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Universidad Centroamericana - UCA  
  Número 100 | Diciembre 1989

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El Salvador

Jesuitas mártires: seis vidas por el pueblo

Al filo de la madrugada del 16 de noviembre fueron asesinados en el recinto de la Universidad Centroamericana de San Salvador seis sacerdotes jesuitas con los que el equipo de Envío tenía vínculos profesionales y personales muy estrechos y muy antiguos.

Equipo Envío

¿Por qué no se van de aquí, padre? Es peligroso...
- Es que tenemos mucho que hacer, hay mucho trabajo.
Todos los trabajos de los que hablaba Nacho quedaron inconclusos pocas horas después. Los truncaron un derroche de balas pegadas por el gobierno norteamericano y esa crueldad bárbara que ha caracterizado durante décadas a los cuerpos armados salvadoreños.

A Ignacio Ellacuría, Amando López, Juan Ramón Moreno, Ignacio Martín-Baró, Segundo Montes y Joaquín López, compañeros, hermanos, dedicamos estas páginas que siempre se quedarán cortas para medir el dolor que nos dejó su muerte y el orgullo que sentimos por su vida.

El Salvador era otro

A las 8 de la noche del sábado 11 de noviembre, cuando se desmoronaba el muro de Berlín, el FMLN quiso derribar otros muros no menos injustos y lanzó una poderosa ofensiva político-militar que convirtió a San Salvador, por primera vez, en teatro sostenido de la guerra. Una guerra revolucionaria que dura ya 10 años. Al estudio de las raíces de esta guerra, al problema estructural de este país tan pequeño y tan atravesado de desigualdades, dedicaron su vida los sacerdotes asesinados.

25 años de vida iba a cumplir la UCA en 1990 y ya el equipo de la Universidad hacía los planes para la celebración. Hasta el programa de actos tenían diseñado. Para marzo, y en ocasión del décimo aniversario del martirio de Monseñor Romero, se cumpliría parte del programa. En septiembre sería la celebración más académica.

"Eran un equipo de trabajo muy unido -dice el padre César Jerez, que fue provincial de los jesuitas centroamericanos y los conoció a todos mucho y por muchos años-. Los unía la pasión por El Salvador. Esa pasión era un gran amor. Pero no sólo era eso. Era también una capacidad de trabajo permanente, a ritmo de infarto. Esa pasión les hizo meterse con éxito en tremendas empresas. Supieron aglutinar en torno a ellos a un grupo de gente excepcional y convirtieron a la UCA de San Salvador en uno de los centros intelectuales más importantes de toda Centroamérica. Desde ahí, sus análisis, su proyección teológica, su divulgación de una teología profundamente comprometida, el trabajo editorial, toda esa infraestructura que crearon y que les permitía proyectarse en El Salvador, en el área, en todo el mundo".

Cuando se inició la ofensiva del FMLN, el rector de la UCA, Ignacio Ellacuría, estaba en Europa. Había testimoniado ante el Parlamento de la República Federal Alemana sobre la situación salvadoreña -discípulo de Karl Rahner, era allí bien conocido-. En Barcelona, había recibido el Premio de la Fundación Alonso Comín. El lunes 13 regresó a El Salvador en la tarde, cuando casi empezaba el toque de queda impuesto por el gobierno, al igual que la ley marcial y una total censura de prensa.

Ellacuría percibió que llegaba a un país diferente al que había dejado sólo tres semanas antes.

- Vamos a volver al año 80-, dijo.

El año 80 fue un año de represión generalizada, donde se rompieron todos los diques y corrieron ríos de sangre. Asesinatos como el de Monseñor Romero, el de los dirigentes del FDR y el de las religiosas norteamericanas, estremecieron al país y al mundo. Se prometieron entonces exhaustivas investigaciones que nunca llegaron a ninguna conclusión y casi 10 años después estos crímenes permanecen impunes. En octubre de aquel año varias bombas causaron destrucciones en la casa de estos jesuitas hoy asesinados. En enero de 1981, la violencia de defensa ante esta violencia represiva, la "contraviolencia de los pobres" -como la llamaba Monseñor Romero- se organizó y dio inicio a la guerra que espera tener en la actual ofensiva del FMLN su capítulo final. Las tres semanas que cambiaron el país al que regresaba Ellacuría tienen como telón de fondo el fracaso de las dos reuniones de diálogo celebradas entre el gobierno de ARENA y el FMLN en México y Costa Rica.

En septiembre y en México, el FMLN presentó un plan con las tres fases que debía tener el proceso de paz y los 5 grandes puntos que debían ser negociados para llegar a un cese definitivo de hostilidades. El gobierno no presentó nada. En octubre y en San José, el FMLN detalló esos 5 puntos sobre los que era necesario negociar. La comisión del gobierno, argumentando que eran "dos libras de papel, mucho para leer", no tomó ninguna posición sobre estos puntos trascendentales de negociación: la desmilitarización del país, la reforma de la Constitución, medidas económicas que hagan menos insegura la vida de los pobres y el respeto a los derechos humanos. La única propuesta del gobierno fue la rendición incondicional del FMLN.

En San José, el gobierno de ARENA demostró ante los observadores de la Iglesia, de la UNO y de la OEA que no estaba dispuesto a negociar nada y sí a dialogar indefinidamente mientras profundizaba la guerra, aniquilaba a los guerrilleros y cerraba espacios a los que ARENA llama "fachadas del FMLN". Entre estos, estaban los jesuitas de la UCA.

Días después del encuentro de San José, el FMLN atacó las instalaciones del poder real, en momentos en que toda "la Tandona" (los coroneles "areneros" que controlan a las fuerzas armadas) estaban reunidos. En desigual respuesta, el 30 de octubre, el gobierno colocó una poderosa bomba en el local de las madres de desaparecidos, las COMADRES, cuando había más de 100 de ellas reunidas en el local. Y al día siguiente, otra bomba en el comedor del local principal de la federación de sindicatos, que lo destruyó y mató a los 10 conocidos dirigentes sindicales, hiriendo de gravedad a más de 30 personas. La bomba, contra objetivos civiles, y la declarada voluntad de no-negociación, expresada pública y ostentosamente por los militares fue interpretada en el país como una declaración de guerra contra todos los que se oponen a la continuación de la guerra.

