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Universidad Centroamericana - UCA  
  Número 208 | Julio 1999

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Guatemala

"Nos hicieron más que a los animales"

Durante la guerra, durante el genocidio cometido contra el pueblo maya, el patrón patriarcal de actuación de los vencedores hizo sufrir indeciblemente a las mujeres. Tanto dolor, tantas humillaciones han ido forjando un nuevo protagonismo y una nueva conciencia en las mujeres guatemaltecas.

Pilar Yoldi, Yolanda Aguilar y Claudia Estrada

Cerca de 200 mil muertos y desaparecidos, un millón de desplazados, más de 400 aldeas arrasadas, 200 mil niños y niñas huérfanos, 40 mil viudas. Son algunas de las escalofriantes cifras que arrojan los 36 años de guerra civil vividos en Guatemala desde 1960 a 1996. Lo que estos recuentos no reflejan es el saldo oculto de miles de mujeres muertas, torturadas o sometidas a diferentes tipos de vejaciones, cometidas fundamentalmente por el Ejército y por los aparatos de seguridad del Estado guatemalteco.

Una aproximación a este difícil análisis fue realizada por el equipo del Proyecto de Reconstrucción de la Memoria Histórica (REMHI), auspiciado por la Iglesia católica. El informe REMHI fue presentado públicamente el 26 de abril de 1998. Dos días después, el coordinador del informe, el obispo Monseñor Juan Gerardi, fue asesinado en circunstancias todavía no esclarecidas por el sistema de justicia guatemalteco, donde continúa reinando la impunidad.

Mujeres: una violencia específica

Aunque en un principio el proyecto REMHI no se planteó un análisis concreto de las repercusiones de la guerra sobre las mujeres, el trabajo de tres años y la recogida de más de 6 mil testimonios -muchos de ellos de mujeres- puso de manifiesto esta realidad y lo específico de los efectos de la violencia entre ellas, tanto en las muertas como en las sobrevivientes.

Según los datos del informe, el 90% de las víctimas del conflicto fueron hombres. La mitad de los testimonios que se recogieron para elaborar el informe fueron de mujeres. Sin embargo, al hablar, las mujeres no se centraron de una manera específica en su experiencia como mujeres, ni se consideraron -en su mayoría- a sí mismas como víctimas, sino que denunciaron fundamentalmente hechos que afectaron a sus familiares. Queriendo acabar con esta clara invisibilidad -el no visualizarse a sí mismas como víctimas-, nuestro equipo realizó entrevistas específicas a mujeres informantes clave, y entrevistas colectivas en regiones muy afectadas por la violencia, con el fin de facilitar la comprensión de los efectos de la violencia en las vidas de las mujeres y en su participación y rol social.

El documento final de esta investigación, titulado "Enfrentando el dolor. De la violencia a la afirmación de las mujeres", analiza el impacto de la violencia en las guatemaltecas, las formas con las que enfrentaron los hechos traumáticos y su protagonismo para mantener el tejido social destruido por la violencia. Las mujeres compartieron la experiencia de sus comunidades, grupos o familias, pero también sufrieron formas de violencia específica, reaccionando de distintas maneras en algunas ocasiones, replanteando su papel como mujeres y asumiendo un gran protagonismo en la recuperación familiar y social.

Descubrimos los objetivos que tuvieron formas más importantes de violencia contra las mujeres, especialmente masacres, violaciones sexuales, torturas y humillaciones. Y nos asomamos al panorama de algunas de las formas con que las mujeres afrontaron la violencia y sus consecuencias en medio de condiciones muy difíciles, muchas veces solas o haciéndose cargo de su familia. Las mujeres que preservaron la vida de sus familias y comunidades merecen un reconocimiento. No hay que olvidar, además, que fueron mujeres guatemaltecas las que primero se movilizaron para buscar a sus familiares, hacer públicos los hechos de violencia y presionar a las autoridades. Ellas fueron las impulsoras de organizaciones como el GAM (Grupo de Apoyo Mutuo), CONAVIGUA (Coordinadora Nacional de Viudas de Guatemala) o FAMDEGUA (Familiares de Desaparecidos de Guatemala). Pasaron así de la búsqueda individual de sus familiares a la organización, empezando a abrir espacios sociales para la búsqueda de los desaparecidos y para el reconocimiento de la verdad.

