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Universidad Centroamericana - UCA  
  Número 174 | Septiembre 1996

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Internacional

El fin de la fe en el progreso

No estamos en el fin de la historia, sólo en el fin de la fe en el progreso. Es hora de volver la vista a los pueblos de Asia. Durante mil años, muy diversas culturas coexistieron, con tolerancia y respeto, en Oriente. El choque con la cultura de Occidente, dominada por el mito del progreso, puso fin a esta enriquecedora experiencia.

Eisuke Sakakibara

La guerra fría no fue otra cosa que un conflicto entre dos versiones extremas de la fe en el progreso (progressivism): el socialismo y el capitalismo neoclásico*. Ambas ideologías postulan como meta un incremento rápido y una distribución justa del bienestar material. Según los socialistas, el camino para alcanzar esa meta es la planificación estatal. Según los capitalistas neoclásicos, es el mercado.

(* El capitalismo neoclásico es la base de la teoría económica del actual neoliberalismo. Sus fundamentos son la competencia perfecta y el ajuste automático del mercado sin necesidad de la intervención del Estado. El neoliberalismo incorpora además elementos políticos, filosóficos y culturales).

En 1989, después de la caída del muro de Berlín, el analista de la corporación RAND Francis Fukuyama y el historiador económico Robert L. Heilbroner anunciaron, cada uno por su lado, el fin de la historia y la victoria del capitalismo. Pero la historia todavía no ha terminado. Con el colapso del socialismo y el fin de la Guerra Fría se ha deslucido este sueño, acariciado por el capitalismo neoclásico. Las razones son fundamentalmente dos: globalización y límites medioambientales. A lo que parece que asistimos hoy día es al fin, no de la historia, sino de la fe en el progreso, al fin de la creencia de que existe una sola meta ideal, un único camino que los seres humanos pueden reconocer.

Guerra Fría = guerra civil occidental

La ex-Unión Soviética y los Estados Unidos podrían ser clasificados ambos como Estados experimentales, que brindaron al mundo dos alternativas de la fe en el progreso con ideologías claramente definidas. Durante la Guerra Fría, se impuso una dramática confrontación militar entre estas dos ideologías y esto relegó las diversidades históricas y culturales en todos los países a una posición relativamente secundaria, transformando casi todos los principales problemas políticos del mundo en confrontaciones ideológicas. El cientista político Samuel Huntington lo argumentó así en Foreign Affairs en el verano de 1993: "Los conflictos entre príncipes, Estados-naciones e ideologías fueron fundamentalmente conflictos al interior de la civilización occidental, `guerras civiles occidentales', como las ha llamado William Lind. Esto es tan cierto para la Guerra Fría como para las guerras mundiales y las guerras de los siglos XVII, XVIII y XIX".

La Guerra Fría no fue sino una guerra civil más dentro de Occidente. Más precisamente, dentro de la ideología occidental de la fe en el progreso. La caída del socialismo y el fin de la Guerra Fría han liberado al mundo de una guerra civil occidental entre diferentes versiones de la fe en el progreso para que afrontemos problemas más fundamentales: el deterioro medioambiental y la coexistencia pacífica entre las diferentes civilizaciones.

El siglo XXI será una época en la que múltiples civilizaciones compitan, interactúen, coexistan y enfrenten la necesidad de reconocer los derechos de la Naturaleza. Y habrá conflictos si estas civilizaciones no practican los principios de tolerancia y moderación. La coexistencia de los seres humanos con la Naturaleza sólo es posible cuando la tolerancia prevalece sobre los ímpetus dogmáticos y el equilibrio sobre la fe en el progreso. La fe en el progreso, que ha sido la ideología dominante en los últimos 200 años y especialmente en los últimos 50, tiene que terminar. De hecho, está llegando a su fin.