Estos son los antecedentes inmediatos de la espectacular ofensiva del FMLN, dirigida a llamar la atención mundial sobre la obcecación militarista del gobierno de Cristiani y del gobierno de Bush, que le apoya, y a forzar a los militares a negociar la paz.

El país era otro. Y volvieron a salir a la superficie, sin pudor, las fuerzas criminales de los años 80, esencia misma del partido ARENA, fundado en el 85 por Roberto D'Aubuisson, el asesino de Monseñor Romero.

"Tenían miedo a la verdad y tenían a la UCA en la mira"

A las pocas horas de iniciada la ofensiva, el gobierno encadenó a todas las emisoras radiales del país a la emisora del ejército, Radio Cuzcatlán, para controlar toda la información que se difundiera. A la radio llegaban llamadas de simpatizantes de ARENA en la que se alentaba a acabar con los "culpables" de aquel desorden. En las listas de los señalados aparecían una y otra vez "Ignacio Ellacuría y los jesuitas de la UCA". Para ellos se pedía la muerte.

La muerte también para el arzobispo Rivera y el obispo Rosa Chávez, la muerte para los dirigentes obreros de la UNTS y para Ungo y Zamora, dirigentes de la Convergencia Democrática. Se pedía la muerte en un clima de odio que la emisora militar alentó abiertamente hasta que en la noche del día 15 se produjo el asesinato de los seis sacerdotes. Uno de los que llamó sugirió, por ejemplo, que esa mayoría de salvadoreños que son los pobladores de los míseros tugurios, barrancas y barrios pobres de San Salvador fueran reunidos en un único campo de concentración, por ser todos "maleantes y guerrilleros".

No fue la ofensiva guerrillera la que abrió las puertas al odio oficial o a la violencia de los simpatizantes de ARENA. Es exactamente al revés. Porque la ofensiva del FMLN buscaba también desvelar del todo el rostro represivo del gobierno arenero, maquillado únicamente para ganar las elecciones. Después de ganarlas, las pinturas empezaron a caer y desde que en abril llegó al poder ARENA, con Cristiani al frente, se inició una creciente ola de represión por todo el país: atentados dinamiteros, cateos, capturas, torturas y asesinatos.

Las aguas violentas de esa ola amenazaban constantemente a la UCA. El 22 de julio, un grupo de militares colocó cuatro bombas que destruyeron parte de la imprenta de la universidad. Pero no eran sólo ataques con dinamita. Arreciaba también la campaña verbal de voceros de ARENA y del ejército contra los jesuitas de la UCA, a los que, entre otros muchos cargos, se denunciaba por estar inspirados por "un cardenal pagano que celebra misas negras en honor de dioses paganos" (el Cardenal Arns, de Brasil).

En su segundo número de julio, la publicación quincenal de la UCA, "Carta a las Iglesias", juzgaba que la campaña oficial de hostigamiento y violencia contra la UCA tenía sus razones en "el miedo a la verdad":

"La razón principal es que la UCA muchas veces se convierte objetivamente en adversario de proyectos económicos, políticos y militares del gobierno. Y puede ser adversario poderoso, no porque tenga poder económico, político o militar, sino porque tiene el poder social basado en la palabra universitaria, racional y cristiana. Y si esa palabra es palabra de verdad, entonces se convierte en poder incómodo.

Lo que la UCA pretende a través de sus investigaciones y publicaciones es que la realidad salvadoreña tome la palabra, analizar las causas de por qué se ha llegado a la tragedia actual y proponer los caminos más humanos y viables de solución. Expone además la verdad, cuantificándola y analizándola: las violaciones a los derechos humanos y sus responsables, el estado de empobrecimiento y sus causas, el número de refugiados y sus raíces, la marcha de la guerra y su impasse. La UCA pretende, pues, decir y analizar la verdad. esto es lo que no gusta y esto es lo intolerable para algunos. Aquellos que -al menos por fórmula- condenan la violencia venga de donde venga no están dispuestos a aceptar la verdad venga de donde venga. (La alusión final estaba dirigida claramente al Presidente Cristiani pues de él se contaba en el mismo artículo que había condenado las bombas contra la imprenta de la UCA porque se oponía a "toda violencia, venga de donde venga"...).

Rutilio Grande: sacerdote jesuita mártir y precursor

El miedo a la verdad ahora. El miedo al despertar de los pobres, siempre. Este miedo que se transforma en violencia tiene una historia que empieza mucho más atrás.

Los profundos cambios que se han producido en la conciencia de las mayorías pobres de El Salvador desde los años 70, han sido vistas siempre por los militares y por las poderosas familias de oligarcas como responsabilidad de la actividad de los curas. Siempre han culpado a la Iglesia por haber abierto los ojos de los oprimidos para que se dieran cuenta de que lo eran y para que lucharan por no serlo. Por eso gritaban en 1977 "haga patria, mate un cura" y llenaron con estos volantes el país, alentando así al asesinato de religiosos. Quizá en ningún lugar de América Latina la teología de la liberación ha sido tan de carne y tan de sangre, tan viva, eficaz, madura y tenazmente transformadora como en El Salvador.

Con mucha sangre y en el nombre de Dios de Jesús se ha luchado heroicamente desde hace mucho tiempo por derribar los muros de una injusticia interminable. La historia de estos años están llenos de ejemplos. La conversión y el martirio de Monseñor Romero son el caso y el ejemplo supremo de una teología hecha viva que no sabe en ningún libro. En torno al arzobispo, y con estos seis hermanos que nos quitaron, son ya 18 los sacerdotes asesinados en nombre del anti-comunismo por una "democracia occidental y cristiana".

