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Universidad Centroamericana - UCA  
  Número 422 | Mayo 2017

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Guatemala

Hablara una autoridad indígena de Zacualpa: “Así es como aplicamos la justicia maya”

La justicia maya complementa y suple el sistema jurídico oficial de Guatemala. Y hace posible el pluralismo jurídico que enriquece la ecología legal guatemalteca. Escuché a Don Manuel Hernández, que ha aplicado, junto a otras autoridades locales, la justicia maya en 38 aldeas de Zacualpa. Y dice haberlas sanado. En estas páginas explica cómo lo hicieron, cómo lograron, con plática, la confesión del que hizo el mal, cómo lo castigaron con vara, cómo se responsabilizó su familia, cómo reparó su falta. “Todo esto lo hemos hecho sin ningún incentivo, ningún dinero. Ninguna ONG nos apoyó. Todo lo hicimos nosotros”.

José Luis Rocha

En agosto de 2016 viajé a Tunajá, aldea del altiplano occidental de Guatemala que dista unos 190 kilómetros de la capital y diez minutos en bus del casco urbano de Zacualpa, cabecera municipal. Allí me citó don Manuel Hernández para hablarme de la justicia maya. Me pidió llegar puntualmente a las 6 de la mañana porque ese día tenía una agenda recargada. En la alcaldía indígena de Zacualpa Manuel estuvo a cargo de la secretaría y también fue tercer alcalde. En Tunajá fue vicepresidente del COCODE (Consejo Comunitario de Desarrollo) y actualmente es su tesorero.

Subí por una colina escarpada, ora saltando sobre gigantescas piedras brillantes y ora caminando por el sendero que la erosión de esas piedras ha cubierto de una arenilla titilante que se adhiere al calzado y queda como una capa de escarcha. Don Manuel me recibió con unas xechas y café negro. Platicamos en el corredor de su casa, entre cacareos de gallinas y gruñidos de perros. Y el goteo moroso de una lluvia sobre el tejado de zinc. Don Manuel habló con ritmo reposado. Su voz oscilaba entre tonos graves y agudos que tuvieron el efecto de imantar mi atención y transmitir el apasionamiento subterráneo que lo mueve.


“ESTO ES ORO”


Volví a visitarlo en abril de 2017, llevando lo que me había relatado para su revisión y completo acuerdo. Hubo más pan y más café negro, y una plática muy grata, llena de mutuos agradecimientos. Sellamos nuestra complicidad. Al día siguiente pudo leerlo y sorprenderse de lo mucho que había revelado. Hizo algunas precisiones en el cuerpo del texto y escribió al margen con lápiz de grafito: “Algunas letras y unos puntos nada más faltaron. Es oro”. Aquí van sus palabras, a veces interrumpidas por algunos comentarios para ubicar los puntos en debate y dar la palabra a otros interlocutores que también han pensado sobre estos inquietantes temas.

“CUANDO VINO LA GUERRA...”


“Mi nombre es Manuel Hernández. Soy miembro del COCODE. En 1997-99 fui Presidente del Comité Educativo (COEDUCA), que maneja los maestros y los útiles escolares y se hace cargo de los niños. El Ministerio de Educación tiene sus ideas sacadas de allá arriba, pero nosotros necesitamos ideas de cómo educar a los niños sacadas de nuestro idioma y nuestra manera de ser”.

Don Manuel arrancó con una reivindicación de lo maya. Es una de las bases de su argumentación: la adecuación del sistema de justicia maya a sus comunidades y a su historia. La lengua -vehículo de los conceptos- y las costumbres son las fuentes de las que mana ese sistema.

“¿Cómo es esto de educar a los niños? Antes de la guerra, sinceramente, estábamos muy divididos. Cada quien por su lado, cada quien con su manera. Teníamos machismo y un rencor en el corazón. Aquí en esas aldeas sólo andaba gente con machetes largotes en la cintura. Si uno insultaba, le daban una buena planaceada. Eso sí: no nos hablábamos, no nos comunicábamos. La mayor parte trabajaba en las fincas. Por eso estábamos divididos. Cuando vino la guerra, nos trajo muchas cosas malas y cosas bonitas. Entonces nos unimos, nos hablamos: Mirá vos, ¿cómo estás? ¿Qué podemos hacer porque el ejército está matando gente inocente, entra y masacra niños, chuchos y gatos, de todo? Y si viene la guerrilla, lo pescan a uno por ahí y lo dejan tirado por cualquier lado, baleado. Los dos frentes mataban gente inocente. Entonces, ¿qué hizo la población? Nos comunicamos, nos hablamos, pedimos a Dios. Al terminar la guerra, vino la organización de la agricultura, de la ganadería. Aceptamos y escuchamos a las instituciones que empezaron a entrar. Había nuevas ideas. Pero también problemas”.

Con el declive del conflicto y los abusos a los derechos humanos, hubo espacios -y recursos- para diversas actividades. Pero también un vacío de poder donde la sombra alargada de la guerra se hace sentir. Ese caos bélico no es puramente negativo: “Trajo muchas cosas malas y cosas bonitas”, dice don Manuel, siguiendo la visión dual maya, donde los elementos negativos y positivos se complementan en favor de la vida y, en este caso, en favor de la unión que trae vida. La Defensoría maya apunta que esa dualidad determina el equilibrio y es una lectura objetiva de los ciclos de la vida.

“HABÍA JÓVENES HACIENDO FECHORÍAS”


“En el año 1999 hubo un linchamiento acá en nuestra aldea. Hubo linchamientos en Tunajá del municipio de Zacualpa y en Tunajá del municipio de Joyabaj. Lincharon como a nueve personas aproximadamente. Durante el conflicto armado aquí se decidieron por la guerrilla o el ejército. Muchos no entendíamos, quizás por el idioma, y pensamos que una de esas dos era la solución. Cuando terminó el conflicto, algunos de los hombres no entregaron las armas. Más adelante, después de unos asesinatos, hallamos un medio costal de balas de varios calibres: rifles 22, 9 milímetros, AK-47, Galil… Medio costal, allá en un barranco lo fueron a encontrar. Las armas no las encontraron. Sólo fueron a encontrar las más pequeñas: unas 22 y unas 9 milímetros. Ellos las quebraron en el mismo rato. Las hicieron lata. Las hicieron pedazos las armas… Era una guerra. Y en una guerra al que habla en contra, lo matan. Ya no se podía seguir así. Algunos ex-soldados y ex-guerrilleros habían conservado sus armas. Y se pusieron a organizar jóvenes para hacer fechorías, daño a las comunidades, saquear casas, controlar quién tiene dinero y matar gente. En Tunajá, en las 365 casas de entonces, había diez jóvenes haciendo fechorías. Y en otras aldeas, había 300-500 casas y 7-8 jóvenes haciendo fechorías”.

“LA LEY NO CAPTA ESTE PROBLEMA”


“Eso sucedió en el 99. Y vimos un serio problema porque los jueces o la policía tenían las manos abiertas para recibir sobornos. Hasta la fecha estamos en eso y ahora es peor todavía. Yo como Presidente del COEDUCA no sabía qué hacer con los niños porque ya había jóvenes organizados haciendo fechorías y era un peligro andar haciendo mandados en horas de la mañana o en horas de la tarde. No se podía. La gente se enfureció. Agarraron a algunos y se los llevaron al juez. Pero no pasó nada porque la ley dice que aunque hallen a alguien con el tanate, si no hay quien demande, sale libre. Y aunque haya matado a alguien, sale libre porque no hay quien demande. La ley no capta este problema y la comunidad no siempre está de acuerdo en el caso”.

