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Universidad Centroamericana - UCA  
  Número 131 | Octubre 1992

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Estados Unidos

Bush y Clinton: ¿qué proponen en política exterior?

Muchas son las coincidencias entre los dos candidatos presidenciales en materia de política exterior. Entre ellas, el absoluto silencio sobre América Latina.

Equipo Envío

Si los ciudadanos norteamericanos eligen a Bill Clinton como nuevo Presidente de los Estados Unidos, habría sustanciales aunque no drásticos cambios en la política de ese país. Leyes relativas a la salud, al medio ambiente, a los derechos civiles y a temas que afectan a las mujeres y que durante los últimos cuatro años fueron vetadas por el Presidente Bush, podrían encontrar por fin su camino. Las políticas económicas sacralizadoras del libre mercado y de la gran propiedad privada, que han caracterizado los últimos doce años, serían modificadas con dosis de una más consistente política industrial y de inversiones públicas.

Son más difíciles de predecir los cambios que se darían en la política exterior y en la de defensa si Clinton llegara a la presidencia. En estos temas, los dos candidatos ofrecen menos contrastes.

En su campaña, Clinton acentúa que atenderá prioritariamente los temas internos y acusa al Presidente Bush de olvidarse de los ciudadanos norteamericanos en su desesperada búsqueda de obtener victorias en política exterior. Pero Clinton tiene coincidencias con Bush en el terreno internacional e incluso comparte con él la convicción del rol hegemónico que Estados Unidos debe desempeñar en el nuevo orden internacional y el derecho que tiene a actuar, aun cuando sea unilateralmente, siempre que los intereses de Estados Unidos estén en juego.

Sin embargo, como demócrata y como alguien que se valió de todos los recursos legales para eludir el participar en la guerra de Vietnam, Clinton es vulnerable a los ataques que cuestionan su capacidad para asumir con la Presidencia el cargo de Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas más poderosas del planeta. Así, el énfasis que Clinton pone en fortalecer la defensa nacional es su respuesta a este tipo de ataques, aunque también refleja sus convicciones profundas.

En la campaña no hay debate sobre política exterior

Para comprender el por qué de la falta de debate sobre temas de política exterior en la actual campaña electoral, hay que tener en cuenta dos realidades. La primera, que los ciudadanos norteamericanos están preocupados fundamentalmente por el sombrío panorama que presenta la economía estadounidense.

En segundo lugar, que los resultados de la presidencia Bush en política exterior son vistos al interior de Estados Unidos - tanto por demócratas como republicanos - como grandes éxitos. Al ex-Presidente Reagan y a Bush se les reconoce el haber estado al frente del país cuando se desintegró la URSS y el ser los "ganadores" de la Guerra Fría. Según la perspectiva que prevalece en la opinión pública norteamericana, Bush goza también de prestigio por haber presidido la coalición multinacional que enfrentó a Irak y recuperó a Kuwait de manos de Hussein, por haber removido a Noriega del poder en Panamá y por haber buscado - aunque aún no conseguido - la paz en Oriente Medio.

En Centroamérica, algunos le reconocen a Bush el haber tenido una posición algo menos ideológica que la del Presidente Reagan, lo que permitió la celebración de elecciones en Nicaragua y los acuerdos de paz en El Salvador. En contraste, existe una gran inconformidad por el manejo hecho por Bush de los asuntos internos, especialmente por sus posiciones conservadoras en temas que afectan a las mujeres y, lo que es más grave, por su incapacidad para reaccionar adecuadamente ante la recesión económica de Estados Unidos.

El dólar manda

A pesar de la retórica triunfalista - especialmente insultante para los pueblos del Sur - que acompaña el concepto de "nuevo orden internacional", la política exterior del Presidente Bush no ha sido coherente con el mundo de la post-Guerra Fría. Tanto en Panamá como en Kuwait, Bush mostró su determinación de actuar para afirmar el dominio militar de Estados Unidos en cualquier conflicto internacional, pero eligió para ello guerras fáciles de ganar y en cierto modo espectaculares que, con muy bajo costo en vidas de soldados norteamericanos, le sirvieran para reforzar su prestigio dentro de Estados Unidos - el costo en vidas civiles irakíes o panameñas no cuenta en los cómputos del gobierno norteamericano -.

