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Universidad Centroamericana - UCA  
  Número 135 | Marzo 1993

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El Salvador

El Bautismo de pueblo de Monseñor Romero

A los 13 años de su martirio, se acaba de publicar en San Salvador una nueva biografía del obispo Oscar Romero, el más universal de los salvadoreños. El libro, "Piezas para un retrato", de UCA-Editores, está construido con testimonios de quienes le conocieron. Como primicia, publicamos uno de sus capítulos, el que relata la "conversión" de Romero.

María López Vigil

San Salvador, 10 febrero 1977 ? los medios de comunicación confirmaron hoy oficialmente que la santa sede nombró a monseñor Oscar Arnulfo Romero Galdámez para presidir como arzobispo la arquidiócesis de san salvador. Romero estaba al frente de la diócesis de Santiago de María desde hacía poco más de dos años y sustituye a Monseñor Luis Chávez y González, arzobispo de San Salvador durante 38 años.

DESDE FINES DEL 76

Sabíamos que Roma estaba en consulta buscando nuevo arzobispo, porque a Chávez le tocaba renunciar por la edad. El nuncio promovió la candidatura de Romero y consultó al gobierno, a los militares, a los empresarios, a las damas de sociedad.
Le preguntaron a los ricos y los ricos dieron todo el apoyo al nombramiento de Romero. Sentían que era uno "de los suyos".

(Francisco Estrada)

LA OLIGARQUIA HABIA AVALADO

Su candidatura, eso se conocía en nuestros ambientes. Y hasta se hablaba de que algunos viajaron a Roma a gestionar su nombramiento y que uno de ellos fue Rodríguez Porth. No sé si será cierto, lo cierto es que se decía.

(Magdalena Ochoa)

EL FINAL DEL GOBIERNO DE MOLINA

Después del fracaso de la reforma agraria, fue de una represión tremenda contra los campesinos. Y ya empezaba la persecución contra la Iglesia. Sólo en febrero de aquel año habían torturado a cuatro curas, a cuatro los expulsaron del país por extranjeros, ya había allanamientos y amenazas contra religiosos, un ambiente muy feo. Monseñor Chávez pidió que se acelerara el cambio para que su sustituto le entrara a aquella crisis. Cuando supo que era Monseñor Romero se desalentó. Lo había tenido de auxiliar cuatro años y conocía sus
limitaciones.

-Es curioso -me dijo- que la Santa Sede no me haya hecho caso con Monseñor Rivera, que siempre fue mi candidato y lo sabían. Cuarenta años de arzobispo y no tuvieron en cuenta mi opinión...

Estaba dolido. Tal vez en Roma le temieron a Rivera, porque aunque no era un peleanchín, sabía debatir jurídicamente.

-¡Este Chompipón -así le decían a Rivera- es un comunista que sólo sabe ponernos en apuros!

Ese era el comentario de la derecha y de los militares. Tal vez en Roma dijeron: mejor Romero, que lo podemos manejar.

(César Jerez)

SE ME CAYÓ EL MUNDO

Encima cuando supe que Romero era el nuevo arzobispo. Mi fui a la UCA llorando amargamente.

-¡Yo no voy a obedecer a una Iglesia que tenga semejante jefe! ¡Ahora tendremos que irnos a las catacumbas!
(Carmen Alvarez)

LOS DELEGADOS DE LA PALABRA

De Morazán y de algotros lados quedamos en la mayor aflicción cuando supimos. Recuerdo que evaluamos con los padres franciscanos de Gotera y llegamos de viaje a una conclusión:

-¡Este nos va a fregar totalmente!
(Pilar Martínez)

YO TRABAJABA LIGADA

A varios sacerdotes progresistas en la organización campesina. Estábamos en una reunión cuando llego la noticia del nombramiento de Romero. Sin decirlo, todos habían temido que eso pasara. Y ocurrió. Sentimos que era un gran triunfo del sector oligárquico conservador. Y nos preparamos para enfrentarlo.

(Nidia Díaz)

EN CHILTIHUPAN ESTABA

En un cursillo de promoción popular.

-¡Olvidémonos! ¡Este hombre va a acabar con todo esto! -me dice otro cura.

Corrí a San Salvador. Le puse un telegrama a Monseñor Chávez. De despedida. Y a Rivera otro. De simpatía. Era a él a quien esperábamos de arzobispo. A Monseñor Romero no le puse ninguno, no lo felicité, no era sincero por mi parte. Estaba profundamente disgustado.

(Ricardo Urioste)

¡PUTA, YA LA CANTEAMOS!

Dijimos los seminaristas. Porque Monseñor Chávez había ido en un aceleramiento de compromiso, apoyado durante 17 años por Rivera, ¿Y ahora con Romero? ¿Para dónde jalar? A nosotros nos tocaba feo, porque si no nos poníamos a la par del nuevo obispo, ¡poca esperanza teníamos de llegar a ser curas!
(Juan Bosco)

DECIDI NO APARECER

En ningún festejo que se organizara. Y le puse un telegrama a Monseñor Romero: "Lo lamento. Ibáñez".

(Antonio Fernández Ibáñez)

ESTABA LIMPIA DE PREJUICIOS

No conocía nada de su vida, nunca había oído hablar de él. Pero cuando lo vi en la primera plana del periódico, vestido tan elegantemente con esos sus ropajes, dije: éste es uno más en la larga fila de los traidores.

(Regina Basagoitia)

NUESTRO CANDIDATO

Como el de la mayoría, era Rivera. Como Presidente de la Comisión de Justicia y Paz, yo había enviado a Roma una carta diciendo que era él quien tenía el consenso de la Iglesia. Confiaba en que lo eligirían. Aquel día un amigo me trajo El Diario de Hoy con la gran foto de Romero y va y me suelta, bien irónico:

-¡Ahí tienes a tu obispo!
Sólo pude hacer un acto de fe.

(José Simán)

-¡¿Y COMO DIOS

No nos libró de este hombre?!

-No metás al pobre Dios en los enredos del Vaticano...

-Sólo que como Romero es tan delicado de salud, no resista el trabajo de timonear esta Iglesia y... ¡Y vaya de viaje!
(Plinio Argueta)

RECIBIMOS UNA INVITACION

Para ir a su toma de posesión los de la comunidad de base de la Zacamil. Decidimos no ir a nada. Y nos pusimos a hacer trabajo para que de las otras comunidades no fuera nadie. Nos sentíamos ovejas que no reconocían a su pastor.

(Carmen Elena Hernández)

TENIAMOS DESALIENTO

Por la mala noticia, pero tomamos la decisión de mandarle cartas. Yo por mi propia mano escribí dos con el acuerdo de la directiva comunal de mi cantón, San José del Amatillo. También hicieron cartas El Terrero, Conacaste, Los Naranjos, El Jícaro, La Ceiba, El Tamarindo. Tanto campesino organizado desde años no íbamos a quedarnos de brazos cruzados. Pero por todo lo que de él se comentaba, elegimos mejor la metodología de cartas. Diciéndole que declarara al lado de quién él estaba: "¿Cuál es su mensaje, Monseñor Romero? Quisiéramos saber si usted viene por los ricos o por nosotros los pobres".

(Moisés Calles)

DICEN QUE DICEN...

Que algunos curas viejos de Santiago de María y de otros lados, al saberse que Monseñor Romero se va de aquella diócesis rumbo a la arquidiócesis de San Salvador, lo han querido alertar bien alertado.