La justicia maya emerge como sistema de justicia de los rescoldos de la guerra y de la inoperancia del sistema jurídico estatal. Este origen es el que don Manuel quiere enfatizar. Hay un vacío de autoridad que viene a ser solventado por las autoridades mayas. Pero no se trata sólo de un problema de corrupción (jueces recibiendo sobornos), sino de la inadecuación del sistema judicial del Estado para procesar los casos.

Don Manuel menciona la falta de confianza (no hay quien demande) y el disenso (la comunidad no siempre está de acuerdo) con los que el sistema estatal no es capaz de lidiar. Posteriormente mencionará la despreocupación de la justicia oficial por dos motivos: su ineptitud investigativa y una penalización que no previene ni reintegra.

Existe también otro problema que Boaventura de Sousa Santos señaló cuando dijo que “el sistema jurídico oficial propio del capitalismo moderno tiende a ser estricto en el respeto al formalismo, pero laxo en materia ética”. En la práctica esto significa que los tribunales guatemaltecos sólo pueden pronunciarse sobre las faltas debidamente tipificadas como delitos, y no sobre todas las injusticias que afectan a los individuos y las comunidades.

La cosmovisión maya -y su sistema jurídico, como muchos otros sistemas comunitarios- se ocupa con especial dedicación al cuido de la salud comunitaria y por eso sanciona las relaciones antiéticas, cosa que sólo ocurre en el derecho del Estado cuando se violan formalismos o cuando las injusticias corresponden a categorías previamente establecidas.

Faltar al trabajo comunitario (por ejemplo, reparar una carretera) ha sido penalizado en el sistema maya, pero no en el sistema estatal porque no constituye una obligación del ciudadano guatemalteco, aunque lo sea como habitante de Tunajá, Xicalcal, Samabaj, Chex o cualquier otra comunidad del altiplano. Otro tanto podría decirse del adulterio, de proferir amenazas, de negarse a asumir un cargo público, del abandono de esposas a los pocos días del matrimonio y otros asuntos donde la justicia maya interviene porque lesionan las relaciones comunitarias.


“CUANDO LINCHARON A NUEVE...”


“Y así surgió que capturaron a nueve y los lincharon porque no había para dónde: si se los entregaban al juez, ya mañana venían de regreso. Antes habían agarrado a uno y lo soltaron. Entonces lo mató quien lo capturó. Y eso no funciona. No hace que entienda el que hace fechoría ni la comunidad. Ni la autoridad ni el alcalde auxiliar. Ambas partes no nos entendemos.

Cuando el linchamiento, se juntaron como 20 mil personas. En ese tiempo no había muchos carros. Y aquí se llenó de carros que vinieron de lejos. Venían de Zacualpa, de Joyabaj y de otros lugares. Vinieron por curiosidad. Había cinco carros con AK-47, galiles y varias otras armas. Yo me fui. Me escapé por el barranco porque a mí me perseguían por ser auxiliar. Ya no sabíamos qué hacer porque, aunque éramos autoridad local, ya los tenían agarrados a los delincuentes. La multitud fue a las oficinas del juez y lo sacaron de su despacho. Llegaron donde la policía, sacaron a los agentes y voltearon y quemaron una unidad. Y así fue como los sacaron del municipio. Por eso es que aquí no se ve ninguna autoridad estatal.

Así fue el comienzo. El párroco vino. Dialogamos. Tuvimos que tener una conversación sobre cómo lograr el objetivo que los jueces requieren. Entonces, dijeron: ¿Quién es la autoridad ahora? Si confiamos en el juez, nada hace. Si confiamos en la policía, nada hace. No nos ayudan, aunque estén ahí. Entonces pensaron: tenemos nuestra autoridad que es ancestral, es la autoridad de las alcaldías indígenas. A ellos los vamos a poner a vigilar. Entonces pensaron: ¿Qué puede hacer la alcaldía indígena para calmar la situación? Les entregaron un listado de los que hacen fechorías. Eran como 160 personas sólo en el municipio de Zacualpa, en varias comunidades: en Chuchuca, Xejox, Pasojoc… En cada comunidad hay dos o tres. Y había mucha información porque a los que quemaron confesaron todo: cuáles son sus nombres, dónde están sus casas, quiénes son, quiénes son sus papás, si son jóvenes o mayores de edad. Todo eso quedó escrito”.

DE LOS LINCHAMIENTOS SURGE UN ORDEN NUEVO


La justicia maya (re)emerge como alternativa a los linchamientos. Según la Defensoría Maya, el primer linchamiento ocurrió en Escuintla en 1994. La misma fuente, citando datos de la misión de la ONU, MINUGUA registra al menos 182 linchamientos en sólo tres años (1996-1998). Sobre las paredes exteriores de la alcaldía indígena de Chichicastenango han pintado muchos murales. Uno de ellos está dedicado a los linchamientos: una jauría de perros embravecidos. Aparecen inmediatamente después de las masacres del ejército, como la secuencia de un pasado que no se debe repetir. La violencia desbordada es como un caos primigenio del que surge un nuevo orden. Esa violencia tuvo un poder transformador: el vacío de autoridad real devino vacío de autoridad de hecho y derecho: policía y jueces quedaron proscritos. La violencia desmontó el simulacro de justicia y abrió las puertas a un nuevo orden mediante la ampliación de las facultades de las viejas autoridades. La información que solía llegar escasa a los juzgados, empezó a fluir hacia autoridades que gozaron de legitimidad local.

“AQUÍ LA AUTORIDAD SOMOS LOS INDÍGENAS”


“La ley nos dice que no hay que quitar la vida. Entonces hay que presionar de alguna manera a los que hacen daño y quitan la vida, pero eso no pasa. Y por eso se enojó la población. ¿Por qué hay mucha más muerte y asaltos en la ciudad capital y en varios departamentos? Porque las autoridades no aplican la ley o no la aplican parejo. Porque la vida de los campesinos, los agricultores, la gente honrada, los que se dedican a la ganadería… da mucha vida a otros. Pero el ladrón, ¿qué hace? Sólo saquea en la noche y duerme en el día. Eso fue lo que pasó y en eso se pusieron a pensar en 1999: ¿Quién es la autoridad máxima que está en el territorio de Guatemala y en el territorio del municipio? Aquí somos los indígenas. Entonces nombraron a Basilio Ruiz (primer anciano de la alcaldía indígena), a Juan Asquí Asquí (tercer alcalde), a Isabelo Morente (segundo alcalde), a Valerio Tomín Velázquez (primer alcalde), a mí (Manuel Hernández García, secretario) y a otros más. En total nombraron a siete”.

Esto ocurrió en Zacualpa y en otras comunidades quichés. En comunidades ixil, la justicia suele ser aplicada por los alcaldes auxiliares, acompañados de los regidores y los mayores. Ahí donde por el tamaño de la comunidad no hay alcalde auxiliar, los problemas son resueltos por los COCODES.


