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Universidad Centroamericana - UCA  
  Número 163 | Septiembre 1995

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Internacional

La agonía del liberalismo

Los liberales aplauden el colapso del comunismo como un triunfo. Pero aplauden su entierro. Después de 200 años de oponerse a la democracia con reformas y con optimismo en el desarrollo futuro, se han quedado desnudos, sin defensa. Es la hora de su agonía.

Immanuel Wallerstein

La primera gran expresión política de la Ilustración, con todas sus ambigüedades, fue sin duda la revolución francesa. A dónde fue a parar esta revolución es una cuestión que se volvió, en sí misma, una de las grandes ambigüedades de nuestra era. El bicentenario de la revolución en 1989 fue la ocasión de un importante esfuerzo para sustituir, por una nueva interpretación de este gran acontecimiento, su "interpretación social", durante mucho tiempo dominante, aunque considerada hoy pasada de moda.

El cambio es normal y el pueblo es soberano

La Revolución Francesa fue el punto final de un largo proceso, no sólo en Francia, sino también en toda la economía mundo capitalista, entendida ésta como sistema histórico. En 1789, buena parte del globo ya se encontraba inserta en este sistema desde hacía tres siglos, y la mayoría de sus instituciones clave habían sido establecidas y consolidadas: la crucial división del trabajo, con una transferencia significativa de plusvalía de las zonas periféricas a las zonas centrales; el primado de la recompensa para quienes operaban en interés de una interminable acumulación de capital; el sistema interestatal compuesto por los llamados estados soberanos, vinculados por la estructura y por las "reglas" de ese sistema interestatal; y la creciente polarización del sistema mundial, no sólo en el plano económico, sino también en el social, a punto ya de volverse polarización demográfica.

Lo que aún le faltaba a ese sistema mundial era una geocultura que lo legitimase. Las doctrinas básicas estaban siendo forjadas por los teóricos de la Ilustración en el siglo XVIII y aún antes , pero sólo serían socialmente institucionalizadas con la Revolución Francesa. Así, pues, lo que hizo la Revolución Francesa fue desencadenar el apoyo público e incluso el clamor por la aceptación de dos nuevas visiones mundiales: el cambio político entendido como algo normal y no excepcional, y la soberanía atribuida al "pueblo" y no a un soberano. En 1815, Napoleón heredero y protagonista mundial de la Revolución Francesa fue vencido y sobrevino entonces una supuesta "restauración" en Francia y en todos los lugares donde los anciens régimes habían sido derrocados. Pero la restauración no pudo ni podría deshacer la vasta aceptación de estas dos visiones mundiales. A fin de afrontar la nueva situación, fue creada la trinidad de las ideologías del siglo XIX el conservadurismo, el liberalismo y el socialismo , que aportaron al lenguaje de los debates políticos en el seno de la economía mundial capitalista.

De las tres ideologías, fue el liberalismo la que acabó triunfando. Tan pronto como en la que puede ser clasificada como la primera revolución mundial del sistema capitalista, la revolución de 1848 en Europa. Su triunfo se debe a que el liberalismo fue la ideología más capaz de aportar una geocultura viable en la economía mundo capitalista, legitimando sus instituciones tanto a los ojos de las élites del sistema como y en grado significativo a los ojos de la mayoría de la población, las llamadas personas corrientes.

Liberalismo = estrategia de centro

Una vez que el pueblo se convenció de que el cambio político era normal y que el pueblo, por principio, era el soberano es decir, el autor del cambio político todo lo demás fue posible. Y esta convicción fue precisamente el problema que enfrentaron los poderosos y privilegiados en la estructura de la economía mundial capitalista. El foco inmediato de sus temores fue en buena parte el pequeño pero creciente grupo de trabajadores industriales urbanos. Pero como demostró ampliamente la Revolución Francesa también los trabaja dores rurales podían ser bastante problemáticos o temibles. ¿Cómo impedir a esas "clases peligrosas" que se tomasen las nuevas ideas demasiado en serio y al hacerlo, estorbasen el proceso de acumulación del capital, socavando así las estructuras básicas del sistema? Este fue el agudo dilema político que se les presentó a las clases gobernantes en la primera mitad del siglo XIX.

Una respuesta obvia era la represión. Y la represión fue ampliamente utilizada. Sin embargo, la lección de la revolución de 1848, fue que la simple represión no era, en el fondo, muy eficaz: provocó a las clases peligrosas, irritándolas más que calmándolas. Se demostró que la represión, para que fuese efectiva, debía combinarse con ciertas concesiones. Por otro lado, los "revolucionarios" de la primera mitad del siglo XIX aprendieron también una lección: los levantamientos espontáneos tampoco eran muy eficaces, Podían ser controlados con razonable facilidad. Para acelarar un cambio significativo, las insurrecciones populares necesitaban combinarse con una organización política consciente y de larga duración.

