Envío Digital
 
Universidad Centroamericana - UCA  
  Número 268 | Julio 2004

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Nicaragua

Sally O'Neill: “En el mundo hay dos países mimados por la cooperación y uno es Nicaragua”

Sally O´Neill, directora regional para Centroamérica de Trocaire, ONG de la Iglesia católica de Irlanda, compartió con Envío ideas y experiencias, tras 25 años de trabajo en la cooperación con los países del Sur, con Centroamérica y con Nicaragua, en una charla que transcribimos.

Sally O´Neill

Existen tres grandes formas de cooperación con los países del Sur. La cooperación multilateral: la del Fondo Monetario, el Banco Mundial, el BID, la Unión Europea; la cooperación bilateral de gobierno a gobierno y la cooperación privada, en la que encontramos ONG de las más diversas tendencias: agencias católicas con distintos perfiles, agencias de las iglesias protestantes -especialmente de las iglesias históricas europeas-y agencias de cooperación que no pertenecen a ningún grupo religioso, como los Oxfam, los Save the Children y otros muchos, con una larga tradición y trayectoria.

La cooperación, como una vía para que los gobiernos de los países desarrollados se vinculen a los países en desarrollo y los apoyen es una realidad en el mundo desde hace unos cincuenta años. Los dos primeros países en crear agencias oficiales de cooperación fueron Inglaterra en 1935 y Francia en 1940. Las crearon para cooperar en proyectos sociales en los países que empezaban entonces a dejar de ser sus colonias. La cooperación privada, la de ONG privadas, existía desde mucho antes. La primera Cáritas se fundó en Alemania en 1895. Save the Children, Redd Barna -muy conocida en Nicaragua por su trabajo con la niñez- fue creada en 1919. La ONG más antigua nació en 1854 en Inglaterra para promover la lucha contra la esclavitud. Cuando escuchamos hablar de la “sostenibilidad” de los ONG hay que tener en cuenta todo esto, porque, al menos en el Norte, tienen más de un siglo de existencia.

En los últimos 25 años, la cooperación multilateral y bilateral de los 26 países más ricos del mundo con los países del Sur ha sumado aproximadamente unos 60 mil millones de dólares al año. Para poder situar esta cantidad de dinero en su contexto, hay que decir que los fondos privados de esos 26 países hacia los países del Sur multiplican por cuatro esos 60 mil millones. Otro contexto en el que hay que colocar estas sumas -para no interpretarlas como “caridad” del Norte con el Sur- es el contexto macroeconómico de la deuda externa. En el año 2003, los países pobres del Sur entregaron a los países del Norte 47 mil millones de dólares en pago de la deuda externa.

La cooperación para el desarrollo comenzó a tener gran auge en las décadas de los 60 y 70. Eran tiempos más “idealistas” que los actuales. Se propuso entonces que los países ricos dedicaran un 0.7% de su PIB a apoyar a los países en desarrollo. ¿Quiénes mantienen hoy este ideal? Hoy, los países más ricos entregan como cooperación al desarrollo, en promedio, sólo el 0.22% de su PIB. Hace 20 años, entregaban el 0.48%, señal clara de que la tendencia es a la baja. El país más generoso en términos de porcentaje es Dinamarca. Y el menos generoso, Estados Unidos, que entrega sólo el 0.10% de su PIB. En términos absolutos, el país que más aporta a la cooperación es Japón: en 2003 entregó en cooperación unos 12 mil millones de dólares.

¿Qué niveles alcanza la cooperación privada? Este tipo de cooperación inició en Europa al término de la Primera Guerra Mundial, con el objetivo de apoyar a las víctimas del conflicto. Años después surgió una segunda ola, para atender a las víctimas de la Segunda Guerra Mundial. En la década de los 50, y con toda la experiencia acumulada, estas organizaciones empezaron a ponerle atención a la problemática de los países en desarrollo. En el mundo católico -que es donde se inserta Trocaire- las décadas de los 50 y 60 vieron la creación en Europa de un sinnúmero de organizaciones. Nacieron entonces CAFOD en Inglaterra, CFCD en Francia, CEBEMO en Holanda. En la década de los 70, con todos los cambios que produjo el Concilio Vaticano II (1961-65) y la Conferencia de Obispos de Medellín (1968), comienza a ganar fuerza el concepto de la solidaridad, dejando atrás conceptos previos: caridad y asistencialismo.

Nacen entonces más organizaciones que comienzan a entender que su trabajo no consiste únicamente en transferir dinero a los países en desarrollo, sino que deben luchar en sus propios países, educando a sus compatriotas para que contribuyan a un cambio en las relaciones mundiales, tratando de influir en las políticas públicas de sus propios gobiernos para que asuman un adecuado concepto de desarrollo. Se consolida entonces la que yo llamo “cooperación solidaria”.

