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Universidad Centroamericana - UCA  
  Número 210 | Septiembre 1999

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El Salvador

Buscar niños desaparecidos: un trabajo por la paz

Probúsqueda nació en 1993 para buscar a las niñas y niños desaparecidos durante la guerra. La contribución a la paz de esta asociación es inmensa. Desde abajo, desde lo más pequeño, y con infinita paciencia, reencuentran a las familias separadas por años. Así, reconstruyen historias truncadas por un dolor que los salvadoreños no deben olvidar.

Ismael Moreno, SJ

Del que ya murió se sabe que está muerto. La familia está segura que puede ir al cementerio. Es un luto duradero de años y años. Del que desaparece no se está seguro si vive o muere. Es más desesperante. Uno quiere saber. Uno está entre la esperanza y la desesperanza".(María Juana Benavides. Testimonio recogido por Probúsqueda y citado en su informe de abril 99).

"Esa acusación de la desaparición de niños es realmente como una novela de Gabriel García Márquez o una cosa así, nunca ha pasado. ¿Dónde están los niños? ¿Están en algún orfanato secreto? ¿O nos los hemos comido? ¿Horneados? ¿Asados? ¿O sancochados? Yo realmente no entiendo por qué continúan con estas historias" (General Mauricio Vargas, en entrevista al San José Mercury News en 1995. Citado por el informe de Probúsqueda, abril 99).

Dieciséis personas tienen su punto de encuentro en una desapercibida oficina de San Salvador. Dedican todo su tiempo -que es su vida- a apostarle a la paz, y lo hacen desde uno de los terrenos más dolorosos que se heredan de una guerra: el de la búsqueda de quienes eran niños o niñas entonces y "desaparecieron" por los dinamismos de la guerra.

Siguiendo cuatro pistas

El equipo de Probúsqueda está organizado en cuatro grupos: uno investiga y da seguimiento a los casos de búsqueda, otro trabaja en el área jurídica, otro en la atención sicológica, y otro buscando espacios en instituciones estatales y no gubernamentales. El equipo organiza su trabajo para atender las demandas sobre los niños y niñas desaparecidas, siguiendo cuatro pistas: 1) buscan información en la Fuerza Armada, institución responsable en casi todos los casos de desaparición forzada de niños; 2) buscan entre los familiares indicios que lleven al paradero de niños que desaparecieron cuando la población huía en guindas o que pasaron de mano en mano, según la categoría que el equipo denomina desaparición circunstancial, 3) atienden la solicitud de jóvenes salvadoreños que desde otros países, donde viven, piden ayuda para identificar a sus familiares, 4) revisan archivos de diversas instituciones investigando identidades falsas de niños y niñas que pudieron haber sido registrados con otros nombres.

El 20 de mayo, el equipo de Probúsqueda convocó a diversos sectores de la sociedad salvadoreña a un foro para dar cuenta de los resultados de sus actividades y para pedir la participación activa de la sociedad civil, del gobierno, de la Fuerza Armada y del FMLN en una búsqueda conjunta que permita devolver a muchas familias la alegría perdida tras largos años de angustia. envío se hace eco de esta solicitud como un pequeño aporte a una paz con justicia y verdad.

Así comenzó la aventura

Un día de 1993 el sacerdote jesuita Jon Cortina escuchó el dolor de tres mujeres. Sufrían por sus hijos, pero no por haberlos visto morir, sino porque se les habían perdido en una guinda en los cerros de Chalatenango en 1982. Era la angustia por no saber si habían sido asesinados o si andaban rodando a saber por dónde. En el informe de la Comisión de la Verdad, escrito una década después de aquellos hechos, no había una línea sobre el tema de los niños desaparecidos. Tampoco parecía ser ya tiempo para poder hacer algo. Pero por sentirlos como crímenes intocables contra los más indefensos, Cortina decidió ocuparse del tema. El 22 de abril de 1993 presentó los primeros casos en Chalatenango, después fue a presentarlos en la Procuraduría General de la República. "De los dos lugares nos despidieron con palabras bonitas y sin respuesta alguna -recuerda-. En el primer período nuestra misión sonaba a quijotesca, nadie nos hizo caso".