Genocidio del pueblo maya

El horror, la muerte, las torturas y las vejaciones afectaron gravemente tanto a los hombres como a las mujeres, a los niños y a las niñas, a los ancianos y a las ancianas. Y aunque la mayoría de las víctimas reportadas son hombres, en hechos colectivos de violencia como las masacres las diferencias disminuyen: el 60% de las masacres fueron contra mujeres y, en lo que respecta a las víctimas de menor edad, los asesinatos de niños y niñas de forma indiscriminada fueron una forma de acabar con las comunidades: el 40% de las masacres analizadas implicaron la muerte de niños y niñas. Las posteriores investigaciones realizadas por la Comisión de Esclarecimiento Histórico de la ONU, nacida de los acuerdos de paz y cuyo informe final se hizo público el 25 de febrero de 1999, parten de estos hechos para asegurar que durante la guerra en Guatemala se cometió genocidio en contra del pueblo maya: "Entre 1981 y 1983, en ciertas regiones del país, agentes del Estado de Guatemala cometieron actos de genocidio en contra de grupos del pueblo maya. Se llegó al exterminio masivo de comunidades mayas inermes, a las que se atribuía vinculación con la guerrilla, incluyendo niños, mujeres y ancianos y aplicando métodos cuya crueldad causa horror en la conciencia moral del mundo civilizado".

"Compañeras de guerrilleros"

Aunque globalmente las mujeres fueron en mayor medida sobrevivientes, teniendo que enfrentar en condiciones muy precarias las consecuencias de la violencia en sus familias y comunidades, también se desarrollaron formas de violencia específicas contra las mujeres. Los testimonios recogidos por REMHI relatan, por ejemplo, la llegada de los soldados a las aldeas buscando a los colaboradores de la guerrilla y, al no hallarlos, la saña con que atacaban a las mujeres: "Los soldados les decían: Y si no aparecen sus maridos, buscan otro en el pueblo, que tantos hombres que hay allí, buenos hombres hay. En cambio, sus esposos son compañeros de guerrilleros y están armados. A ella le dieron de beber orines y, como no los tomó, le dijeron: "Verdad que ustedes son compañeras de los guerrilleros?". (Baja Verapaz, T 544)

Uno de los instrumentos de presión más fuertes contra las mujeres fue la violencia contra sus hijos. Su muerte y tortura delante de sus madres se usó como herramienta de terror sicológico. Especialmente escalofriantes resultan las repetidas denuncias de horrores contra las mujeres embarazadas y contra los niños que llevaban en su vientre: "Las mujeres que iban embarazadas, una de ellas que tenía ocho meses ahí le cortaron la panza, le sacaron la criatura y lo juguetearon como pelota. De ahí le sacaron una chiche (un pecho), y la dejaron colgada en un árbol.

" (Barillas, Huehuetenango, T 06335) "Lo que hacían con las mujeres era abrirles el estómago, sacarles el feto y lo tiraban así a los árboles". (Entrevista 0165)

La cruel pauta de las masacres

De entre las 422 masacres documentadas por REMHI, son muchas las que refieren un modo de proceder específico en contra de las mujeres. Las masacres no fueron actos espontáneos de violencia contra una comunidad. Fueron planificadas y ejecutadas de forma muy organizada. En la secuencia de hechos del "trabajo de matar" lo habitual era acabar primero con los hombres, dejando aparte al grupo de las mujeres, para utilizarlas obligándolas primero a cocinar para sus victimarios, y humillarlas después haciéndolas bailar o hacer fila para violarlas antes de asesinarlas.