En la década de los 80 surgió otra ola de organizaciones en el mundo de la cooperación privada. Algunas manteniendo esta visión solidaria. Otras ya empezaban a tener una visión más mercantilista. Nacieron entonces esas organizaciones a las que, entre nosotros, llamamos “los caza-ambulancias”, creadas para atender “humanitariamente” las grandes hambrunas en África. Surgió también una nueva ola: buscando aprovecharse de fondos públicos, surgieron otras que trabajaban con una mentalidad de corto plazo, no tanto con el interés de apoyar al Sur desde el Norte, sino con el afán de venir desde el Norte al Sur a resolver ellos los problemas, desplazando así las capacidades locales. Estos ONG no tuvieron tanta influencia en Centroamérica, sí tuvieron mucha en África. Después del huracán Mitch aparecieron como invasión por toda Centroamérica. Ya habían aparecido antes en Guatemala en 1996, después de los Acuerdos de Paz.

¿Cuál es el tamaño de la cooperación privada en relación a la cooperación oficial, la multilateral y la bilateral? Según la información de la OCDE -organización de los 26 países más ricos del mundo-, en el último año del que tienen datos, el año 2000, la cooperación privada de los ONG del Norte, trajo en su conjunto a los países del Sur 6 mil 600 millones de dólares. De ese monto, el 20% vino como co-financiamiento de gobiernos a ONG y el resto como donaciones privadas. La cooperación privada constituye, pues, una contribución importantísima para los países del Sur, no sólo por montos tan significativos, también por el trabajo que hace en educación y en incidencia, tanto en el Sur como en el Norte.

¿De dónde saca la cooperación privada tanta cantidad de dinero? En los países del Norte, se organizan muy variadas formas de recoger dinero para apoyar proyectos de desarrollo. En el caso de mi agencia, Trocaire, hacemos cada año en Irlanda lo que llamamos la Campaña de Cuaresma: durante seis semanas solicitamos a la población sus aportaciones. Para darles un ejemplo de la dimensión que alcanzan iniciativas de este tipo: con una población en el sur de Irlanda de unos 3 millones de personas, Trocaire recoge anualmente 30 millones de euros, unos 35-40 millones de dólares.
A lo largo de los últimos años venimos observando cambios significativos en el comportamiento de la población donante de los países del Norte. Hace 20 años a los donantes les convencía más aportar para cambiar las estructuras que causaban el subdesarrollo. Pensaban más en un aporte estructural. Hoy es cada vez más difícil “vender”
en Europa el concepto de apoyar el desarrollo en América Latina. Hoy, son más populares las ayudas puntuales para emergencias. Por ejemplo, en 1994, durante la crisis del genocidio en Ruanda, con una pequeña campaña en la que no usamos los medios y nos valimos sólo de las parroquias, Trocaire consiguió la colecta récord de su historia: recogimos en un solo día 14 millones de dólares.

A pesar de los 60 mil millones de dólares transferidos del Norte al Sur, la problemática del subdesarrollo permanece y la brecha entre los países ricos y los países pobres se ha triplicado en los últimos diez años. Cuando yo comencé a trabajar en el desarrollo, hace ya 25 años, la brecha entre el ingreso de los países europeos y el de los países más ricos de América Latina -Chile, Argentina y Uruguay- era de 10 a uno. Hoy, esa brecha se ha ensanchado enormemente: es de 57 a uno. Yo vengo de un país, Irlanda, que hace unos años era el país más subdesarrollado de Europa, pero hace tan sólo 15 años, con su integración a la Unión Europea y con las transferencias de recursos recibidos por esa vía, ocupa ya el puesto número 16 entre los países con ingreso per cápita más alto del mundo. Actualmente, ese ingreso es de unos 27 mil euros, mientras que el de Nicaragua es de unos 500 dólares. Para quienes trabajamos en la cooperación, el desafío, el dilema, es cómo podemos ir acortando esta brecha, entendiendo cada vez más profundamente cuáles son los factores de injusticia que existen en el mundo y que la han ahondado. Necesitamos entender también cuáles son los factores de injusticia que han conformado en América Latina sociedades tan desiguales.

Para Nicaragua, la cooperación es especialmente significativa. Desde 1979 -cuando se comenzaron a guardar estadísticas- hasta 2003, Nicaragua ha recibido en donaciones de la cooperación bilateral, de gobierno a gobierno, 14 mil 681 millones de dólares. ¿A dónde ha ido a parar todo ese dinero? ¿Qué diferencia ha hecho, viendo que hoy Nicaragua tiene más pobres que los que tenía cuando yo comenzaba a estudiar este país, en 1978? De la cooperación solidaria durante los años 80 no hay datos confiables. A partir de los años 90, cuando todas las organizaciones con presencia en Nicaragua están obligadas a informar al gobierno de sus recursos, ya hay datos. En el año 2000, por ejemplo, la cooperación privada, la de los ONG internacionales, aportó 152 millones de dólares. En 2003 se redujo: 90 millones de dólares. Casi 62 de esos 90 millones provienen de ONG de países miembros de la Unión Europea. No son datos totalmente exactos, porque hay muchos ONG que no tienen oficinas en Nicaragua -Misereor o CORDAID, por citar dos-, pero que sí envían contribuciones significativas. Estimo, pues, que el dato real para 2003 es de 130 millones de dólares.

