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Universidad Centroamericana - UCA  
  Número 151 | Agosto 1994

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Nicaragua

El nim: un insecticida fabricado por la naturaleza

Ningún laboratorio del mundo ha logrado fabricar un insecticida tan selectivo, tan original y tan respetuoso de la vida como el que se esconde en los amarillos frutos del árbol del nim, una planta que ya tiene ciudadanía nicaragüense.

Raquel Fernández

Cuando la revolución verde, con sus agresivos y cortoplacistas métodos de producción agrícola se extendió por todo el ancho mundo, se tenía un muy mal concepto de los insectos. Los campesinos, que diariamente trabajan la tierra con sus propias manos, sabían que no todos los insectos son perjudiciales. Realmente, casi ninguno lo es: apenas el 5% de los insectos son dañinos para las plantas y las destruyen, comiéndoselas. Los demás, les son beneficiosos o son inocuos. A la larga, todos los insectos - aun esos dañinos - resultan beneficiosos cuando mueren, porque fertilizan la tierra en la que caen.

Pero los técnicos, que todo lo que sabían del campo lo habían aprendido en bibliotecas, laboratorios o parcelas experimentales, impusieron sus criterios. Y la Revolución Verde avanzó, acompañada de ingentes volúmenes de insecticidas, pesticidas y plaguicidas, los que a pesar de sus dañinos venenos, son hasta el día de hoy un suculento negocio para 10 transnacionales químicas.

Más veneno, más destrucción, más veneno

Los insecticidas químicos son una calamidad en varios sentidos. Reducen las poblaciones de insectos - todos, dañinos o no - de forma drástica. Los que resisten sus efectos - por alguna razón, sólo ese 5% de los dañinos logran desarrollar resistencia a los químicos - se tornan más fuertes, más voraces y sin competidores, se multiplican muy por encima de lo que es normal en su especie. Años y años de uso indiscriminado de químicos han creado un fuerte círculo vicioso: los insecticidas tienen que tener venenos más y más concentrados - más destructivos - para superar las resistencias de las plagas y éstas, a su vez se adaptan, resisten más y se vuelven también más destructivas.

Es evidente que la agricultura necesita de mecanismos para controlar los insectos dañinos. Lo bueno sería un insecticida selectivo: que sólo afectase a los insectos que se comen los cultivos. Mejor aún sería que ese insecticida los afectase de tal forma que no hicieran daño a los cultivos, pero que pudiesen permanecer en ellos para abonar la tierra después de muertos. Y el colmo de la perfección sería que ese insecticida fuese inofensivo para el ser humano, para los animales domésticos, para las plantas y sus frutos, para el aire y el agua.
Ningún laboratorio lo ha logrado. Pero la Naturaleza sí ha creado para beneficio del ser humano, que tan mal la trata, un árbol del que puede obtenerse un insecticida que cumple todas estas tareas sin causar ningún inconveniente: el nim.

De la India a Nicaragua

El neem - conocido en Nicaragua por su pronunciación inglesa: nim - es un árbol de unos cuatro o cinco metros de altura, con hojas pequeñas de color verde intenso y frutos arracimados de forma cónica y de color amarillo, que destacan entre el follaje. Por su belleza y originalidad podría servir como planta ornamental en cualquier jardín. Procede de la India, su nombre científico es Azadirachta indica A. Jus y pertenece a la familia de las Meliáceas. Como casi todos los árboles originarios de la India que hoy son conocidos en todo el mundo, el nim pudo llegar tan lejos gracias a la extensión del Imperio Británico y a la movilidad de los ejércitos que lo sostenían.

Sin embargo, el nim no llegó a Nicaragua por la vía militar. En 1975, un grupo de estudiosos británicos trajeron el árbol con fines científicos, para estudiar su adaptabilidad a nuestro medio, y sembraron pequeñas parcelas experimentales. Las abandonaron en 1979, tras el triunfo revolucionario, pero el recién creado Instituto de Recursos Naturales y del Ambiente (IRENA), las retomó de inmediato.

Los experimentos continuaron y se llegó a la conclusión de que el nim se adaptaba a Nicaragua con buenos resultados. Soporta la sequía, ayuda a controlar la erosión de los suelos, da buena sombra y es capaz de crear un microclima de frescura y verdor en zonas especialmente secas y áridas. Sus hojas, al caer, se descomponen y ayudan a recuperar hasta los suelos más degradados. Su madera es de buena calidad y puede utilizarse tanto para muebles, cuando se talan los árboles viejos para reponerlos con otros jóvenes, como para leña cuando se hacen las necesarias podas anuales.

