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Universidad Centroamericana - UCA  
  Número 92 | Marzo 1989

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Estados Unidos

¿Indiferencia calculada o confusión?

La era Reagan ha terminado. No han terminado las consecuencias de la propuesta reaganiana de recuperar la hegemonía de los Estados Unidos a través de un inmenso aumento del gasto militar, de una exacerbación de la retórica ideológico de la guerra fría y de una obsesión por hacer de Centroamérica la prueba decisiva de su capacidad hegemónica.

Equipo Envío

El enorme incremento del gasto militar, unido a la negativa de subir los impuestos, a la incapacidad de la inversión y de la investigación militar de generar avances tecnológicos en otras áreas de la economía, a la falta de renovación de la planta industrial por causa de la preferencia por el consumo, han llevado al surgimiento de déficits fiscal y comercial gigantescos (más de 100 mil millones de dólares por año desde 1984) y han convertido a los Estados Unidos en el país con la deuda más grande del mundo (2 billones y medio de dólares). En los 8 años de Reagan el presupuesto militar aumentó también en 2 billones y medio de dólares. La consecuencia es que la obsesión de la hegemonía geopolítica ha precipitado a los Estados Unidos en la perdida de la hegemonía geoeconómica.

¿El final de la Guerra Fría?

El intento ideológico de pintar a la URSS y a sus aliados como "el imperio del mal" quedó despojado de credibilidad ante el nuevo pensamiento y la nueva actuación internacional del líder soviético Gorbachov. La consecuencia es que se ha impuesto mayoritariamente -tanto en el pueblo norteamericano como entre los aliados de la OTAN- la percepción de que ha terminado la guerra fría.

Gorbachov ha conseguido prestigio como el líder mas imaginativo y mas decidido a reducir en el mundo la necesidad de armamentos a través de iniciativas, incluso unilaterales, de pacificación. Reagan capitalizó probablemente sus contacto cordiales con el líder soviético para remontar con creces el descenso de popularidad que le creó el caso Irán/Contras y ayudó así notablemente a la victoria de Bush, pero dejó en el vacío para el futuro de su política de "paz a través de la fuerza". Ha descendido la visión "diabólica" de la URSS pero ha crecido el "ídolo" del comunismo.

El "establishment" norteamericano se encuentra dividido. Enfatizar lo geoeconómico y rebajar el perfil de lo geoestratégico implica hacer que la productividad venza sobre el comunismo. La dificultad de esta victoria mantiene a muchos (los Kissinger, los Brzezinski, etc) aferrados a no poner fin a la guerra fría. Mantienen además que la perestroika o fracasará o destruirá el sistema socialista y el poder de la URSS por el camino de la exacerbación de los nacionalismos. auguran así tiempos de muchas inestabilidad. Otros (entre ellos, el propio arquitecto de la doctrina de la contención, el anciano George Kennan) convocan a reconocer el final de la guerra fría y a entrar por un camino de cooperación en la limitación de armas, en la preocupación ecológica y en intercambios comerciales normales.

Finalmente, el enfoque militar del problema centroamericano no logró en la era Reagan su objetivo último: acabar con al revolución sandinista. La administración quedó en esta región del mundo al margen de la tendencia a resolver los conflictos regionales por la vía de la negociación y atrapada en el mismo planeamiento que ella creó al hacer de Centroamérica el terreno de su test definitivo para la hegemonía política de los Estados Unidos.

De lo geopolítico a lo geoeconómico

Japón posee hoy bonos del tesoro norteamericano por valor de entre el 30% y el 40% del déficit fiscal de los Estados Unidos Europa los tiene por valor de entre el 10% y el 20%. Hechos como éstos son indicadores de una debilidad económica comparativa tan fuerte que ha logrado conectar la economía a la seguridad nacional.

Y además son parte de un cuadro mayor. A comienzos del 88 Japón tenía una inversión directa de 33 mil millones de dólares en Estados Unidos y éstos una inversión directa en Japón de sólo 14 millones; las exportaciones japonesas a los Estados Unidos fueron en el 87 de 83 mil millones y las de Estados Unidos a Japón de 31 mil millones; de 1960 a 1987 el crecimiento del PIB per cápita en Japón fue del 6% anual y el de Estados Unidos del 2% anual.

