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Universidad Centroamericana - UCA  
  Número 393 | Diciembre 2014

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Centroamérica

¿Quién teme al voto de los latinos indocumentados?

El alivio migratorio anunciado por Obama en noviembre suspende la deportación para más de 5 millones 200 mil indocumentados. Ese respiro podría beneficiar a unos 850 mil centroamericanos. Las medidas de Obama dejan fuera a otra mitad, a otros 5 millones 800 mil indocumentados. ¿Qué viene después? Para los inmigrantes latinos lograr el derecho al voto es determinante para su futuro en Estados Unidos. Y cuando puedan votar, ¿quiénes le temen a ese voto?

José Luis Rocha

El 4 de noviembre se celebraron en Estados Unidos las elecciones de medio período. Son comicios que suscitan menos afluencia que la contienda por la silla presidencial. Sólo concurrió un 36% de los potenciales electores, 22 puntos porcentuales menos que en las presidenciales de 2012 y 26 menos que en las de 2008. Sin embargo, deciden temas álgidos y definen la correlación de fuerzas que deja al Presidente gobernando con un parlamento a su favor o -como de hecho ocurrió, confirmando todos los pronósticos- bregando contra la corriente de un Poder Legislativo dominado por la oposición.

El objetivo burocrático de estas elecciones fue la renovación de los 435 escaños de la Cámara de Representantes y de 36 de los 100 asientos del Senado. Los estadounidenses también eligieron gobernadores en 36 estados, designaron 46 cuerpos legislativos estatales y otros cargos de rango medio. Y en algunos estados decidieron sobre el salario mínimo, el aborto, el control de armas y la legalización de la marihuana para usos medicinales o recreativos. A un costo de 3 mil 700 millones de dólares, fueron las elecciones más caras en la historia de Estados Unidos y las que menos concurrencia han logrado desde el 34% que votó en 1942, en plena Segunda Guerra Mundial. El 36% de participación también supuso un ominoso descenso en comparación con el 41% en elecciones similares en 2010.

¿CUÁNTO PESAN ELECTORALMENTE
LOS LATINOS?

En las elecciones del 4 de noviembre se efectuaron 146 referéndums a nivel estatal para decidir sobre asuntos tan dispares como la legalización de la marihuana o el salario mínimo. No hubo ningún referéndum sobre los inmigrantes -mayoritariamente latinos-, pese a que, con un 7% de interesados, ocupa el quinto lugar entre los tópicos que más importan a los estadounidenses, después de la economía (17%), el mal gobierno (16%), el paro (10%) y el acceso a la sanidad (8%). Quizás el referéndum sobre los inmigrantes latinos -del que no pueden dejar de tomar nota los políticos- son las encuestas: 79% quiere para los indocumentados algún tipo de regularización, 62% que se les conceda la ciudadanía y 17% la residencia. 19% quiere que sean deportados. O quizás el referéndum ocurre todos los días en la calle. Se cuenta por desaires cotidianos, palmaditas tibias y contratos, defensa de sus derechos, aceptación entre los fieles de las distintas iglesias…

En cualquier caso, el destino de los inmigrantes latinos y el camino hacia la regularización de los latinos indocumentados están marcados -para su bien y para su mal- por el hecho de que, como conjunto étnico, no sólo son objeto de votación. Gradualmente han ido conformando un visible y audible segmento del electorado, al que dirigir propuestas específicas. Porque pueden pagar en votos su potencial ha ido creciendo. En estas elecciones 25 millones 200 mil tuvieron la posibilidad de votar, el 11% de todos los potenciales electores. Son más del doble que en 1994 (10 millones 300 mil) y más del triple que en 1986 (7 millones 500 mil). Desde 2010 han crecido en 3 millones 900 mil. Eran entonces el 10% de los electores. Esta vez los latinos representaron entre el 17% y el 9.5% del electorado en cuatro de los estados donde fueron elegidos gobernadores: Florida, Colorado, Connecticut e Illinois.

¿Y CUÁNTO PESAN
LOS CENTROAMERICANOS?

Un millón 600 mil ciudadanos estadounidenses de origen centroamericano en edad de votar son todavía una fracción ínfima del electorado estadounidense: 0.76%. Pero su peso relativo entre los potenciales votantes latinos ha ido creciendo hasta alcanzar más del 7%. Su reducido peso electoral se debe en parte a su menor volumen poblacional y también a su carencia de documentos y a su menor acceso a la ciudadanía.

Si en la población total de Estados Unidos el 70% es un potencial votante y entre los latinos lo es el 45%, entre los centroamericanos está habilitado para votar el 39%: 54% de los nicaragüenses, 40% de los salvadoreños, 36% de los hondureños y 35% de los guatemaltecos.

Pese a su bajo número, algunos centroamericanos se han colocado en puestos prominentes del gobierno federal y las administraciones locales. Destaca Hilda Lucía Solís Sequeira, mexicano-nicaragüense, que fue congresista representando el este de Los Ángeles durante ocho años en el Senado de California y luego Secretaria del Trabajo de la primera administración de Obama. Y el guatemalteco David Campos, nacido en Puerto Barrios, que inmigró sin documentos a los 14 años, en los años 80. Durante su gestión como legislador -entre otros cargos notorios en el gobierno local- apoyó y redactó proyectos de ley sobre el estatus de ciudad santuario de San Francisco, el transporte público gratuito para jóvenes de bajos ingresos y el programa CleanPowerSF, orientado a abastecer a San Francisco con más energía eléctrica proveniente de fuentes renovables.

LOS LATINOS,
¿VOTAN O SE ABSTIENEN?

El destino de los inmigrantes latinos está vinculado a sus preferencias políticas y a la posibilidad de que inclinen la balanza de uno u otro lado.

Sobre su comportamiento, destaca su escasa concurrencia a las urnas: en 2010, sólo el 31.2% de los empadronados votó, una tasa muy inferior a la de afroamericanos (44%) y blancos (48.6%). El Pew Hispanic Center ha identificado dos causas principales del absten-cionismo entre los latinos. Una, los jóvenes suelen ser menos propensos a votar y en la población latina la juventud tiene un alto peso demográfico (33% de los potenciales electores latinos tienen entre 18 y 29 años, situación que es sólo el 18% entre los votantes blancos, el 21% entre los asiáticos y el 25% entre los afrodescendientes). Otra razón: casi la mitad de los potenciales electores latinos residen en California y Texas, estados que no han sido campos de batalla decisivos en comicios presidenciales recientes, lo que ha producido una escasez relativa de atención hacia el electorado latino en esos estados.

Otros elementos también han restado atención de los políticos hacia el voto latino. Por ejemplo, en Florida se decidió la legalización de la marihuana. En ese estado los latinos son más del 17% de los potenciales electores. Pero su posición ante la marihuana está dividida casi mitad y mitad, como la del electorado promedio. Una situación semejante se registró con el tema del aborto en Colorado, donde los latinos son el 14.2% de los potenciales votantes. En Alabama y Washington se decidió sobre el control de armas, que los latinos favorecen (62%) en mucha mayor medida que el promedio de los electores (45%). Pero en esos estados los latinos apenas representan el 1.6% y el 6.1% de los potenciales electores. En varios estados, por diversas razones, no tenía sentido invertir en la conquista del voto latino.

