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Universidad Centroamericana - UCA  
  Número 439 | Octubre 2018

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Nicaragua

Las luchas universitarias durante el somocismo (2) Los estudiantes de abril: más desafíos y nuevas posibilidades

Los universitarios de abril se enfrentan a mayores exigencias que sus predecesores. Sobre sus espaldas la historia ha echado cuatro centenares de muertos. Enfrentan una dictadura más sangrienta que la de los Somoza. Ya probaron que tienen coraje. Las redes sociales seguirán siendo su instrumento. Sus predecesores no dispusieron de él. Las redes expanden el horizonte de sus posibilidades. Son un magnificador de los eventos. ¿Serán un acelerador de los procesos?

José Luis Rocha

El nacimiento del FSLN cambió el rumbo que hasta entonces habían tenido las luchas universitarias en Nicaragua. Tomando distancia del Partido Socialista Nicaragüense (PSN) y de su decisión de luchar para lograr una democracia representativa, algunos jóvenes constituyeron el Frente Sandinista de Liberación Nacional en un proceso de prolongada gestación de 1960 a 1964.

Antes de 1963 jamás habían aparecido impresas sus siglas. La organización universitaria fue impactada por la forma en que el FSLN concibió la lucha. Para sus militantes, la universidad era ante todo una plataforma de lucha social. Incluso era la plataforma desde la cual el FSLN proyectaba su trabajo hacia los barrios.

LA UNIVERSIDAD NO ERA PARA ESTUDIAR


Para los jóvenes organizados en el Frente Sandinista, la universidad no era un centro de estudios, sino un escenario para la agitación y la protesta. La universidad estaba identificada con los brotes subversivos, al punto que -según recuerda Omar Cabezas- los padres de muchachos y muchachas que iban a estudiar a León “le decían a sus hijos que no se metieran en política, porque la política sólo deja cárceles y cementerios, porque la política es para adultos, no para cipotes inmaduros que no tienen ni oficio ni beneficio, que no se metieran con los del FER (Frente Estudiantil Revolucionario) ni con los del CUUN (Centro Universitario de la Unidad Nacional) porque eran simpatizantes de los rusos y de Fidel Castro.”

El Frente Estudiantil Revolucionario (FER) fue creado por el naciente FSLN en 1962 para hacer trabajo exclusivamente entre los universitarios. Funcionaba en la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua y en la Universidad Centroamericana (UCA), fundada dos años antes. En 1963 surgió el Frente Demócrata Cristiano (FDC), influido por el Partido Socialcristiano. Un débil intento del somocismo de recuperar terreno en los campus universitarios fue la creación en 1960 de la fugaz Juventud de Estudiantes Liberales (JEL) y en 1965 del Frente Estudiantil Liberal (FEL).

El FEL pretendía contrarrestar el empuje del FER. Pintaba las paredes con leyendas que divulgaban su posición y que nos dicen mucho sobre la perspectiva del régimen sobre las organizaciones estudiantiles: “Fuera F.E.R. Queremos estudio”. El FEL organizó Comités Cívicos de estudiantes liberales en los colegios de secundaria. Pero fue en vano. La juventud era masivamente antisomocista. A partir de 1969, FEL era poco más que unas siglas.

LA UNIVERSIDAD ERA UNA TRINCHERA DE LUCHA


Una parte de los universitarios organizados no eran estudiantes que se rebelaban, sino rebeldes que se escolarizaban para rebelarse mejor y reclutar más adversarios al régimen. Omar Cabezas ingresó al FSLN antes que a la universidad. Víctor Hugo Tinoco recuerda que aprendió muy poco de medicina “porque realmente el estudio de medicina era una cobertura, ya al final se va convirtiendo en una cobertura contra la represión”.

Leonel Rugama ingresó al FSLN antes que a la universidad y sólo para realizar su trabajo como revolucionario. Sobre su ingreso a la universidad, escribió a su padre: “Debo prevenirlo que si me voy a inscribir en la Universidad no va a ser con la finalidad de lograr una profesión, sino de efectuar este trabajo de unidad con los estudiantes…” Rogelio Ramírez, quien en 1969 hacía trabajo de verano colaborando con las inscripciones en la Universidad Nacional de León, recibió su diploma de bachiller sucio y ajado y lo inscribió como Francisco L. Rugama.

Algunos entraban a la universidad con experiencia organizativa adquirida cuando estudiaban el bachillerato, como el fundador del FSLN Carlos Fonseca Amador. Y, entre muchos otros, Antenor Rosales, quien se había fogueado desde los doce años en el movimiento estudiantil de secundaria y llevó a las luchas universitarias una larga experiencia. El trabajo organizativo también incluía los centros de educación secundaria, las escuelas normales y los institutos de comercio. Tenía que ser así para llegar a un público más amplio.