Guerra fría y seguridad nacional han sido inseparables en la mentalidad del "establishment" norteamericano. El nuevo Secretario de Estado, Baker, declaró al "Wall Street Journal" que "el debate sobre seguridad nacional se extienda ahora a la dimensión económica porque el poder económico de los Estados Unidos ya está en cuestión". La consecuencia es que no sólo los adversarios tradicionales de los Estados Unidos (la URSS y el bloque socialista) son una preocupación para la seguridad nacional, sino que también lo son los aliados convertidos en competidores. Japón, con la cuestión del acceso a sus mercados, y Europa, con el debate de alcance de sus créditos al bloque socialista, con su deseos de reducir los armamentos y con la inminencia del nuevo nivel de unidad que la CEE alcanzara en 1992, ser perfilan como problemas fundamentales.

La inestabilidad que amenaza a México en la coyuntura del deterioro de su economía y del comienzo de la quiebra del poder del PRI es otra preocupación seria de seguridad. El análisis de América Latina hecho por el Centro de Estados Estratégicos de Washington intenta transmitir a Bush la preocupación de que no se puede subestimar "el significado de una frontera de dos mil millas entre Estados Unidos y México, esencialmente indefensa y hoy por hoy tal vez indefendible, además de la costa caribeña". Este documento afirma que "tales frontera, mas que separa el primero y el tercer mundo, son el acceso del uno al otro y, por extensión, el acceso mutuo de las esferas del mundo libre y del comunista". El nombramiento para México de un embajador norteamericano como Negroponte, mezclado anteriormente tanto con Vietnam como con Honduras y con la contrarrevolución nicaragüense, enfatiza esta orientación hacia el problema de la seguridad de las relaciones con México.

La deuda del Tercer Mundo representa otro problema grave de seguridad, pues los bancos norteamericanos están expuestos aún al choque de una suspensión de pagos temporal o definitiva.

Todo esto desemboca en el hecho de que la administración Bush vaya a tener que poner un énfasis mayor en la cuestiones geoeconómicas que en las geopolíticas. Sin embargo, las recomendaciones hechas a Bush por centros de investigación estratégica cercanos a él no se desprenden aún de la inercia que enfoca los problemas en términos geopolíticos. Se percibe claramente que estos documentos coinciden todavía en apreciar la actitud de la URSS hacia América Latina en función de la consolidación de regímenes como el cubano y el nicaragüense, vistos como marxistas y pro-soviéticos sin ningún matiz, así como catalizadores de revoluciones marxistas "desde El Salvador a Etiopía", verdaderos "símbolos de la política de la URSS en América Latina" (Centro de Estudios Estratégicos). Varias de las recomendaciones hechas al equipo de transición de Bush coinciden en proponer un bloque entre Canadá, Estados Unidos y México. En esta propuesta, geopolítica y geoeconómica se dan la mano.

Dentro de la evaluación global a que la administración Bush esta sometiendo la política exterior de los Estados Unidos, la alternativa puede delinearse así: aceptar que la URSS de Gorbachov -cuyos cambios, a juicio de George Kennan son estructurales y se impondrán a cualquier sucesor de Gorbachov- no tiene posibilidad de seguir sustentando militar y económicamente mas revoluciones en el Tercer Mundo y no tiene interés en la inestabilidad que se produce para las relaciones Este-Oeste alrededor de movimientos revolucionarios en ascenso en esta parte del mundo; o partir de la base de que una cosa es la perestroika y la pacificación de la escena europea y otra muy distinta lo que el Centro de Estudios Estratégicos llama el oportunismo de la URSS, que intentaría seguir golpeando "el estratégico bajo vientre vulnerable" de los Estados Unidos (Centroamérica y América Latina). Una cosa es que ningún gobierno norteamericano tolere una cadena de regímenes pro-castristas en Centroamérica y otra cosa que acepte soluciones para incorporar a la escena política con garantías serias a las fuerzas políticas y sociables que cuestionan la actual situación.

Militarismo y tendencia hacia la paz

El primer presupuesto de la administración Bush propone congelar los gastos militares. Es la primera vez en ocho años que no se asigna a lo militar un aumento porcentual real. Podría haber sido éste un primer indicador de que Bush se dispone a matizar la consigna de su campaña de continuar con una política de búsqueda de paz a través de la fuerza, si no fuera porque este congelamiento lo propone para un año y exigiendo de ahí en adelante aumentos reales. Entre su campaña y su toma de posesión está la visita de Gorbachov a la ONU y el anuncio de la retirada unilateral del medio millón de tropas soviéticas convencionales de suelo europeo.