“LINCHAR NO ESTÁ BIEN”


“Esto viene de estar atentos a la guerra, a los restos de la guerra, que son los conflictos entre la comunidad y los delincuentes. El conflicto está a nivel nacional. Y pensamos: ¿Cómo vamos a convencerlos? Pongamos una comparación: esto es como cuando hacemos una comida y buscamos el ingrediente que da sabor. Decidimos poner una ley. Eso es lo que da sabor. Linchar no está bien. Porque linchando se quita una vida y se deja a las personas que sigan haciendo daño a la comunidad.

Decidimos levantar información sobre la persona que hace una fechoría y llamar a la familia que es responsable. Si él se hace responsable, igual de responsable se hace el pueblo. Que diga la pura verdad: si él ya no quiere seguir nuestras costumbres, que se vaya del pueblo. La familia no quiere que se vaya y por eso se hace responsable. Ésa es una gran medicina. Logramos conversar con los padres y hacerles conocimiento de que ellos son responsables de él o ella. Y la familia siempre se compromete, ante el pueblo, a que sus hijos e hijas no lo volverán a hacer”.

INVOLUCRAR A LA FAMILIA


La amonestación ante sus padres y la comunidad apela al respeto hacia los mayores. Rachel Sieder sostiene que “esta práctica intenta prevenir, orientar, corregir y asegurar la unidad, el balance y la armonía en las relaciones humanas, y entre las personas y su entorno natural”. Y el antropólogo guatemalteco Carlos Yuri Flores nos da la pista del porqué de esta práctica: “Mucho de lo que está en juego en las comunidades es la construcción de consensos desde abajo”. Sin la participación de la familia, no hay posibilidad de construir ese consenso. La ley del involucramiento de la familia fue el condimento imprescindible de la solución. Y por eso el ir y venir entre autoridades y comunidad es constante.

“Cuando investigamos tenemos reuniones de los líderes comunitarios: los COCODES, los alcaldes auxiliares. Tenemos que reunirnos y platicar: ¿Cómo está tu comunidad? ¿Qué podemos hacer para actuar y dar el mensaje? Cada ocho días esos COCODES avisan a la comunidad quiénes han robado y les dicen: Por favor, cuiden a su familia. Por favor, avisen a las patojas que no salgan a altas horas de la noche, que salgan a hacer sus mandados, pero no tarde.

Los jueces no lograban imponer la ley. Más bien estaban a favor de los ladrones. Y los ladrones no agradecen. Por ejemplo, uno les dice bien calmadito: No hagás esto. El juez también habla en esa forma. Pero no aclaran cuál es el motivo. No platican con ellos sobre los motivos”.


PENETRAR EL CORAZÓN DEL MAL


De nuevo aparece la inadecuación del sistema oficial de justicia: No platican sobre los motivos. En otras palabras: no les interesa penetrar en el corazón del mal y desprecian el poder persuasivo e indagador de una conversación, un paso del proceso conocido como Tzi’jonem, un concepto que funde las ideas de palabra y verdad. Tzij significa palabra. Tzi’jonem designa el intercambio de palabras con la verdad, acto que en español llamamos diálogo. El ex-investigador de la Universidad Rafael Landívar, Juan de Dios González, registró en los años 90 que un poblador de San Pedro Jocopilas de la comunidad K’iche’, dijo: “Sacan multa a la gente, llevan preso, piden dinero, no hablan a los culpables”, con lo cual alude, según González, “al hecho de que en la comunidad K’iche’, y en general en las comunidades observadas, cuando las autoridades resuelven conflictos amonestan e imparten consejos orientados a rectificar la conducta de los infractores”. Por eso, como afirma González, una discusión extensa es considerada en sí misma como una sanción moral para el hechor. Pero esa sanción no es la única finalidad de la discusión: el grupo busca comprender los motivos. Obviamente, esto no significa que el juez del sistema oficial no tenga una explicación para un robo (hacerse con el dinero), sino que no se ocupa de la dinámica del mal y la trayectoria de la persona. Aparece aquí otra faceta de la laxitud en materia ética: los jueces no indagan por la textura moral de los indiciados y las entretelas más profundas de sus actos, sobre los cuales el acusado está obligado a reflexionar en el interrogatorio maya, que pone y expone al sujeto ante sí y ante la comunidad.

“EL AZOTE CON VARAS ARRANCA EL ALMA, TOCA EL CORAZÓN”


“Sólo así suspendimos los linchamientos. Logramos sacar los linchamientos y estas situaciones que nos quedaron de la guerra. Y pusimos una ley: la persona que roba, dependiendo del robo, se le azota con el xik’a’y, el varejón. Al que roba una gallina, le tocan cinco. Al que roba un ganado, le tocan quince. Las personas que matan a alguien son responsables de darle la manutención a la familia del muerto y también son responsables de los gastos del entierro y lo llevarán a tuto a enterrarlo. Y siempre es declarado al pueblo que fueron ellos los que cometieron las fechorías.

Así logramos el objetivo de controlar los robos y también las violaciones. Porque algunos jóvenes violan muchachas y señoras aquí en la comunidad y en el municipio. El castigo para ellos es de 25 azotes.Les dan 20 porque el mes tiene 20 días y 20 son jun winaq, una persona completa con sus 20 dedos. Mi abuelo me dejó un conocimiento: Antes la gente decía que si una persona había hecho fechorías, el sentimiento se bajaba a los pies. No está en la cabeza el sentido, sino en los pies y por eso se pone a hacer locuras. Entonces, hay que elevar el sentido, sacudiendo para que el sentido regrese a la cabeza. Por esta razón hemos utilizado la ley winaq: 20 por una persona. Los otros cinco se añaden según el delito.

Es duro. Eso arranca el alma. No es igual que agarrar a una persona en la calle: puede aguantar 50 patadas, 25 manadas. Las puede aguantar. Pero esa vara no. Esa arranca el alma. Hace suspirar. Toca el corazón. No sé cómo. Más que el rayo, digo yo. Porque el rayo con su electricidad toca el alma. Sienten que recuperan el sentimiento y dicen: Soy humano, no soy animal. Y reconocen que están haciendo daño. En ese mismo instante reconocen que no está bien. Eso es duro. La vara es de membrillo o durazno. Hay una por comunidad. En la ceremonia pasan sobre él y lo saturan (lo cargan de energía sacra). Lo inciensan y le piden a Dios que corrija, que toque el alma de las personas”.

Según Rachel Sieder el xik’a’y es el elemento más controversial. Y esto se puede comprobar siguiendo los debates en periódicos y revistas guatemaltecos. A veces se llama xik’a’y a los azotes y a veces, como don Manuel, a la vara de membrillo con que se los aplica, cosa que generalmente hacen las personas mayores de edad, los alcaldes o incluso los padres de los acusados. La diversidad de los castigos, pese a su intento de precodificación para buscar una igualdad ante la ley, nos habla de una legislación en movimiento. Puede haber igualdad ante la ley, pero no ante el xik’a’y: Los azotes duelen más a los soberbios y menos a los humildes. Esta distribución desigual se debe a que la nimal (la soberbia) es considerada como Wuq’ub K’ix, una de las siete vergüenzas o antivalores que destruyen y desequilibran las relaciones humanas. Según lo consigna la Defensoría Wajxaquib’ Noj, la soberbia “es una actitud de superioridad y de vanagloria, es un egocentrismo de la persona. Es un desbalance emocional de la persona y un desorden en la personalidad. La soberbia conlleva a la burla, la gula y a no escuchar consejos, ignorando a las personas y a valorar únicamente lo material”.