Es significativo que en los conflictos nacionalistas y étnicos generados en la ex-URSS y en el territorio de Yugoslavia, Bush se ha mostrado mucho más cauteloso y reacio a la intervención directa. Si el Presidente Reagan enfrentó el "imperio del mal comunista" para garantizar a la "democracia" un espacio en el mundo, el Presidente Bush ha luchado en la práctica para garantizar que el mundo sea un mejor espacio para los intereses económicos de Estados Unidos. Sus decisiones en política exterior - y esto se ve claramente en el caso de China - están más motivadas por los intereses comerciales que por preocupaciones de ideología o geopolítica. La esencia de la agenda Bush en los temas internacionales está en la búsqueda de reformas neoliberales en otras naciones y en acuerdos de libre comercio que beneficien la economía estadounidense en crisis.

Los objetivos de Clinton en materia de política exterior han sido expresados de forma tan vaga que no permiten establecer cuáles serían las diferencias con la agenda de Bush. Siendo su principal experiencia política la de Gobernador de Arkansas, no existen apenas posibilidades de conocer o imaginar sus pasos en el terreno internacional. Hay pistas en alguna de sus declaraciones públicas en el pasado. Se opuso a la guerra del Vietnam, como muchos jóvenes de su generación, pero cuando comenzó la Guerra del Golfo, después de una inicial oposición, varió sus criterios y apoyó al Presidente Bush en la devastadora "Tormenta del Desierto".

Cambiar la envoltura

En dos mitines públicos en los que abordó cuestiones internacionales, Clinton ofreció las pistas hasta ahora más claras sobre su particular agenda al afirmar que la reconstrucción de la economía norteamericana es también un tema de política exterior. "Tenemos que recuperar nuestra fortaleza económica para jugar nuestro rol de líderes mundiales", dijo. A partir de este principio, caracterizó su política exterior, diferenciándola de la de Bush en varios puntos, que expresó de forma ambigua.

Será una política con un énfasis más consistentemente "democrático". Clinton hizo un llamado a que Estados Unidos diera un apoyo más consistente al modelo "democrático", guiándose por él para actuar en la política exterior. El 13 de agosto en el World Affairs Council de Los Angeles criticó a la administración Bush por "preferir el orden establecido a los cambios constructivos". "Desde el Báltico a Pekín - dijo - desde Sarajevo a Sudáfrica, una vez tras otra este Presidente ha preferido el status quo al cambio democrático - y los tiranos conocidos a los que podrían derrocarlos -, ha preferido la vieja geografía de la represión al nuevo mapa de la libertad".

No abogó por una menor intervención de Estados Unidos en los conflictos internacionales sino por otro tipo de intervención, incluso en el caso de Yugoslavia y de las ex-repúblicas soviéticas, demandando en estos lugares un involucramiento más directo de Estados Unidos, aunque sin especificarlo. Reclamó también una acción más vigorosa de Estados Unidos para apoyar a los movimientos democráticos en China y criticó implícitamente la cautelosa y suavemente reformista política de Bush ante el gobierno blanco de Sudáfrica y sugirió con énfasis que Estados Unidos apoye los movimientos independentistas en las repúblicas de la ex-URSS.

Según Clinton, un imperativo del liderazgo del Presidente norteamericano en estos tiempos debe ser "reforzar el poder global de los movimientos hacia la democracia y hacia las economías de libre mercado". "Las democracias - afirmó - raramente se hacen la guerra una a otra o favorecen el terrorismo. Más bien, captan más socios comerciales y diplomáticos. En la medida en que apoyemos la expansión de la democracia, garantizaremos nuestra seguridad y la de nuestros aliados".

¿Qué repercusión tienen para América Latina - nunca mencionada en sus discursos de forma directa - estos principios guía de "democracia" que Clinton maneja? No está nada claro. ¿Comparte Clinton con la administración Bush la tendencia a hacer equivalente la democracia con una economía de libre mercado que favorece de la empresa privada?