El liberalismo se ofreció como solución inmediata a las dificultades políticas que enfrentaba la derecha y la izquierda. A la derecha, le recomendó concesiones. A la izquierda, organización política. A ambas les recomendó paciencia: a largo plazo todos ganarían si seguían una vía intermedia. El liberalismo fue un centrismo encarnado y su oferta era atractiva, sobre todo porque no recomendaba un centrismo meramente pasivo, sino una estrategia centrista activa. Los liberales depositaron su fe en una premisa clave del pensamiento ilustrado: la acción y el pensamiento racionales constituyen el camino hacia "la salvación" es decir, hacia el progreso . Los hombres la inclusión de las mujeres raramente surgía como problema eran naturalmente racionales, potencialmente racionales y en el fondo, racionales.

Izquierda y derecha: reglas de juego

El liberalismo concluía que el "cambio político normal" que proclamaba debería seguir la senda indicada por los más racionales: los más educados, los más capacitados y en consecuencia, los más sabios. Estos hombres podrían indicar mejor el camino a seguir, podrían indicar cuáles eran las necesarias reformas que debían realizarse y promulgarse. El reformismo racional fue el concepto organizador del liberalismo y dictó, por tanto, la posición aparentemente contradictoria de los liberales con respecto a la relación entre el individuo y el Estado. Los liberales podían argumentar simultáneamente que el individuo no debía ser obligado por los mandatos colectivos del Estado y que la acción del Estado era necesaria para minimizar las injusticias contra el individuo. Podían ser simultáneamente favorables al laissez faire y a las leyes de regulación del trabajo, pues lo que importaba a los liberales no era el laissez faire ni las leyes en sí, sino el progreso deliberado y estable hacia una sociedad justa, que sería alcanzada más fácilmente, y tal vez solamente, con el reformismo racional.

La doctrina del reformismo racional se demostró extraordinariamente atractiva en la práctica, pareciendo responder a las necesidades de todos. Al sector conservador le pareció el camino para calmar los instintos revolucionarios. Algunos derechos de sufragio aquí, unas pocas previsiones del Estado del bienestar allí, sumados a una unificación de las clases bajo una identidad nacional común. Todo ello desembocó a finales del siglo XIX en una fórmula que apaciguó a las clases trabajadoras, mientras que mantenía los elementos esenciales del sistema capitalista. Los poderosos y privilegiados no perdieron nada de su importancia fundamental y pudieron dormir más tranquilos, con menos revolucionarios bajo sus ventanas.

Al ala radical, por otro lado, el reformismo racional pareció ofrecerle un refugio a medio camino: proporcionaba en el presente algunos cambios fundamentales sin eliminar nunca la esperanza y las expectativas de cambios fundamentales y de fondo en el futuro. Esta doctrina favoreció en algún aspecto a estos radicales, sobre todo durante sus vidas personales. Y pudieron entonces dormir más tranquilos, con menos policías bajo sus ventanas.

No pretendo subestimar 150 años de luchas políticas continuas, algunas de ellas violentas, muchas de ellas apasionadas, la mayoría de ellas consecuentes y casi todas serias. Pretendo colocar esas luchas en perspectiva. Al fin y al cabo, se luchó dentro de reglas establecidas por la ideología liberal. Y cuando surgió un importante grupo que rechazaba fundamentalmente esas reglas los fascistas fue vencido y eliminado. Con dificultad, sin duda, pero fue vencido.

Esencialmente antidemocrático

Algo más debe decirse sobre el liberalismo. Afirmamos que no era esencialmente antiestatista, debido a que su prioridad real era el reformismo racional. Pero si no fue antiestatista, el liberalismo fue esencialmente antidemocrático. El liberalismo fue siempre una doctrina aristocrática: pregonó "el imperio de los mejores". Es cierto que los liberales no definieron a "los mejores" por su nacimiento, sino sobre todo por su nivel educativo y así, los mejores no eran la nobleza sino los beneficiarios de la meritocracia. Pero a pesar de esto, eran un grupo minoritario. Los liberales pretendían el gobierno de los mejores, de esa aristocracia, precisamente para no tener el gobierno de todos, la democracia. Esta era el objetivo de los verdaderamente radicales y contrarios al sistema y no de los liberales. Fue para evitar que el radicalismo predominase que el liberalismo se ofreció como una ideología. Y cuando se dirigían a los conserva dores, resistentes a las reformas propuestas, los liberales sostenían siempre que sólo el reformismo racional pondría trabas al advenimiento de la democracia, un argumento que finalmente sería aceptado por todos los conservadores inteligentes.

Debemos destacar una diferencia significativa entre la segunda mitad del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX. En la segunda mitad del siglo XIX, los principales protagonistas de las llamadas clases peligrosas eran aún las clases trabajadoras urbanas de Europa y de América del Norte. La agenda liberal funcionó espléndidamente frente a esas clases, pues a ellas les ofreció sufragio universal masculino , las bases de un Estado del bienestar y una identidad nacional. ¿Identidad nacional contra quién? Contra sus vecinos, evidentemente, pero principal y profundamente contra el mundo no blanco. El imperialismo y el racismo eran parte del paquete ofrecido por los liberales a las clases trabajadoras europeas y norteamericanas bajo la consigna del "reformismo racional".

