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Universidad Centroamericana - UCA  
  Número 133 | Diciembre 1992

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Internacional

¿Qué podemos esperar de Clinton?

Clinton se identifica con el sector empresarial y alaba el papel del mercado. Clinton reducirá la asistencia al desarrollo de los países del Sur. Clinton no asumirá la deuda moral de Bush con Nicaragua. En los países del Sur, en América Latina,¿tenemos derecho de hacernos algunas ilusiones de cambio en la política norteamericana a partir del triunfo electoral de William Clinton?

Alejandro Bendaña

Clinton representa una nueva generación, la generación que se opuso a la guerra de Vietnam. Su victoria representa un rechazo mayoritario del pueblo de Estados Unidos a la insensible política económica de la era Reagan-Bush, que a la vez que marginó a los desfavorecidos, no aseguró progreso material a los sectores medios. Clinton representa también un relevo en los mandos de las cúpulas políticas que impulsaron la guerra contra Nicaragua. Representa pérdida de poder para la extrema derecha e incremento del poder de los liberales. Con Clinton sí se terminó la guerra fría:eso piensan muchos de los ilusionados con el cambio.

Algunos peros a la ilusión con Clinton

Pero los Estados Unidos, donde sólo votó un 56% del electorado, la política la determinan las estructuras de poder y no las personas ni las campañas que hacen esas personas ni las promesas electorales que se hacen en esas campañas. Sucede de vez en cuando que personas, campañas y promesas coinciden, como en el caso de la agresión a Nicaragua, claramente planteada por Reagan en la plataforma del partido republicano y en el documento de Santa Fe en 1980. Pero no debe olvidarse que las primeras decisiones hostiles contra la revolución nicaragüense las tomó la administración Carter suspendiendo el flujo de asistencia económica e incrementando las actividades de espionaje.

Aunque con la victoria de Clinton el reaganismo haya sido derrotado electoralmente, esto no significa que haya sido desterrado de las estructuras del poder burocrático. No puede subestimarse el peso político de la burocracia anti-sandinista, que continúa activa en las filas del Departamento de Estado, de la Agencia Central de Inteligencia, del Consejo Nacional de Seguridad y del Pentágono. Más aún, es posible que su influencia aumente, ya que la preocupación central del equipo de Clinton será la economía, restando importancia a la política exterior y dentro de ella, a Centroamérica. Si alguien continuará ocupándose de estos asuntos, sobre todo a corto y mediano plazo, será la burocracia.

Los nuevos demócratas

Tanto en el Partido Demócrata, como en toda la estructura de poder de Estados Unidos, el centro de gravedad político no regresa con la victoria de Clinton al punto en el que estaba en la década de los 70, con un Carter o mucho menos, con un McGovern. Tampoco este centro de gravedad gira ya alrededor de la filosofía política y de las posiciones globales defendidas por un Edward Kennedy o un Michael Dukakis.

William Clinton y Albert Gore, ambos sureños, representan a quienes ellos mismos llaman los "nuevos demócratas". Esto, para diferenciarse de los "viejos" demócratas, cuyo liberalismo social fue vilipendiado con enorme éxito por los estrategas republicanos hasta el punto de que muchos ciudadanos con simpatías demócratas votaron por los republicanos en 1980, 1984 y 1986. Los "nuevos demócratas" surgen del llamado Democratic Leadership Council, que se establece precisamente en los años 80 con gobernadores estatales y otros funcionarios demócratas, principalmente del Sur, para presentar una plataforma alternativa al liberalismo que había caracterizado la imagen del Partido Demócrata desde la década de los 60. Reaccionaban así al reaganismo, adoptando parte de sus contenidos para poder definir una estrategia que les permitiera recuperar la Casa Blanca.

Un elemento central en la estrategia de campaña de Clinton fue librarse de la imagen de liberal. Tanto él, como su contrincante para la candidatura, eran sureños y se vincularon al ala de "renovación" del Partido Demócrata, que hizo un viraje hacia la derecha en términos de los postulados históricos de los demócratas, distanciándose de temas "controversiales" como los derechos civiles y económicos de las minorías, supuestamente ofensivos para la gran clase media y particularmente para los votantes del Sur, cuyos votos deciden en gran medida la elección. A lo largo de toda la campaña de 1992, el mensaje fundamental de Clinton fue pro-empresarial y anti-déficit, lo que estableció distancias políticas entre Clinton y los sectores más progresistas del Partido Demócrata, representados por Jesse Jackson.