El primero de estos sacerdotes asesinatos fue un jesuita salvadoreño, el padre Rutilio grande, a quien los pistoleros del gobierno acecharon en un camino el 12 de marzo de 1977 para ametrallarlo. Todos los que fueron asesinados ahora en la UCA conocieron a Tilo, el primer mártir, y aprendieron mucho de él en aquellos años en que maduraba el cambio, se abrían trochas y veredas de organización y los pobres empezaban a luchar por dejar de serlo, como Dios manda, como Jesús anunció.

Con la terca voluntad del jesuita Rutilio Grande empezó en 1972 y en la parroquia de Aguilares una experiencia pastoral que marcaría a los jesuitas de Centroamérica. La experiencia de Aguilares fue la más importante traducción pastoral y salvadoreña de la teología de la liberación que había sido consagrada en la Conferencia de obispos de Medellín (1968). "Historia de una esperanza" llamó a esta experiencia el padre Rodolfo Cardenal, en un libro en el que cuenta exhaustivamente cómo se desarrolló esta obra.

Desde 1972 a 1977, el padre Rutilio Grande y el equipo de jesuitas de Aguilares fueron transformando esa extensa zona campesina en un espacio de organización, de compromiso cristiano y de conciencia comunitaria. Durante todos estos años los vínculos que unieron al equipo de Aguilares con el equipo de la UCA de San Salvador fueron estrechos, sobre todo a través de una generación de jesuitas jóvenes que aprendieron a trabajar pastoralmente con Rutilio Grande y a reflexionar intelectualmente con Ignacio Ellacuría. Buena parte de su tiempo la dedicaron ambos a formar a los jesuitas que años más tarde serían sus relevo. Ambos se complementaban. Rutilio les insistía en una pastoral que debía de estar iluminada por análisis hechos con el máximo rigor teórico. Ellacuría les insistía en una reflexión teórica que debía estar naciendo siempre de la acción directa. En aquellos años, aquellos jesuitas jóvenes fueron apoyados permanentemente por el padre Moreno. Y Rutilio, en sus crisis, nacidas de la novedad y complejidad de la experiencia de Aguilares, se aconsejaba con el padre Amando.

Ambos equipos se complementaban. A ambos equipos los unió la vida en unos años de cambio que son claves para entender la transformación de la conciencia del pueblo salvadoreño y la lucha que hoy libra. A ambos equipos, y con 12 años de distancia, los unió el martirio. El padre Rutilio Grande fue asesinado a tiros en marzo de 1977. Y después del crimen, todo el equipo de jesuitas de Aguilares fue desarticulado, con la captura y expulsión de los otros tres jesuitas que trabajan permanentemente con él y con el terror que el gobierno instaló en Aguilares militarizando el pueblo y cometiendo una interminable cadena de asesinatos y torturas contra los líderes campesinos formados a la luz de la teología de la liberación. Mataron primero al pastor y después corrió la sangre de las ovejas. Se quiso borrar del país la experiencia de Aguilares y hacer desaparecer las semillas de organización que fueron sembradas por aquella comunidad. Pero la sangre de Rutilio fue fecunda: convirtió a Monseñor romero a la fe en el Dios de los pobres, el único Dios verdadero, y dejó una herencia, porque los niños y jóvenes delegados de la Palabra que vieron el cadáver acribillado del padre Tilo están hoy al frente del movimiento popular salvadoreño.

Doce años después del asesinato del padre Rutilio, el primero de la lista de sacerdotes mártires de El Salvador, la historia se ha repetido. Los mismos asesinos de entonces quisieron borrar del país a la comunidad de la UCA, a los viejos amigos de Tilo.

Los unió la muerte. El tímido Tilo y el nada tímido Ellacu, el talento pastoral de Rutilio y el talento intelectual de Ellacuría: tan distintos los dos y tan iguales en su terca fidelidad a aquel principio que tan bien transmitieron a sus alumnos: no hay retroceso cuando se ponen las manos en el arado del pueblo. A doce años de distancia y de ríos de sangre vertida, el martirio los ha unido a los dos. Y la muerte los encontró a los dos en su trinchera diaria. A Tilo, en un camino de polvo, cuando iba a celebrar la misa. A Ellacuría en su universidad, preparando trabajos, escritos, reflexiones. Fieles, cada uno a su estilo, al mismo Dios y al mismo pueblo salvadoreño. En toda Centroamérica, una generación de jesuitas lleva por brújula esa fidelidad que aprendieron de ellos dos. Y una cosecha de nuevas vacaciones sacerdotales ha nacido de la entrega con que vivieron estas dos comunidades de mártires.

Balas explosivas contra los "cerebros subversivos"

A las dos horas de regresar Ellacuría al país, un numeroso contingente del batallón élite Atlacatl se presentó en la residencia de los jesuitas de la UCA -dentro del campus universitario- para hacer un cateo. Un cateo a fondo, que duró dos horas y en el que los militares tenían orden de mirar y de "tocar", según dijeron. No se llevaron nada, pero lo revisaron todo, reconociendo cada cuarto y a cada sacerdote. Recorrieron cada pulgada de la casa y del cercano centro de pastoral.

Ellacuría les reclamó. Terco, como siempre reclamaba a quien hacía o decía algo que él sentía era ilógico, injusto o irracional. Hasta les dijo algunas frases en latín, para desconcertarlos.

Los del Atlacatl reclamaron a los jesuitas muchas cosas. Entre ella, que tuvieran allí "literatura nicaragüense". Eran unos números de envío, que estaban en la sala, a medio leer. Ellacuría les contestó:

- Esta es una publicación conocida en todo el mundo, de prestigio. Nosotros somos una comunidad universitaria, académica, tenemos derecho a leer esto...

