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Universidad Centroamericana - UCA  
  Número 106 | Agosto 1990

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Nicaragua

Cultura desde abajo en la fuente del coraje

A lo largo de estos años de revolución nicaragüense los artistas y escritores de Nicaragua se han mostrado como hombres y mujeres que apostaron a la vida cuando sólo había muerte, que creyeron cuando todavía era noche oscura e interminable.

Raúl H. Mora Lomelí

Volver a mirar lo vivido y descubrir ahí los caminos del futuro y no sólo narración de lo pasado es el secreto más rico de la historia. El secreto de quienes entienden que "hacer historia" no es - como en la expresión francesa - escribirla, sino eso, hacerla. Una celebración, un aniversario, también un revés, es ocasión para el recuento. Pero mucho más audaz es ir discerniendo día a día, en el acontecer cotidiano, lo que hay que decidir y poner en obra.

A lo largo de estos años del proceso nicaragüense -que no comenzó el 19 de julio de 1979 sino cuando se gestó la Revolución, que no termino el 25 de febrero del 90 sino sigue vivo en cuanto hace suya la causa de los pobres y de los empobrecidos de esta tierra -, los artistas y escritores de Nicaragua se han mostrado como hombres y mujeres que apostaron a la vida cuando sólo había muerte, que creyeron cuando todavía era noche oscura e interminable. En el último año Sergio Ramírez con "La Marca del Zorro", Omar Cabezas con "Canción de amor para los hombres" y Tomás Borge con "La paciente impaciencia" enriquecieron la literatura latinoamericana, al hacer del género testimonial algo que va mucho más allá del documentalismo: Una estrujante y esperanzada experiencia vivida por quienes hicieron desde lo inviable una vida nueva.

A los tres, miembros activos del FLSN y del gobierno durante últimos diez años, les precedió Gioconda Belli con su primera novela, "La mujer Habitada", y les siguió Ernesto Cardenal con "Cántico Cósmico". Ambos se remontan al mito, a la narración desde "el principio", para entroncar con la historia y descubrir así una esperanza sin límites. Junto a ellos y como ejemplo de muchos más que fueron sensibilizándonos a lo cotidiano para encontrar el camino, destacan los llamados "cantautores". Envío entrevistó a algunos de ellos y volvió a escuchar sus cantares. Muchas de sus canciones fueron compuestas a la hora de la lucha contra Somoza y ayudaron así a hacer posible lo imposible.

Esas mismas frases y melodías sostuvieron la certeza de que la agresión múltiple contra Nicaragua, en estos últimos diez años, no habría de pasar ni vencería. Volver a meditar lo que cantaron ayudará a ver que su aporte no enmudece ni se invalida con un revés electoral ni con un cambio de gobierno. Como verdadera obra de arte, perdura su validez, porque es válida la experiencia y la acción a la que convocan. El presente análisis quiere dejar testimonio de cómo en Nicaragua la canción ha hecho esta historia, porque supo descubrir el secreto de lo cotidiano.

La deslumbrante obra musical de Carlos y Luis Enrique Mejía Godoy

Ante la imposibilidad de estudiar en un artículo, necesariamente breve, toda la producción musical de estas décadas, hemos elegido la obra de los hermanos Carlos y Luis Mejía Godoy como base de este estudio.

Elección que no intenta ignorar a los demás, sino descubrir así una pista. Porque en los Mejía Godoy y en sus grandes cantatas están presentes músicos y poetas como Arlen Siú, "la chinita de Jinotepe", caída en combate en El Sauce en 1975, y David McField, Leonel Rugama, Ricardo Morales Avilés, Otto René Castillo, Virginia Grüteer, Ernesto Mejía Sánchez, Ernesto Cardenal, Francisco de Asís Fernández, Tomás Borge, Sergio Ramírez.

Con los Mejía Godoy colaboran y producen Los Soñadores de Sarawaska, Pablo el Guadalupano, Otto de la Rocha, Salvador y Katia Cardenal, el Dúo Guardabarranco, el Dueto tapacalí, Norma Elena Gadea.

La música de Carlos y Luis Enrique es conocida en el mundo por el apoyo y la creatividad de Los de Palacagüina, Mancotal, Pancasán. El folklore de Rivas, de Cosigüina, del pueblo anónimo inspira sus ritmos y sus letras. Con sus voces han cantado a Tino López Guerra ("Viva León Jodido"), Camilo Zapata ("Juana la Chinandegana", "Solar de Monimbó")... Lista interminable. Solidaridad fraterna, expuesta a los momentos de conflicto de toda relación humana y de exigencia profesional, que no trascendieron ni apocaron la tarea común: cantar y hacer la historia.

Dos limitaciones tiene este análisis. Primera, la incapacidad de transmitir en letras el ritmo de los sones, de los atabales, de la marimba y la guitarra. Así, quedamos obligados a hacer énfasis en lo "manejable" para una publicación escrita, precisamente la letra. Limitación asumida, ciertos de que una expresión, un verso, evoca la melodía en quien tiene orejas en el corazón: "Ay Nicaragua, Nicaragua...".

No existe, en segundo lugar, ni una edición crítica ni una cronología exacta de esta producción. Difícil, por eso, aun consultados los autores, separar etapas y distinguir con precisión la evolución y los procesos.

Las grabaciones en disco y en cassette hechas ENIGRAC son, hasta el momento, la mejor referencia musical. El Boletín Nicaragüense de Bibliografía y Documentación nos dejó un avance de lo que puede ser una recopilación cabal de esta obra poética: el número 48 (julio-agosto/82) parece una promesa, para tiempos menos agredidos, de la Biblioteca del Banco Central de Nicaragua, editora de este imponderable aporte para comprender la historia.

El periódico popular El Tayacán ha jugado un oportuno papel de difusor de estos cantares: "Canto épico al FSLN" (1983), "Sandino Santo y Seña" (1984), "Cantos de lucha del FSLN" (1986), "10 años cantando" (1989) y su recopilación de cantos religiosos y populares, "Cantemos Hermanos" (1987 y 1990).

La publicación de la letra y las partituras de las "Mis Centroamericanas", hecha por el Centro Ecuménico Antonio Valdivieso y preparada por el claretiano José María Vigil y el dominico Angel Torruellas, lo mismo que la difundídisima edición de "Canciones de mi pueblo", con recopilación e introducción de los sacerdotes Leonel Navas López y Alfonso Alvarado Lugo, son mucho más que una fuente para el estudio de la canción nicaragüense y el que hacer revolucionario. Como obra de cristianos que se presentan como tales, estas ediciones son prueba de que - más allá de las tensiones y las divisiones vividas y más de una vez artificiosamente promovidas ante y en la Iglesia - el pueblo nicaragüense canta porque al hacerlo sabe que es verdad lo que los dos últimos recopiladores citados dijeron en la presentación de su libro: "Que el canto sea la expresión viva de nuestra interminable lucha por crear un mundo empapado de justicia, de hermandad, de libertad y de verdadero amor". Fueron y son estos retos de libertad en justicia y de amor fraterno los que hicieron y van haciendo la historia de Nicaragua. Así intentamos comprenderlo y así lo sentimos en la canción de Luis Enrique y Carlos Mejía Godoy, al oír y al leer la vida del día al día, de la que nacieron las grandes epopeyas del pueblo nicaragüense.

La historia de lo cotidiano

"Yo me considero - nos dice Luis Enrique - una personas que canta a lo cotidiano de la vida en todos los aspectos. No solamente de Nicaragua, aunque sí particularmente de Nicaragua. Problemas a los que se enfrenta el hombre cada día . Por tanto este cantar es histórico. Por lo tanto es anecdótico. Es reflexivo y conceptual. En lo cotidiano están las contradicciones que nosotros como pueblo vivimos en la sociedad, en el proceso. Todo esto tiene una gran carga ideológica, inevitable. Asumirlo así fue para mi muy importante en algún momento de mi vida. Porque naturalmente yo no nací con todas las ideas muy claras. Soy producto de lo cotidiano. Soy hijo de padres artesanos de instrumentos musicales . Ellos nos enseñaron a tocar. Así me mostraron el valor que tiene lo cotidiano. Nosotros no salimos de academias, de conservatorios. Lamentablemente. Pero también nos sentimos orgullosos de que, no habiendo salido de ahí, habiendo aprendido en la calle y habiendo logrado cierto grado de desarrollo, siempre me he preocupado por la calidad y la calidez fundamentalmente por la comunicación?"

Cantar, como medio de comunicación y transmisión de la historia, es tan antiguo como el mester de juglaría. Cerca de este "servicio" - que eso significó originalmente el mester, el ministerio - está la creación de los Mejías Godoy. En este sentido, su obra surge como el corrido mexicano, cuyos ritmos y sones más de los Mejía Godoy. En este sentido, su obra surge como el corrido mexicano, cuyos ritmos y sones más de una vez son asumidos por ellos en su canciones. Pero, con una enorme diferencia respecto a los corridos, las piezas de estos nicaragüenses no simplemente "cuentan" lo que le pasó a Juan Charrasqueado o a Rosita Elvírez. Su narración comunica más, los que Luis Enrique llama "carga ideológica". Reflexión sobre la anécdota de la vida y llamado progresivo a la conciencia. Comunican así su propio proceso.

Los juglares del pueblo nicaragüense

Con un elemento más que los hace ser "juglares" nicaragüenses: el juglar era pueblo, se sabía pueblo y sólo por eso se sabía capaz de peregrinar por villas y aldeas, rompiendo toda "clerecía", la del conservatorio o la de la catedral y la abadía.

Este aspecto cotidiano y popular de las canciones de Carlos y Luis Enrique Mejía Godoy se transparenta en múltiples formas: la geografía, la comida, los árboles, las fiestas, los pájaros, el vestido, las labores caseras. Pero mucho más en tres dimensiones: el pueblo irrumpe en este cantar no como masa anónima, sino personificado, concreto, con su nombre, su sexo y su edad. Es, en segundo lugar, un pueblo que canta porque asume y expresa su humor y su capacidad de reír. Y es, finalmente, un pueblo que en la contradicción y el conflicto decide, ama y actúa.