El castigo tiene una resonancia metafórica porque es una ceremonia, no una punición que busca un efecto quebrantador sobre el cuerpo, aunque a veces también tenga ese resultado. No es un castigo instrumental que busca un efecto directo, sino ritual, pues tiene una finalidad didáctica mediante una analogía y a través de la autoridad religiosa de la que la herramienta de la justicia -la vara- ha sido investida.


¿QUÉ ES LA SOBERBIA PARA LA JUSTICIA MAYA?


Según Santos, los argumentos no lingüísticos también son importantes en el manejo jurídico de conflictos: “Los gestos, la actitud, el mobiliario, la Biblia, las banderas, los retratos de líderes políticos, los archivos, los papeles escritos, el mazo del juez, las máquinas de escribir, la ropa, la división y asignación del espacio de la sala del juzgado, los rituales de iniciación y terminación del procedimiento, los niveles del suelo y de visibilidad, y otros factores similares”.

En el caso de la justicia maya, alguno de esos elementos no lingüísticos son la vara saturada (en lugar del mazo del juez), las actas y su retórica llena de fórmulas precodificadas, la ubicación física de los implicados, la comunidad que rodea a los principales protagonistas, la forma de conducir a los acusados, entre otros elementos ceremoniales. La vara es quizás el principal por los poderes que se le atribuyen y no por la rudeza con la que se blande.

El número de azotes está vinculado a la cosmovisión maya. Sieder apunta que “el número de xik’a’y depende de la naturaleza de la falta cometida, pero también de otros factores como el clima (las ramas duelen más si están mojadas). Cuatro xik’a’y representan los cuatro puntos cardinales de la cruz maya. Cinco xik’a’y incluyen el quinto elemento, uk’u’x, el ombligo o centro de la tierra. Nueve xik’a’y señalan los nueve ciclos lunares o nueve meses de un embarazo ‘porque una persona con una falta lo trae desde su nacimiento. Veinte xik’a’y representan jun winaq’, o una persona (contando diez dedos de las manos y diez de los pies)”.


AZOTAR PARA EVITAR CASTIGOS MAYORES


En el caso del juicio a tres ladrones que Sieder analizó, un alcalde explicó que “con los jóvenes se trata de que se vuelvan personas”. Don Manuel me habló de la necesidad de elevar el sentido, que se fue a los pies. El suyo es un planteamiento kantiano. Para Kant el arbitrio es la conexión entre deseos y acciones porque es la conciencia de ser capaz de producir el objeto mediante la acción. El arbitrio determinado por la razón pura es libre arbitrio. Y el arbitrio determinado por la inclinación (impulsos sensibles, estímulos) es arbitrio animal. El arbitrio humano es afectado, pero no determinado por los impulsos. Podríamos decir que el castigo busca retornar el arbitrio, volver a un punto donde los impulsos no dominen.

Los azotes han sido condenados por algunos como un atropello a los derechos humanos y aceptados por otros como un mal necesario. Algunos líderes mayas han declarado que los castigos físicos son una herencia colonial. Otros los consideran parte de su legado precolombino. Obviamente, don Manuel se sitúa entre quienes defienden los castigos y les atribuyen un origen y un sentido ancestral indígena. Pero en ningún momento los defiende como un legado inamovible y destinado a permanecer. Su rememoración -que en su explicación, fluye como un torrente- los sitúa como un factor explicable en determinado contexto, que podría ser coyuntural. Don Manuel dice que el castigo se empieza a imponer tras los linchamientos y que tienen el efecto, como señala Sieder, de sustituir castigos mayores y brotes de violencia descontrolada cuando la comunidad considera que se ha sido excesivamente suave con los culpables: el castigo en la justicia maya sirve para “contener o limitar las demandas populares de venganza y otras formas más violentas o duras de castigo”.


“AQUÍ YA NO LOS QUEREMOS”


“Ahora, la persona tiene que entender. Ya se habló una vez, ya se habló dos veces, ya se habló tres veces. Y si la persona hace su capricho, entonces hay que destituirlo: levantar un acta y ante el pueblo hay que destituirlo. No lo queremos ver aquí en la aldea. Si en otro municipio o departamento le aceptan ese negocio, pues que se vaya allá a negociar. Aquí ya no lo queremos. Creo que destituimos a dos familias. Una en Tonalá, donde un grupo de jóvenes saquearon a una persona que sacó sus remesas y andaba 12 mil quetzales. Lo esperaron en el camino y lo amenazaron con un arma hechiza. Y ellos no aceptaron y por eso los destituimos, y como no pudieron seguir en sus fechorías se fueron a la capital. Expulsamos a toda la familia”.

Como el objetivo que se persigue es la restauración de la armonía comunitaria, en pocos casos se aplican sanciones tan severas como la vergüenza ante la comunidad o la expulsión de la misma. La vergüenza castiga, y también sirve como política preventiva: muestra a los potenciales transgresores cuáles son las consecuencias de las acciones que dañan a la comunidad, sus bienes y sus miembros. La expulsión es un recurso de última instancia, cuando es la única forma de reestablecer la armonía comunitaria.

HAY DIÁLOGO ANTES DEL CASTIGO


La aplicación de los castigos ha sido aprovechada por los adversarios de la justicia indígena en general, y la justicia maya en particular, para exponer los que, extraídos de su contexto y mutilados de su significación, son presentados como los aspectos más sombríos y bárbaros de los sistemas jurídicos informales. Hay cientos de videos en YouTube que recogen versiones espurias de la justicia indígena (amagos de linchamientos, empujones) o se concentran en los momentos más espectaculares de la aplicación de los castigos: los chicotazos, hincar a los ladrones sobre hormigueros, dejarlos al sol inclemente por períodos prolongados…

Omiten el diálogo que antecede al castigo (donde tanto la comunidad como quienes delinquieron tiene la palabra), la admisión de la culpa por parte de los indiciados y, sobre todo, la petición de disculpa de quien se dispone a aplicar los chicotazos. En relación a estos sesgos deliberados y recurrentes, el antropólogo Carlos Flores señala que “es en la edición y recontextualización del material grabado donde se ve la potencialidad de manipulación de la información. Con frecuencia ellos han visto que este tipo de noticieros o periódicos locales tienden a resaltar el sensacionalismo de los hechos y reducen su cobertura a momentos como el castigo corporal -cuando lo hay- a los delincuentes, lo cual se sintoniza con el imaginario de un buen sector del mundo ladino dominante que, impregnado de racismo histórico y desinformación, considera tales prácticas de justicia comunitaria simplemente como bárbaras, sin tratar de entender los contextos culturales en que se dan”.

“MUCHAS FAMILIAS QUEDAN AGRADECIDAS POR LOS AZOTES”


“Y con ese castigo, ¿qué agradece la familia? La familia agradece que ya salió corregido. Y ellos le llaman la atención, le platican que ya no lo vuelva a hacer. Se reincorpora en la familia y empieza a trabajar. Han venido algunos a decir gracias. Los que tratamos hace dos años, vinieron a decir: Gracias, si no lo hubieran hecho, estaría muerto; ya han matado a algunas personas, y a mí me hubieran matado, me hubieran carbonizado”.