Cuando la autonomía universitaria se obtuvo en 1958, la Universidad Nacional tenía apenas mil estudiantes. Seiscientos venían de fuera de León. Una década después apenas había 5 mil universitarios y, en cambio, había más de 20 mil estudiantes de secundaria. Por eso Fonseca dirige su mensaje “tanto a los estudiantes que cursan estudios universitarios, como a los estudiantes de nivel medio”.

La organización trans-estudiantil precede a la organización en cada centro universitario. Según Hugo Mejía Briceño, presidente del CUUN en 1968-1969, el Instituto Nacional Ramírez Goyena era un semillero que fortalecía al FER en las universidades. Es probable que ese centro de estudios aportara un porcentaje importante de los bachilleres que después se inscribían como universitarios. Esa común raíz posibilitaba el trabajo entre los ex-goyenistas de distintas universidades. Los estudiantes previamente organizados utilizaban la plataforma del FER para tomarse el CUUN. Debían competir con el Frente Demócrata Cristiano (FDC), el que según sus pretensiones le disputaba a la “izquierda marxista” el control de los centros estudiantiles y logró el control del CUUN de 1964 a 1968, precisamente hasta cuando Carlos Fonseca envía un mensaje para revertir la correlación de fuerzas en favor del FER.

UN SOLO ANTI-SOMOCISMO
CON DIVERSOS ENFOQUES Y MÉTODOS


El FER y el FDC eran antisomocistas y ambos incluían a estudiantes cristianos. A veces la división podía estar marca¬da por las carreras que estudiaban. Los socialcristianos predominaban en la Facultad de Economía. Pero lo que más los distinguía era su talante: marxistas los del FER, socialcristianos los del FDC. Los del FER con énfasis en la lucha de clases, los del FDC con énfasis en la identidad religiosa. Hugo Mejía sostiene que había diferencias en las formas de lucha: “Las agendas eran por el tipo de oposición. Los social-cristianos hacían oposición, pero era meramente declarativa, de discursos. El FER exigía beligerancia”. De ser cierto eso, el mensaje de Fonseca era una condena al enfoque y a los métodos del FDC.

El antisomocismo -incluso el más radical- nunca se identificó en su totalidad con un proyecto que hoy llamaríamos de izquierda. Tomás Borge inició su lucha contra la dictadura desde las filas del conservadurismo y Rigoberto López Pérez tenía lazos con el Partido Liberal Independiente (PLI) cuando ajustició a Anastasio Somoza García. Aunque varios de los nuevos grupos organizados fueron decantándose hacia una confluencia entre el derrocamiento del sistema somocista y la transformación de todo el orden socioeconómico, se mantenía un amplio espectro ideológico.

TIEMPOS DE UN ANTI-SOMOCISMO MULTICOLOR


Con el correr de los años y el creciente malestar antisomocista, van surgiendo otras organizaciones: los Comités de Lucha de Estudiantes Universitarios (CLEU), vinculados al maoísta Movimiento de Acción Popular Marxista Leninista (MAP-ML), la Juventud Socialista Nicaragüense ligada a la Unión Democrática Estudiantil (UDE), la Liga Marxista-Leninista. Y, como intento del régimen de recuperar el terreno perdido en las universidades, el Frente Estudiantil Liberal Somocista, que luego se convirtió en el Frente Estudiantil Revolucionario Nacionalista (FERNA).

El panorama organizativo se multiplica más cuando ocurre el cisma dentro del FSLN y dos de las tres corrientes en que se divide el Frente presentan sus propios candidatos al CUUN. La división alcanza a las organizaciones estudiantiles de secundaria: los Proletarios tenían los Comités Obreros Revolucionarios (COR) y los de la Guerra Popular Prolongada tenían el Movimiento Sindical Pueblo Trabajador (MSPT). La fragmentación era considerable. El antisomocismo tenía muchos colores.

La ventaja de ser multicolores fue recibir apoyo de parte de los docentes. No sólo los profesores sandinistas estaban dispuestos a colaborar con los estudiantes revoltosos. La excepción eran los docentes de Derecho, refugio de conservadores.

Según Omar Cabezas, que fue alumno de esa carrera: “Ahí estaban refugiados los más reaccionarios y oscurantistas de los profesores de la universidad, que enseñaban con programas de estudio individualistas, donde se defendía la Constitución política de Somoza, donde se hacía apología de la democracia representativa de Somoza, donde se nos instruía a respetar, por sobre todas las cosas, el Código Civil”.

TENER DINERO: NUEVAS POSIBILIDADES


El FER no tenía fácil su trabajo: sus candidatos a la presidencia no podían confesar abiertamente su pertenencia a esa organización. Carlos Fonseca los acicateó.