En este contexto, ni el reaganismo ni el neoliberalismo van a ser rectificados, mucho menos anulados. Clinton y Gore se identifican abiertamente con el sector empresarial, alaban el papel del mercado, se oponen a la intervención estatal, atacan la "irresponsabilidad" fiscal e insisten en "contener" el gasto gubernamental y social, ofreciendo reducir la brecha fiscal en un 50% en un período de 4 años. Prometen a la vez 220 mil millones de dólares en nuevos programas y no elevar desmedidamente las cargas impositivas. Esto despierta curiosidad entre los analistas, que consideran imposible reconciliar todas las contradictorias promesas hechas en la campaña.

La lucha por el poder

Clinton irrumpe en el escenario político forzando la redistribución de cuotas de poder y canales de influencia, que en doce años no han sufrido mayor alteración. Esta lucha por la influencia política se transforma en una lucha por el poder. Ante él encuentra el poder de la burocracia permanente, el de específicos intereses económicos y el de los grandes medios, todos afanados en incidir sobre la nueva administración.

Las presiones se sienten incluso a lo interno del equipo de Clinton, pues sus principales asesores representan una gama de poderosos intereses privados. El ejemplo más claro lo constituye el propio jefe del equipo de transición, Vernon Jordan, que es miembro de la junta directiva de la Nabisco, una de las más grandes industrias tabacaleras, con una muy conocida oposición a ciertos programas de salud pública. Jordan es también miembro de la junta de las compañías Xerox, American Express, Bakers Trust y Union Carbide. Otro asesor de Clinton, aspirante a cargo político, es Ron Brown, Presidente del Comité Nacional Demócrata.

Brown representó al régimen de Duvalier y a las corporaciones Toshiba y Sony de Japón. Hay que sumar a casos individuales como éstos, la influencia que tienen asegurada toda una gama de grandes corporaciones, que aportaron generosamente a la campaña electoral de Clinton.

Clinton - o la estructura de poder en Washington - no pueden ignorar intereses que forman parte del mismo engranaje institucional. Y en una etapa como la actual, de interdependencia capitalista global, pesan también las posiciones de los gobiernos del Grupo de los Siete, cuyos líderes hubieran preferido la continuación de "lo viejo conocido" del régimen republicano de Bush que "lo nuevo por conocer" del novato presidente. Como presidente electo, las primeras palabras de Clinton fueron para dar seguridades a los gobiernos extranjeros y a los mercados financieros de que habría una continuidad básica en las políticas y de que no se habían contemplado cambios de fondo.

Enormes presiones convergen sobre Clinton - y más que sobre él, sobre su equipo -, para que en los cargos clave sean nombradas figuras que transmitan estabilidad y continuidad a las grandes políticas financieras e internacionales de los Estados Unidos durante el reaganismo. En otras palabras, para que sean incluidos representantes del "establishment", que no son ni demócratas ni liberales, particularmente en materia de política exterior, donde es mayor la debilidad del nuevo mandatario, y donde más prestigio y conexiones internacionales tienen y mantienen los republicanos tras 12 años en el poder. Ya los jefes del equipo de transición de Clinton declararon que se tomará en cuenta a los republicanos, para asegurar lo que llaman el "bipartidismo" en todos los aspectos de la política, particularmante en la política exterior.

El marco económico internacional

Aunque se haya repetido hasta la saciedad que la nueva administración se concentrará en la problemática de la economía interna, la realidad es que no es posible hacer esto a espaldas de lo que sucede en el resto del mundo. El peso de los Estados Unidos en la política y la economía mundial no varía con los vaivenes electorales. Lo que ha cambiado en la actualidad, con el fin de la guerra fría, son los matices de la proyección externa, al volverse estratégico lo económico y al ocupar la economía el objetivo fundamental de la política exterior.

Clinton ha repetido que la política exterior se articulará en gran medida en función de la economía nacional. En realidad, siempre ha sido así. El objetivo central de la política y proyección global de los Estados Unidos ha sido siempre salvaguardar la estabilidad del sistema de mercado y procurar su expansión.

