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Universidad Centroamericana - UCA  
  Número 89 | Noviembre 1988

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Nicaragua

Ay Nicaragua Nicaragüita: el desafío del huracán

El paso del huracán Juana a lo largo de 320 kms. de la geografía nicaragüense dejará marcas indelebles en la economía del país y en la memoria del pueblo. Un desastre difícil de imaginar tan sólo unas horas antes, dada la falta de experiencia que Nicaragua tiene ante este tipo de fenómenos naturales, se convirtió pocas horas después en una referencia que tendrá su lugar en relatos que pasarán de padres a hijos y a nietos. Como sucedió con el terremoto que destruyó Managua en 1972.

Equipo Envío

La comparación entre el huracán y el terremoto del 72 se hacía maquinalmente. Los que vivieron estos dos fenómenos, "preferían" el terremoto porque dura sólo segundos. Mientras que Juana puso a prueba los nervios de miles de nicaragüenses durante 10 y más horas de una noche inacabable, ya que el día se convertía en noche al paso de los vientos. Mas muertos causó el terremoto, mayores desastres en la economía causó el huracán, "Juana la huracana", como enseguida lo bautizó el pueblo, riéndose de su propio dolor, tratando de exorcizar con humor esta tragedia que ha venido a golpear a Nicaragua en el más crítico momento de su economía, desde que desarrolla estructura nacional. Antes de "Juana", éste era el país del "no hay nada". Después de Juana, hay menos que nada, y habrá menos todavía cuando, con el paso de los meses, todos los nicaragüenses experimentemos de varias formas cuánto mas "palmado" dejó al país este inesperado desastre.

70 horas de preparativos para salvar vidas

"Juana" fue un huracán con un extraño comportamiento. Ni Nicaragua ni Centroamérica caen en la ruta habitual de estos fenómenos tropicales. Los diluvios causados por "Fifi" en 1974 y por "Irene" en 1971, tanto en Nicaragua como en otras zonas de Centroamérica no son comparables con la fuerza devastadora del "Juana". Esta falta de familiaridad con los huracanes esta en la raíz de un pensamiento que asaltó a algunos sectores de la población nicaragüense, aun en los lugares que después fueron los más afectados: "los sandinistas están exagerando", no será para tanto. Las emisoras contrarrevolucionarias en el exterior y el diario La Prensa en Nicaragua, hablaron con su habitual alarmismo del huracán, cuando éste estaba aún lejano y, cuando se decretó el alerta nacional y la emergencia, trataron de minimizar sus posibles efectos y sobre todo, los preparativos que hacía el gobierno.

El 18 de octubre, los meteorólogos nicaragüenses lanzaron una alerta nacional prediciendo que el huracán podría afectar gravemente a la Costa Atlántica. El día 10, el Presidente decretó la emergencia nacional, estrenando así una ley que había sido aprobada tan sólo días antes en la Asamblea Legislativa. Se prohibió a los medios de comunicación dar información no oficial sobre el huracán, se activó el Comité Nacional de Emergencia -creado en 1982 a raíz de las inundaciones provocadas por la tormenta "Aletta"- y empezó a funcionar el Comité de Defensa de la Patria, integrado por miembros de la Dirección Nacional del FSLN, para agilizar al máximo todas las decisiones. En el caso de una intervención militar norteamericana, se hubiera confiado igualmente a este Comité la misión de dirigir el país.

Como Juana se detuvo prácticamente en el mar, frente a las costas centroamericanas, durante casi 24 horas, esto permitió un mayor plazo de tiempo para los preparativos, aunque también hizo que los vientos del huracán ganaran mayor violencia. Desde el día 20 todo era movimiento en amplias zonas del país, especialmente en la ruta que se temía elegiría Juana -entrar por Bluefields avanzando hacia Managua- y que en definitiva fue la que eligió.

Miembros del ejército, de la seguridad del Estado, de la Cruz Roja, activistas del FSLN, trabajadores de las empresas estatales, y miembros de las organizaciones populares y de organizaciones cristianas se movilizaron a todos los rincones con un objetivo fundamental: salvar el mayor número posible de vidas humanas. Defender una infraestructura tan subdesarrollada como la de Nicaragua era mucho más difícil, era prácticamente imposible. "Podremos levantar de nuevo lo que el huracán nos destruya -insistía el Presidente Daniel Ortega en sus muchos mensajes de estos días-; podemos perder las cosas materiales, porque ésas se recuperan, pero la vida no se repone, la vida es lo que no podemos perder". La insistencia en este mensaje fue permanente.