Pero éste es un análisis centrado en la oferta política, en las reacciones del mercado electoral frente a los productos e incitaciones de los grandes partidos y sus líderes. Sin embargo, los electores pueden tener motivos para votar o no votar que nada tienen que ver con los estímulos de los polí¬ticos. Esas motivaciones se barruntan cuando se di¬secciona el promedio del comportamiento electoral para rastrear las diferencias por nacionalidad de origen. Casi la mitad de los cubanos registrados para votar hacen uso de su derecho. Entre los mexicanos, sólo lo hace el 28.7%. Es presumible que la tasa promedio entre los centroamericanos sea inferior a la de los mexicanos, tomando en cuenta que sólo el 34% de los mexicanos que residen en Estados Unidos nacieron en el exterior, situación en que se encuentra el 47%, 60%, 65% y 78% de los nicaragüenses, salvadoreños, guate¬maltecos y hondureños. La mayor o menor inserción legal de un grupo nacional como conjunto puede ser un factor que afecte el uso de su derecho al sufragio. Y esa inserción probablemente también afecta sus preferencias políticas.¬

¿POR QUIÉN VOTAN:
¿DEMÓCRATAS O REPUBLICANOS?

Se estima que el 62% de los latinos votó por los demócratas, una clara predilección si consideramos que los vota el 38% de los blancos. Sin embargo, es una preferencia que está muy por debajo del 89% de los afroamericanos, que desde hace muchos años son base fiel de los demócratas.

En los últimos años el sur se ha polarizado a la inversa de los viejos tiempos: blancos para los republicanos y negros para los demócratas. Los latinos tienen un voto dividido entre un -quizás menguante- agradecimiento a los republicanos y una dubitativa predilección por los demócratas, fundada en su discurso benévolo hacia los inmigrantes. En sus boletas se enfrentan la cosecha de gratitud por la distante amnistía que Reagan concedió en los años 80 y la apuesta por la veracidad de las promesas actuales de los demócratas sobre una reforma migratoria que incluya una vía hacia la ciudadanía para millones de indocumentados.

Mientras más cercanos a los indocumentados, los votantes latinos se inclinan más por los demócratas. Esto se debe en parte a que los latinos -según las encuestas- perciben a los demócratas como capaces de hacer un mejor trabajo con los inmigrantes, la economía y la política exterior, y a que culpan a los congresistas republicanos por el estancamiento de la reforma migratoria. Es una simpatía que se sostiene, pero que tiene cierta fragilidad visible en el 63% de los latinos que desaprueba la política de deportaciones de Obama, hecho comprensible en un conjunto donde uno de cada cuatro tiene un conocido que fue deportado o detenido por el ICE en 2013. Esta simpatía se vio ahora en las urnas para decidir gobernadores estatales. Los latinos votaron más por los demócratas que la media de cada estado: en California 73% versus 59%, en Florida 58% versus 47%, en Georgia 53% versus 45%, en New York 69% versus 54% y en Texas 55% versus 39%.

Ese respaldo latino a los demócratas lo pueden observar los republicanos con extremo recelo y actitudes divergentes, incluso polarizadas entre quienes apuestan por revertirlo y hacerse con el apoyo latino y quienes quieren disolverlo mediante las deportaciones.

El alineamiento partidario de los migrantes -por naciones y religión- ha sido una constante del sistema político estadounidense. Escoceses e irlandeses presbiterianos eran una trinidad indisoluble con los republicanos de Virginia en 1800-24. Les dieron tres presidentes: Jackson, Polk y Buchanan. Los irlandeses católicos han sido una fiel base social de los demócratas durante más de un siglo.

Una vasta mayoría de alemanes apoyó a los demócratas antes de 1850 y luego, en un tira y encoge salpicado de asperezas -pero con la opción anti-esclavista como común denominador-, Lincoln los ganó para la causa republicana. 1 millón 452 mil 970 alemanes llegaron a Estados Unidos en 1881-90 y, junto con muchos de sus predecesores, se convirtieron en un apoyo fiel que permitió a los republicanos aferrarse a la Casa Blanca de 1896 a 1930. Los escandinavos -sobre todo noruegos y suecos- eran base demócrata, pero la Guerra Civil los decantó hacia los republicanos por las mismas razones que a los alemanes: oposición a la esclavitud, opción por la vida campestre y diligente cortejo de los políticos republicanos.

DOS MORALIDADES: LA DEL “PADRE SEVERO”
Y LA DE LOS “PADRES PROVEEDORES”

¿De dónde viene esta simpatía latina por los demócratas, qué visos de sostenibilidad tiene en el mediano plazo y qué significa para las expectativas de regularización de los millones de indocumentados?

El especialista en lingüística cognitiva George Lakoff opina que en el abordaje de los temas migratorios se ha impuesto entre los republicanos un talante más conservador y entre los demócratas unas inclinaciones más liberales. La polarización del voto sureño puede ser tomada como un indicador de estos sesgos. ¿Qué significa esto según Lakoff? Lakoff distingue entre “Strict Father morality” y “Nurtu¬rant Parent morality”: la moralidad del padre severo y la moralidad de los padres proveedores.

Las posiciones hacia las políticas públicas están moldeadas según el tipo de moralidad que lo enmarca. Lakoff trabaja sobre esquemas mentales que enmarcan lo pensable. Al abordar el tema de la inmigración, los que piensan en el marco cognitivo del padre severo parten del hecho, para ellos incontrovertible, de que los migrantes ilegales infringieron la ley y deben ser castigados. Quienes los contratan no hacen más que dejarse arrastrar por su propio interés, cosa necesaria y por eso no puede decirse que estén haciendo nada malo. Desde la perspectiva de la metáfora de la nación como una gran familia, los migrantes ilegales no son ciudadanos. Por tanto, los estadounidenses pueden decir: no son los hijos de nuestra familia. Esperar que proveamos comida, casa y cuidados de salud a los migrantes ilegales es como esperar que alimentemos, alojemos y cuidemos a otros niños del vecindario que llegan a nuestra casa sin permiso. Ellos no fueron invitados, no tienen nada que hacer aquí. Y nosotros no tenemos la responsabilidad de hacernos cargo de ellos. Grosso modo, esta exposición refleja la perspectiva de muchos estadounidenses y particularmente del segmento blanco que se ha convertido en base social de los republicanos, un sector que se opone a los beneficios federales para los recién llegados y cree firmemente que los adolescentes centroamericanos beneficiados por DACA u otras medidas se fueron a instalar en sus estados.

Para la moralidad de los padres proveedores, los migran¬tes, personas sin poder ni malas intenciones, son vistos como niños inocentes necesitados de cuido. La mayoría de los inmigrantes ilegales caen en esta categoría. Son vistos como pobre gente inocente que busca una mejor vida y que a menudo son explotados, cuando por ejemplo, son llevados a Estados Unidos por empleadores deseosos de violar las leyes para incrementar su lucro. Por añadidura, son la condición de posibilidad del incremento de la base tributaria al permitir que los hogares de clase media cuenten con dos ingresos, gracias a que ellos proveen limpieza de la casa, cuido de los niños, jardinería y fast food a bajo costo. Y dado que los inmigrantes ilegales históricamente han terminado por convertirse en ciudadanos, deberían ser vistos como ciudadanos en formación. En el razonamiento correspondiente a la metáfora de la nación concebida como familia, lanzar a estos “niños” a la calle sería inmoral.

REAGAN Y BUSH: PADRES SEVEROS
OBAMA: PADRE PROVEEDOR

Lo que Lakoff quiere enfatizar por medio de esta distinción es que los políticos no están haciendo netamente un cálculo costo-beneficio o están simplemente dejándose marcar el camino por quienes se ciñen a ese cálculo. Las agendas conservadora y liberal son agendas de una raigambre moral anclada en determinados esquemas mentales.