El pueblo es el actor primordial de la historia. Como lo fue en definitiva siempre, aunque los manuales y las historiografía clásica nos haya acostumbrado a comprender la vida y la transformación social desde la mirada de reyes y emperadores, en sus batallas y sus guerras y victorias.

¿Cuántos Clodomiros y Tulas Cuechos hay?

"En México -relata Luis Enrique- me reclamaron un día: 'Yo me llamo Rosa Hernández. Ni soy nicaragüense ni tengo nada que ver con la Revolución. ¿Por qué dice usted que tengo sangre de Sandino?' Y en Nicaragua, otro protesta: `Vos decís que tengo tantos hijos con la Rosa Hernández. Mirá, hermano, para en otra, pues, porque con ella no los tengo."

¿Cuántas rosas Hernández hay en América Latina? Hasta quienes reclaman se sienten aludidos. Así de personal es la historia: Don Casimiro, Juan Carmenate, María Inés, Clodomiro, María Venancia, Juancito Tiradora, Gaspar Ventura, Don Mundo Sandoval, Tere Armijo, Micaela Camacho, Don Nelo, Cleto Urroz, Aguilar, Lincho Mondragón, Gertrudis Traña alias Tula Cuecho, María de los Guardias, Chón Guevara, Panchito Escombros, Compita Ramón...

¿Existen? ¿Existieron? Pregunta racionalista y vacía. Existen y existieron el de la pulpería y el santero de Somoto y la partera y la que hace cotonas y la niñita de la quebradita y la que nos vio llorar y la que se pasa la vida batiendo el pino y el de la farmacia y la que vende tajadas y el indio al que le quemaron su rancho y la que con su presencia nos puso la carne de pollo y la comadre y el hamaquero y el niño que picotea las frutas y se roba la miel del tigüilote y la muchachita limpia y la muchachita pura. Su acción no se perdió ni se perderá en el olvido. SU nombre lo canta el pueblo y todos ellos son conocidos en Holanda, Brasil, Cuba, Estados Unidos, México, Uruguay, Alemania, la Unión Soviética. Países en que uno u otro de los Mejía Godoy, peregrinando con sus grupos musicales, han celebrado más de un festival. Por todas partes ambos han proclamado: "Yo sé que ellos son mi pueblo: la Rosa puta y chucarreta y el chele vende botellas".

Este pueblo es Nicaragua. Los niños y niñas, las mujeres, los hombres del campo y la ciudad son los que están haciendo la historia, según este cantar.

Entre cipotes y chilotitos: la magia de Quincho Barrilete

El nombre del niño Luis Alfonso Velázquez es de los que se recuerdan con más admiración y ternura. Cerca ya la caída de Somoza fue asesinado en mayo. Había servido de correo. Micrófono en mano supo animar esa esperanza.

Mucho antes otros le habían precedido. Los Mejía Godoy supieron descubrir en los juegos infantiles la promesa de una alegría nueva. Con un cariño paterno arrullan esa esperanza.

Con un poema a la alegría y a la batalla diaria, "Quincho Barrilete" - Premio Internacional de la OTI nos mete al corazón de la barriada: " Joaquín Carmelo viene a ser sólo un membrete que le pusieron en la pila bautismal". Este "héroe infantil de mi ciudad", Sandino, barrio de Managua. Allí se congregaron los que perdieron todo con el terremoto del 72. Quincho vende todavía "bolis" y "por un chelín te hace un cometa prodigioso". Como una esperanzada plegaria, el juguete sirve para "ponerle un telegrama al Colochón", nombre cariñoso de Jesús, de Papachú, de Dios mismo.

Quincho recorre - como esta canción - "calles, parques, plazas y barriadas". La edad - menos de diez años - no es pretexto ni obstáculo, "mientras su mamá se penqueya en la rebusca", porque él también es un "pencon". Es decir, un hombre ya de grandes cualidades morales, como que "se faja como todo un tayacán" para que sus hermanos estudien.

Hoy a Quincho lo habrán registrado como Medardo o Norman o José lo mismo da. Vende por las calles las tortillas de la abuela y es - por todo esto - "ejemplo vivo de la pobreza y dignidad". Con juguetona plasticidad de indumentarias y diversiones de niño. Carlos nos dice que también sobre Quincho pasa el tiempo y la vida: "no volverá a ponerse más pantalón chingo ni la gorrita con la visera al revés" y "un día va a enrollar la cuerda del cometa". Es ya un hombre que "enfrentará las realidades de su pueblo y con los pobres de su patria luchará".

La alegría se contagia con la estrofa que golpea el acento del apodado Quincho y la melodía se desliza como un barrilete, invitando al baile para gritar: "¡Que vivan todos los chavalos de mi tierra"! Grito subversivo cuando este barrio se llamaba Open Tres. Porque era y es subversivo que los niños hagan la historia y asuman los retos del mañana.

Y el dolor de la Venancia

Pero con angustia la guitarra se acelera ante la amenaza. En lento contrapunto la voz se hace súplica, oración, lamento: "Tené cuidado, Venancia". En donde comenzó y recomenzó la lucha. Por eso, simplemente "por nacer en la montaña sos hija de la guerrilla, compañera campesina".

Cientos de niños sirvieron como correo. Su tarea fue llevar el recado al compañero Bernardino. Hasta la tierra y sus bosques perdidos entendieron el valor de esa niñez humillada_: "Que sos arrecha Venancia, te grita el cerro quemado". La humillación fue su vida: "vos (tenés) un hermano enterrado que mataron los soldados porque era del sindicato", y la fuerza precoz son elogio de ternura: "Venancia pecho de cabra, pelo de noche Venancia".

Y el lamento de Juancito Tiradora

En otro poema, no es sólo el diptongo "ua" repetido cuarenta y ocho veces lo que hace que la estrofa más conocida de "Juancito Tiradora" sea un lamento que sale del corazón. La frase musical avanza lentamente, como un respeto por la tierra que pisa. Quien espiaba a Venancia y veía con recelo al Quincho Barrilete cumplió su amenaza: "mordió tu sangre dulce la bala de un cobarde/lloraron los pocoyos cuando cayó la tarde"

El relato es de los que no admite interpolación alguna. Hay que leerlo y oírlo íntegro: "Juancito Tiradora nació montaña adentro/colgado en los bejucos como un zorzal del cerro picoteando las frutas, menudo chilotito/robando en los solares la miel de tiguilote.

Juancito Tiradora no tuvo nunca nada pero se sintió dueño de toda la montaña aprendió a amar el surco, la milpa y la quebrada las pozas azulejas repletas de mojarras.

Juancito Juan Tiradora
Juancito Juancito Juan
dueño de milpas y aurora
Juancito Juancito Juan.

Tu corazón de pájaro no conoció fronteras/
pero no olvide decirte que de otros es la
tierra mordió tu sangre dulce la bala de un cobarde lloraron los pocoyos cuando cayó la tarde.

Ahora que nadie tu libertad limita
practicas en las noches tu enorme puntería vas derribando estrellas que caen en el río/ luego de enjuargarlas las metes al bolsillo.

Juancito Juan Tiradora
Juancito Juancito Juan
dueño de milpas y auroras
Juancito Juancito Juan..."

El poema - cuatro estrofas narrativas y un coro repetido seis veces - avanza con la melodía de asonantes pareados. La alternativa de e/o y o/e en la primera estrofa; de e/a y a/e en la tercera, y más todavía el juego de la segunda base de a/a y a/a, dan a letra una cadencia muy sonora, en contraste con la cuarta estrofa, con énfasis en la acentuada: ía/ío. Todo, como preparando una mezcla de sordas y sonoras o/a, u/a, o/a, u/a que gritan y lloran en el coro: Tiradora/Juan/auroras/Juan.

Canciones con sonoridad y fuerza, con tristeza y respeto

Los entendidos en la lectura de las partituras podrán confirmar o rebatir lo que nosotros experimentamos con la música. Hay en ella la misma mezcla de sonoridad y fuerza, por un lado, y de tristeza respetuosa por otro. El conjunto está escrito en tiempo de vals, 3/4, una vez más como invitación al baile. Coro y estrofas constan de dieciséis compases y esto le da cierta uniformidad a la canción. Pero en las estrofas el discurso e brusco, sube y baja sin suavidad: del noveno al décimo compás hay una fuerte caída de cuatro notas; el onceavo sube siete tonos, para tocar dos notas y volver a caer en el duodécimo cinco tonos, hasta mi, y volver a subir después de tres notas hasta un la, tres tonos arriba en el 13o. compás, y éste baja en la escala hasta si en el 14o. Sube la melodía tres tonos en el 15o. compás y baja cuatro en el 16o.

Por otra parte, no hay en las estrofas ni una sola ligadura y sí silencios que refuerzan la subida y dan realce a la última nota antes del silencio y a la primera después de él. De los seis silencios, cuatro están puestos ante altos enormes de cuatro o cinto tonos (exceptuando el 11o. compás, que es de dos tonos). Las ligaduras y la supresión de los silencios harían más dulce el discurso musical de las estrofas.

En cambio, el coro es armónico. En sus subidas y bajadas, cada frase canta las notas del acorde, excepto entre la última nota del primer compás - una suave corchea - y la primera del segundo. La repetición de la célula musical, que en sólo tres compases da la melodía de letra "Juancito Juan Tiradora", hace todavía más cadencioso este enternecido lamento.

¿Rebeldía por lo que "acontece" en las estrofas y cariño, nostalgia, tristeza en el coro? La tragedia es una: el que "se sintió dueño de toda la montaña", más aún, "aprendió amar el surco, la milpa, la quebrada", no supo que "de otros es la tierra". Bala de cobarde que destrozó así la alegría. Ua, ua, ua. Sin embargo, la esperanza y la certeza sigue vivas: "nadie tu libertad limita", "vas derribando estrellas que caen en el río y luego de enjuagarlas las metes al bolsillo": "enorme luego puntería". En juego infantil.