Es evidente que tal iniciativa, subsiguiente a la firma del tratado de supresión de cohetes de alcance intermedio, también en el teatro europeo, hace difícil la vida a los "sacerdotes" que rinde culto a la guerra fría. Va a ser muy complicado convencer a la OTAN de la necesidad de aumentar continuamente su armamento o de modernizar las armas nucleares de corto alcance. Las consecuencias pueden ser grandes, pues un 33% de las tropas norteamericanas están estacionadas en Europa y otro 33% esta comprometido en la defensa de la OTAN. El 58% del presupuesto militar norteamericano tiene que ver también con la OTAN.

Bush ya ha anunciado que ninguna decisión va a ser tomada con premura. En parte porque ya hay que adaptarse a una nueva situación y en parte también porque la adaptación requiere una indefinición temporal calculada y tal vez la superación de una posible confusión en el modo de adaptarse. En su discurso sobre el presupuesto, Bush dio a conocer que había encomendado al Consejo Nacional de Seguridad una revisión de la seguridad nacional y de la defensa en un plazo de tres meses. Igualmente indicó que había encargado a Baker a viajar los países de la OTAN para consultarles sobre "los desafíos y oportunidades" que juntos afrontan, "incluyendo las relaciones Este-Oeste". También afirmó que había prometido a Gorbachov seguir avanzando en el trabajo por la paz después de esta revisión.

En sus primeros dos meses, el gobierno ha sentido la presión constante de dos problemas fundamentales: la geoeconomía y el final de la guerra fria. En cambio, los énfasis principales han variado: el énfasis de diciembre sobre el final de la guerra fría con la URSS alrededor de la cumbre Reagan-Bush con Gorbachov se diluyo en la postergación de problema a través del período de revisión de la política exterior. En enero, el énfasis pasó a Europa con el viaje de Baker a los países de la OTAN. En febrero se trasladó a Japón y a toda la cuenca del Pacífico con el viaje de Bush al entierro del emperador japonés, y después a China Popular y a Corea del Sur. En ambos énfasis se entrecruzan los dos problemas fundamentales mencionados. En marzo, la conferencia en Viena de cancilleres europeos (OTAN y Pacto de Varsovia), el canadiense y el norteamericano sobre reducción de armas convencionales vuelve a levantar el relieve del fin de la guerra fría.

Lo menos que puede decirse es que no hay en Bush una entusiasta decisión para balancear con iniciativas pacificas las que Gorbachov está tomando. Detrás del presidente hay hoy un equipo menos ideologizado y mas pragmático, pero también más inteligente. Es esta la sabiduría convencional sobre las intenciones de Bush. La realidad es que ese equipo aún no esta formado y su confirmación en el Senado esta siendo obstaculizada o demorado por maniobras de republicanos ultraderechistas que exigen su cuota de nombramientos o por descubrimientos negativos sobre la integridad o competencia de los designados por Bush. Hasta el momento, la carga del pragmatismo y la inteligencia descansa casi únicamente sobre Baker. Baker -se afirma- tiene el genio de saber realzar los aspectos negativos de la alternativa a la que se oponen y los positivos de la propia, Parece no concebir negociaciones sin una ventaja en los beneficios. La clave estará en casi esa ventaja debe ser obtenida en cada "quid pro quo" o si su habilidad esta equilibrada por una visión que le permita empatar o aun perder en una negociación concreta para ganar en el balance global que corresponde a una superpotencia.

El hecho de que Bush no haya hablado de una revisión de la política exterior sino solo de la seguridad nacional y de la autodefensa no augura cambios fundamentales. Mas bien hace prever un intento de ganar tiempo para ir desembarazándose de los aspectos mas negativos y desprestigiados de la política exterior de Reagan sin abandonar los objetivos fundamentales. Es posible que prevalezcan cambios tácticos, al estilo de no insistir en ayuda militar a la contrarrevolución nicaragüense ni en una escalada militar en El Salvador, pero que a la vez se vayan preparando operaciones verdaderamente encubiertas con mejor comunicación entre la CIA y el Pentágono bajo la coordinación de instancias encargadas de dirigir los conflictos de baja intensidad.