Lakoff muestra cómo los políticos fabrican -y venden al gran público- imágenes que apelan a estos esquemas, que a menudo poco o nada tienen que ver con lo que esos políticos llevan a la práctica. Asumiendo el rol de padres severos, Reagan y Bush clamaron contra el despilfarro de los demócratas, al tiempo que añadieron 3 trillones de dólares a la deuda nacional al incrementar los gastos militares. El clamor liberalizador sirvió para reducir los impuestos a los más ricos. En rigor, el derroche en presupuesto militar y la reducción de impuestos no eran coherentes con su insistencia en una política de austeridad y de ordenamiento fiscal. Pero esas inconsistencias no hicieron que Reagan se sintiera inmoral ni embaucador, porque no eran tales desde su perspectiva: estaban orientadas por su rol de padre severo que adopta medidas drásticas para proteger a su familia-nación, amenazada por el comunismo. Ahora esa familia-nación aparece amenazada por el terrorismo y los narcotra¬ficantes. Nada más consistente con esa idea que los padres severos erijan muros fronterizos y refuercen la vigilancia. Su preocupación se nutre de “estudios” que muestran que los mareros son grupos entrenados por terroristas en Afganistán y constructores de un corredor para trasladar droga y migrantes desde Sudamérica hasta Los Ángeles.

La batalla ideológica en la política partidaria se libra en parte en la competencia por quién vende una imagen más comprable -ubicable en los marcos del pensamiento predominante- a su electorado. Si bien es cierto que ni los demócratas ni los republicanos pueden ser identificados con cada uno de estos marcos, es obvio que los discursos de Obama son los del “padre proveedor” y que por boca de muchos republicanos habla el padre severo. A esto hay que añadir que del bolsón republicano han salido los más hollywoodenses paladines de la xenofobia: el Sheriff Joe Arpaio, la gobernadora de Arizona Jan Brewer y el senador de Arizona Russell Pearce. Éstos y otros representan el rostro más agrio del padre severo y presumiblemente quienes los eligieron -Arpaio ya va por su sexto período como sheriff del condado de Maricopa- se sienten arrullados por ese rostro.

El problema es que los votantes tienen diversos marcos de pensamiento. Los discursos que hablan el lenguaje del padre severo pueden cosechar muchos votos en el nicho conservador WASP (White, Anglosaxon, Protestant) y muy pocos en otros sectores. Ese discurso quizás busca retener a la base sureña conservadora de los republicanos. Y también busca cuajar en medidas políticas que atajen un crecimiento de la base demócrata.

EL MIEDO A LOS NÚMEROS PEQUEÑOS

En lo que respecta a la retención de la base sureña conservadora, el discurso apela a un miedo que fue analizado hace ocho años por el antropólogo indio Arjun Appadurai en “Miedo a los números pequeños”, un penetrante libro que estudia el temor que las minorías étnicas suscitan en los grupos dominantes que perciben a esos “otros” como una amenaza a la pureza étnica, racial y cultural que atenta contra la esencia misma de la nación. Un narcisismo depredador busca poner fin a esas diferencias, que son máculas en el impoluto tejido nacional.

Appadurai analiza la eliminación violenta de esas diferencias. Pero los etnocidios son sólo el recurso más drástico de esas operaciones de limpieza. Hay muchos otros: freno a las migraciones, confinamiento geográfico de grupos étnicos, asimilación, etc. Algunos políticos republicanos dirigen su discurso anti-inmigrante a quienes se aferran a ese narcisismo nacionalista.

En lo que respecta a mantener estable o disminuir la base demócrata, los republicanos pueden estar experimentando un temor. En este caso, no a los números pequeños, sino a los muy grandes y crecientes del electorado latino y su futuro potencial.

Veamos algunos indicios que dan pábulo a los temores. Los latinos son el 11% de los potenciales electores en Estados Unidos. En Texas son el 27.4%, sólo superado por New Mexico, donde son el 40.1%. Pero Texas representa el 7.5% de los ciudadanos en edad de votar. Es una plaza fuerte donde los latinos, con una masiva regularización, podrían ser el fiel de la balanza, porque en Texas los latinos representan el 38.2% de la población y eso significa que una regularización incrementaría su peso electoral. Texas es uno de los estados donde existe una gigantesca brecha entre el porcentaje de latinos dentro del total de habitantes y el porcentaje de latinos en el total de potenciales electores. Las cifras nacionales para ambas categorías son 17% y 11%.

Texas, California y Nevada son los únicos estados donde entre una y otra categoría median más de 10 puntos porcentuales. Pero Nevada es un estado que no llega a los 2 millones de votantes. Y California es una plaza fuerte de los demócratas.

TEXAS: UN TERRITORIO EN DISPUTA

Con sus 26 millones de habitantes, 16 millones 500 mil electores y 9 millones 960 mil latinos, Texas es el iridiscente campo de batalla. Es el segundo estado más poblado de la Unión y quizás el único donde una legalización masiva de los latinos produciría una sustancial diferencia, en caso de que el resto de factores permanezca constante; y, más que ningún otro factor, la inclinación de los latinos hacia los demócratas.

Si el 70% de los latinos de Texas fuera un elector potencial, como ocurre a nivel nacional con la población estadounidense, tras una regularización tendríamos 2 millones 432 mil más latinos con derecho al voto. Un hipotético resultado de una amnistía migratoria, sobre la actual población haría que los potenciales electores latinos pasarían de 4 millones 540 mil a 6 millones 972 mil en cinco años o poco más. Si a eso le sumamos los nuevos electores latinos por crecimiento vegetativo, el impacto de la amnistía se multiplica. Supongamos que de esos más de 2 millones solamente el 60% haga uso de su derecho electoral. Tendríamos 1 millón 459 mil 200 nuevos votos, cantidad más que suficiente para que Texas deje de ser una plaza segura para los republicanos y se convierta en un terreno en disputa, como Florida, Colorado y Arizona, por mencionar sólo estados con fuerte presencia latina y muy poblados. A su vez, de aplicarse las mismas mutaciones, estos estados dejarían de ser terrenos reñidos para situarse como plazas fuertes demócratas.

El efecto que esa revolución demócrata tendría en decenas de distritos electorales es previsible: tal y como están las simpatías actuales de los latinos, el Congreso se teñiría de azul demócrata por muchos años. Quizás décadas. La situación sería en extremo desesperada para los republicanos si los nuevos votantes -por gratitud, por ejemplo- eligieran a los demócratas incluso en mayor proporción de lo que actualmente ya lo hacen los latinos. Los dos estados más poblados -California y Texas- serían indisputable propiedad política de los demócratas.

12 MILLONES... ¿DE REPUBLICANOS?
¿O DE DEMÓCRATAS?

Tomemos las elecciones presidenciales de 2012. Las ganaron los demócratas por 65.9 versus 60.9 millones de los republicanos. Si de los casi 53 millones de latinos, después de la amnistía migratoria y los años necesarios para acceder a la ciudadanía, el 65% -en lugar del actual 44.6%- fueran electores potenciales, tendríamos 10 millones 773 mil 800 más de potenciales electores. Supongamos que, de ellos, solamente la mitad se anima a ejercer su derecho al voto. Según las preferencias manifestadas por los latinos en 2012 (69% para Obama y 21% para Romney), esos nuevos votos hubieran dado por resultado 69.6 millones para los demócratas y 62 millones para los republicanos.

La proyección de este escenario sobre elecciones futuras vaticina que los republicanos podrían pasar décadas sin despachar desde la oficina oval. Es obvio que se requiere la confluencia de muchos elementos para que este escenario pase de potencia a acto. Pero la política es el arte de lo posible y por eso lo que importa no es lo que va a suceder realmente, sino los escenarios posibles que los políticos avizoran y amasan como materia prima para sus cálculos. Y éste es un escenario que puede tener mucho arrastre entre los republicanos más conservadores, pues nace de -y multiplica- el miedo a quedar reducidos a números pequeños.

Quizás más que otros gremios, el de los políticos vive en la caverna platónica, formándose opiniones a partir de las apariencias. Es propio del espacio político que las percepciones pesen tanto o más que las condiciones objetivas: la percepción de los delitos más que la tasa delictiva, la opinión sobre una gestión más que los logros constatables, la imagen de los corruptos más que los actos de corrupción. De la calumnia algo queda, bien supo y dijo Voltaire. Ese mundo de las percepciones es la arena donde confluyen el pánico de algunos WASP a convertirse en minoría y el temor de los republicanos a quedar confinados al papel de segundones por una larga temporada o incluso a la extinción como partido.