Ganar las elecciones, según Omar Cabezas, les dio un gran impulso: “La victoria del FER en las elecciones del CUUN nos dio grandes ventajas para el desarrollo del trabajo político organizativo, porque el mero hecho de ser nosotros los dueños de las oficinas del CUUN implicaba que ya teníamos, en primer término, un local para reunirnos que no fueran nuestras casas o las piezas estudiantiles de alquiler. Implicaba que teníamos máquinas de escribir, que teníamos fotocopiadoras, que teníamos mimeógrafos para imprimir y lo que era mejor aún: DINERO. Es decir, el ascenso del FER al CUUN nos permitió hacer uso de las estructuras legales y públicas de la universidad para desarrollar trabajos del FSLN, del FER y trabajos del CUUN. Hasta entonces nosotros habíamos costeado al FER con cuotas que dábamos semanalmente, y eso era demasiado poco”.

Hasta entonces trabajaban con recursos muy limitados. Por eso exclama Cabezas: “Y qué alegría la de nosotros cuando conseguíamos doscientos pesos para comprar diez sprays y hacer cartulinas, mantas, y pintar las paredes de la universidad y de la ciudad. Mantener el poder del CUUN significaba tener dinero para todo eso”. La disponibilidad de recursos multiplicó el trabajo, las discusiones y la incidencia.

Hacían mantas, afiches, consignas y folletos hasta la madrugada. También hacían mítines y se tomaban los edificios de la universidad, “reventando bombas de mecate, poniendo parlantes, sentándonos en la calle frente a la universidad, discursos, canciones, guitarras, poemas, diálogo con las autoridades, comisiones para acá, comisiones para allá”.

LA CREATIVIDAD UNIVERSITARIA Y EL TRABAJO INTERNACIONAL


Se tomaban las universidades y también los colegios, iglesias e incluso la catedral para demandar la liberación de los presos políticos. Hacían protestas para reclamar los cadáveres de compañeros asesinados por la Guardia Nacional. Si no se los entregaban, hacían entierros simbólicos, que eran reprimidos y terminaban con uno o más muertos adicionales.

Echaban mano del ingenio con recursos que divertían o desconcertaban a la ciudadanía: carnavales bufos para ridiculizar a Somoza o una procesión a las 10 de la noche con 500 candelas encendidas que depositaron a la puerta de la casa del decano de la Facultad de Derecho, católico a ultranza. Organizaban carnavales en los que elegían a un “Rey Feo” y ridiculizaban a los funcionarios estatales. Rolando Avendaña recuerda: “En 1958, el estudiante César Blandino se lanzó como candidato a Rey Feo con el nombre de Nicolasa Primera, ridiculizando así a la tristemente célebre Nicolasa Sevilla”, quien dirigía a las “turbas” somocianas.

En los barrios de León había juicios populares donde la gente exponía sus quejas sobre los servicios públicos. El teatro, los juicios y la música eran estrategias para llegar a un público más amplio, involucrarlo e informarlo sobre la lucha. Una de las primeras obras que tuvo representaciones itinerantes se tituló “Asesinato frustrado”. Trataba sobre la verdad que el régimen somocista procuraba ocultar en vano.

Gradualmente, los universitarios fueron incursionando en la arena internacional. Edgar Munguía viajó a Nueva York en 1970 para representar al CUUN en el Congreso Mundial de la Juventud. Aprovechó para denunciar allí las violaciones a los derechos humanos del régimen de Somoza. En 1973 estuvo en Chile y luego en Cuba. Los viajes internacionales eran objeto de malestar porque algunos opinaban que no necesariamente viajaban los más capacitados en los temas a tratar, pero tuvieron impacto.

Este trabajo ayudaba a obtener fondos, que fueron base para que en los años 70 se creara una organización de segundo nivel, el Movimiento Pueblo Unido (MPU), que aglutinaba diversas formas organizativas, unas vinculadas al FSLN, algunas ligadas al Partido Socialista y otras organizaciones de base, entonces independientes, como la Asociación de Mujeres Nicaragüenses ante la Problemática Nacional (AMPRONAC) y la Asociación Nacional de Educadores de Nicaragua (ANDEN).

EL PODER DE LA ORATORIA Y EL DE LA MÚSICA


La abundancia de mítines requería un cultivo y dominio de la oratoria, arte en el que el FER adiestraba a sus militantes. El aprecio por la oratoria era generalizado e institucionalizado en los concursos de oratoria que los colegios organizaban. Para los dirigentes del FER la oratoria era un instrumento para convencer y así conquistar más adeptos para la causa.

El liderazgo debía tener buena oratoria. Era un requisito indispensable, en el que algunos y algunas destacaban. El poeta y militante sandinista Fernando Gordillo ganó concursos de oratoria en Nicaragua, Guatemala y México. Cuando Sergio Ramírez lo conoció en abril de 1959 era campeón cen¬troamericano de oratoria.