La contradicción que Bush enfrenta se establece entre la firme tendencia de la URSS a consolidar una era de paz Este-Oeste y el fomento complementario de una resolución negociada de los conflictos regionales con mayor participación de la ONU, por un lado, y por otro, el compromiso del gobierno norteamericano con la doctrina de la paz a través de la fuerza. "No puede haber duda alguna de que la paz se ha vuelto mas segura a través de la fuerza, no sacrificaré la preparación militar de América. No comprometer la fuerza de América", afirmó Bush en su discurso sobre el presupuesto. Detrás de estas palabras no se expresa únicamente la desconfianza frente a la URSS, sino también los grandes intereses de la industria de armamentos, la inercia del Pentágono y los miles de puestos de trabajo que dependen de ambos.

¿Cómo cumplir con este propósito de paz a través de la fuerza si en casi todos los escenarios mundiales y regionales la paz avanza? Pese a todas las provocaciones de Estados Unidos y de su aliado Pakistán que no dejan de ayudar a los contrarrevolucionarios afganos, la URSS no ha detenido su retirada militar de Afganistán y ha cumplido totalmente con los acuerdos de Ginebra. Se anuncia para mayo una cumbre entre Gorbachov y Den Xiaoping, poniendo así en movimiento el principio del fin de otro conflicto potencial que ha mantenido a la URSS en la necesidad de no reducir su capacidad militar.

Frente a toda esta tendencia a la paz, no parece que Bush pueda mantener un programa militar fuerte, es decir, creciente sin que le aparezca la oportunidad de intervenir militarmente y mostrar sí que la guerra fría no ha terminado. ¿Encontrara esa oportunidad en Libia, en el Oriente Medio, en las Filipinas o en El Salvador? ¿Surgirá algún otro foco de conflicto que se vuelva inmanejable? Colombia, Perú, Argentina, Chile, podrían escenificarlo en América Latina sin olvidar la realidad de Guatemala y lo que puede estar fraguándose en Honduras.

Por lo que toca a Centroamérica, ni la propuesta del FMLN de aceptar la legitimidad de las elecciones ni los compromisos de Nicaragua de profundizar su democratización dejan mucho margen para justificar acciones militares. Al parecer, fue el mismo Baker quien se impuso a la opinión contraria de sus asesores y marcó la línea de considerar la propuesta del FMLN cautelosa peor positivamente. ¿Se tratará de una de sus hábiles maniobras para hacer que el peso del rechazo no tiña su política exterior de enemistad hacia la paz?

¿Le quedarían sí las manos mas libres para intervenir después de que la propuesta se hunda y el FMLN intensifique la guerra? ¿O habrá de veras en Baker una convicción de que la guerra va tan mal para el ejército salvadoreño que sólo por la negociación se pueden sacra ventajas? Respecto a Nicaragua, Bush se ha pronunciado con sobriedad antes de la cumbre presidencial de febrero: "Debemos mostrarnos firmes en pro de la autodeterminación y la democracia en Centroamérica, incluida Nicaragua. Porque cuando el pueblo tiene la oportunidad, inevitablemente escoge una prensa libre, libertad de culto y elecciones comprobables como libres y honestas". Estas palabras, bastante lejanas de la retórica agresiva de Reagan, las pronuncio en su discurso sobre el presupuesto. A todo ello respondieron los presidentes centroamericanos en la cumbre presidencial. Y después de ella, la desconfianza y la terquedad en planteamientos confrontativos han prevalecido sobre el acomodo.

Doble poder en Washington

La victoria de los demócratas en el Congreso, al aumentar por primera vez su mayoría en ambas Cámaras, a pesar del triunfo republicano en la presidencia, colocó la política norteamericano bajo dos centros de poder. Ahora, se le hace necesario a Bush buscar un consenso bipartidista tanto para abordar los problemas internos como los de política exterior.

Dada la prioridad de afrontar los problemas geoeconómicos y para ello la necesidad de encontrar caminos hacia la reducción de los déficits y de la deuda, es probable que las exigencias de un compromiso bipartidista aconsejen a Bush diferir por hora los temas controvertidos de política exterior. Entre ellos, los de Centroamérica -Nicaragua y El Salvador sobre todo- tienen potencial par quebrar cualquier consenso bipartidista. Incluso la continuación de negociaciones con la URSS para la reducción de armas nucleares estratégicas ha entrado en receso hasta que termine la revisión y mencionada de toda la política de seguridad nacional y de defensa.