Para salvar la vida eran necesarias evacuaciones masivas de toda la población que estuviera en peligro, por el tipo de casa en que vivía o por la cercanía de ésta a ríos, corrientes de agua o cauces -en las ciudades-. Casi uno de cada 10 nicaragüenses, unas 325 mil personas, fueron evacuadas en todo el país. En camiones, buses y también en los aparatos de la fuerza aérea -incluidos los helicópteros que jugaron un papel importante, trasladando a más de 11 mil campesinos- eran llevadas a lugares más seguros en zonas más seguras. Como medida de prevención se repartieron también en esos días 1.303 toneladas de medicinas y alimentos en los lugares que se preveía iban a ser blanco de la furia del huracán, para que así pudieran responder inmediatamente después del paso de "Juana" a las primeras emergencias si quedaban incomunicados. Estas toneladas eran prácticamente todas las reservas de comida y medicamentos que había en el país.

A mucha gente no fue fácil convencerla de que se moviera, porque el peligro no se "veía" por ninguna parte, porque nunca se había conocido nada igual en el país y por el temor de abandonar la casa con las pertenencias y después no encontrar nada, no tanto por el huracán, sino por los ladrones, en alerta también en estas ocasiones. Las radios contrarrevolucionarias insistían en que se trataba de un "show sandinista". Son innumerables los casos de los que salieron corriendo hacia los refugios cuando ya soplaban fuerte los vientos del huracán y comprobaban que "era verdad". La fuerza aérea sandinista evacuó a centenares de personas en los últimos momentos.

El operativo de evacuación y todo los preparativos fueron la mayor movilización de defensa civil realizada en estos casi 10 años de revolución. La experiencia de 8 años de guerra se mostró madura y eficaz. Los muchos ensayos parciales realizados en momentos muy críticos o en otros momentos más tranquilos, como una forma de aceitar estas estructuras, culminaron en estos días de octubre en una prueba general y nacional. El resultado fue más que positivo.

Después del paso del huracán y hasta el 28 e octubre, cuando el Presidente Daniel Ortega ofreció el primer informe preliminar de los daños, se contabilizaban 116 muertos, 178 heridos graves y 110 desaparecidos, una cantidad pequeña si se considera que hasta esa fecha se contabilizaban también 186.950 personas damnificadas, entendiendo con este término a quienes habían perdido la casa y todo lo que había en ella y necesitaban desde agua para beber hasta una ropa con la que cambiarse la que llevaban puesta al ser evacuados o al ser embestidos por el huracán. Necesitados de todo, de repente sin nada. Esta cifra aumentó con los días, calculándose 62 mil familias (más de 376 mil personas) las damnificadas sólo en el sector campesino. La única zona de Nicaragua donde no hubo damnificados fue la región autónoma del Atlántico Norte, aunque también allí fueron evacuados, en previsión, 12 mil personas.

Corn Island y Bluefields en el suelo

Desde el 21 al 25 de octubre funcionó, a nivel nacional, una cadena radial, la "Hermandad Nacional de Solidaridad", que fue encabezada por la emisora estatal "La Voz de Nicaragua" de Managua, y que informó a todo el país sobre los avances del huracán, las medidas de prevención que había que tomar y ya entrado el "Juana" en el país, sobre los desastres que iba causando. La transmisión radial se caracterizó por una gran serenidad en el tono de las informaciones y las recomendaciones. Entre las canciones elegidas en la cadena predominaban las melodías de la Costa Atlántica, los cantos más populares de los Mejía Godoy y otros autores nicaragüenses y, entre ellas, las canciones de la Misa Campesina. Cuando la mayor parte del país estuvo sin energía eléctrica como medida de prevención al paso del huracán, la cadena sirvió también para informar a los ciudadanos, especialmente de Managua, que llamaban a la radio para obtener información, consejo y hasta consuelo y aliento en medio de la noche. Aunque estas llamadas no salían al aire, fueron centenares y contribuyeron al buen funcionamiento del aparato de defensa civil.