El liberalismo fue racista

Mientras esto ocurría, las "clases peligrosas" del mundo no europeo se agitaban políticamente: de México a Afganistán, de Egipto a China, de Persia a la India. La victoria de Japón sobre Rusia en 1905 fue considerada en toda la región como el comienzo de la retracción de la expansión europea y fue una alarmante señal de aviso para los liberales que eran sobre todo europeos y norteamericanos de que ahora el "cambio político normal" y la "soberanía" eran demandas de los pueblos de todo el mundo y no sólo de las clases trabajadoras de sus países.

Los liberales volcaron entonces su atención en la extensión del concepto de reformismo racional al sistema mundial como un todo. Fue éste el mensaje de Woodrow Wilson. Y su insistencia en la "autodeterminación de las naciones" fue el equivalente global del sufragio universal. Fue éste el mensaje de Franklin Roosevelt. Y las "cuatro libertades" proclamadas como un objetivo de guerra durante la Segunda Guerra Mundial más tarde traducidas por el presidente Truman en el "Punto Cuatro" y el inicio después de 1945 del proyecto de "desarrollo económico de los países subdesarrollados", fue el equivalente global del Estado del bienestar.

Pero los objetivos del liberalismo y los de la democracia estaban nuevamente en conflicto. En el siglo XIX, el proclamado universalismo del liberalismo se había vuelto compatible con el racismo mediante la externalización de los objetos del racismo más allá de las fronteras de la nación, mientras que "se internalizaba" de hecho a los beneficiarios de los ideales universales, el conjunto de ciudadanos. La cuestión era si el liberalismo global del siglo XX lograría contener a las "clases peligrosas" localizadas en lo que comenzó a llamarse Tercer Mundo o Sur, tanto como lo hiciera el liberalismo nacional en Europa y América del Norte controlando a sus "clases peligrosas" nacionales. El problema era que a nivel mundial no había lugar para la "externalización" del racismo. Comenzaron a mostrarse entonces las contradicciones del liberalismo.

En 1945 esto estaba aún lejos de ser evidente. La victoria de los aliados sobre el Eje pareció ser el triunfo del liberalismo global en alianza con la URSS sobre la amenaza fascista. El hecho de que el último acto de la guerra fuera el lanzamiento de dos bombas atómicas por Estados Unidos sobre el único poder no blanco del Eje, Japón, fue poco discutido en Estados Unidos e incluso en Europa, lo que tal vez refleje algunas de las contradicciones del liberalismo. La reacción no fue la misma en Japón naturalmente. Pero Japón perdió la guerra y su voz no fue tomada en serio en aquel momento.

1945 1968: Estados Unidos a la cabeza

Estados Unidos era entonces la fuerza económica más poderosa de la economía mundo y con la bomba atómica, la principal fuerza militar, a pesar del volumen de las fuerzas armadas soviéticas. Con esta fuerza fueron capaces de organizar políticamente el sistema mundial en un plazo de cinco años con un programa de cuatro etapas: 1) Un acuerdo con la URSS, garantizándole el control sobre una parte del mundo a cambio de permanecer en su sitio, no sólo retóricamente sino en términos de una política real. 2) Un sistema de alianzas tanto con Europa Occidental como con Japón y que servía a objetivos económicos, políticos y retóricos, así como a objetivos militares. 3) Un programa modulado y moderado para alcanzar la "descolonización" de los imperios coloniales. 4) Un programa de integración interna en Estados Unidos ampliando las categorías de "ciudadanía" real, completado con una ideología anticomunista unificatoria.

Este programa funcionó bastante bien durante 25 años, exactamente hasta 1968. ¿Cómo debemos, valorar estos años extraordinarios, entre 1945 y 1968? ¿Fueron un período de progreso y triunfo de los valores liberales? En gran medida la respuesta debe ser sí, pero también en gran medida debe ser no. El indicador más obvio de "progreso" fue material. La expansión de la economía mundial fue extraordinaria, la mayor en la historia del sistema capitalista, y pareció producirse en todas partes: Este, Oeste, Norte y Sur. Sin duda hubo un mayor beneficio para el Norte que para el Sur y las diferencias absolutas y relativas crecieron en la mayoría de los casos. Pero, con todo, hubo un crecimiento real y alta tasa de empleo en la mayor parte de los países. La era tuvo color de rosa, aún más acentuado por el aumento considerable de los gastos en bienestar principalmente en salud y educación que acompañaron el crecimiento económico. También hubo nuevamente paz en Europa. En Europa aunque no en Asia, donde se entablaron dos largas y fatigosas guerras: en Corea y en Indochina. Tampoco hubo paz en muchas otras partes del mundo no europeo.

