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Universidad Centroamericana - UCA  
  Número 129 | Agosto 1992

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Nicaragua

Lisiados de guerra, resucitando desde la angustia

Los lisiados de guerra están abandonados a su suerte. "La Dirección Nacional del FSLN solo está en búsqueda de cuotas de poder", dice uno de ellos. "Algunos de ellos necesitan prótesis para el alma" Si en Nicaragua tanta gente está desempleada ¿qué esperanza tienen los lisiados? Esta es la historia de un proyecto que busca devolver a los lisiados de guerra su dignidad, convencerlos de que lo ocurrido no es un "castigo divino" e incorporarlos al trabajo productivo.

Raquel Fernández

Durante la década Sandinista gozaron de prestigio social. Aunque las pensiones eran exiguas y la vida para ellos mucho más difícil que para los demás, los sufrimientos con honor siempre son más llevaderos. Además, el gobierno aún en medio de la pobreza - casi miseria generalizada- encontraba la manera de privilegiarlos de algún modo: un terrenito urbano donde levantar una casita; o una finquita para ganarse honradamente la vida con la ayuda de los padres o la mujer; cursos de capacitación adecuados a sus circunstancias con la garantía de un puesto de trabajo al culminar los estudios; en fin, alguna mejora para sobrellevar con dignidad la desgracia, hasta donde se podía.

Aunque escaseaban los beneficios materiales, abundaban los reconocimientos morales. En sus discursos, los dirigentes sandinistas se referían a ellos en los términos más elogiosos. En las marchas y concentraciones conmemorativas o de apoyo a la Revolución agredida, los jóvenes de cuerpos rotos y almas dolientes pero altivas, ocupaban lugares destacados, con sus sillas de ruedas, sus muletas o sus anteojos oscuros con bastón blanco. Y sentían que, a su espalda, había todo un pueblo que los apoyaba y agradecía su sacrificio.

Luego llegó la derrota electoral del Frente Sandinista y los jóvenes discapacitados se enfrentaron a una realidad desconcertante: la causa a la que habían entregado más que la vida, fue rechazada por el mismo pueblo al que habían defendido. Al desentumirse de la estupefacción, los discapacitados de guerra descubrieron algo más terrible: nadie se interesa por ellos, a nadie hacen falta.

Dejaron de ser héroes y se convirtieron en denuncia viva: sus cuerpos mutilados acusaban a los culpables. Y a los culpables, no les gusta que los acusen. Menos aún, cuando son poderosos y hacen todo lo posible por tapar con un dedo los miles de discapacitados de ambos lados. Porque todos son víctimas del mismo verdugo.

Los respetados héroes de ayer se transformaron en estorbos ignorados hoy. La pensión de discapacidad, que nunca había sido muy grande, se redujo dramáticamente con la desmonetización del 3 de marzo/91. Los pequeños privilegios honoríficos que no engordan, pero mantienen, han desaparecido y también la cobertura de necesidades básicas, como la gratuidad de las medicinas, imprescindibles para ellos, enfermos para siempre. A algunos se les ha arrojado de los lotes urbanos que el gobierno anterior les había adjudicado y donde, con grandes dificultades, habían levantado una casita que cobijaba a su familias y a ellos mismos. Y la casita ha sido demolida.

Además, las políticas neoliberales aplicadas por el gobierno actual en su Programa de Ajuste Económico, redujeron violentamente el mercado laboral. El aparato estatal se redujo drásticamente y muchas empresas estatales cerraron para ser privatizadas sin trabajadores organizados - y molestos para posibles compradores -. Ante tanta demanda de empleo, los más fuertes tienen dificultades para encontrar trabajo. Los discapacitados, simplemente, no tienen ni la esperanza de conseguir algo. No se les toma en cuenta. La sociedad nicaragüense, debilitada y enferma, ve disminuir de manera vertiginosa su capacidad de asumir lo diferente. Sin embargo, los miles de jóvenes rotos, no se resignan. No quieren abandonar ni abandonarse. Una vez lucharon por una causa que consideraban y, en casi todos los casos, todavía consideran justa. Y siguen siendo luchadores. Su juventud apasionada les impulsa a entablar batalla con una sociedad que saben injusta y de la que están expulsados contra su voluntad, pero en la que quieren ocupar el espacio al que tienen derecho.

Esta es la historia de unos cuantos hombres jóvenes que, cuando se les rompieron las alas, no vacilaron en continuar su avance, aunque fuera arrastrándose, pero siempre hacia adelante. Y de una institución, el Instituto Histórico Centroamericano (IHCA) que, pese a su nombre de resonancias eruditas, tiene una sección dedicada a apoyar a los discapacitados de guerra en su rehabilitación física, espiritual, emocional y laboral.

Una solución: ser microempresarios en microempresas

La agresión de los Estados Unidos contra Nicaragua, dejó como secuela un número aún desconocido de lisiados, pero que se calcula que más de diez mil, desorientados ahora, pero con la imperiosa necesidad de continuar viviendo, de sentirse útiles en un mundo en que útil se confunde con utilidades, ganancias.

Por otra parte, los discapacitados y, peor aún, si son discapacitados de guerra, no encuentran fácilmente trabajo. Por su discapacidad, por su presunta filiación política o por ambas cosas. La solución posible era la creación de microempresas en que uno o unos pocos discapacitados que se conocieran entre sí y se apoyaran, realizaran una actividad productiva o de servicios. Pero, para echar a andar una microempresa, por más micro que fuese, es necesario un capital, aunque fuese un micro capital. Y, en la Nicaragua actual, los bancos sólo prestan a los ricos, a los que no lo necesitan. Para los pobres, no hay crédito.

Por eso y porque se busca que los jóvenes sean autónomos, se creó el programa de microempresas, en las que cada cual es su propio patrón, propietario y, con frecuencia, único trabajador aunque a veces, se cuenta con el apoyo de los familiares más cercanos. De este modo, el joven discapacitado no sólo logra su autoestima, sino también un lugar preeminente en el seno de su familia: en un país de desempleados, entre los cuales suelen estar también sus familiares, es el empleador, el sostén económico de todos.

"Aquí no se impone nada", explica Andrés Solís, joven jesuita que forma parte del equipo de trabajo con los hermanos discapacitados. "Si lo que se quiere es una auténtica rehabilitación del ser humano, es necesario que cada cual busque su propia solución. Son los interesados los que presentan el proyecto que quieren desarrollar. Sobre ese proyecto, se realiza un estudio de factibilidad, para garantizar al máximo el éxito. El éxito es muy importante para estos compañeros", explica.

"Si sobre el problema que ya tienen con su discapacidad, se les acumulan fracasos en su actividad económica, eso puede dejarlos marcados para el resto de su vida, frustrados de manera irremediable". Si el proyecto presentado reúne condiciones de factibilidad, si tiene perspectivas de éxito, el IHCA financia y asesora. Si no, sugiere al novel empresario que piense en otra posibilidad.

"Pero la mayoría de los proyectos que presentan, son adecuados y factibles", aclara Wilmer Ruiz, único seglar del equipo. "Al fin y al cabo, son proyectos que buscan resolver necesidades de su propia comunidad y ellos saben mejor que nadie qué es lo que hace falta".

Un proyecto loco: la historia de Juan Canales

Por eso, porque nadie como un miembro de una comunidad conoce lo que hace falta en ella, es por lo que algunos proyectos aparecen como un poco demenciales. Entre ellos, uno de los más representativos es el alquiler de bicicletas de Juan Canales.

"Yo miraba que los niños no tenían bicis para jugar ni a los adultos les era fácil tener su bici para sus mandados y se me ocurrió que ese era un problema que se podía resolver y ganar dinero beneficiando a todos", explica Juan, un hombre de extraordinaria delgadez.

Aunque con alguna reserva y ciertas dudas, el IHCA financió el proyecto consistente en un centro de alquiler de bicicletas, pequeñas para los niños, para que jueguen y se diviertan un poco, y grandes, para que los adultos realicen sus actividades. Se compraron las bicicletas, se inició el alquiler y contra todo pronóstico, fue un éxito.

"No se crea que todo fue fácil", explica Juan. "Al principio, la gente no estaba acostumbrada y nos robaban las bicicletas. Perdimos algunas. Otras, nos las desbarataron. Hubo que reinvertir en la compra de más bicis. Pero, poco a poco, hemos salido adelante". Y debe de ser cierto, porque su vivienda está en construcción, la está remodelando y ampliando. Nadie se pone a construir si no tiene algún dinerito en el bolsillo.

La historia de Juan Canales es muy parecida a la de otros muchos hombres de Nicaragua. Un joven que no estaba de acuerdo con el estado de cosas imperante: rebelde y generoso, como tienen que ser los jóvenes. Por eso, cuando tuvo la oportunidad de colaborar con el FSLN no vaciló y se unió a la lucha contra la dictadura de Somoza. Porque Juan Canales es una víctima de guerra de antes del Triunfo Sandinista. No le asustó ni el miedo a la muerte ni a la cárcel. Quizá en lo único que no pensó fue precisamente en lo que le pasó: cuando tenía 18 años, recibió la orientación de impedir el paso de un convoy de camiones de la Guardia Nacional. Juan Canales cumplió con su cometido, pero recibió un balazo que le dejó paralítico de medio cuerpo, el 22 de febrero de 1979.

El hombre de movimientos un poco torpes, pero de infatigable actividad, recuerda la época en que no podía tenerse en pie, ni ser útil a sí mismo, ni siquiera comer. "Hasta se me caía la baba", cuenta. "Tenía la mitad del cuerpo como muerto". En medio de su situación, el Triunfo popular sobre la dictadura, fue el mejor consuelo y un motivo para intentar la primera lucha, pero era muy difícil, con medio cuerpo paralizado. Pese a todo, la convicción era la misma y trató de sobreponerse luchando consigo mismo primero y con la compasión de los demás, después.

"Yo soy militante del FSLN. Eso me ayudó a intentar superarme", y explica que su esfuerzo como organizador de base fue decisivo en su recuperación física. No así en la recuperación de su autoestima, convertido como estaba en un ser económicamente dependiente. "Aunque mi familia no me decía nada, yo me sentía muy mal". Juan Canales tenía en su cabeza, desde mucho tiempo atrás, el proyecto de instalar un negocio de alquiler de bicicletas, pero el proyecto no parecía bueno a nadie que lo pudiera financiar. Por su edad, mayor de 30 años, y por el tiempo transcurrido desde que le ocurrió su accidente, Juan Canales habla con libertad y madurez de su experiencia, cosa que raramente ocurre entre los lisiados de guerra. "Yo me sentía como sitiado, como que ya no servía para nada y en esa angustia, me dediqué a beber. Porque es horrible sentirse como un inútil".

Es terrible saber de la angustia de este hombre que, siendo casi un niño, vio destruido su cuerpo y sus esperanzas. Pero es más terrible la respuesta a una pregunta que salta desde el fondo del alma cuando se le oye contar su historia: ¿qué mundo hemos construido que considera inútil a un ser humano, sólo porque no puede desarrollar una actividad laboral retribuible en metálico? "Yo era un inútil", insiste, "porque no podía valerme por mí mismo ni podía ganarme la vida".

En esas condiciones, un día supo de la existencia del IHCA y de su programa de apoyo a los discapacitados de guerra. Y no lo pensó dos veces: allá se fue a presentar su aparentemente descabellado proyecto de alquilar bicicletas, aunque no se hacía ilusiones. Ya tenía una larga experiencia en decepciones y desengaños. Y peor aún, cuando no le dieron buenas palabras ni promesas. Pero tampoco le dijeron que no. Simplemente, acogieron el proyecto para su estudio y valoración.

Fue suficiente. Desde aquel día, Juan Canales, arrastrando su pierna inmovilizada, iba diariamente a saber qué había pasado. "Yo hostigaba", reconoce. "Pero es que estaba impaciente por saber si me lo iban a aprobar, qué podía esperar. Para mí, era lo más importante".

Hasta que llegó la noticia de que el proyecto estaba aprobado, que le iban a ayudar a ponerlo en marcha. Y su vida dio un giro violento. A partir de ese momento, se convirtió en un ser económicamente activo. Pero no todo fue fácil. Al principio, por su propia inexperiencia y por confiar demasiado en la clientela, perdió seis bicicletas, unas robadas y otras rotas. Sin embargo, esa parece ser la única forma de aprender y Juan Canales aprendió. Aprendió tanto que el pequeño negocio se repuso de sus pérdidas iniciales y empezó a crecer. Muy pronto llegó un momento en que no pudo seguir sólo por la magnitud de su actividad y sus familiares, los mismos que le habían metido el hombro sin comentarios cuando él los necesitó, empezaron a trabajar con él.

Entonces, ¿ahora eres el cabeza económico de la familia? Trata de ocultar el destello de satisfacción que le produce la pregunta. "Pues sí, así podría decirse", responde con orgullosa modestia. Y, con profunda sinceridad, continúa: "El IHCA ha sido como una madre para mí, para nosotros los discapacitados. De verdad, yo nunca esperé que me dieran una oportunidad así, como ésta. Esto es algo que nos ha levantado el ánimo a todos nosotros. Es como una resurrección".

Amar con los hechos y en los hechos

El IHCA es una institución con alguna veteranía. Nació hace más de 30 años como centro especializado de documentación y consulta sobre Centroamérica, acumulando y ordenando en un sólo local toda la bibliografía sobre el tema dispersa en diferentes casas de la Compañía de Jesús en la región. Era un centro de consulta y de información para una pastoral activa.

El Triunfo popular de 1979 no trajo cambios a la institución. Fue un poco más tarde, cuando la joven Revolución tenía dos o tres años, que se planteó la conveniencia de elaborar un pequeño boletín mimeografiado, de unas diez o doce páginas, con el fin de orientar a los ONG's y comités de solidaridad, en medio de la intensa campaña de desinformación que se desató contra Nicaragua. Así nació la revista "Envío". Simultáneamente, se desarrollaba un esfuerzo por apoyar un trabajo pastoral catequético en las Comunidades de Base y en las organizaciones populares, como la Asociación de los Trabajadores del Campo (ATC). Esta pastoral, que trataba de interpretar la coyuntura nacional de la Nicaragua de los 8O's y la internacional, en relación con Nicaragua, era impartida por el mismo equipo que redactaba "Envío", a través de charlas y cursos.