No esta señalada siquiera la fecha de las audiencias senatoriales para la confirmación del designado como segundo de Baker en la Secretario de Estado (Eagleburger). A pesar de la luna de miel con que todo presidente cuenta en sus relaciones con el Congreso, la designación de Tower como Secretario de Defensa no fue aprobada y todo el Pentágono quedó sin plana mayor. Bernard Aronson, designado pro Baker para el puesto de asistente del Secretario de Estado para América Latina, ha encontrado serias dificultades entre los senadores, al parecer por su incompetencia en asuntos del hemisferio, fuera de su implicación incansable en la ayuda militar a la contrarrevolución nicaragüense.

Amenazando con quebrar el bipartidismo mas pronto de lo esperado, todas estas dificultades adicionales han vuelto aún mas complicadas las decisiones de Bush sobre política exterior y sobre América Latina y Centroamérica en particular. Sin un equipo en funciones estas decisiones o al menos las reacciones a los acontecimientos rehacen además sobre Baker o Bush, haciéndoles correr el peligro de desgastarse o de perder opciones.

Sin embargo, el peligro de una ruptura del bipartidismo se ha evidenciado mucho mas a partir de la propuesta de un presupuesto hecha por Bush. Se trata de una propuesta vaga en la que muchos detalles quedan por negociar. La táctica de Bush de no tomar la iniciativa en señalar los cortes necesarios, de donde pueden venir también los aumentos programados, implica dejar a los congresistas la tarea ingrata de hacer otra propuesta. Ello supone que los intereses de muchos congresistas por programas que favorezcan a sus estados pueden resultar en un presupuesto muy diferente del recomendado por Bush.

Por otro lado, que el equipo de Bush no este completo aún no tiene significación inequívoca. La imagen que esto da es mala, pero la realidad no necesariamente se corresponde con la imagen. En el Departamento de Estado, por ejemplo, Baker esta asegurando las posiciones de control de la infraestructura (Planificación, personal, medios de comunicación), de modo que ni la burocracia de carrera ni los ideologos ultraderechistas se impongan sobre los que luego quedaran nombrados en la segunda línea de mando, como le ocurrió a Haig en el 81.

La ausencia por ahora de esta segunda línea de mando no la ha paralizado. En la política hacia El Salvador se ha asesorado con embajadores que cumplieron misión en ese país (Edwin Corr, miembro hoy del Consejo de Seguridad Nacional; Pickering, actual embajador en la ONU; Hinton, hoy embajador en Costa Rica, etc.). Sobre Nicaragua, parece estar siguiendo una línea de no torpedear los acuerdos de Esquipulas sino de cooptar sus banderas de paz y democracia para seguir presionando diplomática y políticamente por más democratización en Nicaragua. No los detalles, pero si la línea global de las recomendaciones de "Freedom House" parecen estar detrás de esta postura con las de Baker pretende conseguir una contención eficaz de la revolución a través de una coalición de congresistas demócratas neoliberales y de republicanos moderados.

El asesor de Seguridad Nacional, Brent Scowcroft, general retirado, cuyo papel como miembro de la "Comisión Tower" que investigó el escándalo Irán-Contras fue limpiar de culpabilidad al Consejo de Seguridad Nacional, esta consolidando un equipo de expertos capaz de formular contenidos y estrategia de la política exterior. Pretendería que Baker se limite a manejar la negociación política con el Congreso y las iniciativas diplomáticas. Pero es dudoso que Baker -a quien no le ha dañado no haber conseguido resultados en su viaje a Europa y ha superado con facilidad el descubrimiento de sus conflictos de interés financieros en el campo de la deuda externa- se resigne a ser menos que un "segundo presidente".

La ausencia de plana mayor en el Pentágono esta siendo suplida parcialmente por el Consejo Nacional de Seguridad. Por lo que toca a Centroamérica, ha sido notable la declaración publica del jefe del comando sur, General Woerner. Parte en ella de las preocupaciones geoeconómicas, destaca la perdida de comercio entre Estados Unidos y América Latina (75 mil millones de dólares) y la importancia del subcontinente hacia donde Estados Unidos exporta la mitad de lo que representan las exportaciones a Europa y de donde importa un 40% de lo que importa Europa y un tercio de las importaciones que llegan a Estados Unidos del Tercer Mundo.

