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Universidad Centroamericana - UCA  
  Número 155 | Diciembre 1994

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Internacional

Hablan "las otras voces" del planeta

Los países del Sur, ¿llegaremos a desarrollarnos? ¿Hacia dónde nos lleva la actual "globalización" la economía? ¿Tenemos que resistir a este proceso? ¿Y cómo y para qué hacerlo? Escuchemos algunas respuestas de "otras voces", que hablan cada vez con más claridad en este planeta de todos.

Equipo Envío

Del 26 de septiembre al 1 de octubre decenas de organizaciones de la sociedad civil de los pueblos de los cinco continentes se reunieron en Madrid. Se trataba de un encuentro alternativo al que esos mismos días y en esa misma ciudad europea celebraban el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial con banqueros y ministros de finanzas del mundo entero. envío publica a continuación el lúcido Documento de Trabajo de ese Foro Alternativo, "Las otras voces del planeta", porque es a estas voces a las que queremos servir de altavoz y de tribuna. (El título original del documento es "Por una convivencia equitativa y autónoma, en paz con el planeta". Los subtítulos son nuestros).

1949: aparece en escena la palabra "subdesarrollo"

"En enero de 1949, en su discurso de toma de posesión, el Presidente Truman utilizó por primera vez el término subdesarrollo para describir la situación de las naciones o grupos que se encontraban más alejados de los Estados Unidos en cuanto a su capacidad de producción de bienes económicos. Miles de millones de personas, pertenecientes a infinidad de pueblos, culturas y formas de subsistencia, que atravesaban su existencia con innumerables y cambiantes situaciones de felicidad o insatisfacción personal, y de prosperidad o de escasez material, quedaron de repente catalogadas como subdesarrolladas, como seres que se encontraban sumidos en una condición indigna que hasta el momento habían sido incapaces de superar, o de la cual el colonialismo les había impedido salir.

De este modo, el antiguo vocablo desarrollo culminó la larga migración semántica que había iniciado dos siglos antes, partiendo desde el campo de la biología (desarrollo de un ser vivo), y atravesando los mundos de la historia social (desarrollo social), la economía política (desarrollo de las fuerzas productivas), el urbanismo (desarrollo urbano), la política económica (desarrollo económico) y otros, para alcanzar finalmente un estatus superior o de síntesis, con un significado muy preciso: el desarrollo de la humanidad concebido como un incremento continuo de la producción mediante la sustitución de las formas productivas tradicionales por otras con mayor contenido científico y técnico, acompañado de las transformaciones sociales y culturales imprescindibles para realizar esa sustitución, y para asegurar el disfrute social de los beneficios que ofrece.

El "desarrollo": necesario y lineal

El término desarrollo adquiría así, en ese preciso contexto histórico, una serie de connotaciones y atributos que en adelante resultarán indisociables. En primer lugar, el desarrollo aparece como un proceso necesario: ninguna nación o comunidad humana puede renunciar a él si persigue el bienestar de sus integrantes. En segundo lugar, el desarrollo es un camino único y lineal, por el que se avanza mediante el crecimiento económico: los diversos países están más o menos adelantados a lo largo de ese camino único, y la vida de sus ciudadanos será más o menos satisfactoria según cuál sea su posición en esa carrera. En tercer lugar, el desarrollo descansa sobre la dependencia: al ir abandonando sus formas tradicionales de subsistencia, cada individuo y cada comunidad pierde autonomía económica y acepta nuevas formas de dependencia - hacia el sistema científico y técnico, hacia los mercados nacionales o internacionales, etc. - a cambio de lograr una mayor capacidad de producción, y por tanto un mayor bienestar material.

Al reformular el concepto de desarrollo en esos términos, Estados Unidos creía obtener la legitimación moral que precisaba para ejercer su nueva hegemonía mundial: en la medida en que la economía norteamericana era obviamente la más desarrollada, la más avanzada en el proceso inexorable de ampliación de la capacidad productiva, en el que se veía necesariamente involucrada toda la humanidad, la sociedad norteamericana ocupaba la cúspide de la evolución social y por extensión, de la evolución natural. Su hegemonía era, por tanto, una situación natural, y su misión o predestinación histórica era la de utilizar esta hegemonía para extender su modelo de producción y su modelo de sociedad a toda la humanidad, "ofreciendo a cualquier mano, sin interés alguno", los frutos de su superior capacidad científica y técnica.

A partir de aquel momento, el desarrollo pasó a constituir el objetivo principal de la política de todos los países del mundo, hasta el punto que puede hablarse con propiedad de la Era del Desarrollo para describir esta breve etapa de la historia. Tanto la versión capitalista del desarrollo (vía mercado) como su correlato socialista (vía planificación) sirvieron de estandartes ideológicos en el enfrentamiento de los dos núcleos de poder antagonistas en la guerra fría.

En relación con los países del Sur, pronto se articularon desde los dos bloques ambiciosas políticas de ayuda al desarrollo. Sin embargo, lo que de hecho se fue extendiendo por el mundo bajo la denominación de programas para el desarrollo - aderezados con sucesivos apellidos conforme iban fracasando las versiones anteriores - no fue nada parecido al estilo de vida americano ni al reino de la abundancia socialista, sino la instalación de mecanismos de interconexión y subordinación de fracciones crecientes de la economía y los recursos mundiales al servicio del mantenimiento de las formas de vida y de los poderosos complejos militares del Norte, en detrimento de los pueblos del Sur.

Entre los años 50 y 70 - las sucesivas décadas del desarrollo -, tanto el Fondo Monetario Internacional (FMI) como el Banco Mundial (BM) y las demás agencias de desarrollo (bancos regionales, etc.), sirvieron como principales difusores de la ideología y la práctica del desarrollo en el lado capitalista. Ayudaron eficazmente a sustituir las innumerables formas de cultura y de subsistencia basadas en la utilización autónoma de las respectivas bases ecológicas de sustentación, que existían a lo largo y a lo ancho del mundo, por otras nuevas más desarrolladas, más especializadas y productivas y, por tanto, más adecuadas para ser conectadas con los circuitos de la economía mundial.