Meses después, Cortina supo de cinco niños que vivían en un orfanato en Santa Tecla, cuyas familias estaban en Guarjila, en el norte de Chalatenango, antigua zona de guerra. "El encuentro de esos cinco niños con sus familias me dio la clave -cuenta-. Entonces recibí propiamente la misión. Si estos niños habían encontrado a sus padres, los demás también podían encontrarlos".

La noticia del reencuentro de estos niños con sus familias corrió de casa en casa y de cantón en cantón. Y de buscar con afán información, Cortina pasó a recibir información. En agosto de 1994 decidió superar el nivel estrictamente personal de su trabajo. Y aunque nadie en las grandes instituciones ponía ningún interés, se constituyó la Asociación. La primera actividad pública que recuerda fue una vigilia celebrada en Mejicanos, al norte del área metropolitana del Gran San Salvador, con las familias que se habían apuntado para buscar a sus niños desaparecidos. Entonces comenzó el proyecto, al ponerse en marcha la cadena de búsqueda. Todos buscando: Jon y su primer equipo, las familias, el papá, la mamá, el tío, los primos, las comadres y los compadres... Todos en una misma búsqueda. El nombre de la Asociación nació por arte de solidaridad: Probúsqueda.

Con apoyo europeo, el primer núcleo coordinado por Cortina contrató a personas expertas en acompañamiento, se abrió la oficina, y empezó entonces una historia que empieza ya a ser conocida en el mundo: por cerros y quebradas, en los cruces de las fronteras centroamericanas, en los aviones, en las amplias y limpias avenidas europeas, en el Norte de América, el equipo de Probúsqueda busca hoy a 520 niñas y niños desaparecidos, que tienen ya registrados en sus archivos. Llevan 98 casos de encuentro, 52 de ellos fuera de El Salvador.

Reencontrar historia y sangre

"Buscamos el encuentro de los familiares. Cuando las familias perdidas a causa de la guerra se abrazan, se reconocen y rompen con la angustia de vivir perdidos, encontramos nosotros el sentido de nuestra misión. No pretendemos que la persona reencontrada se quede con su familia biológica. Pretendemos que conozca su propia identidad, que se reencuentre con su propia historia. Y queremos darle a los padres el derecho que tienen a conocer la situación de sus hijos. La decisión de con quién se quedará es del joven y de la joven desaparecidos. Buscamos convencer a los que desaparecieron siendo niños de que sus familias les quieren. Porque a ellos muchas veces les dijeron que sus familias los abandonaron, que los dejaron botados en cualquier monte buscando que murieran. Esta historia que han escuchado es traumática para ellos, y ellos tienen derecho a conocer la verdad, a reencontrarse con la historia de dolor de sus familiares. Nuestra tarea es que quienes sufrieron tan cruel desarraigo en la guerra se topen con la fuerza de la sangre. Lo demás, con quiénes se quedarán los niños desaparecidos, es una decisión de personas que hoy son adultas".

En este momento de la conversación con envío, los ojos del padre Cortina brillan con más intensidad y su voz se hace todavía más grave: "El abrazo entre una mamá o un papá con su hijo o su hija compensa cualquier contrariedad y dificultad de las que encontramos en este trabajo. En ese abrazo cobra pleno sentido cualquier esfuerzo pequeño o grande. En ese abrazo, las familias rompen de golpe con una historia de penas. Los que trabajamos en Probúsqueda crecemos juntos en humanidad. Nosotros también nos reconciliamos con nuestras propias historias, y así hay ganancia para todos".

