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Universidad Centroamericana - UCA  
  Número 266 | Mayo 2004

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El Salvador

FMLN y FSLN: hermanos, pero no gemelos

Son vecinos ¿con historias similares? Son parientes ¿con causas comunes? Son hermanos, pero no son gemelos. ¿En qué se parecen y en qué se diferencian el FMLN en El Salvador y el FSLN en Nicaragua?

William Grigsby

Cada cinco años en El Salvador y otros tantos en Nicaragua se crean nuevas esperanzas. Las plazas de los pueblos y ciudades se llenan de banderas rojas y blancas del Frente Farabundo Martí (FMLN) y las rojinegras del Frente Sandinista (FSLN) son izadas en todo el territorio nicaragüense, emblemas de quienes fueron protagonistas de auténticas proezas y portadores de tantos anhelos universales.
El “ahora sí” sustituye al padrenuestro y aunque en el mundo ya no son las circunstancias de los años 70 u 80, la ilusión perdura. Entre otras razones, porque en la conciencia colectiva de salvadoreños y nicaragüenses aún late la utopía. Las encuestas anticipan los triunfos, la prensa de derecha resucita los miedos y curas y pastores presagian tiempos apocalípticos. Y cada cinco años, los pronósticos fracasan, manos frustradas arrían las banderas y las esperanzas vuelven a sus escondites para hibernar otro lustro. ¿Cuándo y cómo se romperá este ciclo?

¿FRACASA LA IZQUIERDA O LOS CANDIDATOS?

Hace ya más de catorce años que terminó la campaña militar de Estados Unidos contra Nicaragua, y más de doce que concluyó la guerra de la oligarquía contra el pueblo salvadoreño. Pero en todos estos años, la realidad de ambos pueblos lejos de mejorar, es aún peor.

Las condiciones objetivas de ambos países son lo suficientemente dramáticas -con sus componentes de miseria, corrupción, avaricia y desigualdad- como para que cada una de sus sociedades diga un “basta ya” y ensaye una nueva manera de conducir sus destinos. Cada nueva derrota, las mismas preguntas: ¿Por qué? ¿Es acaso todo responsabilidad de las estrategias de terror de los enemigos? ¿Será que el poder de Estados Unidos es tan grande que debemos resignarnos a seguir todo el tiempo bajo su bota militar? ¿Acaso el pueblo salvadoreño y el nicaragüense son masoquistas? ¿Es un fracaso la izquierda en esta parte del mundo? ¿O lo son los partidos que la representan? ¿O los dirigentes que la encabezan?

En general, las derrotas suelen ser más aleccionadoras. Las correcciones pueden apuntar a los métodos, las formas de comunicarse con la gente, los candidatos, las propuestas programáticas... siempre y cuando la vocación de compromiso revolucionario, como arma electoral la inexperiencia del FMLN como partido y la supuesta falta de preparación de sus cuadros, mientras los farabundistas exhiben sus propuestas de todo tipo como novedades que vale la pena intentar aplicarlas.

FSLN: APENAS RECUERDOS

Otra diferencia sustancial entre los dos partidos es su liderazgo y su actual comportamiento político.

Si bien la situación del FSLN como organización política es compleja y contradictoria, la causa mas relevante de sus derrotas electorales es probablemente la incoherencia, que a su vez conduce a la inconsecuencia: hay un divorcio sistémico entre los postulados que dice defender y su práctica política, entre los intereses de la gente y los de su cúpula dirigente. De hecho, son muchos los que atribuyen a este factor la derrota de la Revolución en 1990, dándole aún más peso que al desgaste de la guerra de agresión imperialista.