En 2007, durante un debate en compañía de Gayatri Chakravorty Spivak, la filósofa estadounidense Judith Butler dijo: “Una de las cosas que asustan del movimiento de legalización, tal y como se está articulando actualmente, es que puede crear 12 millones de republicanos, lo que no creo que ocurra. Pero no hay nada que impida que ocurra.”

Los republicanos temen que ese movimiento cree 12 millones de demócratas, lo cual es muy posible que no ocurra, pero cuya ocurrencia tiene antecedentes en la historia. Y puede ser el escenario que los republicanos quieren evitar a toda costa. La actitud de algunos republicanos ha sido reforzar el nativismo, en el más cerril estilo de los Know-Nothings, uno de los movimientos más curiosos de la historia de Estados Unidos.

EL KNOW-NOTHING PARTY:
UN MOVIMIENTO ANTI-CATÓLICO

La inmigración en Estados Unidos solía ser continua y voluminosa. Lo novedoso y alarmante para la población WASP, blanca, anglosajona y protestante, fue la enorme proporción de católicos entre los inmigrantes. Más de un tercio de los inmigrantes que llegaron entre fines de la década de 1830 y 1840, y casi la mitad del millón 700 mil que arribaron en 1841-50, eran católicos irlandeses. Ese acumulado y los recién llegados en la década de 1860 pintaron un cuadro donde la mitad -o casi tres quintos- de los inmigrantes eran católicos.

Sobre el pánico suscitado por esta germinal tendencia en el mapa religioso y sobre su hábil manipulación se montó un movimiento nativista y anti-católico, popularmente conocido como el Know-Nothing Party (oficialmente llamado American Party), que empezó como una suerte de sociedad secreta y se ganó este mordaz apelativo debido a que, cuando sus miembros eran interrogados sobre las actividades del movimiento, invariablemente respondían I know nothing. Sus miembros de segundo nivel se comprometían mediante juramento -en la medida de sus posibilidades- a remover a todos los extranjeros y católicos de las oficinas gubernamentales. Sus propósitos confesos eran controlar la influencia extranjera, purificar las urnas electorales y revertir los esfuerzos por excluir la Biblia de las escuelas públicas.

Los historiadores han identificado tres componentes en el nativismo estadounidense: xenofobia, anti-catolicismo -con raíces en las rivalidades religiosas y nacionales europeas- y racismo, nutrido por la convicción en la supremacía racial anglosajona. A éstos se suman su carácter recurrente, su fundamentación en la fe de que la sociedad puede y debe asimilar a los inmigrantes y su uso y abuso por la derecha radical. En los albores del siglo 19, asimilación significaba -en localidades como Newark- respetar el Sabath de la mayoría presbiteriana, que no sólo desaprobaba el consumo dominical de cerveza, sino que lo había declarado ilegal. La afición cervecera de los recién llegados alemanes iba muy a contrapelo de esa ordenanza puritana.

Asimilación también significaba que los alemanes debían suprimir las misas en su lengua y los irlandeses renunciar a sus procesiones típicamente católicas. Para castigar su renuencia a dejar a un lado sus costumbres, hasta mediados del siglo 19, durante la procesión del día de San Patricio, se hizo costumbre que los vándalos ahorcaran una efigie del santo, con una camándula de papas alrededor del cuello y una botella de whisky en el bolsillo.

SAMUEL MORSE
Y SU FURIA CONTRA LOS CATÓLICOS

Compartida por el segmento dominante de la población, la furia nativista no era asunto nuevo. En 1754, durante el pico de la intensidad nativista en Philadelphia, hubo iniciativas de ley para excluir a casi todos los inmigrantes alemanes.

Posteriormente algunas iniciativas xenófobas se centraron en exigir 21 años de residir en Estados Unidos para otorgar la nacionalidad. Ése fue lema de campaña electoral del Partido Nativista en 1834. En New York uno de los primeros arrebatos nativistas fue liderado por Samuel Morse, conocido hoy como inventor del telégrafo, pero más famoso en su época como político que buscaba limitar la inmigración desde países católicos. Digno hijo del Reverendo Jedediah Morse de Charlestown, que aterrado por la llegada de alemanes católicos había dirigido un sermón contra los Bavarian Illuminati. En 1834, bajo el seudónimo “Brutus”, Morse publicó en “The New York Observer” doce cartas que enseguida recicló en un libro titulado Foreign Conspiracy Against the Liberties of the United States, obra que hasta la década de 1860 fue muy leída. Ahí atacaba a la Leopold Foundation de Austria por su decidido apoyo a misioneros e indigentes de la iglesia católica en el Nuevo Mundo y urgía a la unificación del protestantismo contra las escuelas y asociaciones católicas y las tolerantes leyes de inmigración.

La iglesia católica era presentada como un cuerpo de curas y prelados, donde los laicos sólo deben obedecer y pagar, pero no ejercer la autoridad. “Podemos estar seguros -decía Morse- que hombres tan hábiles como los jesuitas no fallarán al usar el poder depositado en sus manos para causar gran daño a la República”. El panfleto de Morse cayó sobre el terreno fértil de la animadversión que la afluencia de irlandeses ya estaba suscitando en la Gran Manzana, y fue el combustible ideológico que animó el fuego con el que multitudes enardecidas asesinaron a católicos, quemaron casas de irlandeses, redujeron varios conventos e iglesias a cenizas y lanzaron monumentos -incluso un histórico obsequio papal- al río Potomac.

En 1855 el congresista Know-Nothing de Alabama, William Russell Smith, se dirigió a sus colegas en estos términos: “Yo no excluiría de estas costas a los extranjeros, pero quiero el privilegio de seleccionar su clase. No quiero los convictos pulgosos del continente europeo. No quiero esas hordas de paupérrimos, con pestilencia en sus pieles y hambruna en sus gargantas, que consumen el pan de nuestros nativos pobres. La caridad empieza por casa y prohíbe la llegada de esos vampiros renqueantes y plañideros. El enemigo es fortísimo. Por eso, que cada nativo cumpla con su tarea, que cada protestante sea un centinela en las atalayas de la libertad”.

PARA AMERICANIZAR Y CRISTIANIZAR
A LOS CATÓLICOS

Tras estas iniciativas e invectivas había una sociedad civil vigorosa y emprendedora, cimentada en agrupaciones que Tocqueville encomió como la garantía necesaria contra la tiranía de la mayoría.

La Louisiana Native American Association se adelantó casi dos décadas a las denuncias del congresista Russell Smith. En 1826 los protestantes de la costa este fundaron la American Home Missionary Society para difundir los valores y tradiciones del Este de Estados Unidos y para salvar al Oeste del catolicismo, pues temían que los agentes de Roma estaban decididos a extender los dominios papales y su credo monárquico, a expensas y en perjuicio de los ideales republicanos del protestantismo.

En 1844 The Boston Ladies’ Association for Evangelizing the West mostró su preocupación por la situación de los irlandeses, alemanes y escandinavos. Se preguntaban si la moral, la religión y la cultura de New England podrían florecer en las praderas occi-dentales, donde proliferaban las nocivas malas hierbas del ateísmo, el radicalismo, el catolicismo y la intemperancia de los recién llegados, cuyas nociones puramente negativas contrastaban con las ideas libertarias americanas. Había que americanizar y cristianizar a los católicos. Para lograr que sus feligreses abrieran sus monederos, los pastores y misioneros de New England no tuvieron reparo en pintar un fresco de los asentamientos del Este saturado de barbarie. Las antiguas colonias exhibían un sentimiento de superioridad frente a los recién llegados. Todos hablaban de ellos, ninguno a ellos, según observó en 1922 el historiador George M. Stephenson.

