inversión de apenas dos chelines por habitante al día? Debido a la fórmula mágica que ha hecho de Costa Rica el país con mejor desempeño económico de Centroamérica: buena administración, que en este caso se desglosa en disminución relativa del costo de la burocracia y estabilidad de la misma. En primer lugar, se revirtió el uso de los fondos: en 2001 el 63.32% de los ingresos fueron consumidos por los gastos operativos. En 2004, cerca del 60% de los ingresos fueron destinados a la inversión directa. En segundo lugar, el equipo técnico se ha mantenido. En 1990 ganó la UNO y gobernó siete años, pero desde 1997 -los últimos diez años- gobiernan alcaldes del FSLN que -subordinados a la disciplina partidaria, pero independientes de su falta de moral- parecen no querer emular a sus líderes nacionales.

¿POSOLTEGA, ¿LISTA PARA OTRO DESASTRE?

La expansión de las inversiones municipales abarca -con moderado brío- el área de la prevención de desastres. La alcaldía creó la oficina de Defensa Civil, responsable de la gestión de riesgos en Posoltega, una sección de servicios municipales que no depende formalmente del órgano homólogo del gobierno central inserto en el ejército, aunque coordine acciones con esa entidad. Su financiamiento proviene de la alcaldía. Pero ésta compromete únicamente la inversión en el salario del responsable y el mantenimiento de su motocicleta y aparato de radio. Muchos factores conspiran contra la posibilidad de arrancar una tajada más grande para la gestión de riesgos. En parte, es un área considerada extraordinaria: no es usual que una alcaldía se ocupe de los desastres naturales. Para eso está la Defensa Civil y ahora la SE-SINAPRED. Bastante tiene la alcaldía con el catastro, el registro de fierros, el mantenimiento de las calles y caminos, el cementerio, el rastro, etc. Hay un dique financiero y de cultura administrativa: los desastres no suelen ser competencia de las municipalidades.

Por otro lado, existen nexos entre la inversión local -y también la nacional- en gestión de riesgos y las percepciones de la población sobre lo inmediatamente amenazadores que pueden ser los desastres. Sobre este punto, la recién fallecida antropóloga británica Mary Douglas desarrolló las más brillantes investigaciones. A su juicio, los riesgos y desastres devienen aceptables o combatibles en dependencia de los valores que predominan en cada cultura: Una persistente miopía, la selectividad y las contradicciones toleradas suelen ser señal no tanto de debilidad de percepción cuanto signos de una fuerte intención de proteger determinados valores y las formas institucionales que los acompañan.

La percepción de un evento como riesgoso y de sus efectos como desastrosos depende de los valores de la sociedad. La plaga de ratas en río Coco fue un test sociológico sobre la tolerancia a ciertos desastres de la sociedad nicaragüense. Para muchos organismos y ciudadanos, las ratas que devoraron las cosechas no tenían rango de desastre, sino de plaga con la que los campesinos deben lidiar por su cuenta y riesgo. El mercado sencillamente no se ocupa de esos percances, salvo como factores que producen un incremento de precios, benéfico para los productores que sobrevivan.

La diversidad de parámetros puede ser percibida en las reacciones contrapuestas ante las mismas cifras. El caso de los afectados por haber bebido metanol disfrazado de guarón es muy elocuente. Para unos -la OPS-, los 70 muertos en León por aquel guarón fueron una catástrofe que muestra lo muy vulnerables y poco preparados que estamos para enfrentar este tipo de desastres. Para otros -funcionarios de la SE-SINAPRED-, “apenas 70 muertos” es un síntoma de la rapidez con que operó la policía. La ponderación de los daños y la valoración de la respuesta dependen de parámetros asociados a distintas escalas de valores.

Mary Douglas sostiene que sería necesario que existieran tipologías de procesos sociales estables y el tipo de compromiso moral que los sustenta. Un camino teórico de tales características modificaría las afianzadas ideas de que es posible hacer una separación clara entre hechos y valores. No puede haber un estudio serio de la percepción que no reconozca los intereses sociales que influyen en la atención selectiva. Desafortunadamente, las bases del sistema nacional de atención a desastres se asientan sobre la presunción de que se pueden establecer hechos objetivos y determinar los niveles de alerta y de desastres cuantificando la amenaza y los daños. Ignora así el tejido de valores que moldea el mismo sistema, y que define su actuación al informar la clasificación que lo orienta.