-Mire usted que aquello no es esto y esto no es aquello. Allá hay un clero levantisco, monjas que parecen alcaldesas mandonas y unas comunidades que han degenerado en pura política. ¡Pero lo peor que se va a encontrar allá es lo de Aguilares!
-Algo conozco de todo eso, yo viví en San Salvador hace pocos años...

-Pero en estos pocos años todo lo que ya era grave se hizo gravísimo. Y esa parroquia de Aguilares se ha convertido en un foco de agitación comunista. Esa tal experiencia campesina ha ido demasiado lejos, ¡aquello es un peligro nacional y usted va a tener que actuar!
-¿Creen que será para tanto? -pregunta Monseñor asustándose.

-¡Cuando decimos que la mula es parda es porque tenemos los pelos en la mano! ¡Póngale cuidado más que todo a Aguilares!

Y dicen que Monseñor Romero se quedó más preocupado de lo que ya estaba.

YO LO QUE HACIA ERA VENDER COMIDA

En la cabeza por todo Aguilares. En la mañana pasaba con sopa de pata o de gallina y en la tarde, atol de maíz tostado o atol de piña. El doctor me prohibió seguir llevando comida en la cabeza por lo caliente, y me tuve que ganar la vida de otro modo. Me fui a una tabacalera.

En Aguilares todo mundo me conocía, pero no sólo por la comida sino porque era la principal rezadora de allí. Cuanto muerto había, iban donde mí. Hacía también rezos de San Antonio, de San Judas, de Santa Eduvigis, del Carmen, del Niño de Atoche, de la Virgen de Guadalupe... ¡Días que hasta cinco rezos! Gente hay que cobra por eso, pero yo lo hacía con el corazón y no le ganaba nada. Mis niñitas aprendieron a cantar las avemarías y el mayor me ayudaba a hacer la segunda, así que a todos mis hijos los encaminé desde bichitos a los rezos.

Si un niño estaba muriendo me llamaban que fuera: a echarle el agua o por si moría a cantarle los parabienes, que se cantan a las 4 de la mañana. Aquí he venido a esta casa / sin que me haigan convidado / a cantarle los parabienes / a este niño amortajado. / Los padrinos de este niño / qué contentos no estarán / porque han dado un angelito / a la patria celestial.

Cuando el padre Rutilio Grande y los otros padres jesuitas llegaron a Aguilares con sus misiones de evangelización, investigaron y se dieron cuenta que a mí me conocía todo mundo. Era en diciembre del año 72 y en mi casa sólo estaban mis cipotes cuando llegó el padre Grande con los otros. Mi casita se miraba llena de flores porque yo estaba preparando la pastorela de Navidad.

-¡Aquí es donde vive la rezadora, una que se llama señora Tina? -preguntó el padre Rutilio.

-Sí, aquí vive.

-¿Y esta rezadora es de las cohetudas?

Mis cipotes no supieron qué contestar a esa pregunta. Los padres me dejaron razón que querían hablar conmigo. Yo sin entender por qué me habrían llamado, hasta me apesaró.

Cuando me encontré por fin con los padres jesuitas, les expliqué mi modo de vida. Y ellos, lo mismo: me comunicaron que querían hacer una evangelización en todo Aguilares.

-Para conocer a fondo a Cristo y al evangelio. ¿Vos leés la Biblia, Tina?

¡Ni Biblia tenía yo! Sólo un puño de novenas de santos andaba. Ya me fueron dando cuenta de sus planes.

-Con su permiso... -le dije al fin al padre Grande-. ¿Por qué preguntó usted si yo era... cohetuda?

Eso era lo que más me inquietaba a mí.

-Cohetudos son los religiosos, que sólo para arriba son, como los cohetes. Los que sólo rezan mirando arriba y no miran a los lados y no se preocupan por su prójimo.

-Pues cohetuda un poco sí he sido.

-Pero eso se arregla, Tina. Contamos contigo, necesitamos tu ayuda porque a vos te conocen todos.

Así empezó una amistad. Yo me sentí feliz, acogida y lista para ayudarlos. Usted sabe que uno, de pobre, se enaltece con ser preferido. Hasta aquel día yo tenía a los sacerdotes tan distanciados, tan divinos, que no me sentía digna de hablar con ellos. Y con éstos hasta me puse a trabajar a la par.

Empezamos a desarrollar comunidades. ¡Aquellas comunidades! La cosa empezó en Aguilares, de ahí nació todo.

(Ernestina Rivera)

LLEGO UN DIA EN CARRERA

Pegando gritos, haciendo volantines con su gorra de visera y moviendo las manos como era su maña.

-¡Ay, traigo la cabeza así de graaaande, ya no me caaaabe dentro nada más!!

El entendía que la cabeza era como un almacén para guardar ideas. Y había aprendido ya tanta cosa nueva que no le alcanzaba la memoria prodigiosa que tenía para poder recordarlo todo.

-¡Necesito aprender a escribir y a leer! ¡Para guardar más!

Durante tres años se había resistido a que el Cuache lo alfabetizara. Pero ahora que se decidió, en tres días ya estuvo. Nadie leyó tan ligero como él.

Polín. Apolinario Serrano. Del cantón El Líbano. Cortador de caña desde cipote, con dedos deformes de tanta zafra y machete. Tunquero trashumante por los lados de Suchitoto con una su red de conectes que sólo él conocía. Delegado de la Palabra de los cienes que nacieron con la experiencia de la parroquia de Aguilares. A no dudar, el más brillante de todos.

Y poco después, el más genial de los dirigentes campesinos salvadoreños. ¡Clase de líder Polín! A cualquier público se lo mete en la bolsa. Habla con refranes, con chiles, con historias de la Biblia. Y más que todo, con la realidad.

-No nos quieran dar dulce con el dedo. Mentira que este Polín es un campesino. ¡Ese debe haber hecho sus buenos cursos de ideología en Moscú!

Así dicen compas que no son de FECCAS-UTC cuando lo escuchan. No creen que Polín sea hombre de cutacha y calabazo sino que es un adiestrado político que anda camuflado.

Pero nunca habla de los tugurios, sino de "los tuburbios" y jamás dice proletariado sino "pobretariado".

Todo Aguilares entiende el palabrerío de este catequista, porque es uno de ellos, uno de tantos. Lo entiende y se organiza.

(Carlos Cabarrús / Antonio Cardenal)

TODO AGUILARES LLEVA AÑOS

Creciendo en conciencia y organización escuchando a su párroco, al padre Rutilio Grande.

"Unos se santiguan: en el nombre del padre -el pisto-, y del hijo -el café-, y del espíritu -¡mejor que sea de caña!-. Ese no es el Dios Padre de nuestro hermano y señor Jesús, que nos da su buen Espíritu para que seamos hermanos por igual y para que, como seguidores cabales de Jesús, trabajemos por hacer presente aquí y ahora su reino.

No sean cohetones, bulla y ruido allá arriba, ¡allá arriba! ¡Aquí abajo, aquí abajo hay que componer el bonche! Dios no está en las nubes acostado en una hamaca. A él le importa que las cosas les vayan mal a los pobres por aquí abajo.

Ya he dicho muchas veces que no venimos con machetón o guarizama. Lo nuestro no es eso. Nuestra violencia está en la Palabra de Dios, que nos fuerza a cambiarnos y a mejorar este mundo y nos pone por delante el gran tareyón de cambiar el mundo.