Había espacio para las mujeres y destacaban por su oratoria Brenda Ortega del FDR y Michelle Najlis del FER, quienes se enfrentaron en las elecciones de 1966-1967: palabra sociacristiana contra palabra marxista. Hugo Mejía re¬¬cuerda que “Michelle Najlis era de las lideresas que hacían tribuna desde una caja de jabón, en cualquier lado se subía”. Su liderazgo se basaba en la palabra.

También se recurría a la palabra sobre el viento: a las palabras cantadas. El acompañamiento musical que Carlos y Luis Enrique Mejía Godoy dieron al movimiento universitario fue muy importante. Hugo Mejía asegura que “la música jugó un factor decisivo porque levantaba los ánimos y hacía ese contacto humano, esa expresión, podría decir, amorosa entre los estudiantes y los revolucionarios y toda la población”.

EL ARMA DEL MIMEÓGRAFO
ANTES DE LA OPCIÓN ARMADA


Hugo Mejía recuerda que cuando era estudiante en el Instituto Ramírez Goyena, Carlos Fonseca y otros estudiantes publicaron un efímero boletín mimeografiado llamado “Diriangén”.

Convertido en estudiante universitario en León, Fonseca recibió el encargo del Centro Universitario de ser el editor jefe de su periódico “El Universitario”. Según Tomás Borge, de inmediato publicó denuncias crudas, sin metáforas: “250,000 niños en edad escolar sin escuelas y sin maestros … 5% de impuestos por el oro exportado, a las compañías mineras, e impuestos eximidos a las mismas, por maquinaria agrícola y minera, automóviles, artefactos eléctricos, etc. Números: nuestro país paga a los extranjeros que explotan el subsuelo para que se lleven el oro. Nos queda la tos.” Fonseca también participaba en mítines y emitía propaganda en hojas volantes. El mimeógrafo fue la principal arma durante toda la etapa en la que no se optó por una confrontación armada con la Guardia Nacional.

La UNAN tuvo otra publicación estudiantil entre 1960 y 1963: “Ventana”, revista política y literaria, alentada por el Rector Mariano Fiallos y dirigida por Sergio Ramírez y Fernando Gordillo. En sus 19 números se dieron a conocer como escritores los universitarios Sergio Ramírez, Fernando Gordillo, Napoleón Chow, Octavio Robleto, Luis Rocha, Fanor Téllez, Alejandro Serrano Caldera e incluso Michelle Najlis, quien entonces era una estudiante de bachillerato en el colegio La Asunción.

Según Sergio Ramírez, “desde la revista exigíamos un compromiso social del escritor, aunque sus páginas se abrieran a toda clase de expresiones artísticas, sin dogmatismos ni sectarismos ni censura. Era un compromiso político que ya teníamos y llevábamos a la revista, la parte de un todo que se expresaba en la militancia por una causa que íbamos delineando desde entonces y que definitivamente sería la causa del Frente Sandinista. Cuando en 1962 Carlos Fonseca llegó clandestino a León, y nos reunimos con él una media docena de estudiantes en la casa de Sergio y Octavio Martínez, nos habló también de “Ventana” y de la importancia que tenía como instrumento de combate”.

Una vez constituido el FSLN, sus dirigentes valoraban en extremo la palabra escrita y los medios de difusión. En 1963 el FER fundó “El Estudiante” y lo puso bajo la dirección del poeta Fernando Gordillo. Era su órgano informativo y de “agitación”, como solía decirse. Años después, envió a Leonel Rugama a la universidad para orientar ese medio, que estaba un tanto descuidado.

Carlos Fonseca propuso: “Pensamos también en la utilización de medios estrictamente académicos, tales como la publicación de materiales que estudien a fondo los problemas nacionales, debates abordando los mismo problemas, seminarios en el mismo sentido, etcétera”. Y lo hicieron, haciendo girar el rodillo del mimeógrafo, distribuyendo los folletos. Estudiaban “Conceptos elementales del materialismo histórico” de Marta Harnecker y salían a los barrios -Sutiava, en León- a enseñar el “Manifiesto comunista”. El FER daba mucha importancia a la formación, sobre todo en historia y oratoria.

LOS UNIVERSITARIOS ARMADOS
Y LA RESPUESTA REPRESIVA


En León los años 60 fueron una década de “bombas zaguaneras” que los estudiantes hacían estallar en los zaguanes de las casas de militares y políticos somocistas. Pero eran brotes episódicos.

La siguiente generación tuvo un carácter más bélico: si eran miembros del FSLN se preparaban militarmente. Irving Larios sostiene: “Por las características represivas que tenía la Guardia no salíamos a la calle armados de morteros. Nos hubieran aniquilado en la primera marcha. Pero íbamos al barrio con al teatro estudiantil, con la mosca. Íbamos a movilizar a la población, a que ésta hiciera su fogata. Ésos eran los métodos que nosotros utilizábamos, porque en los métodos de lucha está la creatividad”. Otros líderes estudiantiles de la época recuerdan que los dirigentes estudiantiles a menudo andaban armas, incluso granadas.