El dominio de esta economía mundial continuamente ampliada permitía a los gobiernos del Norte capitalista alimentar, por un lado, la creciente sociedad de consumo sobre la que se apoyaba el consenso social interno en sus respectivos países, y por otro, reforzar su hegemonía militar, que permitiría en algún momento desbancar por completo a su oponente soviético.

Para asegurar la aceptación de las políticas para el desarrollo en todo el mundo, las instituciones internacionales contaron en primer lugar con la propia brillantez del nuevo mito, que se reflejaba en el espejo de la forma de vida americana, exaltada y presentada como aspiración universalmente alcanzable a través de un sistema global de medios de comunicación de masas (agencias de prensa, industria cinematográfica, publicidad, etc.) perfectamente controlado por los poderes hegemónicos.

Las élites: cómplices del "desarrollo"

En segundo lugar, contaron con la colaboración entusiasta de todos los gobiernos y las élites económicas nacionales, los cuales, obviamente interesados en aumentar el tamaño de los segmentos modernizados y monetarizados - desarrollados - de sus respectivas economías - sobre los que se sustenta su autoridad, su capacidad presupuestaria y en definitiva, su poder - han venido actuando como agencias nacionales de desarrollo, facilitando en sus respectivos territorios el despliegue de los programas diseñados por las instituciones internacionales.

En tercer lugar, contaron con la facultad, reservada a las instituciones internacionales y a las grandes corporaciones transnacionales, de imponer las adecuadas modificaciones de los marcos institucionales (precios relativos de las materias primas y otros bienes, sistemas fiscales, regulaciones comerciales, ajustes de diversos tipos forzados a través de los créditos stand-by del FMI, etc.), para favorecer la expansión de las nuevas formas de producción, haciendo económicamente inviables las tradicionales.

Y por último, en situaciones extremas, en las que ni aún los mecanismos anteriores lograban acabar con las resistencias locales a la modernización, cabía contar con el recurso a la fuerza, que ha sido reiteradamente utilizada para expulsar a las poblaciones autóctonas de determinadas zonas objeto del desarrollo, o para impedirles la utilización de determinadas fuentes de subsistencia tradicionales, convertidas en recursos naturales comercialmente explotables a lo largo del proceso modernizador.

La crisis del Norte "desarrollado"

Tras varias décadas de aplicación, con resultados tan contradictorios que obligan periódicamente a revisar el énfasis puesto en los diversos aspectos del desarrollo y a añadirle diversos adjetivos (desarrollo global, social, integral, integrado, endógeno, local, etc.), el mito del desarrollo entró en una profunda crisis a lo largo de los años 70.

Desde la perspectiva del Norte capitalista, la inviabilidad del proyecto del desarrollo como mecanismo de ampliación indefinida de la economía situada bajo su control, comenzó a hacerse patente ante el agotamiento de sus verdaderas fuerzas motrices. El declive de los fondos de recursos naturales, el colapso del modelo de competitividad tecnológica y productiva asociada al consumo de masas, y la caída de los rendimientos en diversos renglones de la explotación Norte-Sur por la progresiva extenuación del Sur, acabaron quebrando el proceso de acumulación en el Norte. Mientras tanto, el Este se hundía bajo el peso de la burocratización interna y la aceleración que Occidente imprimía al ritmo de la carrera armamentista, y el Sur, crecientemente esquilmado y subordinado económica y culturalmente al Norte, veía cómo se alejaban definitivamente las esperanzas de equiparación que había levantado, décadas atrás, al inicio del proceso del desarrollo, el cual había coincidido, de manera nada casual, con el final oficial del colonialismo.

Ante esta situación, los centros rectores del Norte intentaron reanimar el modelo - en los aspectos más cruciales para sus propios intereses - mediante la reparación de sus agotados motores: profundizando el grado de explotación de los recursos naturales a escala global, lanzando una supuesta revolución tecnológica - más publicitaria que real - para revitalizar las capacidades de su aparato productivo y, sobre todo, intensificando las tasas de explotación de los países de la periferia, a la que posteriormente se fueron incorporando los antiguos países socialistas.

FMI: instrumento del "desarrollo"

El FMI ha sido el principal instrumento utilizado, desde los 80 hasta la actualidad, para alcanzar ese escalón superior en la explotación Norte-Sur. La liberalización del sistema financiero internacional, los programas de ajuste estructural a los que fueron sometidos los países del Sur y posteriormente, la conversión de los países del Este en nuevas plazas de acumulación primitiva de capital para compensar el agotamiento de los sobrexplotados países del Sur, han sido las principales políticas impuestas desde el Norte - y gestionadas por el FMI - para restaurar la funcionalidad del modelo global al servicio de sus intereses económicos y políticos.

La práctica totalidad de estas políticas fueron impuestas sin contemplaciones, y alcanzaron algunas de las metas que perseguían en el corto plazo. Por ejemplo, el Norte consiguió exportar al Sur los efectos más virulentos de la crisis de los años 70, reduciendo drásticamente los precios de las materias primas y la energía, e invirtiendo la dirección de los flujos financieros mundiales hasta que llegaron a alcanzar un abultado saldo neto en dirección Sur-Norte. De este modo, con el apoyo de un mercado financiero internacional fuertemente desregulado, que daba amplias alas a la especulación, se inició un ciclo de reactivación económica que permitió restaurar transitoriamente la confianza social en el sistema, requebrajada por más de una década de crisis.

Un mito en ruinas

Sin embargo, el FMI y sus principios básicos de política económica fracasaron estrepitosamente en la obtención de sus objetivos más profundos, si es que alguna vez alguien llegó a creer en ellos fuera del ámbito meramente publicitario. Lejos de haberse instalado la economía internacional saneada y activa y el desarrollo sostenido que debían seguir a los sacrificios del ajuste - tal y como prometía el catecismo neoliberal pregonado por el FMI -, el Norte ha continuado su lento declive social y económico, sólo interrumpido por efímeros y contradictorios repuntes de la actividad económica y la rentabilidad del capital, mientras el Sur y el Este - lobalmente considerados - se hunden más y más en un callejón sin salida. Oficialmente, el mito del desarrollo sigue en pie, porque fue construido a conciencia, pero, como alguien ha señalado, se parece cada vez más a un faro en ruinas, de cuya desmochada torre ya nadie puede esperar ni luz ni guía.