Éste es el momento de la Maltioxnik, el agradecimiento que emana de la armonización de las relaciones. Según la Defensoría Maya, “se agradece profundamente a los facilitadores del arreglo, traduciéndose en ocasiones con palabras, en compartir un almuerzo juntos, o hacer una donación con regalos de comida”. Don Manuel nos habla de una Maltioxnik que ocurre años después, cuando quienes delinquieron tienen una perspectiva más amplia del punto de inflexión que el sometimiento a la justicia maya significó en sus vidas. La Defensoría maya insiste en que en la cosmovisión maya no existe la perfección: una persona no es sólo mala ni buena. Por eso las autoridades mayas no condenan, pues saben que todos estamos propensos a cometer errores, que forman parte de un proceso de aprendizaje.

“Muchas familias quedan muy agradecidas porque las personas que fueron castigadas con el azote ya no hacen mal. Lo más que han dicho es: Mire, hermano, yo no soy capaz de entender eso. Porque han traído para el castigo a hombres de Nicaragua, de Honduras. Una vez entraron unos hondureños aquí. Dijeron: A nosotros no nos agarra nadie, vieran lo que hemos corrido, en un municipio pequeño no nos van a espantar a nosotros. Aquí empezaron a levantar unas mesas a patadas y le empezaron a pegar a gente ahí en la plaza.

Llamaron al señor alcalde para que con él se calmaran. Y es que ese azote no lo resiste cualquiera porque está saturado. En una ceremonia maya lo saturan. Yo sólo a uno vi. Aunque yo era el secretario, en ese momento pusieron a otro a que levantara el conocimiento. Sólo cinco le tocaron al señor. Al primer vergazo dijo: ¡Diahuevo, yo aguanto! Al segundo, dijo que sí. Ya al tercero, pidió perdón. Al cuarto, se tiró al suelo. Y al quinto, ya se moría. Si sos terco, así te caés al suelo. Si sos humilde y sencillo, no duele porque se conforma con la voluntad de Dios. Así es la fuerza del azote”.

Sobre los que sienten más o menos el castigo, según sean más soberbios o más humildes, a Sieder le dieron una versión semejante, si asociamos humildad a la aceptación de la culpa: “Me dijeron que las personas que sienten más culpa sentirían más dolor o incomodidad”.

“MEDIMOS A LA PERSONA HASTA QUE CONFIESA”


“No es como antes, que la gente decía: No, no vimos, a saber quién fue. No, señores, ahora hay que aclarar quién es responsable del caso. Y por eso los de la alcaldía indígena investigan y logran que los hechores confiesen que ellos son los responsables. Tienen que explicar qué le hicieron, cómo lo hicieron y cuál es el motivo.

A nadie se le acusa si no hay investigación. ¿Cómo se investiga? Tenemos un valor y es el análisis de nuestros ancestros. Sabemos que los mayas estaban aquí desde hace miles de años. Los españoles -disculpen con sus pieles ustedes, que son blanquitos, mi piel es morena- vinieron hace 500 años, mataron a los mayas y se pusieron ellos a gobernar. ¿Y qué ley tenían los mayas anteriores? La ley era que ambos tenían que respetarse. Tenemos un nawal, según el día en que nacemos: ese día en que uno nace, ése lleva su vida. Ese es el análisis de que hablo. Si se sientan cuatro o cinco sacerdotes mayas, empiezan a medir a la persona. Le dicen: aquí dicen que vos fuiste. Le preguntan: ¿Dónde estuviste vos a tal hora? ¿Dónde está tu papá, tu mamá? ¿Quién te vio dónde estabas a tal hora? Y le dicen más: Aquí no estamos jugando, el aire, el agua, la tierra, las montañas hablan y dicen que vos fuiste. Y él, con el sentimiento, dice: Sí, yo fui”.

“EL SEGUNDO CASTIGO ES REPARAR EL DAÑO”


Después de confesar, la persona también tiene que pedir perdón, devolver lo robado, reparar la puerta que rompió para entrar a la casa a robar, y dejar todas las cosas como estaban. Ése es el segundo castigo: reparar el daño. Si golpeó a alguien, tiene que pagar su curación y mantenimiento hasta dejarlo sano. Eso es duro, no es fácil. ¿Quién va a ser el bruto que saquea una casa si mañana le toca ir delante de todos a devolver las cosas que se llevó? Mejor prefiere trabajar y no hacer fechorías y sinvergüenzadas”.

Obtener la verdad es un elemento medular de la justicia maya. Hacer justicia es encontrar la verdad. La investigación inicial arroja alguna información. Es la Sik’nik, momento en que se llama o visita a los involucrados para acopiar información en sondeos casa por casa. Pero la Utaik utatb’ixik ri tzij es el momento de la búsqueda de la verdad entre todos, el momento en que se cede la palabra a la comunidad.

Los testigos -que pueden ser terceras partes no interesadas, familiares de las víctimas o familiares del acusado- cuentan lo que vieron. Cada uno da su versión dirigiéndose a toda la comunidad y no da explicaciones a la parte rival. La expresión quiché q’atb’altzij está asociada a la veracidad de las palabras o versiones de los hechos de los implicados en la disputa, como observa Sieder. Por eso la investigación supone la escucha de todas las partes. Pero la verdad plena sólo puede ser producida mediante un diálogo que busca penetrar en las motivaciones más profundas. Por tanto, hay investigación y confesión.

El momento y los encargados de encontrar “la verdad” difieren en el sistema oficial y en el indígena. Según Sieder: “Para las autoridades indígenas, los culpables deben decir la verdad, reconocer su error y comprometerse a reparar el daño. En el sistema de justicia oficial los acusados no se pueden incriminar a través de la confesión, más bien son los servicios de la fiscalía los que tienen que probar su culpabilidad”. La Kuyb’al mak es el reconocimiento de la falta y la petición de perdón. La Defensoría maya insiste en que es un acto de doble vía porque debe ser aceptado por la parte ofendida.

Después de la confesión, petición de perdón y aceptación de dicha petición viene la reparación de los daños. La restitución es una práctica común en el derecho maya. Los culpables deben devolver lo robado, reparar la puerta violentada, costear la curación de los lesionados, mantener a los hijos de los asesinados. A esa situación conducen la Usachik mak y la Utoji’k mak, los momentos en que las partes definen la reparación de los daños y perjuicios y la totalidad de las sanciones. Sobre ese resarcimiento se espera el olvido paulatino de lo que ocurrió.


“ESE CASTIGO FUNCIONA”


“Aquí hay mareros tatuados. Los mareros vienen de la capital y algunos ya nacieron aquí. Tatuados con 18, tatuados con 13. No sé qué dibujo tienen, hasta en las espaldas, en las manos… ¡hasta en la frente! Había paredes pintadas en todos lados. ¿Cuál es el motivo de dejar pintadas las paredes? Las paredes que encontrábamos pintadas hacíamos que, por favor, las limpiaran con sus manos. No hay que meter brocha ahí. Agua sí, pero ningún material. Ningún yeso ni otro material que lo borre. Tienen que limpiar con sus dedos. ¿Se les raspa el dedo? Pues que se raspe el dedo. Pero la pared tiene que quedar como estaba. ¿Quién es el bruto que va a pintar una pared si mañana la tiene que limpiar con sus dedos? Es costoso, ¿no? La ley dice que eso es una gran injusticia. Pero eso funciona”.