La profundización de los problemas económicos ya venía llevando a los estrategas estadounidenses - tanto a republicanos como a demócratas, a banqueros como a políticos - a plantear la necesidad de reorientar la política exterior. Pero es solamente a partir de la finalización de la guerra fría que se materializa la oportunidad de poner en práctica esa orientación, evidenciada ya en los últimos años de la administración Bush. Entre las recomendaciones preparadas para el equipo de Clinton figura la del Carnegie Endowment for International Peace, que insiste en superar la vieja noción de seguridad nacional y propone identificar ésta con la competitividad de la economía estadounidense dentro la economía mundial.

El sueño de los gobernantes estadounidenses - también de los japoneses y alemanes - es poder complacer a la par a los grandes capitalistas y a los desempleados y marginados de sus propios países. Para mantener su poder no pueden ignorar ni a unos ni a otros. En Estados Unidos, a diferencia de Japón, no es posible la opción - asumida por el gobierno japonés - de implementar un programa masivo de 80 mil millones de dólares para salir de la recesión sin perjudicar a nadie.

La abultada dimensión del déficit estadounidenses no lo permite, tanto por razones que explican los economistas - se consume más de lo que se gana -, como por razones políticas. Por un lado, está el espectro de Ross Perot y de quienes lo siguieron - casi un 20% del electorado -, aceptando ingenuamente la tesis de que los excesivos gastos gubernamentales eran la fuente de todo el malestar económico.

Por otro lado, están las presiones de las otras dos potencias económicas - Europa y Japón - y de toda la economía mundial, que insisten en que el déficit estadounidense es un factor que distorsiona y desestabiliza toda la economía internacional, inyectando incertidumbre en los mercados de capital desvalorizando el dólar. Aún peor, a partir de la contracción de la economía japonesa, ya los capitales de Japón no fluirán en las mismas dimensiones y ritmos hacia Estados Unidos, lo que permitía subsidiar el déficit norteamericano, a la par que convertía a Estados Unidos en la nación mas endeudada del mundo.

De la "realpolitik" a la "realeconomik"

Los grandes debates sobre política exterior a lo interno del "establishment" estadounidense están cada vez más centrados en temas económicos y particularmente en temas comerciales. El proteccionismo europeo y el japonés o el establecimiento de una zona de libre comercio con México son grandes temas en este debate. Estos temas - anteriormente preocupación central del Departamento del Tesoro y del de Comercio, pero no del Departamento de Estado - asumen una nueva prioridad, tanto para los Estados Unidos como para los otros grandes países capitalistas, cuya principal atención está también centrada en la lamentable condición de la economía estadounidense y en la incidencia negativa que ésta causa tanto en la economía global como en la de sus propios países, dependientes del mercado estadounidense para la colocación de sus productos.

Los círculos de poder en Estados Unidos ya no se sienten amenazados por el comunismo, pero sí por los problemas que hace siglo y medio originaron el pensamiento comunista. La amenaza es el desempleo, que alcanza a 17 millones de estadounidenses - incluyendo los subempleados -. La amenaza es la pobreza, que afecta a 36 millones de estadounidenses, insertos en una sociedad con una pauta de consumo que excede el nivel de ingreso a razón de mil millones de dólares diarios.

Clinton ha insistido en que sin reconstrucción del poderío económico interno, los Estados Unidos no serán una superpotencia. Ciertamente, está en peligro la capacidad financiera-fiscal de los Estados Unidos de librar la guerra unilateralmente, tal como lo demostró la guerra del Golfo, en la que Washington tuvo que recurrir a Alemania y a Japón para que el costo de las operaciones militares no incrementara desmedidamente sus déficit fiscal.

Este tipo de dependencia-competencia con los viejos aliados provoca resentimiento en los mismos Estados Unidos. En los medios de comunicación masivos y en algunos análisis políticos, se tiende a exagerar el grado de decadencia de Estados Unidos frente a Japón y Europa, cuando en realidad la economía norteamericana continúa siendo la locomotora de la economía mundial, aunque no con la misma fuerza hegemonizante que tuvo en décadas pasadas.

