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Universidad Centroamericana - UCA  
  Número 416 | Noviembre 2016

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Nicaragua

Una nueva carta en la mesa del juego: el NO masivo del pueblo

Daniel Ortega llegó al día de su reelección presionado por dos flancos. Por uno, la OEA presentándole la Carta Democrática. Por el otro, la Cámara baja del Congreso de Estados Unidos amenazándole con la Ley Nica. En la jornada electoral del 6 de noviembre se le abrió un inesperado tercer flanco: el NO masivo del pueblo.

Equipo Envío

Después de prohibir la observación internacional, de cancelar la participación de la oposición con reales posibilidades de desafiarlo, de escoger a sus adversarios, de nombrar compañera de fórmula a su esposa, de garantizar que el día de las votaciones “los suyos” hubieran copado todos los centros de votación, las previsiones tomadas garantizaban un rotundo triunfo al partido de gobierno sin la necesidad de hacer un nuevo fraude. Pero sucedió lo inesperado: las juntas receptoras de votos permanecieron vacías. No se vieron filas frente a los centros de votación. Las calles se veían desiertas. Una mayoría de gente no salió a votar y entre esa mayoría también había gente que siempre ha apoyado al FSLN. Ortega y Murillo “ganaron” el 6 de noviembre respaldados por una visible minoría de nicaragüenses.

PARA LOGRAR LA PAZ


La demostración de rechazo silencioso del 6-N explica mejor que cualquier análisis lo que pasa en Nicaragua. Y lo que pasa es que el mecanismo acordado en Esquipulas, Guatemala, en agosto de 1987 para poner fin a las guerras civiles que desangraron Centroamérica en los años 80, textualmente “elecciones libres, pluralistas y honestas”, ha sido violentado en Nicaragua por el FSLN en 2008, en 2011, en 2012 y de nuevo en este 2016, probando así que fue la guerra, la convicción de que ganarían las elecciones y la falta de importancia que daban a la democracia representativa que surge de las elecciones, lo que empujó al FSLN a firmar aquel acuerdo.

De una manera o de otra, con información más o menos detallada, todo el mundo en Nicaragua sabe que eso es lo que pasa. Por eso, la mayoría resolvió no salir a votar. Ya no creían, esta vez no querían, sintieron que ya no debían. Por apatía, por hastío, por rebeldía, por dignidad, por convicción, decidieron no participar en votaciones amañadas, de partido único y deshonestas, contrarias a la letra y al espíritu del acuerdo “de sangre” que se firmó en Esquipulas.

DOS PROTAGONISTAS INESPERADOS


Las votaciones del 6-N se desarrollaron en un contexto inédito, no sólo porque fueron deslegitimándose de previo por las acciones del candidato a la reelección. También únicas por la presencia de dos “protagonistas” externos con los que él no contaba. Cuando Ortega ya tenía diseñadas las elecciones para ganarlas, sin cumplir ningún estándar democrático, apareció el 21 de septiembre en el escenario la Cámara de Representantes de Estados Unidos aprobando la Ley Nica, la Nica Act, que condiciona los préstamos que Nicaragua solicite a las instituciones financieras internacionales a que Ortega celebre elecciones libres.

Un mes después apareció en el escenario la Organización de Estados Americanos. El 21 de octubre supimos, por la vocera gubernamental, que la OEA había enviado el día 14 al gobierno de Nicaragua un informe elaborado por la Secretaría General “ponderando los hechos en relación al proceso electoral”. Aunque no se informó de su contenido, éste no puede ser otro que lo que el mismo Estado de Nicaragua aceptó al firmar la Carta Democrática Interamericana y Ortega no ha cumplido.

Se nos informó que el gobierno lo había recibido “con disposición a trabajar en una mesa de conversación e intercambio constructivo”, que el gobierno inició esa conversación con la OEA el 20 de octubre y que en el plazo de tres meses (20 enero 2017), la OEA y el gobierno presentarán los resultados, en un informe conjunto si alcanzan consenso y si no, en informes separados.