Mucho me temo, hermanos, que si Jesús volviera hoy, bajando de Galilea a Judea, o sea de Chalatenango a San Salvador, yo me atrevo a decir que no llegaría con sus prédicas y acciones hasta Apopa. Lo detendrían a la altura de Guazapa. ¡Y duro con él, hasta hacerlo callar o desaparecer!

Las chiltotas tienen un conacaste donde colgar sus nidos, para vivir y cantar. Al pobre campesino no le dejan ni un conacaste ni un puño de tierra para vivir o para que lo entierren. Los que tienen voz, pisto y poder se organizan y disponen de todos los medios a su alcance. Los campesinos no tienen tierra ni pisto ni derecho a organizarse, a que se oiga su voz y a defender sus derechos y dignidad de hijos de Dios y de esta Patria.

Somos hijos de esta iglesia y de esta Patria, que se dice del Divino Salvador del Mundo. No vale decir: ¡sálvese quien pueda con tal de que a mí me vaya bien! Nos tenemos que salvar en racimo, en mazorca, en matata, o sea en comunidad".

"LA MISION DE LOS PADRES DE AGUILARES

Llegó al cantón el 25 de marzo de 1973. Antes de que llegara la misión, eso era tremendo. Entonces el cantón era una chaparrera, puro aguardiente clandestino. Se emborrachaban y hacían unas babosadas. Y toda esa gente, sólo en la embriaguez pasaba, sólo en el guaro, en joder la vida. Pero después de la misión se cortó eso de plano. Nada de sacaderas, sólo quedaron así como cervecitas, pero la gente fue botando los vicios. En otras cosas que cambió el cantón es que antes cada uno jalaba para su punta. Ahora hay ayudas en colectivo, gente que no está organizada pero que se ofrece a alguna acción. Enemistaderas entre caseríos: todo eso cambió. Ahora todo eso ha cambiado. La misión la recibieron con los brazos abiertos. Entonces, quedaron un cachimbo de delegados, como 30 delegados animosos. Se veía en el ánimo de la gente".

(Poblador del cantón El Tronador de Aguilares. Citado por Rodolfo Cardenal en "Historia de una esperanza. Vida de Rutilio Grande". UCA-Editores, 1985)

DICEN QUE DICEN...

Que a una viejita muy viejita de un cantón por el lado de Aguilares le preguntaron un día:

-Y usted, ¿se acuerda todavía del padre Grande?
-Sí, me acuerdo.

-Y de todo, ¿qué es lo que más recuerda de él?
-Lo que más, lo que más, que un día me preguntó qué pensaba yo... Nadie nunca me había hecho esa pregunta en mis 70 años.

GRANDES HACIENDAS DE CAñA DE AZUCAR

Dominan Aguilares. Ingenios con millones de hectáreas. Los multimillonarios de allá, los De Sola que tenían La Cabaña, los holandeses que tenían San Francisco y los Orellana que tenían Colima, habían ido empujando a miles de campesinos a los pedregales y les arrendaban aquellas laderas pelonas trepándoles los alquileres de año en año. Cuando los campesinos fueron entendiendo que aquella ingratitud no era voluntad de Dios, armaron varias huelgas sonadísimas.

Antes que huelgas, habían querido hacer otra cosa: cooperativas agrícolas. Pero cuando las cooperativas empezaron a agarrar fuerza, les dormían en San Salvador todos los trámites para conseguir el equipo, la semilla o lo que fuera. Entonces le entraron a las huelgas, a las manifestaciones, a todo. Como espuma crecía aquello y por las calles de San Salvador se llegaron a juntar hasta 10 mil campesinos de la zona reclamando mejores salarios en las cortas de café o de caña.

En mi parroquia de Guazapa, allí pegadito, se hizo el mismo camino. La empezamos a misionar en 1976, al estilo que lo hacían los de Aguilares. Los curas pasábamos quince días en cada cantón, visitando una por una las casas y hasta haciendo los tiempos de comida en una casa distinta cada vez, para así tener bien conocido a todo mundo. Eran misiones para despertar en los campesinos una visión distinta del cristianismo. Motivarlos a luchar por su liberación. Aplicábamos a la evengelización el método alfabetizador de Freire: que fuera saliendo de los mismos campesinos el cambio.

-Dentro de la semilla está la fuerza del árbol -así les decíamos- Dentro de ustedes, la fuerza de su liberación.

Aunque no supieran leer, a cada uno le dábamos su nuevo testamento. Todas las tardes hacíamos reuniones amplias con la comunidad reunida. Grupos, cantos, oraciones. Reflexionaban sobre la Biblia. Era una sacudida tremenda para el campesino hablar y ser escuchado, ver que sus paisanos valoraban y comentaban lo que él decía. ¡Qué más! Al terminar la misión quedaba formada una comunidad y se elegía por votación democrática a los Delegados de la Palabra. Para estos líderes organizábamos cursos de formación en Aguilares, ya más completos.

Al poco de que habían abierto los ojos leyendo la Biblia, los campesinos venían siempre con la misma pregunta:

-Si esta pobreza no la quiere Dios, ¿qué tenemos que hacer?

(José Luis Ortega)

TANTO POBRERIO ABRIENDO LOS OJOS

Tanto campesino reclamando. Y nada. Pura represión era la respuesta.

-El gobierno ya no me respeta.

De eso se me quejó Monseñor Chávez muy abatido unos días antes de dejar la arquidiócesis.

-Ya ni le ponen atención a lo que les exijo. Es necesario que el nuevo arzobispo empiece a gobernar pronto... -decía apesadumbrado Chávez.

Las cosas estaban cada vez más declaradamente enredadas. Las elecciones del día 20 habían sido de nuevo una payasada, un fraude. El 22 de febrero mi mamá me dio la noticia:

-¿Sabés? Escuché que hoy consagran a ese Monseñor Romero.

Todo se hizo de prisa. Gran parte de los curas ni sabíamos. Fue una ceremonia por sorpresa.

-Pues tu hijo se va de este país -le dije a mi mamá- ¡Yo no puedo trabajar con ese hombre!!

Hacía 20 años había sido mi amigo, pero tal como estaban las cosas, trabajar con él no iba a poder soportarlo.

De al tiro y de curioso me fue corriendo a la iglesia de San José de la Montaña, a ver la ceremonia. Entré por el lado del seminario, se escuchaba la música del órgano, los cantos. Me metí a la iglesia. Estaba el nuncio Gerada, algunos obispos. De curas y religiosas, un puñadito. Más que todo habían ido a despedir a Monseñor Chávez y no a recibir a Romero. Sobre todo había diplomáticos, las clases medias altas todas empericuetadas, gente del gobierno, los grandes oligarcas... Les pasé revista. A cuántos de ellos no conocía... Cuántos "rollos" de cursillos de cristiandad no les había predicado años atrás... ¿Y para qué sirvió? ¿Se habían convertido?

(Inocencio Alas)

San Salvador, 26 febrero 1977 - El General Carlos Humberto Romero, del Partido de Conciliación Nacional, fue proclamado hoy oficialmente nuevo Presidente de la República de El Salvador por doble número de votos que el candidato de la coalición opositora UNO, Coronel retirado Eduardo Claramunt. El resultado de las elecciones, celebradas el día 20, no se hizo definitivamente público hasta hoy.

Mientras tanto, continúan los disturbios en la capital salvadoreña, al reclamar para sí la victoria los partidos de oposición agrupados en la UNO, denunciando las elecciones como fraudulentas. Desde hace dos días miles de airados opositores ocupan ininterrumpidamente
la Plaza Libertad, contigua al Palacio Nacional, advirtiendo que no la abandonarán si no se revisa el conteo de votos y la cadena de irregularidades que según ellos caracterizó estas elecciones. Para mañana, domingo 27, está prevista una masiva concentración de protesta en la misma Plaza Libertad.

