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Universidad Centroamericana - UCA  
  Número 23 | Mayo 1983

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Nicaragua

Un pueblo más sano: la salud en la nueva Nicaragua

Las conquistas que en el campo de la salud se han conseguido en Nicaragua en estos cuatro años de proceso revolucionario no tienen paralelo en la historia del país. Hay un abismo de diferencia entre la situación sanitaria que encontró la Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional en 1979 y la que existe hoy.

Equipo Envío

Tan sólo unas semanas después de asumir el poder, el gobierno sandinista promulga la ley por la que se unifica todo el sistema de salud. Se inicia entonces un amplio programa sanitario a nivel nacional, que pone el acento en el área de salud pública y en el de la medicina preventiva, a la vez que hace los máximos esfuerzos porque una asistencia médica adecuada llegue a todos los nicaragüenses. Actualmente, el Ministerio de Salud afronta problemas estructurales, educativos, económicos y de organización son retos que un pueblo que comienza a ser más sano plantea al proceso revolucionario.

Durante el somocismo la salud era un privilegio

Antes de 1979 apenas se ponía atención en reunir estadísticas sanitarias precisas. Las tasas de natalidad, mortalidad y morbilidad que se manejaban oficialmente reflejan fallas serias en el registro de nacimientos, la casi total falta de certificados médicos de de función y una desgana general del gobierno somocista en la publicación de cualquier estadística sobre la vida y la muerte en el país que diera mala imagen de su régimen. A pesar de todo, las estimaciones que se conseguían sobre los índices de salud en este tiempo describen con suficiente expresividad una situación sanitaria dramática.

El índice de mortalidad infantil -uno de los indicadores más certeros para conocer las condiciones sanitarias de un país- se calculaba en un 120 por 1.000 nacidos vivos en la ciudad y en un 300 por 1.000 nacidos vivos en las áreas rurales. (Las cifras oficiales de las que se dispone son siempre inferiores: 45 por 1.000 en 1971 y 46 por 1.000 en 1973).

Siete de cada diez niños estaban desnutridos. La mortalidad infantil de niños entre uno y dos años (edad del destete) se calculaba en un 149 x 1.000. Este indicador es importante, pues en él se mide la capacidad de un país para proporcionar adecuada nutrición a su población. La esperanza de vida para los hombres era de 54 años y para las mujeres de 52. Entre las clases pudientes los índices aumentaban: la esperanza de vida era de 70 años. Entre las clases más pobres, oscilaba realmente entre los 40-45 años.

El 35% de la población urbana y el 95% de la rural no tenía acceso al agua potable. Las principales causas de muerte, especialmente entre los niños, eran enfermedades prevenibles y no mortales dentro de un sistema sanitario adecuado: deshidratación, sarampión y tétano. La malaria, la tuberculosis y el parasitismo eran enfermedades endémicas entre los nicaragüense. Un tercio de la población contraía malaria al menos una vez en su vida. En 1979, a dos de cada cinco personas que acudían a recibir atención médica por cualquier causa se les descubría que estaban afectados por la malaria. Los índices de mortalidad por malaria eran altos. Las cifras oficiales publicadas en 1976 -probablemente atenuados- calculaban que la malaria era causa de muerte en 1.175 de cada 100.000 habitantes.

El sistema sanitario que existía en el país antes de 1979 era totalmente inadecuado para responder a las necesidades del pueblo nicaragüense. En 1977 -económicamente el "mejor" año de Somoza en los últimos tiempos, cuando aún no se había generalizado la violencia- sólo el 5.1% del presupuesto general del Estado fue dedicado al sector salud. De esa cantidad, el 37% iba al Instituto Nacional de Seguridad Social, que era responsable de atender la salud de los sectores populares, pero que, en realidad solo prestaba servicios al 8% de la población. El resto del presupuesto se dividía ente el Ministerio de Salud Pública (25%) y entre otros organismos locales que no tenían servicios coordinados. En este tiempo, algunas organizaciones religiosas atendían hospitales de prestigio profesional, pero sus servicios estaban únicamente al alcance de los que podían pagar. La Guardia Nacional tenía su propio sistema de hospitales y clínicas, algunas especializadas. Se calcula que en tiempos del somocismo el 90% de los servicios médicos alcanzaban únicamente al 10% de la población nacional. Más de la mitad de los médicos y de las camas de hospitales estaban en Managua. El plan sanitario proyectado para 1976-1980 cubría sólo al 20% de las mujeres embarazadas y a menos del 20% de los niños menores de 5 años. En 1974 el promedio de consultas fue de 0.02 consulta por persona al año.