Al ataque en tres direcciones

El nim es todo él insecticida. La sustancia activa se encuentra presente en todo el árbol, pero se concentra en las semillas. El insecticida que produce el nim es muy complejo y actúa simultáneamente en tres direcciones contra los insectos dañinos, los que devoran los cultivos: es repelente, es fagodeterrente y ataca el sistema hormonal del insecto.

Como repelente, el nim ahuyenta algunos insectos. Pero ésta no es su función más importante.

El nim es también fagodeterrente: detiene el crecimiento de los insectos dañinos. Las plantas tratadas con insecticidas de nim pueden ser comidas por esos insectos y hasta parece que el nuevo aliño hace que las encuentren aún más sabrosas. Pero al llegar a cierto punto de ingestión, el insecto, todavía en su etapa de voraz larva, empieza a comer cada vez menos, hasta que deja de comer y muere, sin alcanzar la madurez sexual. El daño causado al cultivo por los insectos que alcanzaron a comer, puede considerarse una inversión para ir reduciendo la plaga en sucesivas generaciones.

La tercera y más interesante forma de acción del insecticida es su ataque al sistema hormonal del insecto dañino. Este vive su vida tranquilamente, se desarrolla perfectamente en todas sus etapas y, aparentemente, nada le pasa. Los problemas comienzan a la hora de aparearse. Simplemente, no puede. Pequeñas malformaciones físicas se lo impiden: un ala que no creció en su sitio, una pata más larga o más corta, falta de apetito sexual, esterilidad. Y al no haber apareamiento, tampoco hay crías. Y la población de insectos dañinos se va reduciendo en cada generación.

El principio activo del nim es la azadirachtina, cuya composición química es tan compleja que los laboratorios químicos más sofisticados no han logrado aún sintetizarla artificialmente, aunque realizan investigaciones desde hace varios años.

El insecticida artesanal

Son muchos y cada vez más numerosos los campesinos nicaragüenses que cultivan en sus patios unos cuantos árboles de nim para proteger sus siembros. El cuidado del nim no es muy complicado, el árbol es poco exigente y se acomoda casi a cualquier circunstancia, aunque demanda ser sembrado en vivero. Sólo hay que tener cuidado con una de sus características: es una especie que rápidamente ocupa todos los espacios disponibles.

El nim crece rápido. Al tercer año ya se pueden utilizar los primeros frutos para la elaboración artesanal de insecticida. El trabajo es sencillo: se muelen unos cinco kilos de semillas bien limpias y secas, se envuelven en un trapo limpio y se colocan en agua. Doce horas más tarde, se escurre bien el trapo prensándolo lo más que se pueda para que suelte tanta sustancia como sea posible. En otro recipiente se diluyen unos 10 gramos de jabón sólido del que se usa para lavar ropa, que se agrega a ese extracto. Después, se añade agua hasta completar cien litros. Y a fumigar. Naturalmente, las cantidades varían dependiendo de las dimensiones del terreno que haya que proteger.

Por primera vez en el mundo

El éxito de la aplicación del insecticida de nim en pequeñas fincas, donde es el mismo finquero el que elabora el producto, planteó la conveniencia de producirlo en grandes cantidades, con calidad y hasta con presentación comercial. En 1987 se fundó en Managua, sobre la carretera a León, la Cooperativa de Producción de Insecticida de Nim (COPINIM), con 12 socios.

No es lo mismo manejar media docena de árboles de nim en el propio patio para fumigar pequeñas plantaciones que levantar una planta industrial, aunque de proporciones modestas. Y no había en todo el mundo ninguna experiencia anterior de un bosque-factoría de nim. Los socios de COPINIM enfrentaron animosos el desafío y los desconocidos problemas que encerraba. Siete años después de haber iniciado las primeras siembras, el bosque de nim - que no necesita riego - se extiende por 70 hectáreas y ya saben que produce entre 20 y 25 kilos de fruto por árbol y año en dos cosechas, que se inician cuando el árbol cumple 3 años y se estabilizan al tener siete.