¿Cuáles son algunos de los grandes temas que más preocupan hoy, tanto a la cooperación privada y solidaria como a la cooperación bilateral? ¿Qué dirección está tomando la cooperación? Preocupa mucho, y en primer lugar, la efectividad, la eficacia que logra la cooperación. Después de haber invertido durante tantos años miles de millones de dólares queda la gran pregunta: ¿por qué actualmente hay más pobres? ¿Por qué esta cooperación no ha ayudado a cambiar las injustas relaciones entre el Norte y el Sur ni tampoco ha reducido la exclusión social en los países de América Latina, Asia y África?

La preocupación por la eficiencia en el uso de los recursos de la cooperación ha conducido a un giro, que se fue imponiendo durante la década de los 90, al término de la Guerra Fría, exigiendo los ONG del Norte a sus contrapartes en el Sur toda una serie de indicadores para medir la eficacia: marco lógico, plan estratégico, fortalecimiento institucional... Hoy, si alguien presenta a la cooperación cualquier proyecto y no lo envuelve en toda esta terminología no conseguirá nada. Antes, las claves del trabajo eran el corazón, la mística, el compromiso. Ahora, nada de esto basta. Esto ha ocurrido también, en gran medida, porque la ciudadanía de los países ricos ha comenzado a exigir resultados a las agencias de financiamiento y a sus gobiernos. Durante la Guerra Fría, los gobiernos y las agencias de cooperación de Estados Unidos y de Europa, prestaban y donaban dinero para “comprar corazones y amigos”. En las décadas de los 70 y los 80 -época de las guerras civiles en Centroamérica, de los conflictos en África, del asesinato de dos millones de personas por orden de Pol Pot en Cambodia, de las hambrunas que mataron a miles en Etiopía, época de asesinatos y desaparecidos en Chile y en Argentina- la cooperación solidaria no exigía resultados. Sólo estábamos allí, haciendo todo lo que podíamos.

También en estas décadas se generalizó la idea de que la gente de los ONG éramos todos de buen corazón. Nos miraban como una nueva ola de misioneros laicos, heroicos porque íbamos a trabajar a los países en desarrollo, y algunos hasta pensaban que vivíamos en covachas miserables y no comíamos. En muy poco tiempo, la opinión pública de nuestros países y los medios de comunicación pasaron de esta idealización a hacernos una montaña de cuestionamientos: qué hace esta gente, cómo viven, qué ganan con el trabajo que hacen, por qué andan metidos en ese negocio...

La opinión pública europea comenzó a exigirnos rendición de cuentas: a cuántas personas ayudábamos, en qué condiciones, qué habíamos logrado cambiar... Naturalmente, quienes trabajamos en la cooperación no vamos a ser tan ingenuos como para pensar que el dinero todo lo puede cambiar. El dinero nunca cambia las condiciones culturales de la pobreza, aunque sí sabemos que, bien orientado, puede ayudar y ser un elemento más en la construcción de un mundo más justo.

En el debate sobre la efectividad, y entre marcos lógicos e indicadores, también llegó el debate sobre el uso transparente de los fondos, sobre la corrupción. En los años 70 y 80, con una problemática de violación a los derechos humanos tan generalizada en Centroamérica, no poníamos suficiente atención a cómo se usaban los fondos que entregábamos. Y hubo abusos. Recuerdo que cuando regresé a Centroamérica a comienzos de los 90, después de cinco años de trabajo en Asia, empecé a escuchar testimonios de gente salvadoreña que nos contaba cómo durante la guerra civil en El Salvador el FMLN cobró un impuesto a las organizaciones que recibían fondos internacionales de cooperación, un impuesto que llegaba a veces hasta el 50-60% de los ingresos. La gente no lo contó antes por miedo, pero después de la paz, cuando las organizaciones de base comenzaron a buscar independencia de las organizaciones político-militares, empezaron a hablar.

