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Universidad Centroamericana - UCA  
  Número 209 | Agosto 1999

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Internacional

África: elogio de la rebelión

Hay profetas en Africa. Uno, el autor de este texto-proclama, Thabo Mbeki, recientemente elegido por su pueblo Presidente de la Unión Sudafricana. Mbeki fue vicepresidente durante el mandato de Nelson Mandela. Como profeta, denuncia y anuncia. Su texto viene a nuestras páginas porque lo que dice, cambiando sólo los nombres, resuena con eco exacto para nosotros, en Nicaragua y en Centroamérica. Porque la rebelión de Africa, también el dolor de Africa (ver página 2), son también ira y llanto nuestros

Equipo Envío

La República democrática del Congo se sumerge de nuevo en una guerra que sus habitantes creían haber olvidado para siempre. El silencio de la paz se ha evaporado en las fronteras entre Eritrea y Etiopía porque, por algunas hectáreas de tierra, las armas han tomado el lugar de la razón. Los que un día no muy lejano arriesgaron sus vidas en Guinea-Bissau, combatiendo juntos contra los colonizadores portugueses, se encuentran hoy enfrentados, y no hablan más que el lenguaje mortal de los bazookas y de los obuses de mortero, al ritmo terrible de las metralletas. Una guerra aparentemente sin tregua desola a Argelia, guerra aún más espantosa a causa de un salvajismo revestido de la apariencia de fe religiosa.


Los ángeles de la muerte y las víctimas de su furor son todos africanos, como ustedes y como yo. Por esa razón, porque nosotros somos las madres africanas destripadas y los niños decapitados de Rwanda, debemos gritar (basta! Precisamente por esas almas miserables, las víctimas de las fuerzas destructoras, África necesita un renacimiento. África no tiene ninguna necesidad de criminales que acceden al poder masacrando inocentes, como lo hacen los carniceros de Richmond, en KewaZulu-Natal. No necesita a quienes, porque no han aceptado que el poder sea legítimo y sirva a los intereses del pueblo, han conducido a Somalia a la ruina y privado a sus habitantes de un país que les proporcionaba el sentimiento de existir y de construirse.

África no necesita ya de más gangsters que gobiernan usurpando el poder por elecciones fraudulentas, o comprándolo mediante los sobornos y la corrupción. Los ladrones y sus cómplices, los corruptores y los corruptos son africanos, como ustedes y yo. Nosotros somos el corruptor y el cortesano que actúan de común acuerdo para envilecer a nuestro continente y envilecernos a nosotros mismos. Ha llegado el momento de decir: (ya basta! De actuar para desterrar la vergüenza y de ser los heraldos del renacimiento africano.

Yo he salido al encuentro del África enferma. He visto la pobreza de Orlando East y la riqueza de Morningside, en Johannesburgo. He visto a los pobres del barrio de Kanyama y a los prósperos residentes de Kabulongo, en Lusaka, Zambia. He visto las chabolas de Surulele, en Lagos, Nigeria, y la opulencia de Victoria Island, en las Islas Seychelles. He visto los rostros de los pobres de Mbari, en Harare, y la riqueza apacible de Borrowdale, en Zimbabwe. He escuchado muchas historias. Me han contado cómo los que tienen acceso al poder, o a sus aledaños, roban y saquean. Cómo, para enriquecerse, violan sin escrúpulos las leyes y las reglas éticas, todos ligados a un hilo invisible que, así lo esperan, les conducirá a Morningside, a Borrowdale, a Victoria Island o a Kabulongo...

Cada día que pasa, ustedes y yo, en nuestros respectivos países, los vemos aparecer de nuevo. Su objetivo en la vida es enriquecerse por todos los medios, legales o ilegales. Miden su éxito en función de la medida de la fortuna que han acumulado y de la ostentación de la que pueden jactarse para convencer a todo el mundo de que han triunfado. )Acaso no tienen, como salta a la vista, los medios? En consecuencia, buscan subir al poder, o acercarse a él con el fin de corromper la esfera política para su provecho personal, y ello a cualquier precio. En esta ecuación, la pobreza de las masas resulta necesaria para el enriquecimiento de unos pocos, y la corrupción del poder político, el único medio para llegar a él. De esa mezcla nauseabunda de avaricia, de pobreza deshumanizante, de riqueza obscena y de corrupción endémica, pública y privada, han surgido la mayor parte de los golpes de Estado, de las guerras civiles y de las situaciones inestables en África.