En los tiempos premodernos, cuando la fe en el progreso no era la ideología dominante, la norma era la coexistencia de civilizaciones muy diversas y la destrucción de la Naturaleza por los seres humanos era relativamente limitada. Por supuesto, esto no implica, que debamos volver a la época premoderna. Las universalizadas tecnologías, instituciones y organizaciones modernas deben mantenerse y utilizarse plenamente. Pero las civilizaciones de esta época postmoderna pueden y deben compartir estas tecnologías e instituciones, que son neutrales, a la vez que conservan culturas y tradiciones diversas.

No acabó la historia y el capitalismo no es la meta

Los acontecimientos que se han desarrollado en los años 90 no apoyan la tesis del fin de la historia. La civilización occidental moderna, con el explosivo incremento de la capacidad productiva que acompañó a la Revolución Industrial, fue capaz durante el siglo pasado de transformar radicalmente los sistemas económicos y sociales, tanto en los países desarrollados como en los que están en vías de desarrollo, aunque afectando también y seriamente los ecosistemas globales.

Con tal éxito material y político, la fe en el progreso, especialmente la que enarbola el capitalismo neoclásico, parecía haberse convertido en la ideología dominante en el mundo. Pero los países democrático-capitalistas que están a la cabeza en Europa, los Estados Unidos y el Japón han experimentado prolongadas recesiones económicas e inestabilidad política. Estos problemas parecen crónicos, y las recientes recuperaciones económicas en algunos países no tienen visos de resolver problemas estructurales.

Ingresos y riqueza se están polarizando: los ricos se vuelven cada vez más ricos y las familias medias pierden terreno. Incluso la significativa recuperación de las corporaciones americanas sólo ha sido posible a expensas de los hogares americanos. El desempleo europeo, a pesar de alguna mejoría, se mantiene todavía entre el 8 y el 12%. Japón, que sale lentamente de una deflación de activos, se enfrenta ahora a un potencial y escondido desempleo.

Además, diversas formas de corrupción política plagan estos países. Los escándalos financieros han derribado gobiernos en Italia y en Japón, mientras las renuncias de miembros clave de los gabinetes, motivadas por este tipo de escándalos, son acontecimientos casi diarios en la mayoría de países del Grupo de los Siete. El periodista Kevin Phillips propone una revisión total del actual sistema político americano y el embajador francés en la Unión Europea, Jean-Marie Guéhenno, declara que el Estado-nación ha perdido tanto su poder en esta época global de redes ilimitadas que la democracia está obsoleta y que se necesita algún arreglo imperial para reemplazarla. Los hechos ocurridos en la ex-Unión Soviética parecen haber destrozado el extremo optimismo de 1989. El experimento ruso con la terapia de choque, que intentaba establecer de un golpe la democracia y el capitalismo neoclásico, ha sido un completo fracaso.

Los caminos que conducen a la democracia y al capitalismo neoclásico no son necesariamente únicos y dependen de la fase histórica en que esté cada economía. Las políticas pueden modificarse y se puede adoptar un proceso más gradual. El tema más de fondo es si la democracia y el capitalismo neoclásico son o no las únicas y últimas metas. O más aún, si es necesario establecer alguna meta. China ha puesto su meta en establecer una economía de mercado socialista. Y en comparación con Rusia, ha tenido éxito introduciendo muchos elementos de los mecanismos de mercado sin provocar grandes convulsiones políticas o económicas.

Aunque puede ser muy pronto para dar un juicio definitivo sobre el actual experimento chino, esta nación nos ofrece al menos una meta y una metodología alternativas y realistas. Vietnam, la India, Myanmar y los países de Asia Central, que siguen el proceso de China, parecen estar buscando también metas y caminos alternativos que se ajusten a su propia realidad histórica y cultural.

Paradigma neoclásico: operación dirigida por USA

Muchos filósofos e historiadores occidentales creen que sólo ha existido una civilización, la occidental, por la posición dominante que ha tenido en la historia moderna. Otras civilizaciones se hundieron en la arena o desembocaron en el caudal de la moderna civilización occidental.