Dos son los únicos enemigos naturales del nim. El chapulín o langosta, al que le gusta comer los brotes tiernos, donde todavía no se acumula suficiente insecticida como para acabar con un insecto tan grande. Y el zompopo, que se lleva las hojas a los hormigueros para producir con la fermentación de ellas y de otras hojas los hongos que les sirven de alimento. Como no come las hojas, no sufre los efectos de su veneno. Para enfrentar ambas plagas se utilizan procedimientos mecánicos para ahuyentar a los insectos o dificultar su acceso al árbol.

Cortadores y seleccionadoras

El nim produce dos cosechas al año: la primera y más importante, de junio a agosto. La segunda, que no siempre se da, pero que es preciso estar alerta para no perderla, entre diciembre y enero. Durante el tiempo de la cosecha, sobre todo de la primera, la planta procesadora tensiona sus engranajes pues demanda de abundante mano de obra. Las brigadas de cortadores recogen los frutos maduros y los frutos sazones - los que ya alcanzaron su tamaño completo, pero todavía no han madurado totalmente - y talan las ramas por encima de los tres metros sobre el suelo para evitar que el árbol se convierta en un gigante de frutos inalcanzables y para mejorar la producción del año siguiente. Así, el bosque de nim produce cada año una buena cantidad de leña que beneficia tanto a quien la usa como al árbol, que crece después más sano y vigoroso.

En la planta esperan los equipos de seleccionadoras, que separan el fruto maduro del sazón. Esta actividad da empleo temporal a entre 25 y 80 trabajadoras, dependiendo de los momentos pico de la cosecha. Sólo mujeres trabajan en esta tarea, que es muy delicada.

Los frutos sazones se ponen a madurar en galerones especiales, muy extendidos, muy ventilados, a la sombra y sobre suelo de cemento, hasta que alcanzan su completa maduración, lo que se logra generalmente en una semana.

Lavado, presecado y secado

El primer paso del proceso industrial consiste en lavar los frutos. Durante las primeras cosechas y a falta de otra máquina mejor, los de COPINIM hacían esto en lavadoras de ropa, seleccionando el programa que menos dañase el fruto. Pero el trabajo se hacía demasiado lento para atender el volumen de cosecha que llegaba a la planta. Ingenieros locales diseñaron pronto una máquina específica para esta tarea y con capacidad para lavar hasta 5 toneladas diarias.

En el proceso que se desarrolla en la máquina, se separa la pulpa de la semilla, cuidando mucho de que ésta quede bien limpia, sin rastro de pulpa. Esa pulpa se amontona en composteras para que se transforme en abono orgánico, que se utilizará para fertilizar los suelos. No es un fertilizante cualquiera: a los muchos beneficios que aporta el uso del compost, el elaborado a partir de la pulpa del nim tiene uno adicional muy importante: lleva incorporado el insecticida. Un insecticida especialmente eficaz contra los insectos dañinos que habitan en el suelo y que comen las raíces de los cultivos, como los nemátodos.

La semilla ya separada de la pulpa se expone al sol durante tres o cuatro horas para el presecado. Posteriormente, en un lugar aireado pero a la sombra - la sustancia insecticida es sensible al calor -, se continúan secando hasta por veinte días y más, dependiendo de los grados de humedad de la semilla y del ambiente.

El insecticida industrial

Cuando la semilla tiene menos del 9% de humedad, ya está lista para extraer de ella el insecticida. El primer paso consiste en descascarillar la semilla, lo que se hace en un trillo de los que se utilizan para el café, adaptado al tamaño y a la dureza del nim. A la semilla se le quita una cascarita que la envuelve y con esa cascarita pulverizada se elabora un polvillo que sirve como base para el insecticida de nim en determinadas aplicaciones en seco, lo que refuerza su acción.

De la semilla ya completamente limpia se obtienen tres diferentes productos. La semilla pulverizada, conocida comercialmente como Nim-20, que se aplica disuelto en agua. El aceite de nim, que se obtiene al prensar la semilla. Puro, sirve para elaborar un jabón medicinal para la piel. Mezclado con emulsionantes es el insecticida CE-80, que se aplica también disuelto y en gotitas muy finas. Este producto es el único derivado del nim que tiene algún grado de toxicidad por los ingredientes emulsificantes que hay que agregarle para su utilización en la agricultura, aunque su peligrosidad para los seres humanos no es comparable con la de cualquier insecticida comercial. Por último, el Nim-25, que se obtiene de moler la torta prensada que queda después de que se extrajo el aceite. Este producto se puede aplicar disuelto en agua o en seco, dependiendo de la clase de cultivo y del objetivo que se persigue. Para su aplicación es recomendable mezclarlo con la cascarilla molida, aunque también puede utilizarse arena o aserrín.