Desigualdad y crisis ecológica

La Era del Desarrollo ha ocasionado un atroz ensanchamiento de las desigualdades entre los pueblos del mundo, hasta extremos nunca conocidos en la historia. El desarrollo, asimismo, ha precipitado al planeta hacia una crisis ecológica generalizada, destruyendo las bases locales de sustentación de infinidad de pueblos y culturas e incubando un conjunto de problemas globales de gran alcance. Desigualdad y crisis ecológica son los dos principales rasgos con los que cabe caracterizar al último período del devenir histórico de la humanidad.

El desarrollo ha mostrado su incapacidad manifiesta, no ya para extender la abundancia en el mundo, sino siquiera para mantener cubiertas las necesidades mínimas de una importante fracción de la población. La revolución verde, la agricultura industrial y el comercio internacional con los alimentos han llevado el hambre a numerosas zonas y pueblos del planeta que se habían venido desenvolviendo históricamente en equilibrio con su medio natural.

La situación de extensas áreas del planeta ante los problemas de vivienda y de acceso al agua potable y a las necesidades mínimas de energía, no es más halagüeña que la que afecta la alimentación. En muchos casos, estos problemas han sido provocados directamente por los propios programas de desarrollo, que han desplazado a la población, arrancándola de su medio natural, en el que era capaz de hallar una solución propia a estas necesidades. Asimismo, los avances sanitarios y educativos que parecían estarse logrando en los estadios más iniciales del proceso de desarrollo se han perdido con creces en las dos últimas décadas en muchas regiones mundiales, en las que la situación actual es manifiestamente peor que la de la época colonial, que en su día fue considerada con toda justicia, como de una precariedad inadmisible.

Herencia del "desarrollo": el caos

El desarrollo ha provocado la concentración de la mitad de la población mundial en metrópolis y grandes ciudades insostenibles, en un régimen de total dependencia de suministros externos vitales que ni los fondos de recursos naturales subsistentes ni el sistema económico global son capaces de garantizar. El proceso de urbanización de la población continúa con fuerza, alentado por la destrucción de las culturas locales, la multiplicación de los conflictos bélicos y el desamparo creciente en que van quedando las colectividades campesinas.

La continuación del desarrollo ha desembocado inevitablemente en la globalización de la economía, proceso que - aún estando todavía prácticamente en sus inicios - ya ha provocado miles de traumáticas operaciones de deslocalización de actividades productivas en todo el mundo, y el consecuente establecimiento de grandes zonas de hiperexplotación del trabajo, con condiciones laborales y ambientales indescriptibles.

Todos los procesos de dualización social y de crisis ecológica a escala planetaria apenas han servido para ampliar el consumo banal - no la satisfacción vital - de la mayoría de la población del Norte. Lo que sí han permitido es la acumulación desmedida de riqueza y poder en ciertas clases privilegiadas del Norte y en las élites dirigentes del Sur, aliadas de aquéllas en la difusión universal del mito del desarrollo. Los desequilibrios y las tensiones de todas clases que se han acumulado en el mundo en el último medio siglo son de tal dimensión, que a medio plazo el deslizamiento hacia el caos se perfila claramente en el horizonte como la tendencia de evolución más probable a escala mundial.

Frente a todas estas evidencias, las instituciones y los poderes rectores de la sociedad siguen empeñados en mantener el mito del desarrollo como destino inexorable de todos los pueblos del mundo y como única solución para los problemas de la humanidad. El enorme descrédito del término obliga ahora a reinventar nuevas versiones del desarrollo - con sus correspondientes adjetivaciones positivas - cada vez a mayor velocidad. En los últimos años se han lanzado dos de estas nuevas versiones a la arena política internacional.

La primera es la del desarrollo sostenible, que intenta proteger al desarrollo de los efectos de la crisis ecológica que él mismo ha provocado y que continuará agravando mientras siga en vigor. La segunda es la del desarrollo humano, que persiste en el empeño de clasificar a toda la población mundial en una nueva lista unidireccional y cerrada, bajo criterios de evaluación universales de los que nadie puede escapar: capacidad de producción económica, matizada por la alfabetización y la esperanza de vida.

El año próximo está previsto, en una nueva conferencia mundial sobre el desarrollo a realizarse en Copenhague, el lanzamiento de una nueva versión oficial, ahora ya con dos adjetivos en vez de uno: el desarrollo socialmente sostenible.

El mantenimiento del ruinoso mito del desarrollo, remozado a duras penas con estas nuevas versiones, resulta imprescindible para justificar las nuevas políticas económicas capaces de prolongar la hegemonía del Centro.

Tales políticas sólo pueden basarse en la rápida asimilación de aquellas actividades humanas y aquellos recursos naturales que todavía no están plenamente conectados a los circuitos económicos mundiales, para lograr así una nueva - y última - gran ampliación de la economía global y de los mecanismos de acumulación de riqueza y poder en el Centro.

OMC: nueva vía de "desarrollo"

Tomados individualmente, estas actividades y estos recursos no son especialmente valiosos desde el punto de vista económico, pues si lo fueran habrían sido incorporados ya con anterioridad al sistema global. Pero se trata de los medios de vida, las capacidades productivas y los recursos naturales de miles de millones de personas, que adecuadamente convertidos en valores monetarios sí pueden arrojar flujos económicos internacionales de dimensión considerable, sobre los que cabe apoyar procesos de acumulación y crecimiento no desdeñables.

En cualquier caso, es lo único que queda todavía fuera del ámbito de las estructuras capitalistas. Y para legitimar de algún modo su forzada conexión a la economía global, es necesario prometer a cambio algún beneficio importante: una nueva ola de desarrollo, esta vez sostenible y humano.

La institución internacional llamada a dirigir este proceso es el GATT, eficazmente apoyado por los nuevos bloques comerciales que se vienen construyendo a marchas forzadas en varias regiones mundiales (Unión Europea, Tratado de Libre Comercio, etc.). De ahí el carácter vital para la economía mundial que, con notable sinceridad, han venido otorgando los funcionarios negociadores y sus gobiernos al cierre de la Ronda Uruguay, primer acto de esta nueva fase del capitalismo global.

De ahí también el alcance económico y social de los sectores incluidos en las negociaciones (la agricultura, los servicios, la propiedad intelectual, etc.) y la virulencia con que se han desarrollado las mismas.