Canciones con una gran carga ideológica

Acepta Luis Enrique que sus propias canciones y las de su hermano Carlos tienen una gran carga ideológica. Es obvio que su manera de desenmascarar en los hechos las causas y los autores de la injusticia no fue algo que aprendieron cuando sus padres -Carlos Mejía Fajardo y Elsa Godoy de Mejía - los vieron niños en Somoto. Ni siquiera pudo Luis Enrique comprender a cabalidad lo que sufría la niñez y el pueblo nicaragüense en 1967, cuando fue a Costa Rica a estudiar medicina,ni cuando se integró, allí mismo, al grupo musical Los Rufos y tuvo con ellos sus primeros éxitos radiofónicos.

Por esos mismos años, Carlos, después de dejar el seminario, "asqueado, frustrado", sin encontrar allí "lo que yo esperaba en el aspecto filosófico-teológo, sobre todo en los conflictos de la vida interior, y específicamente en los problemas que todo joven sufre en esa etapa de desarrollo", se alejó de todo vínculo religioso. "Busqué en otras áreas la respuesta a mis inquietudes vocacionales".

Para comprender la historia y dejar en sus canciones la protesta y la convocatoria a la lucha les hizo falta la influencia de Joan Báez, Bob Dylan, Peter-Paul-Mary y los Beatles. Pero mucho más la de Silvio Rodríguez Pablo Milanés, Isabel Parra, Inti-Illimani, Quilapayún y Daniel Viglietti. Lo que vivieron Cuba, Chile y Uruguay los sensibilizó a la vida cotidiana y sus misterios de dolor y esperanza.

La llamada carga ideológica no puedo tener más atinada expresión que la que uno y otros nos dieron en canciones como "Piolín", "Canción de cuna", "Nació el niño negro", "Pobrecito mi cipote", "Pequeña hija mía", para citar algunas de sus obras.

Piolín, "el niño de los gallos", en medio de un suave diálogo de piano, violín y guitarra, cayó, también: "lloran los violines, las abuelas lanzan gritos y los pescadores buscan el cuerpecito". "Y entonces canta el gallo, el gallo de Piolín"; Su cacaracá o su quiquiriquí se traduce en una pregunta: "¿Dónde estará, dónde estará Piolín?".

El dolor enternecido, la muerte de Piolín, congrega: "La noche ya está llena de gallos y con su preguntas va naciendo el alba". Los gallos están dispuestos a reclamar el maíz - como de las manos de Piolín -. Saber y cantar que de la noche nace el alba es la sutil y fina reflexión que alimenta la esperanza. Tal ideología no es ni abuso ni mentira.

Luis Enrique ya no quisiera hablar de muerte, sino de lo que soñó la madre cuando llevaba al niño en su vientre, de lo que soñó el papá cuando preparaba la cuna de cedro y el mosquitero. Con la dulzura de un arrullo, flauta y seis, siete notas de guitarra, la promesa: "Niño, chilote tierno, la patria te pintará tu guardería y tu escuela con las acuarelas que soñó Germán". Faltan sólo dos lunas para que eso pueda llegar. Tiempos en que se saborea ya el triunfo cercano.

Con esta "Canción de cuna" el niño puede dormir tranquilo. Al crecer encontrará lo que el pueblo le va a dar. Madurará el futuro. Chiflidos de alegría del cantor, con ganas de acelerar los tiempos. El ritmo musical corretea como en caballito de madera, al son del redoble y de la flauta: "Mañana comienza la reconstrucción. Y los de Mancotal, unidos al "pueblo armado y organizado", a todo volumen y a toda velocidad, ratifican con su alegría la promesa. Se puede dormir el niño en paz.

La música de la Costa Atlántica, con el golpeteo de la tumbadora y las maracas, baila en el nacimiento del niño negro. Todavía en una barraca. Sin rehuir la lucha de clases que así lo dispuso cuando el rico disponía. Pero ahora será destino: "pan para los pobres para los ricos cabuya". "Aleluya": como ese niño y para esa tarea nació el FSLN.

Si los niños asumieron su papel en la pobreza y la montaña para anunciar el futuro, los viejos, los que hicieron la guerra y llegaron al 79, durante la reconstrucción mantienen viva la memoria del pasado para que la euforia no engañe. Ayuda saber que hubo tiempos en que el cipote sufría sin medicina, las manos como un fuego, la tos en el pecho. "Apurate Terencio, me dice la Chón": "Pobrecito mi cipote, ni pacha ni pecho le apatece ya". "Por eso precisamente se renueva la esperanza de que con la Revolución vendrá la vacuna y la alfabetización: "Y mi chavalito crecerá galán, como un tayacán". Ante la lágrima grandota del niño, el Terencio soltó el llanto suavecito. Eso no puede olvidarse. Esa fue la historia de estos cipotes y chavalos.

En "Pequeña hija mía" Carlos promete a la niña: "mi canta será tu milpa". Como todo niño, la pequeña está llena de preguntas: ¿De quién es el campo? ¿De quién la poesía? ¿De quién la amargura? ¿De quién la sonrisa? Y la respuesta - aunque pide perdón por querer callar y no decir lo que costó la dura lucha - grita fiel a la historia: "De todos los hombres del pueblo que en la madrugada dejaron sus vidas para hacer posible tu sueño, hija mía". La vida cotidiana de los niños con sus juegos y sus ilusiones queda arrullada con una promesa. Pero tampoco los niños pueden ignorar la historia pasada, porque es la semilla de la vida nueva. Esta es "la ideología" de los cantores que recogen y renuevan con sus versos y sus guitarras la humillación y la esperanza que nació en el campo, como un chilote de la milpa nueva.

Canciones de amor, de picardía, también de violación

Cuando Sandino dejó su trabajo en la zona petrolera de Tampico, se trajo de México "La Adelita", y su tropa, "el pequeño ejército loco", convirtió letra y melodía en la canción de su lucha. El influjo de la música mexicana se traduce también en los amorosos cantares de Carlos y Luis Enrique Mejía Godoy.

Sus canciones a la mujer son expresión de una dulce ternura, llena de pudorosa declaración de amor. La picardía y la risa acompañan los quehaceres domésticos y el trabajo por el pan. Pero el dolor de lo que las mujeres padecen y sufren se impone. Como a violación irremediable, parecería, mientras no se descubra su secreto esperanzado.

Aquel Almendro de onde la Tere y La quebradita

La canción "Aquel almendro de onde la Tere", con se ternura, evoca las frases musicales de "La casita" y de "Así es mi tierra", popularizadas en México hacia los años 29 y 30, cuando el General Sandino intentó la batalla diplomática y el apoyo internacional desde Yucatán.

"Una lágrima resalada de aquel ayer que no volverá" es el tributo viril al amor de la infancia por María Inés. Como en otros versos, la niñez queda retratada en el pantalón chingo - corto, "de brincacharcos" - y en los "zapatos burros". Ahora brota el estremecimiento en el pecho, la mirada a la casona, " cuando llegaron con su fragancia las hojas de aquel almendro en flor". El nombre de la mujer por quien se vivió el primer cariño queda asociado para siempre "al aroma de los almendros que hoy retoñaron en mi solar". Imposible olvidarlo en una tierra y una geografía llenas de esos árboles y de esas casonas.

"La quebradita" fluye suavemente, con la misma delicadeza y una evocación de aroma y perfumes semejante a la interior.

"En una quebradita de Palacagüina
yo te conocí,
tenías la fragancia de un flor galana
de Tapacalí.

Tenías la dulzura del zorzal que pulsa las cuerdas de viento
y la voz bajita como una mazurca
de montaña adentro".

El amor infantil, juvenil ahora, madura en los recuerdos de vestidos y cabellera al aire:

"Muchachita limpia, muchachita pura
cuando nos juntemos
vas a ver el rancho que te voy a hacer.

Mi cotona blanca, tu falda de ojitos
tu pelo tendido
son cosas hermosas que no olvidaré".

Sobre los recuerdos se imponen el anhelo y la ilusión del mañana posible:

"En aquella lomita rodeada de pinos
y de soledades
voy a sembrar la milpa
que tanto hemos soñado".

Sin que eso cancele la realidad presente; la tierra está alienada, la lucha apenas comienza:

"Yo sé que estás pensando que eso pertenece a Lincho Mondragón,
pero será nuestro el día en que triunfe la revolución".

El amor en la quebradita

El amor, el idilio profundo, se expresa con sobriedad. A la enamorada sele llama simplemente "amor", "novia mía", "linda muchachita", "flor natural", en canciones como "Alforja campesina", "María Estelí". Se prodiga en los regalos más simples: "una flor de sacuanjoche", "mi tono mayor". O en los más radicales: "mi convulso dolor y mi agonía". ("Desde Siuna con amor"). Peor ese cariño llena las horas y conjuga los verbos y el sustantivo básico que es la vida, como canta Luis Enrique en "para luchar y quererte": "Te amo en la extensión del día/de la palabra vida/ al verbo comprenderte".

En el canto a la mujer nicaragüense y su historia no pueden faltar la confidencia y la proclamación romántica. Como en una serenata, el violín marca el clima y acompaña la confesión amorosa. "La noche es una mujer desconocida", "El lirio y la fuente", "Dos canciones de amor para el otoño" son ejemplo de ello.

En el diálogo de amor de la primera de esas composiciones, la mujer no es pasividad ni mera espera. Es ella quien invita al forastero: "¿Por qué no pasas?. EN mi hogar está encendido el fuego". Y a la declaración del anhelo del poeta - " sólo deseo conocer la noche" -, la respuesta es pudorosa pero abierta: "Tócame, dijo, tócame. Conocerás la noche". Aproximación de la sombra y la voz hacia el peregrino. Las cenizas extendidas dan color al fuego.

En la canción "El lirio y la fuente" el deseo erótico deseo, es más pudorosa pero igualmente explícito: "Vos sos el lirio: dame tu perfume. Yo soy la fuente: déjame correr".

Ese amor da identidad a él, a ella, más allá del deseo como canta con su guitarra Luis Enrique: "Cuando ya nada pido y casi nada espero", basta pronunciar el nombre de la amada, María, "para saber quién soy y conocer quién eres/ para saberme tuyo y conocerte mía". Con frase bíblica, la confesión es cabal: Ella es "mi mujer entre todas las mujeres".