LLEGARON UNAS 60 MIL PERSONAS.

Aquella plaza estuvo abarrotada todo el día. Y al atardecer, hasta se celebró una misa. Había allí bastante gente de las comunidades cristianas. La tensión era enorme.

-Van a desalojar por la fuerza esta noche...

En la UNO tuvimos la información ya desde temprano. Los militares estaban decididos a cualquier masacre para acabar con semejante concentración de gente. Pero tampoco nosotros íbamos a abandonar el campo fácilmente.

-¿Qué hacemos...?

Decidimos buscar a Monseñor Romero, que era nuevo arzobispo desde hacía sólo cinco días, para que viera de detener la matancina.

-Localizalo vos que lo conocés -me encargaron a mí.

Romero no estaba en el arzobispado, no estaba en ninguna oficina en donde lo busqué. Por fin, me di cuenta que andaba en Santiago de María resolviendo no sé qué asunto. Lo encontré bien tarde y por teléfono.

-Mire, Monseñor, ya es noche y son como siete mil personas las que hay aquí en la plaza...

-Sí, cómo no, estoy al corriente...

-Hay mujeres, hay niños, y la gente está dispuesta a quedarse toda la noche, no se van a mover...

-Sí, como no...

Le expliqué lo del ejército, la información que teníamos, que iba a haber desalojo a como diera lugar...

-Sí, sí, entiendo perfectamente.

-Entonces, Monseñor, creemos que si usted estuviera aquí, tal vez no se atrevan a actuar con tanta violencia.

Silencio.

-¿Me escucha, Monseñor?
-Sí, sí, le oigo.

-Le suplicamos que venga, pues, usted es nuestro pastor...

-Sí, pero...

-Lo necesitamos aquí, pueden matar a mucha gente esta noche, dentro de unas horas...

Silencio.

-¿Me oye, Monseñor?
-Sí. sí...

-Entonces, ¿va a venir? ¿Le esperamos?
-Los encomendaré a Dios en mis oraciones.

Y colgó el teléfono.

(Rubén Zamora)

¿ESTABAMOS DE ACUERDO CON LA UNO

Y con enfrentar a los militares en elecciones? Qué va a ser. Cualquiera sabía que aquello no remediaba nada. Pero también veíamos que estar en aquella plaza era una forma de denunciar. Vaya, que nuestra comunidad eclesial de la Zacamil, con todo y curas, nos fuimos a meter a la manifestación. Sonada resultó.

En la noche, a la hora del tiroteo, el molote fue tal que nos arrastraron por la calle.

-¡Al Rosario! ¡Todos al Rosario!

Cuando logramos entrar a la iglesia, ya estaban cayendo a nuestros pies los primeros muertos. Perdimos los zapatos, no sé cómo no perdimos más. ¡Esa iglesia estaba topada hasta el fondo de gente! Nos ahogábamos con los gases lacrimógenos...

-¡¡Chicas, chicas!! -oímos que nos gritaba Odilón Novoa, un líder de la comunidad.

Nosotras tres éramos novatas, pero él tenía una larga experiencia en volados así violentos y de precavido hasta nos había llevado bolsitas de agua con bicabornato y pañuelos para los gases.

Cantidades de gente de las que allí estábamos aquel día creíamos que Monseñor Romero era pariente del General Romero, el "ganador" de las elecciones. Así de ligados en el poder los sentíamos a los dos y recuerdo que algunos gritaban en medio de aquella samotana:

-¡Buena pareja! ¡Mientras un Romero nos penquea, el otro Romero lo va a aplaudir!

(Noemí Ortiz)

El Salvador, 28 febrero 1977 - En las últimas horas del día de ayer, el ejército de este país centroamericano abrió fuego indiscriminadamente contra una multitud de manifestantes opositores que ocupaban desde hacía varios días la Plaza Libertad. Según algunas fuentes, más de cien muertos y un número aún no determinado, pero muy superior, de heridos es el balance inicial del violento desalojo.

Al comenzar el tiroteo, muchos de los manifestantes lograron refugiarse en la cercana iglesia de El Rosario, situada a un costado de la plaza. En horas de la madrugada, el hasta hace unos días arzobispo de San Salvador, Monseñor Luis Chávez y su auxiliar, Monseñor Rivera y Damas, pactaron una especie de tregua con los militares para que pudieran ser evacuados del templo los que allí se resguardaron durante horas de la balas y los gases lacrimógenos con los que el ejército atacó a los manifestantes. El nuevo arzobispo metropolitano, Monseñor Oscar Romero, estuvo ausente de la capital durante estos sangrientos sucesos.

DECRETARON ESTADO SITIO.

Aquel día tocaba reunión del clero de San Salvador. Fuimos. Estaban todavía unos camiones del gobierno recogiendo muertos para irlos a botar a saber dónde y unas cisternas de los militares lavando con mangueras el sangrerío de la Plaza Libertad.

Monseñor Romero, que se estrenaba como arzobispo presidiendo la reunión, había elegido a Rutilio Grande para que expusiera el tema del avance del protestantismo en el país.

-¡Tener que hablar de esto con semejante situación! -nos había dicho Rutilio, quejoso-. ¡Romero está en las nubes!

Pero no se le negó.

-Bueno, Rutilio -le dice Romero al hacer la presentación-, yo sé que usted tiene su modito y sabrá decirnos algunas cosas que nos van a hacer mucho bien a todos...

Rutilio agarró la onda y empezó a hablar, pero a cada momento llegaban noticias...

-Venite, hombre, parece que hay gente de tu comunidad desaparecida...

Salía uno, entraba otro, todo era un murmulleo...

-¡Se acabó! -el mismo Rutilio fue el que se interrumpió-. ¡Yo creo que hoy no es día, hay cosas más importantes!

Monseñor Romero aceptó posponer lo de las sectas para otro día. Otro día que jamás llegó. Todo se iba a precipitar en el país. La reunión se convirtió enseguida en un intercambio de informaciones sobre la masacre de la plaza... ¿Qué íbamos a hacer?

Monseñor Romero parecía pollo fuera del corral. Estaba aturdido. Decidimos elaborar unos boletines para mantenernos informados y aprobamos que todos los obispos publicaran cuanto antes un mensaje denunciando la crisis nacional.

-Las puertas del arzobispado estarán abiertas de día y de noche para cualquier emergencia -dijo Monseñor Romero.

No pudo menos que proponer algo él también. Pero estaba aturdido.

(Salvador Carranza / Inocencio Alas)

LAS COSAS SEGUIAN COLOR DE HORMIGA.

El 10 de marzo tuvimos una primera reunión especial de curas y monjas, más de 150, convocados por Monseñor Romero.

-Se trata hoy de analizar cómo quedan los sacerdotes extranjeros.

En aquellos tiempos lo capturaban a uno y lo ponían en la frontera, o por cuestión de papeles te negaban el permiso de residencia y te expulsaban. Cada vez había más casos de éstos, arbitrariedades del gobierno.

La situación de los curas de Aguilares era yuca, por ser una zona de muchos conflictos de tierra. Y los dos que éramos extranjeros ya ni dormíamos en la parroquia, andábamos escondiéndonos.