Algunos castigos son acciones metafóricas: así como Sieder menciona a un grupo de tres jóvenes que fueron obligados a cargar las llantas del pick up robado, unos mareros en Tunajá fueron obligados a cargar el cadáver de su víctima (cargar como metáfora de hacerse cargo) y otros a despintar con sus manos la pared manchada con el grafiti (los dedos sufren lo que la pared padeció). Borrar la pinta en la pared combina la restitución con el castigo físico y se ejecuta mediante un simbolismo aleccionador. Pero no impone un castigo físico sin sentido, que no beneficia a nadie, sino un castigo que retorna las cosas a su situación previa al delito: la pared a su estado limpio y el delincuente a ser de nuevo persona y miembro de la comunidad, a fin de que la comunidad vuelva a la situación previa al delito.

“AQUÍ NO HAY DIABLO, SON LAS PERSONAS”


“Nosotros el objetivo que logramos es ser responsables. Los padres de la familia, los abuelos, los tíos y las tías y las abuelas y madres, porque las mujeres también se involucraron. Y así ya tenemos 18 años de haber llegado a esta solución. Esa fue la solución que encontramos aquí en Zacualpa. Y doy gracias a Dios por ella, porque no soy un rey, no soy un poderoso ni tengo un título. Ni he pasado por la universidad. Sólo tengo una barbita larguita, un poco. Pero no soy barbudo ni soy un superior. Soy una persona del campo y aquí todos somos gente simple. Y aun así tuvimos el cuidado de dejar constancia. La discusión fue grabada y los acuerdos quedaron escritos en un acta.

Gracias a eso logramos que Zacualpa fuera sana. Lo conseguimos en las 38 aldeas. Hemos logrado curarlas porque trabajamos bien. Gracias a Dios y a los que están fuera del país. Las remesas ya entran normales y algunos ya construyeron casas y escuelas, ya hicieron carreteras, ya mejoraron. Yo digo que estamos en paz.

Cuando empezamos a poner orden, encontramos problemas con los bolseadores que llegan a las fiestas y meten mano en las bolsas o cortan bolsas con cuchillo, y esos sí no son de aquí. Son de Sololá y Chichicastenango. Ésos son los que vienen con magia. Tienen magia porque uno no siente cuando cortan la bolsa ni cuando sacan el dinero. Investigamos quiénes eran. Los sacerdotes ayudan, porque, como le dije, tenemos un glifo en nuestra vida, nuestro nawal, desde el día en que nacemos, y ése lo hemos dejado perdido, porque si valoráramos eso, sabríamos que somos más transparentes que el vidrio. Tenemos un valor, y eso se ve. Casi igual que los perros huelen las cosas y oyen las cosas, eso se nota. Los españoles cuando vinieron nos oprimieron, nos quitaron la vida… Nos decían: No hay que hacer eso, muchá, que es el diablo. ¿Cuál diablo? Si aquí no hay diablo. El diablo es como la electricidad: el polo positivo, el polo negativo… eso sí hay. A veces uno se mete a hacer fechorías porque la debilidad del cuerpo es cuando estamos neutros. No es el diablo. Ellos dijeron que hay diablo, pero aquí no hay. Todas esas cosas son parte de nuestra vida.

El problema son las personas. Pero si hacemos lo que hicimos, esa persona ya está controlada por la comunidad. Vimos quién es y no lo va a volver a hacer. Ya lo tenemos controlado: dónde va, dónde anda, qué está haciendo. Y así protegemos los bienes de la comunidad. Porque todos tenemos algo: aquel tiene ganado, aquel otro tiene bastante terreno, aquél de allá tiene una buena mujer, otro tiene una buena casa. A ellos están invadiéndoles, haciéndoles gran daño. Todos están luchando. El que tiene su ganado no es porque lo dejó ahí amarrado y se sentó hasta que el ganado creció solito. Todo hay que lucharlo. Si tiene 20 ó 30 gallinas, hay que darles maíz. Si tienes una tu casita, hay que luchar haciéndola. Ni siquiera un vecino va a venir a decirte: ¿Vas a querer unas tus dos piedras, vos, o querés un costal de arena? El que lucha tiene, el que no lucha no tiene. Y vienen los ladrones a hacerle daño a eso. No es justo”.

OBJETIVO: CONSERVAR EL ORDEN DE LA COMUNIDAD


Hay un orden en la comunidad y una distribución de funciones y de proveedores de gallinas, huevos, carne de res, leche. El robo altera ese orden y falta a la ética de la retribución, que don Manuel enfatiza. El objetivo de la justicia maya es conservar ese orden. La alusión a que “aquel de allá tiene una buena mujer” es una alusión probable al problema de los adulterios o las violaciones, con las que tiene que tratar la justicia maya. El asunto no es la propiedad en sí misma (porque todos tenemos algo), sino las relaciones sociales implicadas, tanto en la posesión como en los vínculos de pareja. Por eso, como Flores observa, “la legalidad maya puede ser visualizada, más bien, como la expresión de normas sociales fuertemente compartidas que entran en juego bajo una responsabilidad corporativa que en último caso atañe y repercute en toda la comunidad”.

“LO QUE CONSEGUIMOS SE ESTÁ DESTRUYENDO”


“Ahora estamos tristes porque todo lo que conseguimos desde 1999 se está destruyendo. Han vuelto a matar a gente en sus casas y muchos se han ido huyendo, y a saber dónde se van. Ya no van a sembrar. Sus terrenos los dejan abandonados. Su ganado lo dejan regalado. ¿Quiénes son los que hacen eso? La gente. Pudieran venir tigres o saltar un animal de la montaña comiendo gente. Todo eso lo podemos enfrentar y acabar. Si hay una serpiente que viene de la montaña a devorar gente, vamos a defendernos. No vamos a huir. Pero de los problemas con la gente muchos huyen.

En estos meses asesinaron a un pastor, en una fiesta que pasó parece que asesinaron a una patoja. En un año han asesinado a cinco o seis personas y han saqueado tiendas en el centro y ferreterías. ¿Y qué hace la autoridad? ¿Quiénes fueron los hechores? Dicen que no los conocen. Pero yo tengo dudas de eso. Discúlpeme: mi lengua es larga, pero tengo dudas. Esto no es como en la capital. Aquí conocemos todas las caras, los horarios de todos los vecinos. En nuestras investigaciones anteriormente no le echamos la culpa a nadie de fuera. Sabíamos que las fechorías las cometían las mismas familias de aquí. Y así solucionamos unos cinco mil casos.