Un onomatopéyico silbido y el ritmo lento del acordeón cambian el tono y hacen triste el cantar: "Yo soy un pocoyito solito y sin fortuna que llora su destino bajo el campesino candil de la luna". Todo "por una pocoyita que siendo ya de acá se me fue de repente silenciosamente rumbo a Tonalá". El amor es llanto y grito: "Ayúdenme pocoyos de toda la comarca". Por eso, debe el último y desde el más cercano rincón de la montaña todos los pocoyos de esta tierra se unen al clamor con un silbido humano para hacer llegar a esta Tacuna - la mujer que huyó de la tierra del maíz - el llamado del rancho. Sin la mujer no hay felicidad en Nicaragua. Ni sin los pocoyos que cantan en las cañadas y en el cráter del Santiago, volcán de Masaya.

La picardía y el humor nica

No es sólo la delicadeza, la sobriedad, el diminutivo pudoroso, el llanto adolorido, el deseo ardiente, la ofrenda sencilla o la promesa decidida lo que acompaña este relato sobre la mujer y su amor. Abunda en la obra de los Mejía Godoy lo que abunda en el pueblo nicaragüense: la picardía y el humor que sabe reírse de lo que ama sin dejar de amarlo.

A la Micaela la vio Carlos batiendo pinol. Porque así se pasa el día la llaman La Pinolera. Tan campesina como la famosa Alforja -"cuando vienes del pueblo bien cargada te pareces a una indita embarazada"-. El movimiento con que la Micaila Camacho agita el molenillo y lo hace tronar con el anillo que esconde en el dedo, es reto para que "baile la cumba en la mesa". Así provoca el enamoramiento: "batí pinol, pinolera (...) batime un pinol, Micaila,/ porque a vos te luce mover la rafaila".

Recorriendo los barrios de la ciudad, los de Managua gritan en el mismo tono: "Qué bonitas las muchachas que en la Rusvel piropié, minifaldas y escotes que en la Esquina `e los Coyotes tantas veces piropié".

La picardía y la provocación femenina siguen unidas a la cadencia de su caminar, como en la bajada de Gaspar Ventura: "Venía del río/con su tinajita fresca en la cintura". El verso rápido, cortado, corresponde a la mirada de refilón que admira la pantorrilla y las dos hogueras que la morena lleva en los ojos. "Dios mío, qué embrollo": el pellejo como carne de pollo, todo Zurumbo, si pulsos, con una cosa atravesada en el gaznate, con la saliva chirre, charchaleando los ijares. Amor y excitación a primera vista. Imposible no decirle que la llevará a los altares.

Con música recopilada por el dueto de Tapacalí, la voz de Carlos canta cómo la mujer se adelanta con la misma prisa por un encuentro: "Téngame, comadre, al niño un rato nada más, que quiero bailar este son con mi compadre Chepe Salmerón". El bandoleón y el violín de talalate emprenden el vals a la manera de Quilalí: "puro rompe cerco, sobaqueado". Los caites son para levantar el polvazal, y hasta los difuntos hacen fiesta en el panteón. "Un rato nada más"- Empieza el zangolotello. Con esa doble ele que desbarata más que los acentos ortográficos lo diptongos del río, tío, "millo" en la pronunciación popular nicaragüense. El baile y el sonar de la marimba se aceleran, al tiempo y ritmo que marca Doña Inés con su zapateado en el solar de Monimbó.

El cariño a la suegra - como en una de las estrofas de "Guadalajara en un llano" - tampoco escapa a este humor pícaro:

"Por la rendija de la puerta
que da al frente del solar
vide entrar una culebra
de esas que llaman coral,
y a la vieja de mi suegra
la animala la mordió.

Pobrecita la culebra,
del piquete se murió".

Y sigue la fiesta con su sonoro y repetitivo "machalá-machalá, machalá-machalá".

Como si de baile se tratara, Doña Crescencia Fornos, una señora de Telpaneca, sabe cómo ganarse la vida, "haciendo versos y cosa de horno": hojaldras, marquesote, rosquilla, polvorones y quesillos. No importa que el hermano le haya salido alérgico a trabajar porque nació pachuco. Ni importa que el marido se haya ido. Desde ese momento el tal Don Pascual es "harina de otro costal". Con su humor, la mujer sabe salir adelante.

Con el mismo brío y renovado coraje, después del 19 de julio y al ritmo de reggae, Josefana por la Costa va: "Convirtiendo la oscurana en claridad como un sol con su cartilla de enseñar". La ganancia, sin ambiciones millonarias, es la de siempre: "Un candil mojó de luz todo su rancho y una lágrima rodó sobre el cacao de su piel". Un solo de flauta, otro de la tumba, uno más de cada instrumento de la batería prologan el camino alegre por la Costa. Reírse sin desprecio, sólo para no sentirse ni héroe ni heroínas. Si sólo se trataba de alfabetizar y enseñar al que no sabe. Tarea de juventud.

La permanencia de la Tula Cuecho

En medio de todo, no falta la mujer con la que todos ríen, a quien todos temen, "hasta el caballo de Arrechavala": "Tan larga es la lengua de la Tula Cuecho que cuando la saca y la desempaca le llega hasta el pecho". En la historia entran hasta el manejo del chisme. Desde la playa de Poneloya, hasta el barrio de Subtiava, la Tula, "si está inspirada, de una sentada destruye a la honra del más jaylayf".

"¿Por qué, contra todas nuestras previsiones, perdura una canción como la de la Tula Cuecho? - se pregunta Luis Enrique -. Parecería condenada a no ser sino amor de un rato, tan inestable como el mentidero". Sin duda la melodía, sencilla, rápida, sin altibajos de difícil interpretación, contribuye a que le pueblo la chifle, la repita. Es, además, una apuesta que causa admiración; de un solo respiro, sin interrupción, los de Palacagüina se echan una de esas retahílas leonesas, una carga de chismes sobre la chavala con que todo hombre y todo bayunco se metió. "y con esto basta para todo el año".

Pero hay en esta creación algo que ni las más refinada macro o microsociología suele tener encuentra en sus análisis y sus proyectos: las relaciones humanas no sólo condicionan los procesos de concientización, organización y acción para la lucha. Son su base. Y en las relaciones humanas el rumor, del que el cuecho es uno de sus tantos recursos, influye más de lo que la gente seria quisiera. Porque de eso depende la confianza.

Por haberlo valorado así, fue grande el éxito de la más comentada novela de Sergio Ramírez, "Castigo divino". Esa historia es una recolección de los chismes y rumores que corrieron por León y pusieron casi en pie de guerra a Nicaragua y Guatemala, en los años treinta. Todo mundo anhelaba saber las consecuencias de los crímenes de que fue acusado el famoso Oliverio Castañeda. El rumor, la verdad difundida a medias, la mentira son también arma de agresión.

La mentira, en su origen, puede ser consciente o compulsiva y, por eso, inmoral o patológica. Su efecto es siempre el mismo: mina las relaciones humanas y sociales, transforma la confianza en desconfianza en el actuar y en la historia de los hombres, Por eso es importante la canción de "La Tula Cuecho". Nos alerta, desde loa cotidiano y lo efímero. La inmoralidad o la locura de una mujer o de un hombre pueden armar una guerra, aunque todo mundo lo cante medio en broma.

Como síntesis de la historia cotidiana y su picardía, los de la Palacagüina y Carlos Mejía difundieron cuanto el folklore anónimo acumuló en "Son tus perjúmenes mujer": perfume, ojos, labios, pechos, cuerpo, manos. No sólo candor, porque suliveyan, aleteyan, soripeyan, reververeyan, almareyan, manoseyan. Es "el son nuestro de cada día", como estos canta-autores llamaron a una de sus primeras grabaciones, hecha en Costa Rica.

Y también la violación y el dolor

La picardía, la explosión en carcajadas sirven para tomar aire y mirar la realidad de frente y seguir andando. Son como un rápido suspiro. Y eso es lo que hace cuando se ríe la mujer nicaragüense, la del mercado o la que grita por las calles sus chicharrones o sus mangos. Porque la risa no ignora la historia en toda su crudeza:

"A la Juliana la de Waslala
le dijo el jefe del batallón
es tu marido sindicalista
está en la lista que cargo yo.

Todas las hienas la mancillaron
la milpa entera se estremeció y el llanto en furia se perpetuó".

No era la época de la canción romántica ni del lamento en las soledades. La canción de protesta corría por toda América Latina. Carlos y Luis Enrique inician su viaje hacia la revolución naciente. Y con ella miran y desde el destierro denuncian la historia de la Juliana con la canción "Señor Juez de Mesta". El juez que no se conmovió ante "el más chavalo de los tres hijos de Nicanor". Nada valieron "los alaridos que dio su madre/no detuvieron la inmolación contra las rocas de la quebrada/ su cuerpo joven se despeñó". Tráfico del juez con el dolor, como Judas de la montaña. Sobre el camino sólo quedan hilachas de sol, como cantó Luis Enrique. No fue "Hilachas de sol" su prima canción, pero sí la primera más difundía. En ella repasa la historia de desigualdad y de contraste injusto, con una voz y una guitarra entrecortadas como con un sollozo:

"La tierra labrada mal repartida
la luna que alumbra sólo en la hacienda.

Parió la patrona del campesino
un buitre tan negro como su padre,
mientras el tiempo pudre sobre mi viejo,
mazorca de arrugas amarga y cálida".

Tiempos en que la competencia resulta ingrata: "Yo te ofrecí una esperanza", canta el campesino, "el patrón te dio un vestido nuevo". Mientras Jacinto, "camino a la hacienda con su calabaza llena de promesas", va labrando sus vidas, María - "la trenza mojada" - palmeaba, palmeaba esperanzas. Las manos - las de ella, las de él - "protestan miseria en el rancho". El hambre se hace lucha.

Sólo una guitarra y un tarareo que no quisiera recordar cómo se fue la mujer, en la estremecedora canción "Iba María". Rosa en su boca, pétalo empapado, su trenza larga, "hasta que un día el dueño de todo me robó su risa porque era su antojo".