EL DESASTRE MÁS TEMIDO:
EL DESEMPLEO

Los niveles de alerta que establece la Ley 337 no son otra cosa que la puesta en escena de una pseudo-técnica que no se vacuna contra las interferencias políticas y que desprecia las bases culturales de las definiciones de los desastres. Mientras no exista en Nicaragua una discusión sobre los valores vinculados a la interpretación de las cifras y eventos, el sistema nacional de desastres permanecerá inconsciente de -y por ello subordinado a- sus propias raíces culturales.

El sistema nacional de atención a desastres descansa firmemente sobre las capacidades locales y, sin embargo, no ha puesto atención a las percepciones locales que están en la base de -entre otras cosas- la escasa dotación de los sistemas de alerta temprana y la débil capacidad organizativa. Las alcaldías no invierten más en desastres naturales porque no tienen presión para hacerlo, excepto la que provino, durante un tiempo y en forma de asesorías y donativos, de agencias internacionales y ONG nacionales para diseñar los mapas de amenazas y planes de emergencia.

Los estudios de caso y el censo que realizamos en las tres comunidades posolteganas -El Tanque, Santa María y Los Zanjones- arrojan algunas pistas para explicar esta situación de baja inversión local en la preparación para desastres. Un indicador de lo relativamente despreciables que parecen a los posolteganos los peligros asociados al derrumbe del volcán Casita -en relación al cotidiano peligro del hambre- viene dado por el repoblamiento de parcelas agrícolas que hay en sus faldas. Incluso el actual alcalde ha adquirido tierras en “el cerro”. Otro indicador es su jerarquización de los riesgos por grado de peligrosidad.

OTRO DESASTRE PRESENTE:
LA SEQUÍA

En el censo realizado en El Tanque, el 39% de los entrevistados colocó el desempleo como el principal riesgo, apenas cinco puntos porcentuales por debajo de los desastres naturales. En Santa María, el desempleo es más temido que los desastres naturales: 44% vs. 39%. Dentro de los desastres naturales, el primer lugar no lo ocupan las inundaciones ni las erupciones volcánicas, sino la sequía: 42% en El Tanque y 31% en Santa María. La sequía afecta la supervivencia cotidiana, azota con mucha frecuencia y sus efectos los han experimentado muchas veces a lo largo de su vida. Es más temida que cualquier huracán.

Los desastres naturales no están tan presentes en la agenda de los temores cotidianos. Curiosamente, quienes los padecieron se muestran relativamente más desaprensivos. Entre aquellos que se autodefinieron como damnificados por el Mitch, el 34% coloca la sequía como el desastre más temido, contra el 26% entre los no damnificados. En cambio, entre éstos últimos el 36.5% teme más las inundaciones, lo que sólo ocurre entre el 33% de los damnificados.
En la comunidad de Los Zanjones, donde apenas el 57% de los entrevistados se autodefinió como damnificado, el 60% colocó los desastres naturales como el riesgo más amenazador: 16 y 21 puntos porcentuales por encima de El Tanque y Santa María, donde el 92% y el 81% se definen como damnificados.

PRINCIPIOS INALTERABLES:
“YA NOS PASÓ”... “SÓLO DIOS SABE”

Para producir estas respuestas aparentemente absurdas, operan aquí varios principios culturales que aparecieron continuamente durante entrevistas extensas a quienes han rehabilitado sus parcelas y están cultivando frijoles en las faldas del volcán Casita. Estos principios moldean la percepción de lo poco amenazadores que se consideran los desastres naturales. En primer lugar está el principio vacuna: “Ya nos pasó lo que tenía que pasar”. Aplicando el principio vacuna, los damnificados se sienten menos inclinados a temer que los no damnificados.

Reforzando este principio está el principio de la distribución de los desastres en el tiempo: dos grandes desastres no ocurren consecutivamente: “Una desgracia no ocurre dos veces en el mismo sitio”, asegura doña Cristina García. El deslave los curó para futuros desastres por los próximos 40 años. El 40, cifra mágica -cifra bíblica- es mencionada por varios entrevistados. Algunos llegaron a recordar que sus abuelos les solían hablar de otros deslaves ocurridos en tiempos inmemoriales.