Pero en 1987 se planteó la necesidad de pasar a un trabajo pastoral más integral, que comprendiese los aspectos espirituales y también los económicos y sociales. Y un día, por eso que algunos llaman casualidad y otros Providencia Divina, se contactó con un lisiado símbolo y después con un grupo de lisiados y se comprendió que ese era el camino.

La primera tarea consistió en realizar una encuesta para conocer con exactitud la situación del lisiado, entender mejor sus necesidades y ofrecerles soluciones más adecuadas. Como resultado de esta encuesta, se supo que el nivel de escolaridad promedio entre los lisiados de guerra es apenas de Tercer Grado. Es decir, que los lisiados de guerra apenas han superado el primer tercio de la Enseñanza Primaria, como promedio. En esas condiciones, se consideró que lo más urgente era capacitarlos para desempeñarse en alguna actividad.

Un nuevo estudio para conocer qué trabajos podrían ser más satisfactorios para los lisiados, al tiempo que necesarios y demandados por la sociedad, señaló que la mecánica automotriz era muy interesante para los lisiados urbanos; la mecánica agrícola, para los procedentes del campo; y el trabajo como chofer, para todos, y muy solicitados por la sociedad. De este modo nació la escuela de mecánica y manejo "Leonel Rugama", donde en régimen de internado, 200 lisiados se capacitaron laboralmente.

La Escuela fue también una respuesta concreta en aspectos no incluidos en el pensum académico, pero que se consideran más importantes. Muchos de los jóvenes que pasaron por sus aulas se habían integrado a la lucha cuando eran poco más que unos niños y habían permanecido durante cuatro, cinco, seis o más años consagrados a la defensa de su patria, sin tiempo para pensar en sí mismos, sin estudiar, sin imaginarse valiosos en sí. Para ellos, su discapacidad fue especialmente traumática. No sabían hacer nada más que defender su patria y su Revolución con las armas en la mano. Y una vez disminuidos en su capacidades físicas, ya no podían continuar en esa actividad. Ya no servían para nada. Aparentemente, Dios los había abandonado.

Para muchos, su nuevo aspecto físico, con algún miembro menos, era inaceptable. Sus cicatrices no eran motivo de orgullo, como hubiera sido lógico, sino de vergüenza.

Durante su estancia en la escuela, los jóvenes tuvieron la oportunidad de descubrir que su lesión era un renglón torcido de los que Dios utiliza para escribir derecho. Y muchos lo descubrieron. Entre ellos, Oscar Espinoza.

A Oscar había sido necesario cercenarle el brazo izquierdo a la altura del hombro como consecuencia de sus lesiones. Pero la auténtica discapacidad estaba en su alma. El joven nunca aceptó su nueva realidad. Fue un éxito relativo llevarlo hasta la Escuela "Leonel Rugama". Relativo, porque desde el primer día, Oscar se atrincheró en un mutismo y un aislamiento impenetrables. Sólo salía de su habitación para asistir a clase y, una vez terminada, regresaba a enclaustrarse en su soledad, con auténtico terror a comunicarse con sus compañeros.

Sin embargo, al cabo de unos días, el vigor juvenil de los demás, también lisiados, empezó a golpear las puertas cerradas de su alma. Poco a poco, empezó a tardar más en regresar a su dormitorio y a salir más pronto para integrarse a las conversaciones, bromas y juegos de salón de sus compañeros. Sus progresos espirituales eran evidentes.

Hasta que llegó un día en que había que definir los turnos para las clases de manejo y nadie preguntó a Oscar en cuál prefería estar. Se sobreentendía que él no podría asistir y preguntarle por sus preferencias, parecía hasta de mal gusto.

Pero Oscar tenía otra perspectiva. El quería aprender a manejar y logró convencer a los demás de que podía. Y se aceptó que lo intentara. En cualquier caso, sería la Policía de Tránsito quien tuviese la última palabra.

Sobre la marcha, Oscar inventó un nuevo procedimiento para manejar, adaptado a su realidad, utilizando su único brazo y sus piernas para mover el timón en las maniobras difíciles. El día del examen, los oficiales de la Policía del Tránsito no daban crédito a sus ojos viendo al joven manejar con dos pies y un brazo, pero con absoluta seguridad y aplomo. Ya se había aceptado a sí mismo. Para no alargar la historia, Oscar resultó el mejor alumno de la promoción. Un buen argumento para una película sobre el valor del ser humano. Con mucho menos heroísmo se han elaborado historias para Hollywood. Pero como se trata de heroísmo tercermundista, permaneció en el anonimato hasta ahora.

En la Escuela, los jóvenes se recuperaron a sí mismos, después de muchos años y aprendieron que Dios Padre no abandona a sus hijos aunque a veces, se hace un poco el sordo. Que los discapacitados no son condenados a vivir de la caridad pública y que pueden ganarse la vida con una actividad socialmente útil. Sin embargo, con la llegada del nuevo gobierno y la imposición en Nicaragua de las políticas económicas neoliberales que lanzaron al desempleo a miles de trabajadores, los discapacitados se encontraron frente a una competencia por cada puesto de trabajo que no les dejaba ninguna oportunidad. Como consecuencia, el IHCA dio un giro a su trabajo y a La Escuela la reorientó hacia el proyecto "José Luis Ortega", de microproyectos empresariales, capaces de sostener a una familia.

Cuando la familia ayuda

"Estos son mis hijos", afirma con orgullo Juan Aburto, soltero, sin compromiso, orgulloso de serlo y agricultor, mientras señala a dos enormes bueyes, el "Negro" y el "Colorado", que pastan a pocos metros de distancia.

Juan Aburto se acerca a los animales con la confianza de un largo trato y mucho cariño. Los dos imponentes moles se le acercan mugiendo y haciendo estremecerse la tierra bajo su pezuña. Adquirió estas valiosas reses, que son como los dos pies de un campesino, con un préstamo que le dio el IHCA. A Juan Aburto siempre le gustó el campo. Siempre quiso dedicarse a hacer producir la tierra, a trabajarla con sus dos manos fuertes y sentir cómo su labor se convertía en alimentos para sí mismo y para los demás. Pero la vida le llevó por otros caminos, al menos durante un tiempo. Su familia no tenía tierras que trabajar y comprarlas era algo que se escapaba de su capacidad. Además, tuvieron mala suerte con el reparto de tierras de la Reforma Agraria: nunca lograron un lotecito.

Así las cosas, fue llamado a prestar el Servicio Militar patriótico y allí recibió un tiro en un pie. Un discapacitado de guerra puede vacilar cuando se le pregunta por la fecha de su propio nacimiento, pero cuando alguien se interesa por el día en que sufrió la lesión no titubea. Y recuerda con minuciosidad todos y cada uno de los detalles que rodeaban el momento: el color de las flores que crecían a la orilla del camino, el sonido de las armas que tableteaban a su alrededor y su calibre, el tipo de pájaros y animales que huían asustados ante el salvajismo humano, los árboles que sombreaban el lugar. Y la conversación que se sostenía con el compañero de armas, qué decía cada cual, qué opinaban de cada cosa.

Un lisiado de guerra recuerda con minuciosidad cada detalle del día y la hora en que le arrancaron un pedazo de su cuerpo y cuando empieza a contárselo a alguien, no se puede detener. Necesita llegar hasta el final, no puede dejarlo a la mitad. No lo recuerda con amargura, ni con tristeza. Al menos, no los lisiados de guerra que atiende el IHCA. Pero sí lo recuerda de manera indetenible. No se pueden poner diques a sus recuerdos. Hay que oírle hasta el final, aunque el oyente esté sufriendo más que el narrador y protagonista.

A Juan Aburto le hirieron cuando subía el "Cerro Azul", en una comarca llamada "Las Vegas", para recuperar dos piezas de artillería pesada que impedían el avance. En principio, se trataba de un ataque por sorpresa, que debía realizarse en absoluto silencio, pero uno de los integrantes del comando pisó una mina y se inició el combate en que recibió el balazo en un pie, que le provocó una osteomielitis y, como consecuencia, cojera. Juan pudo contar en todo momento con el apoyo de su familia y eso le ayudó a superarse, pero confiesa que "quedé muy rebelde, muy nervioso. Todo me molestaba y me ofendía". Sin embargo, su discapacidad le sirvió como carta de presentación para obtener una parcela de tierra en la cooperativa "Pikín Guerrero", donde se privilegiaba a los desmovilizados del SMP y, más aún, si tenían algún problema.

Pero la tierra, para producir, necesita de alguna inversión en semillas y herramientas, en medios de trabajo. Es cierto que Juan recibió una parte de esas cosas junto con la tierra, pero no todo lo necesario, y no de la mejor calidad. De una yunta de bueyes que tenía, le robaron uno y el otro le salió haragán, porque también entre los bueyes los hay que no les gusta el trabajo. Y ahí estaba Juan, con su hermosa parcela, sus ganas de trabajar, su definida vocación agrícola y sin un par de bueyes que le ayudasen.

"Para el campesino, los bueyes son como la mano derecha. Mire, el "Negro" es el más viejo, buen trabajador, ya se las sabe todas y sólo hay que decirle lo que se quiere y él lo hace. El "Colorado" es más joven, todavía no tiene experiencia y el "Negro" le enseña", explica. Además, los dos bueyes de una yunta tienen que saber trabajar juntos y el campesino con ellos. Forman un equipo y si el equipo se entiende, el trabajo saldrá bueno y rápido y si no, el trabajo será difícil y no estará bien hecho.

Del rebelde, nervioso y descontento, no queda nada. "El trabajo me ha ayudado a superar todos los problemas", dice. En la parcela, donde siembra frijoles y maíz, los dos granos básicos por excelencia del nicaragüense y frutales, trabaja junto con su padre. En los tiempos de mayor trabajo, una larga ristra de hermanitos, primitos y amiguitos de estos, le apoyan. "Son mis mozos", comenta, mientras los "mozos", más que trabajar, se dedican a jugar porque son niños pequeños.

"No se crea, cuando hay que trabajar, son bien serios", asegura. "Lo que pasa es que ahora hay poco que hacer", y es cierto, aún faltan unos meses para empezar la preparación de la tierra. Con sus dos bueyes, Juan Aburto prepara la tierra pero, además, uncidos a una carreta, le sirven de medio de transporte para los implementos agrícolas, para la cosecha y para ir al río a buscar el agua necesaria para sus frutales y sus hortalizas.

"Los cooperados hemos decidido que para dar trabajo a las mujeres, vamos a poner una granja avícola y alimentaremos a las gallinas con lo que produzcamos aquí, pero como yo no tengo mujer (ni la quiero, porque las mujeres sólo traen problemas), voy a meter a alguna hermana. O a lo mejor ni quieren, y no va nadie de mi casa, pero yo voy a colaborar también con esa granja, aunque nadie de mi familia esté allí".

El discapacitado que logra hacerse un lugar en la vida, sentirse útil, saber que su trabajo sirve a la sociedad, difícilmente olvida los amargos momentos que le tocaron vivir hasta que logró su ubicación. Por eso es generoso y suele tratar de ayudar a quienes todavía no han superado o a quienes les necesitan para algo. "Y para ese trabajo, puedo contar con mis dos bueyes, que me ayudarán en la tarea", porque Juan Aburto, cuando habla de sus bueyes, lo hace como si se tratara de seres pensantes. "A veces, me parece que piensan mejor que muchos que se dicen humanos". comenta.

Sembrar pequeñas semillas

Guillermo Huezo y Felipe Aldana, ambos jesuitas, integraron el equipo que inició el trabajo con microproyectos en el Departamento de Carazo, al suroeste de Managua, a principios de 1990. Ellos habían adquirido alguna experiencia durante varios meses de trabajo en Chontales, zona centro de Nicaragua, donde se desarrollaba una actividad asistencial, de apoyo puntual a lisiados en situaciones de emergencia. "Pues pegar carrera al médico cuando se enfermaba alguno y comprar las medicinas o llevar zinc a alguien que tenía goteras en el techo o dar madera para construir un corral donde meter las gallinas," explica Guillermo. "De apagafuego, pero sabiendo que no construíamos nada"

"Eso no resolvía ningún problema, aunque aliviaba momentáneamente la situación. Pero el mayor defecto que yo le encontraba a ese tipo de trabajo" continúa el joven y vigoroso jesuita, "es que reforzábamos el concepto de marginación y asistencia, con lo que pronunciábamos la discapacidad". "Porque sólo era pedir y dar, sin ningún esfuerzo por su parte, casi como una forma de mendicidad" explica. "No les costaba y eso ni a ellos les gusta". Fueron los lesionados quienes, mediante sus conversaciones con los religiosos que les visitaban periódicamente, transformaron poco a poco la concepción del trabajo.

"Lo más importante es escucharles y demostrarles con hechos que se les escucha, que sus criterios son tenidos en cuenta y que pueden reorientar un proyecto de la manera que ellos consideran más conveniente" considera Guillermo. "Además nadie conoce mejor que ellos sus propias necesidades". Y el acompañamiento humano, hacerles conocerse entre sí, sacarlos de su aislamiento. "A veces, invitaba a dos o tres lisiados que no se conocían entre sí a tomarnos juntos una cervecita y era hermoso lo que pasaba allí, cómo conectaban con sus problemas tan similares. Yo aprendí mucho, maduré mucho como ser humano y como religioso, en estos intercambios". Porque el problema más grave y difícil de superar, el que está en la raíz de todos los demás problemas, es la falta de seguridad en sí mismos, de autoestima, de autoaceptación. Con la consecuencia de que quien no se acepta a sí mismo, difícilmente consigue ser aceptado por los demás.

Los microproyectos que surgieron después de escuchar a muchos lisiados, se plantearon como una posibilidad de reintegración social. "Aunque tengan un resultado regular, aunque no todo salga bien", subraya Carlos Barralaga, un jesuita joven y risueño que sólo se pone serio cuando habla del trabajo, pero sin perder el optimismo.

"Por lo menos, tuvieron una oportunidad en unas condiciones en que ni siquiera los sanos la consiguen. Si logran alcanzar el éxito en su gestión, mejor todavía; pero aunque no lo logren, el simple hecho de haber emprendido el trabajo, les devuelve una parte de su autorespeto. Su iniciación en el mundo de los negocios, sea cual sea el resultado, será algo que contarán a sus nietos, al mismo nivel que las hazañas de guerra que les haya tocado vivir. Sólo por eso, ya vale la pena apoyarles.