En su discurso del 12 de diciembre de 1991 en la Universidad de Georgetown en Washington, Clinton habló de condicionar la ayuda exterior o de flexibilizar la deuda externa según los progresos en democratización y en reformas hacia el libre mercado que hicieran los distintos países. Habló de que la AID y el servicio de Información de Estados Unidos (USIS) debían dedicar más recursos a promover la democracia y apoyó el National Endowment for Democracy (NED). Estas apreciaciones no caen muy bien entre los movimientos populares latinoamericanos, que tienen larga experiencia de la actuación anti-democrática y de cooptación que realizan las diversas agencias de ayuda norteamericana.

El comentario de Clinton acerca de que la NED debía de trabajar en "acciones abiertas y no encubiertas" podría ser la única señal positiva, aunque sutil. Todos estos datos son, sin embargo, muy escasos para conocer los puntos de vista de Clinton y para prever cuáles serían los cambios que una administración demócrata traería en las burocracias de la AID, del Departamento de Estado, de la NED y de otras agencias, que en la práctica podrían resultar más liberales que el mismo Clinton.

Propone Clinton una dimensión más multilateral de la política exterior norteamericana. Ambos candidatos están más empeñados que el ex-Presidente Reagan en construir coaliciones multinacionales y en involucrar a las instituciones multilaterales, empezando por las mismas Naciones Unidas, en la política exterior norteamericana, aunque ambos reservan para los Estados Unidos la prerrogativa de actuar unilateralmente por encima de cualquier multilateralidad. Clinton pone un énfasis mayor que Bush en lo multilateral.

Clinton daría más ayuda a las ex-repúblicas soviéticas. El candidato demócrata critica duramente a Bush por no ayudar suficientemente a la ex-URSS y por no apoyar a los ucranianos y a otros movimientos independentistas en las repúblicas hoy disgregadas.

La propuesta de Clinton sobre el presupuesto de ayuda exterior - dejando aparte un aumento en la ayuda a la ex-URSS - es inferior al que propone el Presidente Bush. Siendo más ambiciosa su agenda en temas internos - que reclaman un mayor presupuesto -, el candidato demócrata parte de que se hagan recortes en la ayuda externa, dados los limitados recursos de que dispone Estados Unidos. Ambos candidatos, sin embargo, coinciden en disminuir el presupuesto de ayuda exterior. En su reciente comparecencia en Naciones Unidas, el Presidente Bush pidió menos "caridad" en la ayuda exterior y vinculó más directamente el actual programa de ayuda externa estadounidense a la promoción de las exportaciones de Estados Unidos y a la expansión de la inversión norteamericana en el exterior.

¿Sobre la política de defensa?

Ninguno de los dos candidatos ha mencionado cómo se va a reflejar en el presupuesto militar el final de la Guerra Fría teniendo en cuenta el deplorable estado de la economía norteamericana. Bush propone un recorte de aproximadamente 50 mil millones de dólares en los próximos 5 años en el presupuesto de defensa. En su campaña, Clinton ha dado a entender en diversas declaraciones que haría recortes adicionales de entre 50 mil y 100 mil millones de dólares más en los próximos 5 años, sobre el total del presupuesto militar propuesto por Bush para esos 5 años, que es de 1 billón 420 mil millones de dólares (billón=millón de millones).

En algunas ocasiones, Clinton ha defendido algunos sistemas de defensa - que la administración Bush considera obsoletos -, como el submarino Seawolf, buscando sin duda los votos de quienes verían afectadas sus economías locales si se cortara este programa militar.

Aunque Clinton defiende el recorte en el gasto militar con el fin de disponer de más recursos para mejorar la economía, el aparato militar del que habla no es el de una nación en paz sino el de una nación que continúa preparándose para defenderse de nuevas amenazas. Clinton habla de reducir los arsenales nucleares, pero de mantener "una fuerza nuclear de sobrevivencia", a la vez que dejar abiertos los caminos para extender la tecnología militar nuclear a naciones que aún no la poseen.