Con esa visión coinciden los recuerdos de Óscar Gutiérrez, amigo de juventud de Leonel Rugama: “Lo vi con una bolsa de papel kraft. Se fue con los universitarios al Instituto, a traer los estudiantes de Estelí para hacer el entierro simbólico. Se consiguió un ataúd y se puso en la sala con la bandera del Frente y la bandera nicaragüense. Llegaba la gente, había oradores…Y como a las siete o las ocho de la noche, sale la gente con el ataúd a las calles. Oí que disparó la Guardia, mataron a René Barrantes, que era primo hermano, y estalló una bomba molotov. Leonel traía esa bomba en la bolsa de papel kraft y él la lanzó a la Guardia cuando ellos abrieron fuego”.

En varias ocasiones los militantes sandinistas reunían dinero de asaltos a los que llamaban “recuperaciones”, como el que hicieron en las instalaciones centrales de la licorera Santa Cecilia, donde, entre otros, participaron Leonel Rugama y Emmett Lang. Ambos asaltaron también el Banco Bóer el 10 de enero de 1970.

El régimen siempre respondió a las luchas universitarias con la represión. Cuando ésta arreciaba en León, la ciudad caía en un estado de sitio de facto. Y a veces se declaraba el estado de sitio de iure, como en mayo de 1959 tras el desembarco antisomocista en Olama y Mollejones. Avendaña recuerda que el estado de sitio implantado el 1 de julio de 1959 significaba que “a cualquier hora de la noche golpean las puertas de una casa; quien suspende el sueño tranquilo del hogar es sin duda un grupo de la Guardia Nacional que pregunta por el jefe del hogar, registran todos los rincones de la casa y se llevan detenido, por un tiempo que puede ser de un mes, seis o bien de un año, al de la casa. La sufrida Nicaragua se asemeja en estas épocas a la Alemania de Hitler”.

PERSECUCIÓN, INFILTRADOS, SOPLONES...


En su biografía de Mariano Fiallos, Sergio Ramírez recuerda esos momentos: “Sería muy difícil olvidar nunca los rostros de aquellos muertos, sus sesos tirados en las aceras, su sangre corriendo por las cunetas, los ayes, los lamentos, el ulular de las sirenas, los gritos, el sordo ruido de los rifles quitando los seguros, la orden de fuego, el cegador y asfixiante humo de las bombas lacrimógenas y aquel traqueteo terrible de las ametralladoras, que aun durante las noches nos asaltaba. Fueron días de oír rondar en las aceras a los guardias, el taconeo de sus duras botas contra el cemento, el caer de las culatas de sus rifles contra el suelo, los cuchicheos, los compañeros perseguidos, la visión tan familiar de las cárceles”.

Incluso antes de la masacre estudiantil del 23 de julio de 1959, había revisiones de los buses que se dirigían a León al inicio de los cursos universitarios. Avendaña recuerda: “Aquella mañana del mes de junio de 1958 el autobús que comenzaba su recorrido entre la capital y las ciudades occidentales se detuvo en el puesto de tránsito para ‘chequear’ como de costumbre su viaje. Inmediatamente dos policías se subieron al vehículo y con minuciosidad se dedicaron al registro de la carga que transportaba. Pidiéronle al conductor del vehículo la lista de pasajeros que viajaban, revisando uno a uno los nombres…”

Había represión enfocada en los dirigentes estudiantiles, con infiltrados y soplones. En 1958 Luis Somoza había reconocido en público haber inscrito agentes secretos como estudiantes universitarios. Las tropas de choque populares eran de uso corriente. Nicolasa Sevilla solía comandar los Frentes Populares Somocistas y adquirió mucho renombre disolviendo tomas de edificios y manifestaciones de la oposición. No menos famosos fueron sus ataques a los medios de comunicación: Radio Mundial y Radio Deportes fueron sus víctimas en 1958. La Guardia Nacional aseguraba que desconocía a Nicolasa Sevilla. Por eso, la Juventud Conservadora, desde su Semanario “Movimiento”, ofreció 5 mil córdobas a quien ofreciera información sobre su paradero.

La represión era constante y el temor permanente, según recuerda Irving Dávila, también dirigente estudiantil en los años 70: “Recuerdo que no podía ir a las fiestas, porque cada vez que regresábamos a las doce de la noche, era un temor terrible cuando veíamos un vehículo detrás de nosotros, porque si era la Guardia, seguro nos levantaba”. La vida se les trastornaba a los estudiantes organizados. Recuerda Tinoco: “Ya no vivo en una casa, y ya no puedo ir a la casa de mi familia, básicamente vivo en la universidad; y cuando me voy de ahí, nadie sabe adónde voy”. La represión creó a estudiantes alzados a tiempo completo.