Cuadro 1


De los originales vigores ideológicos socialistas y antiimperialistas, en el FSLN apenas quedan los recuerdos. Hoy, su base está dispersa, desestructurada, desmovilizada y, por lo menos, desencantada. Hasta la frase “Luchamos contra el yanki, enemigo de la humanidad” fue borrada de su himno, para ganar las simpatías del Tío Sam. Las propuestas económicas contenidas en los programas electorales presentados en las campañas de 1996 y 2001 no tenían diferencias de fondo con los rigores del Consenso de Washington. La explicación es ideológica: después de las elecciones de 1996, la dirigencia del FSLN renunció a la idea de la transformación de la sociedad y al cambio del sistema, y se inscribió en la pésima copia latinoamericana de la socialdemocracia europea, cuya máxima es la reforma para construir un capitalismo “humano”. En consonancia con esa nueva definición, el FSLN dejó de ser un partido de militantes revolucionarios -y por lo tanto, de agentes de cambio en permanente acción- y se transformó en un partido de electores.

FALSA IMAGEN: DANIEL ORTEGA
ENCARNA LA REVOLUCIÓN

Este cambio operado en el partido sandinista está íntimamente ligado a su liderazgo actual y a la manera como se ha consolidado. El secretario general del FSLN, Daniel Ortega, se ha empeñado en destruir toda la hidalga imagen revolucionaria construida con tanto sacrificio por millares de jóvenes durante la década de los 80 para intentar construir una caricatura socialdemócrata bastante más a la derecha que a la izquierda. Su búsqueda del poder político es más el frenesí obseso por volver a la Presidencia, que la aspiración legítima de un partido que se dice revolucionario por ganar el poder para transformar la realidad en beneficio de las grandes mayorías. El resto del liderazgo del FSLN oscila entre la corrupción y el oportunismo.

Una clave para entender el caudillismo de Daniel Ortega es la manera como lo percibe la base sandinista, empobrecida por el mercado y marginada por el poder político. Las obras sociales de los años 80 ya no son vistas como un fruto de la Revolución, y por lo tanto del pueblo mismo, sino como dádivas de la voluntad y del empeño de quien fue el Presidente de Nicaragua.

Fortaleciendo la falsa imagen de que él encarna a la Revolución, Ortega se ha ocupado de desembarazarse de todo aquel que en el FSLN osara desafiar su poder interno, ya sea cuestionando los rumbos ideológicos y políticos impresos al partido o aspirando legítimamente no sólo a sucederlo como secretario general o candidato presidencial, sino también a ocupar un cargo interno o a alcanzar una nominación para un puesto público sin someterse políticamente a sus intereses.

FSLN: DIRECCION COLECTIVA, CUALIDAD PERDIDA

La consolidación del poder de Ortega aniquiló la dirección colectiva del FSLN, una de sus mejores cualidades, admirada por la izquierda mundial, harta del culto a la personalidad practicado por los soviéticos y resto de gobernantes de los países del socialismo burocrático.
Desde el congreso de 1994, cuando la discusión interna en el FSLN se trasladó directa, plena y democráticamente a la base y las decisiones finales correspondieron exactamente a la correlación de fuerzas entre lo que entonces se manifestaba como la corriente socialdemócrata y el bloque de la izquierda revolucionaria, el debate interno en el partido sandinista disminuyó hasta extinguirse. Aquel congreso culminó con la escisión del grupo socialdemócrata encabezado por Sergio Ramírez. Diez años después, casi todos sus postulados ideológicos son ahora los de Ortega y su grupo.

ALIANZAS Y ALIADOS: LAS DIFERENCIAS

Un aspecto relevante es la manera cómo el FMLN y el FSLN se entrelazaron con el resto de las fuerzas políticas de la sociedad. Los sandinistas lograron construir una amplísima y variopinta alianza antisomocista, cuyo núcleo fundamental era la alianza con las organizaciones populares agrupadas en el Movimiento Pueblo Unido. Pero derrotado Somoza, se desprendieron de sus aliados, amparados en su abrumador poder militar, clave para derrocar a la dictadura. Si bien en los primeros cinco años de su gobierno sobrevivió el denominado Frente Patriótico de la Revolución -integrado por cuatro partidos de centro izquierda-, jamás el FSLN los trató como aliados, sino como subordinados, y después de 1984 todas esas agrupaciones se pasaron a la oposición o a la contrarrevolución.