La infraestructura sanitaria heredada por el gobierno sandinista era extremadamente débil. El terremoto de 1972 agudizó la escasez de camas hospitalarias en Managua, pues muchas fueron destruidas. Aún no se habían reemplazado estas camas cuando la situación insurreccional motivó la destrucción de más hospitales y clínicas en todo el país. El hospital regional de Rivas fue completamente destruido durante la guerra de liberación. Mayor daño sufrieron aún los hospitales regionales de Estelí, Matagalpa y León. Otros cinco hospitales y 19 centros de salud resultaron también dañados. Cuatro hospitales vieron destruidos sus equipos en un 100%. Para agravar más la situación, la parálisis económica del país en los últimos meses de la guerra afectó a las reservas de medicinas, reactivos de laboratorio y otros materiales necesarios para la atención sanitaria. Los laboratorios farmacéuticos suspendieron su producción y la falta de divisas afectó la importación de medicamentos de todo tipo. De los 1.300 médicos titulados, unos 300 abandonaron el país después del triunfo revolucionario. El 19 de julio de 1979 Nicaragua tenía un sistema sanitario desarticulado, destruido y desprovisto de la más elemental infraestructura para subsistir.

Los "tiernos" viven más y se enferman menos.

El 8 de agosto de 1979 la Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional promulgó una ley por la que se constituía el Sistema Unico de Salud en el que se integraban todas las instituciones médicas del país bajo la dirección del Ministerio de Salud. Al establecer este sistema, el gobierno se comprometía proporcionar atención médica gratuita a toda la población, a la instalación de hospitales y clínicas en todas las regiones del país y a la implementación de campañas masivas para la erradicación de las enfermedades endémicas y la prevención de las epidémicas. Se reconocía que la salud era un derecho de todos los nicaragüenses y una responsabilidad del nuevo Estado Revolucionario y del pueblo organizado. El país fue dividido en nueve regiones para descentralizar los servicios y facilitar la administración sanitaria. Se estableció el sistema adecuado para que los pacientes de zonas rurales que necesitaban mejor tratamiento fueran trasladados a los hospitales urbanos mejor equipados.

Entre los distintos programas que se iniciaron entonces estuvo el facilitar el acceso al agua potable en zonas campesinas y urbanas y el entrenamiento de personal para responsabilizarlos en los distintos niveles de atención sanitaria. Uno de los proyectos que han tenido más éxito ha sido el de las Jornadas Populares de Salud, en las que las brigadas de voluntarios debidamente entrenados se comprometen en distintas tareas sanitarias. Las primeras Jornadas se dedicaron a la limpieza de canales de "aguas negras" y a la eliminación de aguas estancadas.

Desde el comienzo de la revolución, el Ministerio de Salud señaló dos prioridades en su quehacer: la salud de las madres y de los niños y la salud de los trabajadores. Los progresos en estas dos áreas han sido realmente notables. En 1980, la tasa de mortalidad en el primer año de vida infantil se calculaba en un 101.7 por 1.000 nacidos vivos. En 1982, esta cifra se había reducido a 70-80 por 1.000. La razón de este notable descenso en la muerte de los "tiernos" fue la creación, construcción y mantenimiento de las URO (Unidades de Rehidratación Oral), locales accesibles destinados a combatir la deshidratación que provocan en los niños las diarreas prolongadas. Gracias a estos centros de rehidratación, la mortalidad provocada secundariamente por diarreas en los hospitales descendió en un 75% sobrepasando ya en el primer año la meta que se había fijado el ministerio, que era alcanzar un descenso del 50%.