El tercero es el principio más poderoso de todos, el principio del castigo: “Ya fuimos castigados, ya pagamos nuestros pecados”. Los castigados no pueden serlo nuevamente. La idea central de uno de los estudios de Douglas es que los seres humanos prestan atención a un determinado modelo de desastres, tratándolos como presagios o como castigos. El Mitch fue y sigue siendo considerado por algunas de sus víctimas como un castigo por la conducta pecaminosa hacia la que hacía tiempo se habían deslizado los pobladores de la Rolando Rodríguez y El Porvenir. La tarde del 30 de octubre, doña Mariana González recuerda que salió de su casa y escuchó que alguien le gritaba: “¡Mariana, es el juicio!”

Luego vio la enorme avalancha “de doce metros de lodo” que pasó milagrosamente a su lado dejándola indemne. Ahora reflexiona que “cosas como el Mitch ocurren donde hay mucha orfandad. En la comunidad había evangélicos y otros que no lo eran. Pero hasta en la casa de los evangélicos había televisión. Eso es una corrompición. Ya no estaba bien el lugar. Eso es orfandad. La juventud y los adultos se dirigían donde estaba aquello. Tomaban todo el día y amanecían borrachos gritando. Por eso Dios quiso castigarlos”.

Su explicación está vacunada contra las refutaciones: “Liana Muñoz fue arrastrada por un gran tramo y ni siquiera recibió un chimón. Tenía cantina y una grabadora. Ahí donde ella pasaban los bolos todo el día. Lo que muchos piensan es que a esa mujer Dios la dejó para que se arrepintiera. Pero no cambió. Tiene el mismo trabajo y es bien fumadora. Pero puede ser que mucha más gente sí se haya convertido después del Mitch”. Y puede que doña Mariana tenga razón. Hoy, sólo en Santa María hay ocho iglesias con templo: la Iglesia Católica, las Asambleas de Dios, la Iglesia Remanente de Cristo, la Iglesia de las Profecías, la Iglesia Apostólica Unida, la Iglesia Apostólica Libre, la Iglesia Apostólica de la Fe en Cristo y la Iglesia del Verbo. Estos tres principios articulan un marco explicativo que da un sentido al dolor y una nueva perspectiva: ya fueron castigados, ya pasó lo que tenía que pasar, están al inicio de otro ciclo, faltan 40 años para el próximo desastre.

Un cuarto principio es el principio de incertidumbre: “Sólo Dios sabe lo que va a ocurrir”. No tiene caso prepararse para los desastres porque son por naturaleza divina impredecibles. Este principio explica por qué la mayoría de los entrevistados se autodescalificó para opinar en relación a para qué desastres están preparados o no están preparados. El 70% dijo ignorar para qué desastre estaban preparados y el 21% opinó que no están preparados para ningún desastre. Apenas el 3.2% y el 2.3% piensan que están preparados para erupciones volcánicas e inundaciones. Para la mayoría, no es posible conocer los niveles de preparación ante los desastres porque es imposible penetrar en los inescrutables designios de la Divina Providencia.

¿SE REFORZARON O SE DISOLVIERON?

¿Un desastre refuerza o disuelve estos principios? Como buena neo-durkheimiana, Mary Douglas concluye que si un grupo de individuos ignora algunos riesgos manifiestos tiene que ser porque su entramado social les estimula a obrar así. Podemos suponer que su interacción social codifica gran parte de los riesgos.

Si ésa es la dinámica, tenemos que esperar una transformación radical de la estructura social para ver cambios en la actitud hacia los desastres naturales y el emerger de una cultura preventiva. Posoltega ha experimentado muchos cambios tras el Mitch: la calidad y disposición de las viviendas -con una densidad y agrupación más urbanas-, una creciente ola migratoria -fundamentalmente hacia Costa Rica, pero también hacia El Salvador, Guatemala y Estados Unidos- y una nueva relación en torno a la tierra. Dos de estas transformaciones apuntan hacia una forma de enfrentar los riesgos que los mantiene en su estatus de eventos impredecibles -y, por eso, no alteran la visión tradicional- y se concentran en manejar sus consecuencias. Las migraciones diversifican las fuentes de ingresos. Las familias con migrantes son menos vulnerables al desempleo, la sequía y otros desastres. Ya que no pueden saber para qué desastres están preparados, al menos pueden mitigar su impacto.