Los tres productos tienen las tres acciones propias del insecticida del nim: son repelentes, detienen el crecimiento del insecto y afectan su fecundidad. Por su viscosidad, el nim emulsionable se adhiere a los orificios respiratorios del insecto, con lo que también le provoca asfixia. Por su sensibilidad al calor del sol, las tres sustancias deben ser aplicadas a los cultivos muy temprano en la mañana o al atardecer. Cuando las fincas son muy grandes y el insecticida ha de aplicarse con avionetas, hay que diseñarles complementos adecuados al nim.

El nim industrializado ha demostrado ser un insecticida excelente en fincas y plantaciones pequeñas y medianas. Se requiere menor cantidad que la de los insecticidas convencionales, los usos son más espaciados y los frutos, las verduras y todos los productos que se cosechan pueden ser consumidos sin ningún peligro, porque no es tóxico para los seres humanos. El buen precio y la gran demanda que tienen hoy los productos orgánicos - cultivados sin químicos - hace un más atractivo para los agroexportadores el insecticida de nim.

Los socios de COPINIM facilitan los productos insecticidas que elaboran a precios muy favorables, sin aspirar a ganancias excesivas. Sus fines no son el lucro, sino una vida digna en una Naturaleza respetada. "Nosotros queremos facilitar al campesinado nicaragüense una solución al problema de las plagas, que les resulte favorable para sus cultivos y para sus bolsillos - explica Manuel Moraga, socio de COPINIM -. Producimos para poder vender a precios favorables. Y también compramos semilla de nim a quienes tienen algunos árboles en sus fincas y les producen más de lo que ellos necesitan". Para facilitar aún más las cosas, y por la escasez de dinero en el campo, usan frecuentemente el trueque: la semilla que llega a la planta se paga al campesino en forma de insecticida elaborado.

Lo primero de lo primero: Nicaragua

En tratamiento del nim, Nicaragua es el país que está a la cabeza, abriendo caminos, acumulando experiencias y ya con capacidad de vender tecnología.

La planta de COPINIM es la más avanzada que existe hoy en el mundo para el tratamiento de las semillas de nim y la elaboración de insecticidas. Su tecnología y su desarrollo industrial se perfeccionan constantemente mediante el diseño y fabricación de nueva y más adecuada maquinaria.

Las investigaciones continúan con el apoyo y el financiamiento de la Fundación UNVERTAILEN, de Alemania, Pan para el Mundo, también alemana y Tierra del Futuro, de Suecia. La calidad del producto de COPINIM, sin recurrir a la publicidad ni al sucio procedimiento de los "mercados cautivos" que tanto gustan a las transnacionales químicas de la contaminación, ha hecho que su fama se extienda por toda Nicaragua y ya la demanda supera a la oferta. También ha trascendido la fama las fronteras nacionales y los pedidos llegan desde muy lejos, con tentadoras ofertas en dólares.

Pero los socios de esta singular cooperativa no escuchan estos cantos de sirena. "Lo primero es sastifacer la demanda nacional y liberar a nuestro país del uso de insecticidas venenosos - afirma Moraga -. Después, cuando hayamos resuelto nuestros problemas, podremos comercializar los excedentes internacionalmente. Pero ahora no, no sea que lo que quieran es comprarnos nuestra producción completa para que volvamos a usar sus insecticidas venenosos. Nosotros estamos dispuestos a compartir nuestra tecnología con otros. Pero, lo primero de lo primero es atender a lo de casa".

Los gringos quieren patentar el nim

Los nicaragüenses están alerta. También lo están los campesinos de la India. Desde hace algún tiempo, las transnacionales del Norte "patentan" plantas y animales cuyas propiedades les interesan para experimentos y para negocios.