LOS UNIVERSITARIOS DE ABRIL


El historiador británico Cristopher Hill creía firmemente que “la historia tiene que ser reescrita en cada generación porque, aunque el pasado no cambia, el presente sí lo hace. Cada generación se hace nuevas preguntas sobre el pasado y encuentra nuevas áreas de sintonía conforme vuelve a vivir diferentes aspectos de la experiencia de sus predecesores”.

La revuelta de abril de 2018, en gran medida protagonizada por los estudiantes universitarios, puede recibir luces provenientes de las viejas revueltas de los universitarios que lucharon contra los dos primeros Somoza -Anastasio Somoza García y Luis Somoza Debayle-, dejando de lado al tercer Somoza, quien se enfrentó a una organización guerrillera y a una insurrección popular armada. El presupuesto de este intercambio de luces es que los universitarios de hoy están viviendo en alguna medida algunos aspectos de la experiencia de sus predecesores y que las semejanzas y divergencias nos pueden ayudar a caracterizar lo que está ocurriendo ahora.

LA PENETRACIÓN CAPITALISTA AYER Y HOY


El contexto de las viejas y las nuevas luchas marca un contraste. Cuando Carlos Fonseca Amador dirigió, en abril de 1968, hace exactamente medio siglo, un mensaje a los estudiantes para animarlos a que emprendieran protestas beligerantes que no se redujeran a meras proclamas, atribuyó la inercia estudiantil a la penetración capitalista en las universidades.

En 2018 esa penetración se ha profundizado. Hay en Nicaragua un mercado donde compiten, no sólo dos, sino más de medio centenar de universidades, algunas enloquecidas por insertarse en los sistemas de acreditación internacional, autograduando doctores semianalfabetas que les permitan elevar su puntuación en los baremos de las multinacionales de la “accountability” académica.

La calidad se contabiliza en número de posgrados, doctores, reglamentos, procedimientos burocráticos, publicaciones… Se ha mercantilizado un ámbito que antes no era “vendible”. En paradójica contrapartida, los estudiantes están recibiendo títulos cuyo valor facial no corresponde a su valor real porque reciben una retribución cada vez más deprimente cuando lo canjean en el mercado laboral. La burocracia universitaria se mercantiliza y sus “productos” son peor recibidos en el mercado. La parafernalia burocrática de la universidad se conecta con el mercado y sus títulos están desconectándose cada día más y más.

Los estudiantes están jugando ese juego, les guste o no, lo entiendan o no. Nadie ha cuestionado las reglas de ese juego. Ningún grupo de la Coalición Universitaria, hoy insurreccionada, ha emitido un pronunciamiento al respecto. Su lucha tiene una finalidad generalizable e inmediata: ponerle fin a la dictadura.

En este horizonte estrecho, pero urgente, coinciden con los primeros universitarios antisomocistas de los años 40 y con los de inicios de los 50, enfocados en impedir la reelección del primer Somoza. También ellos, como los de ahora, eran mayoría absoluta. A medida que se fueron creando círculos de estudio marxistas y de la teología de la liberación, las luchas universitarias intensificaron su ambición, decantándose hacia una batalla contra el sistema capitalista.

HOY, SIN UTOPÍA Y SIN ARMAS


Otro punto de contraste: los universitarios antisomocistas de los años 50 y, más aún, los de los 60 y 70 podían apuntar con el dedo hacia un horizonte tangible: la Unión Soviética, la Europa del Este y la Cuba revolucionaria. Su utopía tenía una concreción. No era utópica, sino tópica. Los universitarios de hoy deben inventar la utopía a partir de concreciones defectuosas y limitadas: leyes feministas y ecologistas nacidas en Europa, teorías políticas liberales, visiones y misiones del mundo de las ONG…

O bien contentarse con aspirar a la democracia representativa, un objetivo que hubiera parecido modesto a sus predecesores, pero que, por desgracia, no lo es en el contexto actual. No hay un norte ideológico y la lucha se reduce a la inmediatez cortoplacista. O ese norte anhelado sigue siendo el Norte imperial en sus diversas variantes y ramificaciones académicas, legislativas, de sociedad civil, incluso militares.

Estos universitarios, huérfanos de utopías más amplias, se han tenido que enfrentar no a un Estado artillado como el de Somoza, a una Guardia Nacional que era el ejército de una familia, pero un ejército profesional al fin y al cabo, sino a un Estado mafioso, que echa mano de antiguos militantes con experiencia militar a los que tenía en el olvido, los recoge de las acequias de la historia, los encapucha y los dota de armas y de licencia para matar.

El resultado salta a la vista. Había en la Guardia Nacional una especie de contención. No todos los excesos estaban permitidos contra manifestaciones pacíficas. Los estudiantes de hoy han enfrentado un baño de fuego que suscita la perplejidad de los analistas más curtidos.