-¿Qué cree entonces, Monseñor? -le preguntó Rutilio Grande a Romero en el plenario-. ¿Los que andan encuevados ya pueden salir a la luz y bajar al valle?
-Sí, salgan. Mantengan alguna precaución, pero ya verán que las cosas se van a ir suavizando.

El seguía confiando en el gobierno. Sabíamos que Molina, el presidente saliente, era su amigo personal.

Al terminar la reunión, Romero trató de tranquilizarnos aún más a los de Aguilares.

-A ustedes, por ser jesuitas, no creo que les vaya a pasar nada. Anden sin cuidado al trabajo pastoral del domingo... Y mirá, -le dijo allí en el pasillo a Rutilio Grande-, de toda esa experiencia de estos años en Aguilares tenemos que platicar. Ustedes tienen mucho conocimiento de esas organizaciones populares, que a veces son muy radicales y hasta violentas... ¿Qué te parece estudiar eso en reuniones así como ésta?
-¡Primero Dios, Monseñor! Cómo no...

No se vieron más. Había sido la primera reunión de Romero como arzobispo. Y la última de Rutilio. Pero ninguno de los dos lo sabía cuando se despidieron.

(Salvador Carranza)

TRES NIÑOS, SUCIOS DE TIERRA Y SANGRE

Corren entre los cañales hasta llegar a El Paisnal con la mala noticia:

-¡Mataron al padre Tilo!

Varios hombres emboscaron su safari en la carretera polvosa, pasado el cantón Los Mangos y descargaron una lluvia de balas sobre el padre Rutilio Grande, que iba manejando, sobre el viejito Manuel, fiel guardián del padre, que trató de cubrirlo con su cuerpo y sobre Nelson, el niño epiléptico que tocaba a veces las campanas de la iglesia de Aguilares.

Los tres cipotes mensajeros llegan diciendo que se salvaron porque el chorro de balas no llegó al asiento de atrás, donde iban ellos:

-¡Onde dispararon, les miramos las caras a los matadores!
-¡Tá finado el padre, ya no habla!

En El Paisnal, el lugar donde había nacido, se han quedado esperando al Padre Rutilio para que les celebre el segundo día de la novena del Señor San José. En vez de tirazón de cohetes hay llanto.

Todos corren entre los cañales a ver si es cierto lo que dicen los niños. Y es verdad: el padre Tilo no se mueve, no habla. Ya nunca más le escucharán la buena noticia del evangelio:

-Dichosos ustedes, los pobres, Dios quiere que dejen de serlo.

A EL NO, AL UNICO

Que pensábamos que no iban a matar era a él, a Rutilio. Primero se volarían a Chamba, que era español. O a mí, panameño. Y en la comida del día anterior bromeábamos porque nos habían abierto a navajazos una cruz en la ventana del carro de la parroquia. Como amenaza.

-¡Después de la cruz, toca ponernos la bomba!

Pero lo decíamos chileando, no lo creíamos. Aquella tarde de sábado, cuando terminé la misa en El Tablón, llegó corriendo un campesino.

-Un accidente ha de haber tenido el padre Tilo antes de llegar a El Paisnal. Han visto su carro volteado en el camino...

Con él y otros campesinos anduve los cinco kilómetros que median entre el Tablón y El Paisnal. Cuando llegué era un solo alboroto aquel pueblo. Sí, nos lo habían matado. Nos habían matado al cura salvadoreño de mayor prestigio en la arquidiócesis, al padre espiritual de dos generaciones de curas desde el seminario. A Tilo, pues, a mi hermano. En medio de aquel tumulto, alguien me habló por la espalda, pero bien clarito para que no dejara de escucharlo.

-¡Te salvaste, cabrón!

Cuando me volteé, ya no vi a nadie. De un solo caí en la cuenta: a mí también pensaron matarme porque fue en el ultimísimo momento que le dejé mi lugar al viejito don Manuel y mejor tomé el bus que iba a Tacachico para de ahí llegar a El Tablón y no atrasarlos a ellos.

Agarré para Aguilares. Un carro me dejó a la entrada, quería caminar solo ese tramo que lleva hasta la parroquia. Las calles vacías, silenciosas, ya era noche... Al acercarme a la plaza, todo respiraba duelo. Los campesinos se dejaron venir, iban llegando todos. Entré. Rutilio estaba tendido en la mesa en la que comíamos. Chorreaba sangre por la espalda. Don Manuel en otra mesa. Las balas le habían descuajado un brazo. Nelson, pobrecito, tenía un solo tiro redondo, perfecto, en el centro de la frente. Era cierto, los mataron. Y yo me había salvado. Me salvé, cabrón...

(Marcelino Pérez)

MAS O MENOS A LA HORA

n que estaban matando a Rutilio Grande, Monseñor Rivera se reunía con los muchachos de un equipo parroquial de San Salvador. De repente, Monseñor Romero llegó, interrumpió la reunión. Venía apremiado.

-¿Pero qué le pasa?

Todos los obispos, también él, habían firmado un mensaje pastoral bastante valiente que tocaba leer en las iglesias al siguiente día. Para esa hora, a Romero le habían llovido las llamadas, las visitas, las presiones de amigos suyos de San Miguel, de gente del Opus Dei que le tenían la gran confianza.

-¿Y cómo usted, Monseñor, se ha dejado engañar por los comunistas?
-¡Eso que ha firmado va a empeorar las cosas!
-Y ahora que es usted el arzobispo, ¿cómo no paró esa locura?

Llegó Romero, pues, donde Monseñor Rivera y ahí nomás delante de todos, le soltó su angustia.

-A mí me parece que este mensaje es inoportuno. Es parcial, es parcial...

-Claro que es parcial -le dijo Rivera-. En estos momentos tenemos que ser parciales, estar de parte de los que están sufriendo.

Tuvieron un alegato. Y Monseñor Romero regresó a su despacho dándole vuelta todavía a sus dudas. Al poco sonó el teléfono. Era el Presidente saliente, su amigo el Coronel Molina.

-Gusto de oirlo, señor Presidente...

-Monseñor, tengo que darle una noticia. Me acaban de informar del asesinato del padre Rutilio Grande cerca de Aguilares.

-¿Rutilio...?
-Con mi más sentido pésame, quiero comunicarle dos cosas. La primera, que el gobierno no tiene absolutamente nada que ver con este hecho. Y la segunda, que haremos una investigación exhaustiva para dar con los asesinos.

Monseñor Romero no dijo nada. Colgó. Rutilio, su amigo de años, asesinado... Después fue poniendo pausadamente en orden las cuartillas en donde estaba escrito el mensaje que sí, que iba a leer al día siguiente.

(José Luis Ortega)

YO LE QUITE LOS CALCETINES

Todos rempapados de sangre. Yo ayudé a desvestirlo al padre Grande. Yo lo recibí muerto. Cuando escuché la noticia sentí que me levantaban en el aire y de vuelta caía contra la tierra. Quedé tan entuturutada que no sé ni cómo llegué a la parroquia. Y esta es la hora en la que me pregunto cómo hice para vivir las tantas cosas de aquel día. Yo lo amaba. Por eso guardé para conservarla siempre una telita con su sangre.

Los padres me dieron permiso para estarme allá las dos noches que los velamos en la parroquia de Aguilares, todos reunidos recordando las grandes comunidades que habíamos hecho con él.

Era medianoche cuando llegó Monseñor Romero a verlo muerto. Se acercó a la mesita donde lo pusimos, envuelto en su sábana blanca, y allí quedó mirándolo y en el modo de mirarlo se echaba de ver cuánto lo amaba él también. No lo conocíamos a Monseñor hasta entonces. Y esa noche le oímos por primera vez la voz en una predicación.