Obstáculos institucionales

Las satisfacciones no logran ocultar las dificultades. Los miembros de Probúsqueda identifican plenamente la debilidad y fragilidad del sistema de justicia nacional como el primer gran obstáculo que enfrenta esta empresa. Una debilidad que va de la mano con la ineficiencia, el desinterés y la desidia que caracteriza a los funcionarios del sistema de justicia. En no pocos jueces sigue existiendo también miedo a desenterrar el pasado. Y en esta postguerra sigue habiendo estructuras y personas responsables de las desapariciones con poderes casi intocables. Los miembros de Probúsqueda identifican sin dudar a la Fuerza Armada como la principal institución responsable y culpable de innumerables atrocidades, entre ellas la desaparición de niños. A pesar de esta responsabilidad, es la institución que menos colabora con la gesta humanitaria de reencontrar a las familias.

Otra frustración la experimenta Probúsqueda con la Procuraduría de Derechos Humanos. De ser la institución más comprometida en la lucha por los reencuentros familiares, esta institución -surgida como fruto de los acuerdos de paz en 1992-, al cambiar drásticamente de administración, dejó de cumplir con sus objetivos de consolidar la paz. Hoy se sitúa en el papel de entorpecedora.

Buscando la verdad

Jon Cortina es doctor en ingeniería civil. Muchos salvadoreños lo han visto diseñar puentes y organizar a la población en torno a la capacitación para buscar fuentes de agua y construir pozos. En estas tareas, y sobre todo en sus actividades académicas en la Universidad Centroamericana (UCA) de San Salvador, no falta gente que le pregunte, con curiosidad unas veces y con desconcierto otras, por qué teniendo la profesión que tiene está dedicado a buscar niños. "Porque antes de ser doctor, y antes de cualquier otra función y quehacer, soy un ser humano", les responde con firmeza, recordando que la búsqueda prioritaria es la de la verdad, para que nunca más se repitan las crueldades que vivió El Salvador.

Muchos de los niños que desaparecieron fueron víctimas de un macabro negocio con vidas humanas que sectores vinculados al ejército practicaron, amparados en el estilo de secreto y conspiración característico de cualquier conflicto bélico. Muchos niños fueron tratados como botín de guerra. "Según lo que yo supe después de la gente del pueblo, un soldado recogió a mi hija de 16 meses en la masacre que hicieron en el caserío de La Joya de San Luis y la llevó al cuartel de Ciudad Barrios. Un oficial del cuartel le compró ropa, zapatos y leche. La puso bonita. La abuela de la niña fue después de unos días al cuartel para reclamar a la niña. Manifestó que sabía que tenían una niña ahí que se habían llevado y que era nieta suya. Los soldados le dijeron que no tenían a ninguna niña y que si la mamá viniera a reclamarla, en el cuartel se iba a quedar ella también. Dice la gente que después el oficial se quedó con la niña. Dicen que llegó la empleada con un chofer a llevársela a su casa". (María Secundina Funes, sobre su hija, desaparecida en noviembre de 1982. Citado en el informe de Probúsqueda de abril 99).

Lucila nació en un tatú

Lucila Reyes tiene 16 años. Vive en una aldea de las montañas del departamento de Colón, en la costa del noreste hondureño. Su vida diaria transcurre sin novedades. Trabaja en su casa. En las tardes se reúne con un grupo de trece niños para darles clases de catecismo. El primer sábado de cada mes, junto con un tío, delegado de la Palabra, recorre kilómetros de camino montañoso para reunirse con delegados y catequistas de la parroquia de Tocoa y reflexionar temas propios de las pequeñas comunidades cristianas.

Lucila nació en los contornos de Arcatao, Chalatenango, en el norte salvadoreño, cuando su mamá aprovechó un breve respiro en la tenaz lucha de los guerrilleros contra el ejército salvadoreño en la que ella participaba. El parto ocurrió dentro de un tatú, cuevas que todavía se pueden ver en el camino que va de Arcatao a La Virtud, la primera población hondureña después de cruzar la frontera. "Nació en los montes, como las ardillas", dice sonriendo Bartola, su mamá adoptiva, mientras saca una de las tortillas del comal para llenarla con queso y frijoles y brindarla al corresponsal de envío, quien llegó hasta Tocoa para constatar en directo uno de los resultados del trabajo de Probúsqueda. Fue sólo entonces que Bartola Chicas y su esposo Juan Reyes me descubrieron la historia de Lucila.