Eran una comunidad de maestros, a eso habían dedicado toda su vida. Por las manos de estos seis hombres pasaron centenares de jóvenes de toda Centroamérica que aprendieron de ellos, que se confrontaron con ellos y que hoy los recuerdan.

Por ser maestros no morirán nunca. Así lo afirmaba la radio "Venceremos", del FMLN, el día de su entierro:

"Aquí en Morazán, para hacer las sopas guerrilleras, cuando queremos variar un poco el menú, las muchachas de las cocinas salen a buscar el izote, el cogollo delizote, para cortarlo y echarlo a la sopa. Y siempre el izote, esa nuestra flor nacional, cuando se corta, tiene un increíble sentido de sobrevivencia y se reproducen inmediatamente. Uno regresa al mes y ve otra vez el izote retoñando de nuevo. Así el machete lo corte de raíz, el izote siempre vuelve a nacer, siempre tiene esa terca insistencia de reflorecer. Estos hermanos asesinados son como la flor de izote. ¿Y por qué lo decimos? Porque hay algo que los asesinos no pensaron: que todos ellos fueron maestros, que ellos multiplicaron su saber en los miles y miles de jóvenes que estudiaron con ellos. Que fueron formados intelectualmente por ellos. Que ellos multiplicaron esos valores morales del cristianismo que son tan compatibles con los principios de los revolucionarios. Los valores morales que estos sacerdotes transmitieron son millares de semillas. Por eso, no morirán".

Todo indica que el cateo del lunes 13 fue una operación exploratoria, de inspección previa al crimen que iban a cometer -tal vez los mismos efectivos del Atlacatl- sólo 48 horas después. Sin embargo, los curas no se alarmaron demasiado ni durante el cateo ni después que se fueron las bien armadas tropas élite. Amando, que había pasado en Nicaragua los tiempos de la insurrección sandinista, se puso a recordar los sobresaltos y los peligros en los que se había visto. Fumando un puro, reía y hacía reír a los demás. estaban tranquilos, confiados en que las amenazas no pasarían de ahí. Tuvieron una ingenua confianza en que el ala mas "civilizada" de ARENA prevalecería sobre las otras y que eso los preservaría.

Desde el comienzo de la ofensiva del FMLN, tropas del batallón Atlacatl tenían rodeado todo el campus universitario. La cercanía del estado Mayor y de zonas montosas donde había enfrentamientos fueron razones para que toda la zona quedara militarizada y con fuerte vigilancia.

-¡Esta noche vamos a matar a Ellacuría y a todos esos hijos de puta que están ahí dentro!

Eso le dijo el miércoles a mediodía un solado de Atlacatl a una mujer vecina. Ella pensó que era una bravuconada más. Desde hacía más de una docena de años Ellacuría era un nombre que pasaba de boca en boca en las amenazas de los militares. Aquel hombre de rostro de águila los molestaba demasiado. Se convirtió en el blanco de sus amenazas y en un preciado objetivo. Su capacidad de análisis, su mundo de relaciones y su creer que era "el cerebro de la subversión", no queriendo aceptar que era de los estómagos vacíos, del hambre y la miseria, de donde nacía la rebelión. Siempre hubo bravuconadas contra Ellacuría en los discursos de los políticos de la derecha, en los campos pagados por la derecha en los diarios y en los comentarios de las fiestas de la derecha.

En la tarde del miércoles, Roberto D'Aubuisson, en silencio desde hacía varios meses -aspira a ser el próximo presidente de ARENA y quiere elevar con silencio su mala imagen- habló en la cadena de televisión pidiendo "acabar de una vez con los piricuacos y subversivos", como única solución a la ofensiva militar del FMLN, que descontroló al ejército y puso al país en el centro de la atención mundial. Esta misma tarde, el embajador norteamericano William Walker -el mismo nombre del filibustero del siglo XIX- anunció al país que la ofensiva había "terminado". Lo decía porque para esa noche se había diseñado un plan para "terminarla".

Esa noche, que fue de luna llena y quiso ser de cuchillos largos, de cacería de brujas, el ejército iba a golpear en dos direcciones. Desde la medianoche, el bombardeo fue intensísimo contra la población de los barrios populares alzados en la capital. A la vez se desarrollaba un extenso operativo de búsqueda de dirigentes políticos, sindicales, de organizaciones populares, para asesinarlos. Según el cálculo de los militares y de la embajada, con eso se iba a "terminar" la subversión. El bombardeo se produjo, pero no sofocó la ofensiva guerrillera. La cacería se dio, pero la mayoría de los buscados estaban escondidos en otras casas o en embajadas o clandestinos. Sólo encontraron a los jesuitas.

En la noche del miércoles al jueves, como a la una de la madrugada, un grupo de unos 30 hombres vestidos con los uniformes del Atlacatl, entraron en el campus universitario de la UCA. Con el toque de queda y la supervigilancia que había en la zona sólo ellos podían haber entrado allí. Era la hora del poder de las tinieblas. Pero fueron varios los testigos de oído y varios los que desde casas vecinas pudieron ver, con la complicidad silenciosa de la luna. Caminaban con total impunidad, seguros de que nadie iba a molestar su "trabajo", la muerte que anunciaron de distintas formas a lo largo de ese día malo.

Al entrar, lo hicieron por el Centro Pastoral Monseñor Romero, contiguo a la casa de los padres. Con un tiro certero atravesaron, por el corazón, una fotografía de Monseñor Romero. Saben que él sigue vivo y siempre están queriendo matarlo.

Todos los sacerdotes se levantaron. El día anterior, uno de los sacerdotes había ido a dormir a otra comunidad. Desde hacía días no estaba allí tampoco Jon Sobrino, que había ido a hablar de Cristo y de El Salvador a la lejana Tailandia. De los ocho, estaban seis. Comunidad de vida, nunca imaginaron que iba a entrar en la muerte a la misma hora.