Todo ello lo ilumina Woerner con el problema de la deuda latinoamericana. Le preocupa también el problema de las drogas, que vincula a la violencia y la subversión, y la inmigración ilegal a los Estados Unidos. Propone que la política de Estados Unidos se centre mas en América del Sur (drogas, democracias débiles, amenazas populistas) y que se de mas atención a los peligros de los movimientos indígenas. Admite que la contrarrevolución nicaragüense ya no puede ser un instrumento de presión militar sobre Nicaragua y recomienda utilizar el proceso de Esquipulas para obtener más concesiones del gobierno de Nicaragua.

Recomienda un compromiso durable con los aliados de Estados Unidos en Centroamérica en la línea diseñada en 1983 por la Comisión Kissinger -no en la línea de la Comisión Sanford- y pide aumentar en el presupuesto militar la ayuda a El Salvador de 85 a 97 millones y medio de dólares, porque si no, el gobierno no sobrevivirá. Se trata de una intervención muy sofisticada, que enfoca la seguridad de los Estados Unidos en América Latina desde la crisis de la geoeconomía y solo deja escapar un indicio de su falta de escrúpulos cuando en una pequeña frase se señala la importancia de que la policía este preparada para controlar y usar fuerzas "paramilitares", importantes para contener crisis de subversión.

La nueva administración Bush frente a Esquipulas

En estas condiciones, la cumbre de presidentes centroamericanos y la propuesta del FMLN tomaron por sorpresa a una administración calculada indefinida en su política y cuyas burocracias aun luchan por hacer prevalecer sus propios énfasis. La nueva administración no acogió -con anterioridad a la cumbre- la propuesta del grupo de trabajo "Freedom House" -que inicia Aronson entre sus firmantes- de que Bush declarara aun antes de su toma de posesión su compromiso con los acuerdos de Esquipulas y constituyera en su período de transición un equipo de trabajo bipartidista para ayudarle a lanzar una iniciativa que pusiera aprueba por 90 días la efectividad o no de los acuerdos de paz.

La nueva administración también ha insinuado que en un futuro previsible no pedirá ayuda militar para la contrarrevolución nicaragüense. Aunque Bush y Quayle han afirmado que la contrarrevolución deberá recibir ayuda "humanitaria", ninguno ser refirió antes de la cumbre a fechas ni a monto de esa ayuda. Fuentes del "New York Times" han afirmado que Baker no discutió con los cancilleres de Costa Rica y Honduras el tema de la cumbre. Bush mismo, en conferencia de prensa posterior a la cumbre indicó que de su entrevista con Azcona y de las de Baker con estos dos cancilleres no obtuvo datos para prever los resultados de la cumbre.

Las reacciones de Bush ante el acuerdo centroamericano han subrayado los aspectos "perturbadores" y han hecho aparecer con mayor claridad su decisión de pedir ayuda "humanitaria" para la contra al Congreso. Posteriormente Baker ha reafirmado esta decisión, ha recuperado en la línea básica de "Freedom House", indicando que es necesario poner un plazo al cumplimiento de Nicaragua y supervirsarlo y también ha dicho que hay que esperar a ver los detalles del Plan Conjunto de desmovilización de los contras que los presidentes elaboren. Pero el hecho fundamental es que Bush no ha definido aun claramente una política para Centroamérica.

Esta relativa indefinición dejó al Presidente Arias sin poder cumplir con la expectativa que tenía de ser el portavoz privilegiado de esta política en la cumbre presidencial. Ya antes en Caracas quedó incapacitado para realizar su propósito de presionar a Fidel Castro en la línea de que animara tanto al FMLN como al gobierno nicaragüense a entrar por caminos mas democráticos. La propuesta del FMLN y las medidas y propuestas del gobierno sandinista lo dejaron sin agenda. En realidad, el fin de la era Reagan muestra claramente que ni Bush ni los demócratas diseñaron a fondo una política que fuera una real alternativa al énfasis militar de un Reagan ya fracasado.

