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Universidad Centroamericana - UCA  
  Número 392 | Noviembre 2014

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Centroamérica

Un día en la vida de tres migrantes centroamericanos

Tres migrantes, tres vidas, Tres ventanas al mundo de los centroamericanos en Estados Unidos. Kelvin Orellana, Gisel Morazán y Lito Melgar. Los tres son un tanto felices y 100% indocumentados. Trabajan mucho, aprenden, conocen el mundo que pisan. Tienen sueños, son audaces. Tienen futuro.

José Luis Rocha

En mi visita a Maryland y Virginia tres centroamericanos me hablaron de los ámbitos que les queman el alma: el mundo del trabajo, el de los documentos, el de sus afectos, el de Dios. Forman una trenza a veces muy ceñida. Sorbí sus palabras atento y tomé nota como solícito amanuense. Casi nunca pregunté. Casi siempre grabé. Los acompañé en sus días de trabajo y sus ratos de descanso. Aprendí y espero haber comprendido. Disfruté y espero haberme insertado. Me conmoví. Y ahora doy testimonio de lo que he visto y oído.

UN DÍA EN LA VIDA DE KELVIN ORELLANA

Conocí a Kelvin en febrero de 2014. En Maryland, al inicio de mi trabajo de campo, tres días después de mi aterrizaje en el aeropuerto Ronald Reagan. Fue a buscarme a un punto céntrico a petición de su esposa Yadira, a quien conocí hace más de 20 años en una aldea del Bajo Aguán, Honduras, cuando ella era una niña de nueve y su padre, Ceferino, entonces infatigable Delegado de la Palabra, me invitaba a compartir agotadoras jornadas de visitas a las aldeas más remotas de la margen izquierda del río Aguán, Flores y Jazmines de Oriente, accesibles por pequeñas veredas, emplazadas a tres o cinco cerros de los caminos de polvo en verano y lodo en invierno, a varias leguas de donde sólo podían transitar vehículos motorizados de doble tracción. Al regreso de nuestras giras podía disfrutar de suculentos ticucos, des-ternillarme con los chistes que manaban a borbollones de la boca de Ceferino e intercambiar bromas con dos tercios de la docena de hijos que Dios les había ido regalando a él y a su es¬posa Fernanda, año tras año, con infalible puntualidad.

Kelvin me llevó al apartamento que ocupa con Yadira y sus tres hijos -nacidos en Estados Unidos-, en un edificio multifamiliar, habitado por migrantes indocumentados y unos pocos afrodescendientes. Cenamos a lo catracho: ensalada de repollo con tomate, arroz y frijoles fritos, guiso de pollo con papas, tortillas al estilo copaneco y una nota de verdor cortesía de un coqueto aguacate.


Así cenamos todos los días. Todo lo compramos en una tienda a menos de diez minutos de aquí. Ahí tienen todo lo catracho. Hay hasta más que en mi aldea. Por eso don Ceferino y doña Fernanda, cuando nos visitaron, no echaron de menos su lugar. Les hacíamos baleadas, tamales, atol, tortillas… Con decirle que allá sólo hay aguacates unos meses al año y aquí los tenemos todo el año. Aquí se vinieron a estar cinco meses. Gracias a Ceferino fueron cinco meses de puro chistar. Ellos fueron a la embajada gringa y allí les dieron visa por diez años. Eso fue porque mi cuñado, que sí tiene papeles, los mandó llamar. Es que mi cuñado ya tiene más de veinte años de estar aquí. A mis suegros los llevamos a pasear a muchos lugares. A veces don Ceferino se salía solo a caminar por aquí y se iba a visitar a otra hija. Pero yo le dije que aquí no es como allá. Aquí uno se pierde fácilmente y sólo nos movemos en nuestras camionetas.

Pasamos a la sala de estar. Una enorme bandera hondureña cubría la pared sobre el televisor de pantalla plana. La pared de al lado estaba tapizada por una toalla con el Corazón de Jesús. Nos acomodamos en dos sofás y tomamos una cerveza Corona, una predilección que los mexicanos han contagiado a los centroamericanos. Los niños charlaban entre sí en perfecto inglés, pero se dirigían a los adultos sólo en español. Bryan, el hijo menor, de siete años, pronto entró en confianza y se me acercó para que le leyera algunos episodios de Diary of a wimpy kid, un bestseller infantil. Melissa tocaba el clarinete en el centro de la habitación.