"Además, defienden su proyecto con verdadera energía. Se aferran a él." Pero son muchas las circunstancias que inciden en la actividad económica de los lisiados, especialmente en un país de economía endeble, donde las sorpresas desagradables están a la orden del día. Como por ejemplo, la desmonetización del 3 marzo/91, que arrasó con todos los microproyectos cuando apenas acababan de instalarlos. Sin embargo, los jóvenes acostumbrados a luchar no se dejaron derrotar y comenzaron de nuevo, con ayuda del IHCA.

"Lo que más llama la atención", continúa Carlos, "es que no les gusta que les compadezcan. Muestran un enorme valor para echar a broma su situación. Sin embargo, cuando se profundiza un poco se descubre que todo ese valor es un escaparate para ocultar una inmensa angustia y nuestro trabajo es llenar todo eso de Dios. "Ese es el Gran Apoyo con que pueden contar siempre y nuestro trabajo les demuestra que lo que les pasa no es un "castigo divino", como quieren hacerles creer algunos, ni que Dios les ha olvidado como piensan con frecuencia, sino que su lesión es un punto de encuentro con Dios, en otras circunstancias. Que Dios les sale al camino pero de otra manera. Que Dios está con ellos y les acompaña".

Casi al momento de iniciarse el trabajo con los microproyectos se incorporó al equipo Silvio Avilés. Silvio es bajito, delgadito, casi transparente. Parece un muchachito que se fuese a bachillerar en un par de años, pero casi cumple los 26. Posiblemente su aspecto infantil le ayudó a abrirse camino entre los lisiados, sobre todo cuando se comprendía que era mucho mayor y que es un religioso jesuita.

"Pero al principio el ser religiosos no nos ayudó ni nos estorbó", comenta al recordar sus primeros intentos de aproximación a los lisiados, "porque aquí se tiene el concepto de que un futuro sacerdote tiene que andar vestido de negro, con los ojos en blanco y las manos juntas, hablando sólo de Dios. Y cuando llegamos nosotros, con "jeans", zapatos tenis, camisetas de colores y platicando de cualquier cosa, no nos asociaban, no pensaron que sí somos religiosos ".

Quizás por eso los inicios no fueron fáciles. La planificación del trabajo y las visitas se realizó en coordinación con la Organización de Revolucionarios Discapacitados (ORD) pero alguien entendió mal algo, porque los religiosos se enteraron más tarde de que los lisiados habían recibido la orientación de ser prudentes con lo que dijesen cuando los visitasen, porque se sospechaba que podían ser gente de la derecha, con malas intenciones."Como te digo", recuerda Silvio con una carcajada "no damos la imagen tradicionalista del futuro sacerdote y desconfiaron".

El muro de desconfianza se vino pronto abajo demolido por los hechos, siempre tan tercos. Los microproyectos se empezaron a desarrollar con variable éxito, dependiendo de las circunstancias. "Se trata de dar amistad y compañía" Señala Héctor Estrella, otro joven jesuita involucrado en el trabajo y del que se afirma que, a pesar de ser nicaragüense, es puntual. "Ellos mismos no se conocen. A veces, dicen que no son muy cristianos, porque frecuentan poco la iglesia.

"No son conscientes de que la lucha por su patria es un valor cristiano, que han dado por los demás lo mejor de sí mismos: su vida, su cuerpo y su salud, todo por defender a sus hermanos de una agresión extranjera. Y eso son valores cristianos, es caridad cristiana llevada hasta el heroísmo pero no se dan cuenta de eso. Hay que decírselo. Ellos creen que ser cristiano es sólo ir a misa, comulgar, rezar, en fin religiosidad formal-oficial.

"Y no ven que el cristianismo principalmente está en otras cosas, en compartir. He aprendido mucho de su ánimo para enfrentar la vida", confiesa Héctor "He aprendido a vivir en este tiempo de desesperanza y de retroceso de los valores del espíritu. Ellos tienen mucho de eso. Sin embargo, hay veces que me siento impotente, siempre los mismos problemas, siempre con la sensación de que no se avanza. Porque se resuelve la situación de un lisiado y surgen otros cien".

Surgir desde la angustia

Francisco Campos tiene un cierto aire de niño travieso, de esos terribles y encantadores muchachitos que sacan canas verdes a los maestros, pero que son los que se recuerdan con más cariño cuando pasan los años. Y casi un niño era cuando, en el cumplimiento del Servicio Militar Patriótico, una explosión le hizo saltar por los aires y le dejó un pie torcido, dificultades auditivas, frecuentes mareos y psicosis de guerra.

El no cuenta su historia. Es preciso averiguarla por otros medios, preguntando a quienes le conocen. Ahora, que poco a poco está saliendo de su situación, no le gusta recordarla. Su pequeño tramo de venta de cigarrillos en el mercado de Jinotepe es un lugar donde hay mucho movimiento, porque los compradores son frecuentes y él platica con todos, muchos de ellos viejos conocidos o clientes habituales, de los que cada día le compran su ración cotidiana de humo.

"Tengo muchos proyectos", afirma sin transición, apenas termina de relatar detalladamente cómo y cuándo sufrió sus lesiones. Y explica que está terminando la Primaria, que continuará sus estudios, que quiere estudiar electricidad. Mejor dicho, que quiere estudiar computación, pero que después de su accidente, su cabeza ya no es como antes, y para estudiar computación, es preciso tener el tercer año de Secundaria, mientras que para ser electricista, basta con la Primaria completa.

Para realizar sus estudios, espera permanecer interno durante un año en un Instituto Profesional, el "Gaspar García Laviana" donde también permanecerán internos los alumnos de computación. "Los médicos me han dicho que no puedo hacer grandes esfuerzos con la cabeza, pero yo pienso que en el Instituto, voy a pegarme de los que estudien computación y viéndolos a ellos, algo iré aprendiendo". Y proyectos, y más proyectos, y siempre hablando del futuro o del pasado anterior al día en que una explosión le hizo saltar como un muñeco de trapo. Del tiempo intermedio, del que transcurrió desde que le hirieron hasta que empezó a trabajar en su negocio, no le gusta hablar.

Y es natural que así sea. No sólo fue un tiempo físicamente doloroso, en que cada miembro del cuerpo dolía, en que había que empezar a empezar todo otra vez. También es el tiempo de la automarginación, de la autocompasión, de la certeza de haber terminado la propia vida, cuando aún no se han cumplido los 20 años. Es un tiempo en que el refugio es el alcohol o la droga. Francisco pasó cuatro años sin querer salir a la calle, refugiado en sus miedos y en el alcohol. No fue sencillo hacerle cambiar de actitud. Al fin y al cabo, siempre es más fácil dejar que otros lo resuelvan todo. Pero el joven, evidentemente no estaba satisfecho con su situación y cuando le ofrecieron la oportunidad de ser útil para sí mismo y, en consecuencia para los demás, abandonó el trago y empezó a trabajar en su modesto negocio. Apenas una mesita con unos cuantos cartones de cigarros de diferentes marcas y un taburete donde el propietario se instala a atender a la clientela, que no escasea.

Los vendedores de los tramos cercanos ya son sus amigos. Muchos niños se acercan a saludarle. El tramo ha pasado a ser parte integral de la familia, que le ayuda a mantenerlo, adquiriendo los cigarrillos, con el dinero que él suministra: le resulta difícil viajar en "bus", debido a sus frecuentes mareos. Y el tramo, ¿es rentable? le preguntamos. "Lo suficiente", responde. "Me alcanza para mis gastos, para pagarme mis estudios y para invitar a mi novia, de vez en cuando. ¿Qué más quiero?"

Pero no está dispuesto a estarse toda la vida en el tramo. Es joven y ambicioso. A pesar de su problema, ha encontrado la forma de continuar peleando su vida, como corresponde a un hombre y a un ser humano pleno. Ahora que ya reencontró su camino, considera que el tramo "es bueno para mientras, como un despegue. Después, quiero hacer más".

Pequeñas y grandes ambiciones

Cuando hace algo más de medio año Jorge Tello empezó a trabajar con los lisiados, ya conocía bastante el asunto porque, en varias ocasiones, había acompañado a otros miembros del equipo en estas actividades y había andado ahí "de curioso", según cuenta. De hecho, siempre había solicitado que le integrasen a este trabajo y porfió hasta que lo consiguió.

A pesar de todo, los primeros días, cuando regresaba a casa después del trabajo, llegaba como si le hubiesen dado una paliza. "En un mismo día se visita a varias personas, cada una con su problema. Algunos consiguen que su microproyecto camine bien, tienen las cuentas ordenadas y eso da mucho ánimo para seguir trabajando; pero a veces, te encuentras con otros que ven que el proyecto se les hunde, no necesariamente porque lo administren mal, sino por las mismas condiciones del país y en vez de enfrentarlo luchando, se refugian en la bebida, por ejemplo. Que es muy humano, pero es doloroso. En cada casa que se visita es una situación diferente que te obliga a modificar actitudes, para amoldarte y ver la manera de ayudar".

En esas visitas semanales no sólo se habla de asuntos económicos, sino de muchos otros temas, que abarcan la totalidad de la persona: las relaciones familiares, los problemas del hogar, las dudas en la fe religiosa, en la situación del país. Este hombre joven y deportivo, a quien su naricita respingona otorga un cierto aire de rebelde con una muy buena causa, ha visto cómo las personas con las que se relaciona van evolucionando y, en un taller evaluativo desarrollado a fines de 1991, se planteó la necesidad de profundizar en el apoyo religioso y de fe, porque los jóvenes así lo solicitaban. Y esa fue una gran satisfacción.

"Aunque cada equipo de dos religiosos atendemos a unos 30 ó 40 hermanos y sus familias, fíjate que no hay favoritismo. Se les quiere mucho, a cada uno por su estilo, todos son igualmente importantes. Se quiere mucho a cada persona, porque están llenos de valores" Y explica el caso de un joven discapacitado a quien se le financió un microproyecto que no pudo sobrevivir. "Sin embargo, siguió trabajando, buscando alternativas, sin decorazonarse. Además, es casado con una mujer brillante, que es la que lleva el peso económico del hogar y él es una especie de "sombra" de su esposa. Y ella, de alguna manera, le desprecia, porque después de que fracasó el proyecto de él, se financió otro para la esposa y ese sí funcionó. Y en este medio tan machista, el éxito de la mujer unido al fracaso del marido, genera una situación casi invivible. Pero, a pesar de todo, él no se desanima y mantiene una gran fe y una gran esperanza. Y trasmite un enorme alegría. Le gusta mucho leer y los libros son para él como una compañía y un consuelo, además de que aprende mucho en ellos".

Quique Siliézar es un hondureño involucrado hasta las cejas en este trabajo que le entusiasma, pero lo que más le impresiona es la simpleza y lo elemental de las aspiraciones de los lisiados. "Son tan pobres, su vida es tan precaria, que sus ambiciones son muy pequeñitas. Lo primero que se les plantea es garantizar los tres tiempos de comida de cada día para ellos y sus familias; después de que resuelven eso, les interesa conseguir vivienda, pero no una gran mansión, sino algo sólido, seguro y suficiente; cuando ya resolvieron esas dos necesidades, les ilusiona conseguir algún electrodoméstico, como una televisión o un equipo de sonido. Y eso es todo. Y estudiar. Es una mayoría la que se propone continuar sus estudios, culminar la Primaria, la Secundaria, la Universidad incluso, o la capacitación alta o media. Precisamente en materia de estudios es donde se manifiestan más ambiciosos".

Una familia detrás

Un rancho no es un lugar para que viva una familia aunque son muchas las familias que viven en un rancho, mal o peor hecho. En Nicaragua, la mayoría. Pero sigue siendo una vivienda inadecuada para un ser humano. Y, menos adecuada aún para que en su interior crezcan niños sanos y fuertes.

Entre todos los ranchos, el de Juan Ramón Tercero era especialmente mísero. Ni siquiera estaba construido con viejas tablas, cartones o plásticos más o menos resistentes. Su estructura estaba formada por cuatro palos mal sujetos y una tela vieja doblada en dos, para darle mayor consistencia. Poca consistencia, en realidad, porque era una tela bastante rala, que no permitía ninguna privacidad, que dejaba pasar todos los vientos y todas las lluvias. Y Juan Ramón, sin trabajo, como casi todos. Y la compañera, a punto de dar a luz al otro hijo.

Pero el rancho ha desaparecido, sustituido por una pequeña construcción de madera, humilde pero sólida y segura. Seguramente, el rey de Francia, en su Palacio de Versalles, nunca manifestó tanto orgullo al recibir a los embajadores extranjeros como Juan Ramón cuando nos hace pasar a su casa. "Pasen, pasen adelante", dice con un ademán majestuoso, mientras su rostro moreno se ilumina con una amplia sonrisa. Entre tanto, la niña, de apenas dos años, se esconde entre las faldas de su mamá.

A Juan Ramón Tercero, se le ayudó a gestionar un lotecito urbano y se le facilitaron los materiales para que construyera su casita y, con sus dos manos desbaratadas por la guerra, no se dio cuartel. En sólo cuatro días y casi sin ayuda, levantó la casita que sustituye el viejo rancho. "Es que tenía mucha prisa para terminarla porque no quería que mi hijo naciera y no tuviera todavía un techo sobre su cabeza".

Sigue platicando de su casa, lleno de entusiasmo. "Quiero arreglar la cocina y construir un cuarto de baño. También quiero ponerle un porchecito para sentarme por las tardes a tomar el fresco, y hacerle ventanas..." y un millón de cosas más. Juan Ramón es un hombre lleno de proyectos. Parece que la construcción de su casita le ha dado nueva vida. Cuesta trabajo imaginarse a este hombre emprendedor y con ganas de hacer muchas cosas cuando, hace seis años, salió del hospital donde durante dos meses hicieron lo que pudieron por sus manos, y lograron salvarle parcialmente una.