Las guerras de Corea y Vietnam

Los conflictos en Corea y en Vietnam no fueron iguales. El conflicto coreano debe ser comparado con el bloqueo de Berlín: ambos se produjeron casi de manera simultánea. Alemania y Corea experimentaron las dos grandes divisiones de 1945. Los dos países fueron divididos para ser colocados bajo la esfera político militar de Estados Unidos por un lado y de la URSS por el otro. En el espíritu de Yalta, las líneas de división deberían permanecer intactas, cualesquiera fuesen los sentimientos nacionalistas de alemanes y coreanos.

En 1949 52 se comprobó la firmeza de estas fronteras y después de mucha tensión y en el caso de Corea, de enormes pérdidas de vidas , el resultado fue mantenerlas intactas. El muro de Berlín y la guerra de Corea concluyeron el proceso de institucionalización de Yalta. Otro resultado de estos dos conflictos fue la integración social de cada campo, institucionalizada por el establecimiento de sólidos sistemas de alianza: la OTAN y el Pacto de Defensa Estados Unidos Japón por un lado y el Pacto de Varsovia y los acuerdos URSS China por otro. Ambos conflictos sirvieron también como estímulo directo a una mayor expansión de la economía mundial, alimentada significativamente por los gastos militares. Europa en recuperación y Japón en crecimiento fueron los principales beneficiarios inmediatos de esta expansión.

La guerra de Vietnam fue de un tipo bastante distinto a la de Corea. Vietnam fue el locus emblemático sin duda, no el único de las luchas de los movimientos de liberación nacional en todo el mundo no europeo. Mientras la guerra coreana y el bloqueo de Berlín fueron parte integrante del régimen mundial de la guerra fría, la lucha vietnamita como la argelina y muchas otras fue una protesta contra la estructura y las restricciones de ese régimen.

En un sentido elemental e inmediato, Vietnam fue un producto de los movimientos de oposición al sistema, una lucha bastante distinta a las de Alemania y Corea, donde los dos lados nunca estuvieron en paz, sino sólo en tregua. Para cada uno la paz era el "mal menor". En las guerras de liberación nacional, por el contrario, resaltaba un aspecto: ninguno de los movimientos de liberación nacional deseaba una guerra contra Europa o contra América del Norte. Lo que querían era ser dejados en paz para seguir sus propios caminos. Pero Europa y América del Norte no deseaban dejarlos en paz, hasta que finalmente fueron forzados a ello.

Los movimientos de liberación nacional protestaban contra los poderosos y lo hacían en nombre del cumplimiento de la agenda liberal de autodeterminación de las naciones y de desarrollo económico de los países subdesarrollados. Esto nos lleva al tercer gran hecho de aquellos extraordinarios años 1945 1968: el triunfo de las fuerzas contrarias al sistema.

El triunfo de la vieja izquierda

Es sólo una aparente paradoja que el momento exacto del apogeo de la hegemonía de Estados Unidos en el sistema mundial y el de la legitimación global de la ideología liberal fuera también el momento en que todos aquellos movimientos cuyas estructuras y estrategias habían sido formadas en el período 1848 1945 como movimientos contra el sistema llegaron al poder. La llamada vieja izquierda en sus tres variantes históricas los comunistas, los socialdemócratas y los movimientos de liberación nacional , llegó al poder estatal con cada una de sus variantes en zonas geográficas distintas. Los partidos de liberación nacional, en gran parte de Asia, de Africa y del Caribe. Sus equivalentes, en gran parte de América Latina y del Oriente Medio. Los movimientos socialdemócratas o sus equivalentes llegaron al poder o eran alternativa de poder en la mayoría de los países de Europa Occidental, América del Norte, Australia y Asia. Japón fue tal vez la única excepción en este triunfo global de la vieja izquierda.

¿Fue en realidad una paradoja este triunfo? Fue el resultado de la fuerza irresistible del progreso social, el triunfo inevitable de las fuerzas populares? ¿O se trató de una asociación a gran escala de la izquierda con las fuerzas liberales? ¿Cómo distinguir intelectual y políticamente las posibilidades? Estas eran las preguntas que empezaban a preocupar en los años 60. Si la expansión económica con su beneficio evidente en la forma de vida en todo el mundo , la paz relativa en grandes áreas del mundo y el aparente triunfo de los movimientos populares llevaron a valoraciones positivas y optimistas del desarrollo mundial, una mirada más detenida sobre la situación real reveló otras valoraciones muy negativas.

El régimen de la guerra fría no amplió la libertad humana, sino que supuso una represión interna en todos los Estados, justificada por la supuesta gravedad de las tensiones internacionales, coreografiadas con todo detalle. En el mundo comunista hubo destierros, gulags y telones de acero. En el Tercer Mundo regímenes de un solo partido, con disidentes presos o exiliados o asesinados. Y el macarthismo en Estados Unidos y sus equivalentes en los países europeos, aunque menos abiertamente brutales, fueron casi igual de eficaces para forzar el conformismo y destruir carreras cuando era necesario. En todas partes, el discurso público era permitido solamente si se ajustaba a parámetros claramente definidos.