UN SÍNTOMA DEL PÁNICO
A VERSE REDUCIDOS A NÚMEROS PEQUEÑOS

Podemos encontrar ecos recientes de estos temores y ese maniqueísmo en las dos obras que más renombre dieron a Samuel Huntington, el ya fallecido politólogo de Harvard: The Clash of Civilizations y Who are we?.

En opinión de Edward Said, la primera es la malograda inflación, hasta cuajar en libro, de un artículo donde Huntington sostiene que las fuentes fundamentales de los conflictos mundiales no provendrán del ámbito ideológico o económico, sino del terreno cultural, y que el choque de civilizaciones dominará una política global marcada por el enfrentamiento entre el norte liberal, democrático, en gran parte cristiano y con una política secularizada, con el sur y el este autocráticos, en gran medida islamistas y con modelos de gobierno directa o indirectamente teocráticos. Who are we? es una reflexión sobre la identidad WASP de los estadounidenses, que presenta de forma refinada y sistemática temores populares ante la inmigración de los latinos: son predominantemente católicos, son pobres en un país con amplia clase media y han mostrado poca capacidad y voluntad de adaptación que, como mínimo, exige dejar de usar el español y renunciar a los matrimonios endógenos y a sus exóticas costumbres.

La masiva presencia y crecimiento de los latinos es un reto para el credo fundacional y el núcleo cultural estadounidense. Un reto a la identidad nacional. Incluso conservadores latinoamericanos, como Enrique Krauze en “Huntington: el falso profeta”, impugnaron su visión, que tiene más de sibilina que de científica. Krauze rebate una a una las tesis de Huntington -aunque concediendo que “la migración debe detenerse en algún momento e incluso revertirse”- con un celo digno de mejor causa. Los alegatos de Huntington componen un discurso que utiliza las imágenes y categorías de un marco de referencia conservador y apelan al “inconsciente cognitivo” de los aterrados para generar metas, planes, acciones y juicios. Ese discurso es un síntoma de un grupo social -y un sector académico- guiado por su pánico a quedar reducido a números pequeños, a sumergirse y diluirse en un océano de extraños.

A esos marcos de referencia apelaban los nativistas del siglo 19 con notable éxito. Sus empeños cuajaron en el Native American Party, nacido American Republican Party en 1843. Dos años después el American Party de los Know-Nothings ganó notoriedad y poco a poco fue engullendo el cuerpo de la Order of United Americans, su gemelo ideológico. Creció y bajó como la espuma. En 1850 cada estado y territorio tenía un consejo ejecutivo del American Party. En apenas cuatro meses -de octubre de 1854 a febrero de 1855- el partido saltó de 50 mil a 120 mil miembros. En New York la inclinación a prohibir o permitir escuelas católicas podía elevar o hundir carreras políticas. En 1854 los gobernadores de Massachusetts y Pennsylvania eran Know-Nothings, así como todos los miembros del senado de Massachusetts y 375 de sus 379 representantes. Al año siguiente, los Know-Nothings gobernaban en Rhode Island, Connecticut, New Hampshire, California y Kentucky, y añadieron Tennessee y Louisiana poco después. Nada menos que 100 congresistas compartían los puntos de vista del American Party.

¿POR QUÉ TRIUNFARON LOS NATIVISTAS
EN MASSACHUSETTS?

La abrumadora victoria de estas ideas en Massachusetts ha sido comidilla para los historiadores. Hay factores que la ex¬plican. En la costa este, sólo New York y New Orleans po¬drían rivalizar con Boston como puertas de ingreso de los nue¬vos inmigrantes. En apenas cinco años (1850-1855) la población de extranjeros sobre el total de población blanca pasó de 16.6% a 21.79%, la mayoría irlandeses, pues aunque en todo Estados Unidos los nacidos en Irlanda eran el 43% de los extranjeros, en Massachusetts eran el 71.41%.

Los votos de los irlandeses dieron por primera vez un chance a los demócratas en el que había sido un coto para solaz de los Whigs, partido que rivalizaba con los demócratas y cuya desintegración a mediados del siglo 19 dejó la cancha abierta a nuevos jugadores y peregrinas combinaciones de nativistas, conservadores y anti-esclavistas. Precisamente por su enorme tamaño y su amplio abanico programático, los Whigs se dividieron en distintas corrientes al abordar los temas candentes del momento: los cambios socio-económicos derivados de una acelerada industrialización y urbanización, los choques entre las diversas ramas del partido -esclavistas en el sur y pro-trabajo libre en el norte- y la conciliación del trabajo libre del capitalismo con el autogobierno popular, en el contexto de un boom de inmigrantes plebeyos. Los Know-Nothings ofrecían una plataforma simple, concentrada en la inmigración como chivo expiatorio. Era una oferta capaz de unificar al protestantismo anti-católico y xenófobo, que les permitió absorber a la base más conservadora de los Whigs. Particularmente en Massachusetts había abundante recelo y evidencia contra su chivo expiatorio: los trabajadores nativos temían que la afluencia de irlandeses atentara contra los salarios de la industria en Massachusetts, donde solían superar la media nacional.

En 1851 el estado de Massachusetts invirtió una fortuna (212 mil dólares) en socorrer a pobres sin residencia legal. De los 10,267 aplicantes, 8,527 eran extranjeros o hijos de extranjeros. El censo de 1850 mostró que ningún otro estado igualaba la carga que para Massachusetts suponía auxiliar a los paupérrimos extranjeros. Éstos sólo representaban el 16.6% de la población, pero eran el 53.5% de los infractores de la ley. Todas estas circunstancias concurrieron para fomentar la ansiedad, que empató con la oratoria nativista de los Know-Nothings.

En Louisiana, las victorias de los Know-Nothings -y su capacidad de devorar la base social de los Wighs, astillados en caóticas miríadas por los debates en torno a la esclavitud- fueron también imponentes y se atribuyen a la resonancia que el mensaje nativista obtuvo en el estado con más porcentaje de extranjeros en el sur.¬¬

EL TEA PARTY ENCARNA HOY
AQUELLAS IDEAS

La preponderancia de los Know-Nothings en el escenario político fue efímera. Hicieron repentino y sigiloso mutis por el foro en 1857-60. Cuando el tema de la esclavitud se convirtió en el principal parteaguas de la opinión pública y de la oferta programática de los partidos políticos, el discurso del American Party perdió relevancia y su deseo de complacer a los principales implicados en la contienda terminó por fragmentarlos.

Se integraron en los partidos supervivientes. Incluso un porcentaje nada despreciable (28%) de los votos que en 1860 Lincoln obtuvo en Massachusetts procedió de antiguos Know-Nothings. Y aunque hay quien sostiene que esos votos eran una pequeña fracción de los votos de los Know-Nothings, es un hecho comprobado que entre los primeros republicanos hubo connotados nativistas, lo cual no libró de tensiones el acercamiento táctico al American Party. Otra interpretación de su declive sostiene que murieron de puro éxito: los Know-Nothings han sido identificados como uno de los principales factores del dramático descenso de la inmigración que tuvo lugar en la segunda mitad de la década de 1850, siendo en 1855 menos de la mitad que el año anterior, cayendo de 425 mil 833 a 121 mil 282 en 1859.

El nativismo ha tenido muchas reediciones. La ola de odio anti-japonés de principios del siglo 20 provocó que los historiadores escribieran sobre un renacimiento del espíritu Know-Nothing. Todavía a inicios del siglo 20, el nativismo contaba con diversos remanentes decimonónicos: la United Order of American Mechanics, la Junior Order of American Mechanics y la Patriotic Order of Sons of America. Todos tenían membresía exclusivamente nativa y plataformas coincidentes con el Know-Nothingsm. Hoy, el Tea Party es visto como la más fresca encarnación del American Party.