La Juana, Juanita Juana - una vez más el eco de ese grito y de ese llanto ua - perdió su honra junto al ojito de agua. El hombre extraño cayó arriba, a la quebrada. Los ayes flacos de la Juana quedaron en silencio. Su hermano se lo contó todo al tata. El viento sopló allá arriba. No parpadeó el ojo de agua. En él sólo quedó un cuchillo reluciente: en las manos del cipote. Esa es la honra de la Juanita Juana, la hermana, en la canción "La honra de la Juana".

La guerra, la de la insurrección y la de la defensa durante este década de los 80, dejó las huertas vacías. Juan se fue a pelear. La historia cantada en "María Soledad" resume un siglo entero de melancolías: Ella, "el vientre marchito, los pechos tristes de tanto esperar", besa la cotona roja "que Juan se ponía para dominguear". Espera angustiada. Más de un Juan ha vuelto sólo para que María lo siembre en tierra que se divisa desde la ventana. Si se le escapa una lágrima, María Soledad tiene preparada la respuesta para quien pregunte por qué llora: "Es lo amargo del humo del fuego, que por eso lloro el niño también".

No es menos dolorosa la historia de otra María, la de Los Guardias. A pesar de la estrofa en que ella nos dice "su gracia" con desparpajo y una sonrisa, la canción es dura: "enantes perdí la inocencia". Si esta María lleva, por cuenta, "cinco batallones", lo debe a que por ella pasaron el teniente Cosme, el sargento Guido, el raso Potosme, un tal Mingo. Al primer marido se lo mataron durante un tiroteo. La destetaron con una cantimplora, cuando ya su mamá "cuidada al Capitán Guandique". En toda su vida sólo un elogio ha recibido: El poeta Mingo la llamaba "flor de bartolina". Niñez, adolescencia, juventud florecida en una prisión, un calabozo. Como su vida toda. Cinco batallones de la Guardia mancillaban a Nicaragua en tiempos de "un hombre arrecho llamado Sandino.

Otras muchachas Marías vivieron lo mismo en los interminables años de los Somoza. "¿Cómo denunciarlo?", pregunta Luis Enrique. La música de protesta estaba prohibida en Nicaragua, porque alguien la calificó de "revolucionaria". Carlos, su hermano, y él hicieron lo que María de los Guardias: cantar como quien ríe, se burla, se gloría. La rebelión se mostró con el humor alegre de esta canción. Y así quedó dicho el nombre del violador, La Guardia, y se filtró un secreto: Sandino. Nombre proscrito, aunque la abuela se daba maña para contarles de aquellos tiempos.

Las mujeres del Cuá

"Las campesinas del Cuá" es uno de los poemas más desgarradoremante humanos de Ernesto Cardenal. Lo que vivieron María Venancia a sus noventa años y la Amada Aguilar con sus cincuenta años y sus hijitas Petrona y Erlinda. Tres meses en un cuartel de montaña. Violación de Angela García, de la Cándida. Parto prematuro de Estebana. Violación de Emelinda Hernández en la ternura de sus dieciséis años. Aborto de Matilde tras una noche de interrogatorio. Porque no quisieron decir si los guerrilleros pasaron por allá. Lo que sí dijeron María Venancia y la Amanda es que a Esteban los Guardias lo montaron en el helicóptero y Juan Hernández se lo llevó la patrulla. Al poco rato regresaron sin ellos. Lo mismo sucedió a Saturnino y a Chico González. En una hermandad que más de una vez une al poeta de Solentiname y a los Mejía Godoy, con su acordeón y su guitarra Carlos y Los de Palacagüina lloran y cantan:

"Ay! Ay! A nadie vimos pasar
La noche negra se traga
aquel llanto torrencial.

Ay!Ay! La patria llorando está
parecen gritos de parto
los que se oyen por allá".

Seis graves acordes, desde mas abajo del pentagrama, lentos como los pasos ancianos de la María Venancia, inician el relato: "Voy a hablarles compañeros/ de las mujeres del Cuá/ que bajaron de los cerros/ por orden del general". Los versos libres de Ernesto se uniforman en impecables octosílabos y en cuatro estrofas repiten, para que no se olvide - ¡porque no se puede olvidar"! - la tortura y la fortaleza e estas campesinas, "capturadas en Tazua cuando venían de Waslala".

El acento agudo de la palabra Cuá da la pauta para múltiples versos, terminados también con ese golpe en cada línea, golpe como en la carne de las mujeres mancilladas: general, Aguilar, hablar, pasar, torrencial, está, allá, ver, volver, avión, miró, conminó, pantalón, nomás, taquezal, flor agarró, interrogación, septentrión. La estrofa del coro, iterada tras cada paso de la narración, no esconde ya su Ay! Ay"! Lo grita con notas altas, también de llanto.

El amor y la picardía de una sonrisa de mujer no pueden quedar más radicalmente pisoteados. Lo dice el retrato vivo del cinismo violador:

"A la Cándida Martínez
un guardia la conminó:
vení chavala, le dijo
laváme este pantalón
la cipota campesina
fue mancillada ahí nomás
y Tacho desde un afiche
reía en el taquezal".

Tan cruel y exacta es esta canción, que Carlos Mejía Godoy no quiso siquiera permitirse un suspiro ni echar mano del humor que en la tragedia sonríe. En lugar de la mirada con que las mujeres del Cuá vislumbraron entre sueños y en la noche "a los muchachos" - como lo cuenta Ernesto Cardenal al final de su poema Carlos introduce una tierna mazurquita. Música que de por sí convoca a la lucha de Sandino y evoca la melodía nostálgica y esperanzada de su compañero Cabrerita. Bella manera de transmitir la propia reflexión: enmudecer la palabra y dar tiempo para la meditación silenciosa.

Dolores de parto

Convocar a las mujeres que dieron sus hijos y llamarlas "Madres de Héroes y Mártires" fue visto por quienes a nadie perdieron en los ocho años de agresión norteamericana como una manipulación sentimental y religiosa, "con fines políticos".

Poner de nuevo en su cara la sonrisa y prepararse así a celebrar la Eucaristía el día del novenario y en el aniversario de sus "caídos" es para estas madres y esposas el mentís a tal calumnia Mujeres capaces de bailar en el viejo estudio deportivo Rigoberto López Pérez, alguna vez con improvisadas gradas de madera: "para eso están luchando los muchachos en la montaña. Para que estemos alegres".

A la manera de Arlen Siú y su homenaje a la mujer campesina - "María rural" -, los Mejía Godoy también cantan a estas madres. "La Rosa Hernández", escrita por Luis Enrique en 1978, e su tributo agradecido y admirado. Esta Rosa "tuvo seis chavalos porque Dios quiso ya no darle más". Ahora tiene sesenta abriles, "el pelo blanco y peleando los hijos". Sin muchos cuento ella misma les habló muy claro a "los que crió hasta que apenas llegaban a la edad del indio para trabajar". Les transmitió lo que en su analfabetismo "en el rostro del pueblo aprendió a deletrear": hay que romper las cadenas del hambre y de la explotación. Y "aún me queda, dice, aquí en las venas sangre que dar en las barricadas". EN el 78 cayó en liberación del pueblo organizado.

Carlos entrega un canto "hecho de milpa, de montaña y de río" ala madre nicaragüense: ala que lava ropa ajena para que el hijo estudie, a la madre del ferroviario, del minero que muere rompiendo el mineral, a la madre del pescador, del esclavo, del arado, del pobre obrero: "madre de mi tierra". El trabajo de esa madre y sus voces, como un río, arrullan la esperanza por toda la geografía de Nicaragua: Tonalá, Nagarote, Tisma Cusmapa, Solentiname, Siuna, Cacaulí, Arenas, Tomabú, Tapacales, Coco, El Rama, Tepeneguasapa...

Los poemas de otra madre, Gioconda Belli, inspiran otra canción, "Cuando venga la paz, amor". En medio de la guerra se retoma el sueño del mañana y el canto enternecido y romántico: Reirá la pradera, la carreta del peón callará su gemido, cantarán los ríos, se llenarán de flores los caminos. "La eterna alegría nuestro pueblo tendrá". Los enamorados, separados ahora, se prometen ya envejecer juntos en la casita de la montaña, donde se amarán por las noches con la ternura y la pasión de ayer, cuando se conocieron. Sabrán así repasar lo vivido y contarle a los nietos la historia y volver a cantar las canciones de esta lucha: "cuando venga la paz, amor, cuando venga la paz".

Alegría soboreada ya. Con la misma finura con que , en la canción del folklore de Cosigüina, el pueblo canta a la Lolita Linda, la que verá la aurora si se asoma a la ventana: "Palomita guasiruca/ven que ya es hora/ ven que ya es hora".

La sobriedad pierde los estribos y multiplica los diminutivos, como caricias a la mujer nicaragüense, colochoncita... en espera pues de la aurora y de la paz Como mujer que va a dar a luz.

El hombe del campo y el de la ciudad

La historia del campesino, del trabajador de la barriada, es la de sus hijos, la de su mujer, Sueños, esperanzas, desilusiones, amoríos, alegrías, lágrimas: todo surgido de lo que los suyos vivieron y sufrieron. Balas amargas y violaciones de desprecio.

Sin perder el humor, sin resignarse como si todo destino estuviera pre-escrito, los Mejía Godoy y sus grupos de cantores recorren de nuevo pueblos, cañadas y lomitas para ayudarse a otros para que ni el dolor ni la muerte tenga la última palabra.

Las cicatrices de la vida: Chinto Jiñocuago y Panchito Escombros

En el propio cuerpo y en el corazón quedan las huellas. Como en un árbol quedan marcados los hachazos, Carlos compuso el popularísimo "Chinto Jiñocuago". Así llamado "porque tengo más cicatrices en el cuerpo que un tronco de jiñocuago en camino real".

En cuatro estrofas se resume la geografía corpórea: un agujero en el brazo, una raya entre ceja y nariz, un surco, sobre la yugular y - como cada huella se reviven los remedios y las sensaciones interna: sebo serenado, 18 puntadas, y verdugón que todavía "pone chirizo".