“RESPETEN LAS VOCES DE SU GENTE”


Desde el mismo día en que se anunciaron las conversaciones entre la OEA y el gobierno, el Departamento de Estado de Estados Unidos expresó en un comunicado su “satisfacción” por la noticia y “urgió” al gobierno de Nicaragua a “emprender un debate abierto, amplio e inclusivo con la OEA sobre el proceso electoral”.

El comunicado parecía llevar implícita la posibilidad de que Ortega suspendiera las elecciones: “Reiteramos nuestro llamado al gobierno de Nicaragua para que respete las voces de su gente y cree un entorno más propicio para la realización de elecciones libres, justas y transparentes”.

Y aunque la maquinaria hacia el 6-N parecía indetenible, todavía el 2 de noviembre el Departamento de Estado volvió a emitir un comunicado reiterando un mensaje similar: “Seguimos llamando al gobierno nicaragüense a respetar la voz de su pueblo y a dar pasos para crear un proceso democrático que resulte en elecciones libres, justas y transparentes”.

En vísperas del 6-N, Luis Almagro, secretario general de la OEA, anunció en un twitter que el 1 de diciembre llegaría a Nicaragua “para dialogar con las autoridades, partidos y sectores varios de sociedad civil y sector privado”. Esa misma tarde, queriendo dar la impresión de que las elecciones del 6-N serían “observadas” por la OEA, el gobierno invitó a una delegación del organismo regional a “hacer presencia” en Nicaragua el 5, 6 y 7 de noviembre. Fueron muchos los que recordaron que en junio de este año, durante la 46 Asamblea General de la OEA en República Dominicana, el Vicecanciller de Nicaragua, Denis Moncada Colindres, exigió, por orden de Ortega que Almagro renunciara a la dirección de la OEA. “Nicaragua -dijo- espera, para lavar las manchas y vergüenzas de la Organización de Estados Americanos, que el secretario general Almagro ponga de inmediato su renuncia irrevocable ante el plenario. Con su comportamiento ilegal, irrespetuoso y prepotente se ha autodescalificado y expulsado del cargo que ocupa”.

La OEA aceptó la invitación de Ortega y Almagro aclaró en un twitter que los funcionarios del organismo regional no venían como observadores. Ninguno de ellos habló esos tres días con ningún medio, oficial o independiente. Actuaron con total reserva.

Fue así, asediado por la Ley Nica y ya abierta la “mesa de intercambio” con la OEA, que llegó Daniel Ortega al 6-N, jornada de su nueva reelección.

“YO NO BOTO MI VOTO”


La oposición impedida de participar en las elecciones está ahora organizada en dos grupos: Ciudadanos por la Libertad (CxL) -estructuras del PLI que dirigió Eduardo Montealegre- y Frente Amplio por la Democracia (FAD). Dirigido por el MRS, reúne a organizaciones sociales, nacionales y territoriales.

Ambos grupos se unieron desde agosto en un solo discurso: “Abstención, consciente y activa” ante “la farsa electoral”. También decidieron realizar movilizaciones en varios municipios del país con distintas consignas, la que más pegó: “Yo no boto mi voto”.

El 10 de octubre ambos grupos sellaron “la unidad en la acción” en Somoto. Desde ese día anunciaron que desconocerían los resultados de las votaciones del 6 de noviembre. Realizaron más de 46 marchas y plantones por todo el país. El gobierno no respondió con la habitual represión, apenas con obstáculos e intimidación. Sin ser masivas, el mensaje fue calando. La convocatoria a no votar se multiplicó en las redes sociales a través de mensajes y memes.

EL TEMOR DEL FSLN ERA LA ABSTENCIÓN


Consciente Ortega de que tras tantas decisiones, convertidas en bumerang, una gran abstención terminaría por arruinar las “elecciones” del 6-N, cuestionando su segunda reelección, las estructuras del partido de gobierno concentraron sus esfuerzos en prevenirla para no tener que lamentarla.

El Consejo Supremo Electoral (CSE) se ocupó de preparar cómo disimularla. El 18 de octubre, el presidente del CSE, Roberto Rivas, convocó sólo a medios oficiales a una conferencia de prensa para presentar el padrón que emplearía el CSE el 6-N, número total de ciudadanos inscritos y habilitados para votar, instrumento básico para evaluar la transparencia en los resultados de cualquier elección.