El Tea Party extrajo del cajón de antiguallas el requisito de los 21 años de residencia para obtener la ciudadanía y la negación de la ciudadanía a los hijos de indocumentados que nazcan en suelo estadounidense. El respaldo del Tea Party a las legislaciones anti-inmigrante de Arizona y Alabama fue vital. La fuerza del sentimiento anti-inmigrante que en¬carna no es despreciable.

No obstante su retórica incendiaria, algunas aspiraciones de los Know-Nothings lucen más bien modestas. Uno de sus militantes, propietario de esclavos, declaró: “Nuestro error fue no haber convertido en delito el traslado de un irlandés cuando tipificamos como piratería traer un africano”. La actual legislación contra el tráfico ilegal de personas -que recibe el recio espaldarazo de la OIM- es realización del sueño de este esclavista xenófobo. La historia ha puesto algunas décadas de por medio entre nosotros y los Know-Nohings. Pero algunos de sus sueños más rosados se han realizado.

La moraleja de la fábula de los Know-Nothings es que la plataforma política de oposición a los migrantes es muy frágil. Su éxito tiene límites espaciales y temporales muy estrechos. La xenofobia como plataforma puede ser un harakiri político. Los partidos nativistas terminan desapareciendo. Pero los daños causados durante su fugaz aparición pueden ser inmensos.

NEGAR EL DERECHO AL VOTO:
UNA DISCRIMINACIÓN LEGALIZADA

El nativismo sobrevive en una de las estretegias que hasta ahora han seguido los republicanos para impedir que se haga realidad su miedo a ser reducidos a números pequeños. Se equivocó Wallerstein cuando en 2012 reprodujo un juicio de Jeb Bush con el que coincidió: “A menos que los republicanos cooperen con la reforma migratoria, no podrán confiar en ganar las elecciones nacionales (y las de muchos estados)”.

¿Por qué se equivocaron Bush y Wallerstein? Porque los republicanos han recurrido a viejas formas de manipular los números de modo que los migrantes cuentan y no cuentan. Es una estrategia de añeja tradición. En 1849 el gobierno de California tenía potestad para decidir quiénes tenían derecho al sufragio: todos los hombres blancos ciudadanos de los Estados Unidos y todos los hombres blancos ciudadanos de México, de acuerdo con lo establecido en el tratado Guadalupe Hidaldo. Ese mismo año en New Mexico, que entonces incluía Arizona, la élite de latinos restringió la ciudadanía en suelo estadounidense a los hombres blancos libres. También en Texas el tema del sufragio se había resuelto mediante la distinción entre “mexicanos blancos” y “mexicanos indios”, considerando a los primeros como descendientes de los españoles y a los segundos como hijos de Moctezuma.

Por supuesto que estas formas de discriminación tan descaradas se tienen por un asunto del pasado. Sin embargo, persisten bajo distintos ropajes. Aunque de diferente forma, sigue ocurriendo con los negros, sobre todo en Florida. Con la diferencia de que ahí se tiene la certeza de quién es el perjudicado, pues sabemos que los afroamericanos tienden a votar por los demócratas en un 89%.

FLORIDA: EL RACISMO LEGALIZADO

En Florida uno de cada tres negros tiene récord criminal y Florida es uno de los siete estados que niega a los ex-convictos la restauración inmediata de sus derechos electorales. Entre 400 y 600 mil adultos en Florida han sido privados de su derecho al sufragio por sus antecedentes delictivos. Maine y Vermont incluso permiten que voten los que guardan prisión. Si los ex-convictos hubieran votado en 2000, Al Gore hubiera ganado Florida con un margen de 60 mil votos y, con él, la Presidencia.

Aquí tenemos en acción otro tipo de ganancia del populismo punitivo. Negar ese derecho al voto a ex-convictos -sobre todo sabiendo que pertenecen a un grupo social discriminado- equivale a una supresión parcial de la ciudadanía. Esto trae a la memoria el parlamento de un personaje de Chester Himes en “Algodón en Harlem”: “Debería entrar ahí y decirle a ese viejo coronel: Quiere que yo vuelva al Sur, ¿eh? Y él respondería: Exacto, muchacho. Y yo: ¿Me dejará votar? Y él: Claro, muchacho, vota todo lo que quieras, siempre que no eches tus votos en las urnas”.

Por eso, en “Reflexiones sobre Little Rock” (1959) Hanna Arendt escribió: “Yo me pregunté: ¿qué es exactamente lo que distingue el llamado estilo sureño de vida del estilo de vida norteamericano con respecto a la cuestión racial? Y la respuesta es, simplemente, que, aunque la discriminación y la segregación son la norma en todo el país, sólo se imponen legalmente en los Estados del Sur”.

En realidad, bajo distintos disfraces, la discriminación legalizada está presente en todo el país. Forma uña y mugre con el sistema electoral estadounidense. Y apenas se puede distinguir cuál es la uña y cuál la mugre.

“GERRYMANDERIZAR”
LOS DISTRITOS ELECTORALES

Veamos cómo funciona ese sistema discriminatorio. El congreso estadounidense se divide en dos cámaras: el Senado y la Cámara de Representantes. Cada estado tiene una cuota fija de dos senadores que lo representan. En cambio, los 435 representantes se reparten proporcionalmente entre los estados según el volumen poblacional que arroja el censo nacional realizado cada decenio.

Como cada estado debe dividirse en distritos -uno por cada representante- con igual número de habitantes, con el número de representantes asignados al estado también varía el número de distritos y sus límites y dimensiones geográficas. El poder legislativo de los estados cuyo número de representantes sube o baja debe asignar la ubicación, superficie y fronteras de los nuevos distritos. A lo largo de la historia de Estados Unidos, las redefiniciones distritales se han prestado a abusos. Cuando un partido controla las dos cámaras es muy probable que haga una redistribución que sa¬que de sus sillas al partido rival.

El caso más famoso de arribismo partidario en el diseño¬ de los distritos fue protagonizado por Elbridge Gerry, Vicepresidente de Estados Unidos y gobernador de Massachusetts, quien señalara la democracia como el peor de todos los males políticos. En 1812 su partido explotó su control de las cámaras de Massachusetts para diseñar los distritos de forma que los beneficiara. Un distrito situado en el condado de Essex era tan retorcido que parecía una salamandra y como tal fue satirizado en un periódico federalista en una viñeta que lo dibujó y tituló Gerry-mander.

Desde entonces la fabricación de esos distritos es llamada gerrymandering. Comparada con los diseños que ahora permiten las tecnologías informáticas, la primera salamandra distrital fue un modesto ensayo. Un célebre “gerrymanderismo” en California fue apodado “distrito Jesús” porque había que caminar sobre las aguas para llegar de una parte a otra del distrito.

El gerrymanderismo es la más acabada escenificación del poema “La solución”, donde Bertold Brecht dice que si el gobierno sólo puede recuperar la confianza del pueblo mediante redoblados esfuerzos, sería más fácil que el gobierno disuelva al pueblo y elija otro. Mediante el gerrymandereo los políticos pueden elegir a sus potenciales votantes. De hecho, se ha dado el caso de políticos que han evitado ciertos barrios y pescado otros donde tienen simpatizantes incondicionales.

Por arte del gerrymandrakismo se consigue que el total de votos en un estado y en el país estén desconectados de las batallas por los distritos y las sillas de representantes. Los demócratas obtuvieron más votos que los republicanos en 2000. Pero sólo pescaron 179 distritos, 12 menos que los republicanos. En 2004 los republicanos obtuvieron 53.3% de las sillas con la mitad de los votos.