Ha llegado la hora para nosotros de romper con esta divinización de la riqueza material y con los abusos de poder que empobrecen a la población e impiden a nuestro continente acceder a un desarrollo económico durable. África no podrá regenerarse mientras sus élites no sean más que parásitos del resto de la sociedad, usando y abusando de un poder autoproclamado. Mientras eso no suceda, nuestro continente seguirá al margen de la economía mundial, pobre, subdesarrollado e incapaz de despegar. El renacimiento de África exige que nos purguemos de parásitos y que permanezcamos vigilantes frente al peligro de que en la sociedad africana echen raíces estas rapaces que querrían hacernos creer que todo en la sociedad debe estar organizado para el máximo provecho de una minoría.

Tenemos que redescubrir el alma africana. Precisamente cuando recordamos con orgullo a Sadi, el sabio y escritor de la Edad Media, que dominaba el derecho, la lógica, la dialéctica, la gramática y la retórica, así como a otros intelectuales africanos que enseñaron en su día en la universidad de Tombuctú, Mali, tenemos que plantearnos esta pregunta: ¿dónde están los intelectuales africanos de hoy?

Yo sueño con el día en que los matemáticos y los informáticos africanos abandonen Washington y Nueva York, en que los físicos, ingenieros, doctores, gerentes y economistas abandonen Londres, Manchester, París y Bruselas para unirse a los cerebros del continente y emprender la búsqueda de soluciones a los problemas y a los desafíos de África, abriendo la puerta de África al mundo del saber, integrando a África en el universo de la investigación sobre las tecnologías, la educación, la información. La renovación de África exige que su Aintelligentsia@ se comprometa totalmente en la lucha titánica y sin cuartel para erradicar la pobreza, la ignorancia, la enfermedad y el retraso, inspirándose en los africanos de Egipto quienes, en ciertos ámbitos, se encontraban con dos mil años de adelanto sobre los europeos y los griegos, porque dominaban la geometría, la trigonometría, el álgebra y la química.

Para perpetuar su dominación imperial sobre los pueblos de África, los colonizadores procuraron reducir a esclavitud al mismo espíritu africano y destruir la propia alma africana. Nos obligaron a aceptar el hecho de que, en cuanto africanos, no teníamos nada que aportar a la civilización humana, a no ser como bestias de carga. A fin de cuentas, querían conducirnos a despreciarnos a nosotros mismos. Y cuando estuvieron dispuestos a admitir que no éramos infrahumanos, ni siquiera contemplaron la posibilidad de que pudiéramos compararnos con el amo colonial.

A sus ojos, estábamos desprovistos del pensamiento original y de la creatividad que han dado al mundo ese inestimable tesoro de las obras maestras arquitectónicas y artísticas. El renacimiento de nuestro continente comienza por el redescubrimiento de nuestra alma, inscrita para siempre en grandes creaciones, como las pirámides y las esfinges de Egipto, el monumento pétreo de Axum, las ruinas de Cartago en Túnez y las de Zimbabwe, las pinturas sobre la roca de San, los bronces de Bénin y las máscaras africanas, las esculturas makonde y las shona, en Zimbabwe.

Llamamos a la rebelión. En este redescubrimiento de nosotros mismos, en esta restauración de nuestra propia dignidad, sin las cuales nunca podremos llegar a ser los combatientes del renacimiento africano, debemos volver a escuchar la música de los congoleños Zao y Franco, la poesía del surafricano Mazisi Kunene, y volver nuestra mirada hacia las pinturas del mozambiqueño Malangatane y hacia las esculturas del surafricano Dumile Freni.

La llamada a la renovación de África, para el renacimiento africano, es una llamada a la rebelión. Tenemos que rebelarnos contra los tiranos y los dictadores, los que buscan corromper a nuestras sociedades y robarle las riquezas que sólo pertenecen al pueblo. Tenemos que rebelarnos contra esos criminales que, todos los días, matan, violan y roban con total impunidad, y declarar una guerra contra la pobreza, la ignorancia y el retraso de los niños de África. Es preciso que, desde El Cabo hasta El Cairo, desde Madagascar a Cabo Verde, políticos y empresarios, jóvenes y mujeres, activistas, sindicalistas, líderes religiosos, artistas y profesionales, sublevados por la condición de África en el mundo, se unan a las filas de la gran cruzada para la renovación de África. No dudamos en decirles: para ser un verdadero africano, hay que ser un rebelde. Hay que batirse por la causa del renacimiento africano.

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