Aunque en 1996 el FSLN ensayó una política de alianzas con sectores sociales y políticos, principalmente con un sector de quienes fueron bases campesinas de la contrarrevolución, es hasta 2001 que logra articular a un conjunto de personalidades y de minúsculos partidos en la denominada Convergencia Nacional. El atractivo de esta alianza se limitaba únicamente a una eventual victoria, pues a todos los aliados se les ofreció un puesto en el hipotético gabinete, pero ninguno fue incluido en las listas de candidatos para diputados.

Las alianzas del FMLN fueron mucho más consistentes a lo largo de la guerra. La creación del Frente Democrático Revolucionario y el liderazgo de Guillermo Ungo fueron claves no sólo para legitimar la opción armada, sino para que en el mundo se entendieran las razones de la lucha del pueblo salvadoreño. A partir de 1994, la alianza se rompió tanto por la intolerancia de la dirigencia farabundista como por el arribismo de los aliados, que pretendían los cargos públicos más importantes en razón de su prestigio personal más que de su fuerza política. Diez años después, en 2004, el FMLN concurrió en solitario a las elecciones generales. Aunque hizo esfuerzos por establecer acuerdos con sus antiguos aliados, su vocación hegemonista y las diferencias ideológicas resultaron infranqueables.

FMLN: SANGRÍA Y ABDICACIONES

A diferencia de sus hermanos sandinistas, el FMLN es fruto de la fusión de las cinco organizaciones que fundaron la alianza guerrillera en 1980 y una de las huellas de la actuación en la guerra que aún conserva la izquierda salvadoreña, aunque ya no están en la organización tres de sus cinco comandantes, es el tipo de dirección política, esencialmente colectiva. Hoy, tras la sangría de cuadros y la abdicación de algunos comandantes otrora radicales marxistas y hoy confesos acólitos del neoliberalismo, los miembros y dirigentes de las extintas Fuerzas Populares de Liberación (FPL) y del Partido Comunista constituyen la base militante fundamental del FMLN. En correspondencia con esta situación, sus principales dirigentes son Salvador Sánchez Cerén (Leonel González) y Shafick Hándal, figurando a la par cuadros como Norma Guevara (Coodinadora Adjunta), Nidia Díaz, Violeta Menjívar y Oscar Ortiz.

Desde la salida del FMLN de Joaquín Villalobos y de otros destacados jefes guerrilleros del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) hasta la escisión “izquierdista” de una facción de las FPL, el éxodo de la mayoría de los dirigentes de la cúpula original del FMLN fue motivado más por antagonismo ideológico que por disputas de liderazgo o de diferencias políticas. El ejemplo más emblemático es el de Villalobos, uno de los protagonistas del asesinato del poeta y dirigente revolucionario Roque Dalton, quien hacía gala de su “radicalismo” marxista cuando era jefe del ERP, y que hoy ofrece un penoso espectáculo de involución moral, ética y política al servicio de los patrones criollos y extranjeros.

EN LA OPOSICIÓN: MÁS CONSECUENCIA EN EL FMLN

Las definiciones ideológicas teóricas de ambos partidos son similares, cuando no idénticas. La diferencia estriba en el comportamiento político. Hasta ahora, la actuación de los farabundistas ha sido mucho más consecuente que la de la dirigencia sandinista, tanto en su manera de hacer oposición al régimen arenero desde su bancada legislativa y sus fuerzas partidarias, como en el ejercicio del poder en los gobiernos municipales y en sus planteamientos electorales.

Mientras la izquierda salvadoreña ha respaldado vigorosamente, con moderado éxito, las posiciones de las organizaciones gremiales contra la privatización de la seguridad social, de la salud y de la educación públicas, los sandinistas en Nicaragua las han, si no aprobado, como en el caso de la seguridad social y la telefonía pública, al menos tolerado, como ocurre con la disfrazada “liberalización” de los hospitales y escuelas del Estado.