En política, sin embargo, las percepciones cuentan a veces más que la realidad, y los medios masivos atribuyen a factores externos las expresiones de crisis en la economía estadounidense. Han sido intensos los esfuerzos de la estructura de poder norteamericana por atribuirle a Japón y a Europa la responsabilidad por el desempleo y por el incremento en la brecha comercial y en el déficit fiscal de Estados Unidos.

Iguales acusaciones se escuchan en Europa y Japón con respecto a los Estados Unidos. La realidad es que existe una recesión generalizada en todo el mundo, a partir de la globalización de la economía, que afecta a todos, grandes y pequeños, a causa de la sobreproducción y de la mala distribución del poder económico que es propia del sistema capitalista. No existe, pues recuperación para la economía estadounidense fuera del marco de la economía global capitalista, que pasa por un mal momento y también necesita recuperarse.

El "aislamiento" en lo político y lo económico no es ninguna opción para ésta o para cualquiera administración norteamericana. Existe actualmente una interdependencia aguda entre los tres polos de poder económico - Estados Unidos, Japón y Comunidad Europea -, que en su conjunto representan más de las dos terceras partes del comercio internacional. Tanto Bush como Clinton proclamaron que la proyección internacional de los Estados Unidos depende del estado de su economía y de su capacidad para ajustarse a las demandas del mercado global.

La nueva tentación imperial

Así como hay estrategas en Estados Unidos que plantean la necesidad de que la nación se ajuste al mercado mundial, otros afirman que los Estados Unidos podrían utilizar su poderío para que el mercado mundial y las leyes que lo rigen se subordinen a las necesidades de la economía norteamericana.

Existen en Estados Unidos teorías en boga sobre el "comercio estratégico", que sugieren el recurso a una política comercial agresiva, planteando la necesidad de una mayor conducción estatal del flujo del comercio y la aplicación de estrictas normas de reciprocidad en lo que concierne a la admisión de importaciones, a cambio de una colocación asegurada de exportaciones.

Dejando a un lado las esencias del liberalismo económico y del ordenamiento económico que debe correr a cargo de la invisible mano del mercado y la empresa privada, estos estrategas abogan por el recurso al poder global norteamericano para paliar la crisis económica de Estados Unidos, para promover - o forzar si fuera necesario -condiciones externas favorables en el mercado y concretamente, para modificar el comportamiento económico de viejos aliados políticos que son hoy poderosos contrincantes económicos.

¿Fabricar enemigos?

Si bien los principales asesores económicos de Clinton no defienden el recurso al "nacionalismo económico", otros, como Robert Reich, autor de The Work of Nations, insisten en que el futuro de los Estados Unidos depende de la calidad de su inserción en la economía global y alertan sobre la tentación histórica de recurrir a la creación de enemigos externos para estimular la acción interna.

En este sentido, Bill Clinton es aún más vulnerable que su antecesor. En las últimas décadas, los republicanos, grandes proteccionistas en las décadas de los 20 y 30, se hicieron librecambistas - siempre fieles a las grandes corporaciones multinacionales -, en tanto que los demócratas, librecambistas liberales en la época de Woodrow Wilson y Franklin Roosevelt, son ahora más sensibles a las demandas de los grandes sindicatos, que para resguardar sus empleos insisten en un proteccionismo comercial. Republicanos y demócratas coinciden en la necesidad de una agresiva búsqueda de nuevos mercados y en la ampliación de los existentes, recurriendo para ello a presiones y políticas de alto nivel.

Ha sido desde las filas de los demócratas en el Congreso - y particularmente del líder de la Cámara Baja - que se han escuchado las demandas más encendidas para que el gobierno norteamericano implemente medidas unilaterales y de represalia contra los productos de países que compiten "deslealmente" en el mercado de Estados Unidos y/o niegan el acceso a su propio mercado a los productos estadounidenses.

Entre los principales "fabricantes de enemigos" está, naturalmente el Pentágono, que requiere justificar sus presupuestos, ya afectados por Bush y los que Clinton amenaza con reducir aún más. En esta perspectiva se complementan la agresividad militar con la agresividad económica.