El candidato demócrata propone una especie de policía militar de desplazamiento rápido que el gobierno de Estados Unidos podría enviar fácilmente a cualquier parte del mundo, hablando a la par de la reducción - no de la desaparición - de las fuerzas norteamericanas estacionadas en Europa y en Asia.

Propone también que se continúe trabajando en los sistemas de armamentos para mantener la ventaja tecnológica de Estados Unidos y que se perfeccionen los sistemas de inteligencia incluyendo medios más sofisticados que permitan entender las condiciones políticas, económicas y culturales que pueden generar conflictos en distintas partes del mundo. Se sabe que la candidatura de Clinton está fuertemente respaldada por un buen número de miembros del Partido Demócrata que tienen la mayoría de ellos mentalidad de guerreros de la Guerra Fría y que defienden el gasto militar.

Qué dicen de los acuerdos de libre comercio

En el mero corazón de la agenda de Bush en política exterior está el apoyo al "libre comercio" tal como éste se expresa en el Acuerdo Norteamericano de Libre Comercio (NAFTA) entre Estados Unidos y Canadá - y próximamente México - y en las posiciones norteamericanas en la Ronda Uruguay del GATT. Bush ha prometido buscar acuerdos de libre comercio con las naciones latinoamericanas, con las de Asia y con las del Este europeo y las consignas de su campaña enfatizan su plan de continuar "abriendo" mercados a las exportaciones estadounidenses en todo el mundo.

Como es lógico, en la práctica, este "libre comercio" no es igualmente libre para todos. Los actuales tratados comerciales que promueve Estados Unidos buscan libertad para el gran capital y para las mercancías, pero no para el trabajo y los trabajadores. En un mundo realmente libre en sus relaciones comerciales, no habría restricciones a las migraciones del Sur al Norte y los mexicanos o los centroamericanos que intentan entrar a trabajar en Estados Unidos no encontrarían ningún obstáculo en su camino.

El NAFTA flexibiliza, por ejemplo, las restricciones migratorias para los ejecutivos de empresas y para los profesionales del Sur y endurece las barreras para la masiva inmigración de mano de obra - especialmente mexicana - hacia Estados Unidos. Por otra parte, y a pesar de todos los tratados de libre comercio, las naciones del Norte continúan subsidiando selectivamente sus propios productos, no permitiendo que sean importados libremente a más bajo precio de otros países. Es el caso del actual subsidio norteamericano a la producción de trigo.

El actual tratado del GATT establece que deben removerse los "obstáculos" que existen al libre comercio internacional y se deben "armonizar" las leyes y regulaciones nacionales que afecten esta libertad comercial. Como la palabra "obstáculo" se puede interpretar de muchas maneras, en la realidad prevalecen las interpretaciones más negativas, y se entienden como obstáculos las leyes que defienden la vida: prohibición del trabajo de menores, regulaciones en favor del medio ambiente o leyes de seguridad laboral.

Emparejar por abajo

Como ha señalado recientemente Walter Russell Mead, al comentar el proyecto económico de Bush acerca del libre comercio, se puede "armonizar" - como propone el GATT - "por arriba" o "por abajo". "¿Qué pautas de bienestar, salud y seguridad adopta la mayoría de las naciones desarrolladas? ¿Las occidentales? ¿O tratan de armonizarse con las deterioradas pautas que existen en Africa, América Latina, el antiguo bloque socialista y la mayoría de los países de Asia?" "En otras palabras, los tratados de libre comercio ¿son herramientas para mejorar las condiciones ambientales y los derechos laborales de los países del Sur, "armonizándolas" con las ya alcanzadas en el Norte o son un mecanismo para hacer descender las regulaciones laborales y las condiciones ecológicas en el Primer Mundo en busca de mayores y más rápidas ganancias para las empresas?

El propio Presidente Bush responde claramente a esta cuestión. Está usando el libre comercio para reducir y deteriorar las regulaciones ecológicas y laborales en los Estados Unidos. El oscuro y enredado lenguaje en el que se redactan los acuerdos comerciales y la mágica palabra "libre comercio" ha permitido a Bush conseguir - a través de mecanismos internacionales que nunca hubiera conseguido que el Congreso de Estados Unidos aprobara - ir haciendo descender en calidad las pautas medioambientales y laborales que existían al interior de Estados Unidos.