LA GUERRA EN LA MEMORIA

Tanto el FMLN como el FSLN surgen de la guerra, pero la percepción de la opinión pública sobre la calidad de su protagonismo es distinta. En Nicaragua, los sandinistas continúan siendo reconocidos como los principales protagonistas del derrocamiento de la dictadura somocista. Pero en cuanto a su gestión desde el poder en los años 80 la derecha ha logrado ubicar casi en un mismo plano a los mercenarios contratados por Estados Unidos y a los oficiales del Ejército o de la Seguridad del Estado, quienes defendieron al país de la agresión extranjera. Alguna base los asiste, porque si bien el comportamiento de las fuerzas armadas fue en general heroico, también hubo abusos, y a veces hasta crímenes horrendos, cometidos por oficiales y soldados sandinistas.

Si los sandinistas emergieron como ejército victorioso tanto en la guerra de liberación nacional como cuando vencieron militarmente a la agresión norteamericana, los revolucionarios salvadoreños debieron negociar una solución política, precisamente después que su principal aliado, el FSLN, perdió el poder en 1990. Y aunque no hubo un vencedor militar en la guerra salvadoreña, la oligarquía se ha querido inventar una victoria, denostando de paso a los guerrilleros, a quienes proyecta con los peores adjetivos y como supuestos causantes de todos los daños económicos que sufrió el país durante la guerra. No sirve aún de mucho que los escalofriantes hechos esclarecidos por la Comisión de la Verdad hayan sido abrumadoramente atribuidos a los militares. Algunos de sus autores -como Roberto D’Aubuisson o Vides Casanova- han sido embozados con trajes de “demócratas” y “patriotas”.

EL PODER DE LOS MEDIOS:
MUCHAS VENTAJAS PARA EL FSLN

Para nicaragüenses y salvadoreños, el factor clave en cómo perciben los ciudadanos -muchísimos no vivieron la guerra- a los ex-guerrilleros, ha sido el discurso reproducido por los medios de comunicación. El FMLN lo pagó caro en las últimas elecciones de marzo. La Revista “Proceso” de la Universidad Centroamericana (UCA), regentada por los jesuitas, recordaba en su edición del 24 de marzo: “El FMLN y su candidato jugaron el juego de ARENA. Por una parte, permitieron que la batalla se librara en el espacio mediático. Por otra, hicieron una campaña en la que se apeló al pasado histórico del partido, comenzando con la propia figura de Hándal, sin tener el tino para vislumbrar que la derecha mediática tenía la capacidad de apropiarse de la historia reciente de El Salvador y teñirla de su visión. Fue esta visión la que se impuso. En ella, la guerra y sus males son responsabilidad exclusiva del FMLN,
a cuya cabeza estaba como candidato uno de sus líderes históricos. Cotidianamente, la gente más sencilla del país fue saturada con ese mensaje. Su eficacia fue corroborada el 21 de marzo”.

El control oligárquico de los medios salvadoreños es apabullante: más del 95% de las radioemisoras, los dos diarios nacionales, cuatro de los cinco canales de televisión... El FMLN apenas tiene incidencia directa en una radio, y se beneficia de la apertura profesional y democrática de otra emisora y de un canal de televisión. En este aspecto, los sandinistas tienen una situación envidable: son dueños de dos radios nacionales y de ocho departamentales, socios de un canal de televisión y aunque hicieron fracasar económicamente a su periódico -“Barricada”- tienen una considerable influencia en uno de los dos diarios nacionales. Además, un porcentaje significativo -quizás hasta la mitad- de los periodistas del país son políticamente cercanos al FSLN.