CUANDO LOS INDOCUMENTADOS
CUENTAN EN EL CENSO, NO EN LAS URNAS

El gerrymanderismo es una estrategia que usa a los mi¬grantes indocumentados -incluso a los que sólo tienen TPS o permiso de residencia- como peso muerto que no vota pero que suma distritos y representantes. Los indocumentados y los residentes cuentan en el censo pero no en las urnas.

El caso de Texas es muy ilustrativo. Durante 130 años los demócratas dominaron la Cámara de Representantes en Texas. En 2002 ese bastión cayó en poder de los republicanos por efecto de una campaña en la que gastaron 5 millones de dólares.

Desde esa posición los republicanos dominaron el diseño de los distritos. En 2004 su gerrymanderismo dio por resultado que la delegación de representantes tejanos ya no fuera de 15 republicanos y 17 demócratas, sino de 21 republicanos y 11 demócratas. Los republicanos les arrebataron seis sillas en el Congreso a los demócratas. Esto permitió, por ejemplo, que los republicanos aprobaran el CAFTA por un margen de 217 votos contra 215.

El crecimiento poblacional de Texas -principalmente por el asentamiento de indocumentados- dejó a ese estado con cuatro sillas más en la cámara baja. Fue el estado con mayor crecimiento del país en el período intercensal 2000-2010 y se lo debe en parte a 1 millón 464 mil indocumentados (92% latinos, 9% centroamericanos), puesto que casi la mitad de ellos no tiene más de 9 años de residir en ese estado. En todo caso, de los 3 millones 360 mil 71 personas en que la población de Texas se incrementó en 2000-2010, el 65% fue aportado por los latinos.

La población del estado creció un 20.5%, pero los latinos crecieron 42%, los no ciudadanos en 39% y los centroamericanos en 186.7% al pasar de 146,723 a 420,683. El gerrymanderismo hizo el resto, dejando en 2014 a la delegación tejana de representantes con 25 republicanos y 11 demócratas. En una década los republicanos ganaron cuatro sillas más gracias a Texas.

UNA ESTRATEGIA REPUBLICANA
QUE PUEDE REVERTIRSE

Es un hecho que los republicanos cosechan en Texas más votos populares. Pero sólo las distorsiones del diseño de los distritos logran que con el 59.2% de los votos obtengan el 69.4% de las sillas en la cámara baja federal.

La presencia de indocumentados tuvo un efecto semejante -aunque menos espectacular- en Florida, estado que ganó dos sillas más en el prorrateo de 2010 y dio una más a cada partido. Allí los centroamericanos son el 24% de los 632 mil indocumentados. También tiene ese efecto en distritos como Laredo, donde los latinos son la mayoría de la población, pero no la mayoría de los votantes.

En Texas, 2 millones 816 mil 530 personas no eran ciudadanos en 2010. Fueron contadas para calcular los representantes, los impuestos, los subsidios y otras partidas, pero no contaron en las urnas. La población latina aumentó en 42%, pero sus votantes sólo crecieron un 28%. A esta brecha y al gerrymanderismo le han apostado algunos políticos republi¬canos.

La ironía de estos incrementos divergentes es que sien¬tan a legislar a políticos xenófobos: cuantos más inmi¬grantes se asientan en estados donde el gerryman¬de¬ris¬mo parasita de la brecha entre quienes cuentan en los cen¬sos pero no en las urnas, hay más políticos que abogan por políticas que castigan ese asentamiento. Los políticos penalizan una migración de la que parasitan jugando con números pequeños, medianos y grandes. Pero la presencia de indocu¬mentados es un arma de doble filo: en el presente beneficia, en el futuro se revierte. A no ser que se imponga -siquiera por razones tácticas- la corriente republicana más amigable con los inmigrantes.

GEORGE BUSH: UN YANQUI DE CONNECTICUT
EN LA CORTE DE LOS SUREÑOS

La situación es harto complicada para los republicanos. A mediados del siglo 20 su control del Congreso estaba apuntalado por los votantes del norte. Cuatro décadas después, la mayor parte de sus sillas en el congreso eran sureñas. Sureñas evangélicas.

El Grand Old Party había diluido su conservatismo. Los bautistas más conservadores han visto en ese partido una plataforma para defender el fundamen¬talismo bíblico y oponerse al coito premarital y a la homosexualidad. Se perfilaron como el grupo social idóneo -por compacto- como cantera electoral. Bush lo cortejó presentándose como un paladín¬ de los valores tradicionales que el promiscuo Clinton y la izquierda cultural habían mancillado. Yanqui de Connec¬ti¬cut,¬ Bush cambió los zapatos Prada por botas picudas y renació cristiano sureño para sellar su alianza con la que Susan George llama la derecha cristiana, a la que ulteriormente premió sus favores concediéndole influyentes judicaturas.

La base social de la derecha cristiana había pagado por adelantado: el 80% de los blancos evangélicos sureños votaron por los republicanos en 1994. En seis de los estados sureños, solamente la Southern Baptist Convention agrupa al 30% o más de la población. Y en otros tres absorbe a no menos del 25%. En un sistema político que tiene crecientes visos de teocracia y con un 40% de los cristianos estadounidenses creyendo en un inminente Armagedón, la oferta moral y guerrerista de Bush tuvo un considerable arrastre.

Pero esas opciones de los Bush no significaron una renuncia a los latinos. Durante sus campañas, Bush junior participó en festivales y fiestas latinas en Chicago, Milwau¬kee y Philadelphia, cantó The Star-Spangled Banneren español y les llevó desde Texas la banda mariachi “Viva Bush”.

“Arbusto” -Bush en español- fue el nombre que dio a una de sus primeras empresas. La instaló en el mismo edificio donde su padre había fundado “Zapata”. Un sobrino medio latino, George P. Bush, confiere más credibilidad a sus simpatías de los Bush por los latinos. Bush es sinceramente pro-inmigrante, dicen algunos connotados acti¬vistas por los latinos y por los inmigrantes. Los Bush cultivaron una base hispana en el sur. Dos hermanos de Bush, gobernadores de Texas y Florida, hablan español y colocaron a latinos en posiciones señeras de sus gabinetes. La conclusión del analista republicano Kevin Phillips es que los negros no fueron estratégicamente vitales para los Bush, pero sí los latinos: Here was realpolitik at work.

¿QUÉ EFECTOS TENDRÁ
LA REFORMA MIGRATORIA?

Recientemente una encuesta concluyó que los republicanos recuperarían el voto latino con la reforma migratoria. John Boehner, representante por Ohio y portavoz de la Cámara de Representantes, contrató asesores para empaparse del tema y sacar del atolladero la reforma migratoria. Quizás para tomarle la delantera a Obama, luego de haber bloqueado la votación de la reforma en la Cámara que preside. Tal vez esperando lo que ocurrió: un Congreso donde los republicanos tienen mayoría en las dos cámaras, ventaja desde la cual pueden presentar la reforma como un logro republicano.

Al mismo tiempo se multiplicaron iniciativas como las que precedieron la campaña presidencial de Obama en 2012: anuncios en televisión donde se les decía a los latinos que no se dejaran embobar por las promesas de Obama, el Presidente con más deportaciones en la historia de Estados Unidos. Un anuncio contenía citas de Jorge Ramos afirmando que Obama rompió sus promesas. Insistía en que con amigos como ése no se necesitan enemigos: “No más mentiras, Mr.Obama”. En letras muy visibles el sketch estaba firmado por Nevada Hispanics, pero en letra menuda decía que fue pagado por American Principles in Action, un movimiento autodenominado conservador.

Mediante este anuncio dijeron querer acabar con la narrativa simplista de los votantes latinos que hablan de malos republicanos y buenos demócratas. En la campaña actual, entre otros, “The Economist” llamó a Obama “Depor¬ta¬d¬or en jefe”, culpándolo de la expulsión de una cifra récord de inmigrantes que hará menos dinámica la economía estadounidense.