Una segunda razón para el significativo descenso de la mortalidad infantil fue el éxito obtenido en las campañas de vacunación. La primera vacunación masiva de niños se realizó en septiembre de 1979 y estaba dirigida a prevenir la poliomelitis. Después de esta campaña se han realizado periódicamente otras muchas: contra la polio, el sarampión, la difteria, el tétano y la tosferina. Escuelas, fábricas, barrios populares y barrios residenciales han sido el marco donde estas campañas se han realizado, siempre con personal voluntario y en días convenientemente señalados y propagandizados a nivel masivo. Los resultados de estas movilizaciones populares en favor de la salud infantil han sido impresionantes. En 1982 no hubo ni un sólo caso confirmado de polio, aunque 10 casos estuvieron bajo investigación. En 1980 se reportaron 3784 casos de sarampión. En 1982 sólo eran 266.

Aún se han hecho mayores esfuerzos para combatir la desnutrición y malnutrición de los niños. Una encuesta indicó que el 60% de los niños nicaragüenses de menos de cuatro años padecía algún grado de desnutrición. La causa principal era el insuficiente consumo de proteínas y calorías. Para combatir la malnutrición, a nivel nacional y de forma global, el gobierno ha dedicado esfuerzos significativos para incrementar los niveles de producción de alimentos básicos y para lograr mayor eficacia en la distribución de estos alimentos combatiendo a acaparadores y especuladores. Los tres granos básicos de la dieta nicaragüense (maíz, arroz y frijoles) están subsidiados por el gobierno para asegurar que estén siempre al alcance del presupuesto familiar de todos los hogares.

Los niveles endémicos de bocio debidos a las deficiencias de yodo, han sido reducidos: antes de 1979 afectaban al 33% de la población y en 1982 tan sólo al 20%. El descenso en la enfermedad se ha logrado con el estricto control que el Ministerio de Salud lleva a cabao supervisando la yodización en las plantas de procesamiento de sal.

Además de estos programas a nivel nacional, se han desarrollado también programas locales que intentan racionalizar la alimentación del pueblo, educándolo en este tema, especialmente en áreas en que era tradicional la desnutrición. Estos proyectos nutricionales se dirigen especialmente a las mujeres embarazadas, las recién paridas y los niños menores de cinco años.

Para combatir la diarrea infantil debida al mal uso de las leches artificiales y en polvo se ha desarrollado también una campaña educativa para divulgar las ventajas que tiene el amamantar a los niños y se prohibió también la propaganda de estos productos. El Ministerio de Educación y el de Salud trabajan en conjunto en esta tarea. El primer banco de leche materna se creó a fines de 1982 en el hospital materno-infantil de Managua. Para dar una mejor atención a los niños menores de cinco años que tienen madres que trabajan, se han construido a lo largo del país 20 Centros de Desarrollo Infantil (CDI) y muchos más están en proyectos. En estos centros colaboran sicólogos y trabajadores sociales. El objetivo básico de los Centros es dar a los niños un hogar en el que se eviten los riesgos que tiene la costumbre -impuesta por la necesidad y la pobreza- de dejarlos solo en las casas durante todo el día.

También se ha procurado dar una mejor atención a las mujeres embarazadas y a las madres que amamanten a sus hijos a través de un amplio programa de salud para la mujer que incluye, en algunas áreas urbanas, la visita de una enfermera manzana por manzana. En las zonas campesinas estas mujeres son visitadas regularmente por una enfermera. Un programa para mejorar las aptitudes de las mujeres que han desempeñado tradicionalmente la tarea de comadronas comenzará a mediados de 1983. Los métodos de planificación familiar están a disposición de las mujeres que los quieran emplear en los centros de salud locales.

Cuidar la salud de los trabajadores: una prioridad

El Gobierno de Reconstrucción Nacional ha puesto un énfasis especial en la salud de los trabajadores. En contraste con lo que sucede en muchos países en vía de desarrollo, en los que la salud y la seguridad de los trabajadores es secundaria ante la avalancha de la industrialización, el gobierno revolucionario atiende especialmente la salud de los obreros y busca minimizar por todos los medios los riesgos de accidentes laborales.