Rivas presentó ese día cuatro distintos padrones. El politólogo y experto en estadísticas electorales, José Antonio Peraza, explica en páginas siguientes esa estratagema aritmética, destinada a camuflar la temida abstención.

Previéndola, activistas del FSLN visitaron durante semanas casa por casa en los barrios sondeando voluntades, prometiendo a la población láminas de zinc para techar sus viviendas y regalando bujías, huevos, bananos, pidiendo a cambio que salieran a votar. El énfasis era: “Vaya a votar y vote nulo si quiere, pero salga a votar”… En ministerios e instituciones públicas se advertía a los empleados que el que no regresara el lunes 7 con el dedo manchado -señal de que votó- sería sancionado.

Tanta ansiedad no se correspondía con las sucesivas encuestas que publicaba M&R, que reiteraban una participación que superaría el 75%. Tampoco era coherente con las declaraciones del Presidente del CSE, Roberto Rivas, que entrevistado por la cadena Tele¬sur, declaró que votaría el 80% y que quienes llamaban a no votar no eran más que “veinte personas que tienen influencia en los corredores del Departamento de Estado”…

Otra medida fue orientar a las decenas de miles de funcionarios electorales que estarían a cargo de los centros de votación, contratados para ese trabajo por el partido de gobierno, que procuraran hacer lo más lento posible el proceso de cada votante así garantizar que siempre se vieran largas filas en los centros de votación.

Sabiendo la importancia de evaluar la abstención, la oposición organizada y dos organismos de la sociedad civil, el consorcio Panorama Electoral y Hagamos Democracia, anunciaron estar preparados para realizar, con voluntarios, una observación ciudadana de lo que sucedería en las más de 14 mil juntas receptoras de votos de todo el país.

“COMO EN VIERNES SANTO”


El día de las votaciones “los sonidos del silencio” se sintieron desde que salió el sol. En elecciones anteriores la gente hace fila desde que amanece para votar de primeros en las juntas, que abren a las 7 de la mañana. Este año no. Las calles estaban desoladas y no se veían filas en las aceras de los centros de votación de Managua, de León, de Matagalpa, de Granada… “Como que fuera viernes santo”, se escuchaba.

Al avanzar la mañana se comprobaba por todo el país que la votación seguía “rala”: poca gente, ninguna fila… Los medios televisivos oficiales hacían malabarismos para ocultarlo. En los pocos medios independientes que han ido quedando en el país se notaba sorpresa en los informes que los periodistas enviaban desde todos los rincones del país. Mayor “palmazón” se reportaba desde las zonas rurales. La juventud llenaba las redes sociales de centenares de fotos que demostraban la soledad de los largos pasillos de los centros de votación, habitualmente instalados en escuelas.

“UNA LECCIÓN DE RESPONSABILIDAD CIUDADANA”


Horas después del cierre de los centros de votación comenzaron a entrecruzarse informaciones y comentarios de lo que cada quien, desde su lugar de observación, había visto con sus propios ojos. La coincidencia era total: la abstención masiva era el único dato relevante, la única sorpresa de una jornada en la que todo mundo sabía que no habría ninguna en los resultados.

El primero en aventurar números fue el Frente Amplio por la Democracia. Las informaciones recibidas en su tendido de “auditoría social” le daban un aproximado de 70% de personas que no salieron a votar. En su proclama de esa noche el FAD “desconoció” los resultados de las votaciones, se refirió a una “abstención sin precedente en la historia electoral nicaragüense” y la consideró “una lección de responsabilidad ciudadana”.

Poco después hablaron los “comandos de observación” de Ciudadanos por la Libertad. Según su red de voluntarios, un primer corte de información realizado a las 2 de la tarde, cuatro horas antes de cerrar oficialmente los centros de votación, les daba que la abstención podría alcanzar el 78%. Dos días después fueron más específicos: 90 personas votaron en promedio en las juntas urbanas y 50 en las rurales. Días después, Hagamos Democracia consideró que un 68% de personas no votó. El consorcio de organizaciones sociales Panorama Electoral, en el que participó el organismo nacional de observación electoral Ética y Transparencia, no dio ninguna cifra y concluyó: “Dado que ningún observador independiente fue acreditado para presenciar el conteo y tabulación de los votos, es imposible saber si los resultados oficiales reflejan un proceso de conteo acertado y honesto. Igual duda pende sobre sus estimados de participación y abstención”.