Cuando lo vamos escuchando fue la gran sorpresa.

-¡Ay, hasta que es la misma voz del padre Grande! -eso dijimos todos.

Porque nos pareció que allí mismo la palabra del padre Rutilio se traspasara a Monseñor. Allí mismo, veramente.

-¿Será que Dios nos hace este milagro porque no quedemos huérfanos? -le dije quedito a una mi comadre.

(Ernestina Rivera)

AL RATO DE LLEGAR

Monseñor Romero se sentó junto a mí a platicar. Como a las 3 de la mañana vinieron dizque a hacerle la autopsia a Rutilio. Sin poder sacarle ni una bala, porque el instrumental era pésimo, ya dedujeron claramente por los impactos que eran del calibre de las armas que usaban los cuerpos de seguridad. Pero hasta ahí llegó la investigación, no hubo más.

Estábamos platicando sobre esto Romero y yo cuando veo que se lleva la mano al bolsillo de la sotana y se saca un poco de billetes todos arrugados y me los da.

-Padre Jerez, esto es para que ustedes se ayuden en todos los gastos que van a tener...

-Pero, Monseñor, cómo va a ser...

-Sí, padre, estas cosas cuestan y así no tienen que andar tan ajustados...

-Pero, Monseñor...

Por fin le acepté. De los jesuitas Romero desconfiaba mucho, pero a Rutilio siempre lo había apreciado. Le acepté y seguimos hablando de otras cosas.

Aquel gesto me destanteó. Monseñor Romero no era hombre de andar chequera. No la tenía entonces ni nunca la tuvo, no era ése su estilo. Era más casero, más familiar. Aquella noche me pareció como cuando en una familia hay un muerto y llega un tío y se te acerca porque eres el jefe de familia y te da un poco de su pisto, como queriendo decir: también es mi muerto, quiero poner mi parte.

(César Jerez)

-PREPARE UNA MISA

Padre Marcelino.

-¿Ahora, Monseñor...?

Eran como las cuatro de la madrugada.

-Sí, vamos a celebrar, escoja usted mismo los cantos y las lecturas y llevemos los cadáveres a la Iglesia.

Me puse a alistarlo todo. Con Chamba era imposible contar, sólo era llanto y llanto, no paraba de llorar. El patio de la parroquia estaba lleno de campesinos organizados en FECCAS. Nosotros preparábamos la misa y ellos preparaban un comunicado, estaban enardecidos.

-Padre, dígame, ¿todos esos son organizados? ¿Son de FECCAS...? -me dice Monseñor Romero muy asustado.

-Sí, todos son de FECCAS -como que viera diablos, pensé yo.

-¿Y van a...?

Pero ya ni terminó la frase.

No teníamos ataúdes. Con unos campesinos cargamos los cadáveres en sábanas y los pusimos a los tres delante del altar.

-¿Cuáles van a ser las lecturas? -me dice Romero.

-Pues el evangelio de Juan: "Nadie tiene amor mayor que el que da la vida"...

-Está bien. ¿Y la primera lectura?
-¡Esa ya está hecha!
-¿Cómo que ya está hecha...? -él preocupado.

-Ellos tres son la primera lectura. ¿No le parece, Monseñor que no hay que hablar mucho esta noche, que ellos ya lo dijeron todo?

No me contradijo. Tal vez traqueteado ante tamaña realidad.

(Marcelino Pérez)

"...SUMAMENTE PREOCUPADO POR EL ASESINATO

Perpetrado en el padre Rutilio Grande y dos campesinos de su parroquia de Aguilares que le acompañaban, me dirijo a usted para manifestarle que surgen en torno a este hecho una serie de comentarios, muchos de ellos desfavorables a su gobierno. Como aún no he recibido el informe oficial que usted me prometió telefónicamente el sábado por la noche, juzgo de suma urgencia que usted ordene una investigación exhaustiva de los hechos, dado que el supremo gobierno tiene en sus manos los instrumentos adecuados para investigar y ejecutar la justicia en el país... La Iglesia está dispuesta a no participar en ningún acto oficial del gobierno, mientras éste no ponga todo su empeño en hacer brillar la justicia sobre este inaudito sacrilegio que ha consternado a toda la Iglesia y probado en todo el país una nueva ola de repudio a la violencia..."

(Fragmentos de la carta escrita por Monseñor Romero al Presidente Molina el 14 de marzo. Citada por James R. Brockman en "La Palabra queda. Vida de Mons. Oscar A. Romero" UCA-Editores, (1985).

NO ERA SOLO A RUTILIO.

Aquello era una persecución bien organizada que apenas comenzaba. Ese mismo día 12 de marzo pensaban matar por lo menos a tres curas más. En la tarde, a la hora en que ametrallaron a Rutilio, le dispararon en Tecoluca al vehículo del padre Rafael Barahona y por error mataron a su hermano, que lo andaba manejando.

El otro a matar era Tilo Sánchez, pero como era experto en disfraces, logró escapar. Ni sé cómo lo logró ese día, si vestido de cuilio o de tacuazín. Yo era el cuarto en la lista. El sábado 12 estaba en un caserío después de celebrar un matrimonio cuando llegaron a avisarme:

-Mire, padre, esto está bien feo, unos civiles armados andan por ahí dando vueltas, parece que reconociéndolo a usted...

El dentista de allí ofreció sacarme en carrera por un camino no muy transitado. Al poco de irme llegaron aquellos civiles con unos uniformados de la guardia, desbarataron la fiesta y capturaron al hijo de la dueña de la casa en donde acostumbraba reunirse la comunidad.

A los días salió en El Diario de Hoy este titular: "Incendiario acusa a cura". Leo y miro que "el incendiario" era el cipote capturado. Contaban que lo habían apresado mientras se dedicaba a pegarle fuego a los cañales de la zona cumpliendo órdenes del padre Trini Nieto, yo mismo. Había "confesado" también que en casa de su mamá se planificaban con el cura, yo mismo, "todas las acciones de sabotaje y delitos de destrucción que llevan a cabo los terroristas del lugar".

De sobra sabíamos que aquello era un plan armado por aquel diablo de D'Aubuisson. Empecé a esconderme.

(Trinidad Nieto)

EL ENTIERRO DE RUTILIO

Sería el día 14. Anocheciendo el día 13, Monseñor Romero nos llamó de urgencia a su oficina.

-Necesito que vayan ahora mismo a Aguilares a arreglar lo de las tumbas. Quiero que los tres queden enterrados juntos en la iglesia de El Paisnal, Rutilio en el centro, y que las fosas me las cubran todas de ladrillo, de arriba a abajo...

-Usted manda, Monseñor...

-Pero deben ir ahora mismo, para que todo esté listo para mañana.

¿Ahora mismo? Aguilares estaba totalmente militarizado a esas horas de la noche. Nos vio tal vez la cara de miedo, pero qué va a ser, siguió pidiéndonos favores...

-También quiero que ustedes hablen esta misma noche con los comandantes...

¡¿Con los comandantes?!
-Sí, sí, busquen a los dirigentes comandantes guerrilleros de las organizaciones de por ahí y vean de convencerlos para que no vayan a volantear propaganda durante la misa. Díganles que yo les pido que no conviertan el entierro en un acto político.

¡Más grave el volado! ¡A aquellas horas de la noche ir a buscar "comandantes"!