"Fue en "Zompopera", el 10 de julio de 1986", porque un lisiado siempre dice la fecha completa del día que sufrió su lesión. No dice "el 86", o hace tantos años, sino la fecha completa, como cuando se rellena un expediente. "Fue en "Zompopera", cuando cumplía el SMP, casi terminándolo, cuando caí en una emboscada y me dejaron así, con un brazo cortado a la altura del codo y la otra mano, con varios dedos de menos". Pero lo peor no eran las lesiones físicas, a pesar de todo, sino las secuelas anímicas. "Yo quería tomar desquite de todo. Casi me volví loco".

Huyendo de sí mismo, viajó a Costa Rica, donde los problemas eran los mismos o peores, por no encontrarse en su propia tierra. Trabajó como chofer ayudándose con sus muñones para sostener el timón y como celador. Sin embargo, trabajando para otros, siempre había problemas por su discapacidad y por la psicosis que había adquirido como consecuencia de su lesión y de la terrible experiencia vivida. Fue la amistad de la joven que hoy es su esposa la que le hizo salir de la profundidad de su angustia y comenzó a buscar ayuda. De este modo, encontró al IHCA y solicitó un préstamo para instalar un puesto de ropa de segunda en el mercado, como medio de subsistencia autónoma.

"Al principio, todo fue bien", explica. Casi era el único tramo de esas características en el mercado y tenía bastante clientela. Logró reunir algún dinero. Un dinerito que le sirvió para hacerse su cama y un armario ropero, para guardar las escasas pertenencias familiares. También pudo ayudar a su mamá y a su abuelita, enfermas. Y a un hijo producto de una unión anterior, porque siempre se cometen travesuras. Pero tuvo mala suerte. De pronto, a su alrededor surgieron como hongos los puestos de ropa de segunda y su negocio naufragó. Antes de haber ahorrado lo suficiente para construir su casita, que era su mayor ilusión.

La conversación se interrumpe por un lloro malhumorado procedente de un minúsculo bultito que dormía materialmente perdido en la cama de sus padres. "El ya nació en su casa", aclara con orgullo Juan Ramón, mientras su esposa entra apresuradamente al dormitorio conyugal, separado de la sala por una cortina, para dar el pecho al enérgico cipotito reclamante. La casa tiene apenas ocho días de construida. La pequeñita, con sus apenas dos añitos y dos trencitas casi de punta, con colitas de colores, permanece recelosa y no se decide a quedarse o irse. Su carita morena sigue mirándonos curiosa y desconfiada, atrincherada entre las piernas de papá, sin perderse detalle. El terrenito, es relativamente grande y la pequeña casita se ve todavía más pequeña en él. En el espacio en que Juan Ramón y su esposa han decidido que nunca se va a construir, porque será área destinada a jardín, empiezan a echar hojas algunos arbolitos de dos palmos de alto, pero ya crecerán.

Adaptarse a las nuevas circunstancias

La Escuela de Capacitación "Leonel Rugama" no ha desaparecido, sino que se ha adaptado a las nuevas circunstancias. Ahora ya no enseña mecánica y manejo, sino administración de proyectos y análisis de la realidad nacional, seminarios bíblicos y sesiones de terapia colectiva, todo ello en torno a la Eucaristía. De alguna manera, la reorientación del proyecto no fue difícil ni complicada. En Nicaragua, donde la realidad es abrumadoramente cambiante, no hay lugar para esquemas petrificados. Tampoco en el IHCA que, por su vocación de servicio, quiere permanecer siempre atento y sensible a las necesidades de los lisiados. Fueron ellos, precisamente, quienes reorientaron la actividad sin proponérselo.

La cosa empezó en Santa Lucía, Chontales, donde en 1990, un grupo de once lisiados solicitó apoyo para poner en marcha un proyecto de siembra de granos básicos, trabajando la tierra en conjunto, aunque la propiedad permaneciera individual. Era una propuesta que se salía por todas partes de los esquemas de trabajo iniciales, pero la idea no parecía descabellada y se les apoyó. Esta cooperativa todavía permanece y ha demostrado ser una experiencia muy positiva y muy rentable. Y el inicio de un nuevo estilo de trabajo que, por ahora y al parecer por mucho tiempo más, se manifiesta capaz de ser útil a los lisiados.

Los microproyectos siempre surgen a iniciativa de los lisiados, que son protagonistas de su desarrollo desde el principio. El IHCA realiza sus investigaciones y análisis propios, en base a datos suministrados por el interesado, que se ve obligado a moverse, a buscar las respuestas que se le hacen en los formularios y entrevistas. Con esto se persigue involucrar más y más al lisiado en su negocio. También se persigue generarle un hábito de trabajo y responsabilidad. Es frecuente que, cuando un joven tiene su primer contacto con el equipo del IHCA, haya permanecido varios largos años sin realizar ninguna actividad laboral. Unas veces, por sobreprotección familiar; otras, por no encontrar trabajo.

No es raro que, en estas circunstancias, el alcohol se convierta en el único amigo confiable. En esos casos, se tropieza con un obstáculo más, pero nadie lo considera insuperable. Nunca se puede perder la fe en el ser humano, hecho a imagen y semejanza de Dios. Y la búsqueda de las respuestas necesarias para la encuesta obliga a los discapacitados a salir de su casa donde en muchos casos, habían permanecido recluidos durante mucho tiempo, prisioneros de su temor y su autocompasión.

Al enfrentar la nueva situación que ellos mismos se van creando, durante un mes y medio como mínimo, hasta la necesidad de sucedáneos de la felicidad como el alcohol se les va olvidando, van surgiendo nuevas perspectivas y posibilidades que habían permanecido ahí, ignoradas por ellos mismos. Y llega el gran día, el día en que se entrega el proyecto al lisiado beneficiario. La entrega de un microproyecto es algo muy serio. Un banco puede conformarse con recuperar el capital más los intereses y para eso, basta con la firma de un responsable garrapateada en una oficina. Pero el IHCA, es mucho más ambicioso. Su objetivo no es recuperar dinero, sino seres humanos. Para conseguirlo, es necesario que en el cálido ambiente del hogar se asuma un compromiso personal y familiar.

Y Dios, en medio de la ceremonia, presidiendo el evento. Así lo expresan los interesados: "Esto es como una visita de Dios, una señal de que Dios no nos abandona, de que Dios no nos ha olvidado". En muchos casos, el último de la familia, el que no aportaba nada y sólo significaba gastos en alimentación y medicinas, pasa a ser el primero, el eje económico, el jefe de la familia. La piedra olvidada por los constructores, se convierte en piedra angular de la familia. Ante las nuevas responsabilidades y la nueva dinámica vital, el lisiado deja de serlo espiritualmente. Se inicia una transformación personal, una autovaloración cada vez mayor. Y una decisión de que otros compañeros y hermanos de desgracia reciban los mismos beneficios.

Una gota de dulzura

Durante varios meses de 1988, en la retaguardia de Nicaragua se oyó hablar mucho de la operación "Danto-88". Los avances enérgicos de los jóvenes combatientes que enfrentaban a la "contra" y la hacían retroceder hacia Honduras eran proclamados en términos triunfalistas, que trataban de encubrir lo sangriento y mortal de los combates. No era necesario tener mucha imaginación para suponer que los éxitos militares estaban regados con sangre humana, pero las víctimas siempre se ocultan cuando se trata de un operativo victorioso. Ronald Avilés es uno de los muchos nicaragüenses que hizo posible aquel triunfo militar. Y le costó muy caro.

Ronald había ido al SMP voluntario. Sus pies planos le daban una buena razón para escurrir el bulto, pero quiso ir. Y cuando sólo le faltaban tres meses para terminar, en la operación "Danto-88", un morterazo le levantó en el aire. Recibió varios charneles que le ocasionaron profundas heridas, perdió totalmente el oído izquierdo y tiene dificultades auditivas serias. Pero lo peor es el recuerdo de los compañeros que no pudieron regresar, que murieron en el combate. Al mismo tiempo que él mismo era herido, vio como otros seis compañeros morían. Se sabe un superviviente.

Cuando resultó lesionado, era tan joven que casi era un niño. Un niño muy apegado a su mamá. Esto hacía de él un fuerte candidato a la inutilidad psicológica permanente. Sin embargo, Dios escribe derecho con renglones torcidos: una hermana suya había seguido cursos de repostería y quería instalar un horno pastelero en la casa, pero esta instalación requería de una inversión muy superior a la capacidad económica de la familia. Así fue como el IHCA llegó a la familia y Ronald decidió aprender también el dulce oficio de la pastelería. Y el último de la familia, el que corría el riesgo de no ser útil para nadie, ni para sí mismo, se transformó en la piedra angular de la economía familiar.

Pero su vocación, a pesar de todo, no es la repostería, sino la computación. "El negocio está bien", afirma. "Sobre todo, que me da de comer ahora y mientras tanto, puedo continuar mis estudios hasta llegar a ser un ingeniero en computación". Las cosas no se le ponen imposibles. En la pequeña ciudad de Jinotepe, donde vive, puede estudiar hasta técnico medio en computación, simultaneando con su actividad económica. "Es muy importante no sentirse como un parásito", dice. "Hay que trabajar, pero así es la vida. Me parece que estoy incluso mejor que muchos otros jóvenes que no han sufrido discapacidad, pero que no encuentran trabajo ni apoyo".

Encontrar al crucificado

"Yo no quería trabajar en esto", admite Carlos Luis Núñez, un joven costarricense, cuyo rostro rezuma sensibilidad y dulzura. "No quería, porque sabía que iba a ser muy duro para mi. Y así fue. El primer día que empecé en esto, regresé con una gran tristeza. Creí que no lo podría digerir. Pero, claro, se les toma tanto cariño que uno se sobrepone y luego hasta se olvida de lo difícil que fue el principio". Más de un año después de haber empezado en esta labor, Carlos Luis siente que su tarea más difícil consiste en hablar con voz esperanzada en un medio en el que se sabe que todo va a peor, porque la injusta situación de miseria en tránsito a la indigencia que vive Nicaragua, como castigo por no haberse doblegado totalmente, impacta con mayor dureza sobre los lisiados.

"A veces, es frustrante, porque no se puede hacer todo lo que se quiere, todo lo que se necesita, pero es ahí donde está Jesús crucificado, oprimido y explotado. Y es que Jesús es la señal de la autoridad moral de Dios hacia ellos. Yo admiro en los lisiados el gesto heroico que cumplieron. Y una de las cosas más importantes que se puede hacer por ellos es acompañarles y ayudarles a descubrir los enormes valores cristianos que contienen sus vidas".

Como sus otros compañeros jesuitas, Carlos Luis atiende a varios lisiados que desarrollan microproyectos de diferentes características de los cuales, aproximadamente, el 70 por ciento pueden calificarse de exitosos. Un standard muy bajo para un joven que no se conforma con el sufrimiento de los demás, aunque en medio de la situación económica del país, es una gestión altamente calificada. Para Carlos Luis esto se explica en la capacidad de lucha y combatividad de los jóvenes. Jóvenes que han permanecido varios años de su vida participando en una guerra, pueden derrumbarse cuando una discapacidad les impide continuar en la lucha, pero con la misma facilidad recuperan su energía cuando encuentran una buena causa. Y ¿qué mejor causa que su propia supervivencia y su participación en la vida económica de la patria por la que lucharon con tanto valor?

Quien siembra flores

Jaime López no se encuentra en su casa cuando llegamos a visitarlo. Ha salido a comprar cosas necesarias para su pequeño restaurante - tomates, repollos, cebollas y otros implementos imprescindibles para una alquimia culinaria capaz de transformar todo eso en una deliciosa sopa -, pero no tarda en llegar, trayendo estaquitas de "flor de un día". "Las voy a sembrar por aquí, adornando el negocio, porque estas flores se extienden y se miran lindas", comenta mientras sonríe. Cuando un hombre siembra flores es porque tiene alegría de vivir y confianza en sí mismo.

Sin embargo, la vida no ha sido risueña ni florida para este masaya. Como casi todos los muchachos de su edad y de su ciudad, se integró muy pronto a la lucha contra Somoza, desde 1976, cuando apenas contaba con 18 años. Por eso no pudo avanzar mucho en su preparación académica ni culminar la Secundaria: solo llegó hasta el tercer año.

Su biografía se parece mucho a la de tantos y tantos jóvenes de su generación, que no vacilaron en darlo todo para ver libre a su patria: combatió sin descanso hasta el día del triunfo revolucionario en que se integró al Ejército Popular Sandinista, que se encontraba en esos momentos en vías de organización y de su transformación de ejército irregular y guerrillero, en ejército regular y con vocación constitucional. Después, diferentes responsabilidades, hasta merecer el grado de Teniente. Entre ellas, la de responsable político del Batallón de Lucha Irregular (BLI) que llevaba el nombre del héroe sandinista Miguel Angel Ortez, el legendario y heroico MAO, que se enorgullecía de que sus integrantes se esforzaban en no decir malas palabras, así lloviera o relampagueara.

Siempre al servicio de la Revolución, aún encontró un tiempito para casarse y tener tres hijos. Y seguir luchando, hasta que un mal día, el 16 de enero de 1986, cae en una emboscada allá, por tierras de Siuna adentro y se le dañó para siempre un pie, lo que ameritó un viaje a Bulgaria para que trataran de cerrarle una herida incurable que le había quedado. Y cuando regresó, nuevamente al ejército, a seguir trabajando con la misma fe. Pero ya no era el mismo. No sólo era el pie, sino las dificultades de visión que le aparecieron, como consecuencia de heridas en la cabeza. Y un cansancio que

fácilmente le agarra, cuando hace algo de ejercicio. Pero mientras está contando todo esto, despacito, despacito, está sembrando las estaquitas de "flor de un día".

Y la vida siguió, hasta que después de las elecciones del 90, se decidió la reducción del Ejército y en la primera desmovilización, Jaime se encontró en la calle, sin nada que hacer, con responsabilidades familiares y con su capacidad física drásticamente disminuida. Y con más años encima, una enorme amargura y la necesidad de volver a empezar. "No estoy resentido", afirma ahora que ha conseguido salir adelante. "No guardo rencores, pero sí me siento frustrado, porque se dejó que en el FSLN entraran muchos lobos con piel de oveja, y eso nos hizo perder autoridad primero y después las elecciones".