En su memorable mensaje de abril de 1968, Carlos Fonseca hace un recuento de los estudiantes caídos en una década de lucha: un total de 23. Esas cifras incluyen los muertos en la traumática masacre de julio de 1959, cuyo sexagésimo aniversario se conmemora en 2019.

La tarde del 23 de julio de 1959, un pelotón de la Guardia Nacional disparó contra una manifestación de universitarios en León y asesinó a cuatro estudiantes, una mujer y una niña. Los periodistas de la época hablaron de “asesinato en masa”. En la revuelta de abril de 2018, solamente el Día de las Madres hubo 18 muertos. La Asociación Nicaragüense pro Derechos Humanos ha registrado un total de 485 muertos, la mayoría asesinados por grupos paramilitares y la Policía Nacional. ¿Cómo habría que calificar estas masacres? “Asesinato en masa” parece una etiqueta insuficiente. Éste es un contraste entre el antes y el ahora que no podemos pasar por alto. La explicación más simple es que Ortega es más criminal que Somoza.

HOY, EN UN CONTEXTO DIFERENTE


Sin duda, los individuos imponen cierto sesgo a la historia cuando pueden decidir el rumbo de acontecimientos clave. Pero ni la aceptación de las doctrinas de Lutero se explica sin la oposición a las exacciones pecuniarias de Roma ni el arrastre de Hitler sin el antisemitismo tan arraigado y difundido en la población alemana, por mencionar sólo aspectos de dos contextos concretos. El contexto en el que operan los individuos explica mucho. El contraste entre el contexto de antes y el de ahora nos puede dar algunas respuestas.

Curiosamente, el contexto actual parecía adecuado para que los organismos supranacionales -cuyo poder interventor se tiene en alta estima en la era de la globalización legal y judicial- sirvieran como fuerza de contención. Pero sus funcionarios casi vieron caer los cadáveres a sus pies y no consiguieron detener la serie de masacres que iban en curso. La rapidez con que corren las noticias también debía haber operado en favor de una rápida intervención de organismos internacionales. Pero no lo hizo.

Y no porque tanto Somoza como Ortega optaron por difundir otra versión de los hechos. Como para dar la razón a quienes gritan “Ortega y Somoza son la misma cosa”, Ortega recurrió a las mismas acusaciones que los tres Somoza: soy víctima del terrorismo. Sólo la izquierda más asnal se traga ese cuento. No lo hizo porque los organismos internacionales trabajan con la misma parsimonia de la era pre-informática, pero los criminales trabajan con menos contención y escrúpulos y más rapidez: para saber que no estamos ante casos aislados de falta de contención y de deseos de guardar las formas echemos una mirada a los numerosos asesinatos de periodistas y ecologistas en la vecina Honduras. Los crímenes en Honduras han sido cometidos a cuentagotas. Y en Nicaragua hubo una sucesión de masacres. ¿Por qué? Otras explicaciones del exceso de Ortega y de la contención de Somoza encuentran asideros prestando atención al contexto interno.

EL FLSN ES UN PARTIDO-IGLESIA


Propongo tres explicaciones sin presumir que sean las únicas. La primera: el FSLN como partido-iglesia. Los universitarios que enfrentaron a la dictadura somocista no estaban ante un personaje ni un partido que suscitaran tanta veneración. En el FSLN la militancia es un culto y sus adeptos inmolan su capacidad de juicio en su humeante altar. Éste es un capital moral que los miembros menos escrupulosos del FSLN han sabido explotar. El carácter confesional del FSLN convence al Sumo Sacerdote y a su sacerdotisa de tener la razón y les permite actuar como jueces y emitir condenas.

El Secretario General de la OEA Luis Almagro cayó bajo este hechizo religioso en las primeras semanas de las protestas. Peor aún, el hechizo funcionó desde su visita a Nicaragua en diciembre de 2016, a partir de la cual si hubiera iniciado una presión sostenida para lograr reformas electorales quizás hubiera salvado muchas vidas. No fue la OEA la que sacó a Roberto Rivas de la Presidencia del Consejo Supremo Electoral, lo sacó el Departamento del Tesoro de Estados Unidos a través de la Ley Global Magnitsky.

EL PÁNICO DE ORTEGA TIENE NÚMEROS


Segunda explicación: hay un miedo a los números grandes que no debemos subestimar. El pánico produce reacciones drásticas. En 1950 había apenas 494 universitarios, grupo muy selecto en una población de 160,658 jóvenes de entre 18 y 25 años. Un quinquenio después ese grupo se había casi duplicado: en 1955 había 840 estudiantes universitarios. Aun así, los universitarios seguían siendo un ave rara dentro de un gran universo de 174,487 jóvenes de 18 a 25 años. Apenas uno de cada 200 jóvenes de esas edades estaba en la universidad.