En términos materiales, el régimen de la guerra fría supuso una creciente desigualdad, tanto en el ámbito internacional como en el nacional. Y mientras los movimientos contra el sistema luchaban contra las antiguas desigualdades, no temieron crear otras nuevas. Las nomenklaturas de los regímenes comunistas tuvieron sus paralelos en el Tercer Mundo y en los regímenes socialdemócratas de los países del Norte.

La revolución mundial de 1968

Resulta también bastante claro que las desigualdades no se distribuyeron al azar. Estaban relacionadas con ciertos grupos codificados por raza, religión o etnia, tanto mundialmente como en el interior de los Estados. Se relacionaban también con grupos de género y de edad e incluían otras características sociales. Había ya entonces muchos grupos excluidos: en conjunto representaban a más de la mitad de la población mundial.

En consecuencia, fue la realización de antiguas esperanzas que comenzaban a verse falsamente realizadas lo que estuvo detrás y causó la revolución mundial de 1968. Fue una revolución dirigida sobre todo contra el sistema histórico como un todo, contra los Estados Unidos como poder hegemónico del sistema y contra las estructuras económicas y militares que constituían los pilares del sistema. Pero la revolución estuvo dirigida también incluso más contra quienes se oponían al sistema con una oposición considerada insuficiente: contra la URSS en convivencia con su presunto enemigo ideológico, Estados Unidos y contra los sindicatos y otras organizaciones obreras, cuya acción se consideraba meramente economicista y defensora principalmente de los intereses de grupos específicos.

Los defensores de las estructuras existentes denunciaron lo que juzgaban como anti racionalismo de los revolucionarios de 1968. Pero había llegado la hora de que la ideología liberal probara su propio veneno. Habiendo insistido durante más de un siglo en que la función de las ciencias sociales era ampliar las fronteras del análisis racional como requisito necesario para el reformismo racional, los liberales habían obtenido grandes logros, como lo muestra Frederic Jameson: "Gran parte de la teoría o filosofía contemporánea ha implicado una prodigiosa expansión de lo que consideramos el comportamiento racional o significativo. Mi opinión es que, especialmente después de la difusión del sicoanálisis, pero también con la gradual desaparición de la "alteridad" en un mundo más pequeño y en una sociedad impregnada por los medios, muy poco puede aún ser considerado irracional en el viejo sentido de incomprensible. Si un concepto de razón tan amplio tiene aún algún valor normativo es una cuestión distinta y también interesante". Si virtualmente todo se había vuelto racional, ¿qué legitimidad especial había aún en los paradigmas de las ciencias sociales establecidas, qué mérito especial había en los programas específicos de las élites dominantes? Y argumento aún más devastador: ¿qué capacidades específicas que no poseyesen las personas comunes podían ofrecer los especialistas? Los revolucionarios de 1968 identificaron esta laguna lógica en la armadura defensiva de los ideológicos liberales y en una variante no tan distinta, en la ideología marxista oficial y la aprovecharon.

El liberalismo puesto en su lugar

Como movimiento político, la revolución mundial de 1968 no fue más que "llamarada de tusa": se inflamó aparatosamente y luego, al cabo de tres años, se extinguió. Sus brasas, en forma de múltiples sectas seudo maoístas rivales, sobrevivieron cinco o diez años más, pero a finales de los años 70 todos estos grupos se habían convertido en oscuras notas a pie de página de la historia.

No obstante, el impacto geocultural de 1968 fue decisivo. Marcó el final de una era, la era de la centralidad del liberalismo, no sólo como la ideología mundial dominante, sino como la única que podía pretender ser persistentemente racional y por eso, científicamente legitimada. La revolución mundial de 1968 devolvió al liberalismo al lugar donde había estado en el período 1815 1848, al lugar de una estrategia política entre otras. Tanto el conservadurismo como el radicalismo/socialismo fueron, en ese sentido, liberados del campo de fuerza en el cual los mantuviera presos el liberalismo entre 1848 y 1968.

El proceso de devaluación del liberalismo de su papel de norma geocultural a mero competidor en el mercado global se completó en las dos décadas posteriores a 1968. El esplendor material del período 1945 1968 desapareció durante el largo ciclo de auge y depresión que comenzó entonces. Esto no significa que todos sufrieron igualmente. Los países del Tercer Mundo fueron en principio los más afectados. El incremento de la producción de petróleo de los países de la OPEP fue el primer intento de limitar el daño. Una gran parte del excedente mundial fue orientado a los bancos del Norte por los Estados productores de petróleo. Tres grupos fueron los beneficiarios inmediatos: los Estados productores de petróleo que obtuvieron rentas, los Estados que en el Tercer Mundo y en el mundo comunista recibieron préstamos de los bancos del Norte para restablecer sus balanzas de pago y los estados del Norte que aún podían mantener las exportaciones.