Gran parte del éxito relativo del FMLN en la conquista de votos -más del 100% frente a los obtenidos en las elecciones de 1999- se construyó sobre la experiencia exitosa de los gobiernos municipales, especialmente el de la capital. Otras piezas que contribuyeron a ese avance considerable fueron la labor de fiscalización que ejerce el partido desde su bancada parlamentaria y el sólido respaldo a las luchas populares, especialmente la de los médicos, trabajadores de la salud y transportistas.

SEMBRAR MIEDOS PARA RECOGER VOTOS

Las recientes experiencias de los sandinistas en elecciones generales -en Nicaragua se hacen dos años antes- no sirvieron de mucho a los salvadoreños. Para citar sólo lo ocurrido en la última, la celebrada en 2001: el Partido Liberal Constitucionalista y el gobierno de Estados Unidos centraron sus ataques en aspectos medulares de la conciencia popular.
En aquella oportunidad, la mayoría de las encuestas señalaban la posibilidad real de que los sandinistas ganaran las elecciones. Pero en la medida en que se acercó la fecha, se intensificó la campaña en los medios y en los púlpitos para hacer pasar a la gente del escepticismo al miedo y del miedo al pánico: si los sandinistas ganan, se irán los empresarios nacionales y extranjeros, habrá más desempleo y hasta racionamiento, los sandinistas volverán a confiscar, Estados Unidos hará la guerra a Nicaragua porque los sandinistas son amigos de los terroristas -ya había ocurrido el 11-S-, volvería el servicio militar obligatorio y perseguirían a sacerdotes y a obispos católicos... Todo esto machacaba la propaganda.

Los resultados son conocidos. Con algunos matices, la derecha salvadoreña aplicó en marzo 2004 la misma receta.
Y agregó un ingrediente fundamental, que refleja una mayor perversidad: si el FMLN gana se acabarán las remesas y Estados Unidos expulsará a los inmigrantes. Este invento propagandístico se esparció no sólo en el país, sino también entre los dos millones de salvadoreños que residen en el extranjero.
Esta particular experiencia debe ser aleccionadora para los sandinistas, pues en Nicaragua es creciente la dependencia de las remesas familiares, y esto convierte a los emigrantes en agentes políticos de primer orden.

¿GANAR LA PRESIDENCIA PARA TRANSFORMAR EL PAÍS?

La estrategia política del FSLN y el FMLN consiste en fortalecer sus maquinarias electorales y utilizar como plataforma los espacios de poder conquistados -alcaldías, bancadas legislativas- para ganar las elecciones generales y alcanzar el Poder Ejecutivo para desde allí impulsar los cambios que ambos propugnan. Pero, ¿es esa la única manera? ¿Es el control de la Presidencia un espacio indispensable para transformar la sociedad?

Las economías de ambos países están subordinadas casi totalmente al mercado norteamericano, a pesar de los esfuerzos integracionistas regionales, y las decisiones de política económica -con mayor fuerza en Nicaragua- se toman en las sedes del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional. En estas circunstancias, el margen de maniobra de los gobiernos es muy escaso, y la capacidad de resistencia limitada, a menos que se consigan poderosos aliados alternativos tanto para el financiamiento que se necesita para sobrevivir como para el abastecimiento de productos esenciales, como el petróleo.

El marco constitucional de ambos países determina un porcentaje del presupuesto nacional para las municipalidades.
En Nicaragua es ahora del 4% y en seis años será del 10%. En El Salvador es del 6%. Aunque tienen un abultado listado de competencias que cumplir, estos recursos permiten a los gobiernos locales demostrar la capacidad de los partidos que los detentan en beneficio de la gente. Además, es en los espacios municipales donde los ciudadanos juzgan con mayor cercanía los resultados del ejercicio del poder y la calidad de los dirigentes.

Ciertamente, El Salvador y Nicaragua tienen un modelo básicamente presidencialista. Sin embargo, las facultades del Poder Legislativo no son nada despreciables y permiten al partido o alianza mayoritaria una influencia decisiva en la definición de políticas económicas, presupuesto incluido.
Más aún, con una mayoría propia o en alianzas, cualquier partido de oposición puede forzar al gobierno de turno a atemperar sus intenciones cuando no obligarlo a compartir el poder.