Con un dinerito que tenía ahorrado y algo que le dio el ejército cuando le licenció, compró un terrenito cerca de su casa, un terreno urbano, pero la tierra de Nicaragua es agradecida y todo lo que necesita para producir es un poco de atención y otro poco de agua. Allí sembraba algunos productos agrícolas. Hasta que un día oyó hablar del IHCA y se le ocurrió que si había podido ayudar a otros en sus condiciones, ¿por qué no a él? No la pensó mucho. Junto a su casa hay una pequeña extensión que le pertenece, prácticamente en la mitad de una calle transitada y se le ocurrió que podría poner un comedor, un lugar donde la gente pudiera comer y pasar un ratito con los amigos.

Pero no quiso pedirlo todo. La sencilla estructura de la enramada, fabricada con varas de árboles entretejidas, con techo de hojas de palmera, las mesas y sillas, las puso él, con lo que encontraba por ahí, trabajándolo con cosas que tenía en su casa. Sólo pidió para una mantenedora, que le sirviera para ofrecer los refrescos bien heladitos y conservar las verduras y la carne de la comidería. Su esposa asumió la responsabilidad de la cocina y él mismo, la atención al público.

"La situación del país nos está poniendo esto difícil", explica Jaime. "La gente no tiene dinero ni para comer en su casa. Menos que se vaya a gastar en la calle. Pero todos los días cae algo y, los fines de semana, hay personas que prefieren comer aquí y no cocinar en sus casas". Para enfrentar la situación y ganar algo más, Jaime y su familia se van a vender sabrosa comida preparada por ellos a los lugares donde la gente se reúne para divertirse, como eventos deportivos, lugares de fiestas, playas y así, poco a poco, van afrontando la vida, juntos y unidos.

No es bueno estar solo

Uno de los más graves problemas que afronta el discapacitado es su certeza de saberse y sentirse diferente. Los demás, son normales, caminan sobre sus dos pies, trabajan con sus dos manos, ven con sus dos ojos, oyen con sus dos oídos. Ellos, no. La conciencia de esa desigualdad lleva al aislamiento como mecanismo para evitar la compasión o la burla. El trabajo es un excelente tratamiento de integración humana, sobre todo si se desarrolla con éxito. Pero incluso en el seno del trabajo, el discapacitado sufre de alguna manifestación discriminatoria, aunque sea el propietario y su propio patrón. Si el negocio va bien, porque va bien; y si va mal, porque pobrecito.

Para ayudar a enfrentar esta situación, se promueven reuniones periódicas de los jóvenes. Son convivencias en las que también participan las familias que, de este modo, se reúnen para compartir, divertirse juntos, aprender cosas nuevas. Al fin y al cabo, todos tienen problemas similares y si alguien encuentra una solución o por lo menos, un apaño, seguramente será útil para todos.

Durante esas reuniones, los jóvenes discapacitados reciben charlas sobre la realidad nacional, impartidas con base en las investigaciones de la revista "Envío", para conocer mejor la circunstancia de cada momento y como puede incidir en sus vidas y negocios. También, talleres de administración de microproyectos. Y charlas de formación religiosa con un mensaje dirigido a ellos, solamente a ellos: Dios es Padre de todos, también de los lisiados de guerra. Y su lesión, su aparente desgracia es el lugar diseñado por Dios para encontrarse con El. Es un punto de encuentro con Dios. Es la inesperada revuelta del camino donde Dios espera y les llama. Un Dios que llama a esperar contra toda esperanza. No es fácil romper la deformación cultural que contempla una discapacidad como un "castigo de Dios". Sin embargo, es uno de los objetivos perseguidos en este trabajo: romper la mentalidad que contempla a Dios como un ser vengativo que castiga por quién sabe que ignorados pecados, posiblemente nunca cometidos por el lisiado ni por sus antepasados, - personas tan sencillas y tan pobres como él mismo -, y transformarla en una visión nueva y positiva.

Una casa en construcción

No es fácil entrar a la casa de Roberto Aguirre. Es necesario fijarse bien dónde se ponen los pies para no meter la pata en un saco de cemento o botar alguna cosa que está a medias construida. Buena señal. Cuando una persona se pone a construir su vivienda o por lo menos, a ampliarla, es porque las cosas no le van mal del todo. "No se crea, las cosas no van mal, pero tampoco van bien", asegura Roberto. "La crisis económica nos está afectando. Hay días que no se vende nada y no se hace nada". Sin embargo, el negocio de Roberto, por sus características, le obliga a invertir en una mejor vivienda por motivos de seguridad, algo sólido. Roberto es joyero y en su casa guarda piedras semipreciosas y algo de oro.

"Me da mi miedito tener esto aquí", dice, "no es gran cosa, pero tal como están las cosas y la delincuencia, me preocupa. Por eso, invierto en seguridad cada centavo que puedo". Y la casita se va haciendo, sólida y segura, de piedra cantera bien labrada y muy dura, para desanimar a los posibles ladrones. Roberto trabaja en un rinconcito de su casa, iluminándose con una lámpara fluorescente. La mesita de madera simple, un taburete, una gavetita pequeña donde permanecen las minuciosas herramientas del joyero junto con los pequeños tesoros que son su materia prima, guardados en sencillas cajitas de plástico que alguna vez contuvieron medicinas o especias de cocina. Nada recuerda allí el lujo de las joyerías de película. Roberto es un joyero pobre con clientela pobre.

Mientras Roberto explica las características de su actividad, tres niños de dos, cuatro y seis años, como tres duendecillos joyeros, observan curiosos y corretean por allí cerca, sin hacer caso de su madre, que trata de mantenerlos quietecitos y alejados para que no interrumpan. "Viera usted las que me hacen. Cuando vuelvo la cara ya están traveseando con mis cosas y de repente no encuentro nada, porque a ellos les gusta jugar con todo esto. Les llama la atención".

A Roberto le hirieron en las cercanías de Apanás en una pierna, en el 85, cuando ya contaba con 21 años. Teniendo en cuenta la edad promedio en que fueron lesionados la mayoría de los jóvenes, podría decirse que Roberto ya era un adulto. Porque en Nicaragua la guerra no se llevó a la juventud, sino casi a la niñez: muchachos de 16, 17 y 18 años tuvieron que enfrentarse a tiros con los que llegaban con actitud de invasor, aunque fueran nacidos en Nicaragua.

Sin embargo, Roberto como otros muchachos en su situación, considera que también habría que ayudar a los discapacitados de la "contra". "Ellos están en algunos casos peor que nosotros, porque a ellos nadie les hace caso. Sus jefes, ya están bien en Managua con buenos salarios y figurando, que era lo que querían y de ellos no se acuerdan para nada".

Pero ellos te dejaron con tu pierna inmóvil, comentamos. "Ellos estaban equivocados. No son nuestros enemigos, nunca lo fueron. Lo que les pasaba era que no estaban claros políticamente. Son nuestros hermanos nicaragüenses que estaban equivocados. Los verdaderos culpables son los Estados Unidos".

Y si el IHCA ampliara el programa de ayuda a los discapacitados de la "contra", como va a comenzar a hacerlo muy pronto, ¿qué te parecería? "Me parecería bien. Hay que ayudarles. Porque ellos también están mal. Porque ahora tienen que estar claros de que apoyaron a la causa equivocada. Los abandonaron totalmente los gringos y los jefes "contras". Y además, quedaron lisiados. Eso tiene que ser horrible".

Roberto fue a la guerra cuando ya tenía una profesión y un oficio. Era técnico en topografía y, de ese modo aprendió a dibujar. Pero un primo suyo estaba aprendiendo joyería, le gustó la minuciosidad del trabajo y aprendió también. Cuando volvió de la guerra, con su pierna inmovilizada, trabajó como joyero para unos socios que le vendían su producción, pero eso no era negocio. Los socios se llevaban la parte del león y a él sólo le quedaba el trabajo. Desde tiempo atrás quería independizarse y trabajar por su cuenta, pero le hacía falta un dinerito para invertir en las herramientas y en los costosos materiales de trabajo.

Fue así como llegó al IHCA y recibió el apoyo necesario de los jóvenes religiosos. "Para el arranque, por lo menos porque todavía me hacen falta algunas herramientas, pero poco a poco". Su esposa, delgada y sólida como una vara de acero, escucha la plática mientras continúa con el trajín de la casa. Hace siete años que se casaron y desde entonces, siempre ayudó a su esposo.

Gioconda, ¿qué viste en Roberto para casarte con él? "Pues no sé", dice tímida. "Su modito, su manera de ser, es bien bueno y bien amable" Pero, cuando te casaste con él, ya había tenido su problema. ¿No importó? "No, no me importó. Es que él es bien bueno y muy obligado" Y tu familia, ¿qué dijo? "No, mi familia siempre estuvo de acuerdo, les pareció bien. Vea, en mi casa somos cuatro mujeres y un varón y cuando dije que me casaba con Roberto, a todo el mundo le pareció bien. Y él es bien trabajador. "Siempre está trabajando para tener qué ofrecer cuando alguien viene a comprar".

Roberto sabe que su trabajo tiene altibajos. Cuando se acerca el día de la madre, la Navidad o la época de las primeras comuniones, se le alborota el trabajo. El resto del año, las cosas están calmas, aunque siempre hay alguien que se casa o que quiere y puede comprar una joya. Por eso, cuando hay poca venta, trabaja para tener un pequeño inventario que ofrecer. Sus manos ágiles y sensitivas recogen pequeñas piedras feas, opacas y sin brillo que permanecen guardadas en su cajita plástica, sin importancia. "Esto son piedras semipreciosas y esto otro", añade señalando unas pelotitas de color ceniza, "es el oro antes de trabajarlo. Es feo, ¿verdad? Sólo después del trabajo es que se mira bonito". Es cierto. Sólo el trabajo humano hace hermosas las cosas.

¿Qué paso con la Contra?

El hecho de ser lisiado, sea cual sea el origen, marca para siempre a la persona. En Nicaragua, el lisiado de guerra es doblemente marcado, porque se supone que combatió por una convicción ideológica y los que tienen la sartén por el mango actualmente en el país son de una ideología opuesta. Dar trabajo a un lisiado de guerra equivale a proclamar cierta tendencia y desafiar enemistades. No ocurre así con los lisiados de la "contra". Aunque el gobierno no se preocupa mucho o casi nada por ellos, existen instancias que tienen como objetivo específico la atención a los "contras" que sufrieron alguna lesión permanente durante la guerra. Hay muchos rumores de robos en esos fondos.

En cualquier caso, cuentan con una pensión que, si no es enorme, es muy superior a la que reciben los lisiados que defendieron al gobierno Constitucional en la década pasada. Sin embargo, los lisiados de la "contra" enfrentan otros problemas. Ellos lucharon por una causa, convencidos de que el sandinismo era el comunismo-ogro-malvado, el villano de la película. Pero cuando el gobierno sandinista traspasó el poder al gobierno actual, descubrieron demasiado tarde que habían combatido al enemigo equivocado.

Con la aplicación salvaje del plan de ajuste económico neoliberal, la lista de descontentos y decepcionados crece cada día. Muchos lisiados que poco después de la derrota electoral eran considerados como héroes por los sectores más atrasados, dos años después enfrentan la destrucción económica del país como una responsabilidad personal.

Son objeto de tantos reproches como víctimas acarrean el desempleo masivo y la angustia social. Entre sus objetivos, el IHCA contempla atender este sector de lisiados y ya se hicieron los primeros contactos en la V Región. Son personas necesitadas quizá de apoyo económico pero mucho más hambrientas de comprensión y amistad. La tristeza y la seguridad de haber perdido un fragmento de su cuerpo apoyando a quien no lo merecía, es más grave y descorazonador que los problemas económicos.

Prótesis para el alma

La guerra trajo consigo a Nicaragua consecuencias que no podían estar en programa. Entre ellas, la necesidad de crear toda una industria para la fabricación de prótesis con las que completar los cuerpos desgarrados: piernas, brazos, ojos. Todo un complejo casi de pesadilla, pero a los que habían perdido un miembro les parecía un sueño.

En Nicaragua nunca había existido una industria de este tipo. Anteriormente, si alguien tenía la desgracia de perder un brazo o una pierna, tenía dos posibilidades, en dependencia de su capacidad económica: si era rico, viajaba al exterior y se hacía poner la prótesis necesaria; si era pobre, veía cómo se arreglaba. ¿A quién podía importarle la suerte de un pobre?

Después del Triunfo revolucionario y ante la emergencia planteada por los lisiados durante la lucha insurreccional contra Somoza, con apoyo económico de una ONGs, se creó un pequeño taller ortoprotésico para atenderlos. Pero su trabajo culminó dos años después, cuando todavía no se imaginaba que la agresión contra la pequeña Nicaragua sería tan intensa, tan prolongada y tan sanguinaria. Cuando se vio el cariz que tomaba la guerra, en 1984 el Ministerio de Salud y el Comité Internacional de la Cruz Roja impulsaron nuevamente el taller, pero convertido en una industria. La demanda había crecido pavorosamente.

En muy poco tiempo, los aprendices de técnicos se convirtieron en consumados profesionales. Tenían demasiadas oportunidades para practicar: se llegaron a fabricar 600 prótesis en un año. Y lo peor es que todas eran necesarias. Las prótesis nicaragüenses, realizadas con especial cariño por los técnicos, se consideraban de tan buena calidad como las mejores que se pudieran encontrar en el extranjero. Se hicieron innovaciones, se investigó sobre la marcha y la creatividad nicaragüense se impuso una vez más a la desgracia de la guerra. Naturalmente, los lisiados de guerra eran atendidos de forma gratuita y sus prótesis, repuestas cada vez que era necesario, porque una prótesis tiene una vida útil máxima de tres o cuatro años. En cuanto a las medicinas, en Nicaragua durante muchos años nadie pagó por ellas y cuando la crisis económica generada por la guerra obligó a demandar que el paciente abonara un porcentaje de los costos, los lisiados permanecieron exentos.

Las cosas han cambiado. Los lisiados de guerra tienen que pagar por sus medicinas que necesitan con mayor urgencia que el resto de los ciudadanos, pues su salud se encuentra deteriorada y, con frecuencia, necesitan psicofármacos de elevados precios para afrontar la angustia producida por las terribles experiencias que les tocó vivir. Las prótesis también tienen que ser costeadas por estos ciudadanos que entregaron lo mejor de sí mismos por una patria que ahora les vuelve la espalda. Pese a todo, sin las prótesis que completan sus cuerpos, los jóvenes lisiados podrán vivir con mayor dignidad quienes les abandonan a su situación y necesitan prótesis en el alma.