El segundo intento de limitar el daño fue el keynesianismo de Reagan, que alimentó el boom especulativo de los años 80 en Estados Unidos. El colapso llegó a finales de los 80, arrastrando a la URSS consigo. El tercer intento fue el de Japón junto a "los tigres asiáticos" y a algunos Estados vecinos: consistió en beneficiarse del necesario e inevitable reparto de la producción en un ciclo de auge y depresión. A principios de los años 90 estamos siendo testigos de los límites de este esfuerzo.

El colapso del comunismo

El resultado final de 25 años de lucha económica fue la desilusión mundial frente a la promesa del desarrollo, una idea básica en las ofertas hechas por el liberalismo global. Sin duda, el Sudeste se ha librado hasta ahora de este sentimiento de desilusión, pero es sólo cuestión de tiempo. En otros lugares las consecuencias han sido mayores y particularmente negativas para la vieja izquierda. En primer lugar para los movimientos de liberación nacional. Les siguen los partidos comunistas incluido el colapso de los regímenes comunistas del Este europeo en 1989 y los partidos socialdemócratas.

El colapso del comunismo ha sido celebrado por los liberales como un triunfo, pero significa ciertamente su entierro, pues los liberales se encuentran de nuevo ante una apremiante demanda de democracia, como antes de 1848. Esta vez la demanda va mucho más allá del simple y reducido paquete de instituciones parlamentarias, sistemas multipartidistas y derechos civiles elementales. Ahora se exige una genuina división igualitaria del poder, demanda que ha sido históricamente el principal motivo de preocupación del liberalismo y frente a la que había ofrecido su paquete de compromisos limitados unido a un seductor optimismo sobre el futuro. En la medida en que hoy ya no existe una fe amplia en el reformismo racional conducido por la acción del Estado, el liberalismo ya no tiene su principal defensa político cultural para enfrentar a las clases peligrosas.

La vieja izquierda era una minoría

Llegamos así a la era actual, que veo ya como parte de la Oscura Era que tenemos ante nosotros, iniciada simbólicamente en 1989 continuación de 1968 y que se prolongará por lo menos durante otros 25 ó 50 años. He subrayado la defensa ideológica construida por las fuerzas dominantes contra las demandas planteadas insistentemente por las "clases peligrosas" desde 1789. He argumentado que esta defensa fue la ideología liberal que operó tanto directamente como y hasta más insidiosamente a través de la variante socialista/progresista, que había cambiado la esencia de las demandas contra el sistema por un sustituto de valor limitado. He argumentado que esta defensa ideológica fue ampliamente destruida por la revolución mundial de 1968, cuyo acto final fue el colapso de los comunismos en 1989.

¿Por qué cayó en realidad semejante defensa ideológica, después de 150 años de funcionamiento eficaz? La respuesta a esta pregunta no reside en un posible descubrimiento de los oprimidos acerca de la falsedad de las apelaciones ideológicas. La falacia liberal era conocida desde el principio, fue denunciada frecuentemente y con vigor durante todo el siglo XIX y el XX. Pero a pesar de eso, los movimientos de tradición socialista no se orientaron por caminos coherentes con sus criticas retóricas al liberalismo y la mayor parte de ellos actuaron sin consecuencia.

La razón es clara. La base social de todos estos movimientos que declaraban hablar en nombre de la mayoría de la humanidad era de hecho una pequeña parte de la población mundial, el segmento menos favorecido del sector moderno de la economía mundial tal como ésta estaba estructurada entre 1750 y 1950. Ese segmento incluía a las clases trabajadoras especializadas y semiespecializadas, a las intelligentsias mundiales y a los grupos más capacitados y educados de las áreas rurales donde el funcionamiento de la economía capitalista era más inmediatamente visible. En conjunto sumaban un número significativo, pero no llegaban a ser la mayoría de la población mundial.

La vieja izquierda fue un movimiento mundial sustentado por una minoría. Una minoría poderosa y oprimida pero aún así, una minoría numérica en relación con la población mundial. Esta realidad demográfica limitó sus opciones políticas reales y en estas circunstancias hizo lo único que podía haber hecho: optó por ser estímulo que desenmascarara el programa liberal de reformismo racional. En esta dirección obtuvo buenos resultados. Los beneficios alcanzados por sus protagonistas fueron reales, aunque parciales. Y como proclamaron los revolucionarios de 1968, mucha gente había quedado fuera de la ecuación. Aunque la vieja izquierda había hablado una lengua universalista había practicado una política particularista.

Lo que rompió esta ceguera ideológica del falso universalismo fue el cambio profundo de la realidad social. La economía mundo capitalista había perseguido la lógica de la incesante acumulación de capital de manera tan continua que estaba acercándose a su ideal teórico, a la mercantilización de todo. Esto puede percibirse a través de las nuevas y múltiples realidades sociológicas: la extensión de la mecanización del aparato productivo, la eliminación de barreras espaciales a mercancías e informaciones, la urbanización del mundo, el casi agotamiento del ecosistema, el alto grado de monetarización del proceso trabajo y el consumismo la mercantilización enormemente expandida del consumo .