Tampoco es nada casual que precisamente ahora se haya decidido la elevación del GATT al rango de los organismos internacionales, con la creación de la Organización Mundial del Comercio (OMC), viejo proyecto que estaba parqueado desde los años 40. La nueva organización podrá contar con el aparato burocrático potente y estable y con los poderes coercitivos que difícilmente habría sido posible articular a través de un mero acuerdo internacional como es el GATT.

Todo listo para la nueva etapa

En los años 80, el FMI fue el principal instrumento de la continuación de la política de plena subordinación de la economía mundial a los intereses del Norte. El mecanismo de chantaje de la deuda externa le permitió someter a un escalón superior de explotación a extensas estructuras productivas nacionales y regionales del Sur, que habían venido siendo moldeadas durante décadas por el BM y los restantes bancos regionales y sectoriales de desarrollo para su integración en la economía mundial, para servir a las necesidades comerciales y productivas del Norte.

Por sí solas, las nuevas formas de intervención que el Fondo diseñó para su aplicación en esta etapa (programas de ajuste estructural, renegociaciones de deuda, etc.), hubieran caído en el vacío de no haber contado con multitud de espacios o islas productivas ya desarrolladas en los países del Sur, sobre las cuales era posible obtener, mediante mecanismos esencialmente financieros, monetarios y políticos, con respaldo militar, nuevas ventajas en las relaciones de intercambio, en los flujos de capital, en suministros de materias primas, etc.

Ahora, para lograr la enorme ampliación de la economía global dirigida por el Norte, que éste necesita alcanzar en los próximos años, la nueva OMC no sólo cuenta con las estructuras productivas modernizadas y monetarizadas establecidas años atrás por los bancos de desarrollo, sino también y sobre todo, con los nuevos marcos reguladores establecidos en los últimos años por el FMI.

Los desarmes arancelarios y sobre todo, el nuevo salto en el control de la actividad económica mundial por parte de las empresas transnacionales radicadas en el Norte que perseguía primero la Ronda Uruguay y ahora la OMC, no servirían de gran cosa si no se contase con un mercado financiero internacional ya desregulado, con unas monedas y unos tipos de cambio sustraidos a los controles nacionales, con mercados nacionales y locales desprotegidos, con niveles de intervención estatal en la economía reducidos o eliminados, con economías nacionales, en suma, plenamente abiertas a la competencia internacional, en las que la única protección que subsiste de modo generalizado es prácticamente la arancelaria, unida a cierta legislación de protección laboral en algunas zonas mundiales, que se intentan eliminar ahora.

FMI-BM-GATT-OMC: lavado de imagen

Los tres grandes pilares institucionales del capitalismo global se han ido complementando eficazmente en las sucesivas etapas del proceso de sometimiento de los pueblos y las culturas del mundo al mecanismo del desarrollo, en una secuencia que, de no ser tan compleja y ciertamente imprevisible en su origen, se diría que estaba cuidadosamente programada. Se trata, más probablemente, de sucesivas reacciones adaptativas de las instituciones centrales del sistema ante la evolución de la situación que ellas mismas van propiciando.

Pero es interesante comprobar cómo cada una de estas instituciones, después de haber asumido un papel crucial en una determinada etapa del proceso y haberse convertido, lógicamente, en blanco principal de las críticas de las poblaciones afectadas, sigue realizando su función a plena potencia, pero intenta pasar a un discreto segundo término como institución beligerante ante la opinión pública, sometiéndose a un concienzudo lavado de imagen. Después de haber contribuido eficazmente al arrasamiento ecológico del planeta, el Banco Mundial se ha reconvertido en un gran defensor de la sostenibilidad ecológica, mientras el FMI ofrece ahora ajustes de rostro humano y socialmente responsables, una vez que los ajustes estructurales a secas están ya realizados y las economías nacionales han quedado listas para la intervención masiva del GATT/OMC.

¿Un "gobierno mundial"?

El punto de partida para la construcción de un movimiento de resistencia frente al nuevo despliegue de la economía mundial capitalista es el cuestionamiento de los pilares ideológicos básicos sobre los que se sustenta ese proyecto global. En esencia, esos pilares son tres. El desarrollo, mantenido como objetivo y destino universal para el conjunto de la humanidad. La globalización de la economía, aceptada como necesidad histórica y como único camino para lograr extender el desarrollo a todo el mundo. Y la competitividad en el mercado libre mundial, considerada como el único instrumento capaz de regular de modo óptimo el funcionamiento de la economía globalizada.

Apoyada en estos pilares va tomando cuerpo una idea que, desde muy diversas perspectivas, está siendo presentada como el punto de llegada lógico del pensamiento mundial: ante la tendencia inexorable hacia la globalización de la economía, y las consecuencias globales de numerosos problemas ambientales, es necesario ir construyendo algún sistema de regulación de rango mundial, capaz de ordenar la escena universal y el comportamiento de los diversos actores que en ella participan. La aparición de alguna forma de gobierno mundial comienza a perfilarse de este modo en el horizonte como la consecuencia necesaria del proceso de globalización.

El mito del desarrollo se ha derrumbado ya en la conciencia de mucha gente en todo el mundo, pero ha caído principalmente porque el paso del tiempo ha evidenciado que se trata de una meta inalcanzable para el conjunto de la humanidad. Ha llegado el momento de comprender que, en realidad, el desarrollo es inalcanzable para todos los pueblos del mundo, en el Norte y en el Sur, en el Este y en el Oeste. Y es inalcanzable precisamente porque no es más que un mito, carente de existencia real.

Los países que pretendidamente ya se han desarrollado, lejos de haber alcanzado - o siquiera de vislumbrar en el horizonte - el definitivo equilibrio social y la condición individual satisfactoria, plena, segura y estable que constituye el mensaje esencial del mito del desarrollo, se vienen deslizando desde hace décadas por una pendiente de insostenibilidad económica y ambiental, degradación social y creciente insatisfacción y angustia individual, a la que no se le divisa ni se le adivina el fin. En los países llamados desarrollados cada vez son más las personas que se preguntan si lo que han perdido en el proceso del desarrollo no era más valioso que las posibilidades de consumo banal que han ganado.