“ESO NO PASÓ”


Los resultados finales del CSE fueron éstos: participación 68.2%, abstención 31.8% y votos para el FSLN 72.5%. En páginas siguientes, en entrevista con Envío, José Antonio Peraza evalúa el contexto de una jornada electoral inédita y trata de aproximarse a números más verosímiles. El experto en estadística electoral se basa en cálculos matemáticos y considera que si la participación fue 68.2%, como dice el CSE, eso significaría que casi 2 millones y medio de personas votaron ese día.

“Para que hubiera habido una participación tan alta -dice- tuvo que haber votado un promedio de 171 personas en cada una de las 14 mil 581 juntas receptoras de votos de todo el país. Eso significaría que cada hora votaban 17 personas, cada 4 minutos entraba una persona en la junta y votaba. Y que ese proceso se mantuvo durante todo el día. Totalmente imposible. Lo que vimos, lo que vio todo el mundo, demuestra que eso no pasó”.

UN PUEBLO INDÓMITO Y ASTUTO


Las votaciones del domingo 6 de noviembre se convirtieron en un plebiscito nacional donde el NO se impuso al SÍ, aunque ninguna boleta llevara esas dos palabras.

¿Por qué tanta gente no salió a votar y a qué le dijo NO un porcentaje tan alto de la ciudadanía? Las respuestas son muchas. Bastantes tienen que ver con el modo de ser del pueblo nicaragüense. Otras, con la historia del país y con heridas no sanadas. Otras con sentimientos que han ido desbordando conciencias… Hay una amplia gama de razones y es variado el perfil de los abstencionistas. El día después nos llegaron testimonios con los que construimos algunos perfiles...

En general, tras todos esos NO hay un pueblo, el nicaragüense, que es tan indómito como astuto. Es el güegüense, que sabe calcular las posibilidades y si se siente en clara desventaja elige caminos defensivos, no confrontativos, los que menos costo tengan. Esta vez, en un contexto de cada vez más estricto control social, como el que ha impuesto el gobierno desde hace años a la población, a los empleados públicos, y prácticamente a todo el mundo, y en unas elecciones donde nadie elegía nada, la mayoría optó por el camino más seguro: no se sometió, pero no hizo bulla al rebelarse, simplemente no salió de casa.

¿PARA QUÉ IR…? ¿POR QUÉ IR…?


El pueblo nicaragüense es inteligente y, con información más o menos detallada, conoce cómo se prepararon estas “elecciones”. Sabía que ya todo estaba “amarrado”. Hoy, cuando además de la radio que llega hasta el último rincón de la montaña, todo mundo tiene en el bolsillo un celular para compartir información, sabía bien que de estas elecciones no iba a salir nada nuevo, ningún cambio. “¿Para qué perder mi tiempo si ya sé lo que va a pasar?” Las estratagemas del gobierno, bien conocidas, y la absoluta falta de competencia se unieron al arraigado “yoquepierdismo” para cocinar tan grande abstención.

Una buena cantidad de votantes, especialmente entre la juventud, está aburrida de escuchar a diario los mismos discursos repetidos hasta la saciedad y desmentidos en la realidad. Diez años de este gobierno, que impone un discurso único, un pensamiento único, un candidato único, resulta obsoleto para el tiempo en que vivimos, lleno de estímulos, de opciones, de opiniones. La gente más joven quiere un cambio y no se sintió motivada a dedicarle tiempo a un voto que no iba a cambiar nada… a pesar de los muchos recursos que la ética empresarial gastó -campañas publicitarias, focus group, camisetas, murales…- promoviendo “el voto joven”.

“YA NO AGUANTO LA PRESIÓN”


Mucha gente en el país, especialmente la que trabaja para el gobierno, está hastiada, y hasta humillada, por tener que ir obligadamente a reuniones y a demostraciones de apoyo, a actividades a favor del partido de gobierno sin tener más motivación que no perder su empleo, represalia habitual cuando desobedecen...

