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Universidad Centroamericana - UCA  
  Número 193 | Abril 1998

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Nicaragua

La moral y el poder: reto revolucionario

Al calor de la conmoción causada por la denuncia de Zoilamérica Narváez contra su padre adoptivo, Daniel Ortega, el sociólogo sandinista Orlando Núñez, abanderado durante años de la causa de las mujeres, elaboró esta reflexión, abierta en sus conclusiones políticas, propicia para un debate social y cultural que apenas comienza.

Orlando Núñez

La moral, en tanto que norma o deber que rige la conducta individual de acuerdo a principios socialmente compartidos, se opone aparentemente al poder, entendido éste como la fuerza socialmente organizada para defender intereses particulares.

* Es mi opinión que ambos, moral y poder, se apoyan mutuamente. La moral, incapaz de realizarse por sí sola, tiene que recurrir a la ley, es decir, al poder normado, para lograr domesticar a individuos que no han podido internalizar la norma acordada. A su vez, el poder, injusto por excelencia e incapaz de sobrevivir únicamente por la fuerza, necesita recurrir a la moral para poder legitimarse.

* Si la moral existe como deber es porque necesita constreñir, reprimir, obligar, doblegar o enderezar impulsos o comportamientos alimentados por una naturaleza social no moral, amoral, o inmoral. En otras palabras, las acciones que se prohiben son acciones comúnmente deseadas y transgredidas por los individuos. De lo contrario, no sería necesario prescribir o enmendar conductas.

* Si en una sociedad diferenciada como la nuestra, el poder existe como una relación desigual entre dominantes y dominados, ¿cómo es posible conciliar normas morales exigidas para todos con relaciones políticamente desiguales? ¿y cómo se resuelve la contradicción entre el impulso individual y la norma social? Hasta ahora la respuesta ha sido separar lo inseparable: la moral del poder, lo individual de lo social, la apariencia de la realidad, la moralidad de los que obedecen de la inmoralidad de los que mandan, los métodos curativos de los métodos preventivos. Así, la moral ha tenido que legitimar el doble rostro del poder, de igual manera que el poder legitima el doble rostro de la moral.

* La moral sexual que a diario consumimos, y de la cual la familia patriarcal es su matriz principal, está montada sobre una naturaleza cultural donde el placer masculino sólo puede consumarse a través de relaciones de poder, y donde las primigenias relaciones de dominio han sido amamantadas desde la infancia por relaciones erótico maternales.

* La historia de nuestra civilización es la historia del poder y la biografía del poder corresponde a la biografía del macho. Es así que moral sexual y poder han sido las caras de una misma moneda, acumulada a costa de fragmentar el amor: por un lado el placer y el poder, por otro lado la sensibilidad y la sumisión.

* Para los que defienden el orden establecido la derecha , esta realidad se recubre de un ropaje normativo cuyos extremos elegibles son la abstinencia total a través del voto de castidad y la oferta del matrimonio a cambio de la unidad familiar y el deber reproductor. En el orden político, los mismos preceptos transitan por una aventura donde se ofrecen los frutos del sistema a cambio del voto de obediencia al Leviatán de turno. Como sabemos, el resultado ha sido el divorcio entre el discurso y el curso de las cosas: la moral haciéndose cargo del verbo espiritual y el poder del adverbio material o carnal.

* Para los que cuestionamos el orden establecido la izquierda , la situación es mucho más compleja. Nosotros no hemos hecho voto de castidad ni de obediencia y somos conscientes del grado de enajenación que alberga la familia patriarcal y las instituciones políticas. A diferencia de la derecha, nosotros cuestionamos el discurso, desenmascarando la ideología de la moral sexual católica y su complicidad con el poder burgués. Cuestionamos los abusos del poder, pero no hemos ido más allá del poder paralelo. Cuestionamos la inmoralidad de las ideologías, pero hemos caído en la doble moral: placer y poder para machos y mandarines, castidad y obediencia para mujeres y vasallos. Hemos creado nuestras propias instituciones, pero cuando la contradicción entre la moral y el poder al interior de esas instituciones desemboca en conflictos, preferimos sacrificar a las personas para salvar a las instituciones. Ayer condenando a la víctima, hoy al pecador de turno.

* Necesitamos una estrategia integral: una concepción del ser y del deber ser, de la moral y del placer, de la lucha y del poder. Si sabemos que los impulsos sexuales del macho contradicen las normas establecidas, indaguemos esos impulsos y su naturaleza biológica y cultural, evaluemos esas normas y busquemos nuestras propias normas. Hasta ahora, y en el mejor de los casos, sólo hemos encontrado víctimas martirizadas y chivos expiatorios de nuestra mala conciencia.