Aunque es falso que las inversiones en el complejo militar-industrial no hayan sido rentables para la economía y la tecnología estadounidenses, lo que resulta cuestionable son las imágenes fáciles que afirman que una vez diagnosticado el mal económico, el gobierno estadounidense puede proceder a atacar a sus nuevos contrincantes, librando una guerra económica internacional para crear nuevos empleos en Estados Unidos.

Sin embargo, todo este panorama hace convergentes, aunque sea de manera coyuntural, las expectativas de los desempleados con las de las corporaciones. Convergen la necesidad de imagen de la nueva administración con los intereses guerreristas. Las batallas por la apertura de nuevos mercados internacionales apenas han comenzado y a nivel de imagen, habrá que hacer olvidar al público estadounidense e internacional espectáculos tan lamentables como el desmayo de Bush en Japón, en presencia del gobierno nipón y de sus empresarios.

¿Qué impacto para el Sur? El libre comercio

Para nuestros países del Sur, las políticas injerencistas de Estados Unidos - o las nuevas tendencias de injerencia - no tienen nada de nuevo. Pero en la medida en que Washington se empeñe en recuperar la unipolaridad económica en este período post-guerra fría, la más reciente modalidad neoliberal y multilateralizada de la injerencia podría ir siendo desplazada por procedimientos más unilaterales o regionalistas.

Las contradicciones entre los tres centros de poder económico se están intensificando. Y a lo interno de cada uno de estos centros habrá más contradicciones, particularmente en la medida en que gobiernos conservadores sean desplazados por otros más "centristas". Para todos, el mayor problema, es el desempleo creciente con las amenazas de inestabilidad social que éste trae. Para resolver el problema los gobiernos de los países ricos no pueden depender únicamente de la lógica del capital y de las grandes multinacionales, ya que el capital demanda un tipo de recuperación mediante la expansión global que no siempre se traduce en recuperación nacional. Al capital no siempre le conviene lo que alivia las presiones sociales internas.

Los grandes capitales abogan en favor de políticas de integración que permitan el libre desplazamiento de la producción y las inversiones a países donde sean menores los costos de producción, principalmente en mano de obra. Esto significa reubicación de capitales e industrias de países del Norte en países del Sur, lo que perjudica a los trabajadores de los países ricos, que pasan al desempleo. Para beneficiar al capital, los trabajadores del Sur ven explotada su barata mano de obra y las naciones del Sur asisten al saqueo de sus riquezas a través de las ventajas fiscales y de toda especie ofrecidas al capital extranjero por gobiernos sometidos a los programas de ajuste.

Contradicción: desempleo en el Norte y saqueo en el Sur

Un ejemplo sobresaliente de la contradicción desempleo en el Norte saqueo y explotación en el Sur se da alrededor del Tratado de Libre Comercio (TLC) firmado entre Estados Unidos, Canadá y México, aún pendiente de ratificación en el Congreso estadounidense. El Tratado cuenta con el claro apoyo de las grandes corporaciones y empresas bancarias de los tres países.

En su campaña, Clinton dijo apoyarlo en términos generales, aunque en términos específicos criticó la pérdida de empleos que ha supuesto para los trabajadores estadounidenses, a causa del desplazamiento de la producción y la inversión de Estados Unidos hacia México. No ha podido ignorar Clinton las reservas hechas al Tratado por los sindicatos y por algunos congresistas, lo que le obligó a plantear en su campaña una renegociación parcial del Tratado y programas especiales para los trabajadores desplazados por efectos del TLC (NAFTA, según sus siglas en inglés).

El TLC fue uno de los pocos temas de debate en los que Bush logró poner a Clinton a la defensiva durante la campaña electoral. Para Bush y los grandes empresarios no hay duda alguna de que el TLC favorece a la economía estadounidense ampliando la hegemonía del capital de Estados Unidos sobre México, abriendo nuevos mercados, asegurando fuentes energéticas y permitiendo a las grandes corporaciones utilizar a México como base de exportación barata y privilegiada para la re-exportación de productos "estadounidenses" a los Estados Unidos, Canadá y a todo el mundo a precios inferiores del que tendrían los mismos productos fabricados netamente en Estados Unidos por trabajadores estadounidenses.