Hoy, es un desafío no permitir que estas cosas ocurran. Y en esto se han ido viendo avances. Antes, la práctica más frecuente era que las comunidades ni sabían qué fondos estaban solicitando los ONG en su nombre. Ahora, la gente se involucra mucho más: conocen los presupuestos, conocen lo que se está solicitando, exigen, reclaman. En la medida en que haya más gente involucrada habrá menos riesgos.
Desafortunadamente, la corrupción no afecta únicamente a los gobiernos. También a las sociedades. También a la cooperación. Y también a la cooperación solidaria. Hoy, lamentablemente, conocemos bastantes casos en los que los fondos privados para proyectos de desarrollo se usan para beneficio personal. En Nicaragua, en la década de los 80 siempre hubo casos de corrupción: uno muy típico fue el del dirigente sandinista que le quitaba el carro a un proyecto para llevar a pasear a la novia y se emborrachaba y chocaba el carro. Eso fue muy frecuente. Lamentablemente, en los 90 la corrupción en los ONG se agravó. Recuerdo en 1995 un caso: una mujer nicaragüense que dirigía una organización de mujeres. Tenía proyectos con cinco ONG y a cada una le pedía mil dólares de salario y así salía ella con un salario mensual de cinco mil dólares. Cuando los cinco ONG nos dimos cuenta, decidimos ponerla en su lugar. Su reacción: decirnos que éramos imperialistas intervencionistas que veníamos a hacer preguntas y que sacáramos las narices. ¡Lo que sacamos fue la plata! Hoy, cuando nos reunimos entre nosotros, las agencias de cooperación privada, tenemos ya tipificado un nuevo tipo de ONG. Hasta le hemos dado un nombre: “mongo”, que en inglés significa “my own ong”, mi propia ONG. Abunda, desgraciadamente, el fenómeno de los ONG de maletín, los ONG familiares, ONG que son sólo un “modus vivendi”, ONG de gente oportunista que, porque sabe hablar inglés -la nueva lengua franca de la cooperación-, y porque maneja mejor el “caliche” actual, los ocho o diez términos fundamentales de la nueva terminología que hay que meter en cualquier proyecto (marco lógico, sinergia, foda, etc., etc.), se han ido abriendo camino.

La mayoría de esta terminología para los proyectos está copiada de la de las grandes empresas. Muchos de los conceptos que se emplean en la planificación estratégica vienen de la empresa privada. El “marco lógico” viene de la NASA, la agencia espacial de Estados Unidos, que lo inventó hace cuarenta años. Estos cambios en el lenguaje expresan también cambios en la concepción: en gran medida, la cooperación dejó de ser una actividad de solidaridad entre quienes tenemos más hacia quienes no tienen, para convertirse en una forma de negocio. Desde el lenguaje, esto se va filtrando en nuestros métodos y en nuestras percepciones. Naturalmente, profesionalizar el mundo de la cooperación y los sectores de la sociedad civil es un valor y ha sido positivo, pues con profesionalismo debemos poder demostrar que estamos llegando a la gente más pobre y siendo eficaces con los recursos y métodos que empleamos.
Cuando yo pido rendición de cuentas a alguna de las contrapartes de Trocaire en Honduras, siempre les digo dos o tres verdades. La primera, que yo no voy a exigirle a nadie lo que no me exijo a mí misma.

Les explico que en Trocaire yo no puedo gastar más del 2% de los recursos para los gastos operativos de esta organización. Y esto por una ley del gobierno irlandés. Yo tengo que rendir cuenta todos los meses. Yo veo los proyectos de todos los ONG de toda Centroamérica y sé lo que gastan en los costos operativos, cuánto gastan en salarios y cuánto realmente llega -si queremos usar esa palabra espantosa- a os “beneficiarios”. Y a veces, cuando nos ponemos a negociar los presupuestos, encuentro resistencias si pregunto a algunos ONG cómo me justifican que el 80% de los costos sea para sus propias operaciones.

Realmente, los ONG son como los hongos: los hay sanos y nutritivos y los hay venenosos y fatales.
Los hay de todo tipo, y no se debe pintar a todos con la misma brocha. También hay que reconocer que, en ocasiones, la misma gente de la cooperación es corresponsable por haber cerrado los ojos ante casos de corrupción que conocía perfectamente.

Les explico también a mis contrapartes que yo no tengo la decisión sobre los proyectos, que quienes toman las decisiones son voluntarios que forman parte de las juntas directivas de nuestras organizaciones, que tratan de asegurar una verdadera transparencia. Les explico también que tenemos una directiva que funciona por ley, electa cada dos años, y que demanda de nosotros transparencia. Y les hago reflexionar en que, mientras esto sucede en los países del Norte, la mayoría de las organizaciones de sociedad civil, en Centroamérica y en Nicaragua, no tienen ningún órgano real de supervisión. Y si lo tienen, sólo funciona en el papel.

Otro tema que está en el centro del debate en la cooperación es el de la sociedad civil, como un factor para la democratización de los países y como un vehículo por el que canalizar la cooperación a las comunidades.