Un proyecto-sorpresa

Los jóvenes religiosos apoyan siempre al lisiado de guerra para que se reincorpore a la sociedad económicamente activa, incluso cuando el proyecto que plantea sea un tanto sorprendente. Y aunque haya sido necesario recuperar al responsable del proyecto casi con sacacorchos.

Porque Byron Salomón Aburto integra el grupo de jóvenes sobreprotegidos por su familia, rodeado de tanta atención y cariño por parte de una madre demasiado solícita, que corría el riesgo de transformarse en un verdadero inútil. De hecho, ya lo era. Una vida consistente en hacer nada, descansar y dormir. Un largo camino de ningún sitio a ninguna parte.

Y cuando el IHCA lo recuperó propuso un proyecto original y falto de experiencia y antecedentes: un alquiler de videos en un barrio muy pobre, donde al parecer, nadie tiene demasiado dinero como para andar gastando en aparatos reproductores. Pero el muchacho sabía que en su humilde barrio, casi en cada casa había un reproductor de VHS y en apenas dos meses, el pequeño negocio se convirtió en uno de los mejores proyectos financiados por el IHCA. "Mirá, mamitá, la gente no tiene para comer, pero tiene para el video", comenta en son de broma Byron.

Sus problemas empezaron en un lugar con nombre de leyenda, en la Laguna de Koon que queda de Puerto Cabezas para adentro, el 3 de mayo de 1987. Una pierna inutilizada. El problema de las piernas destrozadas es la secuela más frecuente entre los lisiados de guerra. Por una razón: porque la "contra" regó el suelo de Nicaragua de pequeñas minas personales, del tamaño de una lata de sardinas, cuyo objetivo era precisamente ese: no matar, sino herir, lesionar, dejar a alguien discapacitado. La lógica de esta barbaridad consiste en que un muerto ya no da más problemas, mientras que un herido, especialmente si está herido en una pierna, obliga a inutilizar a varios compañeros soldados que tienen que ayudarle a salir de donde haya recibido la lesión; en retaguardia, significa gastos de atención médica y rehabilitación; nunca más podrá ser soldado, siempre necesitará apoyo y queda inutilizado para determinados trabajos. Sin contar que su sola presencia es desmoralizadora. Más que un cadáver, que al cabo de un tiempo se va olvidando poco a poco mientras que el lisiado siempre está ahí, siempre lisiado. Y quien desarrolla esta lógica es la nación que se considera a sí misma líder del Occidente cristiano y democrático. ¿Qué tal?

Byron se siente alegre entre sus videos. Ha acumulado varios centenares de títulos, siempre cuidando de atender los gustos del público. "A la gente le gustan las de terror, las de acción. Hay algunos que les gustan las películas con más contenido, sobre todo si ya se ha dicho bastantes veces por los periódicos que son buenas y se consideran de esas películas que "hay" que verlas, pero la mayoría, prefieren películas para pasar un rato, no para "coquear".

Tampoco hay por qué asustarse. La realidad nicaragüense es tan intensa y obliga a tantas y tan profundas reflexiones, que no es de extrañar que, al final de un día o de una semana de trabajo y lucha contra un mundo cada vez más ininteligible, las personas sencillas y laboriosas que habitan el barrio opten por las películas más distraídas, o por los conciertos grabados de cantantes favoritos. Entre sus fondos se cuenta con una amplia colección de películas de muñequitos animados. Son para el numeroso público infantil del barrio humilde y populoso. "Son excelentes clientes. Además, no se cansan de ver la misma película". En eso, los mayores son más problemáticos.

Byron, es muy discreto para hablar del período de tiempo comprendido entre su lesión y el encuentro con el IHCA. Dice que trató de trabajar con un camión, llevando y trayendo mercadería con un hermano y aunque no es falso, tampoco es cierto. La verdad es que Byron se había enterrado en vida en el fondo de su casa, sin ánimo para enfrentar su nueva situación. Porque el IHCA raramente espera a que el discapacitado vaya a buscarle para presentarle un proyecto, sino que su equipo de trabajo investiga la existencia de un lisiado con problemas y se inician las visitas para alcanzar su recuperación humana, frecuentemente la más difícil. Algunas veces, eso genera algunos problemas, sobre todo con familias sobreprotectoras que temen un nuevo mal para el joven.

El jesuita salvadoreño Francisco Rosales parece estar diseñado específicamente para enfrentar estos problemas: observador, paciente y obstinado, nunca abandona a pesar de que en esos casos, primero hay que convencer a la familia, explicarles que por mucho que sobreprotejan a su familiar, más bien lo que hacen es perjudicarle, porque no le enseñan ni ayudan a aceptarse tal como está y a emprender la vida en las nuevas circunstancias. También se les hace comprender que el día en que los padres mueran, ¿quién se va hacer cargo del lisiado? ¿Quién lo va a mantener, si él no ha aprendido a hacerlo por sí mismo? "Es frecuente que padres ancianos, que se consideran a sí mismos como viejos inútiles, vean en la discapacidad del hijo una manera de regresar a una juventud cada vez más lejana, en que el hijo dependía de ellos para todo. En esos excesos de cariño, suele haber una buena dosis de egoísmo", señala Francisco.

La casa de Byron es humilde y sencilla, pero espaciosa. El negocio puede crecer bastante sin salirse de las cuatro paredes. Y Byron en pocos meses ha pasado de ser el hijito sobreprotegido e inutilizado de mamá a ser el hombre de la casa, su sostén económico. La piedra que desechó el arquitecto...

Primeros pasos hacia el infinito

Muchas de las pequeñas empresas se han ido consolidando poco a poco hasta convertirse en sostén económico de la familia y parte fundamental de la comunidad. Pero el objetivo no se completa con sólo eso. Ahora se intenta que las diferentes empresas se coordinen entre sí para beneficio de todos. Ya se han intentado algunos experimentos: los discapacitados agricultores se coordinan con alguno que tiene un medio de transporte para ganarse la vida y aprovisionar las pulperías de los lisiados que se dedican al pequeño comercio, con beneficios económicos para los integrantes de esta cadena y para el consumidor.

Pero los experimentos, hasta ahora, tienen carácter coyuntural: ocurre una vez, de cuando en cuando, pero no se han institucionalizado. "Es necesario que estas coordinaciones se consoliden entre los discapacitados pequeños empresarios" explica la hermana Teodora López, de la Congregación de Hermanas del Angel de la Guarda, directora del programa. "De ese modo, el discapacitado ya no se podrá sentir solo. Aunque desarrolle su actividad personalmente, no estará aislado". Pero también hay otros objetivos: la atención solidaria a los discapacitados con lesiones especialmente graves, a los que quedaron absolutamente impedidos o a personas de edad avanzada que no pueden valerse por sí mismas.

La Hermana Teo lo define en pocas palabras: "transformar la mentalidad del lisiado para que no sea nunca más objeto de la asistencia o la caridad pública, sino alguien valioso por sí mismo, capaz de trabajar organizadamente con sus iguales y de ayudar a quienes objetivamente están absolutamente incapacitados por la edad o por lesiones; personas que sirven de otro modo a su comunidad con su consejo o su capacidad de recibir todo a cambio de nada, lo que encierra una actitud cristiana, una actitud vital como la de Jesús".

El Padre Napoleón Alvarado, sj, director general del IHCA, destaca otros aspectos: "Al igual que los lisiados de guerra, hay otros sectores sociales que tampoco parecen interesar a nadie, como las viudas y huérfanos de guerra, las madres que perdieron hijos que eran su único sostén, los jubilados, los ancianos recluidos en casas para la vejez. Son seres humanos que no interesan a los diseñadores del neoliberalismo. Pero viven aunque quieran ignorarlos y necesitan hacerse sentir en la sociedad porque la sociedad los olvida. Necesitan una revalorización contínua de las exiguas pensiones que les da el gobierno. Los lisiados de guerra, por saber de organización y disciplina, de valor y voluntad probados en la lucha, son los llamados a desplegar demandas sociales por la valorización de las pensiones. Al luchar en la calle por su propio derecho a la vida, su éxito también beneficiará al huérfano, a la viuda..."

De hecho, la ORD que aglutina a varios miles de lisiados de guerra o por otros motivos y en la que se integran, por decisión propia, la gran mayoría de las personas atendidas por el IHCA, ha protagonizado las más enérgicas protestas realizadas por el sector. En una ocasión se utilizó la huelga de hambre como arma de lucha, así como ocupación pacífica de los medios de comunicación, movilizaciones por la calle, recurso a periodistas solidarios y otros mecanismos.

La discapacidad de los descontentos no fue obstáculo para que la policía, obedeciendo órdenes de una Presidente que necesita bastón para movilizarse, los desalojara sin contemplaciones entre nubes de humo lacrimógeno. Los discapacitados de guerra se unen entre sí porque se necesitan y tratan de aglutinar a otros sectores igualmente olvidados porque unidos, tienen más posibilidades de ser atendidos por un gobierno que no se acuerda de sus promesas electorales y aplica sin miramientos el programa neoliberal.

Porque los discapacitados de guerra están olvidados de todos. Como dice el Padre Alvarado, "tan olvidados que ni siquiera el FSLN se ocupa de ellos: ninguno de los miembros de la Dirección Nacional tiene como función propia ocuparse de ellos ni hay ninguna forma de atención organizada y oficial, nada. Sólo búsqueda de cuotas de poder. Como los gringos, desgraciadamente algunos de ellos también necesitan prótesis para el alma".

"Tan olvidados de todos, tan omitidos que ya parece que no están ahí", comenta con tristeza el Padre Alvarado. "Hay agencias y organizaciones internacionales que apoyaron decididamente la lucha de Nicaragua durante los años de guerra y eso es hermoso y de agradecer, pero ahora no se preocupan por las secuelas más negativas de la guerra. Pudieron ayudar para crear conciencia y sostener la guerra, pero no lo hacen para ayudar a los que se la jugaron hasta el fin por seguir el mensaje ideológico que ellos contribuyeron a difundir. Hoy dicen que sólo les interesan programas de incidencia estructural. Y lo peor es que se dicen seguidores de un Crucificado, de la eficacia de un Crucificado..."

Náufragos que no quieren serlo

José "Chepe" Núñez se inició desde hace pocos meses en esta tarea y con su llegada se abrió el trabajo en la zona de Masaya, donde la situación es muy diferente: no hay que ir a buscar al lisiado a su casa, a recuperarlo desde la habitación del fondo donde permaneció escondido y refugiado durante años, sino que es el lisiado el que se mueve hacia los religiosos para proponer proyectos, tratando de reiniciar su vida.

"Es poco lo que podemos enseñar aquí a estos comerciantes natos. Te voy a contar un caso: un muchacho que el IHCA le financió un pequeño puesto ambulante de productos de belleza y tocador, él ha creado su propia clientela que le compra "al fiado" y le pagan a razón de uno o dos córdobas diarios. Sus compradoras, porque la mayoría son mujeres, no sienten que le pagan, pero él cobra. Y lo más interesante es su sistema de trabajo: por las mañanas hace el recorrido entre sus clientas, vendiendo y cobrando los plazos y, por la tarde, va de compras en la reinversión en su negocio o se queda en casa haciendo la contabilidad. Pero lo curioso es que esa contabilidad la hace con tres copias en otros tantos cuadernos que guarda en tres lugares diferentes. Cuando me di cuenta de todo ese trabajo que realiza, le pregunté si no era excesivo, si no tenía suficiente con un sólo cuaderno y me contestó ¿Y si lo pierdo? Yo no me acuerdo de todo lo que me deben. Así, con tres cuadernos, es difícil que se me pierdan los tres. ¿Qué te parece?", me pregunta Chepe.

Masaya fue uno de los lugares donde la represión de la Guardia somocista golpeó con mayor violencia. El pueblo se defendió como pudo y todo el mundo participó en la lucha: hombres, niños y mujeres. Tres de ellas, lisiadas antes del triunfo, reciben atención de parte del IHCA.

"Pues no necesariamente apoyo económico, porque una de estas mujeres tiene capacidad para manejarse y no nos necesita en ese sentido. Pero sí necesitan que se las escuche, que se les hable de Dios, que sepan que no están solas".

Entre ellas, una señora - porque estas mujeres, que eran muy jóvenes cuando sufrieron su lesión hace 15 años, ya son señoras mayores, especialmente desde la muy juvenil perspectiva nicaragüense -, que afirma que los guardias "me fregaron las piernas, pero no el corazón".

Una vida rota, con sus dos piernas inutilizadas cuando aún no cumplía los 20 años. "Es la persona menos interesada por el dinero que puedas imaginarte", explica Chepe. "Fue un problema convencerla de que nos dejase financiarle una refrigeradora para consolidar una ventecita que tiene en la casa, con su mamá. Viven las dos porque Dios es grande. Pero, ¡trasmite una alegría y unas ganas de vivir...!".

En el trabajo que se realiza en Masaya también participa Gerardo Sibrián, un salvadoreño que, por serlo, sabe de dolor y sufrimiento, de cuáles son las necesidades más profundas del ser humano. Y percibe que los lisiados de Masaya se sienten muy comprometidos con el IHCA, con verdadero temor a fallarle. Observa cómo tratan de ayudarse entre sí para no hacer algo que pueda disgustar a la institución o a sus representantes, "pero no es tanto por temor a perder el apoyo económico, como por miedo a frustrar a los amigos. Se establece un vínculo de cariño y amistad que se transforma en un estímulo para nuestro trabajo y para su recuperación como seres humanos", puntualiza.

Valor y agresividad

"Yo hago todo lo que puedo y trato de no estar quieto. Subo al techo de la casa para arreglar las goteras, me muevo por un sitio y por otro, porque si no voy a quedar tullido", explica Juan Carlos Aburto, hombre grande, de 41 años, fuerte como un roble y parapléjico: está inmóvil desde la cintura para abajo.

Pero con mucho ánimo. Nada se le pone por delante. Pese a las dificultades que enfrenta para seguir en la vida, enamoró a una atractiva joven que es su esposa y con la que procreó una niñita, Exania de los Angeles, que ya cumplió los seis meses y escucha atenta las explicaciones de su papá, mientras juguetea en los brazos de su mamá.