Cada cicatriz pronuncia de nuevo el nombre del agresor y su motivo: "un alistado, dicen que por casualidad"; "Chón Lanuza", por un pleito en Cacaulí; "Melchor Pastrán... por aquel beso robado que le di a la Rosa Inés". La última, ostentada con orgullo desde que Chinto escapó de morir en la montaña: "en la guerra de Sandino, combatiendo en Apalí". La censura y la represión somocista no permitía más, ni hacía falta. Bastó grita que a esa seña "yo lo quiero con el alma", para que en otros combates cada cicatriz y cada miembro mutilado dijeran siempre y para siempre el secreto del humor: la esperanza que consagra.

¿Por qué Chinto repite una y otra vez con el coro "vengo señalado desde que nací"? "Señalando" no significa ni condenado ni predestinado a sufrir. Este campesino no fue nunca un becerro al que el patrón le puso su nombre con hierro ardiente. La cicatriz del nacimiento el ombligo, no evoca ninguna esclavitud, sino la alegría dolorosa con que lo parieron para la vida. Eso es "lo que hay que leer". Por eso se llama "Leyenda" a cada cicatriz.

La canción "Terencio Acahualinca" introduce otras huellas, una vez más con suave acordeón y alegre guitarra. Nació en la periferia "porque el sistema lo tiró al anillo que circunda la ciudad". A pesar de eso "no le falta galillo para gritar su verdad". Como para que conste en el censo y se avergüence la burocracia:

"No soy leído ni estudiado
en ninguna ciencia
pero ya estoy posgraduado
por la esperanza
Un curso de alta miseria
me hizo doctor
soy licenciado en pobreza
más master en desnutrición".

La escuela de Terencio, como la de tantos miles de niños, fue la calle y el tugurio. Sólo los de cuello duro podían tener otra. Audaz denuncia, pero realidad hasta el 79.

Los dos Mejía Godoy se iniciaron en la música como aficionados por la herencia artesanal recibida en Somoto. Ambos llegaron a ser profesionales en ella por caminos paralelos y dispares, como nos dice Luis Enrique en su entrevista. "Después de tiempo de no vernos, nos encontrábamos, Carlos me decía: Mirá, hice esto' `Y yo esto', decía yo. Más de una vez, sin decirnos nada, habíamos estado trabajando sobre el mismo tema, sobre el mismo asunto. Porque estábamos los dos en la historia de lo cotidiano".

Así pasó tras el terremoto de diciembre del 72 con "Panchito Escombros" de Carlos y "Juan Terremoto" de su hermano. Con muy diversa tónica afectiva, en torno al mismo dolor.

Pancho Cajina fue un invento, pero no lo fueron los miles de obreros y peones que se metieron a trabajar en las ruinas de la Managua terremoteada. Al lado de Pofi Cuerpo e’ León, Porfirio Cara e' Mula y Venancio Sarampión y un capataz Cara 'e Perro:

"Quedé sin trabajo
y agora, carajo,
todo se acabó...

todo lo perdí,
perdí mi casita,
que era tan bonita
de la Tenderí".

Ritmo y letra son eco de la picardía de la mujer del Oriental, pero fue también el único recurso para filtrar la injusticia del robo que impidió que la ayuda internacional llegara a los más damnificados: "Siempre a la sardina/se la come el tiburón y el que tiene más galillo/siempre traga más pinol".-

El carraspeo de la guitarra o su aceleración son para Luis Enrique como un mero asidero para que su clamor, grave, profundo, pueda fluir sin que ni las lágrimas ni la rabia lo ahoguen:

"Llevo un pedazo de vos en la piel
lago, montaña y un amanecer.

Tengo sembrado en la espalda y los pies
el dolor de mi gente, de María y Vicente
de la vende tajadas, del costal de miseria
que hace tiempo heredé.

Y me pusieron Juan Terremoto por el día en que nací
y aunque tanto se ha llorado
y aunque tanto se ha pedido
y aunque tanto se ha rezado,
la casona para el grande, el tugurio para mí".

"Verso amargo" es el que canta el indígena campesino, por la voz y la inspiración de Luis Enrique, en "Regreso". Contemplando, como cicatrices, los surcos en las manos, mira su vida como "árbol de lamentos" en "Tengo los ojos cansados". Con su primera composición, "Rancho", de los años en que estudió en el colegio católico, el Calasanz, pareció presagiar el dolor y la melancolía, como si nada pudiera cambiar: rancho color de tierra - o color de hambre, hambre descalza -: "reflejo triste de nuestra gente". La desilusión es así de cruel porque el patrón ganó con un vestido nuevo y se llevó a la chavala. La dureza de la competencia queda descrita por el título de la canción: "yo te ofrecí una esperanza". ¿Inútil pues esperar? ¿A pesar de humor, están los caminos cerrados y la tristeza será siempre eso, tristeza? Las preguntas y su angustia como huella y señal de todo, en el corazón.

En la fuente del coraje

"No se me raje mi compa, no se me ponga
chusmón que la patria necesita su coraje y su valor.

No se me raje mi hermano, no me vuelva
a ver pa'trás la milpa está reventando y es tiempo de cosechar".

Por tres caminos y a lo largo de canciones acumuladas con los años recobran el obrero y el campesino el aliento necesario.

El primero es el campo mismo, sembrado por todas partes. No con la milpa ni el frijolar. Aun esa semilla parece robada. Siembra de vidas, de sangre. Juan Carmenate cayó junto al chilamate ("Alforja campesina"), el que se salió del seminario quedó allá por el cementerio ("No se me raje mi compa"). De muchos más se sabe también el sitio exacto. Pero de otros, de la mayoría, el pueblo sigue preguntando por la tumba:

"Como dijo el poeta trapense
de Solentiname
no quisieron decirnos el sitio
donde te encontrás
y por eso tu tumba es todito
nuestro territorio
en cada palmo de mi Nicaragua ahí vos estás.

"La tumba del guerrillero" es una mezcla musical de marcha guerrera y de salmodia convencional. Como una plegaria llena de respeto y de silencios, la canción lleva a la contemplación de ríos, montes y praderas, de la tierra toda de Nicaragua. Y por todas partes se mira que los caídos nacen de nuevo, hasta en "los ojos de los miserables" de Acahualinca y en la sed de los que esperan la aurora y la redención. Con esa sangre se reemprende la lucha y la batalla. Porque no cayeron en vano. El dolor de una muerte convertida en fuerza nueva. Eso sí lo entiende el campesino que bien se fija dónde cae cada semilla. Lo entiende el hombre del campo y el de la ciudad, lo mismo que sus hijos y sus mujeres, porque todo tienen fe. Y por ahí exploran los Mejía Godoy, en medio del escándalo de escribas y fariseos. El pueblo de Nicaragua es un pueblo creyente, la fe cristiana lo impulsa. Segundo camino para rehacer el valor.

El Cristo de Palacagüina

"Cristo ya nació en Palacagüina" es ejemplo de lo que puede una fe asumida en la vida. Fe situada en una geografía concreta: el Cerro de la Iguana, Moyogalpa, Telpaneca, Chichigalpa, Nagarote, Diriomo, Guadalupe y, por supuesto, Palacagüina en Las Segovias. Muchos protestaron porque a San José se le llama "Chepe Pavón" y porque la Virgen María es "una tal María". Sin embargo , así los veían, como unos más del pueblo, cuando Jesús dejó Nazaret y comenzó a hacer y decir lo que tenía que anunciar y denunciar. Si ser carpintero fue el oficio del tal Chepe - y artesano también fue el Cristo -, no es insulto suponer que María se ganaba la vida planchando, muy humildemente. Ni hay manera más tierna - en el vocabulario nicaragüense, centroamericano, tan cariñosamente asumido en estos cantares - que llamar al hijo "cipotillo". ¿Que Jesús nunca quiso ser guerrillero? Pero de eso lo acusaron y por eso lo asesinaron años más tarde, porque andaba alborotando y convocando, como en esta canción donde las gentes "se rejuntaron en un molote".

En este canto que sólo el comienzo de la exploración. En 1975 se estrenó, allá por los barrios en que corría y corre Quincho Barrilete, la Misa Campesina. Por su análisis remitimos a la entrevista que Carlos Mejía Godoy concedió a Arnaldo Zenteno y lo que éste publicó en la revista mexicana CHRISTUS en noviembre del 82 (número 559-560). Fe que descubre al Dios de los pobres, identificado con el pueblo por la sed de paz y justicia bendecido al son de toros, con la melodía de todos los pajarillos de la región, confesado comunitariamente con el grito seguro: "Creo en vos", a lo largo de todos los caminos, al que se le ofrece lo más y lo único que se puede ofrecer, "el trajín de cada día", en cuya cena se descubre finalmente que "la comunión no es un rito/intrascendente y banal/es compromiso y vivencia/toma de conciencia de la cristiandad". Por eso el hermano puede contar con el hermano. Sí, "no hay cosa más bonita que mirar/a un pueblo reunido/ que lucha cuando quiere mejorar/porque está decidido"

"Miskito nani ba won dara walaja
swak sakan storka nappa wal

Hermanos miskitos, hay que meditar,
ésta es la historia de nuestra salvación".

Quien así canta a Aisa - Padre - es peligro. Como Jesús. Por eso la dictadura prohibió el uso de esta música. "No fue autorizada por la Jerarquía", precisa Luis Enrique: "Pero nunca llegó un supuesto memorándum que lo prohibiera. La misa campesina es la consecuencia y el resultado de esta lucha cotidiana en la que todos nosotros nos involucramos".

La "venganza personal" de Tomás Borge

La fe cristiana es subversiva porque desde sus orígenes busca el cambio: hacer de este mundo de tinieblas una presencia del Reino del Padre. Tal fe da una motivación, el amor al hermano, porque Dios lo ama. Y convoca a hacer propio el estilo de vida de Jesús, el Consagrado - Cristo - sólo para que todo sea verdad .

Por esa fe es posible trabajar codo a codo también con los "increyentes", los que no aceptan a Dios como el Señor de la historia. Porque ellos también tienen fe, con su triple dinamismo: utópico - una sociedad justa -, motivacional - amor a los hombres, a los compañeros, a todo Juancito Tiradora - y un estilo de vida: el del pueblo pobre.

Esta fuente de valor y esperanza se fue descubriendo desde canciones como "Opino", "primero de enero", Cristo Negrito", "Navidad en la montaña", "Un gajo de Chilincocos". Años más tarde manifestó qué significa "vivir a la manera de Jesús" en la radicalidad de "Mi venganza personal" - inspirada por Tomás Borje- dedicada al torturador".