La idea del desarrollo, esto es, la idea de que la aplicación del modelo de progreso científico y tecnológico occidental puede hacer posible el aumento indefinido de la producción en todo el mundo, y de que los cambios que de ese proceso se derivan para la vida de las personas constituyen la condición indispensable para que su existencia sea más feliz, no es más que una interesada construcción ideológica y política, carente de fundamento real y desmentida por la experiencia. Su única y verdadera finalidad es la de legitimar, en la presente etapa de la historia, los procesos de explotación y acumulación capitalista y los mecanismos asociados de dominación social y política, cuya esencia permanece inmutable a lo largo del tiempo, aunque se extiendan y se reproduzcan a escalas geográficas y sociales cada vez más amplias.

El Sur no se ha desarrollado

Aunque el desarrollo como proceso necesario de avance uniforme y lineal de toda la humanidad en la misma dirección - y hacia una misma forma de felicidad universal en un quimérico reino de la abundancia - simplemente no es posible y no existe, las políticas para el desarrollo sí existen y son aplicadas día a día.

Las intervenciones de las instituciones para cambiar la forma de vida de la gente en nombre del mito del desarrollo se vienen sucediendo desde hace medio siglo, con la finalidad real de seguir estableciendo nuevas formas de dependencia que aseguren el sometimiento de los pueblos y las culturas de todo el mundo a los intereses de las clases y los poderes rectores de la sociedad. Esta es la verdadera naturaleza de las políticas económicas que se vienen aplicando y se pretenden seguir aplicando en todo el planeta, y por eso sus resultados no pueden ni podrán ser otros que los que se vienen observando en la realidad.

En la Periferia, miles de millones de personas han sido desposeídas de sus recursos y sus medios de subsistencia autónomos a lo largo de los últimos 50 años, para transferirlos primero a los circuitos de la economía nacional, y seguidamente a los de la economía mundial. En eso consiste precisamente su desarrollo. Para hacer posible este despojo, las culturas locales han sido colocadas en una posición subalterna frente a la cultura occidental, induciendo en la conciencia de sus integrantes un sentimiento de inferioridad - la condición del supuesto subdesarrollo -, carente de fundamento y existencia real, pero no por ello menos paralizante y socialmente destructivo.

De este modo ha sido posible someter a regiones enteras del planeta a la plena subordinación a los intereses de los poderes rectores del Centro y de un puñado de dirigentes locales aliados con ellos. La continuidad del desarrollo sólo llevará a los pueblos de la Periferia más y más lejos por la misma senda de dependencia y destrucción.

Tampoco el Norte se desarrolló

En el Centro, una fracción importante de la población fue siendo colocada en una posición de dependencia mediante los procesos de salarización y urbanización, en los que se apoyaron los sucesivos saltos del proceso de industrialización y modernización capitalista anteriores a la era del desarrollo. En el último medio siglo, la nueva formulación de este proceso bajo el concepto del desarrollo ha extendido esta situación a la práctica totalidad de la población, para acabar produciendo una sociedad insostenible e insatisfactoria, en la que las condiciones que realmente contribuyen a la felicidad de las personas siguen ausentes, mientras se sigue intentando inútilmente sustituirlas a través del consumo compulsivo y banal, en una estructura social cada vez más insolidaria y fragmentada.

Una sociedad, en suma, a la que si se le aplicaran fríamente los propios baremos del mito del desarrollo en cuanto a la relación entre su capacidad de producción, su viabilidad a largo plazo y la felicidad de sus componentes, habría que convenir en calificarla, sin paliativos, como profundamente subdesarrollada. La perspectiva que ofrece la continuidad del desarrollo económico en los países del Centro no es otra que la de un progresivo hundimiento en ese auténtico subdesarrollo social.

Cómo miden el "desarrollo"

El intento de conectar, a una escala mucho mayor que la lograda hasta ahora, las capacidades productivas y creativas de las personas y la infinidad de recursos y medios que utilizan para satisfacer sus necesidades con los circuitos de la economía mundial, constituye el proceso conocido como globalización de la economía.

El objetivo ideal de este proceso es el de lograr, en primer lugar, que cualquier acción humana en cualquier lugar del globo requiera el concurso de intermediarios y se traduzca en intercambios monetarios. En segundo lugar, que esta intermediación vaya pasando a manos de empresas transnacionales interconectadas entre sí y con el sistema financiero internacional. La monetarización de las actividades humanas y su posterior integración en la estructura económica mundial, son las dos caras inseparables de la globalización de la economía.

Evidentemente, la monetarización de la economía produce por sí sola crecimiento económico, que es el principal indicador del desarrollo. La resolución autónoma - ya sea individual o en comunidades de solidaridad directa - de las necesidades de las personas, por elevada que sea la calidad, la cantidad, la seguridad, la independencia y la sostenibilidad con que se consiga, no tiene expresión monetaria porque no pasa por el mercado, y por tanto no computa en las cuentas del crecimiento y el desarrollo.

Pero cuando esas necesidades pasan a resolverse a través del intercambio monetario, surge de la nada una producción y un consumo con expresión monetaria, que sí computan en las cuentas económicas. Si un anciano vive con su familia y es atendido por ésta, tales cuidados no suponen producción económica. Si ingresa en una residencia, aumenta la producción del sector económico de los servicios asistenciales y las cuentas económicas nacionales registran el correspondiente crecimiento.

Es así como sube el nivel de desarrollo, que se mide en función del volumen total de producción monetarizada. Poco importa si la calidad, cantidad y demás atributos con los que ahora se resuelven esas necesidades son inferiores a los que se lograban de modo autónomo. El saldo monetario entre cero y algo siempre es positivo, sea cual sea el saldo real de la satisfacción personal obtenida antes y después.

Si además la nueva producción monetarizada es susceptible de ser introducida en los circuitos económicos nacionales o internacionales, y valorada arbitrariamente por la constelación de monopolios que controlan la economía mundial, el crecimiento y el desarrollo obtenidos pueden ser tan elevados como se quiera. En el plano de la ficción monetaria el margen para la manipulación estadística es infinito. El caso del fulgurante desarrollo de la República Popular China es, en el momento actual, el gran paradigma de este proceso, pero todos los países industrializados han atravesado una etapa similar en las fases iniciales de su proceso de desarrollo.