"Entonces vino el ejército y les dijo: Tal vez no las vamos a matar a ustedes, pero vayan a traer una gallina cada una, son doce hombres y doce son ustedes mujeres, entonces serán doce las que traerán para el almuerzo. Ellas se fueron rápido y trajeron las gallinas de sus casas. Entonces empezó la masacre: si el hijo cumple con las patrullas y el padre no, es el hijo el que mata al papá, si es el hijo el que no cumple, es el papá el que se mancha las manos para matar al hijo. Después se tiró el apaste al fuego y las doce gallinas. Las señoras mismas empezaron a preparar. El ejército las mandó a hacer bien la comida después que ya habían matado a los doce hombres. Los mataron y torturaron y fueron a traer gasolina. Cuando se quemaron todos, dieron un aplauso y empezaron a comer". (Quiché, T 2811)

Violando cuerpos y dignidades

En el interminable listado de vejaciones, humillaciones y torturas que las mujeres padecieron, la violación sexual ocupa un lugar destacado. Los testimonios de REMHI incluyen el reporte de 185 denuncias específicas de violación sexual.
En varias la violación fue causa de muerte y hubo tortura sexual y esclavitud sexual -con la violación reiterada de la víctima-. Sin embargo, las violaciones aparecen en número mucho mayor en los relatos de violencia. En uno de cada seis casos de masacres analizados hubo violaciones de mujeres como una pieza del modo de actuación de los soldados o de los patrulleros de las Patrullas de Autodefensa Civil.

"Seis soldados violaron a la mujer de un amigo suyo, delante del esposo. Fueron muy frecuentes las violaciones a las mujeres por parte del ejército. A la mujer de otro conocido y a su hija las violaron 30 soldados". (Chajul, T 7906)

"Un día logré escapar y escondida vi a una mujer. Le dieron un balazo y cayó. Todos los soldados dejaron su mochila y se la llevaron arrastrada como a un chucho a la orilla del río. La violaron y mataron. También un helicóptero que sobrevolaba bajó y todos hicieron lo mismo con ella". (Nebaj, Quiché, T 11724, victimario)
Para comprender el significado de estas denuncias, hay que recordar que la violación sexual, por los ingredientes de culpa y vergüenza que la caracterizan, es poco denunciada en relación a la frecuencia con que se denuncian otros hechos de violencia, como torturas o asesinatos. Si los estudios sobre la violación en el mundo occidental consideran que sólo se declara uno de cada cinco casos de violación sexual podemos considerar que, entre las mujeres mayas guatemaltecas, la subdeclaración debe ser mucho mayor.

"Pero yo sola sabía porque si les digo a la gente pues me van a decir: Esa es su costumbre. Como me da vergüenza mejor sola yo sabía, ni a mis hijos ni a nadie le dije". (San Miguel Chicaj, Baja Verapaz, 1982, Caso 5057)
La violación sexual fue una frecuente forma de tortura contra las mujeres, pero no fue el único modo de ultrajarlas y violentarlas. Prácticas atroces que llegan a la tortura sexual extrema y que incluyen la mutilación fueron otro modo de matar a las mujeres. "Encontraron a la madre muerta boca abajo con las nalgas arriba y sin corte (falda). Le habían cortado la boca y le sacaron las tripas y el cuerpo lleno de sangre. En cambio, a mi hermana le cortaron las chiches (pechos), y así en ese mismo momento la recogimos y la enterramos". (Vicalamá, Nebaj, Quiché, T 11713)

Las mujeres fueron parte del botín de guerra y las violaciones se convirtieron en una demostración de poder, en expresión de victoria y humillación sobre los vencidos, y en castigo a aldeas enteras vejando así a sus habitantes al considerarlos más débiles según el patrón patriarcal. En otros casos, los oficiales del ejército consideraron la violencia contra las mujeres como una forma de humillar o eliminar a "las madres de los futuros guerrilleros", o bien convirtieron la violación sexual en moneda de cambio para dejar vivas a las mujeres.

De mil formas la violencia dirigida contra las mujeres adquirió caracteres de genocidio al atentar contra las bases del tejido social de las comunidades. Se intentó exterminar a las mujeres y a los niños y niñas de muchas comunidades, buscando matar la continuidad de la vida y la transmisión de la cultura.

Consecuencias del desprecio

En los testimonios de REMHI se describen hechos de violencia contra las mujeres, pero se encuentran muy pocas referencias a la vivencia de las mujeres que sufrieron estas vejaciones. Esta ausencia puede ser en buena parte consecuencia de la dificultad de las mujeres para hablar de lo que consideran un estigma personal.