Un regalo inesperado

En marzo de 1984 el ejército salvadoreño puso en marcha una de sus tantas invasiones -como llamó la guerrilla a los operativos de tierra y aire que el ejército realizaba cuando penetraba en territorio bajo control del FMLN-. Lucila tenía entonces diez meses y sus papás, integrados en el proyecto de los guerrilleros del FMLN, debían movilizarse en guinda. Esta invasión fue especialmente agresiva, tan agotadora para la guerrilla como para la población civil de los alrededores, a la que el ejército trataba como si fuera parte de la guerrilla. Llegó un momento en que los padres de Lucila no podían seguir caminando en circunstancias tan difíciles si cargaban con la niña: corría el peligro de morir desfallecida o por las balas del ejército. El comité de seguridad y logística de la guerrilla decidió entonces entregarle la niña a una familia colaboradora de las aldeas hondureñas aledañas.

Juan Reyes y su esposa Bartola Chicas estaban habituados a ver pasar a los guerrilleros cuando se escabullían del ejército, y en incontables ocasiones hicieron tortillas para darles de comer apoyando así una lucha que muchos como ellos consideraron justa y noble. Nunca se imaginaron que la colaboración se concretaría un día en cuidar a una hija de guerrilleros. Los hijos de Bartola y Juan estaban ya crecidos, y el ofrecimiento de proteger a aquella niña, a Lucila, era más que tentador. Fue así como el 10 de marzo de 1984 recibieron a la niña, no de la mano de su mamá, a quien nunca conocieron personalmente, sino de manos de un guerrillero.

En la lista de los escuadrones

En la guerra, el ejército salvadoreño tenía alianzas estrechas con el ejército hondureño. Y la seguridad hondureña incursionó en las aldeas fronterizas con Chalatenango para identificar a las familias que estaban colaborando con la guerrilla. Bartola Chicas y Juan Reyes pasaron a ser un número más en las fatídicas listas de los escuadrones de la muerte de El Salvador o de Honduras -a fin de cuentas era una misma guerra-, que borraron las fronteras en función de los intereses políticos que estaban en juego.

Bartola y Juan comenzaron a recibir avisos y después amenazas.Un día el aviso fue contundente: si no escapaban correrían la misma suerte de algunos de sus vecinos, cuyos cadáveres desfigurados fueron encontrados en una de las hondonadas de aquella aldea de montaña.

En el sigilo de la madrugada del 18 de junio de 1990 Bartola y Juan, con toda su prole y todos los cachivaches que pudieron sacar, salieron de La Virtud dejando atrás toda una historia, su tradición y su tierra, para salvar sus vidas. Esa noche del 17 de junio fue para Bartola la más tormentosa de su vida, según confesó a envío. Debía tomar la decisión de llevarse o no a la pequeña Lucila, entonces de seis años y medio.

"¡Primero muerta que dejarla!"

En una turbulenta sesión con el comité de la guerrilla, Bartola defendía el derecho de llevarse a la niña aduciendo que tenía derecho a crecer protegida, y en los ambientes en que se movían sus padres nadie podía asegurar su vida. El comité recordaba a Bartola que el acuerdo establecía que ellos tendrían la niña sólo temporalmente, y que en última instancia los responsables de la niña ante sus padres no eran Bartola y Juan, sino el comité de seguridad y logística. "Sentí que un punzón se me metía en el corazón cuando la comisión del FMLN me dijo que yo no me podía llevar a la niña".
Bartola dudó de muchas cosas, pero no de una: no emprendería su viaje al interior de Honduras sin llevarse a Lucila o sin dejarla en los brazos de su madre. Y como nadie le aseguraba que se la entregarían a su madre, Bartola dirimió de un tajo la discusión de aquella larga noche: "(Primero muerta que irme sin esta niña!"