Difícil fue para Clinton contrargumentar. Tanto el ahora Presidente electo como Al Gore, su compañero de boleta, señalaron críticamente la pérdida de empleos y la evasión de normas de protección del medio ambiente que conlleva el TLC. En todo caso, prevaleció en los demócratas una posición ambigua: apoyo al Tratado pero insistiendo en que la puerta quede abierta para algunas modificaciones. Como lo señaló Bush, el candidato Clinton procuró quedar bien con todas la partes.

Ajuste estructural y asistencia al desarrollo

Otro punto de discordia durante la campaña, con implicaciones para los países del Sur, fue el que se dio en torno a los programas de ayuda estadounidense No fue ésta tampoco una disputa de carácter ideológico, sino que en su afán de evidenciar la mala administración económica de Bush, el candidato Clinton reveló que entre los programas de la AID existían algunos que subsidiaban la reubicación de empresas manufactureras de Estados Unidos en Centroamérica, con el objetivo de promover empleos "pero no en San Francisco o en San Diego, California - dijo Clinton - sino en San Salvador, República de El Salvador." Clinton prometió que todo el programa de asistencia externa sería objeto de revisión.

Ya Bush había señalado con anterioridad que los Estados Unidos no estaban en capacidad de hacer "caridad" con los países en desarrollo. Ciertamente, durante las campañas electorales resulta fácil para cualquier candidato encontrar acogida a la oferta de reducir la ayuda externa a la luz de las necesidades internas. Desde hace algunos años, pero más aceleradamente a partir del colapso del socialismo europeo, el discurso y la práctica estadounidenses con respecto a la ayuda al desarrollo pasan por la decisión de disminuir las expectativas de desembolsos continuos - salvo en el caso de Israel, por la influencia organizada que los israelíes tienen en la economía interna de Estados Unidos -. Tal como ya señalaba la Iniciativa para las Américas, corresponde a la iniciativa y a los capitales privados de cada país la recuperación del crecimiento económico, una vez que el gobierno de ese país establezca las políticas conducentes, siguiendo al pie de la letra las recomendaciones del Banco Mundial, del FMI y de la propia AID.

Aunque no había contradicción fundamental entre el programa de ayuda denunciado por Clinton y su filosofía pro-empresarial, se escuchó durante la campaña electoral una campanada clara en el sentido de que Clinton - a diferencia de Kennedy, con el que mucho se le compara - no trae en la bolsa una nueva Alianza para el Progreso, sino que al priorizar la recuperación de los equilibrios fiscales de los Estados Unidos, reducirá los montos de asistencia al desarrollo en todos los países del Sur.

En términos prácticos, esto significa que se seguirá condicionando toda ayuda a la aceptación por nuestros gobiernos de los nefastos programas de ajuste estructural. De acentuarse el proteccionismo en los países ricos y las hostilidades económicas intercapitalistas y de darse un colapso en las negociaciones del GATT - o incluso en todo el sistema del comercio internacional incrementándose la tendencia hacia un comercio administrado por los Estados o hacia negociaciones sólo entre los bloques -, es de prever que los condicionamientos que se nos impongan se vincularán más explícitamente a que nuestros países privilegien los capitales y los productos estadounidenses y sólo esos.

Por otro lado, los países del Sur que son agroexportadores, al haberse despojado unilateralmente de sus instrumentos de control estatal y de sus industrias autosostenibles - como consecuencia de los planes de ajuste - quedarán más desprotegidos ante el ya evidente incremento del proteccionismo estatal en los países del Norte que son sus mercados de exportación. Si Europa y Estados Unidos continúan acentuando la tendencia a subsidiar su propia producción y a vincular a su bloque a economías periféricas de su elección (Europa occidental a Europa del Este y a ex-colonias europeas y Estados Unidos a México y a Puerto Rico), el resto de los países pobres irán quedando sin apoyo y sin esperanza, embarcados en un neoliberalismo sin retroceso que no les reportará ningún beneficio. El desplome de las promesas e ideologías neoliberales que nos fueron vendidas desde hace años sin garantía de reciprocidad, dejarán a muchos de nuestros países al garete.