Pero ahora es más complicado. Antes no había mucho uso de celulares. Ahora ya hay internet y de todo. Ahora ya se fregó más. A veces nosotros los indígenas no somos muy capaces para eso. Internet es un gran servicio. Yo no uso eso. Sólo uso un “frijolito” (celular con funciones elementales). Lo ocupo para cualquier trabajo que voy a hacer. No entiendo internet. Habrá ahí cosas bonitas, digo yo. Hay medicinas, hay plantas medicinales, hay crianza de ganado, hay crianza de pollos, crianza de cerdos. Si un muchacho de 17 años estudia ahí sobre una planta medicinal, sale un buen doctor. Un joven ahí puede aprender cómo criar pollos. Pero no lo ocupan para eso, sino para saber quién es el que quiere novio, quién se ofrece para serlo, quién tiene dinero, quién vende marihuana… Están libres para hacer ese uso. Por eso el internet trae un serio problema en la sociedad cuando no tenemos educación sobre cómo utilizar el aparato”.

“QUE ELLOS HAGAN LA JUSTICIA”


“Ahora sí ya empezó la enfermedad otra vez porque los partidos políticos nos han dividido. Y también por los de los derechos humanos, que creen que si salvaron de 20 azotes a una persona ya hicieron justicia. ¿Dónde está el artículo constitucional donde habla de esos castigos?, dicen ellos. Si no aparece en la Constitución, dicen que es una violación de los derechos. Algunos fueron a denunciar a los COCODES y alcaldes auxiliares al juzgado y dijeron que les violaron sus derechos. Por eso ahora dejamos la justicia en manos de ellos. Pero vemos que no están haciendo nada. Si la gente va a hacer linchamiento otra vez, ya nosotros no tenemos la culpa, sino las autoridades del gobierno.

No entiendo por qué no detienen la delincuencia, si es fácil. Ellos, que son abogados y que trabajan eso, ni conocen la Constitución de Guatemala, y menos nosotros, en el campo, que trabajamos con el azadón día a día. Yo como medio autoridad no conozco muy bien la Constitución del pueblo de Guatemala. Los campesinos, los jóvenes… no la conocen. A veces ni conocen la Biblia, aunque digan que son católicos o evangélicos. Y por eso parece que nos contradecimos: la Constitución del pueblo de Guatemala es una cosa y la comunidad es otra.

Hoy ya llevamos cuatro años de que entraron ellos, pues que la justicia la hagan ellos. Ya no estamos actuando.Es lamentable cómo hablan ahora los de los derechos humanos. Dicen que todos tenemos el derecho de vivir. No hay derecho de quitar la vida. Nadie lo tiene. Esa palabra nos suena bonita, pero vemos que ¿quién ordena a los ladrones a matar a alguien que está tranquilo en su casa? Muere el mejor agricultor, muere el campesino, muere el comerciante… Porque si tengo diez quetzales en la bolsa es porque he madrugado para hacer un negocio por ahí y ganar un pisto. ¿Por qué me van a quitar mi vida? El comerciante no está haciendo daño a nadie. El agricultor no está haciendo daño a nadie. Está dando comida y paga al que hace los fertilizantes, los insecticidas, los fungicidas y a los que venden las semillas. Está dando comida a todos. Saca el producto, vende en la plaza, comemos todos, comen los niños, compra los insumos. Pero viene el que hace fechorías a quitarle la vida. Y se la quita al que tiene un valor: al que da comida a nuestro municipio. Y luego vienen los de los derechos humanos a decir que no hay que quitarle la vida al que lo mató. Nosotros no le quitamos la vida a nadie, tampoco queremos que anden quitándonos la vida.

“EL ESTADO NO NOS QUIERE”


La Policía Nacional Civil acaba de regresar a Zacualpa. Ahora están diciendo que los COCODES tienen que colaborar con ellos: capturar a los que hacen fechorías y llevárselos a ellos. Eso parece lógico. Pero la Policía Nacional Civil no es apta para hacer justicia. El Ministerio Público tiene la función de investigar. El que hace justicia es el juez. Como hay una ley contra la corrupción, los jueces no deben agarrar sobornos. Pero ¿quién dice que no lo agarran? Si el que hace fechorías les entrega un buen manojo… Por el dinero nos vendemos a todo. Y los jueces no hacen nada. Atrapan a uno, lo llevan a juzgado y ahí dicen: huyó, se perdió el papel donde escribieron del caso, se murió. Eso es lo que está sucediendo otra vez acá en Zacualpa. Ese es el problema: violan nuestro derecho como pueblo.

Los jueces no nos quieren. Yo les digo sinceramente que el Estado no nos quiere ver porque no quiere reconocernos. No podemos comunicarnos con la Policía Nacional Civil. El Ministerio Público también no nos quiere reconocer. Nos dicen que estamos en contra la ley. Pero tuvimos una solución y buenos resultados. ¿De qué nos sirve levantar la mano empuñada? (Alude al logo de campaña del presidente defenestrado Otto Pérez Molina). ¿Qué va a hacer la mano empuñada? Sólo herirnos. Nosotros buscamos la solución con los padres, los familiares y, sobre todo, responsabilizar al pueblo”.

¿DERECHOS HUMANOS VERSUS JUSTICIA MAYA?


La intervención y censura, a menudo desinformada y/o abusiva de organismos de derechos humanos ha dejado como sedimento una polarización en las posiciones que se expresan mediante la falsa dicotomía “derecho maya o derechos humanos”. Esa disyuntiva dibuja gran parte de las coordenadas en que el debate sobre el pluralismo jurídico se lleva a cabo y mina las posibilidades de entendimiento y colaboración entre los dos sistemas jurídicos.

Aunque no faltan los analistas que rechazan el intervencionismo de las ONG internacionales y agencias de desarrollo que pretenden “regular la costumbre” y “aplicar una forma de censura a las expresiones propias de justicia de los pueblos mayas”, el monitoreo de medios de comunicación arroja un predominio de los anatemas hacia la justicia maya en nombre de procedimientos que se presumen más civilizados y objetivos. Ese trasfondo adverso explica la reacción de don Manuel, que procedió a mostrar el caos que retorna en ausencia de la justicia maya, a reiterar la búsqueda de la responsabilidad que la justicia maya persigue y hacer la comparación de los dos sistemas.


“EN LA CÁRCEL LES ENSEÑAN MÁS FECHORÍAS”


“Ahora la ley del Estado no está haciendo nada, nada. Y el juez, ¿cuánto está ganando? Y el Ministerio Público, ¿cuánto está ganando? Y ¿cuánto dinero está gastando el Estado ahí? Nosotros todo esto lo hemos hecho sin ningún incentivo. Ningún dinero. Ninguna ONG nos apoyó. Todo lo hicimos nosotros. ¿Con qué vehículos hacíamos la investigación? A pata. Muchas veces saliendo en la noche y aguantando hambre. Gracias a Dios, yo aguanto hambre. Puedo pasar tres días sin comer y aguanto. La falta de comida no me detiene.