Los efectos traumáticos -físicos y síquicos- de una violación no sólo son individuales. Además de la humillación personal y del aislamiento familiar que puede sufrir la mujer, los esposos, hermanos y padres suelen sentirse responsables por la violación de su familiar, impotentes ante una tragedia que no lograron evitar. El valor cultural o religioso de la "pureza" y de la intimidad sexual hacen que las mujeres afectadas o sus familias se sientan muy afectadas por esa experiencia. La resignación y el retraimiento y los sentimientos de culpa de las víctimas de violación aumentaron su dolor y sobrecarga como huérfanas y viudas, inhibiéndolas para cualquier iniciativa. Mientras que a los hombres y a las mujeres heridos o asesinadas se les considera "héroes" o "mártires", no hay un estatus similar para las mujeres violadas. Les ocurre como a las personas desaparecidas: el sufrimiento de la familia no termina de ser validado.

Viudas y solas: rehacer la vida

Además de la enorme sobrecarga personal y afectiva que sufrieron las mujeres, muchas de ellas tuvieron que enfrentar cambios no sólo en su vida cotidiana sino también en su rol social. Fueron las mujeres las que primero se movilizaron para buscar a sus familiares, para hacer públicos los hechos o para presionar a las autoridades. Al mismo tiempo, tenían que preservar la vida de los que quedaron y garantizar su sobrevivencia personal y familiar. Todo esto se sumó al gran desgaste emocional con que las hirieron las consecuencias de haberse visto expuestas a la violencia: soledad, sobrecarga y una valoración negativa de sí mismas.

Durante los años del conflicto armado, y dejando a un lado su papel tradicional, las mujeres fueron la columna vertebral de la estructura familiar y social. Se encargaron del cuidado de los niños, los ancianos y los enfermos como único sostén económico de la familia para garantizar su sobrevivencia. Muchas veces hicieron todo esto obligadas a desplazarse a otras comunidades, huyendo a la montaña o refugiándose en México con hijos y familiares.

Convertidas muchas de ellas en viudas o "mujeres solas", hicieron frente al desafío de sacar adelante a la familia sin el apoyo ni el afecto de sus hombres. Según nuestros datos, las viudas siguen siendo en la actualidad uno de los grupos que necesitan más apoyo. "Me dejaron como un pájaro entre una rama seca." (Malacatán, San Marcos, T 08674)

Protagonistas y con autoridad

Las situaciones de emergencia social hicieron que muchas mujeres tuvieran un mayor protagonismo público en sus comunidades o en la sociedad, al asumir funciones que tradicionalmente les habían sido negadas.

Muchos de los conceptos tradicionales sobre el papel y el comportamiento de las mujeres han variado como consecuencia de la guerra y de la violencia que destruyó el tejido comunitario y como consecuencia también de la toma de conciencia de muchas mujeres sobre su situación de dependencia. "Tuve que huir a la montaña llevando conmigo a mis nietos y a mi hijo que mataron. Actualmente me dedico a elaborar redes, lazos y a cultivar milpa junto a mis dos nietas, huérfanas de la violencia". (El Juleque, Santa Ana Petén, 1982, T 01791)

En otros casos las duras circunstancias vividas han hecho que las mujeres se reconozcan a sí mismas, con mérito y autoridad, como cabezas de familia. Esa revalorización de su condición muestra su fuerza para responder a las consecuencias de la violencia. Las enormes dificultades permitieron a muchas mujeres crecer en autoestima. Confrontarse con experiencias de violencia extrema y tener que hacer frente a las consecuencias de hechos violentos ha hecho que algunas tengan hoy una mayor conciencia social, que se une a su afirmación como mujeres y a sus demandas y formas de lucha por su dignidad. "Ya no queremos vivir lo pasado, porque ya sufrieron nuestros difuntos y lo volvemos a sufrir si no nos levantamos. Si no le ponemos importancia, no lo arreglamos. Es necesario el estudio para poder defendernos y definir que lo que nos hicieron no fue bueno. Porque sufrimos por no saber leer y escribir". (1986, Salamá, T 3090)

Buscando a quienes se ama

La búsqueda de los familiares desaparecidos ha sido una de las luchas más angustiosas vividas en Guatemala como consecuencia de la represión política. Esta empresa ha sido impulsada, sobre todo, por las mujeres. La eterna duda sobre lo que pasó, sobre el lugar donde estarán, el dolor de no saber si están vivos o muertos o si es posible encontrarlos, son algunas de las infinitas interrogantes de quienes día a día recorrieron todos los caminos, buscando en todas partes con la esperanza de encontrar a sus seres queridos.