Acumulación capitalista: tres límites

Todos estos desarrollos son bien conocidos e incluso son tema de continuas discusiones en los medios de comunicación mundiales. Pero si se considera su significado desde el punto de vista de la infinita acumulación del capital, se encuentra sobre todo una enorme limitación en la tasa de acumulación. Las razones son fundamentalmente sociopolíticas. Hay tres factores centrales. El primero es conocido desde hace mucho por los analistas, aunque sólo ahora está siendo alcanzada su plena realización. La urbanización del mundo y el incremento de la educación y de los medios de comunicación han engendrado un grado de conciencia política mundial que facilita la movilización política y torna difícil esconder el grado de disparidades socioeconómicas y la responsabilidad de los gobiernos en su mantenimiento.

Esta conciencia política está reforzada por la deslegitimación de cualquier fuente irracional de autoridad. Hoy, más personas que nunca antes demandan la igualación de ingresos y se niegan a tolerar una condición básica de la acumulación del capital: la baja remuneración del trabajo. Esto se manifiesta en el significativo aumento en todo el mundo del nivel "histórico" de los salarios y de la bastante elevada y aun creciente demanda de redistribución del bienestar básico particularmente en salud y educación unida a la garantía de una renta estable.

El segundo factor es el gran aumento del costo que representa para los Estados el subsidio al lucro con la construcción de infraestructura y con la externalización de los costos por parte de las empresas. A esto se refieren los periodistas cuando hablan de la crisis ecológica, de la crisis por los costos crecientes en salud y en investigación científica punta, etc. Los Estados no pueden continuar ampliando los subsidios para las empresas privadas y al mismo tiempo, ampliar sus compromisos con el bienestar del conjunto de los ciudadanos. Uno de los dos lados tendrá que ceder y en una medida considerable. Con una ciudadanía más consciente, esta lucha, que es esencialmente una lucha de clases, promete ser impresionante.

El tercer factor es la conciencia política, que se ha vuelto mundial. Las disparidades a nivel global y a niveles nacionales son de género, son raciales, son étnicas y son religiosas. El resultado combinado de esta conciencia política y de la crisis fiscal de los Estados será una lucha a gran escala, que adquirirá forma de guerra civil a nivel global y nacional.

25 50 años de caos creciente

Las múltiples tensiones tendrán como primera víctima a las estructuras estatales en crisis de legitimidad y en consecuencia, en crisis su capacidad para asegurar el mantenimiento del orden. Al perder esta capacidad, surgirán costos económicos y costos de seguridad, los cuales harán cada vez más intensas las presiones, lo que a su vez debilitará cada vez más la legitimidad de las estructuras estatales. Esto no es el futuro, es ya el presente. Podemos percibirlo en el sentimiento de inseguridad enormemente intensificado: en la preocupación por los crímenes, por la violencia, por la imposible garantía de justicia de los sistemas judiciales, por la brutalidad de las fuerzas policiales. Estos sentimientos han ido adoptando formas diversas en los últimos 10 ó 15 años. No son fenómenos nuevos ni están necesariamente mucho más extendidos que antes, pero hoy son percibidos como nuevos o peores por la mayoría de las personas. Y sin duda, están más extendidos. El principal resultado de estas percepciones es la deslegitimación de las estructuras estatales.

Este tipo de desorden creciente, que se alimenta a sí mismo, no puede continuar indefinidamente, pero puede durar de 25 a 50 años. Se trata de una forma de caos en el sistema, causada por el agotamiento de sus válvulas de seguridad. La causa es que las contradicciones del sistema han llegado a un punto en el cual ninguno de los mecanismos de restauración del funcionamiento normal puede ya seguir actuando con eficacia.

Pero del caos surgirá un nuevo orden. ¿Qué opciones tenemos frente a nosotros, ahora y en lo sucesivo? El que éste sea un tiempo de caos no significa que durante los próximos 25 ó 50 años no veremos en acción los procesos básicos de la economía mundo capitalista. Las personas y las empresas continuarán buscando la acumulación de capital de todas las maneras conocidas. Los capitalistas buscarán el apoyo de las estructuras estatales como hicieron en el pasado y los Estados competirán entre sí por ser los principales centros de acumulación de capital. La economía mundial capitalista entrará probablemente en un nuevo período de expansión y acabará por mercantilizar los procesos económicos en todo el mundo, polarizando aún más la distribución efectiva de beneficios.

A ciegas, pero condenados a actuar

Lo que será diferente en los próximos 25 ó 50 años serán no tanto las operaciones del mercado mundial sino las operaciones de las estructuras políticas y culturales mundiales. Básicamente, los Estados perderán continuamente su legitimidad y encontrarán dificultades para garantizar una seguridad mínima, internamente o entre sí. En la escena geocultural no habrá discurso dominante común y serán debatidas incluso las formas de debate cultural y político. Habrá poco acuerdo en torno a lo que constituye el comportamiento racional o aceptable. Esta confusión no significará la desaparición del comportamiento racional. Habrá grupos que buscarán alcanzar objetivos claros y limitados, pero muchos de estos objetivos estarán en conflicto directo e intenso. Y podrá haber algunos grupos que propagarán objetivos de largo plazo para la construcción de un orden social alternativo, aunque su claridad subjetiva tenga una forma aún pobre y no exista ninguna probabilidad objetiva de que esos conceptos sean realmente guías heurísticas útiles para la acción. Todos estarán actuando algo ciegamente, aunque sin saberlo.