¿DESDE DÓNDE EJERCER EL PODER?

Sobre la base de estas realidades, debería resultar por lo menos tentador para las fuerzas de izquierda centroamericanas cambiar los objetivos de sus estrategias electorales y en lugar de centrarlas en la conquista del Poder Ejecutivo, concentrarse en perseguir la conquista de la hegemonía en los parlamentos y en los gobiernos municipales.

Más importante aún es que ambos partidos se persuadan que ejercer el poder no pasa necesariamente por los espacios legalmente constituidos, sino que tiene que ver con su capacidad de organización y movilización de la gente. Aunque en El Salvador recién aparecen destellos de aquel vigoroso movimiento popular de los años 70 y principios de los 80 -antes que los fundadores de ARENA ordenaran el asesinato selectivo de casi todos sus dirigentes-, en ambos países es evidente la debilidad de las organizaciones sociales.

Marta Harnecker, una marxista de origen chileno que desde hace muchos años vive en Cuba, escribió en agosto de 2001: “Habiendo tenido El Salvador uno de los movimientos sociales más grandes y combativos de América, y existiendo una relación directa entre estos movimientos y los grupos o partidos de izquierda de entonces -que luego conformaron el FMLN-, llama mucho la atención que hoy una de las grandes debilidades de esta organización política de izquierda sea justamente su dificultad para relacionarse con los sectores populares y reconstruir un fuerte movimiento de masas... Una razón es que, transformado muy rápidamente en un gran partido electoral, responsable de la administración de un número considerable de municipios y de realizar un buen desempeño parlamentario, el FMLN concentró sus energías en este terreno, dejando de lado el impulso al movimiento popular. Otra razón podría ser la incapacidad del FMLN para crear formas de comunicación más efectivas...”

“LA TAREA ESTRATÉGICA NÚMERO UNO”

“No basta sólo tener ideas revolucionarias -afirma Harnecker-, es necesario que éstas sean comprendidas por los sectores populares. Resolver las relaciones del FMLN con el movimiento popular es la tarea estratégica número uno si se quiere lograr construir, como esa organización se propone, una amplia concertación de fuerzas sociales y políticas que permitan llevar a su fin último los acuerdos de paz, construyendo en El Salvador la verdadera democracia con justicia social para todos que el pueblo salvadoreño se merece”.

Dos años después, Harnecker escribió que esta situación había empezado a superarse. Citaba como ejemplo la colosal movilización nacional de los médicos y trabajadores de la salud, sólidamente respaldada por el FMLN.
Y se congratulaba de que en la fórmula presidencial fuese incorporado el líder de aquella lucha, el médico Guillermo Mata. Pero, aunque hay ya un cambio cualitativo de gran significado en la relación del FMLN con las organizaciones sociales, los hechos evidencian que aún es insuficiente.

¿INTERLOCUTORES O MEDIATIZADORES?

El FSLN en mayor medida, pero también el FMLN, padecen de la misma enfermedad de autoerigirse como los mejores interlocutores, cuando no los únicos, de los sectores populares. En el caso de Nicaragua es aún peor: la cúpula sandinista no sólo no ha sabido defender con hechos las demandas de la gente, sino que en la práctica y en no pocos casos ha asumido un papel mediatizador en aras de la “gobernabilidad” neoliberal. Y como parte del pacto de 1999 entre Ortega y el caudillo liberal Arnoldo Alemán, uno de los compromisos de la cúpula sandinista fue precisamente la neutralización total de las luchas sociales, aprovechando su influencia hegemónica en las pocas organizaciones gremiales y sociales heredadas de la época revolucionaria.