Ecología: techo de hierro al desarrollo

La secuencia completa del desarrollo, desde la dependencia y la monetarización de las formas de vida de los individuos y las comunidades, hasta su obligada conexión con la economía global, se enfrenta a un problema crucial: el de su inviabilidad ecológica. El proceso de desarrollo y globalización puede avanzar durante un tiempo mientras sólo afecte a una fracción de la población y de los recursos globales, pero más allá de un cierto límite, es intrínsecamente insostenible desde el punto de vista ecológico.

Las formas tradicionales de resolución autónoma o local de las necesidades humanas suelen estar razonablemente adaptadas a las condiciones naturales del entorno. En su secular proceso de consolidación y perfeccionamiento, se ven obligadas a ello si quieren ser realmente eficientes y perdurar a largo plazo. Pero la globalización de la economía fuerza la especialización de las actividades económicas en cada lugar en función de las exigencias de los mercados mundiales y no de las condiciones naturales de cada espacio de producción. Poco importa si las actividades impuestas en una región esquilman los recursos naturales locales, siempre que el beneficio obtenido hasta el declive definitivo de la base de recursos sea suficiente para justificar esa producción en ese momento y en ese lugar.

Evidentemente, un proceso de esa clase, extendido a más y más regiones mundiales, no es sostenible a medio y largo plazo.

Si las condiciones ecológicas de producción en el plano local fijan un techo de hierro para el proceso de globalización económica a medio y largo plazo, los límites ecológicos del mundo le imponen otras constricciones no menos rígidas. Por aludir sólo a uno de esos límites: el proceso de gobalización es altamente dependiente del transporte y al mismo tiempo, estimula fuertemente el crecimiento de esta actividad, que se cuenta entre las más destructivas desde el punto de vista del medio ambiente global. La dependencia energética del transporte respecto a los combustibles fósiles es muy elevada y se hace absoluta en el transporte de larga distancia a escala mundial. La influencia del transporte sobre el efecto invernadero y el cambio climático es ya muy preocupante y existe una evidencia creciente sobre la necesidad de frenarla de una manera radical.

En suma, la globalización de la economía no sólo no contribuye a mejorar las condiciones de vida de la población, sino que objetivamente tiende a reforzar la dependencia de las personas y con ella, a deteriorar antes o después las condiciones de vida de la población dependiente. El proceso de globalización, es además intrínsecamente insostenible desde el punto de vista ecológico. Esto explica el énfasis creciente que las instituciones internacionales están poniendo en el desarrollo sostenible. En ausencia de mecanismos de sostenibilidad, capaces de moderar el ritmo de deterioro ambiental asociado al proceso de desarrollo y de globalización económica, la inviabilidad ecológica se pondrá de manifiesto con mucha mayor antelación.

El libre mercado: un dios guerrero

Probablemente, el ídolo más adorado de cuantos han venido poblando el templo de la economía es el que representa al Libre Comercio. Esta divinidad, típicamente occidental, ha contado desde sus primeras apariciones ante los padres de la ciencia económica, con legiones de fanáticos seguidores dispuestos a aceptar cualquier sacrificio en su nombre. Periódicamente, la fe en este dios pródigo y justiciero se inflama hasta la histeria, dando lugar a auténticas oleadas de fundamentalismo económico. En la actualidad, el mundo económico atraviesa uno de esos períodos de fervor religioso, en el que el ídolo de siempre está siendo adorado, sobre todo, bajo la advocación de la competitividad y la competencia internacional.

Sin embargo, los análisis más convincentes sobre el significado y el verdadero funcionamiento de la competencia internacional no son los que se formulan en clave religiosa, sino los que se realizan en clave militar. Aunque la iconografía económica muestra al Libre Comercio como un dios justo y racional, que distribuye las riquezas entre las personas y los pueblos en proporción a su laboriosidad, su ingenio y sus merecimientos de todo orden, la historia económica muestra a este dios con una cara totalmente distinta: la de una divinidad guerrera y arbitraria, que otorga el éxito a los fuertes en detrimento de los débiles. Sus verdaderos atributos no son la azada ni la rueca ni la hucha, sino la lanza y el puñal.

¿Qué podemos esperar de este dios?

Apenas vale la pena intentar trasladar las metáforas anteriores al plano de la argumentación económica, ya que el debate sobre la competencia y la competitividad se sitúa en el plano de las creencias, en el que no tiene cabida el discurso de la lógica.

Ciertamente, al margen de lo que sugieran o pretendan demostrar las teorías económicas que pregonan las virtudes de la libre competencia, lo único que se ha observado hasta el momento en el mundo de la economía capitalista realmente existente es una sucesión de comportamientos depredadores, respaldados directa o indirectamente por la fuerza de las armas. En el campo de batalla de la economía global así delimitado y reglamentado, se enfrentan entre sí las grandes corporaciones, arrebatándose o repartiéndose mercados, ventajas y beneficios en función de las relaciones de fuerza presentes en cada momento y cada lugar.

Esas son las únicas evidencias y las únicas realidades que perduran a lo largo del tiempo, más allá de episodios anecdóticos en los que algún jugador astuto o valeroso obtiene honestamente pequeños y efímeros beneficios en los aledaños de la arena. Pero en el ámbito de las creencias, las evidencias no cuentan más que las argumentaciones y frente a unas y otras, los creyentes seguirán fieles a su fe hasta su muerte, o hasta que alguna conmoción personal les fuerce a cuestionarla.

La realidad y la experiencia observable sí que sirven, sin embargo, para saber lo que se puede y lo que no se puede esperar del funcionamiento de la competencia como instrumento regulador de la economía, y particularmente de la economía internacional. Lo que se puede esperar es una todavía mayor concentración de la riqueza y del poder en las corporaciones transnacionales y en los gobiernos que las respaldan, así como una cierta transmisión de estos beneficios hacia las clases acomodadas de los países del Centro. Estos son, obviamente, los luchadores mas fuertes y los mejor respaldados en el campo de batalla de la economía global y no dudan ni dudarán en utilizar su fuerza.

También se puede esperar, en consecuencia, una tendencia general hacia una mayor desposesión de los pueblos de la periferia, aunque en algunas etapas y lugares pueda parecer que se avanza hacia la igualación. Lo que, desde luego, no se puede esperar de la competencia internacional, es un proceso que conduzca - ni siquiera a muy largo plazo - a la equiparación de todos los pueblos del planeta en el acceso a los bienes económicos y a los recursos naturales.