En los últimos cincuenta años, la cooperación tuvo una primera etapa, en la que se intentó fortalecer el Estado de los países en desarrollo. Hoy, cuando el modelo neoliberal se ha propuesto desmantelar el Estado y privatizar la ayuda, ha surgido con fuerza el concepto de sociedad civil. El modelo neoliberal está obsesionado con achicar los Estados nacionales en Centroamérica y en toda América Latina y con eliminar en Europa el Estado de bienestar, que fue lo que nos permitió desarrollar en nuestros países “capital humano” -concepto muy frío pero lleno de contenido-, que fue lo que nos permitió crear masivamente capacidades entre la gente, generar una gran movilidad social dentro de todos nuestros países y ampliar las clases medias, un proceso que en América Latina no ha ocurrido aún. Hoy, los neoliberales pretenden que la sociedad civil, los ONG, asuman todas las responsabilidades que los Estados abandonan. Naturalmente, todo el lenguaje en torno a la sociedad civil debe ser muy bien analizado. La sociedad civil es muy amplia, no son sólo los ONG. La sociedad civil no siempre es progresista, no siempre es “de izquierda”, tampoco es un espacio angélico: en ella conviven desde las organizadas pandillas de los barrios hasta las cámaras de comercio de los empresarios más ricos.
En la década de los 90 y en los últimos dos-tres años otro tema que acapara gran atención en el mundo de la cooperación es el de la pobreza extrema. En la década de los 70 y 80, cuando teníamos la esperanza de que con el cambio político podríamos cambiar las estructuras de injusticia, no se reflexionaba directamente en la problemática de la pobreza. Las organizaciones de masas, las organizaciones populares, las organizaciones gremiales eran las favorecidas por nuestra cooperación: las veíamos como los instrumentos del cambio en Centroamérica.

No favorecíamos directamente a los pobres, considerábamos que estas organizaciones los representaban. Ahora, retorna el tema de la pobreza, el de los pobres. Este tema adquirió gran relevancia a partir de la Cumbre Social de la ONU en Copenhague en 1995. Fue entonces cuando el Banco Mundial publicó un Informe sobre la Pobreza en el Mundo que cuando uno lo lee hasta podría pensar que fue escrito por algún radical de la sociedad civil.

Aquel texto nos mostraba un giro espectacular: “nuestro” lenguaje ya no era nuestro, hasta el Banco Mundial lo asumía, abandonando la teoría que había mantenido durante cuarenta años, cuando consideró que la pobreza era simplemente limitación en los ingresos. Ahora, el Banco hablaba de otras formas de pobreza: de la falta de participación, de la falta de autonomía, de las carencias en el desarrollo humano... Y así sigue hablando hasta hoy. Quienes tenemos otra visión, ¿qué lenguaje vamos a inventar para comunicarla, para diferenciarnos de este lenguaje de los organismos multilaterales?

En el caso de Centroamérica, el debate sobre la pobreza adquirió un importante nivel después del huracán Mitch, y se vinculó al tema de la deuda externa. Fue un momento internacional muy importante y las iglesias, especialmente las protestantes, jugaron un papel muy importante al vincular el perdón de la deuda externa de los países en desarrollo al del Jubileo del año 2000. Este movimiento generó mucha pasión y mucha energía en las sociedades de toda Europa. Realmente, en Europa no existe fatiga ante el concepto de la solidaridad y pervive el interés por apoyar a los países en desarrollo. Lo que genera cierta fatiga son las dudas sobre la eficacia de la cooperación.

Nicaragua es el país más favorecido por la cooperación en toda América Latina. En el año 2003, el 28% del PIB de Nicaragua provino de la cooperación. Es el porcentaje más alto en todo el continente. En Honduras, el país más próximo en geografía y en pobreza a Nicaragua, la cooperación aporta sólo el 6% del PIB. En El Salvador, la proporción es el 2%. En México, Perú, Ecuador y países del Cono Sur, no llega ni al 1%. Montos tan elevados de cooperación mantienen a Nicaragua en una situación de riesgo. ¿Qué pasaría si la cooperación decidiera un día que Nicaragua no es prioritaria? Es una pregunta en la que debe reflexionar seriamente no sólo el gobierno de Nicaragua, también la sociedad nicaragüense. De esos 14 mil millones, una buena cantidad, más de 8 mil millones, llegó a partir de los años 90, al final del gobierno sandinista, y se ha mantenido constante hasta hoy, lo que significa que, a pesar de los cambios de gobierno, la cooperación sigue apostando a Nicaragua.

A menudo, en los países centroamericanos la pregunta es por qué, por qué a pesar de todo lo ocurrido, incluida la escandalosa corrupción de Arnoldo Alemán, Nicaragua sigue siendo tan mimada. Una de las explicaciones la podríamos encontrar, tal vez, en muchas de las personas que hoy trabajan en la cooperación bilateral europea. En las décadas de los 70 y los 80 la gente que trabajaba en la cooperación provenía del socialismo europeo, líderes estudiantiles, gente que inició su trabajo en ONG. Adquirieron experiencia y muchos de ellos pasaron después a trabajar en los organismos oficiales de cooperación. Hace un mes hablaba con una funcionaria de alto nivel del gobierno británico, que había cerrado sus programas en diez países. Cerraron totalmente su programa en Honduras y en Perú y redujeron su cooperación en prácticamente todos los países de América Latina. En esa ola, sólo Nicaragua logró sobrevivir. Le pregunté: ¿y por qué Nicaragua? Y me dijo:
Es que nuestro Ministro de Cooperación estuvo recogiendo café en Nicaragua en 1981, cuando era un chavalo recién salido de la universidad, y regresó enamorado de Nicaragua.
La continuación de muchos proyectos de la cooperación en Nicaragua tiene que ver con una razón del corazón. Y es que en los años 80 el pueblo nicaragüense convirtió a mucha gente, ganó el corazón y la mente de muchísima gente en todo el mundo. Hay que reconocerlo como un tributo al pueblo nicaragüense.