Si en la práctica, ambos partidos dejaran al movimiento social crecer y desarrollarse solo y con total autonomía, fortaleciendo los espacios legales desde su propio ámbito de poder, podrían facilitarse las alianzas programáticas para cada oportunidad electoral, con una relación horizontal y no de subordinación partidaria.

PARA GENERAR CONCIENCIA

Sandinistas y farabundistas han admitido que vastos sectores de los pueblos nicaragüense y salvadoreño son muy permeables a la propaganda “anti” de la derecha criolla por su escasa conciencia crítica. Una formidable manera de incrementar la conciencia de la gente es precisamente saber aprovechar los gobiernos municipales exitosos y transformadores; respaldar sin someter las organizaciones propias de los sectores sociales y gremiales; fiscalizar la gestión del Poder Ejecutivo desde un poderoso grupo parlamentario; y la terca difusión de planteamientos programáticos antisistema o por lo menos alternativos al neoliberalismo.

ESOS REVOLUCIONARIOS CONVERTIDOS EN FUNCIONARIOS

La experiencia de la izquierda mundial enseña que la manera de cambiar la realidad para favorecer los intereses de las mayorías empobrecidas no es renunciando a los principios básicos para ganar a cualquier precio las elecciones. Cuando eso ha ocurrido -Polonia, Italia o Brasil- el daño es doble. A la gente, porque no se resuelven sus problemas. A la izquierda, porque en su nombre se estafa al electorado y el efecto puede ser irreversible.

En un artículo publicado en el diario digital “Rebelión”, Malime, un español de izquierda, fustiga a los revolucionarios devenidos en funcionarios -partidarios o estatales-, todos los cuales culpan al pueblo por la desmovilización frente al neoliberalismo y la asumen como un “castigo divino”. Y luego, dice Malime, esos funcionarios recomiendan a los militantes de izquierda: “No seamos extremistas, seamos realistas, rebajemos nuestra política y nuestra ideología, el proceso hacia el socialismo es largo. En definitiva, nos recomiendan que nos adaptemos a los nuevos tiempos, que convivamos con el capitalismo, que nos olvidemos de la revolución, de la partera de la historia, a la espera de que ésta caiga como una breva madura. Nos dicen que las revoluciones son cosas del pasado, que el capitalismo se ha hecho democrático y que ya no masacrará a los pueblos que quieran plantearse su liberación social, que ésta se puede conseguir por métodos “democráticos”. Y agrega: “El revolucionario convertido en funcionario también es víctima del sistema, a pesar de que él se crea que por ocupar un cargo ya es dirigente, como si el hábito hiciera al monje. Es incapaz de comprender la falsedad del juego democrático burgués”.

EL “POPULISMO RADICAL” AMENAZA A ESTADOS UNIDOS

Más allá de la rabia que provoca oír a un ex-compañero que te aconseja arriar tus banderas revolucionarias porque la democracia del capital es tu premio, está también la certeza de que se trata de un colosal estraperlo, cuyo único objetivo es cuando menos mantener el actual estado de cosas. Si a alguien le cabe alguna duda, hace falta que repase las declaraciones de los capos militares de Estados Unidos.

El pasado 24 de marzo, el general James T. Hill, Jefe del Comando Sur de los Estados Unidos, compareció ante el Comité de las Fuerzas Armadas de la Cámara de Representantes para explicar lo que a su juicio son las principales amenazas que acechan a su país. A las ya conocidas -terrorismo, narcotráfico, narcoterrorismo, corrupción, crimen organizado- incorporaba una “amenaza emergente”. La bautiza como el “populismo radical”. Como ejemplo, citó desde Hugo Chávez en Venezuela hasta Néstor Kirchner en Argentina, sin olvidar mencionar al brasileño Lula o al paraguayo Nicanor Duarte.

¿Qué los une a todos ellos? La defensa de un proyecto de nación -pocas veces desde una perspectiva progresista- frente al poderío avasallador y anexionista de Estados Unidos. Ninguno de ellos fue guerrillero o marxista o comunista. Ninguno de ellos surgió de movimientos de izquierda revolucionaria. Pero cada uno ha desafiado, en mayor o menor medida, los designios “providenciales” de Washington.