Arreglando los papeles

En un destartalado camión, Juan Reyes y Bartola, hecha un nudo con Lucila, surcaron las agrestes montañas del occidente hondureño, cruzaron los valles del centro y norte del país, y cuando habían recorrido 700 kilómetros, se detuvieron en su última parada, la comunidad de El Plantel, en donde la familia Reyes Chicas era esperada por otros familiares que pocos años antes habían hecho el mismo recorrido, huyendo también de los escenarios fronterizos de la guerra.

Pasaron los meses. Juan Reyes y Bartola Chicas no se atrevían a salir ni al poblado más cercano. El síndrome de la persecución los dominaba. A mediados de 1991, un jesuita de la parroquia de Tocoa visitó la comunidad de El Plantel. Bartola y Juan Reyes asistieron a la misa en donde el sacerdote habló a la comunidad de la necesidad de organizar el Socorro Jurídico para defender sus derechos ante las violaciones de los derechos humanos, y para "arreglar sus papeles," su documentación.

Tantas veces las familias campesinas sufren porque los nombres de sus hijos están mal escritos en las partidas de nacimiento, por descuido o por lejanía de los centros urbanos, tantos niños se quedan con frecuencia sin anotarse en el registro municipal... De todo esto hablaba el jesuita mientras Juan y Bartola se cruzaban miradas con la complicidad de un lenguaje cifrado. No tardó el sacerdote de echar la bendición final cuando Juan le ofreció su humilde casa para que pasara la noche. Después de la cena, y al calor de una tacita de café, Juan trajo a Lucila y se la presentó al sacerdote con esta historia: "Mire, padre, aquí está esta niña. Ella vive con nosotros desde que nació. Pero no es hija nuestra. Ella es hija de una mi hija que murió tras el parto. El papá la entregó a mi mujer para que la criara como si fuera su hija, y dijo que él ayudaría con lo que pudiera en medio de sus pobrezas. Pero vino la desgracia que cuando la niña tenía dos años al papá lo confundieron con gente de la guerrilla, y un día apareció muerto. Como ve, la niña no tiene a quien más que a nosotros. Pero la pobrecita no tiene papeles. No sé si usted nos podrá ayudar con este problema".

Con quién se quedará?

El sacerdote se tragó la historia, y pocas semanas después la niña fue registrada legalmente como Lucila Reyes Chicas, hija de Juan Reyes y Bartola Chicas. "Mentiritas piadosas, padre", le recordaría años después, entre risas y abrazos, Juan Reyes al sacerdote, cuando con el final de la guerra llegó también el fin del miedo de tantos campesinos a expresar pública y abiertamente sus opciones políticas.

Mientras esto ocurría, los padres biológicos de Lucila se refugiaron en Mesa Grande, Honduras, huyendo de las crueldades de la guerra. Una vez de regreso a El Salvador, amparados en los acuerdos de paz, comenzaron a buscar a su niña perdida. Su mamá y su abuelo llegaron a Probúsqueda con el único dato que tenían: una mujer de Arcatao conocida como Lola decía tener información sobre el paradero de la familia que podía tener a su niña. Probúsqueda se dirigió a Arcatao y encontró a la mujer, quien les mostró una carta en la que un familiar lejano, antiguo colaborador del FMLN, le escribía desde una aldea llamada El Plantel, en el noreste de Honduras, contándole que la niña vivía con una familia a quien la guerrilla en los años 80 la había entregado para que la cuidaran. Le informaba también con pelos y señales la manera de llegar desde Arcatao hasta ese lugar de Honduras.

Con esa privilegiada información, el equipo de Probúsqueda hizo los 700 kilómetros de viaje, pero una inundación de esas tan devastadoras que se abaten con frecuencia sobre las poblaciones costeras, frustró, sólo a unos pocos kilómetros, el encuentro de Probúsqueda con la familia que tenía a la niña desaparecida. Semanas después se hizo otro intento, esta vez exitoso, En él se programó el encuentro en El Salvador de las dos familias el 9 de junio de 1998 en la comunidad de repobladores del cantón de Huisisilapa, municipio de Tacachico, en La Libertad.