Melissa sabe tocar el clarinete. Le enseñan en la escuela. Por las tardes tiene las prácticas. Es una escuela pública, pero aprenden muchas cosas y a ella le gusta la música. Bryan es un fanático de esos libros. Donde quiera que ve uno más de la serie, le pide a Yadira que se lo compre. Ahí donde lo ve, Bryan es operado del corazón. No hubo pedo con el pago de la cirugía. Los hospitales tienen diferentes tarifas y nosotros aplicamos a la más baja, y nos la dieron. Así es aquí. Hay ofertas para todos los bolsillos.

“AHÍ EN ESE TREN NO HAY PIEDAD,
O PAGÁS O TE PEPENAN”

La plática no se extiende mucho más. Kelvin tuvo un día de trabajo largo y mañana sábado se ocupará de los contratos por cuenta propia, que suelen ser mejor remunerados. Después de una llamada de media hora a doña Fernanda en Las Mojarras, Honduras, nos despedimos hasta mañana. Comparto dormitorio con Chico Guerra, casado con la hermana de Kelvin y con dos hijos en Honduras. Casi todas las familias tienen un cuñado, una prima o una hermana recién llegados. Para invitar o espantar el sueño, a media voz desde su cama, Chico rememora su tránsito por México.

Por ratos viajé en el tren. No siempre, porque es muy macaneado y peligroso. Ahí hay que andarse ojo al Cristo. Yo vi cómo a uno le pusieron un tiro en la frente. No tenía con qué pagar el peaje. Se subieron ocho mareros. De nada sirvió que les rogara. Ahí no hay piedad. O paga o lo pepenan. A muchos los avientan del tren. No se ponen a pensar ni atienden razones. Para hacer eso se drogan. Buenos y sanos no se atreverían. Cuando se suben al tren, ya van bien pedos. Por eso es mejor pagar. Nuestro pago lo tenía el coyote. Él iba repartiendo el pisto en esos retenes: a las maras, a los garroteros, a los policías…

Me duermo con esas imágenes: el tren en frenética marcha, los pandilleros balanceando el cuerpo a su merced, un joven en el umbral de las estadísticas de mutilados, de fallecidos… Al día siguiente, Kelvin me sorprende con la grata invitación de acompañarlo toda la jornada. Vamos con su cuñado y otro colaborador en una de las muchas “van” que tienen los migrantes dedicados a la remodelación de interiores. Entramos a un 7 Eleven. “El restaurante de los latinos, la cantina de los gringos”, lo llaman algunos centroamericanos. Bloqueando la pared de vidrio más extensa, un afiche mostraba un vaso de cartón con el logo del 7 Eleven, aureolado por leyendas que anunciaban: 1 dólar, Medium coffee Wednesdays, Try our Guatemala Santa Rosa Blend.

Una legión de hombres recios con gruesas chamarras estaba arracimada en el cuadrante de las cafeteras. El pronóstico del tiempo era de seis pulgadas de nieve para el día siguiente. Saben por experiencia que una nevada precoz puede hacer caso omiso del pronóstico. Kelvin paga los cafés y el pan de nuestra elección. En el vehículo y con el campanazo cafetero se torna más comunicativo.


“LLEGUÉ HACE TRECE AÑOS,
YO SUPE TEMPRANO DEL TRABAJO DURO”

Llegué aquí hace trece años. Aquí mismo, a Maryland. Los hermanos de mi esposa me pagaron el viaje. Mi suegro les dijo “Llévense a Kelvin”, y ellos reunieron el pisto y pagaron al coyote. Ese don Ceferino no se anda con cuentos. A él le debo esta vida. A los tres años yo mandé traer a Yadira y ahora tenemos tres hijos: Melissa de diez años, Bill de nueve y Bryan de siete. Tres gringuitos que no parecen gringuitos. Ahora nos acompaña en la casa mi cuñado Chico. Traba¬ja poniendo grama. Llegó hace cuatro meses y ya le pagan más de 20 dólares la hora. Cuando trabaja doce horas seguidas, regresa con 250 dólares. Es casi lo que ganaba en un mes allá. Pero ahora lleva dos meses parado. Es lo malo de ese trabajo de gramero. Se gana por temporadas. En invierno quedan parqueados. Dependen de las paleadas de nieve, si es que nieva por encima de las cuatro pulgadas. Pero ya viene la primavera y ahí van a llover los billetes. Así les pasa aquí a los que se ponen las pilas. Yo al principio era un poco dejado y siempre buscaba al jefe para que me explicara. Hasta que una vez me dijo “Hacelo como podás”. Y lo hice. “Ves que sí podés”, me dijo. Y ya cuando al terminar el día me vino a pagar, me dio 12 dólares por hora y no los 9 que hasta entonces me había dado. Me dijo que ése iba a ser mi salario de ahí en adelante.