* Sabemos que la organización sexual de la familia engendra en el macho esa doble moral que concita la contradicción entre una reprobable conducta privada individual y el discurso público, trátese de la infidelidad que cometemos o que nos reprimimos, trátese de la violación que anida en cada hogar con imperceptibles diferencias de grado, trátese del recurrente incesto presente en cada generación desde que existe la humanidad, trátese del sádico y cotidiano maltrato que acompaña las caricias más inocentes de nuestros machos. Si nadie ignora que todas las personalidades morales, políticas, religiosas y culturales del género masculino mantienen latente o manifiestamente la lascivia hacia la mujer que tienen enfrente, y si nuestro señalamiento sólo aparece cuando la falta se hace pública, esto significa que no hemos podido traspasar el umbrálico lema de que "el pecado es el escándalo".

* Si sabemos que el placer es una dimensión ineludible del género humano, irredento frente a toda normativa, ¿por qué no ponemos en agenda abierta el debate de su propia sociabilidad, tanto para el hombre como para la mujer? ¿Por qué seguimos coreando, junto a la derecha, "la unidad familiar ante todo", aunque se vayan al infierno las personas de carne y hueso?

* Si sabemos que el poder es cómplice de la moral sexual burguesa, cínica, mojigata y mercantilizada, hasta en las mejores familias; si sabemos que la moral es un instrumento del poder para mayor gloria de los valores conservadores y reaccionarios que a diario cultivan la infelicidad de los individuos, ¿por qué no pasamos a cuestionar no solamente los abusos del poder, sino también la naturaleza inmoral del poder mismo?

* ¿Lograremos los revolucionarios aceptar el reto y enriquecer este pedazo de historia que nos ha tocado vivir, más allá de la cultura mercantilizada y morbosa de los medios de comunicación, más interesados en el escándalo que en el pecado? ¿Logrará nuestra civilización sustituir la distracción combinada de sexo y violencia en que se educan nuestras jóvenes generaciones? ¿Podremos los hombres que fuimos educados en el más voluptuoso de los erotismos entre un niño el hijo y un adulto la madre , superar el destino natural que nos conduce irremediablemente del complejo de Edipo al complejo de Cupido? ¿Podremos los machos reconocer y superar el sentimiento de vergüenza y odio por saciar nuestros deseos señoriales con la desobediente esclava que tenemos al lado? ¿Podrán las hembras superar el complejo de Electra, incesto más silenciado que el de Edipo, que las lleva al destino carnal de seducirse por el poder y la riqueza del señor como en las cortesanas, o al deseo místico de esposarse con Cristo Nuestro Señor como en las monjas católicas?

* Lejos del macho debiera estar la intención de querer lavarse las manos sobre los escándalos que protagonizan la moral sexual y el poder patriarcal en nuestra querida Nicaragua. Todos estamos concernidos, sin que ello signifique que a nosostros nos toque tirar la primera piedra. Bien sabido es que en estos menesteres solamente las mujeres, por afectación o sensiblización, han tenido la autoridad y el coraje para denunciar y actuar correctamente. Sabemos que el macho, educado sin ternura para no empañar su poder, está condenado a descargar su placer como una tarea biólogica de su especie y de su género, y sabemos que hasta la seducción en situaciones desiguales género, edad o estatus fácilmente termina en abuso, independientemente del grado y del sexo. Sin embargo, siempre esperamos demasiado hasta que el abuso se convierte en maltrato, en violación y en crimen, y en tales casos recurrimos tardíamente a medidas justicieras, sin que las penas o castigos correctivos nos provean de una necesaria sociabilidad preventiva.

* Nicaragua en general, y los sandinistas en particular, vivimos una batalla difícil al interior de nosotros mismos. Por un lado, los hechos, alimentados por la denuncia. Por otro lado, la opinión pública, alimentada por las diferentes posiciones morales y políticas. Muchos militantes tenemos el corazón partido en dos: los acontecimientos nos han agitado una de nuestras más estrenadas banderas y nos han afectado uno de nuestros símbolos más apreciados, y los desenlaces de conciencia recorren las más extremas posiciones como en un tobogán sin salida.

* Sería una lástima que ante los acontecimientos, el FSLN retrasara su transformación, reactivación y renovación de su liderazgo. Hoy más que nunca la revolución política necesita de una revolución cultural, y en ésta, uno de los más cercanos sujetos será la mujer. Por ende, uno de los principales lemas del próximo Congreso del FSLN debiera ser: ¡más poder para las mujeres! De esta manera burlaremos la pretensión del adversario para dividir el FSLN y debilitar su causa popular y revolucionaria.

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