Juan y Bartola acompañaron a su hija adoptiva. Bartola llevaba en su corazón un dolor que se mezclaba con la alegría de que su hija conociera a su familia de sangre. "¿Y si Lucila se queda con su propia madre, qué va a ser de mi vida?", se decía Bartola para sus adentros, mientras el vehículo de Probúsqueda se acercaba al lugar del reencuentro. Pero estaba decidida a aceptar la decisión de la joven. Por su parte, Lucila cuenta que algo muy adentro de su vida se revolvía mientras recorría los caminos que la llevaban hacia sus familiares de sangre. Algo que ella no sabe cómo explicar. Sólo dice que fue sintiendo un dolor de cabeza que le aumentaba cada vez que llegaba a un nuevo pueblo.

El reencuentro estuvo repleto de abrazos y de lágrimas. Lucila abrazó a su mamá y a su abuelo, y lloró con sus tías y primos, luego abrazó a su papá. Una vez que abrazó a toda su familia, miró a Bartola, que lloraba apartada del molote de los abrazos familiares.

Una duda la estremecía como si fuera un temblor de tierra. Lucila cuenta que pasó unos instantes paralizada, y con los ojos llorosos se volvió a los brazos de Bartola: "Ay mamá, yo no la quiero dejar, y yo no quiero que usted me deje".
Bartola recuerda hoy su exacta respuesta aquel día: "Hijita, no te venimos a entregar, te hemos traído para que reconozcás a tu familia. Pero la decisión de tu futuro es tuya."
Todavía hoy, Lucila no sabe explicar las razones por las que decidió quedarse con Bartola y Juan y lo explica así: "Es que me cayó mal el clima de El Salvador. Los cuatro días que pasé en El Salvador me retumbaba la cabeza de un dolor que me crecía y me crecía. Sólo se me quitó cuando mi mamá Bartola me dijo que no me llevaba para entregarme... Sentí alegría, y sentí tristeza, a saber cómo sentí. Yo sí me alegré cuando me vi parecida a mi mamá, yo nunca había pasado por esa experiencia de verse una misma parecerse a otra persona. Una quiere a su familia, pero como una no se ha criado con ella, una la quiere, pero el amor lo tengo puesto en mi mami Bartola y en mi papi Juan."

Un milagro de paciencia

Desde Tocoa, envío retornó a la oficina sin rótulo de Probúsqueda. Allí estaba parte del equipo: Janina y Rafael, sicóloga e investigador que acompañaron el proceso de reencuentro de Lucila con sus familiares. Más al fondo estaba Arcinio Suira, otro de los investigadores, de ésos que no pierde mucho tiempo en escrudriñar cada caso para situarlo atinadamente en el entramado de los actores y escenarios de la guerra y de la postguerra. "Suerte has tenido de encontrarnos" me dice. Nunca está todo el equipo en la oficina, que es un lugar de encuentro y recuento y no de largas estadías y reuniones. Llegan a las seis y media de la mañana, casi siempre para encender el vehículo donde unos salen a buscar información, las sicólogas a realizar talleres con familiares, y los juristas a arreglar documentos.

Mientras los otros se desperdigaban a sus respectivas actividades, Arcinio comenzó a responder a las inquietudes de envío. "Para las familias, el resultado de nuestro trabajo es un milagro. Para nosotros es fruto de la paciencia. Y qué tentación tenemos a veces de sustituir esta labor paciente por esa otra que quiere resultados rápidos o papeles con los que hacernos publicidad. Sólo podremos seguir siendo ocasión de "milagro" para la gente si seguimos con un trabajo paciente. Ahí está nuestra verdadera identidad y nuestra razón de ser".