Esta realidad hace que el impulso de las cumbres presidenciales en Centroamérica haya permitido un margen consolidado de cierta independencia en los presidentes y el uso renovado de un estilo franco de comunicación que lleva consigo una cierra eficacia para seguir proponiendo marcos de solución relativamente autónomos. El bajón de esta independencia durante la mayor parte del año 88, en espera de la elección presidencial de los Estados Unidos, ha podido ser remontado en parte porque la indefinición de Bush se interpretó tal vez como un intento de bajar la prioridad de Centroamérica, y a un realismo mayor al apreciar la complicada situación de El Salvador. Los Estados Unidos tendrán ahora que reaccionar. Es evidente que en los medios que se decidan para desmantelar a la contrarrevolución. Azcona no podrá prescindir de la administración Bush. Por eso el Plan Conjunto que los presidentes deben elaborar en 90 días depende bastante de la reacción de Washington.

Varios otros temas prioritarios han sido indicados por Bush par su presidencia: la lucha contra el tráfico de drogas, la regulación de la inmigración y el problema del medio ambiente. Nicaragua ha recogido rápidamente la preocupación por el tráfico de drogas y ha propuesto la elaboración de un acuerdo de cooperación entre los gobiernos de Centroamérica y el de los Estados Unidos. En la cumbre presidencial, la propuesta nicaragüense quedo reducida por decisión de los otros cuatro presidentes al encargo de la Comisión Ejecutiva de Cancilleres de preparar un acuerdo de Cooperación Regional, dejando fuera a los Estados Unidos. Los otros gobiernos centroamericanos demuestran una vez mas no estar en capacidad de agarrar el toro pro los cuernos, mientras Nicaragua deja constancia de su disposición para hacerlo. Los problemas migratorios también fueron tomados en cuenta cuando Nicaragua aceptó recibir a todos los contrarrevolucionarios que deseen repatriarse.

El año 89 comienza con iniciativas del gobierno sandinista, del FMLN y de los cinco presidentes, que suponen el intento de tender un puente a una administración recién estrenada e indecisa para construir una política centroamericana mas realista. Probablemente no se pueden esperar cambios fundamentales. Los que pueda haber serán imperceptibles. Podrán quedarse en apariencia o podrán encaminarse hacia cambios mas fundamentales, pero deberán producirse si los Estados Unidos aspiran a enfrentar con algún realismo la complejidad de Centroamérica y si no quieren permanecer como el único super poder enredado sin salida en un conflicto regional. Baker podría usar el resultado de la última cumbre centroamericana para convertirlo en una oportunidad política de contribuir a construir una Centroamérica menos inestable y conflictiva.

De alguna manera, los demócratas tendrán que contribuir a lograrlo. La prueba inmediata será el tipo de ayuda humanitaria que se presente al Congreso y se vote en éste cuando la actual ayuda llegue a su plazo final el 31 de marzo. Baker ha indicado ya que el deseo de la administración Bush sería que Honduras aceptara la presencia de la contrarrevolución por un año mas para presionar así a Nicaragua al cumplimiento de sus compromisos. En el Congreso norteamericano no hay voluntad de entender que el acuerdo de Esquipulas IV supone una firma demanda de que no se renueve una ayuda "humanitaria" capaz de mantener a la contrarrevolución como fuerza militar en receso.

Podría gestarse un consenso congresional de que mientras no esté listo el "Plan Conjunto" de los presidentes centroamericanos, esa ayuda no contradice los acuerdos. La influencia de los asesores de Baker -los ex-trabajadores en El Salvador antes mencionados- parece también haber inclinado al Secretario de Estado a un esfuerzo renovado de apoyo a la Democracia Cristiana en El Salvador. En este sentido, la contrapropuesta que Duarte hizo al FMLN pudo no ser sino un intento de terminar la guerra en la ciudad par intensificarla en el campo, pues la declaración del cese al fuego unilateral del ejército fue seguida de inmediato por inicios de ofensiva en tres frentes del país. Esto demostraría el deseo de la administración Bush de apostar de nuevo en El Salvador a la Democracia Cristiana para que la guerra de baja intensidad puede mantener el esquema de un centro que se debate entre dos externos, y esto pare conservar el consenso bipartidista en el Congreso. Con ello se puede desperdiciar la mejor oportunidad hacia la paz que haya surgido en El Salvador en estos años. Por todo esto, el empuje hasta la negociación tendrá aún que salvar ingentes obstáculos en Centroamérica.

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