Tantos europeos y europeas que convivieron con el pueblo nicaragüense en aldeas remotas, que trabajaron en las cooperativas del Norte, que vivieron la guerra tan de cerca, salieron de Nicaragua con el espíritu de los nicas, esa manera de ser terca y siempre dispuesta a levantar la cabeza en alto y a luchar. Y lo digo y lo siento así porque yo vivo en Honduras y comparo la actitud de los hondureños, comparo cómo los hondureños se definen como nación, lo comparo con Nicaragua y con los nicaragüenses, y es como si estuviera en dos países lejanos, distintos. Quienes en la década de los 80 se rieron de los “cheles internacionalistas”, deben saber que muchos de esos cheles han sido verdaderos embajadores de Nicaragua en sus países y algunos lo han hecho desde posiciones de influencia.

Sólo dos países en el mundo han logrado ser “niños bonitos”, mimados, favorecidos, priorizados por la cooperación multilateral, bilateral y privada, a pesar de sus pésimos resultados en el uso de los recursos que se les entregan: Mozambique y Nicaragua. ¿Podemos garantizar que esto continuará siendo así para Nicaragua? No estoy muy segura. Porque ya viene el relevo de quienes llevamos muchos años en la cooperación. Ya viene una nueva generación, con otra visión, con otros intereses, gente que jamás recogió un grano de café en las montañas de Nicaragua.

Lo que ya es visible es que la cooperación tiene cada vez menos interés en el continente latinoamericano. En términos globales, la cooperación para América Latina viene reduciéndose año con año. Sólo el 10% de la cooperación europea se destina hoy a América Latina. El primer proyecto latinoamericano que yo trabajé, desde Trocaire, fue en Chile. Hoy día, Trocaire no financia ni un solo proyecto en Chile, Argentina, Uruguay, Venezuela, Costa Rica o Panamá. Hace cinco años, El Salvador tenía el 50% de la cooperación de las 17 agencias de la CIDSE, que agrupa a las agencias católicas europeas. Hoy tiene menos del 5%, mientras Nicaragua recibe hoy el 35% En 2003, una organización, CIFCA, en Bruselas, hizo un análisis de la cooperación solidaria con Nicaragua: este país absorbe casi el 60% de la cooperación solidaria para Centroamérica. ¿Podrá mantenerse este nivel en el futuro? Hoy, las presiones de nuestros donantes, de nuestro público, de nuestras iglesias, se orientan hacia Africa. Porque, si bien es cierto que la pobreza en Centroamérica está aumentando, la pobreza es siempre un concepto relativo: en Mozambique el ingreso per cápita es de 80 dólares anuales y en Nicaragua es de 500. Esta presión por continuar apoyando más a África va a continuar. Y realmente, nadie nos quejaríamos si la cooperación priorizara a África.

De lo que sí nos quejamos es que, agencias de cooperación bilateral como DFID, que piensa con valores y tiene ideas muy interesantes, haya quitado recursos de América Latina, pero no para enviarlos a África, sino para participar en la reconstrucción de los daños causados en Irak por los gobiernos de Tony Blair y George Bush. Este tipo de cosas debe alertarnos: en un mundo donde se impone un pensamiento único, también sobre la cooperación, reacciones así pueden multiplicarse.

Pensando en el futuro, también hay que preguntarse: ¿no hay en Nicaragua gente capaz de donar fondos a los ONG de Nicaragua? En Nicaragua hay gente con mucho dinero y las clases medias están muy bien comparadas con la gente más pobre. ¿Podrán los ONG nicaragüenses convertir en donantes a sus conciudadanos, convenciéndolos de que son actores válidos, que están haciendo un buen trabajo y que por eso les piden dinero? No existe esta tradición en Centroamérica. Pero podría crearse y resultar positiva.

Otro tema que acapara nuestra atención son los cambios tan drásticos que ha habido en el liderazgo de la cooperación internacional. Hace diez años, las agencias de Naciones Unidas eran los principales actores. Hoy, los actores dominantes son el Fondo Monetario y el Banco Mundial, que se han ido metiendo cada vez más en los temas del desarrollo, dejando de ser bancos que prestan dinero para convertirse en organismos que fijan metas, ponen condiciones, influencian a los gobiernos y controlan la cooperación. Naciones Unidas ha ido perdiendo cada vez más espacios y el Fondo y el Banco han pasado a liderar los procesos de democratización, los de desarrollo, las estrategias de reducción de la pobreza... Hoy, el Banco Mundial tiene una especie de monopolio sobre la investigación, la información y el conocimiento sobre el desarrollo en los países del Sur. Y en la Era de la Información en la que ya vivimos, quien tiene el monopolio de las ideas tiene un poder demasiado grande. Es un riesgo que un único organismo mantenga tanto control sobre la información del Sur. Es un peligro que se dejen de escuchar otras voces.
Y es evidente que cada vez se recortan más las fuentes de financiamiento del Norte para la investigación, los medios y las voces alternativas en el Sur.