Con este fin, representantes de los Ministerios del Trabajo, de Salud y de Industria y de otros organismos, como el Instituto de reforma Agraria, la Asociación de Trabajadores del Campo (ATC) y la Confederación Sandinista de Trabajadores (CST) crearon una Comisión Nacional de Salud Integral del Trabajador. Durante el año en el que esta Comisión ha funcionado, se ha iniciado un estudio sobre el uso correcto de los pesticidas y sobre el control que debe ejercerse en la importación de pesticidas tóxicos. También la Comisión ha trabajado en informes sobre los niveles tolerables para la salud humana de algunos agentes físicos -calor, vibraciones, ruidos y químicos -emanaciones de plomo y mercurio- , que forman parte de la infraestructura industrial.

Junto al trabajo que realiza esta Comisión Nacional, el Ministerio de Salud en su Departamento de Salud Ocupacional, ha desarrollado programas específicos para disminuir los riesgos de accidentes laborales y desarrollar infraestructuras seguras, tanto en las industrias como en el campo. A pesar de los limitados fondos de que se dispone, de la escasez de personal y de la falta de preparación que hay en este campo, el Departamento ha ido desarrollando todo un programa según una lista de prioridades. Entre éstas están: el control de la intoxicación por plomo, por derivados de la benzina por pesticidas tóxicos, etc. de las enfermedades pulmonares de los mineros y el de los riesgos propios de los trabajadores del campo. El Departamento intenta igualmente educar a los trabajadores para que eviten accidentes laborales y para que entrenen en cada centro laboral su propio equipo de educadores e inspectores de salud ocupacional. Hasta ahora el Departamento ha elaborado dos estudios: uno sobre la intoxicación producida en la sangre por emanaciones de plomo característica entre los trabajadores de la industria de baterías y otro sobre las enfermedades pulmonares entre los mineros de la Costa Atlántica.

Hasta ahora -y por limitaciones económicas y técnicas- sólo se han hecho estudios biológicos de este tipo, sin sus complementarias investigaciones ambientales. El transformar las condiciones ambientales de algunas fábricas -especialmente de las más antiguas- requeriría inversiones masivas que actualmente no son posibles. Hasta que no sea posible emprender estas transformaciones, el Departamento de Salud Ocupacional concentra sus esfuerzos en reducir las condiciones que causan los accidentes laborales y en divulgar recomendaciones prácticas para evitarlos.

La guerra contra la malaria y la tuberculosis

Grandes éxitos en el campo de la salud los ha obtenido la revolución en el área de las enfermedades infecciosas de tipo endémico. En noviembre de 1981, 80.000 voluntarios entrenados aceleradamente para esto tomaron parte en una masiva campaña contra la malaria. Su tarea fue la distribución de dosis de vacuna antimalárica en un tratamiento de 3 días que abarcó al 75% de la población nacional. Poco después de terminada esta campaña, estadísticas mensuales revelaron un descenso de un 98% en los casos de malaria. Esta campaña incluía la concientización de las comunidades para que dieran continuidad al programa de erradicación de la enfermedad combatiendo la larva de los mosquitos. En julio de 1982 otra campaña masiva fue dirigida a regar larvicida contra el mosquito de la malaria en los depósitos de agua de las casas -barriles, contenedores, lavanderos, etc.- También se desarrollaron esfuerzos comunitarios para drenar charcos y pantanos cenagosos y para limpiar todo tipo de zanjas, con el fin de atajar el desarrollo del mosquito. Las avionetas que regularmente recorrieron áreas de malaria endémica, regando larvicida, contribuyeron también al éxito de la campaña contra la enfermedad. Pero la guerra contra la malaria no sólo es difícil sino prolongada. Las inundaciones de mayo de 1982 causaron un incremento de malaria en el mes de agosto. En ese año, hubo aún 15.300 casos de malaria en todo el país.