A pesar de todo esto, estamos condenados a actuar. En consecuencia, la primera necesidad que tenemos es la de crear claridad en cuanto a lo que ha sido deficiente en nuestro sistema mundial moderno y ha vuelto tan grande el porcentaje de la población mundial insatisfecha. Es bastante claro que el principal reclamo que se le hace al sistema es la gran desigualdad que ha creado, la ausencia de democracia. Y aunque la democracia ha estado virtualmente ausente de los principales sistemas históricos conocidos, lo característico del capitalismo es que su gran éxito en la creación de producción material le permitiría eliminar todas las justificaciones de las desigualdades económicas, políticas o sociales. Las desigualdades actuales no han aislado a un pequeño grupo de todo el resto, sino que han segregado a una mayoritaria parte de la población del mundo. Estos dos hechos el crecimiento del total de la riqueza material y el que sólo una minoría de personas pueda hasta ahora vivir bien han exasperado a los excluidos.

La hora de los inmigrantes

No podremos contribuir con una solución a este caos a menos que dejemos claro que lo deseable es únicamente un sistema histórico relativamente igualitario y plenamente democrático. Concretamente, debemos actuar de manera inmediata en varios frentes. Uno de ellos es la eliminación activa de las pretensiones de eurocentrismo que han impregnado la geocultura durante por lo menos dos siglos. Los europeos han hecho grandes contribuciones culturales a la empresa humana común, pero no es cierto que durante más de diez mil años sus contribuciones hayan sido mayores que las de otros centros de civilización, y no hay razón para suponer que los múltiples centros de sabiduría colectiva del milenio por venir sean menos destacados. La sustitución activa del habitual sesgo eurocéntrico por un sentido histórico y por valoraciones culturales más sobrias y equilibradas requerirá de una lucha política y cultural aguda y constante, que no pide nuevos fanatismos sino un intenso trabajo intelectual, colectivo e individual.

Necesitamos también asumir el concepto de derechos humanos y trabajar con firmeza para volverlo aplicable por igual a nosotros y a ellos, a ciudadanos y a extranjeros. El derecho de las comunidades a la protección de su patrimonio cultural no debe confundirse nunca con el derecho de protección de sus privilegios. Uno de los principales campos de batalla será el de los derechos de los inmigrantes. Si en los próximos 25 50 años gran parte de las minorías residentes en América del Norte, en Europa y hasta en Japón, será de inmigrantes o de hijos de inmigrantes haya sido legal o no esta inmigración , todos tendremos que luchar para asegurar a esos inmigrantes un acceso verdaderamente igualitario a los derechos económicos, sociales y también políticos en la región hacia la cual emigraron.

Habrá una enorme resistencia política a esto, basada en la pureza cultural y en los derechos de propiedad adquiridos. Los gobernantes del Norte ya están argumentando que no pueden asumir la carga económica de todo el mundo. ¿Y por qué no? La riqueza del Norte ha sido en gran parte el resultado de una transferencia de plusvalía del Sur y es precisamente este hecho, ocurrido durante siglos, el que nos ha conducido a la crisis del sistema. No se trata de una cuestión de caridad, sino de reconstrucción racional.

En el centro del remolino: qué hacer

Estas batallas serán políticas, pero no se darán necesariamente en el plano del Estado. Precisamente por el proceso de deslegitimación de los Estados, muchas de estas batallas tal vez la mayoría de ellas tendrán lugar en niveles más locales y entre los grupos a través de los cuales nos estamos reorganizando. Y una vez que las batallas entre múltiples grupos sean locales y complejas, será esencial una estrategia de alianzas también compleja y flexible, que será funcional sólo si mantenemos claros nuestros objetivos igualitarios.

La lucha también será intelectual: en la reconceptualización de nuestros cánones científicos, en la búsqueda de metodologías más totalizadoras y sofisticadas, en el esfuerzo por librarnos del piadoso y falaz discurso sobre la neutralidad de los valores del pensamiento científico. La racionalidad es en sí misma un juicio de valor, si en realidad es algo. Y nada es o puede ser racional excepto en el contexto más comprensivo de la organización social humana.

Se puede pensar que el programa de acción social y política consecuente que he esbozado para los próximos 25 años es demasiado vago. Pero es todo lo concreto que puede ser en el centro de un remolino. Primero aclare hacia qué lado quiere usted nadar. Luego, asegúrese de que todos sus esfuerzos inmediatos parecen moverse en esa dirección. Si desea mayor precisión que ésta, no la encontrará y acabará ahogándose mientras la busca.

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