Hace una década, quienes trabajábamos en la cooperación solidaria, criticábamos mucho a la AID. La mirábamos como una agencia con una agenda politizada, muy cercana a las posiciones del gobierno Reagan, del gobierno de Bush padre, una agenda que buscaba contrarrestar el trabajo de quienes luchaban por cambiar los regímenes latinoamericanos tan injustos de aquellos años. Hoy en día, la AID -que ha eliminado al 40% de su personal y ha cancelado su trabajo en 30 países- nos parece una agencia hasta benévola al compararla con los nuevos instrumentos que hoy emplea el gobierno de Estados Unidos para la “cooperación”: las decisiones presidenciales.

En la Cumbre de Monterrey, por ejemplo, George W. Bush anunció que crearía un fondo, la Cuenta del Milenio, para apoyar en los países del Sur las Metas del Milenio, planteadas en el ámbito de Naciones Unidas, pero ese fondo no lo canalizaría a través de Naciones Unidas ni tampoco a través de la AID, sino que sería manejado directamente desde la Casa Blanca por personas que no tienen ni conocimiento ni experiencia en el terreno de la cooperación. Eso mismo hizo Bush con los fondos para contrarrestar el sida en Africa.
En Estados Unidos, la tendencia va en la dirección de condicionar la cooperación a la particular visión de este país sobre la seguridad mundial, empleando grandes sumas de dinero para grandes proyectos presidenciales, para los cuales no se ha establecido ningún control ni rendición de cuentas. Al menos, la AID tenía que rendirle cuentas al Congreso de Estados Unidos y allí, con unos u otros congresistas podíamos hablar, se les podía cuestionar. Hoy en día nada se cuestiona, no hay canales, no se sabe con qué criterios se distribuyen los recursos presidenciales. En el caso de Europa, los gobiernos europeos ven cada vez más limitaciones a la cooperación con América Latina y están evolucionando de la cooperación al desarrollo a la búsqueda de mercados en este continente, tendencia que empezó a hacerse evidente en Madrid, en 2001, en la Conferencia que dio continuidad a la de Estocolmo, tras el huracán Mitch.

Por otra parte, siempre ha existido en el gobierno de Estados Unidos un propósito de frenar, controlar y coaccionar a las organizaciones dedicadas a la cooperación. Además, el donante norteamericano no suele apoyar las voces más críticas. Un ejemplo claro actualmente es WOLA, que jugó un papel tan importante con Centroamérica en investigación y apoyo en la década de los 80, y hoy día está pidiendo donaciones a los ONG europeos para poder sobrevivir.
¿Quiénes son los ONG de Estados Unidos que crecieron colosalmente en los últimos veinte años? Plan Internacional, Visión Mundial y otros ONG que descubrieron la moda de apadrinar niños. Crecieron los que hacen ese tipo de costosas campañas comprando espacios en la televisión donde pasan anuncios con rostros de niños hambrientos y tristes para mover a compasión a la opinión pública. Hacen lo que yo llamo “la pornografía del levantamiento de fondos”. Es verdad que hoy, con este tipo de campañas, se recoge muchísimo dinero. La gente no piensa mucho y abre el bolsillo. La idea de que con unos cuantos euros podés salvar una vida resulta muy atractiva, muy cómoda.

Es justo decir también que algunas de estas organizaciones que empezaron con los apadrinamientos, con casos individuales, han empezado ya a recoger fondos para proyectos comunitarios. Muchos somos los ONG que nos negamos a hacer este tipo de propaganda, que va contra la dignidad de las personas con las que trabajamos. Y es que la rendición de cuentas no sólo debe de ser de ustedes a nosotros, dando cuenta del uso de los fondos. También debe de ser de nosotros a ustedes: tienen derecho ustedes a reclamarnos por los mensajes que estamos dando en nuestros países para recaudar esos fondos. En Trocaire hemos pensado que algunas de nuestras contrapartes más consolidadas en Centroamérica deben ser quienes nos ayuden a montar en nuestros países las campañas más adecuadas.