Quienes no trabajan para el gobierno están también hastiados de tener que hacerse “sandinistas”, y hasta con carnet del FSLN, para ser beneficiados con programas sociales, para encontrar trabajo, para recibir atención en centros de salud, para optar a una beca, hasta para conseguir su cédula de identidad...

LOS MÁS CONVENCIDOS


Un sector muy importante de la población rural, en las zonas que vivieron la guerra civil de los años 80 participando en las filas de la Resistencia, se sienten vigilados y acosados, reprimidos por el Ejército y la Policía. La imposición de la hegemonía sandinista tras los fraudes en los comicios municipales de 2008 y 2012, que asignaron alcaldes del FSLN a municipios de tradición liberal ha provocado un repudio permanente contra el gobierno de Ortega en extensas zonas de la Nicaragua profunda. El NO de esta población, nació de una convicción alimenta¬da por la indignación. No salir tuvo en estas zonas campesinas el valor añadido de vencer la intimidación y el miedo. Fue allí donde las votaciones tuvieron un más claro carácter plebiscitario.

También hubo un NO convencido entre quienes, desde muy distintas ideologías, simpatizaban con la Coalición Nacional por la Democracia, opción política a la que Ortega le impidió participar. Este grupo fue el más activo en movilizarse denunciando la “farsa” y el “circo electoral” y, aunque no es realista adjudicarle a su campaña la masividad del NO, su esfuerzo tuvo un eco importante y logró llamar la atención de todo el país en los medios, en las calles y en las redes sociales.

TAMBIÉN SANDINISTAS


El grupo más cualitativamente significativo en la plural composición de los abstencionistas del 6-N es el de los seguidores del FSLN. Una abstención tan alta, prácticamente dos terceras partes del universo de votantes, como afirma Peraza, hubiera sido difícil de alcanzar si los sandinistas hubieran salido masivamente a votar.

¿No salieron porque estaban seguros de que “el comandante” ganaba y para qué hacer el esfuerzo? Pudiera ser, aunque esa indolencia sería índice de una militancia desmotivada y menos “militante”…

¿Voto castigo? ¿Castigar qué…? Militantes históricos del FSLN y sus familiares, alguna de esa gente que toda la vida votó por Daniel Ortega, que siempre ha pensado y sentido con corazón rojinegro, también decidió no salir a votar. Se han sentido marginados, no estuvieron conformes con la candidatura a la Vicepresidencia de Murillo, tienen serios cuestionamientos sobre el gobierno y no encuentran cauces para expresarlo. Lo expresaron con la abstención.

La poderosa maquinaria organizativa del FSLN no fue tan eficaz como otras veces o como se esperaba de ella. El NO del 6-N puede profundizar las tensiones y contradicciones que atraviesan desde hace tiempo el círculo del poder.

Lo que sería de desear es que los cuadros históricos del FSLN exigieran un debate interno para reflexionar sobre lo que ha ocurrido durante estos diez años en el gobierno de un partido “revolucionario” que se ha apartado tanto de sus principios, que ha abandonado a su suerte a los campesinos y a los pueblos indígenas, que olvida a nuestros migrantes, que no representa ya a tantas y a tantos que dieron su vida por una Nicaragua con justicia y en paz.

UNA NUEVA CARTA EN EL JUEGO


El día después de las votaciones del 6-N se palpaba en el país la incertidumbre que provocan siempre las sorpresas. ¿Y ahora, qué?

El Departamento de Estado habló en la tarde: “Estados Unidos se encuentra profundamente preocupado por el proceso viciado de las elecciones presidenciales y legislativas en Nicaragua, que impidió toda posibilidad de realizar elecciones libres y justas el 6 de noviembre… Seguimos presionando al gobierno de Nicaragua para que respete las prácticas democráticas, conforme a las obligaciones que nuestros países comparten bajo la Carta Democrática Interamericana”.

Para quienes la percepción de dentro y fuera de Nicaragua, también en Washington, resultaba extraña la apatía de la gente, las escasas protestas, el no involucramiento de una mayoría de la población en la crisis política nacional, la ausencia de una movilización masiva frente a los desmanes pre-electorales del gobierno, lo ocurrido el 6-N obliga a repensar lo que pasa en Nicaragua.