"Sin radio no hubiéramos podido resistir", decía mucha gente al día siguiente. Los informes que llegaron por radio de los primeros destrozos de "Juana" en Corn Island y en Bluefields fueron también una buena "prueba" para que los managuas y los del Pacífico creyeran que la cosa iba en serio. En la mañana del sábado, la transmisión de la conversación telefónica entre el Presidente Ortega y el diputado sandinista Ray Hooker, que fue enviado por el gobierno a Corn Island para ponerse al frente de la defensa de la isla, fue un serio aviso de lo que podía esperar al resto del país. La información en la pausada y mesurada voz de Hooker impresionaba aún más: "No hay una sola casa con techo... El huracán nos estuvo azotando desde las tres de la tarde de ayer hasta las 5 de esta mañana... Aquí todo está destruido... Llueve mucho, sólo hay un doctor para atender a miles de gentes... Yo viví el terremoto de Managua y esto ha sido mucho peor".

La Isla del Maíz, en medio del Atlántico, fue el primer territorio nicaragüense que recibió el impacto del huracán, con vientos de 260 kms/hora. Desde 1906 la isla no había sufrido los efectos de estos fenómenos. En Corn Island, uno de los paraísos turísticos de Nicaragua, vivían unas 8 mil personas, dedicadas fundamentalmente a la pesca artesanal. 3 personas murieron y todas las casas o edificios -la mayoría de madera- la escuela, el hospital, e hotel y la empresa procesadora de pescado sufrieron destrucción total o parcial. También cayeron al suelo unos 70 mil cocoteros, lo que representará un problema para la producción y equilibrio ecológico de la isla.

Si el huracán seguía en la misma dirección en la que parecía querer lanzarse contra Nicaragua, después de Corn Island le tocaba a Bluefields. Fue así. Juana nunca se apartó de una línea que parecía llevar fijamente trazada en su peligroso ojo.

A la 1.30 de la tarde del sábado 22 se perdió la comunicación con Bluefields. Allí destacado por el gobierno como responsable de la defensa, estaba el comandante William Ramírez. Sólo hasta el domingo se sabría que Bluefields también había sido barrida por la furia de los vientos. "Buefields es sólo un punto de referencia, ya no existe", dijo un primer informe de un funcionario sandinista. Y otra de las primeras noticias que llegó al Pacífico: "Todo Bluefields está destruido, dijo un informante espontáneo que logró comunicarse. "¿Qué barrios?", le preguntó el periodista que lo escuchaba. "No se ve ningún barrio, todo se acabó, todo, todo", fue la respuesta. Costaba creerlo, pero Bluefields estaba en el suelo.

La ciudad criolla del Atlántico Sur de Nicaragua, que en 1988 cumplía 200 años de fundada, fue prácticamente arrasada por el huracán. El 98% de las casas y edificios -en su mayoría de madera-, unas 6 mil, fueron destruidas total o casi totalmente y 71 mil personas -toda la población- quedaron damnificadas de una u otra forma. Los esfuerzos de prevención evitaron un gran número de víctimas y sólo hubo 18 muertos en las largas 12 horas que la ciudad resistió vientos de hasta 260 kms/hora. Blufileños que conocieron el terremoto de 1972 en Managua afirmaron que "Juana" fue como 20 terremotos juntos y que la ciudad criolla parecía en la mañana del 23 de octubre la Managua "terremoteada". Las instalaciones petroleras del puerto de El Bluff y el muelle sufrieron también daños.

Una noche en la que Managua no durmió

El huracán devastó la zona del Atlántico sur derrumbando al suelo miles de árboles, vital reserva maderera del país, y siguió avanzando en la Región V, como si se hubiera colocado exactamente sobre "la vía", la carretera que une el puerto fluvial de El Rama con Juigalpa. Toda esta zona fue gravemente afectada por el embate de los vientos y de las lluvias. Cuando sopla el viento a más de 200 kms. por hora, yo aprendí ya que la lluvia no cae de arriba hacia abajo sino que viene así, horizontal, como una flecha, contaba un brigadista de la defensa civil en Bluefields. Tupidos bosques tropicales de maderas preciosas del sur y el centro de Nicaragua cayeron al suelo. Peor fueron la muralla que comenzó a debilitar los vientos del huracán. Si "Juana" no hubiera encontrado a su paso estos millones de hectáreas de árboles de madera resistente, las ciudades del Pacífico y Managua hubieran podido ser arrasadas. Quien conoce Managua sabe cómo son la inmensa mayoría de las casas, lo fácilmente que se desbordan los cauces y lo frágil que es toda la infraestructura de esta empobrecida capital.