-Cómo no, Monseñor...

¡Ahí nos matan!, nos dijimos Jon Cortina y yo al salir de su despacho. Y nos fuimos decididos a que nos mataran.

Llegamos a Aguilares a medianoche, aquello verdeaba de uniformes. De primeras, buscamos a un hermano de Rutilio.

-¿Vos conocés a estas horas algunos albañiles que nos puedan abrir las fosas para el entierro de mañana?

Conocía. Estaba también la otra tarea, la de localizar "comandantes"...

-Yo sé por dónde andan -nos dijo él.

Nos fuimos hacia El Paisnal. A la salida y a la entrada de Aguilares, nos pararon los guardias. Nos tocó pasar varias veces esa noche por el mismo lugar donde horas antes habían matado a Rutilio.

Empezamos por lo de cavar las fosas... Duro, pues. Con los años tuvimos que abrir tantas otras, pero aquella era para enterrar a Tilo y aún no estábamos acostumbrados a semejantes tristezas...

Los albañiles iban ligero, les adelantamos algún pisto y nos fuimos a cumplir la otra tarea, la más tremebunda.

Santo Dios, andando como dos horas por aquellas oscuranas, subiendo y bajando montes... Hasta que encontramos a unos compas. Yo no sé si serían comandantes, pero hablaban con autoridad y algo debían ser. Les explicamos lo que mandaba a decir Monseñor Romero. Fue una discutidera. Ellos pensaban volantear, cómo no, si era el primer sacerdote asesinado en el país y era además Rutilio, al que estimaban tanto.

-Ustedes volantean y después se pueden esconder, pero la gente queda aquí y luego los de ORDEN vienen a matarlos -les decíamos nosotros
-¡Pero nosotros tenemos que expresar lo que el pueblo siente! -nos decían ellos.

Aquello se alargaba. Para ellos no pesaba nada la autoridad de Monseñor Romero. Les era un desconocido... o peor, un usurpador del cargo que muchos de ellos también habían deseado para Monseñor Rivera. Al final se convencieron: durante la misa y el entierro, nada de propaganda política.

-¡Pero cuando echen la bendición final, ahí somos libres de volantear! -dijeron decididos.

Hecha la negociación, subimos montes, bajamos montes, desanduvimos caminos y ya amanecido estábamos de regreso en San Salvador.

Me tocó entonces ir corriendo a dar a hacer las lápidas de mármol que se iban a colocar sobre las tumbas. Cerca del cementerio están los artesanos que hacen todas esas cosas fúnebres.

-¿Qué nombres quiere grabar usted en las lápidas? -me dice el primero al que me acerqué.

Le enseñé el papelito con los tres nombres...

-¿Rutilio Grande? ¡Ay no, maistro, lo siento mucho!

En otro taller lo mismo y en otro y en otro. Nadie quería grabar aquellas lápidas. Tenían miedo, tenían pánico.

-Pero si es una cosa así, pequeñita... Dígame, ¿quién se lo va ver?

Nadie quería. Hasta entrando por un recodo alláaaa al fondo, medio escondido, encontré a un señor, pelo chirizo, que fue el único dispuesto.

-Pero, por favor, no se lo diga a nadie... ¡Y se lo hago sin factura!

Misión cumplida, pues. Casi empezaba la misa de cuerpo presente en Catedral.

(Antonio Fernández Ibáñez)

DICEN QUE DICEN...

Que en San Salvador todo mundo habla del entierro de Rutilio Grande y, todavía más, de la misa única que habrá el domingo 20 de marzo.

-¿Y por qué única la llaman, pues?
-Porque será misa especial. Porque aunque sea domingo, ningún padre dará misa en ninguna iglesia ni en ninguna ermita ni en ninguna parte, sino que por cuenta todos se van a juntar en una sola misa en Catedral. ¡Una sola! Así que si querés cumplir, por huevos o por candelas, sólo esa misa va haber en la ciudad, pues.

-Nunca miré yo esa clase de misa única.

-¡Es que matar a un cura no es de todos los días!

Hay curiosidad. Y hay también las ganas de demostrarle al gobierno y a los chafas que ante tamaño crimen los cristianos están unidos y todos se sienten granos de un único elote.

¿QUE HACER ANTE LA MUERTE DE RUTILLO?

Después del entierro, vinieron las discusiones y las reuniones interminables con Monseñor Romero y los curas, los laicos y las monjas.

-Lo dicho y lo hecho hasta aquí ya es suficiente -decían los más conservadores.

-¡No podemos parar hasta romper relaciones con el Vaticano! -llegaron a decir los más radicales.

Al calor de esos debates nació la idea de la misa única, que se convirtió en el nudo de la polémica.

-¿Y ustedes creen realmente que eso servirá...? -Monseñor Romero estaba lleno de dudas.

El quería convencerse, escuchar todos los argumentos, llegar a una decisión que fuera realmente colectiva. Hubo asambleas multitudinarias, de ocho horas y más, derechas e izquierdas mezcladas.

-¡El gobierno va a interpretar esa misa como una provocación!
-Es que lo va a ser. Misa al aire libre, ese gentío en la calle y con estado de sitio... ¿Quién quita que suene un tiro y eso acabe en una matancina?
-¡Pero la idea de la misa ya única tiene una gran pegada en las comunidades!

Monseñor Romero estaba lleno de escrúpulos. En una de ésas, salió con el que parecía ser el mayor de todos ellos:

-Y en esta situación, ¿no sería de mayor gloria de Dios tener muchas misas en distintos lugares que una sola misa en un único lugar?

Volvieron a oirse opiniones a favor y en contra. Pasado un rato pedí la palabra.

-Miren, yo creo que todos aquí estudiamos que la misa es un acto de valor infinito. ¿Qué sentido tiene entonces que estemos preocupados por andar diciendo el montón de misas, sumando infinitos? Basta una. Creo también que Monseñor Romero tiene toda la razón en que nos preocupemos por la gloria de Dios, pero si mal no estoy, recuerdo aquella famosa frase de San Ireneo, "Gloria Dei vivens homo", "La gloria de Dios es que el hombre viva."

Creo que esto terminó de convencerlo. Al final, con la aprobación de la inmensa mayoría de los reunidos se decidió que el domingo 20 de marzo habría en toda la arquidióceseis de San Salvador un sola misa, una misa única.

(César Jerez)

ESTABA MAS CHIQUITO QUE NUNCA.

Al terminar aquella última reunión sobre si sí o si no la misa única, estaba más oscurito, más feíto, más hecho nada que nunca. Había dicho que sí a la idea, la había aceptado, pero sabía cuántas críticas tendría que enfrentar.

Al salir del salón Guadalupe, cuatro o cinco curas nos quedamos platicando, encendimos un cigarro... Chambreando.

-Este hombre ha cambiado.

Era el comentario de todos. Monseñor se vino derecho donde nosotros. Y nos suelta así, sin preámbulos.

-Díganme, díganme ustedes cómo le hago para ser un buen obispo.

Ingenuo, como niño que anda perdido.

-Es fácil, Monseñor -le dice uno, bandidito-. Si usted dedica los siete días de la semana a estarse en San Salvador, los pasará oyendo a esas viejas que se le reúnen y lo invitan a tomar té. Cambie la receta: pásese seis días en el campo, entre los campesinos y un solo día aquí ¡y será un buen obispo!

Y sale él, aún con más ingenuidad.

-Me parece bien, pero yo no conozco todavía los lugares del campo a dónde ir. ¿Por qué no me hacen ustedes el programita para esos seis días?