El embrión del gobierno mundial

Las instituciones representativas del capitalismo mundial no están solas en sus incipientes sugerencias sobre la necesidad de reforzar los mecanismos de control internacional. Por diferentes razones, y ante las consecuencias ecológicas y sociales que está teniendo y va a tener el proceso de globalización y la libre competencia económica internacional, muchas personas y organizaciones independientes se están planteando la oportunidad de establecer instituciones mundiales capaces de velar por la conservación del medio ambiente global y por la protección de los intereses vitales de los más débiles, controlando el comportamiento de los fuertes y estableciendo ciertos mecanismos de redistribución.

Este planteamiento es hasta cierto punto explicable por dos razones. Primero, porque como era de esperar y como indica la experiencia, en ausencia de mecanismos de contención y redistribución que operen eficazmente a nivel mundial, el proceso de concentración de la riqueza y el poder en el Norte, abandonado a su propia dinámica, tiende a acelerarse de modo exponencial. Y segundo, porque otras experiencias - las de la construcción de los Estados del bienestar en algunos países del Norte - en las últimas décadas parecen indicar que un gobierno comprometido con la redistribución de la riqueza puede suavizar considerablemente las diferencias entre los ciudadanos, hasta llegar a establecer sociedades relativamente equilibradas.

La primera de estas razones es tan evidente que es precisamente la que está moviendo a los poderes rectores del capitalismo global a proponer el reforzamiento de los mecanismos de control. Conscientes de los riesgos de deslizamiento hacia el caos que conlleva el despliegue incontenido del capitalismo en el plano global, vienen dando pequeños pasos para ir configurando una cierta forma de gobierno mundial: el conjunto institucional formado por el BM y los restantes bancos de desarrollo, el FMI, la nueva OMC y otras diversas organizaciones regionales o sectoriales, bajo el paraguas de las Naciones Unidas forman ya un embrión bastante bien perfilado de ese futuro gobierno mundial. Desde la Guerra del Golfo quedó claro que el ejército norteamericano constituye su brazo armado, por cierto en un estado nada embrionario, sino ya plenamente desarrollado. Este sistema institucional global es el único que puede emanar de la situación política internacional realmente existente, y tanto sus principios ideológicos como sus prioridades de actuación son bien conocidos.

La segunda de las razones cae rápidamente por su propio peso cuando se examina la verdadera naturaleza del reparto social en el que se basó la creación del Estado del bienestar. En esencia, lo que se distribuía en el Norte no era la riqueza creada o apropiada dentro de cada país por sus clases privilegiadas, sino el flujo de riqueza que venía del Sur por los canales coloniales o neocoloniales, y que entraba en cada país a través de sus clases privilegiadas, que eran las que detentaban el control de las empresas encargadas de la explotación del Sur. Cada modificación de los precios de las materias primas, de los términos de intercambio o de los flujos financieros Norte-Sur en favor del Norte permitía nuevas ampliaciones de los Estados del bienestar en el Norte, hasta que el agotamiento de estos mecanismos de alimentación comenzó a truncar el proceso.

¿Quién gana, quién pierde?

Pero los países del Sur no tienen ni van a tener nuevos Sures sobre los que reproducir este juego. Por consiguiente, un supuesto gobierno mundial comprometido con la redistribución en el plano global tendría que redistribuir de verdad, en un juego distinto, de suma cero - "lo que unos ganan, otros lo tienen que perder" -, en el que sólo un severo recorte de la riqueza de los habitantes del Norte permitiría una redistribución capaz de beneficiar sensiblemente a los numerosos habitantes del Sur. En el actual estado de cosas, sólo un gobierno mundial respaldado por una hegemonía - o al menos, por una paridad militar del Sur - sería capaz de imponer un proceso de esa clase. Esta posibilidad no se vislumbra en el horizonte, y ni siquiera es deseable perseguirla. Cualquier solución que se apoye en carreras armamentistas o en el uso de la fuerza militar debe ser rechazada por todos los pueblos del mundo, porque antes o después acabará volviéndose en su contra.

En suma, alentar el avance hacia alguna forma de gobierno mundial a partir de la situación política actual sólo conduce a legitimar los propósitos de los poderes rectores del capitalismo en esa misma dirección, acelerando la consolidación de estructuras políticas totalmente incontrolables por los individuos y los pueblos de todo el mundo. Tales estructuras simplemente conducirían con más firmeza que las actuales al despliegue del capitalismo en los términos previstos, intentando frenar por cualquier medio pacífico o violento el inevitable deslizamiento hacia el caos que está inscrito en su propio programa. Por otra parte, intentar plantearse desde el Sur - o desde grandes regiones del Sur - el enfrentamiento frontal y masivo con el Norte, constituye una aventura insensata, que se saldaría con horribles sufrimientos para la población.

Las soluciones a este aparente dilema existen, pero no son de esa clase. No pasan por gobiernos mundiales, ni por ninguna clase de nuevo orden mundial, ni mucho menos por ningún enfrentamiento militar generalizado. Son soluciones eminentemente basadas en procesos de transformación cultural, protagonismo social, autosuficiencia económica, solidaridad directa y resistencia individual y de grupo a la subordinación política. Todos ellos expresados en términos generalmente pacíficos, aunque puedan estar eficazmente respaldados por actitudes insurreccionales concretas, planteadas en el momento y lugar adecuados.

Volver a empezar: fin del "desarrollo"

La Era del Desarrollo ha fracasado para los pueblos y la gente corriente de todo el mundo. Y para comenzar a resolver los problemas mundiales es necesario superar esa Era. En primer lugar, en los discursos críticos hay que abandonar el propio término de desarrollo como objetivo político, renunciando de una vez por todas a la infinita búsqueda de adjetivos que intentan invertir el significado del término sin atreverse a abandonarlo, y que se saldan sistemáticamente con fracasos perfectamente anunciados. Es ya más que evidente que, en el ámbito económico y político, el término desarrollo no puede ser despojado de las connotaciones y del contenido que las instituciones y los poderes dominantes le han venido otorgando durante el último medio siglo.