Esta lucha incansable de las mujeres no midió costos, ni pesó los sacrificios que fueran necesarios. Cuando las mujeres entendieron que ya no tenían nada que perder y que si no hacían nada perderían más, se comprometieron en la búsqueda. La fuerza la hallaron en el valor que para ellas tenían las víctimas.
Confrontadas a este tipo de situaciones extremas, las mujeres demostraron una gran capacidad de sobreponerse al desaliento, de recuperarse del dolor y de implicarse en proyectos nuevos. "El dolor era tan grande que creo que no nos dábamos cuenta de lo que estábamos haciendo. Sólo había que rescatar al ser querido, había que rescatarlo. Eso era lo único que pensábamos, en la otra persona, que según nosotros estaba siendo torturada. Hay que hacer cualquier cosa para rescatarlo". (Entrevista 015)
La búsqueda se convirtió en la única alternativa para enfrentar al ejército y para desafiar el terror que provocaron las desapariciones, y se constituyó en la más firme actitud de defensa de los derechos humanos durante los peores años del conflicto armado. Las madres, esposas, hijas y hermanas de los desaparecidos fueron las primeras en atreverse a enfrentar la situación de violencia institucionalizada que el país vivía.

Recuperando la voz

Nunca antes las mujeres habían sido consideradas importantes en la vida política del país, pero en esta hora primera fueron ellas las que dieron infinitas muestras de valentía, firmeza y esperanza.
Estos esfuerzos tuvieron una expresión organizada desde inicios de la década de los años 70. Los primeros Comités de Familiares de Desaparecidos estaban conformados por madres y familiares que realizaban gestiones y denuncias, tanto a nivel nacional como internacional. A partir de 1984, con el nacimiento del GAM, la búsqueda se convirtió en el principal esfuerzo organizado en la lucha por los derechos humanos durante los años más difíciles de la guerra. La sociedad guatemalteca, aterrorizada todavía entonces por la represión, recuperaba su voz en la voz de las mujeres que protestaban en las calles reclamando a sus familiares y expresando los deseos de justicia que muchos otros no se atrevían a plantear. Posteriormente, la evolución de la situación política y el surgimiento de distintas visiones sobre la lucha por los derechos humanos hicieron aparecer nuevos grupos, como FAMDEGUA. Las acciones también fueron evolucionando. De la denuncia y el apoyo mutuo pasaron a la investigación de casos de masacres, al acompañamiento de exhumaciones y a las demandas de justicia y resarcimiento.

La hora del reconocimiento

Algunas mujeres se constituyeron en líderes de la lucha por los derechos humanos y su voz se alzó en el escenario internacional revelando la situación de Guatemala. Lucharon y luchan contra la impunidad y por los derechos de todas y de todos: Rigoberta Menchú, Hellen Mack y Rosalina Tuyuc son las más conocidas.

Otros grupos, como CONAVIGUA, pusieron de manifiesto la preeminencia de la problemática de las viudas, uno de los grandes sectores sociales afectados por la violencia. Plantearon reivindicaciones que trascendieron la búsqueda de sus familiares: la lucha contra la militarización en las áreas rurales, y especialmente la lucha contra el reclutamiento forzoso. Entre las mujeres refugiadas también se dieron procesos de organización y reflexión sobre su situación específica. Muchísimas otras mujeres participaron en organizaciones sociales o políticas más amplias.

La confluencia de los esfuerzos de las mujeres de los distintos movimientos sociales con los de las mujeres afectadas por la violencia, propició la revitalización de muchos grupos, contribuyendo a un mayor reconocimiento social de sus demandas. En este doloroso camino, las mujeres, que por tanto tiempo fueron invisibles para la sociedad, deben ser ahora reconocidas como sujetas de cambio. Es hora de que sus aportes sean respetados y valorados como ejemplos de dignidad, como piezas indispensables en la defensa de la vida.

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