Una perspectiva desde Centroamérica

A Estados Unidos no le conviene una guerra económica inter-capitalista, pero posiblemente no la pueda impedir ni dejar de tomar medidas que contribuyan a la misma. Las negociaciones para liberalizar el comercio internacional en el GATT están al borde del colapso y ya se hicieron los primeros disparos en la contienda comercial entre la Comunidad Europea y los Estados Unidos. De agravarse las hostilidades, será mayor el recurso de cada potencia económica al proteccionismo. Cada una desplegará todos sus esfuerzos por resguardar su propia posición y estabilidad frente a las otras dos potencias o frente al conjunto de una economía mundial caótica.

A este caos habrán contribuido los Estados Unidos, porque ninguna administración - tampoco la de Clinton - sería políticamente capaz de hacer recortes radicales en las pautas de consumo de la población y de imponer los nuevos impuestos necesarios para reducir el déficit fiscal y comercial de esa nación. Es opinión de los gobiernos del Grupo de los Siete que el déficit norteamericano es la principal causa de la inestabilidad económica y monetaria estadounidense y mundial. Esta opinión la comparte también una buena parte del electorado de Estados Unidos, gracias a la campaña de Perot, que se centró en el tema del déficit y en la incapacidad de los dos partidos tradicionales de reducirlo mediante medidas radicales.

Clinton no tiene más opción que buscar todos los remedios internacionales a su alcance para reactivar la economía de su país. Aún a expensas de fomentar el "bloquismo" en el mundo, la nueva administración continuará procurando la consolidación del TLC y del bloque económico norteamericano, con Canadá y con México. No es de prever que los "beneficios" contemplados en el TLC para México, especialmente la libre exportación al mercado de Estados Unidos, se hagan extensivos a los países de Centroamérica. Por el contrario, productos mexicanos como los textiles, que competían con los centroamericanos o caribeños, gozarán ahora de una desigual ventaja.

Es probable, por otra parte, que la asistencia del gobierno de Estados Unidos a Nicaragua continúe descendiendo en sus montos e incrementando en sus condiciones. Ni el nuestro ni el resto de los gobiernos neoliberales podrá acudir tan optimistamente como hasta ahora al gobierno de los Estados Unidos en busca de apoyo económico directo. Y aunque Clinton ha prometido aumentar las contribuciones estadounidenses al Banco Mundial, es de prever que la nueva administración sea mucho más tacaña en su ayuda al desarrollo, pues el compromiso de reducir en un 50% la brecha fiscal de Estados Unidos no ofrece márgenes de flexibilidad.

El único compromiso concreto de ayuda bilateral hecho por Clinton durante la campaña fue con respecto a Rusia. Está de por medio la importancia geo-política de este país, que continúa siendo una potencia nuclear y que ahora insiste en ser compensado económicamente a cambio de concesiones en materia de armamento estratégico. Otras deudas morales y políticas asumidas por Bush en América Latina y en Nicaragua, no tienen por qué ser asumidas por el nuevo gobierno demócrata. Y aunque es cierto que la extrema derecha anti-sandinista en el Congreso pierde espacio con Clinton, la realidad es que no ha desaparecido. La escasa prioridad asignada a América Latina y a Nicaragua por Clinton se traducirá en una menor disposición de la nueva administración a sacrificar su capital político cuando requiera de la cooperación de esa derecha en otros campos.

Finalmente, Clinton continuará insistiendo en los programas de ajuste para los países del Sur con el objetivo de crear nuevos mercados y fuentes de inversión en base a la libre explotación de una mano de obra barata, la de nuestros pueblos, mayoritariamente desempleados. Esto es condición necesaria de la "recuperación" económica de la nación del Norte. A la empresa privada y al capital privado de las naciones del Sur les quedará la responsabilidad de sacar a sus explotadas economías del marasmo neoliberal, cuyas fórmulas son rechazadas por Estados Unidos cuando se trata de ordenar su propio marasmo económico. Clinton ha prometido reestructurar la Agencia Internacional para el Desarrollo, pero difícilmente se modificará la insistencia mantenida durante largos años, tanto por la AID como por la banca multilateral, en que apliquemos en nuestros países los programas de ajuste estructural y el neoliberalismo puro.

La interrogante cubana

La contradicción, ya institucionalizada, de nueve administraciones estadounidenses con Cuba puede llegar ahora a un punto explosivo. Durante la campaña electoral, Clinton fue más entusiasta que el mismo Bush en las posiciones anticubanas. Desde abril expresó su apoyo al proyecto de ley Torricelli, criticando la política de Bush con respecto a Cuba como un ejemplo más de su falta de decisión frente a los dictadores.