Para combatir la tuberculosis -que es endémica especialmente en las zonas mineras y en la Costa Atlántica- los esfuerzos sanitarios van orientados, tanto a desarrollar campañas preventivas como a detectar correctamente la presencia de la enfermedad y proporcionar tratamiento adecuado para combatirlo. La vacuna BCG se administra ordinariamente al 709% de los niños que nacen atendidos por personal médico. El resto de los niños recibe esta vacuna en los centros de salud locales. Aunque antes cada médico siguió su propio estilo de tratamiento de la enfermedad, ahora se ha impuesto a nivel nacional una fórmula única, tanto para la detención como para el tratamiento de la tuberculosis. A cualquier paciente que presente síntomas de trastornos respiratorios por más de tres semanas se le envía a examen de rayos-x y se le hacen análisis de sus secreciones pulmonares.

Sólo por este método se detectaron desde el triunfo de la revolución 3.000 nuevos casos de enfermedades pulmonares en la Costa Atlántica y en las zonas mineras. El tratamiento para combatir la enfermedad se prolonga ahora por un año e incluye dos visitas por semana al centro de salud. Aunque hay 23.000 personas que están recibiendo este tratamiento, la tasa de los enfermos que no lo completan es todavía muy alta: el 40% en 1980. Para hacer frente a esta situación, se intenta hacer cada vez más accesibles a todos los programas de terapia TB para tuberculosos.

Nuevos médicos y enfermeras para el futuro.

Desarrollar la actual infraestructura de salud es uno de los más urgentes desafíos que tiene el gobierno nicaragüense. Mediante la formación de nuevos profesionales sanitarios y la construcción de hospitales y clínicas en todo el país se espera que los servicios de salud lleguen a las áreas más olvidadas en el pasado. En tres años y medio de revolución, 1.400 estudiantes de medicina han terminado sus estudios en 8 diferentes especialidades médicas. En 1981 se abrió en Managua una segunda escuela médica para aumentar la capacidad de la de León. El número de estudiantes de medicina se incrementó de 100 a 500 y el de estudiantes de enfermería se multiplicó por cinco en los últimos tres años. En 1982 comenzó a funcionar la carrera que titulará a personas en Salud Pública y en Epidemiología. En conexión con las distintas especialidades de la carrera de medicina se han establecido otras áreas de especialización: asistentes de dentista, técnicos en rayos-x, dietéticos y bioestadísticos. Su capacitación se ha visto facilitada con la creación en 1980 del Instituto Politécnico de Salud. Se calcula que existen aproximadamente 1.000 técnicos, ayudantes y enfermeras entrenándose en estos cursos.

Antes de la revolución, la formación de médicos en las distintas especialidades estaba caracterizada por un estilo que no pasaba del aprendizaje informal. La formación médica de post-graduados debía recibirse fuera del país si se querían obtener buenos resultados. El costo para el país era no sólo evaluable en millones de dólares. Era una sangría de profesionales: muy a menudo estos médicos se quedaban a trabajar allí donde habían estudiado y nunca más volvían al país.

Desde julio de 1979, quince especialidades médicas se han establecido en Nicaragua, comenzando por algunas de atención primaria como son la pediatría, la obstetricia y ginecología y la medicina interna, pero incluyendo también otras más especializadas como oftalmología, anestesiología y cirugía maxilo-facial. El estudio de estas especialidades en el país ahorra al gobierno unos 10 millones de dólares anualmente. A la par, existen oportunidades para que los profesionales de la salud perfeccionen sus conocimientos en el extranjero y para que los estudiantes especialicen su formación a través de becas en países vecinos como Belice y Cuba.

Lo más decisivo: la participación del pueblo organizado

La construcción de clínicas y hospitales es uno de los principales proyectos del gobierno revolucionario en el área de la salud. Después de poner en marcha el Sistema Unico de Salud, se determinó el número de centros de salud en el país: eran sólo 188. Actualmente hay 420 y en 1983 está programada la construcción de 37 más. En cuanto a hospitales, hay cinco que estarán terminados en 1983 y que elevarán el número de hospitales de 26 a 31 a lo largo y ancho de toda la geografía nacional. El gobierno ha invertido 10 millones de dólares en la construcción de centros de salud y hospitales y ha recibido gran cantidad de ayuda extranjera para estos proyectos. Sin embargo, lo más clave en este notable desarrollo de la infraestructura sanitaria ha sido la participación del pueblo organizado. En muchas zonas, las clínicas han sido construidas con el trabajo voluntario del pueblo.

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