Estaban a medio vestir cuando llegaron a matarlos. Forzaron la puerta de entrada a la zona de los cuartos, en el piso de arriba. No conocemos qué palabras serían las últimas. Tampoco los últimos pensamientos, los sentimientos finales. Nunca nos brindarán un análisis de este acontecimiento político que fue su muerte. Creemos que ellos argumentarían. Su única arma fue su palabra y la emplearían hasta el último aliento. O tal vez callaron, lúcidamente silenciosos, entendiendo definitivamente el pecado histórico de los ricos y los militares salvadoreños, que venían a acabar con su vida.

Los sacaron a un pequeño patio. Allí los obligaron a tumbarse boca abajo en la tierra. No sabían los asesinos que estaban colocándolos en aquella misma posición en que 50, 30, 20 años antes se colocaron ellos mismos, al ofrecerse para ser ordenados como sacerdotes de la Iglesia de Jesús, también asesinado en un país pequeño dominado por un gran imperio. Postrados, como besando en despedida la tierra salvadoreña que tanto amaron, en actitud de entrega y de servicio: así se encontraron con la muerte. Así también los miró el mundo, en fotografías que recorrieron los periódicos y las revistas y en las que se disimula el horror de sus rostros desfigurados por las balas. Esas fotos los conservan para la historia asía, postrados, como en un último sacramento, sacerdotes para siempre.

El orden de la muerte: Joaquín, Moreno, Amando, Segundo, Nacho. Ellacuría fue el último. Le hicieron ver el final de sus compañeros, el final de aquel equipo que él condujo con una tenacidad irrepetible.

Les dispararon a la cabeza con balas explosivas. El impacto hizo salir sus cerebros fuera de sus cabezas, como semilla que vuelve a la tierra. Al sereno de la noche quedaron destrozados los "cerebros de la subversión".

A Moreno y a Joaquín los arrastraron hacia adentro de la casa, dejando un reguero de sangre. No sabemos en qué momento doña Elba y Celina, su hija de 15 años, que ayudaban en la casa, lloraron o gritaron. Tenían que matarlas, no podían quedar testigos. Murieron abrazadas, cosidas a balazos, mientras los aviones y los helicópteros ametrallaban los barrios donde viven los pobres como ellas.

Después de la media hora que parece haber durado la masacre, los asesinos estuvieron por más de tres horas dentro del recinto universitario. Las fieras en torno a sus presas se convirtieron en zopilotes alrededor de la muerte. Destruidas las cabezas, había que destruir sus frutos, los medios técnicos con los que expresaban su pensamiento.

Los archivos y oficinas de "Carta a las Iglesias", una publicación testimonial nacida hace ocho años para llevar a otras Iglesias la voz de la Iglesia salvadoreña, quedaron arrasadas. En otras oficinas y con armas especiales fueron quemando selectivamente máquinas de escribir, computadoras, aparatos de sonido, grabadoras, aparatos de video... La sustancia química que arrojaban estas armas derritió literalmente los aparatos.

En la casa de los asesinados registraron los cuartos, los revolvieron, robaron radios, papeles, algún dinero, robaron las reliquias de Monseñor Romero que se conservaban en el Centro Pastoral y después balacearon todas las paredes de la casa y varios de los carros de la universidad.

Haciendo ruido, hablaron, rieron, con todas las horas de la madrugada por delante. Varios testigos los oyeron jactarse de haber matado ya a "Ellacuría y a los otros". Cuando ya se iban, dispararon un solo tiro a la capilla de Monseñor Romero, que vino a incrustarse a los pies del crucifijo. Y salieron. Amanecía en San Salvador, faltaba poco para que concluyera el toque de queda.

Seis sacerdotes, seis mártires

Ignacio Ellacuría

Ignacio Ellacuría tenía 59 años. Vasco de nacimiento, salvadoreño de corazón y de pasaporte, había hecho toda su vida en este pequeño país, olvidado del mundo hasta los años 80. En las miles de páginas que escribió en la revista ECA y en otras publicaciones, analizando el pasado, el presente y el futuro de su patria salvadoreña deja un legado de lucidez cristiana. Equivocándose muchas veces, atinándole muchas otras, más reformista a veces, más radical otras, aceptó el desafío de la historia concreta para evangelizarla, fiel siempre al principio de humanizar y acortar un conflicto social tan profundo. Muy fiel en los últimos tiempos en su dura crítica al gobierno de los Estados Unidos, por boicotear el proceso de paz centroamericano, tanto en El Salvador como en Nicaragua.

Tenía tanta terquedad como paciencia y como excelente estratega, supo esperar mucho y dialogar con todos hasta hacer de la UCA una plataforma de pensamiento y acción muy influyente. En ese camino, "Ellacu", "el doctor", sin un pelo en la lengua, expresando con una descarada libertad sus puntos de vista, casi siempre polémicos, se fue convirtiendo en un hombre indispensable en la vida del país. Todos saben el vacío que deja, era muy necesario a la hora de la paz. Discípulo preferido del gran filósofo español Xabier Zibiri, Ellacuría es uno de los intelectuales más destacados de la historia contemporánea de América Latina. Su amor fue eficaz, como diría Camilo Torres. Su teología de la liberación la puso en los cimientos de la liberación del pueblo salvadoreño.

Amando López

Amando López tenía 53 años, era español. Conocía muy a fondo a casi todo el clero salvadoreño y a gran parte del clero centroamericano por los muchos años que pasó al frente del Seminario de San Salvador. Era permanente su actitud de servicio, siempre estaba de buen humor, siempre disponible para cualquier tarea, fácil o difícil. Mucho de su corazón de hombre bueno estaba en Nicaragua, en donde trabajó por varios años dirigiendo el Colegio Centroamérica y la Universidad Centroamericana de Managua. Es seguro que a Amando le habría alegrado mucho y hecho sonreir también, la Orden Ramírez Goyena que "maestro ejemplar" le otorgó, a título póstumo -junto a sus otros cinco compañeros- el Presidente de Nicaragua Daniel Ortega.