Managua esperaba en ascuas la llegada de "Juana", un desastre ya casi personificado en la imaginación de muchos, que en esa noche del 22 al 23 la visualizaban como una terrible gigantona que avanzaba lentamente a cumplir con el objetivo de acabar con todo. A las 7 de la noche, el Presidente Ortega, que había hecho un recorrido por toda la capital, se dirigió a los managuas de una forma imperiosa. A las 10 de la noche -advirtió- los inventos entrarían con su mayor fuerza en la capital y azotarían la ciudad durante dos hora.s A esas alturas se pensaba todavía que podrían incluso llegar con velocidades de 100 o más kms/hora. "Nadie debe de salir a la calle después de las 10", insistió Daniel. Y recomendó, con tono de firme orden paternal, que todos los que vivían en lugares peligrosos se fueran a los refugiados inmediatamente. Muchos lo hicieron. El estilo era convincente. A esa hora Managua estaba a oscuras, cortada la energía eléctrica.

A las 12 de la noche, cuando ya se sentía el rugir del viento -no llegó a pasar de 70 kms/hora, pero esa velocidad era totalmente desconocida para la capital-, a esa hora de la medianoche, cuando nadie dormía, el Comandante Omar Cabezas habló emocionado por la cadena radial: "Ya hemos hecho todo lo que nosotros podíamos hacer... Ahora sólo nos queda rezar". Y pidió a sacerdotes y religiosos que estaban al frente de muchos refugios, a los cristianos reunidos en sus casas, a los que creían y también a los que no creían que se unieran todos en una oración, "para que Dios proteja a Nicaragua". Son innumerables los testimonios de managuas que dicen haber llorado en ese momento. Un llanto que fue también expresión del consuelo de no saberse solos. Esa noche los nicaragüenses se sintieron una única y gran familia en peligro.

A Managua el huracán llegó debilitado, no sólo en cuanto a la fuerza de los vientos sino también en la abundancia de sus lluvias. Y así como en la continua Región IV hubo 300 mm. de lluvia, en Managua sólo hubo 25 mm. Las zonas más afectadas fueron las comarcas ubicadas entre el aeropuerto y Tipitapa, donde el desbordamiento de ríos y cauces llegó a alcanzar 3-4 metros. Como la ciudad de Managua está atravesada por cauces que desembocan en el lago y provocan grandes correntadas en tiempo de lluvias, más de 10% de la población (103 mil personas) fue evacuado en previsión de inundaciones. En las 48 horas anteriores al huracán y para organizar esta evacuación y otras medidas preventivas se movilizaron en Managua 1,800 trabajadores de la salud, 750 choferes, 2 mil policías y 13 mil activistas sandinistas. En la Región III (Managua y sus comarcas) sólo hubo 2 muertos, 4,516 personas resultaron damnificadas y se perdió la tercera parte de las cosechas de las zonas campesinas. En el futuro, el principal daño para Managua será que el plan de mejoramiento de la capital en arreglo de calles, baldíos y parques tendrá que limitarse al máximo o suprimirse por falta de dinero y de recursos humanos, que deben priorizarse para atener los destrozos en otras zonas del país.

Una reconstrucción que durará muchos años

A las 2 de la madrugada, Juana salió al mar Pacífico, transformada en tormenta tropical y rebautizada como Miriam. Con la luz de la mañana, todos salieron a ver lo ocurrido. Pero desde aquella mañana hasta hoy no ha terminado de conocerse con exactitud lo ocurrido ni tampoco de asimilarse. El golpe fue demasiado extenso y demasiado fuerte: casi 48 mil kms. cuadrados del territorio, en el Atlántico Sur, Atlántico Central, Río San Juan, norte de Chontales, Jinotega y Matagalpa afectados gravemente.

El compromiso fue el sector social más dañado por el huracán. Se calcula que 62 mil familias campesinas del interior central atlántico del país (unas 376 mil personas) sufrieron pérdida total o parcial de sus viviendas y sus bienes de producción y consumo. De ellas, 20 mil familias quedaron en situación muy grave, perdiéndolo todo: casa, animales domésticos, cosecha, semilla, instrumentos de trabajo y en muchos casos hasta la tierra fértil, arrastrada por los aluviones. Para reponerse de sus pérdidas, estas familias tendrán que esperar hasta la cosecha de primera del próximo ciclo agrícola (agosto/septiembre/89) para obtener una nueva producción.