Con el advenimiento de la Guerra Fría y con el relativamente exitoso desempeño económico de los países desarrollados de Occidente y de Japón, el pensamiento que cuestionaba el progreso apareció como algo pasado de moda. En su lugar, surgieron las teorías capitalistas neoclásicas, que retrabajaron con sofisticación esotérica el modelo clásico en matemáticas y en estadística. A primera vista, este maquillaje rejuvenecedor parecía científico, al imitar la metodología de las ciencias naturales. Los Estados Unidos dirigieron la operación intelectual de este proceso de reformulación del paradigma capitalista en la economía y en las ciencias sociales con ella relacionadas. El dominio ejercido por Estados Unidos, tanto en política como en economía, contribuyó a este liderazgo intelectual. Y la peculiar naturaleza de Estados Unidos, país relativamente nuevo y de inmigrantes, hizo posible el experimentar, con algo de libertad, principios simples y abstractos de la fe en el progreso.

El paradigma capitalista neoclásico postulado como la antítesis del socialismo después de la II Guerra Mundial tenía algunas atracciones obvias y muchos pensaron que con él se habían resuelto los problemas del capitalismo clásico. Con la producción masiva de bienes de consumo como los automóviles, los aparatos eléctricos y electrónicos, y convirtiendo a los trabajadores en consumidores, se crearon mercados de consumo masivo. La emergencia de consumidores en el centro del sistema socioeconómico puso las bases de una sociedad de clases medias, lo que le dio a toda la sociedad la estabilidad necesaria.

Las economías capitalistas neoclásicas enfatizaron la soberanía del consumidor, que escoge entre una variedad y cantidad de bienes económicos, e hicieron de esto la base de la elección democrática, contraponiéndolo a la toma de decisiones económicas burocráticas que se da en el socialismo. Estos mismos consumidores se constituyeron en la pieza central de la democracia, al votar para asegurar su soberanía política.

Lujos que antes estaban sólo al alcance de los aristócratas europeos los tenían ahora muchos americanos en Estados Unidos. Una linda casa en las afueras, con auto y con jardín, se convirtió en posibilidad para un extenso número de consumidores. Este "sueño americano" se expandió rápidamente a través de todos los países no comunistas desarrollados de Europa y llegó también al Japón. Aunque Europa conservó algunos rasgos de su tradición elitista, el consumo masivo y la democracia masiva hicieron posible el construir Estados de Bienestar. Muy rápidamente, Japón también americanizó su sistema político y su sistema económico y se convirtió, en cierto sentido, en un país más americano que el de los americanos, al crear una sociedad de clases medias con democracia y con consumo de masas. Al mismo tiempo que lograba esto, Japón conservaba elementos de su cultura tradicional.

Progreso sin fin, prosperidad eterna

La prosperidad económica parecía eterna, y el progreso humano hacia un bienestar material equitativo parecía factible. La economía, dedicada a la asignación eficiente de los recursos o a la optimización del bienestar material, llegó a ocupar una posición central entre las ciencias sociales. La ingeniería mecánica y electrónica mejoró significativamente su estatus dentro de las ciencias naturales. La innovación tecnológica y el crecimiento económico se convirtieron en los conceptos clave en este mundo neoclásico de consumo de masas.

Todos los grandes países desarrollados formularon estadísticas sobre su producto nacional, centrado éste en el flujo de bienes de la producción al consumo. Y las políticas económicas enfocaron su atención en el producto interno bruto y en sus componentes. Mientras los ingenieros y las corporaciones produjeran sin cesar innovaciones tecnológicas y mientras las autoridades políticas manejaran adecuadamente los asuntos macroeconómicos, el progreso sin fin del modelo capitalista neoclásico parecía estar garantizado.

Primer gran problema: trabajo-capital

Pero este modelo tiene dos grandes problemas. El primero está en la noción de que un manejo económico de laissez-faire conduce a la soberanía del consumidor. Esta noción se basa en varios supuestos. El más importante, que los factores de producción, trabajo y capital, no traspasan las fronteras. La globalización del capital financiero, y también el movimiento relativamente libre de lo que el Ministro de Trabajo de Estados Unidos Robert Reich llamó "analistas simbólicos" quiebran totalmente este supuesto. La actual globalización, con economías de escala, lleva a la oligopolización del mercado mundial. Invita al comercio estratégico más que al comercio libre. Más importante aún, los intereses de las corporaciones multinacionales y los de los trabajadores y consumidores empiezan a ser divergentes, y se desintegra la cohesión del Estado-nación como una unidad económica.