Desde abajo y por la paz

Arcinio Suira no vacila al afirmar que Probúsqueda contribuye a la paz en El Salvador porque aporta a reconstruir desde abajo, desde lo más pequeño, una historia mutilada y quebrada. Los grandes empresarios y banqueros se llenan la boca afirmando que ellos contribuyen a la paz estabilizando económicamente un país que cada vez se comparte entre menos salvadoreños. Probúsqueda contribuye con pequeños encuentros de familias a las que la guerra les truncó su historia. "Esos momentos de los encuentros no tienen precio, no se puede medir su valor, ni siquiera se pueden explicar. Hay que vivirlos para entenderlos", dice Arcinio. Y añade: "No se puede negar a los desaparecidos sin negar algo muy importante de la historia salvadoreña".

El miedo a hablar

Arcinio Suira señala los dos mayores problemas que enfrenta Probúsqueda. Por un lado, hay temor a dar información. Este temor resulta irracional para quienes no vivieron en directo la guerra, pero a los familiares de los desaparecidos les da miedo, dar información. Les parece peligroso porque al hablar vuelven a conectarse con los riesgos que vivieron en años de cruel represión. No bastan los acuerdos de paz, menos basta la propaganda oficial que proclama que la guerra quedó atrás y que hoy estamos construyendo un nuevo El Salvador, donde las instituciones estatales protegen a los ciudadanos en lugar de perseguirlos. No basta esto. En sectores importantes de la sociedad salvadoreña el miedo ha pasado a ser parte esencial de la personalidad.

Este miedo es una traba para avanzar en los casos más difíciles de Probúsqueda, ésos donde es ineludible recabar información entre altos oficiales de la Fuerza Armada. Se sabe, por ejemplo, con muchas evidencias, que varios niños sobrevivientes de la masacre de El Mozote pasaron a manos de oficiales de la Fuerza Armada, que los repartieron entre diversas familias. No se podrá encontrar a estos niños mientras no se investigue directamente a estos altos oficiales. ¿Quién lo hace? Ni los familiares superan sus miedos, ni los jueces arriesgan sus propias seguridades personales y laborales, ni la Fuerza Armada colabora abriendo sus archivos o indicando el camino hacia los oficiales responsables.

Instituciones insensibles

El otro gran problema es la insensibilidad institucional. Social y políticamente Probúsqueda es aceptada y respetada. Pero cuando pide apoyos verdaderos, las instituciones se niegan o se callan, incluyendo a las vinculadas con el FMLN, de las que se esperaría una colaboración cercana y sistemática. Por mucho que Probúsqueda explique que no juzga a nadie, sino que trabaja por el reencuentro de familiares, la resistencia a colaborar es siempre muy grande. Personas e instituciones del FMLN que tienen mucho que decir sobre las desapariciones de niños, y que conocen a los familiares de muchos niños desaparecidos, se escabullen con evasivas cuando Probúsqueda les pide una información que sólo ellos pueden proporcionar. Actuando así, los del FMLN contribuyen al desgaste emocional de muchos salvadoreños, para quienes el dolor sólo terminará cuando encuentren a quien buscan o cuando puedan por fin vivir el luto por los que murieron.

La responsabilidad del FMLN

A este dolor se une la decepción cuando los familiares en búsqueda son personas que creyeron en el proyecto del FMLN y se vincularon a la lucha, convencidas de que el Frente recogía aspiraciones por las que valía la pena correr todos los riesgos. Hoy, cuando esperan apoyo del FMLN para encontrar a sus niños, se encuentran a menudo con negligencias y negativas.
En opinión de Arcinio Suira, la Fuerza Armada tiene una altísima cuota de responsabilidad, pero también el FMLN tiene mucho que decir, especialmente en casos en que existen datos contundentes que prueban que las desapariciones fueron resultado de decisiones del Frente. Mientras la Fuerza Armada afirma: no soy responsable de los niños desaparecidos y todo lo que ocurrió fueron actos humanitarios, el FMLN dice no soy responsable por esos niños y todo sucedió como efecto de la política de reclutamiento.

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