El huracán llegó a Nicaragua en un momento especialmente crítico: cuando aún se estaban levantando las cosechas de primera, se estaban iniciando las siembras de postrera y cuando los cultivos de agroexportación estaban en fase de maduración. Por otra parte, algunos cultivos estaban ya sufriendo daños por el invierno más copioso de los últimos 20 años. Esto había retrasado las siembras de postrera en algunas zonas.

Con la primera luz de la mañana aterrizaba ya en Bluefields el primer avión cargado de ayuda cubana. Fidel Castro se comunicó con Daniel Ortega en la noche: "En la medida de nuestras posibilidades vamos a ayudarles en todo lo que podamos". La cercanía de Cuba a la Costa Atlántica agilizaba la ayuda. Después, continuaría llegando un verdadero puente aéreo de solidaridad cubana. Otra deuda impagable que Nicaragua tendrá con los cubanos.

Unos días después se sabría que Cuba contribuiría decisivamente a la reconstrucción de Bluefields: una brigada de 300 constructores, con equipo especializado, levantarán escuelas, hospital, centros de salud, iglesias, trazado de calles y construirán mil viviendas de concreto con toda su infraestructura -500 en 1989 y 500 en 1990-. al agradecer este generoso aporte, el más significativo de todos los recibidos tras el desastre, el Presidente de Nicaragua lo puso como un ejemplo que debía estimular a otros países a responder con el tipo de ayuda que Nicaragua precisa en estos momentos.

Con la primera luz de la mañana, las ciudades del Pacífico, que hubieran podido ser barricadas por el huracán si éste hubiera conservado la mitad de la fuerza con la que tocó tierra en Bluefields, tomaron conciencia de que se habían "salvado". Lo peor había ocurrido en la otra mitad del país. Una vez más, el Pacífico y el Atlántico eran convocados a la fraternidad. Con la primera luz de la mañana del 23 de octubre empezó una reconstrucción que se prolongara durante muchos años.

Todo el país en movimiento y en emergencia

Del 23 de octubre al 1 de noviembre se extendió lo que se llamó el período "de emergencia". Había que alimentar, vestir, curar y dar un techo a los que lo habían perdido todo el paso del huracán. Labor nada fácil en ninguna circunstancia. Dificilísima en Nicaragua, donde siempre la logística, la infraestructura, es la que falla. "Llega un avión con toneladas de comida, pero ¿cómo hacerla llegar a las comunidades más aisladas? Nos faltan vehículos, no tienen almacén donde guardar si le mandamos mucho, el combustible esta escaso..." Estas preocupaciones tuvieron sin dormir a los responsables de repartir la ayuda en los primeros momentos. Cientos de blufileños estaban heridos por clavos que se clavaron en los pies cuando salieron de los refugios. Todos tenían frío y hambre. "Ni varios supermercados juntos bastaban", decía un brigadista. Y así en una extensa faja del país. ¿Por dónde empezar?

Enseguida se convocó a la población a una gran campaña de recogida de ropa, alimentos, medicinas, utensilios de hogar y dinero para resolver las necesidades inmediatas. "El que tenga dos camisas que dé una al que se quedó sin nada", repetía la radio. El día 25 todo el país se puso en movimiento para entregar esa camisa que sobraba. En la sede central e la Cruz Roja, las piezas de ropa usada fueron formando un gigantesco cono, como el del Momotombo, mientras que con los pares de zapatos se construía un Momotombito, los dos volcanes que dibujan sus perfiles al fondo de Managua. 14 millones e córdobas y decenas de miles de prendas de vestir y otros objetos -cucharas, vasos, jabón, juguetes- fueron recolectadas en 24 horas en todo el país. La movilización tuvo una eficacia material grande, si se considera la pobreza generalizada. La eficacia moral fue mayor aún. Era la hora de la solidaridad.

Durante varios días miles de refugiados de Bluefields y El Rama estuvieron en Managua esperando poder volver a sus lugares, ansiosos de tener noticias de su familia, añorando la yuca y el pescado cuando recibían el plato de arroz y frijoles que la ayuda de emergencia les facilitaba.