Con el mecanismo de las patentes se escribe el último capítulo del saqueo histórico del Norte contra el Sur. Funciona así: llega un biólogo extranjero a una comunidad campesina de un país pobre. Los campesinos comparten con el "afuereño" todos los conocimientos ancestrales que sobre las propiedades de una planta o un animal han acumulado durante generaciones. Y el visitante, de regreso a su país, agradece la hospitalidad patentando la planta o el animal y los conocimientos atesorados por otros. A partir de ese momento, nadie más puede utilizar ni realizar nuevas investigaciones con esa planta o animal ni utilizarlas biotecnológicamente sin pagar "derechos de autor" a quien lo patentó. El mercado mundial tiene mecanismos legales y comerciales eficaces para garantizar que esto se cumpla.

Así está empezando a ocurrir con el nim. Durante generaciones, los indios de la India utilizaron el nim como insecticida. Hoy, la compañía estadounidense W.R.Grace ha patentado una versión modificada del insecticida, que está comercializando en Estados Unidos como "insecticida orgánico". El movimiento popular hindú ha iniciado una campaña para impugnar el derecho de patente del producto. Entre otras acciones, el 3 de octubre/93, más de medio millón de agricultores se manifestaron en Bangalore exigiendo protección de "la soberanía sobre nuestras semillas" y de "los derechos de propiedad comunitaria".

Una historia de suspense

Terminamos con una historia ejemplar. Érase una vez una cooperativa allá por los lados de La Paz Centro, llamada San Gabriel, dedicada al cultivo del ajonjolí y la soya. Un mal día de 1992 los campesinos descubrieron que sus cultivos habían sido atacados por una plaga que se conoce como la "chinche de mancha". Decididos, aplicaron insecticida de nim con la asesoría del ingeniero René Marín, en aquel tiempo socio de la cooperativa y actualmente trabajando en el CIPRES, organismo no gubernamental que también promueve el nim.

Después de muchos años de trabajar según los dictados de la agricultura convencional, los campesinos estaban acostumbrados a que al día siguiente de la aplicación de un insecticida químico, el suelo amanece cubierto de insectos muertos. No ocurrió así esta vez. Cuando los campesinos fueron a ver sus cultivos en la mañana, se encontraron las chinches correteando entre las hojas, llenas de vitalidad.

Transcurrían los días y cada mañana las chinches amanecían más numerosas y más vigorosas. "Estábamos desesperados - recuerda René Marín -. Se considera que esta plaga es muy peligrosa para el cultivo cuando se ve una chinche por metro lineal. Nosotros llegamos a contar hasta diez". Una sola cosa evitó que los campesinos olvidasen su reciente disposición ecológica y regresaran a la agricultura convencional: no tenían dinero para comprar insecticida químico. Esa había sido la razón decisiva que les impulsó a recurrir al nim: es más barato. Y ésa fue la razón para que no desistieran.

Hasta que llegó la hora de la cosecha. Recogieron el ajonjolí y la soya y los llevaron desalentados a la comercializadora, calculando que si tenían suerte, por lo menos la mitad de los granos estarían dañados. Normalmente, en una cosecha obtenida con los procedimientos convencionales y que se considera buena, un 15% del grano sale dañado. Por eso, a los campesinos por poco se les saltan los ojos cuando les informaron que sólo habían perdido el 13% de los granos.

¿Qué había ocurrido? El nim había actuado como lo hace un producto "fabricado" por la Naturaleza: respetando la vida. Toda la vida. La de los insectos y la de los cultivos. Los insectos permanecieron vivos, pero no hicieron daño. Ese era el secreto. "Sería recomendable que, junto con los tarros de insecticida de nim, faciliten tranquilizantes fuertes, por lo menos en la primera experiencia", sugiere medio en broma, medio en serio, René Marín. El mismo ingeniero es un convencido de que el nim es una respuesta, pero en base a las experiencias que ellos han venido desarrollando presume que no es la respuesta.

Todos los insectos son capaces de desarrollar defensas eficaces contra todos los insecticidas al cabo de unas pocas generaciones. Por esto es necesario seguir buscando nuevos, más y mejores procedimientos para proteger las cosechas: rotación de cultivos, alternancia de plantas en una misma plantación para que unas defiendan a otras, control biológico de las plagas, utilización del nim y de otros insecticidas naturales aún por investigar. Todos los procedimientos deben orientarse a proteger las cosechas, pero sin alterar el delicado equilibrio de la vida. De la vida de todos: plantas, animales y seres humanos, llamados a una armoniosa convivencia en este maravilloso Planeta Azul.

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