Superar el concepto del desarrollo no implica necesariamente comprometerse en campañas activas en su contra, ni dedicarse a denunciar permanentemente el uso de este término por otras instituciones u organizaciones. El desgaste político que ello supondría es innecesario, ya que los hechos se encargarán de ir arrumbándolo de modo general. Se trata simplemente de desentenderse, a partir de ahora, de un concepto vacío, que no aporta nada positivo a la resolución de los problemas de las personas, pero sí proporciona cobertura ideológica a infinidad de intervenciones y políticas institucionales destructivas en todo el mundo. Estas intervenciones y estas políticas son las que deben seguir siendo objeto de denuncias y campañas activas en razón de su propio carácter, eludiendo la estéril discusión de si contribuyen o no al desarrollo, o si aportan desarrollo verdadero o falso, sostenible o insostenible, humano o inhumano, etc.

No es necesario hallar un término que sustituya al desarrollo como proyecto universal de la humanidad. La humanidad - si es que tal concepto tiene algún sentido político - es demasiado diversa como para poder abrazar un proyecto universal. Cada comunidad y cada grupo, a cualquier escala poblacional y geográfica, debe buscar su satisfacción, su prosperidad y su felicidad de acuerdo con su marco cultural y ecológico, transformando su propia cultura y sus estructuras económicas, sociales y políticas a lo largo del tiempo, de forma autónoma e independiente.

La autonomía y la independencia no implican aislamiento ni reducen las posibilidades de intercambio cultural y de colaboración entre toda clase de grupos y comunidades. Antes al contrario, constituyen condiciones imprescindibles para el intercambio y la colaboración igualitaria, libre de toda clase de subordinación y por tanto, igualmente fructífera para todas las partes que colaboran.

Sin renunciar a mejorar la vida

No sólo deben ser definitivamente rechazados los conceptos de desarrollo y subdesarrollo, sino también los de países avanzados y retrasados, más favorecidos y menos favorecidos, y cualesquiera otros eufemismos que pretenden jerarquizar a los pueblos del mundo tan sólo en razón de su supuesta riqueza monetaria, olvidando otras expresiones de la riqueza y la pobreza (cultural, social, natural, etc.) de trascendencia superior a la monetaria. En las relaciones internacionales, estas falsas categorías jerárquicas deben dejar paso a otros conceptos con verdadero contenido real, que expresen las diferencias y los problemas realmente existentes, y no establezcan clasificaciones sobre las que descansa la subordinación cultural.

Conceptos como: grado de viabilidad y sostenibilidad de los diversos modelos económicos y sociales, grado de adaptación a su base ecológica local, grado de autonomía y autosuficiencia de las personas y las comunidades, estado de conservación del propio acervo cultural y del conocimientos vernáculo, grado de solidaridad y cohesión interna, grado de responsabilidad en el uso de los fondos globales de recursos naturales disponibles, etc.

Poner término a la Era del Desarrollo no significa en modo alguno renunciar a mejorar las condiciones de vida de la población, y especialmente de las naciones, comunidades o grupos con mayores necesidades por cubrir, sino exactamente todo lo contrario. Significa empezar a perseguir la mejora de estas condiciones de vida del modo en que es más fácil y seguro alcanzarla: estimulando los sentimientos de autoconfianza de las personas y las comunidades de cualquier escala (local, nacional, continental), para que afronten la resolución de sus propias necesidades siempre del modo más autónomo y a la escala más cercana posible, sin confiar en los supuestos beneficios que habrán de obtener - siempre en el futuro - a cambio de aceptar nuevas y más profundas formas de dependencia económica y cultural.

De lo que sí hay que desentenderse es del reflejo que puedan tener o no tener las vías autónomas de resolución de las necesidades sobre los índices de producción monetarizada y sobre los restantes indicadores económicos y tecnocráticos, así como sobre las clasificaciones nacionales o regionales que los expertos puedan elaborar sobre ellos.

El espacio del Sur, con o sin permiso

Superar el mito del desarrollo, autocentrar localmente los sistemas económicos y desentenderse de la evolución de los indicadores económicos tecnocráticos no supone ninguna forma de perpetuación del estatus quo entre el Norte supuestamente desarrollado y el Sur supuestamente subdesarrollado. Obviamente, la producción de bienes y servicios en el Sur debe aumentar, y debe hacerlo en gran medida para dar satisfacción a las innumerables necesidades no resueltas.

Los países del Sur deben ocupar, con o sin permiso del Norte, el espacio ecológico imprescindible para albergar esa producción. Aunque, pensando en sus propios intereses, deben organizarla en condiciones adecuadas de adaptación a sus entornos ecológicos locales y no del modo irresponsable en que el Norte ha organizado su insostenible sistema productivo, plenamente dependiente del expolio exterior. Y, sobre todo, esa producción debe ser generada y consumida fundamentalmente en el plano local - que es en el que se expresan las necesidades humanas - y no ser destinada a alimentar los mercados mundiales, cuyos dueños sólo devolverán a sus creadores una parte ínfima de su verdadero valor.

La crisis mayor está en el Norte

Al contemplar las cosas de este modo, se observa pronto que es en el Norte en donde residen los problemas de más difícil solución, y donde es necesario introducir cambios más drásticos para llegar a la construcción de sociedades viables en un planeta compartido. Son las sociedades del Norte las que han llegado más lejos en la persecución del mito del desarrollo, las que han deteriorado más gravemente su base de recursos y las de los demás, las que han llevado a sus poblaciones a mayores grados de dependencia y de carencia de autonomía, las que han perdido una mayor proporción de su acervo cultural y de su capacidad de adaptación a su propio entorno.

Tienen que afrontar sin demora estos gravísimos problemas si quieren que la convivencia en el planeta sea satisfactoria tanto para ellos como para los demás. Pero se encuentran culturalmente inermes ante el desplome de su propio modelo, y aterradas ante la evidencia de que las sociedades del Sur tienen ante sí mil caminos indirectos (culturales, demográficos, migratorios, económicos, ecológicos...) para contestar a su dominación, y están dispuestas a utilizarlos.

El final de la Era del Desarrollo va a ser más duro para el Norte que para el Sur. Si nos atenemos al grado de crispación social, miedo al futuro y satisfacción vital de las personas como indicadores generales, probablemente ya lo está siendo".

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