Por el número de damnificados, de Casas destruidas, y por el área agrícola afectada, la Región V fue la más dañada por el huracán. La destrucción en El Rama (9,200 habitantes) y en La Esperanza (4,200) fue prácticamente total, aunque en ninguno de los dos pueblos hubo un sólo muerto, gracias a las medidas de prevención. También se vieron afectadas seriamente: Muelle de los Bueyes, Villa Sandino, Santo Tomás, La Gateada, Acoyapa y El Coral. En El Rama, puerto fluvial, clave en la comunicación entre Bluefields y la zona central y del Pacífico, las aguas de los ríos Rama y Escondido subieron de nivel hasta 16 metros sepultando prácticamente la ciudad en una avalancha de agua y lodo y convirtiéndola durante varios días en una ciudad de un sólo color: el de la tierra. Todas las fotografías tenían tono sepia. En los días siguientes al huracán, El Rama fue declarado en cuarentena sanitaria debido al grave peligro de epidemias. La situación estratégica de El Rama, uno de los puntos más devastados por el huracán, fue descrita en un reciente artículo de envío (núm. 84 de junio/88).

La organización, dentro de esta imprevista y nacional desorganización, fue muy grande. En pocos días casi toda Managua tenía de nuevo agua y luz, a pesar de los centenares de desperfectos causados por el viento y la lluvia. Y en pocos días los refugiados pudieron ir regresando a reconstruir lo que el huracán les dejó en el suelo.

En un país con serios límites de comunicación, lo que el huracán hizo -o deshizo- a su paso fue conociéndose muy poco a poco. Estamos escribiendo este artículo el 4 de noviembre y el periódico de hoy trae nuevas noticias: cuenta cómo Wiwilí, en las montañas norteñas donde Sandino creó las primeras cooperativas campesinas, sufrió destrozos que en los primeros días no se imaginaban, porque el río Coco, que atraviesa el poblado llegó a subir hasta 15 metros de su nivel normal. Dos semanas después del huracán, Wiwilí sigue incomunicado y el río Coco desproporcionadamente crecido, al igual que otros grandes ríos que atraviesan Matagalpa y Jinotega. Mañana el periódico traerá nuevas informaciones. Y sólo después de algún tiempo podrán calcularse justamente todos los efectos del desastre. Una comisión de la CEPAL (Comisión Económica para América Latina), a petición del gobierno de Nicaragua, será quien haga la evaluación final de los daños.

Un huracán con consecuencias políticas

Para evaluar los daños con los ojos y no sólo con las cifras que empezaban a llenar informes, el Presidente Daniel Ortega recorrió todas las zonas afectadas, manejando su jeep, en helicóptero o en panga a través del río Coco. Había estado en Bluefields 12 horas antes del desastre, para revisar los preparativos y convencer a la población de que no era un juego lo que venía. Estuvo también después del desastre, recorriendo los escombros. Y eso hizo en El Rama, en los poblados de "la vía", en las regiones más afectadas de la Región IV -Tola y sus alrededores-, en todos los barrios de Managua en donde hubo destrozos, y finalmente en el norte, donde hasta después de unos días se supo del desbordamiento de ríos y el aislamiento de muchas comunidades.

Los que en Managua vivieron el terremoto del 72 establecían comparaciones con lo que Somoza había hecho - o más bien, no había hecho - en medio de la tragedia de la capital. La presidencia de Daniel en todos los rincones y sobre todo su actitud, cercana y democrática -porque estaba a la par escuchando y participando- era todo un signo del cambio revolucionario.

Desde un punto de vista político, el huracán fortaleció a los dirigentes sandinistas, a los activistas de base del FSLN ay a las fuerzas armadas. En la primera fila del peligro y después en las largas horas de resistencia, organización y sacrificio, los sandinistas dieron ejemplo y el ejemplo es el mejor argumento de la acción política. Lo reconocen todos, al hacer la evaluación de lo ocurrido antes y después del paso del Juana.