Ignacio Martín-Baró

Ignacio Martín-Baró tenía 47 años. Español, también había optado por la ciudadanía salvadoreña. Vicerector de post-grado de la UCA, había acumulado una gran experiencia en la investigación de la opinión pública de El Salvador, hasta convertir a la UCA en la voz más autorizada del país a la hora de elaborar y desarrollar encuestas. Hijo de un conocido escritor español, él también fue un escritor infatigable, que supo llenar de pulcritud y precisión cada página de sus análisis. En sicología social, fue un verdadero maestro a nivel latinoamericano.

Su trabajo pastoral lo desarrolló últimamente en Jayaque, en donde celebró su última misa tres días antes de morir. Muchos relatos de Cartas a las Iglesias salieron de la pluma de Nacho. Con él estuvo trabajando el equipo de envío no hace aún un año. Discutimos mucho con él sobre la "hora" y el significado del estallido social que se estaba incubando en El Salvador por el fracaso del proyecto norteamericano para el país. Nacho era terco y no compartimos algunos de sus puntos de vista, muy propios de la visión política que sustentaba la UCA. Ninguno de nosotros podía imaginar que a la hora de ese estallido su sangre empaparía las banderas de lucha del pueblo. Según una de las testigos del crimen, antes de que lo mataran dijo con firmeza: "Esto es una injusticia". Murió denunciando aquello que siempre denunció a lo largo de su vida sacerdotal.

Segundo Montes

Segundo Montes tenía 56 años. Español de nacimiento, salvadoreño por opción. En su alma de niño grande, El Salvador era una pasión permanente. Pocos jesuitas en El Salvador llegaron a conocer a tanta gente de tantos estratos sociales como Montes. Desde hacía unos años había fundado el Instituto de Derechos Humanos de la universidad. Últimamente se había dedicado con pasión al estudio de la situación social de los desplazados y refugiados salvadoreños en Centroamérica y en los Estados Unidos, campo en el que fue un verdadero pionero.

Colaboró muy entusiasmado con la experiencia de desarrollo comunal puesta en práctica, con cooperación internacional, por los refugiados salvadoreños del campamento de Colomoncagua, en Honduras. "Tonatiú", le decían, porque parecía un esbelto "hijo del sol", aunque nacido en España. O también "Pizarro en desgracia", porque también tenía la apariencia de un conquistador venido a menos. "Pero yo vine aquí a ser conquistado", decía siempre Montes. Y así fue: El Salvador conquistó plenamente su corazón.

Juan Ramón Moreno

Juan Ramón Moreno Pardo tenía 56 años y era español. Teólogo, maestro de novicios de los jesuitas centroamericanos durante 6 años, especialista en conducir los ejercicios espirituales de San Ignacio. Tenía siempre una palabra profunda con la que dar razón de su esperanza. Era calmo y cariñoso. En el pueblo de Santa Lucía, en el nicaragüense departamento de Boaco, lo estarán esperando siempre. Moreno alfabetizó este pueblo durante la Cruzada de Alfabetización de 1980 y dirigió a los estudiantes jesuitas que participaron en esta gigantesca tarea educadora. Desde entonces, "Pardito" volvía siempre a Santa Lucía a compartir con sus alumnos las fiesta de Navidad o de Semana Santa. Porque su corazón era también medio nicaragüense. Durante varios años, Moreno presidió la Conferencia de Religiosos de Nicaragua, en una actitud de búsqueda permanente y de servicio.

Joaquín López

Joaquín López tenía 72 años y era hijo de una rica familia cafetalera de El Salvador. dedicó toda su vida a la educación de los pobres y desde hacía años dirigía la obra latinoamericana de promoción social "Fe y Alegría", con distintos proyectos en el país. Un cáncer avanzado tenía ya contados sus días, pero él no quería retirarse del trabajo ni cuidarse demasiado. "Lolo" fue fundador de la UCA, buscó para ella los terrenos, los dineros y la personería jurídica. No llegó a celebrar en el 90 los 25 años de esta obra de la que fue partero. "Ninguno de ellos entró en la Compañía de Jesús para hacer carrera -dice el padre Jerez-. Su afán no era ser promovidos ni dentro de la Iglesia ni dentro de la Compañía. Su afán era quedarse allí, trabajar allí, rendir allí. Se dedicaron a estudiar profundamente los mecanismos de la sociedad para entregarle después a los hombres y mujeres que forman la sociedad esos estudios, esos análisis, sus palabras, sus escritos. Trabajaron por la justicia, por la verdad, por la paz. Hombres de verdad ante Dios, ante los hermanos y ante sí mismos. Mártires: porque la historia de los mártires no es cosa del pasado. En Centroamérica sabemos lo cerca que está el martirio de los que de verdad luchan por la justicia".

"No los mataron, dieron su vida y viven"

Pocos minutos después de las 6 de la mañana el esposo de doña Elba fue a la casa de los padres a iniciar un nuevo e incierto día y encontró los cadáveres. Corrió a avisar al padre provincial José María Tojeira, que dispuso que nadie tocara nada para facilitar la investigación. Entre los primeros en visitar el lugar estuvieron el arzobispo Monseñor Rivera y Damas y su auxiliar Monseñor Rosa Chávez. Monseñor Rosa fue claro: "Los han matado los mismos que mataron a Monseñor Romero".

No había nada más que decir: todos saben quiénes mataron al arzobispo, aunque no hayan ido a la cárcel, ni siquiera a juicio. Rivera se refirió a la "irresponsable campaña de calumnias y acusaciones que envenenaron las mentes y terminaron armando los brazos asesinos", indicando que había serias sospechas de que estos brazos eran de "elementos de las fuerzas armadas". El exhaustivo informe de Tutela Legal del Arzobispado lo confirmó pronto.