En un sistema en el que los movimientos de los factores de producción son relativamente escasos, las ganancias obtenidas por las corporaciones comerciales se distribuyen hasta cierto punto entre trabajadores y consumidores. Aún con la globalización, existe competencia entre los oligopolios, y a pesar de cierto grado de concentración económica, se puede argumentar que el consumidor se sigue beneficiando.

Pero los resultados son inciertos, y aunque se beneficie al consumidor, la nueva polarización asesta un golpe importante contra la estabilidad de las sociedades de consumo. Los consumidores ganan sus ingresos esencialmente por su trabajo, y el descenso en los ingresos de algunos trabajadores divide hoy a los consumidores en dos categorías: la opulenta y la pobre, socavándose así los cimientos de la sociedad de clases medias. Según un estudio de la OCDE de 1994 sobre el empleo, el desempleo en los países de la OCDE afectaba a menos de 10 millones de europeos en los años 50 y 60, pero comenzó a crecer a mediados de los 70, alcanzando a 25 millones en 1990. Para 1995 se proyectó un desempleo que alcanzaría a 35 millones.

A mediados de los 70, la participación de los salarios en el PIB de Europa, Estados Unidos y Japón comenzó a declinar. En la Unión Europea, esta participación se proyectó para 1995 en un 62% (en 1975 era 75%). Las diferencias salariales entre los trabajadores calificados y los que no lo son se han ampliado en Estados Unidos, Canadá y Australia. Los salarios reales de los trabajadores no calificados de Estados Unidos descendieron más del 1% entre 1980 y 1989.

Segundo gran problema: límites de la Naturaleza

El segundo problema que tiene el modelo capitalista neoclásico está en los límites ambientales, cada vez más visibles. Tanto la permanente explosión demográfica como el aumento geométrico del consumo de energía parecen insostenibles. Aunque se afirma que la agresión ecológica comenzó hace 10 mil años con las primeras civilizaciones agrarias, la velocidad y la extensión del daño se aceleró geométricamente con la Revolución Industrial, especialmente en el siglo XX.

En 1650 la población mundial era sólo de 500 millones y la tasa de crecimiento anual era 0.3%. La humanidad alcanzó los 800 millones en el siglo XVIII, antes de la Revolución Industrial. En los siguientes 100 años y con la civilización industrial occidental, el número se duplicó, llegando a 1,600 millones. En el siglo XX se triplicó en menos de 100 años, hasta alcanzar los 5,500 millones. Se espera que la población mundial llegará a los 10 mil millones a mediados del siglo XXI.

Al triplicarse la población mundial durante el siglo XX, la producción mundial pasó de 0.6 billones de dólares en 1900 a 15 billones de dólares en 1990. Creció 25 veces. El consumo de combustible fósil también creció 11 veces, desde 700 millones de toneladas en 1900 a 7 mil 8 millones de toneladas en 1990. Este precipitado crecimiento cuantitativo en el consumo de recursos ha sido reforzado con el impacto adverso de las innovaciones tecnológicas y de nuevos materiales, como los plásticos y los gases fluorocarbonados, que están destruyendo la capa de ozono.

Los optimistas argumentan que la relación causal entre la creciente actividad humana y la destrucción ecológica no ha sido aún bien establecida, y que las innovaciones tecnológicas protectoras del medio ambiente irán resolviendo estos problemas. Es la típica visión arrogante que nace de la fe en el progreso. Pero el conocimiento que los humanos han acumulado acerca de la Naturaleza y de los mismos seres humanos es muy limitado. Y como las ciencias naturales tratan de entender vastos sistemas sólo a partir de pequeñas observaciones, nunca serán capaces de evaluar con precisión el impacto que la actividad humana causa sobre el medio ambiente. Menos aún podrán resolver los vastos problemas ambientales con las innovaciones tecnológicas. El progreso tecnológico podría, de manera limitada, compensar por el impacto humano sobre la Naturaleza o, en el mejor de los casos, detener la destrucción por muy corto tiempo.