Una mayoría quiere un cambio, pero teme el conflicto y actuó, pero por omisión. El silencioso grito del 6-N es un nuevo dato al que habrá que acudir al analizar la situación nacional. Es una nueva carta en la mesa del difícil juego que hoy se juega en Nicaragua.

DOS GRANDES RIESGOS


El NO masivo del 6-N dejó abiertos tantos interrogantes como riesgos. El mayor, que Ortega se sabe mayoritariamente cuestionado. Conoce los números exactos y las estratagemas que han sido necesarias para maquillarlos a su favor. Sabe ahora con claridad que concediendo elecciones libres desactivaría la Ley Nica e impediría que la OEA lo siguiera presionando con la Carta Democrática, pero tendría que arriesgar el poder.

El otro gran riesgo sería el triunfalismo de la oposición que más trabajó por lograr la abstención, no asumiendo con seriedad que su masividad es más un desafío para trabajar unidos que un motivo para descansar y disputar protagonismos. El momento que se ha abierto es más de aprendizajes que de egos.

Transformar la desconfianza en el sistema electoral que se expresó en ese NO en confianza en la capacidad que tiene el pueblo de actuar, reclamando al gobierno derechos y no agradeciéndole favores, exige un esfuerzo de construcción de ciudadanía que no tendrá resultados instantáneos, tampoco rápidos.

¿ESTAMOS PREPARADOS?


A los riesgos que plantea al país y a la oposición el resultado del 6-N y a lo que exige el incierto futuro del país se refiere en páginas siguientes Violeta Granera, candidata a la Vicepresidencia de la República, por la Coalición a la que Ortega impidió participar en las elecciones.

La visión de Granera es optimista. ¿Está preparada Nicaragua para un acuerdo nacional, auténticamente nacional, en el que, iniciando con un nuevo proceso electoral libre, competitivo y observado, asumamos como prioridades darle calidad a la educación, modernizar la estructura productiva del país, restaurar el deteriorado medioambiente, enfrentar adecuadamente los desafíos del cambio climático y establecer un sistema tributario que garantice equidad y justicia social?

La pregunta es compleja, la respuesta incierta. Y cuando apenas la formulaban los más entusiasmados con el NO masivo, apenas dos días después del 6-N una incertidumbre mayor sacudió al planeta al conocer que el próximo Presidente de la única superpotencia del mundo será el imprevisible Donald Trump.

¿Qué hará Trump con Centroamérica, con Nicaragua? ¿Priorizará confrontarse con México y nos olvidará a nosotros? Las opiniones se dividen entre quienes así piensan y quienes opinan que tendrá muy en cuenta a los “enemigos” de Estados Unidos, incluyendo entre ellos a la Nicaragua de Ortega. Sólo el tiempo despejará la incógnita.

EL DIÁLOGO CON LA OEA


Qué hará Trump no lo sabemos. Qué hará Ortega es la pregunta más acuciante en este final del año. En enero, en las mismas fechas en que Trump estrenará la Casa Blanca y empecemos a saber si hará lo que dijo, sabremos hasta dónde estuvo dispuesto a llegar Ortega en su “intercambio constructivo” con la OEA.

Existe consenso en que Ortega no tuvo más remedio que aceptar “conversar” con la OEA con un objetivo táctico: ganar tiempo retrasando la aprobación definitiva de la Ley Nica. Acceder a esa conversación fue también un reconocimiento implícito de que está metido en problemas y con Maduro, el “padrino” venezolano, en crisis. En esa situación no le quedó más remedio que dialogar con Almagro, a quien el año pasado había calificado como “un sirviente de los yanquis”.

¿Qué apuesta a conseguir la OEA en la conversación con Ortega? No lo sabemos. Resulta positivo que exista un diálogo con un protagonista internacional y que ese diálogo tenga un plazo breve, tres meses.