DOS VICTORIAS HISTÓRICAS PRUEBAN QUE SE PUEDE

En Centroamérica, han ocurrido dos de las más contundentes derrotas de Estados Unidos en los últimos cuarenta años. En Nicaragua, el derrocamiento de su gendarme regional, Anastasio Somoza Debayle por un puñado de muchachos y muchachas que resucitaron al General Augusto C. Sandino; y después, la derrota militar que el pueblo nicaragüense consiguió contra una agresión de ocho años, en la cual Estados Unidos invirtió dos mil millones de dólares.
En El Salvador, los salvadoreños no sólo sobrevivieron a la ferocidad de los escuadroneros y del ejército, respaldados por los gobiernos del Norte, sino que de las manos guerrilleras del FMLN surgieron libertades inéditas para su pueblo hasta hace tan sólo diez años.

No es posible construir una alternativa de poder político desde la gente asumiendo que nada puede ser fuera del sistema capitalista. Como dice Atilio Borón, “el punto de partida es el reconocimiento de que sí existen alternativas. El ‘pensamiento único’ dominante, que ha sido un arma fundamental del neoliberalismo, predica incesantemente el TINA de la Señora Margaret Thatcher: There Is No Alternative. Y lo hizo con tanto éxito que muchos intelectuales y políticos de izquierda, para no hablar de esa especie a punto de extinguirse formada por los “economistas de izquierda”, terminaron aceptando a pie juntillas el mandato del neoliberalismo. Esto es lo único que se puede hacer, no hay alternativas, todo lo demás es locura o insensatez”.

“Pues bien, se trata de plantear que en realidad la locura y la insensatez se encuentran del lado de quienes piensen que es posible que las cosas sigan como están y que no hay alternativas ante el sombrío panorama de desintegración social y crisis económica permanente que prevalecen en la región. ¿Cómo no va a haber alternativas ante el desempleo de masas, la pobreza de más de la mitad de la población, la ausencia de políticas sociales, el peso insostenible de la ilegítima e ilegal deuda externa? Lo que no ha habido, hasta ahora, es una correlación de fuerzas que permita ensayar las alternativas existentes y que no requieren demasiada imaginación. El problema no es gnoseológico sino político.
Lo bueno es que, poco a poco, esa correlación de fuerzas está cambiando a favor de las clases y capas populares”.

Tanto en Nicaragua como en El Salvador está probado que se puede derrotar a Estados Unidos y a sus representantes, que el poder del dinero no es omnímodo. Para lograrlo, hay que reeditar la fórmula: construir instrumentos políticos auténticos y consecuentes, con dirigentes coherentes y representativos de las diversas sensibilidades populares.

CAMBIAR SIGNIFICA VOLVER A LA GENTE

Para los revolucionarios de izquierda, cambiar no puede significar vestir de rosado sus principios o cambiar de vocabulario para que los ricos no se asusten. Renovar no es sinónimo de abdicar, ni la autocrítica puede conducir a la claudicación.

Cambiar no significa tampoco que la izquierda se siente en sus curules parlamentarios a esperar que la gente adquiera conciencia o cobijarse en glorias pasadas con aires mesiánicos trasnochados. La mejor manera de remozar ideas y dirigentes es la propia sabiduría popular. La experiencia histórica indica que la renovación consiste en volver a la gente -especialmente saber llegar a los jóvenes y a las mujeres- y recuperar el vínculo con los ciudadanos para aspirar a convertirse en intérpretes auténticos de sus necesidades y aspiraciones, construyendo instrumentos articuladores de voluntades que transformen la realidad. Para esto, hay que superar la tentación de convertirse en pinches partidos y en políticos baratos que se conforman con repartirse las migajas del poder de los ricos y de los yankis.

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