El día 21, La Prensa, en un editorial que tituló "La militarización del huracán" criticaba los llamados del gobierno a prepararse para afrontar el Juana porque -decía- inspiran desconfianza al estar hechos por el frío, burocrático e ineficiente Estado-cuartel, que siempre llega tarde y hace mal las cosas. De hecho, el periódico, representante de los sectores reaganianos en Nicaragua, cultivó la imagen de que se trataba de un "show sandinista" y en ese sentido, alentó a la desmovilización. Tres días después del huracán el diario, convencido de que no podía dejar de reconocer lo evidente, comenzó a insistir en que "no era hora de hacer política sino de ayudar a las víctimas". Y empezó a sugerir que se creará una Comisión Nacional de Emergencia "unitaria" -es decir, diferente a la que ya venía funcionando-.

Durante esta primera etapa de emergencia, diversos países del área socialista y de la capitalista y organizaciones de ayuda, desde la FAO, Naciones Unidas y la Unicef hasta los más diversos organismos no gubernamentales e instituciones religiosas se hicieron presentes con la ayuda de alimentos, medicinas, frazadas y algunos materiales de construcción hasta totalizar 2,500 toneladas en 45 vuelos Cuba hizo 26 de esos vuelos y aportó 465 de esas toneladas, comprometiéndose a llegar pronto a las mil toneladas.

Todos estos aportes fueron importantísimos, pero resultan insuficientes, dada la magnitud del desastre. Son miles las familias campesinas que esperaban este año una buena cosecha como fruto de su trabajo y del buen invierno, y hoy no tienen ni maíz que comer ni semilla que sembrar, ni el chancho ni las gallinas, ni el machete o la camisa. En muchos casos, ni siquiera tierra para trabajar, porque los aluviones barrieron hasta la capa fértil de la tierra. "Insuficiente" es la palabra que más han repetido los responsables de administrar estas primeras respuestas de emergencia. La FAO se comprometió a enviar semillas para reactivar de inmediato la producción campesina, una de las urgencias más urgente en este momento. Organizar urgencias en los primeros momentos, con tantos problemas juntos, fue un gran desafío. Organizarla ahora no es tampoco tarea sencilla.

Sólo el gobierno de Estados Unidos decidió estar ausente de cualquier lista de donantes. En sus declaraciones, los portavoces del gobierno norteamericano dijeron que la ayuda a Nicaragua sería escasa, porque existía "desconfianza internacional" sobre el destino que los sandinistas podrían dar a la ayuda. También denunciaron que el gobierno de Nicaragua estaba usando el huracán como "una plataforma política para atacar a los contras", lamentándose también de la imposición del estado de emergencia, que restringiría "la libertad de información y las libertades civiles".

En medio del dolor y de los complejos esfuerzos que se hacían para que toneladas de comida y de vacunas que evitaran epidemias llegaran a su destino rápidamente y mientras las primeras brigadas empezaban a levantar lo caído, todas estas declaraciones sonaban cínicas. "La mejor y la única ayuda humanitaria que Estados Unidos podría darnos en estos momentos sería detener su política terrorista contra nuestro país", declaró el Presidente Ortega en la noche del desastre.

Pero esta política terrorista no sólo no se detuvo, sino que se incrementó después del huracán. El 28 de octubre, el Presidente Ortega denunció que 3 mil contrarrevolucionarios, acampados en Honduras desde hace meses, habían recibido la orden de ingresar a territorio nicaragüense para obstaculizar la recolección del café -adelantada por las lluvias-, los trabajos de reconstrucción y la atención a los damnificados. Además de una inusitada concentración de tropas contrarrevolucionarias y hondureñas en la frontera, después del huracán se reanudaron también las emboscadas a civiles, que habían cesado algo en los meses de cese al fuego posteriores a los acuerdos de Sapoá. Y así, el 29 de octubre se dio el ataque más significativo de este tipo en 7 meses. Un grupo contrarrevolucionario atacó con granadas y fusiles, cerca de San Juan del Río Coco, a un autobús de pasajeros, matando a 9 de sus ocupantes -6 de ellos fueron degollados- e hirieron a otros 4, de los que 2 eran niños pequeños y uno, una mujer embarazada. Ese mismo día fueron atacados dos vehículos que iban a La Esperanza a atender a los damnificados de esta población cercana a El Rama, muriendo un soldado y quedando heridos dos brigadistas civiles.