Segunda transformación: muchos damnificados también diversificaron su relación con la tierra. De propietarios y cultivadores pasaron a alquilar su tierra a terceros, a cultivar parcelas ajenas o incluso a cultivar la parcela que les perteneció en el pasado y que tras el Mitch vendieron. El daño a la tierra les afecta menos si la tierra no les pertenece o si una parcela en particular deja de ser la principal fuente de ingresos. Estas dos transformaciones van a contrapelo de la instauración de una cultura preventiva porque dirigen todos los esfuerzos hacia la mitigación del impacto.

UNA CAÓTICA Y REVELADORA REUNIÓN

Podríamos explorar esta hipótesis: ¿Las comunidades estudiadas han reaccionado así porque no hay bases para que la cultura preventiva cristalice? No existen los ingredientes para el cultivo de esa cultura. El modelo cubano de prevención de desastres -que hasta la fecha ha demostrado ser uno de los más exitosos del mundo en salvar vidas humanas- se basa en la organización, el capital social que los grupos humanos tienen en muy distinta dotación. Existen motivos para suponer que las comunidades de damnificados de Posoltega no tienen ese capital social en abundancia.

Durante mi trabajo de campo pude asistir a una asamblea convocada por CARE para legalizar y sentar las bases de la sostenibilidad del sistema de agua. Una vez que los funcionarios de CARE recogieron las firmas para inscribir el sistema de agua de El Tanque como una asociación sin fines de lucro y se fueron, la asamblea quedó en manos de los líderes locales. Una caótica pugna se desató entonces. Vociferaban con mayor potencia los partidarios de reducir la cuota mínima de pago hasta el límite o incluso por debajo de la sostenibilidad financiera. Algunos gritaban: ¡“Yo no voy a pagar los 32 pesos! ¡Que me la corten!” Los líderes decidieron -sin consultar a la asamblea, que estaba ostensiblemente airada- conservar a los funcionarios asalariados del sistema de agua y crear un nuevo comité del agua sin goce de salario. Predominaban las voces masculinas, y las mujeres murmuraban por lo bajo su desacuerdo con los salarios y la cantidad de cargos que, a su juicio, no requería un sistema tan sencillo: una lectora, un bombero y una cobradora. De vez en cuando alguna gritaba: “Si cobrás dos mil y pagás dos mil en personal, ¿en qué quedás? ¡Quedás en cero!” Y otra: “¡Eso de andar leyendo los medidores es tontera! ¡No vamos a pagar por eso!”

En El Porvenir tenían un sistema de agua que funcionaba sin problemas. ¿Cómo se llegó a semejante deterioro de la capacidad de construcción y manejo del bien común? En toda la reunión y durante las entrevistas predominó una poderosa desconfianza hacia los líderes comunitarios. Santa María presentaba una situación semejante. Algunos acusaban a los dirigentes de la Asociación de Sobrevivientes del Casita (ASCA) de haber dilapidado todos los bienes recibidos de la cooperación externa: tractores con sus grados y arados, un camión, plataneras, tuberías, provisiones, máquinas de coser y otros bienes que dijeron haber vendido para pagar a los abogados “para poner al día la personería jurídica”. Los abogados y las rémoras legales fueron un dreno para las finanzas comunitarias. ¿Y los líderes? No sabemos. En todo caso, con mucha, poca o ninguna base, la desconfianza hacia los líderes es un hecho y tiene sus efectos en el tejido social y en las posibilidades de organizarse y velar por el bien común.