A pesar de que no conocemos el informe sobre el que “conversa” Ortega, sabemos que si fuera favorable al gobierno, éste lo hubiera publicado íntegramente. Sabemos también que en ese informe no pueden aparecer más que hechos sucedidos en el país contrastados con los instrumentos jurídicos con que trabaja la OEA, que tienen en su centro la Carta Democrática Interamericana, firmada en 2002 por todos los Estados del continente, incluida Nicaragua. Y en la Carta, la celebración de elecciones “libres y justas” es el pivote de toda una compleja armazón político-jurídica que garantiza la vigencia de gobiernos democráticos en la región.

¿TROPEZAR CON LA MISMA PIEDRA?


Del Presidente Daniel Ortega depende en gran medida lo que suceda en la “conversación” con la OEA.

Víctor Hugo Tinoco, quien fue Vicecanciller de la República en los años 80, recurrió a su experiencia en el cargo para analizar la negociación con la OEA, en una entrevista en el programa de la TV “Esta Noche”.

Tinoco ve sólo dos escenarios: “Uno, que Ortega actúe en serio y haga nuevas elecciones. Y otro, que aproveche la conversación con la OEA sólo para ganar tiempo y que no le aprueben la Nica Act. Si actúa así, tropezaría con la misma piedra con la que tropezó la Revolución. En 1981 un delegado de Estados Unidos sugirió que hiciéramos elecciones libres. Eso hubiera evitado la guerra. En 1983 presidí nueve negociaciones en Manzanillo y el planteamiento era siempre celebrar elecciones libres y evitar el acercamiento a la URSS. Debimos celebrar elecciones libres en 1984. Las elecciones de ese año no lo fueron: ganó Ortega y siguió la guerra. El pico de la guerra fue en 1985. La situación de hoy tiene similitud a lo que pasó a fines de los 80, cuando la URSS, principal sostén de Nicaragua, se debilitó. Ahora pasa lo mismo con Venezuela. Si Daniel Ortega no aprovecha la oportunidad con la OEA el resultado será más crisis económica y violencia armada en las zonas rurales”.

¿QUÉ HARÁ ORTEGA?


Si Daniel Ortega fuera un estadista responsable optaría por repetir las elecciones generales. Nuevas elecciones libres, transparentes, competitivas y observadas en el menor tiempo posible, celebradas tras una reforma a fondo de todo el sistema electoral zanjarían el problema e iniciarían la renovación institucional del país. Es eso lo que está pidiendo la oposición excluida de las elecciones por Ortega. Y es lo que desearían también sectores empresariales que no se atreven aún a decirlo.

Es difícil imaginar que Ortega conceda esto. Se abren entonces dos escenarios. Uno, que la OEA le reclame una reforma a fondo del sistema electoral para próximas elecciones y que Ortega acepte, proclame que lo ha aceptado, pero a la hora de implementar en profundidad esa reforma aplique su conocida costumbre de “firmar me harás, pero cumplir jamás”. El otro es que ni siquiera lo acepte y sólo se comprometa a cambios cosméticos y superficiales. En ambos escenarios la crisis nacional continuará agravándose.

REELECTO SIN “LEGITIMIDAD DE ORIGEN”


“Un país tan frágil como Nicaragua no aguanta otro descalabro”. Así lo señalaban algunos análisis previos al 6-N, que buscaban disimular cómo se prepararon votaciones tan alejadas de unas verdaderas elecciones, induciendo así a que las aceptáramos a pesar de todo para evitar el descalabro…

Concluye 2016 en una situación muy diferente a la que imaginamos al iniciar el año. De calcular que tendríamos elecciones no limpias en las que Ortega se reelegiría sin mayor problema, lo vemos ahora desafiado por la Ley Nica, cuestionado por la OEA y con una nueva carta en la mesa del juego: el NO masivo del pueblo de Nicaragua.

Por ser tan masivo, ese NO trastocó la “liturgia electoral” preparada por el régimen, ha cuestionado la “legitimidad de origen” del tercer período consecutivo de gobierno de Daniel Ortega, evidencia los resultados de su “falta de cortesía” con “los aspectos propios de la legalidad y la legitimidad” electoral, y también pone en entredicho la “efectividad” del modelo que pretenden imponer Ortega y Murillo para los próximos cinco años. Un auténtico “descalabro”…

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