"Mi venganza personal
será el derecho de tus hijos
a la escuela y a las flores .

Mi venganza personal será entregarte
este canto florecido sin temores.

Mi venganza personal
será mostrarte la bondad
que hay en los ojos de mi pueblo".

Los ojos de ese pueblo son luz. Regalo y dinamismo cristiano. Más cuándo brota - a falta de un elegante cirio pascual - como un "ocote encendido", como miles lo cantaron al terminar el viacrucis del Canciller Miguel D'Escoto y como lo siguen cantando al amanecer del domingo en que de nuevo se puso de pie el hijo de una tal María.

En la producción de estos canta-autores hay una tercera veta: La que hoy se ha llamado "la ternura de los pueblos", la solidaridad. Así se va más allá de los límites que imponen las fronteras, Por eso, con "Yo no puedo callar", la Mirada está puesta en los niños de Vietnam, en el hambre de Biafra, Río, Pakistán, en "los ancianos mutilados por el salvaje efecto del napalm". Por eso Mejía Godoy con "Victoriano" siente como propia la nostalgia de la viejecita de Mozambique. Y como profecía que tardó diecisiete años en cumplirse, pero se cumplió, la "Canción de cuna a un Gorila: Pinocho, Pinochet" hace suyo el dolor de Chile.

"Y ahora que venga el cambio,
al diablo tanta locura
y al cajón de la basura
la marioneta tendrá que ir a dar"

No sólo la cercanía territorial es lo que hermana especialmente al pueblo nicaragüense con el salvadoreño. Hombres, niños y mujeres de una y otra nación han comulgado por años y siglos en los mismos sueños, los mismos dolores, la misma tortura y presión. No es por eso extraño que la pieza "Al Salvador en la víspera de su alborada" parezca un eco de los sonoros gritos con que Nicaragua vio un día cercana su victoria. La toponimia toda de este continente, con los cien volcanes de su cordillera, cantan animosos con los fusiles del pueblo: esa pólvora es fecunda, por más que el invasor y el mercenario sigan rumiando muertes.

La milpa nueva

Inútil repetir que lo que cantan Luis Enrique y Carlos Mejía Godoy es la vida cotidiana del pueblo. Y no un pueblo anónimo. Cada hombre queda en sus canciones con su propia historia y su lugar de origen.

"Yo soy de un pueblo sencillo" repite en ocho diversas formas la misma confesión de identidad del yo, como el país "pequeño", sencillo", "mecido entre fusil y cantar", "poeta", "orgulloso", "con mil batallas perdidas", "victorioso", "reciente", "fraterno y amigo". Un pueblo y un poeta que resulta, pues, "hermano de tantos pueblos/ que han querido separar/ porque saben que aún pequeños/juntos somos un volcán".

"Volveré a mi pueblo" es promesa de recuerdos que dan vida. En ellos se unen los ladrillos rotos del parque, el tarareo de la madre, las alambradas del rancho, la guitarra, la compañera, los tejados, las nuevas tumbas del panteón, las madrugadas y los aguaceros "de los que murieron venciendo el dolor". Con el llanto viril y gozoso, hasta los sentidos entran en comunión: "el olor a adobe, hasta los sentidos entran en comunión: "el olor a adobe sentirán mis manos". El tacto tiene olfato.

Una y otra canción - ejemplo otra vez de composiciones paralelas - miran al futuro, desde lo que apenas comienza, la revolución. Con ella y a través de "Pobrecito mi cipote" saben que, si al niño "ni pacha ni pecho le apetece ya", todo cambiará y crecerá "como un tayacán". Y en vez de un cuartel habrá una escuela, en vez de un fusil un arado ("Cuando crezca"), sin casas de cartón.

"A pesar de usted", "Vamos a hacer un país": los títulos mismos de las canciones se hilvanan en un programa común, del pueblo entero. "Yo sólo canto a mi pueblo porque del pueblo es mi voz" proclama Luis Enrique en "Un son para mi pueblo". Por su ritmo, pudo cambiar el nombre, porque el danzón es el que ahora invita al baile que hermana a México y el Caribe, atentos también a lo que significa la contrarrevolución. La alegría mískita, en medio de la amenaza, resulta así vínculo de costa a costa ("Un gigante que despierta") en canto multilingüe.

La tarea supone madrugar, romper los horarios, ir más allá de los planeado: "El inventario" retoma lo único que se necesita, más amor, dicho en tono suave, como en el romance juvenil. O dicho en el repaso de todo los cantado, de todo lo recorrido hasta llegar a este día cuando "hay ceniza en nuestro pelo" y ya los hijos crecieron: "Para recordar" - más que nada - cómo se soñó el futuro.

En 1989 prometía Luis Enrique Mejía Godoy un antología de toda su obra: " Razones para vivir" será su título. Y apunta ya la clave para la interpretación: "yo no soy más que producto de mi tiempo, de mi historia, de mi pueblo.

Esa historia para él y su hermano a Carlos pudo comenzar no con la inmediata posguerra, pero sí con la guerra en el Pacífico - Vietnam - y con el triunfo de la revolución cubana. Pero la historia del pueblo comenzó mucho antes y ambos lo saben. Comenzó allá, a la hora en que el mito original de Mesoamérica se enfrentó al colonizador, a la cruz y a la espada de hierro. Lo que entonces pasó y lo que vino luego, por siglos y en estas décadas apresuradas, retoma los instrumentos más elementales para introducirnos, como en un ensayo inarmónico, dispar, a la raíz misma del hombre del campo y del que emigró a la barriada: "Somos hijos del maíz", como mito primigenio, tan vigorosamente actualizado por Miguel Angel Asturias. Para toda esta América de Gaspar Ilom es una síntesis de esa historia.

Por eso en esta canción lo consigna "hay que sembrar la tierra" se convierte en tarea común. Para que el maíz llegue a ser lo que soñó, gracias a que el hombre siembra, la mujer cocina y el niño grita por las calles: chicha de maíz, chicha pijagua, el atol, nacatamal, atolillo, perrerreque, marquesote, totoposte, buñuelos, pinolillo, chilote, elote, pozol, tortillas, güirilas. Todo, fruto de la milpa nueva.

La historia como epopeya

El diccionario define la epopeya como un poema largo que canta la acción heroica de un pueblo o una persona. Aludiendo nada menos que a "La Ilíada", afirma que el cantar épico "mezcla falacia y verdad".

Quien así piensa o escribe no sabe, por un supuesto racionalismo científico, que en el mito auténtico no hay falacia. La epopeya descubre en la acción del pueblo y del héroe el dinamismo con que la persona humana y los pueblos alcanzan su libertada y su identidad plena. Por eso, como todo mito, es un canto creativo y ejemplar.

Dos grandes poemas musicales en forma de cantatas épicas: el Canto Epico al FSLN
y Sandino santo y seña

Canto Epico al FSLN y Sandino Santo y Seña son dos grandes poemas musicales, de creación colectiva de múltiples artistas. Entre ellos, los Mejía Godoy. Otros cantos de lucha sandinista pueden considerarse como una producción muy cercana al poema épico, aunque cada una de esas canciones fueron escritas y divulgadas en diversos momentos y circunstancias.

El estudio y el análisis detenido de todos ellos requerirían un tiempo y un espacio que queda aquí fuera de lugar. pero no sólo por eso nos contentamos ahora con una mera alusión a dichos poemas. De propósito, a lo largo de todo lo que precede hemos dejado en silencio aún los cantos a Sandino y a Fonseca, tayacanes de esta historia.

Su vida, sus angustias, sus trabajos, sus amores y sus juegos han quedado ya dichos: porque ambos fueron pueblo. Y pueblo son Camilo, Arlen Siú, Germán Pomares, Santos López, Gaspar García Laviana, Amanda, Rigoberto Cruz, Leonel Rugama, Julio Buitrago, Luisa Amanda, la Gata Munguía. En la fe del pueblo está la de sus héroes, también la de niños como Luis Alfonso. En sus derrotas geografía que ellos recorrieron es la ya dicha. Tan es así, que al preguntarse quién es esa muchacha que Sandino el guerrillero lleva en el anca segura de su caballo prieto, la respuesta es una, sólo una: "Ella es la más galana, ella es la más bonita/ella es la Nicaragua, la Nicaragüita".

Añadimos, con todo, una palabra sobre estos cantos épicos, para que se aprecie más su valor. Son poemas dedicados a “los caídos”. Sólo por excepción se menciona a Tomás Borge, cuando, en una bella alegoría de bosques, la ceiba, el malinche, el chilamate frondoso, el granadillo, el chile congo, el jocote y el legendario jenízaro se dieron cita. Convocatoria de los venerables patriarcas, los güegüenses de la narración primitiva, para dar las diez semillas del Popol-Vuh y hacer nacer el nuevo chilotito, el FSLN. Estas cantatas no son himnos de exaltación de los que gobiernan y mandan.

Son una cancelación del viejo concepto de la historia como la glorificación de los emperadores, aunque fueran justos.

Ambos cantos épicos están compuestos con los mismos ritmos y las mismas anécdotas cotidianas y efímeras que viven hombres y mujeres en un rincón y en otro de la montaña o la ciudad. En el nacimiento de Sandino llegó, como se debía, la comadrona, y las mujeres se apretujaron con su vestido negro. Sus amoríos, su humor, su experiencia religiosa no son otros que los de todo paisano. Como a cualquier enamorado romántico, al General de Hombres libres se le hace cantar, como en la quebradita, la dulzura de una flor de pino ¿Puede haber algo más pasajero que una velada en que Cabrerita interpreta una mazurkita en la mayor? Y a la pobre Mamá Ramona le pasó lo que a la María de los Guardias, aun en el ritmo de risa y buen humor.