SÍNDROME DE EXTREMA DEPENDENCIA ADQUIRIDA

Otro factor que ha minado el capital social local es la dependencia de las fuentes de poder, de la técnica y de los fondos externos. La urdimbre de la cooperación externa es extremadamente delicada, variopinta y ambivalente. Se compone de hilos de buenas voluntades, solidaridad, justicia y necesidades urgentes cruzados con hilos de sed de protago¬nismo, neocolonialismo, imanes de poder local, liderazgos corruptos y SEDA, el Síndrome de Extrema Dependencia Adquirida. Cuando pregunté “¿En esta comunidad han recibido algún entrenamiento en atención a desastres naturales?”, doña Cristina respondió sin vacilar: “Aquí sólo han recibido entrenamiento en pedir.” Muchos han preferido cultivar vínculos externos, en lugar de nexos internos. El PEB cuenta mucho, mucho más que el PIB. Y eso hasta el más despistado lo sabe.

El diseño urbano de las aldeas obedece, sin duda y en parte, en la mayoría de las comarcas beneficiarias de los proyectos habitacionales, a la escasa disponibilidad de tierra. Pero quizás también fue pensado para romper con el aislamiento que -a los ojos citadinos- impone la dispersión de los hogares campesinos. ¿La nueva distribución puede reparar el percutido y frágil tejido social? ¿La estructura barrial crea una estructura más solidaria? Es muy difícil suponerlo. En El Tanque ya sólo el 77% de las familias provienen del Casita. En Santa María son apenas el 62%. El resto compraron sus casas a los damnificados. Muchas familias permanecen la mayor parte del año en Costa Rica, y dejan sus viviendas abandonadas. Cerca del 18% de las viviendas de El Tanque están deshabitadas.

La mezcla de diversos orígenes, las relaciones competitivas y la desigualdad de derechos de los damnificados -miembros de la cooperativa- y los no damnificados -miembros de la comunidad, pero no de la cooperativa- han sido un rudo golpe a las relaciones de esta comunidad. Y en este resultado han tenido su parte de responsabilidad los líderes comarcales, los cooperantes y el SEDA. Para muestra un botón: los conflictos entre los cooperativistas de El Tanque y los habitantes de Betania -precaristas situados en una porción de las tierras cultivables de El Tanque- se resolvieron cuando una agencia de cooperación compró a los cooperativistas las tierras en que se asienta Betania y les construyó viviendas a sus pobladores. Los fondos de la cooperación están sirviendo para eximir a los líderes de las comunidades del imperativo de negociar, dirimir los entuertos y alcanzar un consenso.

Todo los elementos descritos ofrecen explicaciones de por qué no hay sustrato social para que la cultura de prevención de desastres sea un hecho. Ni la construcción de albergues, gaviones, puentes y barreras de contención ni la dotación de los sistemas de alerta temprana con equipos relucientes pueden compensar la carencia de una cultura preventiva, una debilidad que es obra de los cuatro principios, de la erosión del capital social y de la atrofia de la propia capacidad para resolver los conflictos. La infraestructura y el equipamiento son condiciones necesarias, pero no suficientes.

¿QUÉ QUEDARÁ DE TODO ESTO?

Muchas transformaciones ha experimentado Posoltega desde que la tragedia la tocó: el boom de la vivienda, la construcción de sistemas de agua potable, la ampliación del acceso a los servicios eléctricos, la adquisición de tierras para los damnificados, los mapeos de riesgo, los planes de emergencia, la creación de una oficina municipal de Defensa Civil, etc. Estos cambios mejoran algunos aspectos de la calidad de vida. Pero no han alterado los esquemas mentales para enfrentarse a eventuales desastres naturales o sociales. En ese contexto, ¿este boom de la vivienda y de la inversión en bienes públicos es un punto de partida o es la culminación de un ciclo? ¿Todo esto permanecerá? ¿Por cuánto tiempo? ¿Sólo mientras sea sostenido por el PEB autogenerado que son las remesas o por el PEB donado por la cooperación externa? Esperemos que no se cumpla fatídicamente la sentencia de don Parrín, posoltegano que perdió a todos sus hijos durante el deslave. Cuando regresábamos de una gira por los contornos del Casita, luego de trabajar en la parcela de doña Cristina, don Parrín dijo casi en un susurro, después de señalar dónde estaba su casa, el pozo, la casa comunal de El Porvenir, su familia: “Todo se acaba en esta vida, todo se acaba.”

INVESTIGADOR DEL SERVICIO JESUITA PARA MIGRANTES DE CENTROAMÉRICA (SJM). MIEMBRO DEL CONSEJO EDITORIAL DE ENVÍO.

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