El GATT exige de todas las naciones que se adhieren a este tratado que las regulaciones "adoptadas por razones de seguridad, salud, consumo y protección ambiental no creen innecesarios obstáculos al comercio internacional". Ante esta exigencia, lo correcto sería que la nación con más altos niveles de calidad de vida alcanzados en estos rubros los defendiera y aún más, estableciera la pauta a la que deberían sumarse las otras naciones.

Pero en la práctica, Estados Unidos se está sirviendo de esta disposición del GATT para exportar a Canadá pesticidas que estaban prohibidos ya por los canadienses. O para impedir que la provincia canadiense de Ontario establezca un plan estatal de seguros de automóviles porque Canadá se opone a la importación de Estados Unidos del asbesto, un material ya comprobado como dañino para la salud. Todo este tipo de asuntos se decide en secreto por los representantes especiales del tratado de libre comercio entre Canadá y Estados Unidos, sin que haya oportunidad de que las organizaciones ecológicas, laborales o de consumidores puedan participar en ninguna de estas discusiones o decisiones. Esta total falta de democracia, este totalitarismo económico, está caracterizando tanto el libre comercio que se propone entre los países del Norte como el que el Norte propone al Sur.

No debería ser así. Los acuerdos de libre comercio podrían ser un mecanismo para elevar los niveles de protección ambiental y de calidad de vida en todos los países. Una coalición de sindicatos, grupos de derechos humanos y ecologistas ha propuesto un conjunto de pautas que deberían ser incorporadas al NAFTA: reforzamiento de los derechos de libre asociación y de los convenios colectivos laborales, niveles de salud y seguridad laboral en el centro de trabajo, leyes que impidan el trabajo de los niños y salarios que se incrementarían a partir de los beneficios de la empresa y que harían mayor la seguridad del trabajador.

¿En qué posición se sitúa Clinton en el tema del libre comercio? Antes de su campaña electoral, apoyó el NAFTA. Durante la campaña, ha intentado esquivar el tema para no perder el apoyo de los sindicatos, que temen que el NAFTA se irá traduciendo más y más en una pérdida de empleos en Estados Unidos - las industrias manufactureras preferirán la más barata mano de obra mexicana - y en una reducción de los salarios de los trabajadores estadounidenses, porque tenderán a "armonizarse por abajo" con los reducidos salarios que las empresas estadounidenses pagarán a los trabajadores de México.

Clinton ha hecho mención de que el NAFTA debería ser modificado para dar más adecuadas respuestas a los temas laborales y ecológicos. La débil actuación de Clinton en las cuestiones del medio ambiente y particularmente en las cuestiones laborales durante su gestión como etapa de Gobernador de Arkansas, hace pensar que tal vez sea más responsable en estos asuntos que el Presidente Bush, pero sólo un poquito más.

Ambos continúan mirando el mundo con los lentes de la Guerra Fría

El actual momento histórico ofrece a los Estados Unidos una gran oportunidad. Con dirigentes creativos y audaces, Estados Unidos podría orientarse a una más pacífica y constructiva relación con las restantes naciones del mundo. Pero ni Bush ni tampoco Clinton tienen esta perspectiva. Los dos continúan mirando el mundo a través de los distorsionados lentes de la Guerra Fría. Lo miran en términos de amenazas y peligros, de competitividades y afirmaciones de fuerza. Los dos son incapaces de hacer propuestas sobre la clase de recortes militares que podrían hacer avanzar a Estados Unidos y al mundo hacia una era de paz. Ciertamente, la presidencia de Clinton estaría más abierta a los puntos de vista de los sindicatos y de los movimientos de derechos humanos y ecologistas. Y tal vez su concentración en los temas de política interna para la recuperación de la economía norteamericana le restaría atención a los asuntos internacionales. Por ahí tal vez podría llegar algo de distensión en la política intervencionista de los Estados Unidos y un respiro para los países del Sur. Tal vez.

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