Juan Carlos es un hombre que ya está de vuelta de todo. La vida ha sido dura para él y hay cierto deje de amargura cuando habla. A veces, da la impresión de que ha perdido casi toda la fe en casi todo. Pero después de hablar un largo rato con él, se comprende que casi ha llegado a esa machadiana segunda inocencia que da en casi no creer en casi nada. "Sólo en Dios. Antes con el otro gobierno, sí era lindo, porque te ayudaban de verdad, hasta donde se podía. Pero con esta gente, no hay nada que hacer.

"Yo tengo que tomar unas vitaminas muy fuertes, que son caras, para mantener la fuerza en los brazos y poderme mover con las muletas, pero ahora tengo que comprarlas y no hay reales. Así que tengo más de cinco meses de no tomarlas. Desde que nació la niña". Y esta confesión le deja un poco triste, pero una sonrisa de la pequeñita le borra las nubes de la cara.

Una característica de Juan Carlos es que nunca se arrugó. Ante las dificultades se arranca para adelante y trata de resolver. Quizá en ese valor que raya en la agresividad hay un miedo muy grande a una sola derrota moral. Quizá presiente que la primera sería la última, que nunca más podría volver a levantarse después de la primera caída. "Yo ya tuve un negocio con un carretón para salir a vender, pero fracasó. (Fracasó el negocio, no él). Por eso, ahora tengo una venta de leña y gas en la casa y con eso, me defiendo. (Además, se quedó con el carretón y ahora hace un reparto de bolis y gelatinas dos veces por semana, y con eso se redondea). Y recojo todo lo que encuentro por la calle que puede servir para algo: llantas viejas, baterías. Un cajón de baterías, bien limpio, no te dan mucho por él, pero te dan algo y si lo has alzado de la basura, todo es ganancia". El hombre que no quiere quedar tullido arregla con sus manos y un poco de paciencia todo lo que encuentra y lo vuelve a vender y con eso y la voluntad de Dios, se va remendando.

Su arrojo y su decisión no viene de ahorita. Desde el principio, desde el Triunfo de la Revolución, Juan Carlos formó parte de los abastecedores del ejército. Donde había una base militar difícil de abastecer, allá iba Juan Carlos, donde fuera, a llevar la comida y las provisiones a los jóvenes combatientes, a pesar de que él mismo ya no era un niño ni estaba en edad de aventuras. En 1981, en Puerto Cabezas, se cayó de un camión y por poco se mata. Pasó un tiempo desbaratado, pero se repuso, aunque le costaba trabajo moverse. Otro hubiera considerado que había tenido suficiente y se hubiera dedicado a otra cosa.

Juan Carlos, no. Juan Carlos siguió trabajando con el ejército en cuanto pudo tenerse en pie y fue así que en 1984 le convencieron para que integrara un Batallón de Infantería de Reserva, uno de los últimos BIR que se organizó, integrado exclusivamente por voluntarios. "Pues no tan voluntario", aclara Juan Carlos. "Lo que pasa es que te empiezan a animar los amigos y de repente que si vas tú, pues yo también y al final, nos vamos todos. El caso es que me convencieron. Y me fui".

Y en La Tronquera, un lugar perdido en Zelaya Norte, uno de los muchos lugares que no salen en los mapas, se fracturó la pelvis. Si hubiera recibido a tiempo los cuidados y las atenciones necesarias, hoy Juan Carlos sería un hombre que podría caminar y moverse sin dificultades, pero hasta que lo sacaron a donde pudiera recibir atención médica, los cuidados de sus compañeros fueron la peor de las medicinas, aunque eso sí, suministrados con mucho cariño. "Los muy salvajes, como me miraban que no me paraba me decían: "Andá, hombré, parate, no vengás con cochonadas de que no podés. Si no tenés nada", y me paraban para ver si me animaba y me ponía a caminar y yo, que no puedo, que dejame, que no puedo andar. Imaginate, con la pelvis quebrada. A poco y no la cuento", recuerda.

Porque los integrantes de los BIR, en su mayoría hombres maduros y curtidos por la lucha de la lucha y por la lucha de la vida, eran hermanos gemelos de aquellos combatientes populares por la República española, de quienes decía un sensible y santo sacerdote: "Qué brutos, Dios mío, pero !qué hombres!"

A esa misma raza pertenece también Juan Carlos. Cuando se recuperó un poco y aprendió a caminar con sus muletas, continuó colaborando con el ejército. !"Y no te lo vas a creer"!, cuenta a mitad de camino entre la arrechura y la carcajada limpia, "que a poco no querían que volviera a meterme en un combate, con todo y como estoy. Los muy zánganos no van y me dicen: "Mirá, te metemos en un pozo tirador y de ahí sólo muerto te sacamos". Ve, qué consuelo para darme ánimos. Pero esa vez, me negué, ya no fui, no quise". Y le sobra razón.

Nuevamente surge la nostalgia de los tiempos idos, cuando ser lisiado de guerra era un honor, aunque no fuera un privilegio. "Las medicinas, gratis; los tratamientos médicos, gratis; me acercaba a una base militar donde había algún amigo mío y me daban todo lo que necesitaba, no pasaba necesidades ni angustias; y en Navidad, mi regalito para los niños, para la familia. Ahora cuando nació la niña tuve que pagar ¡10 pesos! para que me dejaran sacarla del hospital". Diez pesos son dos dólares, en apariencia muy poco dinero. Pero para quien trabaja hasta el agotamiento cada centavo que consigue, es todo un capital. Pero ni por eso se desanima. Los proyectos siguen surgiendo en su cabeza para tratar de ponerlos en práctica. Todo menos la cobardía, menos dar un paso atrás. Un paso atrás, ni para tomar puntería.

Un hombre valiente, que no se queja de su desgracia, que quiere mantenerse en forma, que produce proyectos. Sólo una cosa le molesta de verdad: cuando encuentra a los que se dicen sandinistas haciendo cualquier cosa incorrecta y peor aún, si tratan de aprovecharse de los discapacitados. Que de todo hay.

La esperanza contraataca

Que de todo hay lo demuestra la experiencia de Sergio Flores. Hombre serio y trabajador, su mayor sufrimiento al regresar de la guerra con una mano de menos fue que no podía trabajar. Nadie le ofrecía perspectivas. Además, ¿qué podría hacer un hombre al que le faltan todos los dedos de su mano derecha? Y ahí se quedó, en un rincón, tratando de buscar qué hacer, pero sin encontrarlo, y viéndose mantenido por su esposa, con la que tiene dos hijitas pequeñas.

En general, para un hombre saberse mantenido por una mujer, aunque sea la propia esposa y por motivos tan obvios como una discapacidad física, le afecta profundamente. Hay toda una cultura social acerca del tema: la casa tiene que ser mantenida por el hombre y si un hombre no puede mantener una casa, que no la tenga; pero si puede mantener dos o tres, o las que sean, pues que la tenga. Esa es la forma de pensar y en Nicaragua eso está muy enraizado. Los jóvenes jesuitas fueron la salvación para este hombre responsable, activo y trabajador que no podía hacer nada y encontró la forma de hacer algo útil para sí mismo y para los demás. En la comarca donde vive, El Dulce Nombre de Jesús, no había molino y cuando alguien quería moler algo, el maíz, la carne o el queso, era preciso caminar cuatro kilómetros hasta el molino más cercano. Para un nicaragüense, el molino es una necesidad imperiosa, pues muchos alimentos incluyendo refrescos, se hacen a partir de productos molidos. Sergio instaló un molino y se ganaba la vida bien, en medio de la gratitud de sus vecinos.

Pero el éxito tiene un precio. En este caso, el ambicioso padrastro de la esposa de Sergio, llegó a la conclusión de que el molino que daba tan buenos rendimientos y estaba instalado en su casa, debía pasar a ser de su exclusiva propiedad. Al principio fueron indirectas, después palabras gruesas, que cada vez fueron más gruesas, silencios cargados de amenazas y actitudes agresivas. La suegra de Sergio se puso de parte de su hombre y llegó a abofetear a su propia hija, que también se puso al lado del suyo quien, además, tenía la razón. Las cosas estaban insostenibles y Sergio decidió defender su pequeña primera posesión: siempre con ayuda del IHCA que no le dejó solo en ningún momento ante los problemas, desmanteló el molino, desarmó el galeroncito que había construido para albergarlo y se trasladó a otra comunidad donde tampoco había molino. Ahora los vecinos de El Dulce Nombre de Jesús, tienen que caminar otra vez, cuando quieren comerse un nacatamal o prepararse un pinol.

Ser amigos

La mayoría de los jóvenes religiosos que desarrollan el trabajo con los discapacitados no son nicaragüenses ni vivían en el país durante el prolongado conflicto con los Estados Unidos, aunque proceden de países centroamericanos donde siempre hubo gran interés por lo que ocurría en Nicaragua. Y eso, a pesar de que al interior de sus propias fronteras se desarrollaban conflictos igualmente sangrientos, como el caso de El Salvador, patria original de Víctor Valdivieso, quien desde que supo del programa solicitó su integración, cosa que consiguió hace apenas unos meses.

"Siempre admiré la lucha de estos hermanos y me gusta trabajar con ellos, porque uno se involucra afectivamente con ellos. Esa es la única forma de hacer un buen trabajo. Aunque hay que saber ser frío y tomar la distancia adecuada a la hora de las decisiones para ayudarles de verdad. Pero sólo si se pone corazón y se deja captar por su mundo, es posible comprenderlos y ayudarlos", confiesa. Víctor llegó cuando el trabajo ya tenía más de un año, para reforzar a otro compañero. Al principio, temió que su presencia inhibiese a los lisiados a los que iban a visitar. "Al fin y al cabo, ellos nunca me habían visto, no sabían quién era yo. Hubiese sido lógica la desconfianza".

Pero no fue así. Sin conocerle, los jóvenes a quienes visitaba se abrieron sin temores, por confianza en el Instituto y en la Compañía de Jesús. "Me encariñé con ellos ahí no más", dice. "Esa confianza, esa sencillez me conquistaron. "Es bien motivador. Conocí una problemática bien compleja. Yo suponía que conocería esos problemas antes o después, pero no esperaba que fuese tan pronto y con tanta franqueza".

Pero no todo es de color de rosa. A veces descubre manifestaciones de poca solidaridad entre ellos, que tampoco le sorprenden, porque "son personas tan pobres y tan necesitadas, que no tiene nada de raro que se decidan por la política del "sálvese quien pueda". Sin embargo, lo más frecuente es la solidaridad. Ocurre a veces que, cuando un lisiado presenta un proyecto, procura pedir financiamiento lo más pequeño posible y así dejar dinero para otros.

"Y cuando le va bien, se esfuerzan por devolver la totalidad del préstamo y no sólo el simbólico porcentaje a que se comprometen". Los jóvenes religiosos han comprendido que su función de acompañamiento es, por lo menos, tan importante como el aspecto económico. En consecuencia, no vacilan en ayudar también a personas que no están estrictamente incluidas en el programa.

"Son varios los casos de personas que nos buscan, aunque tengan resuelta su situación económica. Hay un caso especialmente patético, de un muchacho que cuenta con todo el apoyo de una familia con una posición económica desahogada, que vive en su habitación con video, aparatos musicales, todo lo que un joven puede desear. Cuando quiere algo, sólo lo dice y su familia hace todo lo posible para proporcionárselo.

"Pero él nunca se ha aceptado en su nueva situación y se siente abrumado por la soledad. No sé cómo", recuerda Víctor, "se dio cuenta de que existíamos y nos vino a buscar para pedirnos ayuda. "Era claro que no necesitaba ayuda económica, pero también era claro que necesitaba ayuda. Así que le vamos a visitar para hacerle un poco de compañía, después de que terminamos el trabajo con los demás y él nos espera siempre con alguna sorpresa, como algún video para verlo o algún cassette. Hace todo lo posible para que nuestra estancia en su casa sea lo más placentera posible, como que no se da cuenta de que nosotros iremos a verlo de todos modos. Se le nota que cada una de nuestras visitas es como una fiesta para él".


La piedra angular

La vida de Jadder Cruz es una concatenación de frustraciones. Sin madre desde muy joven, su hermana mayor cuidó de él, como de sus otros hermanos, hasta que se hizo grande y se fue al Servicio Militar Patriótico, en uno de las últimas movilizaciones. En 1989, casi terminando, casi cuando ya se iba a suprimir el Servicio porque la derrota electoral marcó el final de la agresión de los Estados Unidos y de la guerra, fue herido en un pie: hubo que amputarle la pierna hasta la rodilla.

Pero el muñón se le infecta constantemente, necesita siempre cuidados para poder continuar sin que se le gangrene. Jadder no salía de casa. Prefería estar metido entre cuatro paredes, sin atreverse a salir a la calle, donde sus viejos conocidos podrían encontrarse con él y verle ahora, convertido en un lisiado. No tenía valor para enfrentar la nueva realidad. Fue hasta que el IHCA lo encontró y le convenció de que todos somos necesarios, que Jadder intentó algo consigo mismo.

Su proyecto de venta de granos básicos y boterías ambulante, era pequeño, pero le obligaba a salir a la calle, a enfrentarse consigo mismo y con los demás para vender su producto. Y lo vendió. Y tuvo ganancias. Y se las bebió. Mientras tanto, había buscado una mujer con la que formar una familia, pero quizás también en esto tuvo mala puntería. Ella lo quiere, eso es cierto y él a ella. Pero ella podría ser la madre de él. En cualquier caso, ellos se entienden. Y Jadder, el hombre al que todo le sale mal, encontró en ella un apoyo, un estímulo, una seguridad. Quizá por su edad, ve en ella a la madre que nunca tuvo. Y la convivencia con ella le dio más seguridad en sí mismo: a pesar de su problema y de su discapacidad, pudo conquistar el amor de una mujer.

El IHCA no pretende ser una solución para todos, sino un apoyo para que cada cual encuentre su propio camino y lo recorra. El objetivo no es resolver todos los problemas, sino apoyar las soluciones que cada cual encuentra para sí mismo y que por falta de dinero o de apoyo no podría implementar. Y cuando alguien se enreda en la búsqueda de sus propias soluciones se trata de dar una ayudadita y permanecer cerca, para mantener lo poco que se avance.