Hemos dicho ya que son poemas de creación colectiva. Como si los actuales artistas nos dijeran así que sólo sintiéndose “treinta con el” podían repasar la historia y aprender de ella. Pero esta fraternidad supera los tiempos y van más allá de la frontera. Gran acierto fue dedicar la primera parte de Sandino Santo y Seña a hacernos oír lo que sus guerrilleros oyeron, cantaron y también compusieron, adaptando músicas y melodías que el obrero petrolero se había llevado cuando dejó México. La reconstrucción artística del pasado no es de biblioteca ni de archivos: todo es el cantar del pueblo.

La expresión fina, poética, como debe ser la de todo heredero de Darío, se inspira en poetas contemporáneos. Ernesto, Leonel, la misma Arlen Siú. Y por si fuera poco, se prodiga en versos tan puros como un beso en tu frente y como un granito de maíz.

La acción heroica, lo verdaderamente épico, es lo que nació de ese granito: un pueblo que apostó a la libertad y la ganó, porque quedó cultivada con el amor y la sangre de los que con verdadera fe creyeron. En medio de una lucha, también ideológica, con la que algunos se hicieron harina de otra costal.

Lo que proclaman estos cantos épicos es la gesta heroica de un pueblo, Nicaragua. La identidad de cada individuo radica en la comunión y el compromiso con que personalmente se haya asumido su lucha. Lucha contra todo lo que mata al pobre y viola a la mujer. Apuesta por una vida en libertad. Porque todo cambiará.

Sólo valorándolo así se puede justipreciar el vigor de la palabra misma de revolución, y la fuerza convocatoria de la consigna "Patria libre morir". En ella se proclama lo aprendido en el repaso de la historia de Sandino y su pequeño ejército loco, para entender lo que era el presente de la dictadura somocista y de la agresión norteamericana. El programa de futuro no se cancela mientras el pueblo siga soñando con lo que soñó Gaspar. Y con él Carlos y tanto más.

El Canto épico al FSLN fue compuesto para conmemorar el segundo aniversario del triunfo de la Revolución. Sandino Santos y Seña para el cincuentenario del asesinato de Augusto C. Sandino. Los Cantos de lucha sandinista se acumularon a lo largo de los años, con ocasión de una derrota como la de Pancasán o como la acción insurreccional del barrio indígena de Monimbó. Las tareas cotidianas de diez años - desde el año de la alfabetización, el de la defensa y la producción o el de la unidad frente a la agresión - inspiraron a los Mejía Godoy, Cuanto recoge Guitarra Armada: canciones didácticas - tal vez las menos logradas, a nuestro parecer, pero no por eso menos difundidas -. Se imponía conocer, como una novia, como un amigo, la Carabina M-1 y el Fal y el Gárand y los Explosivos y el Tiro 22. La acción heroica tuvo que seguir.

Todo ello son melodías y versos inspirados por los niños, las mujeres, los obreros, los indígenas y los campesinos que vieron e hicieron esta historia mítica: creativa y ejemplar. A todos y cada uno de ellos parece dedicada la estrofa solemne, reposada y comprometida que inicia el himno "Comandante Carlos", con la poesía de Tomás Borge:

"Poseídas por el dios de la furia
y el demonio de la ternura
salen de la cárcel mis palabras hacia la lluvia,
y sediento de luz te nombro hermano en mis horas de aislamiento
vienes derribando los muros de la noche
nítido inmenso".

La unidad de esta epopeya

No es tarea de los cantautores, mientras componen y cantan, decir qué pretendieron. Injustos e ingenuo sería suponer que todos respondió a un programa preestablecido. Las canciones de los Mejía Godoy fueron brotando a lo largo de más de veinte años, como suspiros, lamentos, bailes, risas que más bien podrían parecer llenas tonos y de sones, pero deshilvanadas inconexas.

Encontramos, sin embargo, un proceso en todo el conjunto de estos ritmos y estas estrofas que expresa la unidad de un pueblo que fue haciendo esta historia, desde el repaso del acontecer cotidiano hasta el despuntar de un futuro perseguido.

Por todo lo dicho, dos símbolos nos parecen permanentemente presentes: "cultura" y "revolución". En su unión está la epopeya de Nicaragua.

La cultura es lo que, una vez más el diccionario nos ha enseñado a creer: "desarrollo de ciertas facultades del espíritu mediante ejercicios intelectuales apropiados", o, más impositivamente: "conjunto de conocimientos adquiridos que permiten desarrollar el sentido crítico, el gusto, el juicio". Todo, claro está, según las normas y los contenidos que dicta nuestra civilización occidental y sus supuestos valores. "Inculto" es el pueblo que no sabe de Goeth, de Kant o de Alejandro VI.

La "cultura" en las canciones de los Mejía Godoy retoma su sentido original: acción de cultivar la tierra y, en consecuencia, fruto mismo de esa acción, aquí llamado "chilotito", "maíz", "milpa nueva". En esa acción y en ese cultivo encuentran su identidad Quincho, Juancito Tiradora, Venancia, las Mujeres del Cuá, Panchito Escombros, Carlos, Sandino.

Y por "revolución" se entiende lo que dice su etimología: "darle vuelta" a todo. NO reformar, sino la bala que supo dulce. Apostar a que hay muertos que nunca mueren. No se entiende por revolución la aplicación dogmática de los que los teóricos de la revolución dijeron. Cambiar la historia, no discursear sobre ella, es lo que muestra el valor de una Revolución.

Interrelacionando esos dos símbolos, con las personas, las acciones, la geografía , lo anecdótico, los amores y los llantos del pueblo que canta en las canciones de los Mejía Godoy, se manifiesta la unidad de esta historia y de su proceso.

Hay quienes creyeron que todo cambiaría con un vestido nuevo abandonando a Doña Crescencia Fornos. Se convirtieron así en la mujer que huye o en el hombre que se hace "harina de otra costal". Falsa revolución, porque da una cambio, pero de mera reforma. Peor aún: esos niegan su identidad, renuncian a sembrar con el campesino que llora a la mujer perdida, desconocen el humor con que la mujer hace del maíz toda la comida que la familia gusta, no la ajena al gusto extranjero.

En contradicción con la esperanza están los que destruyen los campos y violan allá por Waslala y el río Cuá, los que matan la vida nueva que asoma en los juegos infantiles del Open Tres. Esos no quieren ni revolución ni cultivo. Contradicen al pueblo todo.

Ni faltan los que se ponen "chusmones", desalentados, por la situación y el dolor sufrido. Los que piensan, apegados a una tradición que los amarra a la resignación y a la aceptación pasiva, que nada puede cambiar. Que ni siquiera hay que intentarlo.

Existen, sin embargo - y son los más -los que hasta se siembran como semilla en las cicatrices de los surcos y juran que la milpa será nueva. Los que encuentran su identidad en su cultura -como acción y como fruto de su siembra - y hacen de la revolución la apuesta activa de su fe, de su amor, de su forma toda de vida.

Visualizando estos cuatro grupos en un cuadro, vemos así la historia cantada por los Mejía Godoy:




Toda la historia nicaragüense está en sus canciones

Sociológicamente leído el trabajo todo que estos cantan-autores difundieron, está el resumen, el repaso de la historia nicaragüense y de sus pueblos hermanos: ahí se genera el futuro.

- Tras el vestido nuevo y la harina de otro costal, se esconde todo invasor y todo colonialista que ofrece engaños y engaña a más de uno. Como los españoles a la hora de la conquista o como los teóricos dogmáticos que quisieran una revolución "ortodoxa" y no "a lo nica".

- Son conocidos los nombres de los que violaron, disparo y destruyeron la vida: Marines norteamericanos contra los que luchó Sandino, todos los de la dictadura de Somoza y su Guardia, los que montaron la agresión múltiple contra Nicaragua en esta década de los ochenta. Con ellos y gracias a la Casa Blanca, los nicaragüenses que negando su propia identidad -Moncada, Sacasa, "los vendepatrias" - Sonrieron desde un afiche.

- "Chusmones" se pusieron y se ponen los que por creer que la tradición es repetición tradicionalista de formas y de un rito intrascendente y banal, prefirieron no apostarle al cambio, sino atenerse al camino trillado. En el peor de los casos, los que piensan que todo cambio social revolucionario es oposición a la voluntad de Dios que nos hizo pobres y en la humillación nos pide sólo paciencia y resignación para ganar así el cielo. Ahí están de hecho los que desconocen al Cristo trabajador que lucha en el campo y la ciudad, los que no han descubierto al Padre de los pobres ni la dulzura que da la solidaridad y la comunión de los pueblos.

- Quienes asumen su propia identidad - en la que también está la verdadera tradición, lo que otros entregaron con su esperanza y su cantar - son los que trabajan y van dando la vida por una Nicaragua con vida y libertad, con toda su capacidad de amar, de jugar, de reír, bailar, de sembrar, de cosechar.

En el entrecruce de la propiedad identidad y de la apuesta por la transformación de todo se juega la historia y su esperanza. De todo un pueblo y de cada persona. Porque, ateniéndonos a lo cantado por estos poetas de la música y de la palabra, no sólo el pueblo nicaragüense como un conjunto ha vivido este proceso. También los individuos con sus nombres y su quehaceres , porque cada persona particular tiene algo de esos cuatro grupos que conforman su sociedad. En cada hombre y cada mujer puede haber algo de violador y de desalentado.

Cada uno puede caer en la tentación del oropel que atrae y desbarranca. A cada uno se dirige la convocatoria para la acción con que se cultiva la tierra nueva. En ella hasta los asesinos de ayer tienen y tendrán cabida, porque la cultura transformada es también para sus hijos: ésta es la venganza personal de los guerrilleros cuy tumba buscan todavía las madres.

Mérito de Luis Enrique y Carlos Mejía Godoy, de sus grupos musicales y de todos los compositores y artistas que han creado como ellos el canto nicaragüense, es el haber asumido así el servicio, el "mester de juglaría".

Grave error sería - y grave error pudo ya haber sido en estos años, desde el triunfo del 19 de julio de 1979 - creer que estas canciones convocan sólo a los sandinistas, como vanguardia y como partido. La historia así repasado y operativamente comprendida es mayor, porque "provoca" a todos: A todos llama en favor de un pueblo, tan lleno de vida y con tal capacidad de inventar caminos y amaneceres, que por todas partes es cantando y proclamado como "la flor más linda de mi querer": Nicaragua, Nicaragüita.

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