Quizás los republicanos carecen de una postura consistente frente al tema migratorio. Pero no hay duda de que han trabajado efectivamente en dos flancos: consiguieron que Obama acelerara las migraciones, con lo cual pueden presentarlo como el malo de la película ante los latinos, y se proclamaron partidarios del control fronterizo y las comunidades seguras ante su base republicana conservadora.

EL PLAN OBAMA: UN RESPIRO
PARA UNA MITAD DE INDOCUMENTADOS

Colocado ante la perspectiva de pasar a la historia con el odioso título de “Deportador en jefe”, Obama usó su margen de maniobra. Atado de pies, pero no de manos, por un poder legislativo que ahora controla menos que antes, recurrió a las herramientas al alcance del ejecutivo y las anunció en conferencia de prensa el 20 de noviembre: la aplicación de la Deferred Action for Childhood Arrivals (DACA), el Temporary Protected Status (TPS) y sus expansiones: suspensión de deportación y permisos de trabajo para los padres de niños que son ciudadanos estadounidenses o tienen residencia legal, y para quienes fueron llevados a Estados Unidos siendo niños.

Este alivio significaría, de acuerdo al Migration Policy Institute, la suspensión de deportación para más 5 millones 200 mil indocumentados. El Pew Research Center calcula que de 1 millón 700 mil centroamericanos indocumentados, 850 mil (51%) podrían aplicar. 425,250 salvadoreños, 194,250 guatemaltecos y 171,500 hondureños están entre los posibles beneficiarios, corresponden al 63%, 37% y 49% de los indocumentados de esas nacionalidades.

Obama fue de inmediato acusado por John Boehner de adoptar medidas unilaterales que sabotean los chances de un acuerdo bipartidista de reforma migratoria. Segundo en la fila de sucesión de Obama según la ley, Boehner clamó que Obama actúa como un emperador y daña su gestión como Presidente. Lo amenazó con un contra-ataque desde la cámara baja, sin especificar su naturaleza. Los republicanos hablan de “amnistía del ejecutivo” y desaprueban sus “medidas inconstitucionales”. Pero no alcanzan la posición monolítica -o al menos una no tan dispersa- para la que Boehner quizás estaba ganando tiempo.

Por el momento tenemos la heterogeneidad estatal operando con posiciones que la opinión pública percibe como polarizadas: un Ejecutivo que ofrece un respiro a casi la mitad de los indocumentados y un Legislativo que le da largas a la reforma migratoria y que está obsesionado con el con¬trol fronterizo.

EL DERECHO A VOTAR DETERMINARÁ
EL FUTURO DE LOS LATINOS

Arendt escribió: “Estrictamente hablando, el sufragio y el derecho a ser elegido para un cargo son los únicos derechos políticos y, en una democracia moderna, constituyen la verdadera quintaesencia de la ciudadanía. A diferencia de todos los demás derechos, civiles o humanos, no se pueden otorgar a los residentes extranjeros”.

Con su persistente permanencia y acceso a numerosos recursos estatales y privados, los indocumentados han mostrado que en Estados Unidos ésos no son los únicos derechos políticos. Pero sí unos derechos que importan de cara a su futuro estatus y son derechos que en ocasiones se otorgan a los extranjeros, tengan o no papeles, como ocurre en Maryland.

En el contexto actual, el derecho al sufragio es determi¬nante para el futuro de los inmigrantes latinos. Sin despreciar sus enormes ventajas, es preciso señalar que las medidas¬ de Obama dejan fuera a 5 millones 800 mil indo¬cu¬mentados. Quedaron también excluidos de la “amnistía” los padres de los adolescentes beneficiados por DACA, lo que deja abierta la puerta a futuras separaciones familiares. Por otra parte, la suspensión de las deportaciones es apenas un peldaño en el largo camino hacia la ciudadanía. Y aunque es el peldaño que coyunturalmente más importa a los latinos, en un contexto de menos presión, quien les conceda la residencia y los sitúe sobre una senda más firme hacia la ciudadanía será quien ponga la cereza en el pastel y se lleve los créditos.

Históricamente la fábrica de ciudadanos ha sido la misma fábrica de votos: en 1860 Tammany Hall -desde 1829 filial en New York del Partido Demócrata- abrió una oficina de naturalización en un salón y en un mes envió casi 60 mil solicitudes a la Corte Suprema de New York, que las aprobó, en palabras del xenófobo “New York Tribune”, “con no mayor solemnidad que la requerida en una empacadora de Cincinnati para convertir cerdo en una caja de chuletas”.

LA LUCHA REPUBLICANOS VS. DEMÓCRATAS,
¿DESATARÁ EL NUDO?

El nudo gordiano de la indocumentación puede desatarse en el terreno de la lucha entre partidos. La masiva presencia latina y su creciente peso político es el disparo de salida en la carrera por ganar el voto latino. Hasta ahora los políticos anti-inmigrantes sureños que buscan complacer a su base social WASP han mantenido un discurso xenófobo y han podido jugar con el prorrateo en el que los indocumentados cuentan como población pero no como electores. Ésta ha sido -bien lo saben- una solución temporal. Por eso los republicanos juegan a dos bandas. A veces complacen con declaraciones xenófobas a su base WASP y también dan señales de acercamiento a una cantera electoral imprescindible.

Los demócratas trabajan para que los latinos se conviertan en lo más parecido a los que en este momento son para ellos los afrodescendientes: una base electoral cautiva. Activistas y académicos han hecho propuestas interesantes para desatar el nudo: que sólo cuenten los que en las urnas son contados. Que en el cálculo para asignar representantes, impuestos y subsidios el peso de cada estado se mida por la cantidad de votos. De esta forma se estimula la participación política, se elimina la brecha entre peso demográfico y peso como electores, y se impide que los políticos parasiten de indocumentados que pesan en los censos y no en las urnas.

El meollo del asunto es que los migrantes, una vez que están dentro, cuentan en el prorrateo y son fuente de poder. La corriente predominante de los republicanos procura mantenerlos en una privación de derechos semejante a la de los negros sureños en el siglo 19, pero no sólo no evitan -sino que cultivan- que en cierto modo sean tratados como miembros de la comunidad: para el cálculo de los representantes, para el cálculo de los impuestos y también de los subsidios que las instituciones públicas locales reciben del nivel federal.

El sistema mantiene una ambivalencia inconsistente con sus principios e insostenible a largo plazo. Los indocumentados son así, bajo cierta luz, cuasi ciudadanos. Son ciudadanos ya pero todavía no. ¿Cómo realizar en acto lo que ya son en potencia? Esa ruta pasa por un acuerdo bipartidista. Ambos partidos desean ganarse a los latinos. Hasta ahora los demócratas han mostrado una postura más consistente. La dependencia republicana del Tea Party y la base social conservadora son lastres que le impiden emitir señales claras y únicas.

OBAMA VA GANANDO

Por el momento Obama va ganando la partida mediante un tour de force que sus correligionarios pro-inmigrantes esperaban hace tiempo. El precio que deberá pagar en su relación con un Congreso en manos republicanas -que ya anunció represalias- es una medida del valor que para los demócratas tienen los votos latinos. Falta mucho camino por recorrer hasta que los indocumentados queden empadronados. Quien empadrones a esos desempadronados, buen empadronar será. Y sus votos cosechará. Entonces será premiada la resistencia de los indocumentados, el apoyo que los activistas les han dado y el espaldarazo con que los han presentado ante la opinión pública estadounidense algunos medios de comunicación.

MIEMBRO DEL CONSEJO EDITORIAL DE ENVÍO. INSTITUTO DE SOCIOLOGÍA DE LA UNIVERSIDAD PHILIPPS, MARBURG.

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