¡Qué más queríamos! De obispo auxiliar de San Salvador ni había salido de su oficina. ¡Y ahora nos estaba pidiendo nada menos que un plan de trabajo pastoral!

-¡Clase de cambio! -me dice aquel cura, el bandidito, sin terminar de créerselo.

(Antonio Fernández Ibáñez)

-¡¿TRES DIAS SIN CLASES?!

¡Caprichos de comunistas! ¿A qué viene ahora esa babosada?

La oligarquía puso el grito en el cielo. Además de celebrar la misa única, se tomó en colectivo la decisión de suspender las clases en los colegios católicos los tres días anteriores a la misa para que los alumnos reflexionaran juntos sobre la situación del país. La tensión entre los antiguos amigos de Monseñor Romero crecía.

Abrumado, pero convencido, Monseñor decidió ir en persona a comunicarle al nuncio Emmanuele Gerada que lo de la misa única era definitivo. Nos pidió a cuatro curas que lo acompañáramos para explicarle mejor entre todos.

El nuncio no estaba. Nos recibió su secretario, un cura italiano que se sentó delante de Monseñor Romero con cara de inquisidor. Aunque tenía delante al arzobispo, no hacía nada para disimular su enojo.

Para empezar, le explicamos uno por uno los argumentos que habíamos manejado en las reuniones, los pros, los contras.

-¡Bene! -respondió con cólera desde el arranque-, esto de la misa única tiene varios niveles. Está el nivel pastoral, el nivel teológico... Ustedes han planteado molto bene estos dos niveles, ¡pero falta el más importante!

¿Cuál podría ser? No se me ocurría.

-¡El nivel jurídico! ¡El nivel canónico! ¡Lo normático! ¡Aquí falta la ley!

Y aquel hombre empieza a argüir que Monseñor no tenía autoridad, por las leyes de la Iglesia, para dispensar a nadie de ir a la misa del domingo ni podía privar a nadie del derecho de asistir a misa. Y de ahí, se pone a regañarlo ¡a puros gritos!

Yo insistí en que las circunstancias eran muy especiales, que era hora de represión, que debíamos dar esperanza al pueblo y que en una situación tan crítica los aspectos legales eran completamente secundarios...

-El sábado es para el hombre y no el hombre para el sábado -le recordé.

Pero él sordo, siguió con los regaños y las leyes y los derechos y las dispensas y los códigos y los incisos de los códigos...

Monseñor Romero estuvo callado. Sólo habló al final:

-Le ruego que comunique al señor nuncio que habrá una misa única. Que esta es la decisión de casi todo el clero y también la mía, que soy quien tiene la responsabilidad última en esta arquidiócesis.

Nadie habló más. Cuando salimos de la nunciatura, Romero nos dijo:

-Estos son como los del Opus, ¡no entienden!

(Jon Sobrino)

VISPERAS DE LA BATALLADA MISA UNICA.

Era el sábado 19, temprano en la tarde. Nos habían pedido que preparáramos 136 pancartas para que las llevaran cada una de las parroquias de la arquidiócesis. Era una tarea tequiosa, mis hermanas y unos tres seminaristas ayudaban. Cuando andábamos en ésas, el nuncio Gerada apareció por uno de los pasillos.

-¡¿Dónde está Monseñor Romero?! -me preguntó irritado.

-No está ahora, salió.

Había ido a El Paisnal a celebrar la fiesta de San José que Rutilio Grande no pudo festejar con su gente.

-¡Pues aquí tendría que estar, en su lugar! -gritó.

-Pero, ¿por qué habla de él así, tan enojado?
-¡Porque mañana él va a cometer un gran error y está ciego, no se da cuenta! ¡Mañana será un día terrible para la Iglesia!

Hablaba cada vez más agresivo.

-¿Cómo que día terrible? Vamos a celebrar una misa todos juntos y eso será una gran bendición...

-¡Basta! Entréguele esto de mi parte cuando regrese.

Me dejó una carta y se fue. Monseñor regresó como a las cinco de la tarde. Le di la carta y se fue a su cuarto a leerla. Al rato sale afligido, buscándome.

-Mirá, leé esta carta.

El nuncio lo presionaba. Le ordenaba, le conminaba a que comunicara a todo el clero que la misa única estaba suspendida.

-¿Qué puedo hacer, Chencho?

Le recordé la teología más clásica.

-Usted es el obispo, nadie más. Y sólo usted va a responderle a Dios de sus decisiones como pastor de este pueblo. Este cargo se lo dio Dios y la responsabilidad por la arquidiócesis de San Salvador no la tiene el nuncio ni la tiene siquiera el Papa, la tiene usted.

Me miraba buscando. Y no encontrando yo nada más que decirle, volví al pasado y se me ocurrió algo.

-¿Se acuerda de los cursillos de cristiandad? -hacía quince años habíamos estado los dos metidos en eso-. ¿Se acuerda cuántas veces dijimos allí que cuando no encontramos una respuesta para el problema que enfrentamos, lo mejor es ir a hablar con Jesús. ¿Por qué no hace eso? ¿Por qué no va y habla con el Señor y deciden entre los dos qué es lo que hay que hacer?

Se fue directo a la capilla del seminario. Yo seguí pintando las letras de las pancartas, con un gran temor de que el hombre terminara enredándose entre tantas presiones... Seguí rotulando.

Como a la hora lo veo venir por aquel larguísimo pasillo. Venía despacio, despacio, y yo, acelerado por dentro, en ascuas, pues... Nunca terminaba de llegar... Cuando ya se me puso a la par, yo seguí arrodillado, pintando, disimulando mi tensión...

-Chencho...

-¿Ya hablaron, pues? -me paré con una lata de pintura verde en la mano.

-Sí, Chencho, ya hablamos. El también está de acuerdo.

(Inocencio Alas)

LA PLAZA ESTABA A REVENTAR.

Cien mil personas allí y cuántas más oyendo por radio. Los sacerdotes se regaron por todos lados y cienes de gentes se confesaban por las calles. Para muchos, alejados por años de la Iglesia, aquel día fue su vuelta a la fe. El asesinato de Rutilio y el signo de aquella misa única fue un despertador. Concelebramos casi todos los sacerdotes de la arquidiócesis, unos 150.

Al principio de la misa noté a Monseñor Romero sudando, pálido, nervioso. Y cuando comenzó la homilía me pareció lento, sin la elocuencia que él siempre tenía, como dudando de entrar por la puerta que la historia y Dios le estaban abriendo. Pero como a los cinco minutos, sentí que el Espíritu de Dios bajaba sobre él.

-"...Yo quiero agradecer aquí en público, ante la faz de la arquidiócesis, la unidad que hoy apiña en torno al único evangelio a todos estos queridos sacerdotes. Muchos de ellos corren peligro, hasta la máxima inmolación del padre Grande..."

Al escuchar el nombre de Rutilio estallaron miles de aplausos.

-"Ese aplauso ratifica la alegría profunda que mi corazón siente al tomar posesión de la arquidiócesis y sentir que mi propia debilidad, que mis propias incapacidades, encuentran su complemento, su fuerza, su valentía, en un presbiterio unido. ¡El que toca a uno de mis sacerdotes a mí me toca!"

Miles de gentes lo ovacionaban y él se creció. Fue entonces cuando atravesó el umbral. Entró. Porque hay bautismo de agua y bautismo de sangre. Y también hay bautismo de pueblo.

(Inocencio Alas)

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