La justicia maya tiene cinco puntos específicos: reparar el daño, la vergüenza ante todos, el azote que le toca, la familia que se responsabiliza y los pastores o cualquier persona que le dan una plática, que es la Pixab’, un recuerdo de las sabias enseñanzas de nuestros padres y abuelos. No es igual que la policía. Sentencia al esposo, lo meten en la cárcel… Ahora piden cinco mil quetzales de talacha (pago para no ser golpeado en la cárcel, aunque el uso más general del término designa cualquier reunión de un fondo entre un grupo de personas). Para pagar la talacha hipoteca su terreno porque no tenemos dinero. Tiene que prestarlo e hipotecar el terreno o vender su casa. ¿Quién va a sufrir? Los niños, la mujer. Nada tiene que ver la mujer con las fechorías, pero va a sufrir la mayor parte. El niño se queda sin educación. Y el hombre, ¿qué va a hacer allá en la cárcel? ¿Quién lo va a corregir allá? Si ahí hay unos que te van a enseñar más fechorías. Si sos chambón, ahí lo vas a aprender mejor. Cuando ya regresés, serás ladrón fino. La cárcel no es la solución. No hay solución allá. Más bien en la cárcel ya han matado a varios. De aquí mataron a un muchacho hace como dos meses. Dicen que fumaba marihuana, pero a saber. Dicen que lo llevaron a la cárcel, y como no tenía pisto para pagar la talacha lo mataron. En 24 horas regresaron a verlo sus papás y ya estaba muerto. A pura patada, a golpes. Así terminan los castigos del gobierno, con la muerte de los que encierran en la cárcel o un peor comportamiento”.

Don Manuel replica a las descalificaciones de la justicia maya. La comparación que hace se concentra en la dureza del castigo y el resultado final: la justicia oficial castiga con la muerte -aunque no lo pretenda subjetivamente- y no restituye la armonía comunitaria. Pero a lo largo de su relato han aflorado otros elementos de contraste que explican por qué un sistema puede -si concurren las condiciones adecuadas- conducir a unos o a otros resultados.

Sintetizando la argumentación de don Manuel en términos kantianos, podemos decir que en la justicia del Estado-nación se busca una mera legalidad (conformidad de los actos con la ley, obrar apegados al derecho) y en la justicia maya se busca una moralidad de las acciones, es decir, que el deber -para con la comunidad- sea el móvil de las acciones. Por eso la conversación y los consejos buscan recrear la situación en la que se renuevan los votos del deber para con la comunidad: se produce el arrepentimiento y la convicción de la necesidad de obrar conforme a las normas establecidas. Se renueva el contrato social. Para el cumplimiento de las leyes oficiales, el sujeto se somete, movido por el deseo de evitar manchas en el expediente policial, darle el esquinazo a una demanda, escapar a unos meses en la cárcel o a una abultada multa. El cumplimiento de la justicia maya implica conformidad interior con el cumplimiento de las normas porque se les ha enseñado -y el proceso judicial maya sirve para recordarlo- que las normas sirven para proteger a la comunidad.


EL SISTEMA MAYA TIENE UN TALANTE ESPIRITUAL


El cuadro comparativo de la siguiente página recoge la argumentación de don Manuel y contrasta las características del sistema oficial en los mismos rubros. Vemos que el sistema oficial tiene un enfoque técnico, se rige por el legalismo (adecuación de la conducta a lo que no está tipificado como delito), se interesa por móviles mecánicos y se conforma con la adjudicación de la culpa. El sistema maya tiene un talante marcadamente espiritual (cada detalle adquiere sentido cuando se muestra su lugar en una cosmovisión religiosa), su meta es moral (aceptación interna de las normas y la culpa, es decir, contrición y no sólo atrición), y busca la comprensión del mal y la producción de la verdad, que es el primer paso hacia el arrepentimiento, la reparación de los daños y la reintegración a la comunidad para restaurar su armonía.


El paradigma racionalista de la conducta humana descansa sobre el supuesto de que la persona realiza elecciones libres. Por eso la práctica jurídica se concentra en establecer correlaciones entre los delitos y los móviles. El principal producto de este nexo es el establecimiento de la culpabilidad. El derecho maya busca comprender, porque según su antropología quien atenta contra la armonía comunitaria no es una persona cabal y esa deshumanización debe ser esclarecida ante sí mismo y ante la comunidad por el sujeto que delinquió, con las autoridades indígenas como parteras. Hay un misterio en el mal y no una cadena de hechos. La secuencia del mal no es un asunto a ser resuelto por los especialistas, con todas sus técnicas forenses y su identificación de huellas dactilares. El mal no se muestra a la vista: está en el corazón humano. Y sólo el diálogo puede mostrar su rostro y su porqué.

En el cuadro vemos que la justicia maya opera a la inversa de lo que Boaventura de Sousa detectó en la justicia oficial: es estricta en lo ético y laxa en los formalismos. Como Kant observó, “los deberes nacidos de la legislación jurídica sólo pueden ser externos”. Los de la legislación maya tienen que ser internos. Una se basa en una doctrina del derecho y otra en una doctrina de la virtud. De donde podemos inferir que en el sistema maya el horizonte no es el estado de derecho del liberalismo, sino el estado de virtud. Este estado es un horizonte, cuya realización plena requiere ausencia de coacciones. Presentar la justicia maya como acabada y perfecta en sus procedimientos judiciales -una especie de fin de la historia jurídica y realización de una utopía- es una manera de deshumanizar el derecho maya.

Las diferencias entre los dos sistemas de justicia motivan reflexiones como la de Boaventura de Sousa Santos: “Lo que es un proceso adecuado para un sistema indígena, ¿es lo mismo que un debido proceso para el sistema jurídico oficial? No lo es. Pero el sistema indígena tiene también su debido proceso. Lo importante en el constitucionalismo intercultural es que si hay diferencias, el objetivo no es un consenso por la uniformidad sino un consenso sobre el reconocimiento de las diferencias. Y aquí hay un principio fundamental para el constitucionalismo intercultural: las diferencias exigen instituciones apropiadas, las semejanzas exigen instituciones compartidas”.

EL DESAFÍO DE LA JUSTICIA MAYA


Esto presenta desafíos al pluralismo jurídico: ¿Cómo compatibilizar el respeto al debido proceso de la justicia oficial sin perder los elementos que en el sistema maya garantizan un retorno o aproximación a la armonía comunitaria? Con las instituciones apropiadas. ¿Cómo lograr un diálogo y colaboración entre ambos sistemas, en lugar de la mutua descalificación que actualmente predomina? Con las instituciones compartidas.

Las instituciones apropiadas son el reto primigenio. Hay un aspecto medular de la justicia maya que vincula su cosmovisión y sus procedimientos, y que hace preferible que los conflictos en las comunidades mayas sean ventilados y resueltos en sus tribunales comunitarios, donde los problemas pueden recibir el tratamiento apropiado -espiritual- acorde con su cosmovisión. Como dijo Santos: “Si yo quiero ir a la Luna, uso la ciencia, pero si quiero preservar la biodiversidad necesito además del conocimiento indígena. Entonces, sostengo la idea de que hoy necesitamos lo que llamo una ecología de saberes”. Siguiendo la misma lógica: si quiero preservar la comunidad y darle armonía, utilizo la justicia maya y no los tecnicismos legales de la justicia oficial.


INVESTIGADOR DE LA UNIVERSIDAD CENTROAMERICANA JOSÉ SIMEÓN CAÑAS DE EL SALVADOR E INVESTIGADOR ASOCIADO DEL INSTITUTO DE INVESTIGACIÒNY PROYECCIÓN SOCIAL SOBRE DINÁMICAS GLOBALES Y TERRITORIALES (IDGT) DE LA UNIVERSIDAD RAFAEL LANDÍVAR DE GUATEMALA.

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