Poco después, Monseñor Rivera relató en conferencia de prensa que en la mañana posterior al crimen un vehículo perteneciente a la Primera Brigada de Infantería había pasado por delante del arzobispo y unos uniformados gritaban por altoparlantes: "¡Ya cayeron Ellacuría y Martín Baró! ¡Sigamos matando comunistas!" La Primera Brigada está bajo la dirección del Coronel Helena Fuentes, uno de los militares de "la Tandona" más comprometidos con los escuadrones de la muerte. La noticia del asesinato causó indignación, estupor y mucha tristeza. Estos y otros sentimientos crecieron y se fueron extendiendo como en círculos concéntricos, desde las comunidades jesuitas, los grupos cristianos, las universidades y los espacios de la solidaridad hasta tocar el corazón del mundo.

Al darles la vuelta a los cadáveres, los rostros eran casi irreconocibles. Los rasgos de cada uno se habían perdido entre la sangre y la pólvora. Las fotos que nos llegaron de sus caras causan horror. Olvidada esta terrible y última imagen, tendrán ya para siempre en nuestra memoria el rostro de las mujeres y los hombres salvadoreños a los que dedicaron todo su tiempo y su pensamiento, toda esa valiosa vida que una sola bala destruye en un instante. "Pero la última palabra no la tiene el odio que los mató sino el amor con que se entregaron -proclamaba en su homilía en Managua el responsable de los jesuitas de Nicaragua, padre Ignacio Zubizarreta-. Porque hay ciertamente vidas que producen y sirven para dar muerte. Pero hay muertes que sirven para producir y dar vida y resurrección. Así ha sido la muerte de nuestros hermanos..."

El domingo 19 de noviembre los cuerpos destrozados de nuestros hermanos reposaron en nichos abiertos bajo un retrato de Monseñor Romero, en la capilla que la UCA dedicó al arzobispo mártir y que los que murieron decidieron con tanto empeño construir en 1985. Miles de personas aplaudieron por varios minutos las palabras del padre Tojeira, provincial de Centroamérica, cuando en la misa de funeral afirmó con firmeza: "!No han matado a la Compañía de Jesús! ¡No han matado a la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas! ¡No la han matado!"

Una generación de jesuitas formados por Rutilio Grande y por estos mártires y una generación de centroamericanos a los que esta generación ya ha formado ya tomaron el relevo. "La Compañía de Jesús, en medio del dolor que nos causa la muerte de nuestros hermanos -decía en Managua el padre Zubizarreta- se honra y se gloria en la sangre de sus mártires. Y da gracias públicamente al pueblo salvadoreño por haber permitido a estos seis jesuitas vivir en medio de ellos y morir junto a sus innumerables mártires, obreros, campesinos, sacerdotes, sindicalistas, niños, mujeres y ancianos. Morir junto a Monseñor Romero. Y sobre todo, da gracias porque murieron de la misma manera que mueren los pobres: sacados de sus casas al filo de la madrugada para ser brutalmente asesinados".

Es claro que la muerte de nuestros hermanos no es un caso aislado. Como en los años 80, este crimen es parte de una violenta ofensiva contra la Iglesia comprometida en la humanización y la finalización del conflicto, contra la Iglesia que se preocupa de los refugiados, de los desplazados, de los muertos y de los heridos por los bombardeos contra la población civil, contra la Iglesia que quiere que las cosas cambien en El Salvador y los pobres dejen de serlo. Los años 80 fueron años de terrible persecución contra esa Iglesia.

El inicio de la ofensiva del FMLN, que tiene el objetivo de hacer cambiar las cosas, desató de nuevo el odio de las fuerzas represivas que persiguieron entonces y hoy reinician esta persecución regando de sangre de mártires el camino hacia la paz. El gran teólogo Jon Sobrino sobrevivió al crimen. El quedará como testigo para contarnos más del alma de estos sacerdotes que formaron este equipo y de esta comunidad. En el año 80 Sobrino reflexionó mucho sobre la persecución que estaban sufriendo la Iglesia salvadoreña y sobre el sentido de tanto dolor. Esa reflexión de entonces vuelve hoy, cuando también la sangre ha vuelto:

"La persecución tiene graves costos para la Iglesia, la desmorona y desmantela en su organización más visible. Pero eso ni es toda la verdad ni lo más importante de la verdad. Para el pueblo de Dios, que es anterior a la Iglesia organizada, la persecución es el fundamento último de su fe. La fe cristiana comenzó a los pies de la cruz de Jesús, de alguien a quien en verdad no le quitaron la vida, sino que él mismo la dio para salvación de su pueblo y de todos los hombres.

Desde entonces los cristianos han celebrado su eucaristía sobre reliquias de mártires, y han unido al recuerdo de Jesús el recuerdo de los mártires. El misal romano recoge todavía sus nombres concretos: Esteban, Alejandro, Marcelino, Felicidad y Perpetua, Agueda, Inés... Pero para los cristianos en El Salvador no es lo mismo recordar sólo a esos mártires que recordar a Rutilio, a Octavio, a Oscar, a Ita y Maura, a Juan y Felipe... Estos son sus mártires. Una Iglesia perseguida se ve realmente amenazada en su organización, plataformas y actividades externas; a las inmediatas, los perseguidores parecen los vencedores.

Pero en el fondo de la Iglesia, allí donde ella es más que organización e institución, allá donde es más que templos de piedra, escuelas, hospitales o imprentas, allí donde en verdad es pueblo de un Dios, liberador y crucificado, cuerpo de un Cristo sufriente y resucitado, en este último fondo de su realidad, la Iglesia perseguida crece en su fe. También para la Iglesia sirve lo que dijo Jesús a cada uno de sus seguidores: "El que guarda su vida la pierde, pero el que la entrega por su causa y por su buena noticia la salva".