En estos momentos y desde hace algún tiempo, a Jadder se le facilita ayuda puntual en materia de medicinas y alimentación, a la espera de que encuentre su propio camino. Porque Jadder lo va a encontrar. El es animoso, trabajador. Sus dos manos son dos hábiles herramientas capaces de transformar la materia en cosas útiles. Es un buen artesano, dueño de una gran habilidad para resolver pequeñas cosas prácticas. Y es bondadoso y dulce, cuando el trago no le pone agresivo.

La fuerza de las convicciones

Cuando una persona queda con su cuerpo destrozado, su punto de apoyo está en sí mismo, en la fuerza de su espíritu. Y entre los discapacitados que atiende el IHCA es evidente que quienes menos han sufrido son, precisamente los que tienen un firme agarradero en sus convicciones, ya sean políticas o religiosas. Marvin Carballo y Jaime José García encuentran la energía para sobreponerse a la prueba en su fe religiosa; Francisco Calero, en su fe política.

Marvin es por tradición ebanista. Ebanistas son su padre y sus hermanos, toda su familia. Todos han trabajado la madera. Pero a él, en la guerra, el brazo izquierdo se le acortó y le quedó que no lo puede estirar, como consecuencia de las heridas recibidas. Eso es una dificultad para el trabajo de ebanista, pero no impedimento. Además, cuenta con la ayuda de su familia y el taller familiar logró adquirir con el apoyo del IHCA una sierra eléctrica que facilita el trabajo. Se hace más, más de prisa y se puede dedicar más tiempo al acabado.

Es cierto que la crisis económica afecta el negocio, hay dificultades para vender los hermosos, prácticos y resistentes muebles que fabrica, pero también es cierto que Dios no abandona. Siempre hay algo que hacer, porque siempre hay algún encarguito, por pequeño que sea, con el que redondearse. No da para salir de pobre, pero da para comer y en estos dorados tiempos, con eso es suficiente ¿no?

Y diariamente, en sus plegarias junto con los otros hermanos de religión y compañeros en la discapacidad, que concurren al mismo templo para rezar, apoyarse y darse ánimos mutuamente, pide a Dios que las cosas sigan por lo menos como hasta ahora; que, si es posible, mejoren; y en cualquier caso, que se haga Su Voluntad. Similar es el caso de Jaime José, también evangélico. La diferencia es su actividad: se dedica al trabajo agrícola.

Con sus manos mágicas, un poco de tierra, agua y sol, transforma una minúscula semillita en un gigantesco y suculento repollo digno de la mejor de las ensaladas. Son los milagros de Dios en los que el ser humano colabora un poco. Y otro milagro son sus tres hijos, niños pequeñitos nacidos de su matrimonio, que también crecen y se transforman hasta que los niños lleguen a ser algún día, adultos responsables y bondadosos, como su propio padre. Porque la vida del hombre de fe es un milagro cotidiano, aunque parezca que no pasa nada importante y que la vida está muy difícil por los problemas físicos personales y económicos de la sociedad entera.

La fe de Francisco Calero es de otra índole. Es una fe política. Está convencido de que el ser humano con su actividad, puede y debe transformar el mundo, mejorarlo para que todos los seres humanos seamos hermanos, sin guerras como la que le dejó a él discapacitado pero no inválido: un ser humano siempre vale para algo. (¿Hay una fe más religiosa que esta fe política?)

Vende en el mercado de Jinotepe productos que adquiere en lugares lejanos de su ciudad. A veces, viaja a otros países, para obtener artículos diferentes, de esos que no vende nadie mas que él, a mejores precios. Y con mejores ganancias. El está acostumbrado a la lucha. Participó con el FSLN desde hace mucho tiempo, cuando era poco más que un niño, para derrocar a Somoza y continuó en la batalla después, hasta que recibió un mal tiro.

Y no se queda en su propia lucha; ayuda a los demás compañeros, a otros lisiados que se sumergieron en la profundidad de su casa y de su miedo, a salir nuevamente a la vida y a la lucha. Por su propio valor, por su forma de enfrentar una vida que no es fácil para nadie y menos aún para él, se le considera una autoridad en su comunidad. No un hombre con poder, que ni lo tiene, ni lo necesita, ni lo quiere. Sino con autoridad. Su palabra es escuchada como la palabra de los patriarcas bíblicos, a pesar de su juventud, porque predica con el ejemplo.

Cruzar fronteras con amor

Por ser una institución vinculada a la Compañía de Jesús, el IHCA puede plantearse ramificaciones muy variadas a lo largo y ancho de Centroamérica, donde son varios los países que viven experiencias traumáticas similares a las que vivió Nicaragua. En El Salvador, donde ya se firmaron las paces, se puede iniciar un trabajo serio con bastantes garantías de mantenerlo y de que los religiosos involucrados en él puedan desarrollarlo sin complicaciones.

Omar Serrano, un jesuita salvadoreño, recién regresado al país empezó esta actividad en El Salvador en dos sectores de la Parroquia de Chalatenango que se conocen con los nombres de Arcatao y Las Flores. Pero el trabajo en El Salvador tiene características muy especiales, diferentes a Nicaragua. Especialmente en las zonas que permanecieron mucho tiempo bajo el control del Frente "Farabundo Martí" para la Liberación Nacional (FMLN), donde las necesidades defensivas impusieron un sistema de vida muy específico. Y Chalatenango es una de esas zonas.

"El mayor problema es que los habitantes de estas zonas, en general y los lisiados, en particular, todavía no han puesto los pies en el suelo. Aún están revoloteando", explica Omar. Y no es extraño: diez años de guerra y persecución que terminan con la brusquedad de un grifo que se cierra, generan una normalidad totalmente anormal.

Cuando los seres humanos son atacados colectivamente por un enemigo poderoso, la tendencia natural es hacia la defensa colectiva. Esta tendencia se multiplica y se extiende a todos los ámbitos de la vida cuando el coordinador de la defensa es una organización guerrillera con las características del FMLN.

Como consecuencia, todo se plantea en colectivo. A nadie se le ocurre que, posiblemente, se podrían organizar microproyectos familiares que encadenados y organizados entre sí, pudiesen ir resolviendo los problemas de todos, sino sólo grandes y costosísimos proyectos que involucran a toda la colectividad, "y eso es carísimo", explica Omar. "Y no hay ningún proyecto gubernamental tangible para la recuperación de estos compañeros. Se sabe que hay diez millones de dólares aprobados para esta zona, en teoría, pero nadie los ha visto ni tampoco se conoce en qué proyectos se invertirán."

Largos años de permanecer sitiados por el ejército, han desarrollado una gran solidaridad, pero han hecho olvidar algunas costumbres del mundo moderno, como el uso del dinero, por ejemplo. Sometidos a una situación de estricta supervivencia, los habitantes de estas comunidades abandonaron hace muchos años el consumo y sus oropeles. No hay comercio. Las necesidades a satisfacer son mínimas, pero difíciles, porque no hay de dónde.

En la comarca donde trabaja Omar, hay 50 discapacitados, de los cuales 25 llegaron recientemente de Cuba, donde recibieron tratamiento y rehabilitación. Esta llegada de nuevos compañeros llenó de esperanzas a los demás, pensando que, siendo muchos, tendrían mejores posibilidades de ser tenidos en cuenta. La esperanza se fundamentaba en el hecho de que los 25 recién llegados no eran de la comarca y lo lógico era pensar que, si se destinaban tantos lisiados a un determinado lugar, debería ser porque se estaba proyectando algo grande. Pero pasan los días y nada pasa.

Con dos zonas a su cargo, donde viven más de 400 familias y con 50 lisiados, sin apoyo, ni proyectos, Omar siente que lo único que puede hacer es acompañar a los pobladores, darles ánimo y contar fuera y lejos lo que está pasando, con la esperanza del náufrago que lanza una botella con un mensaje desde su isla desierta. Y ayudarles a superar las lesiones del alma, siempre más graves. "Los lisiados que acaban de llegar de Cuba no se conocen entre sí ni con los que estaban aquí. Ese es otro problema. A todos los demás problemas, hay que añadir la soledad, el aislamiento, la lejanía de sus familiares y, con frecuencia, la ignorancia sobre el paradero de su gente".

Y un problema más: la mayoría de los 25 lisiados originarios de la zona no tienen prótesis, necesitan fisioterapia y rehabilitación. Sin recibirla, será casi imposible que puedan iniciar una actividad, por pequeña que sea. "La mayor parte de estos hermanos lisiados son campesinos y lo que más necesitan es tierra para trabajar en ella. Una vez que tengan la tierra, ellos idearán algún procedimiento para trabajarla, a pesar de sus lesiones. Y una vivienda. Pero no tienen ninguna de las dos cosas. De las 190 familias que viven en Arcatao, 175 no tienen casa. Aunque son de allí y tuvieron su vivienda, ya no la tienen, porque durante la guerra todo quedó en escombros. Y ahora no se atreven a invertir lo poquísimo que tienen en construir, porque temen que de un momento a otro los expulsen de ese territorio", dice Omar que, a pesar de la desoladora realidad que le rodea, no pierde el buen humor y la alegría.

"Aquí hay mucho trabajo", explica Omar como causa de su actitud espiritual. "Hay que enseñar a estas personas a llamarse por sus nombres, porque hasta hace unos meses sólo utilizaban los seudónimos de guerra. Ayudarles a confiar en sí mismos fuera de la organización, demostrarles que valen mucho porque valen mucho, porque tienen un gran valor y unos grandes valores y, sobre todo, porque Dios los ama".

El IHCA se ha propuesto desarrollar un gran trabajo con estos jóvenes nacidos y crecidos en una guerra y que apenas empiezan a paladear el silencio de las armas de fuego. Y lo hará. No faltan jóvenes jesuitas entusiastas para realizar este trabajo tan humano y tan divino, pero si no los hubiera, la juventud salvadoreña rebosa de amor y generosidad y podría continuarse el trabajo con seglares cristianos.

El valor de empezar y empezar

La vida de Leonardo Vega es como un resumen de la Historia de Nicaragua, mezcla de novela y pesadilla. Ambos parecen destinados a barrer las escaleras hacia arriba, pero sin desanimarse: uno y otra empiezan y vuelven a empezar sin perder la sonrisa y con la convicción de que sólo luchando se logra salir adelante.

Sin embargo, no parecía que la vida de Leonardo estuviera marcada por la dificultad: nació hace 37 años en la pequeña pero linda y, bien trabajada finca de sus padres. Allí había muchos árboles y a su sombra, cantaban alegres varios arroyuelos con cuyas aguas se fertilizaba la tierra en invierno y en verano. Las cosechas abundantes se sucedían sin descanso en una tierra rica y agradecida y el fruto generoso era la recompensa natural del esfuerzo humano. Pero en los tiempos de Somoza no era bueno para un campesino tener una finca demasiado buena ni demasiado bien trabajada. Se la robaron. Y ahí comenzaron las dificultades familiares, el ir del timbo al tambo, todos los hermanos y los padres, a la buena de Dios, buscando el pan nuestro de cada día.

A Leonardo, unos primos que se habían radicado en San Salvador le ofrecieron un plato de comida y un puesto de trabajo y para allá se fue, a ver si lograba ganar algo para ayudar a los sobrecargados padres y por lo menos, para evitarles una boca que mantener. Una vez allí, descubrió que sus parientes tenían un negocio de fotografía y se metió a ver que era aquello. Se esforzó, trabajó y aprendió el oficio. Seis años después, convertido ya en un fotógrafo de apenas 21 años y con unos centavitos en el bolsillo, fruto de sus ahorros, regresó a Managua, con toda la vida por delante, dispuesto a comenzar sin problemas, en un taller fotográfico y ayudando a sus padres. Pero...

Un hermano suyo, el que más se le parecía, se había metido al FSLN. Apenas puso un pie en Managua, Leonardo presintió que había movimientos extraños de la Guardia Nacional somocista en torno a él y eran los tiempos en que primero se disparaba y luego se averiguaba. "Cuando me di cuenta de lo que pasaba me dije: para que me maten como pendejo, mejor me voy "de viaje". Y se metió en el FSLN.

Fueron tres años de clandestinidad, combates, luchas. Miedo. Le hirieron en alguna ocasión, pero nada grave. Se repuso pronto y siguió en la lucha. Así aprendió a amar al pueblo que se arriesgaba para protegerlo y al que casi no conocía, por haber vivido fuera del país. Y llegó el Triunfo. Leonardo se integró al Ministerio del Interior y en ese trabajo recorrió todo el país, luchando siempre por una causa que ya era suya. Corrió mil peligros, anduvo en muchos combates, pero parecía invulnerable: ni un rasguño. Hasta que un día, cuando iba en la más fácil y sencilla misión de su vida militar, a pocos kilómetros de su casa, el vehículo en el que viajaba se fue por un barranco abajo, en 1986.

Fue un año sin poder caminar. Su esposa, porque ya se había casado, tuvo graves problemas de salud y también estaba hospitalizada; la casa, a medio construir, fue pasto de los ladrones que aprovecharon la ausencia de los dueños; los niños, desperdigados. Desde que pudo volver a andar, ha recomenzado su vida y su negocio en otras tres ocasiones. La primera vez, su negocio de fotografía era tan bueno que el dueño del local que alquilaba decidió quedarse con todo; la segunda, logró que el negocio se volviera tan floreciente que llamó la atención de los ladrones que se le llevaron todas las máquinas fotográficas, y el material del laboratorio; la tercera, ahora, de la mano del IHCA.

"A ver si ésta es la buena", dice con un suspiro, "porque esto es terrible..." Seguramente sí es la buena. Los niños, después de las difíciles experiencias vividas durante la hospitalización de sus padres, crecen alegres y sanos. Además, la familia de Leonardo logró recuperar su finca. Los antiguos "dueños" la trataron mal; para ganar dinero más rápido, talaron todos sus árboles, vendieron la madera y los arroyos se secaron. Ahora, Leonardo y sus hermanos están reforestando las áreas boscosas y, a la sombra de los jóvenes árboles, los arroyos han reaparecido y vuelven a canturrear su canción. Bajo el cielo azul todavía hay lugar para la esperanza.

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