En contraste, en 2014 había 123,220 universitarios y un total de 1 millón 283 mil 174 jóvenes de 15 a 24 años. Hoy son universitarios cerca de 20 de cada 200 jóvenes de esas edades, un rango de edad cercano al de 18-25 años, el que está disponible en las estadísticas oficiales.

Actualmente, los universitarios son muy numerosos. La lucha contra Somoza requirió el concurso de los estudiantes de secundaria para aproximarse a números significativos. En la revuelta de abril de 2018 un porcentaje muy reducido de universitarios dispuestos a jugarse la vida, con el apoyo de otros actores, pudieron poner de cabeza un país tan pequeño como Nicaragua.

La relación numérica también favorece a los universitarios frente a las “fuerzas del orden”. En 1956, año del ajusticiamiento de Anastasio Somoza García y tres años antes de la masacre de julio de 1959, había en el país 970 estudiantes. Ese año la Guardia Nacional registró en su haber 4,391 miembros, una proporción de 4.5 guardias por cada estudiante y de 349 guardias por cada 100 mil habitantes.

Hoy, seis décadas después, hay 242 policías por cada 100 mil habitantes, según el informe anual de la Policía Nacional de 2016. Si sumamos el número de efectivos del Ejército, tenemos 454 policías / militares por cada 100 mil habitantes, una combinación de fuerzas coercitivas superior a la que tenían los primeros dos Somoza. Pero la proporción con respecto a los universitarios se invirtió: ahora hay 4.4 universitarios por cada policía / militar. Éste es el contexto demográfico y el peso relativo universitarios / fuerza coercitiva que produce pánico en el gobierno de Ortega.

ANTE EL TERROR, TERRORISMO


Tercera explicación: las redes sociales actúan como magnificadoras de eventos, de aliados y de contendientes. Facebook, Twitter, WhatsApp y los miles de blogs son mucho más rápidos, masivos y económicos que los volantes y folletos producidos en mimeógrafo de los universitarios que enfrentaron al somocismo.

Sus imágenes y palabras son indestructibles, llegan a un público más amplio y son menos reprimibles que los discursos de dirigentes trepados sobre cajas de jabón. Los universitarios de hoy pueden, y de hecho lo hacen, seguir recurriendo a aquellos medios, pero ya no tienen que limitarse a ellos, porque las redes sociales les permiten superar las limitaciones espacio-temporales. Los volantes podían ser decomisados y quemados y los mimeógrafos destruidos. Las cuentas de WhatsApp no pueden ser destruidas por el gobierno y sus mensajes atraviesan ciudades, países y continentes antes de llegar a los tenebrosos despachos de la Policía orteguista.

La capacidad de convocatoria de los nuevos medios de comunicación pudo ser apreciada en las multitudinarias manifestaciones que desde su bunker en El Carmen seguramente ha visto la pareja presidencial. El hecho de que la Vicepresidenta se refiera a los autoconvocados como “minúsculos, puchitos, remanentes, chingastes, poquedad y almas pequeñas” es sintomático del pánico ante su tamaño. La palabra “minúsculos” aparece en cinco de los primeros nueve párrafos de su alocución del 19 de abril.

Esta magnificación de los brotes rebeldes en las redes sociales fue abonando al terror de los poderosos, en quienes indujo un miedo a ser arrollados por una masa cuyas dimensiones pudo medirse en las calles. La reacción del poder fue proporcional al pánico experimentado. Fue terrorista todo lo que les provocó terror.

DESAFÍOS DE LOS UNIVERSITARIOS DE ABRIL


Los universitarios de ahora, que son mayores en número, también se enfrentan a mayores exigencias que sus predecesores. Sobre sus espaldas la historia ha echado cuatro centenares de muertos. Enfrentan una dictadura que ha probado ser más sangrienta que la de los Somoza y que ahora busca descubrirlos, perseguirlos y castigarlos. Ahora están respondiendo a esta dura ordalía que pone a prueba su compromiso y su creatividad.

Ya demostraron que tienen coraje. Las redes sociales seguirán siendo su instrumento, uno del que sus predecesores no dispusieron. Y aunque no hay determinismo tecnológico, las redes sociales expanden el horizonte de posibilidades. Sabemos que las redes sociales son un magnificador de los eventos. Falta averiguar si son también un acelerador de los procesos.


INVESTIGADOR ASOCIADO DEL INSTITUTO
DE INVESTIGACIÓN Y PROYECCIÓN
SOBRE DINÁMICAS GLOBALES Y TERRITORIALES
DE LA UNIVERSIDAD RAFAEL LANDÍVAR DE GUATEMALA
Y DE LA UNIVERSIDAD CENTROAMERICANA
JOSÉ SIMEÓN CAÑAS”DE EL SALVADOR.

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