Solidaridad para sobrevivir y para vivir

Desde el 1 de noviembre se inició la larga etapa de la reconstrucción. "Tanto impacto nos ha hecho "Juana" -dijo el comandante Henry Ruiz, ministro de cooperación externa- que ya nadie habla de la guerra". Pero el golpe de Juana es mas duro porque cae sobre un país devastado por ocho años de guerra de desgaste, que han supuesto pérdidas por 12 mil 200 millones de dólares. En 1988, cuando se decidió reordenar una economía totalmente distorsionada por la guerra y cuando ya aparecían mínimos signos de que ese reordenamiento podía traer una mejoría en la cultura productiva, en la búsqueda de eficiencia y racionalidad, cuando había esperanza de avances, en el campo principalmente, un inesperado huracán coloca una vez más a miles de nicaragüenses en el punto cero del camino.

"El país de Sísifo", llamó la periodista Sofía Montenegro a Nicaragua, al reflexionar sobre este desastre en las páginas del diario "Barricada". Un país que ha estado siglos empujando una piedra, que cuando parece llegar a su destino vuelve a retroceder y hay que volver a empezar. Los predicadores de las sectas y los más tradicionales entre los católicos hablaron, como era de esperar, de un castigo de Dios. El huracán también fue un golpe en la conciencia.

Pero Sísifo está curtido en la tarea de desafiar una difícil geografía y de resistir una historia de injusticias. La etapa de la reconstrucción no será fácil, pero ya empezó. El huracán "Juana" significa que el trabajo para salir adelante será mayor, mucho mayor de lo que ya iba a ser después del huracán "Reagan". Esta voluntad de salir adelante, que el gobierno de Nicaragua comparte con el pueblo de Nicaragua, y la guerra que los nicaragüenses han resistido durante estos años -y que aún no ha terminado- son las que hacen "diferente" la tragedia de Nicaragua de las tragedias que otros desastres naturales han causado este año en otros países del tercer mundo.

Si durante años se desarrolló intencionalmente una campaña de solidaridad con Nicaragua bajo el lema "Nicaragua debe sobrevivir", y con el fin de la guerra -por el que tanto se ha luchado en este año- parecía que ya empezaba la consigna a convertirse en "Nicaragua va a vivir", hoy, este inesperado desastre vuelve a plantear al mundo el tema de la sobrevivencia de un pequeño país que ha luchado por encima de sus fuerzas por tener pan y paz con dignidad y ya casi al llegar a la meta, aún no tiene la paz y ve su pan en peligro.

Los desastres que causa un fenómeno natural como este huracán muestran también ante el mundo lo que es el subdesarrollo. Si las casas, los caminos, los puentes, las carreteras que Juana encontró a su paso hubieran sido los de un país desarrollado, el desastre no hubiera sido igual. Si la destrucción de un área tan extensa de bosques de madera preciosa se hubiera dado en un país desarrollado, habría infraestructura suficiente para sacar inmediatamente esa madera y exportarla y ganar mucho dinero con ella. Pero también en esto, Nicaragua, empobrecida y subdesarrollada, tendrá que conformarse con ver cómo se pudren millones de árboles y de divisas en zonas aisladas, porque no hay carreteras ni vehículos ni motosierras, ni suficiente capacidad para salvarlos.

Nunca como ahora Nicaragua necesita de menos solidarias que le ayuden a levantar lo caído, para continuar el arduo camino de salir del subdesarrollo. Para eso se hizo esta revolución y para defender esa posibilidad se ha luchado estos 8 años. El desafío económico y social que plantea el huracán es muy amplio y para mucho tiempo. Habrá que reconstruir Bluefields y El Rama, pero ya de otra manera, de forma distinta, a la luz de este desastre, como empezando de nuevo. Renaciendo. Habrá que emprender acciones audaces para reactivar lo más esencial de la economía campesina en poco tiempo. Habrá que sacar el máximo provecho de las enseñanzas que deja esa movilización popular masiva que salvó tantas vidas y que tendrá que salvar la economía.

Y habrá que reírse. "¡Clase de calamidad! Al perro flaco todo se le vuelven pulgas"! iba diciendo un blufileño mientras buscaba clavos de tres pulgadas en aquel inmenso supermercado de materiales de construcción en que se habían convertido las clases de su ciudad. "¡Clase de calamidad!" Y mientras más lo decía más se reía. Sí, habrá que reirse, porque pasada esta pesadilla, que a nadie agarró dormido y que en fin de cuentas fue verdad, habrá que reírse de esta verdad para hacer así más ancho el camino de la reconstrucción. Ya Nicaragua se está riendo de nuevo.

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