Un mito que hay que destruir

La confianza que los creyentes en el progreso tienen en la capacidad humana y en la tecnología puede ser calificada con propiedad de mito. No existe ninguna razón lógica para creer que vaya a darse un cambio tecnológico que abra nuevos caminos. Es como creer que un día va a bajar a la tierra un salvador en forma de innovación tecnológica y que esto solucionará de una vez todos los problemas que en el pasado ha creado el progreso.

El mito de la innovación tecnológica corre paralelo a la inamovible fe en el crecimiento económico. Paradójicamente, a pesar de la naturaleza estructural de los problemas de desigualdad y deterioro ecológico que tenemos actualmente, muchos economistas y políticos creen, o tratan de convencerse a sí mismos, de que el crecimiento económico puede resolverlos. ¿Tiene lógica esta idea? Es precisamente a causa del crecimiento económico que se ha producido tan rápidamente la explosión demográfica, el voraz consumo de energía y la destrucción del medio ambiente. Es a causa del crecimiento económico que la polarización de la población mundial entre opulentos, pobres y abyectamente miserables, parece estar llegando a una situación límite. Más que confiar en mitos y más que mantener una fe ciega, es tiempo de enfrentar la realidad de la situación y de reexaminar los problemas ambientales de una manera más desconfiada y lógica.

La cultura occidental no es universal

La rápida erosión del paradigma neoclásico nos remonta a la situación previa a la II Guerra Mundial, cuando pueblos y naciones buscaban identificarse más con sus propias civilizaciones que con el progreso. Huntington tiene razón cuando afirma que la identidad de civilización será crecientemente importante en el futuro, y el mundo estará configurado en gran medida por la interacción entre siete u ocho civilizaciones.. Hoy, el resurgir de la conciencia de civilización está relacionado directamente con la profunda desilusión ante la ideología de la fe en el progreso.

Las civilizaciones surgen, se elevan y caen y a menudo chocan entre sí. Pero lo más importante es que han interactuado y coexistido a lo largo del discurrir de la historia. A menudo se identifica la universalidad de la tecnología actual con la universalidad de la civilización occidental. Pero es bien sabido que la pólvora, el compás y la imprenta, que se pensó eran invenciones del Renacimiento en Occidente, se originaron en la China Sung.

La visión de que la cultura occidental era singular, mientras que algunas tecnologías son universales, fue ampliamente aceptada por los intelectuales japoneses a fines del siglo XIX y comienzos del XX, que abogaban por la modernización a través de la "tecnología occidental y la filosofía oriental". Hay que recordar también que el ejército moderno y la organización de una burocracia ya existían en el imperio islámico de los Abasidas en el siglo VIII.

Asia: mil años de tolerancia

No fue su universalidad sino su imposición lo que produjo el ascenso de Occidente. El choque de civilizaciones no es el inevitable resultado de la coexistencia de civilizaciones. Es resultado del contacto de las civilizaciones con la fe en el progreso del mundo occidental. En el pasado las civilizaciones coexistieron pacíficamente. El imperio de los Abasidas y los sucesivos imperios islámicos fueron tolerantes con las culturas y religiones de las regiones periféricas de sus imperios. En la India, el hinduismo y el sistema de castas se mantuvieron para evitar confrontaciones con la tradición india. Los mercaderes musulmanes ya conocieron un comercio global, que abarcaba desde Africa hasta China. El imperio islámico de los Abasidas y los que le siguieron fueron probablemente las primeras civilizaciones donde las actividades comerciales de los mercaderes ocuparon un lugar central en la sociedad. Se usaba ampliamente el dinero y existían empresas mixtas y organizaciones corporativas. Asia se caracterizó por vivir un período de más de mil años en el que varias civilizaciones interactuaban y coexistían. La principal relación de dominio-subyugación surgió sólo cuando estas civilizaciones del Asia se encontraron con la civilización occidental moderna.