Otro tema importante en el debate de la cooperación es el de la descentralización. Se espera que no sea el gobierno central quien maneje los fondos de la cooperación, sino que sean los municipios, las autoridades locales, las comunidades. Por otra parte, actualmente, la mayoría de las decisiones sobre los proyectos se empiezan a tomar sobre el terreno. Ya el gobierno de Canadá no toma ninguna decisión en Ottawa, las toma in situ, en la región centroamericana. La Unión Europea ha inaugurado un “monstruo” en Managua, donde trabajan 200 personas, para que todas las decisiones sobre la cooperación de la UE -unos 400 millones de euros para Nicaragua en los próximos dos años- sean tomadas en Managua. Pero esa presencia, esa cercanía física, no garantiza decisiones más acertadas ni un compromiso mayor. Porque actualmente uno puede vivir en una colonia de Managua y pasar el tiempo comiendo en buenos restaurantes sin pasar nunca por un barrio pobre. Uno puede vivir en la desigualdad sin verla nunca. Hoy en día es posible venir a Nicaragua e irse de Nicaragua sin haberse imaginado siquiera el país tan pobre que sigue siendo Nicaragua, el país tan desigual que es Nicaragua.

En Trocaire creemos muchísimo en los pequeños proyectos con la base. Cuando yo regresé a Centroamérica, después de cinco años de trabajo en Asia, el 99% del apoyo de Trocaire era canalizado exclusivamente a través de ONG de la región. Hoy en día un tercio va a ONG, un tercio a grupos gremiales, iglesias, etc. para sus proyectos y un tercio va directamente a la base. Los momentos de más satisfacción nos los dan siempre estos pequeños proyectos en los que, con poquito dinero que la gente maneja -y así aprende a manejarlo- se obtienen mejores resultados que con proyectos grandes en los que se invierte mucho dinero. Hoy, Trocaire tiene 239 proyectos en los cuatro países de Centroamérica. En Nicaragua, 44.

Quiero darles un ejemplo de este tipo de proyectos. Después del Mitch, mucha gente en Chinandega perdió sus casas. Además de levantarlas, un grupo de mujeres empezó a hacer trabajo de salud mental, trabajo de terapia en sus comunidades para ayudar a superar sus traumas a quienes habían perdido todo y sobrevivido a la tragedia. Trocaire y otras organizaciones las apoyaron. Cuando en el año 2001, tres años después, sucedieron los dos terremotos en El Salvador, las humildes mujeres de ese grupo -muchas habían perdido a toda su familia- fueron las primeras en caminar kilómetros para ponernos un telegrama a Trocaire en Tegucigalpa -ni tenían teléfono ni fax ni correo electrónico- para ofrecernos sus servicios. No olvidaré nunca a Petronila llegando a San Salvador para compartir con otras mujeres lo que ella había aprendido. Llegaron varias, trabajaron, enseñaron, aplicaron todo lo que ellas habían descubierto, aprendieron. Nunca llegaron como víctimas, eran sobrevivientes que venían a reconstruir la esperanza de otras sobrevivientes.
La Asociación de Siquiatras de Inglaterra se comunicó con nosotros para decirnos que aquella historia era una de las cosas más conmovedoras y esperanzadoras que habían conocido en medio de la tragedia salvadoreña.

La problemática de la desigualdad que existe en América Latina, el continente más desigual del planeta, espanta a la cooperación. Ése es un gran tema de debate entre nosotros, cuando nos juntamos los de la cooperación solidaria y los de la bilateral a puertas cerradas, sin ningún latino en la reunión. Con estos niveles de desigualdad, cuesta persuadir a nuestras poblaciones. Porque en el caso de Trocaire, la gente que apoya nuestras campañas no son los ricos de Irlanda, son los trabajadores, la gente, los jóvenes que todavía van a la iglesia, y apoyan los proyectos con un gran sentimiento de solidaridad. Pero, cuando ven cómo se concentra el ingreso, cuando ven las políticas públicas en los países centroamericanos, cuando ven cómo la sociedad civil de Centroamérica ha sido incapaz de influir sobre esas políticas, entonces se desaniman.

Son muchas las señales que hoy vemos y que nos deben alertar. Yo estoy segura que en los próximos diez años la cooperación bilateral va a ir bajando y la cooperación solidaria va a ir siendo cada vez más exigente. No sé qué nuevos instrumentos se van a inventar para medir las exigencias y confío en que esta ola de técnicas de profesionalización de los ONG, envasadas en esa terminología empresarial, ya llegó a su tope. Pienso que las organizaciones que en el futuro van a sobrevivir, las que van a continuar teniendo apoyo, serán las que logren una más transparente rendición de cuentas, no sólo hacia las agencias sino hacia las personas con quienes trabajan, combinando el uso eficaz y transparente de los recursos con la participación de la población. Pienso también que sobrevivirán las que tomen en serio el tema de la desigualdad social en sus países y busquen y encuentren mecanismos para incidir en que las políticas públicas apunten a la equidad. En la cooperación hay modas: el medio ambiente, el género, la incidencia. Pienso que la incidencia es una de las modas que va a durar y a mantener su importancia en el futuro. Esto pienso, esto creo. Lo que espero, contra toda esperanza, es que llegarán nuevos tiempos en que se revalorice la solidaridad, el compromiso y la mística y por fin los pobres participen en su propia liberación y así podamos, entre todos, construir un mundo más justo.

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