Estaba naturalmente de por medio el voto del bloque cubano en el Estado de Florida, que aunque representa menos del 10% del número de votantes inscritos, tenía asegurada una participación superior al 90% (la media de participación nacional es del 53%) y resultaba clave para materializar el triunfo en ese Estado. Lo cierto es que el cubano apoyó a Bush, pero se vinculó también a Clinton reuniendo donaciones de hasta 125 mil dólares para su campaña, recaudadas en mitines donde Clinton señaló que "la administración Bush ha perdido una gran oportunidad de martillar a Fidel Castro y a Cuba".

Fue a los pocos días del pronunciamiento claramente favorable de Clinton hacia el proyecto Torricelli, que Bush decidió hacer de lado sus reservas con respecto al mismo - reservas que reflejaban y reflejan los intereses de las grandes corporaciones norteamericanas que comercian con Cuba desde sus filiales en terceros países -. Bush firmó: estaba de por medio el voto de la Florida. Fue dura la contienda librada por los demócratas en la "pequeña Habana" de Miami que, aunque cerradamente republicana, recibió a los emisarios de Clinton y al mismo candidato en dos ocasiones. Anuncios anti-castristas en español, pagados por los demócratas, proliferaron en este coto del exilio cubano.

Hacia finales de octubre, midiendo ya la corriente, el Presidente de la poderosa Fundación Nacional Cubano Americana, Jorge Mas Canosa, se entrevistó con Clinton, aún cuando ya había endosado su voto a Bush. Según The New York Times, los republicanos se enfurecieron al declarar Mas Canosa que ya no eran fundamentadas las inquietudes anteriormente existentes con respecto a una administración Clinton. Queda pendiente ahora la cancelación de la deuda electoral contraida por Clinton en Florida con respecto a Cuba.

Y la interrogante colombiana

Una política de hostilidad hacia Cuba y hacia las fuerzas de la izquierda latinoamericana pueden resultar necesarias políticamente para una administración como la de Clinton que debe evidenciar sus credenciales "conservadoras" en política exterior, en momentos en que emprende iniciativas económicas internas caracterizadas como "liberales".

Colombia es otro país-test. En Colombia está la clave del comercio de drogas y es evidente la incapacidad del gobierno y de las fuerzas armadas de esa nación para responder al imperativo estadounidense de su control. Esta realidad podría ser la justificación para nuevos niveles de intervención militar estadounidense en Colombia, sobre todo a partir del reciente hallazgo de nuevas fuentes petroleras en ese país, ubicadas precisamente en el corazón de la zona de influencia de una guerrilla a la que el gobierno colombiano tampoco logra ni derrotar ni controlar.

En la medida en la que disminuye la producción petrolera en los Estados Unidos y se exigen normas ambientales para su explotación, y ante la necesidad geopolítica de disminuir la dependencia de los suministros petroleros del Medio Oriente, el asegurar el orden militar interno en Colombia - así como el orden económico interno en México, el otro gran abastecedor de Estados Unidos - plantea una nueva y peligrosa prioridad para Estados Unidos. Tocará a Clinton ser el garante de esta prioridad.

Por toda América Latina, y como siempre ha sido, Estados Unidos procurará hacer recaer en las élites gobernantes neoliberales el resguardo de los intereses estadounidenses. Esto también significará riesgos, pues los recientes acontecimientos en Perú, Venezuela, Panamá y Nicaragua indican que esos gobiernos neoliberales no son capaces de asegurar el tipo de estabilidad que desea Estados Unidos y que necesita el capital.

El discurso neoliberal no podrá seguir calando tan impunemente en nuestros países ante la realidad de que tanto en las relaciones Norte-Norte, como al interior de los Estados Unidos, se abandonan los preceptos del neoliberalismo que nos imponen. Es una de las grandes contradicciones de esta hora. Las fuerzas del mercado vienen generando su propio antítesis. Toma la forma de rebeliones sociales contra un liberalismo económico cuyos gestores y funcionarios tienen sus días políticos contados.

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