También hay que enfrentar directamente la idea del "dominio" de la Naturaleza en nombre del progreso, idea nacida del antropocentrismo. Por la gravedad de la situación medioambiental, la armonía y la coexistencia con la Naturaleza deben respetarse por encima de la conquista y el desarrollo.

La urbanización, que comenzó con el surgimiento de la civilización, creó un medioambiente artificial, separado de la Naturaleza, y fomentó una actitud antropocéntrica. La destrucción a gran escala de la Naturaleza se inició con el advenimiento de la civilización agraria y de la urbanización. Las actividades destructivas se aceleraron dramáticamente después de la Revolución Industrial y del surgimiento de la moderna civilización occidental.

El racionalismo cartesiano colocó a los seres humanos en el centro de la Naturaleza, lo que culmina en la fe extremadamente antropocéntrica de Marx en las ciencias naturales y en el progreso sin fin.

Por el contrario, las filosofías y las religiones premodernas, especialmente las orientales, respetan a la Naturaleza y al medio ambiente. En el Shintoísmo japonés no existe una frontera clara entre la Naturaleza y los seres humanos. En ciertas sectas del Budismo, las selvas y los bosques se consideran lugares sagrados, y muchos templos se construyen en zonas recónditas de los bosques y allí reciben los monjes su aprendizaje espiritual.

Debemos evocar la experiencia asiática premoderna de coexistencia relativamente pacífica entre las civilizaciones y con el medio ambiente. Los conflictos o choques entre las civilizaciones deben ser evitados viendo el impacto negativo que han tenido las guerras modernas sobre el medio ambiente, y el que tendrían las armas nucleares y las químicas. Rememorando esta experiencia de más de mil años, parece posible que, si se practica la moderación y la tolerancia, diversas civilizaciones puedan coexistir en paz.

Asia, que tiene las civilizaciones más antiguas y diversas del mundo, llegará probablemente a ser el principal escenario de acción mundial en el siglo XXI. Está bien dotada para esta experiencia, porque ostenta la más larga historia en la competencia e interacción de culturas.

No es nada nuevo y el éxito es posible

La coexistencia de diversas civilizaciones antes del siglo XVIII fue posible gracias a las redes globales construidas por los mercaderes chinos, indios e islámicos, que crearon un sistema de intercambio parecido al del capitalismo global y que abarcaba a un gran número de civilizaciones muy diversas. En este sentido, la diversidad en la globalización no es nada nuevo, y las perspectivas de lograrla con éxito no tienen por qué ser pequeñas.

Hoy, la civilización occidental y el Islam deben practicar la tolerancia. En particular, Occidente debe abandonar su sectaria fe en el progreso y privilegiar el respeto al medio ambiente y la tolerancia hacia otras civilizaciones. La globalización que se está dando en nuestros días es muy diferente de las versiones pasadas porque, como resultado del revolucionario progreso tecnológico en la información y las comunicaciones, implica transferencias simultáneas e instantáneas de información y de tecnología. Esto contribuye a la aceleración de los cambios y puede causar dificultades sustanciales en la adaptación de las culturas a la tecnología. Comparando la actual globalización con la que se dio en anteriores períodos, respetuosa de las diversidades culturales, hoy los límites ecológicos marcan una diferencia absoluta.

Estos límites harán más difíciles los acomodos mutuos entre las civilizaciones, especialmente entre las opulentas y las menos opulentas. Así, las nuevas condiciones transforman en novedoso el experimento de volver a hacer compatible la globalización con la diversidad cultural.

Durante la Guerra Fría, las dos versiones de la fe en el progreso anularon el proceso más importante de la historia: la interacción y el acomodo entre las diversas civilizaciones. Después de 50 años, este proceso normal de la historia vuelve a ponerse en movimiento. Lo que estamos presenciando no es el fin de la historia. Es un nuevo comienzo.

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