Esa Iglesia perseguida, diezmada, empequeñecida y anonadada, es la levadura para que la totalidad de la Iglesia se mantenga cristiana y para que nuestros países alcancen su liberación histórica, se acerquen al reino de Dios. Es fácil matar el cuerpo de los cristianos pero es difícil arrebatar la fe a una Iglesia de mártires". Todas las piezas van dibujando los rasgos de los asesinos. Todas las pistas llevan al mismo lugar. Y al dolor por su muerte y al orgullo por su vida, unimos una convicción. Nos queda claro por qué los mataron y por qué principios dieron ellos la vida. Y nos queda claro también quiénes los mataron.

En crímenes como estos intervienen los cuerpos de seguridad de El Salvador, que tienen también el nombre de escuadrones de la muerte. Los cuerpos de seguridad, los escuadrones, no funcionan aislados del ejército y de poderosos sectores oligárquicos. Y el ejército salvadoreño y esta oligarquía no funcionan aislados de la decisiones políticas del gobierno de los Estados Unidos, del que dependen totalmente para retener su poder.

Bajo ese poder vivieron nuestros amigos, contra ese poder lucharon, con aciertos y errores en sus análisis y opciones, hombres al fin. Pero fueron siempre fieles al principio de justicia para los de abajo. Murieron y dieron la vida. Por eso, resucitaron el mismo día en que los mataban, el 16 de noviembre de 1989.


Carta del Padre General de la Compañía de Jesús a los jesuitas de todo el mundo:

"Dieron lo mejor de sí mismos por el pueblo salvadoreño"

A las 48 horas del asesinato de los jesuitas, el 18 de noviembre, el Padre General de la Orden, Peter-Hans Kolvenbanch dirigió a todos los Superiores Mayores de la Compañía de Jesús en el mundo esta carta, muy concreta, muy cristianamente parcial, en la que al avalar el trabajo de los jesuitas de la UCA describe la situación de persecución y violencia que precedió a sus muertes y la situación de injusticia en la que desarrollaron su misión.

"Es difícil expresar todo el horror que suscitan este crimen premeditado y estas tan inhumanas torturas. Nada puede justificar esta barbarie: ni la situación estratégica o la seguridad de la barriada en donde se encuentra la UCA, ni la orientación bien conocida de nuestra Universidad Católica, ni las actividades o los escritos de los jesuitas, que no han pretendido con todo ello sino dar lo mejor de sí mismos por el bien de la Iglesia y el pueblo salvadoreño. Lo que ha pasado es tanto más injustificable cuanto que esta muerte cruel ha tocado a personas -no jesuitas y jesuitas- absolutamente extrañas al conflicto político que está haciendo sufrir a la población de El Salvador desde hace ya años.

Sobre todo durante los últimos meses, nuestra Curia recibía informaciones, cada vez más precisas, que demostraban una intensificación en las violentas amenazas; se tomaba de mira a miembros de la Jerarquía y a los jesuitas y, nominalmente, al Rector de la UCA. No se trataba únicamente de medidas vejatorias respecto al personal, jesuita o no, que se consagra a los numerosos refugiados; ni solamente de bombas intimidatorias colocadas en las inmediaciones de la Residencia universitaria, sino de una deliberada y violenta campaña de prensa, que reclamaba la expulsión de determinados jesuitas.

Grupos extremistas, algunos de los cuales hasta se jactan con la denominación de "escuadrones de la muerte", rechazaban cualquier tentativa que mirara al logro de una paz justa y duradera para El Salvador y para el conjunto de América Central.

Cuando tuve allí mismo hace un año la oportunidad de encontrar personalmente a casi todas estas víctimas, sobre todo durante la visita a los lugares donde les han precedido Monseñor Romero y el Padre Rutilio Grande, no pude por menos de notar que eran conscientes de que el Señor pudiera pedirles también a ellos la vida como participación en su Pasión; una vida que, como Compañeros de Jesús, ya han entregado al encarnar toda su actividad en el "suscipe" de amor de los Ejercicios Espirituales.

Aunque la gran mayoría de los jesuitas asesinados habían nacido en España, ninguno de ellos había pensado en abandonar el pueblo y el país que han amado tanto, y han preferido, según la tradición misionera de la Compañía, aceptar hasta el fin los sufrimientos del pueblo salvadoreño. Por desgracia, su sacrificio es uno más, que se une al de centenares de hombres y mujeres, víctimas de los combates y represalias que se engloban en ese círculo infernal de la violencia y de la muerte.

Que el eco que la opinión pública mundial está ya dando a las atrocidades cometidas en la Residencia de la UCA sirva para llevar ala paz a esta región del mundo, frecuentemente olvidada, y ayude a ese pueblo trabajador y valiente, que bien merece una mayor justicia y atención a sus aspiraciones en el respeto de sus derechos humanos. Los numerosos y emocionados testimonios que nos van llegando en estos días a la Curia serán para toda la Compañía de Jesus y en particular para los jesuitas de Centroamérica, un consuelo y al mismo tiempo un aliento para perseverar siguiendo las huellas de nuestros hermanos asesinados.

De acuerdo con el Padre Provincial, espero hacerme presente en El Salvador durante la Navidad para encontrar a los jesuitas de la Provincia y recordar con ellos ante el Señor el asesinato de nuestros hermanos. El próximo lunes por la tarde, en la Iglesia del Gesu, les tendremos particularmente presentes, cuando unidos por la fe en el Señor Resucitado, celebraremos la Eucaristía, rogando para que sean liberados verdaderamente de la muerte nuestros hermanos difuntos, por el consuelo de sus familias y de todos aquellos que los han conocido y, según el espíritu de Cristo, como signo de perdón, por quienes los han conocido y comprendido tan mal. Estoy seguro de que toda la Compañía, de un modo o de otro, se sentirá asociada a nuestras oraciones.

Peter - Hans Kolvenbach, sj.

Roma, 18 noviembre 1989

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