Yo vengo de un pueblo chiquito en Danlí. Esto que vivo ahora, nada que ver con mi vida de antes. Recuerdo en mi aldea al viejo Eleuterio, que casi siempre nos pagaba por irle a comprar los cigarros. Escupía en el piso ardiente de sol y nos decía: “Si esa saliva se seca antes de que regresen, no hay pago”. Ahora está más viejo. Ya no se cocina con segunda agua.

Yo supe temprano del trabajo duro. Mi tío tenía una quesera y a mí me ocupaba para todo: vení cargá los camiones, andá manejá ese troco, cobrá aquella deuda… Se vino a los Yunay donde una hija porque allá lo querían matar por sus deudas. A los tres años me le fui harto de la poca paga y el mucho trabajo. Me vino a buscar donde mi papá y me quiso convencer. Hasta me ofreció que el negocio iba a ser mío en el futuro. Pura paja, pues. Como había aprendido el oficio de quesero, llegué a Las Mojarras a trabajar en la quesera que está a dos casas de la de don Ceferino.

Ahí conocí a Yadira, nos casamos y la vida me cambió, porque yo nunca había pensado en venir a los Yunay. ¿Cómo, pues? ¿De dónde tela, si no hay araña? Pero don Ceferino vio que yo era persona de trabajo y me echó una mano.

“ME COSTÓ SACUDIR LA DEJAZÓN”

Nos apeamos en un barrio que, a juzgar por los viandantes que divisamos, es habitado exclusivamente por afroamericanos. Entramos a un edificio de cuatro apartamentos y, en uno de ellos, empezamos a remover ripio y polvo en medio de un caos primigenio: alfombras manchadas, lavamanos astillados, despensas carcomidas, calefacciones oxidadas… Luego ingresamos al apartamento vecino, que ya estaba casi completamente terminado. Todo era deslumbrante: acabados perfectos, calefacción a través de respiradores incrustados en el cielo raso, duchas relucientes, lavamanos bruñidos, cenefas aplomadas con primor, alfombras ceñidas e inmaculadas…

Éste es nuestro trabajo. Es lo que hacemos. Lo aprendí aquí, sacudiéndome la dejazón. Pero me costó. Primero trabajé seis años en un supermercado coreano. No tenía un solo día libre. Me pagaban lo justo para mantenerme en pie. Después entré a la jardinería. También eso lo aprendí aquí, pero con malos tratos. Había un mexicano que me gritaba: “¡Muévase, pendejo!” Y yo encaramado en lo más alto de un árbol, luchando por no caerme. Yo le tenía miedo a mi tío. Y ahora él dice que gracias a él estoy aquí. Sí, gracias a que me le corrí.

Ahora aquí mis jefes me respetan. Escuchan lo que digo y les gustan mis ideas. El negro dueño de los apartamentos estaba afligido porque no sabía dónde iban a poner el calentador y el aire acondicionado. “Ya no hay lugar”, me dijo. Y yo le comenté: “Uno lo podemos poner en el cielorraso”. Pero él siguió con sus temores: “El motor del aire acondicionado no lo podemos dejar ahí porque calienta mucho”. Ése lo ponemos en el techo”, dije yo. Y viera qué alegre se puso.

Hoy sólo vinimos a hacer chambitas menores. Nos había quedado pendiente dejar conectada la calefacción e instalar una cerradura. Los otros trabajitos son repellos y arreglos de averías que hicieron los que pusieron los respiraderos de la calefacción. Nosotros ya habíamos dejado todo casi listo, pero vinieron ellos y con algunos planchones cascaron los bordes. Ellos tendrían que arreglarlo, pero prefieren pagarnos y que nosotros lo hagamos. Así conseguimos otro contratito.

“AQUÍ EL QUE NO ES DEJADO
SIEMPRE CONSIGUE TRABAJO”

A lo largo de la mañana hicimos dos visitas a la ferretería Giant, que honra su nombre. Yo iba como cargador, ignorante del qué y el para qué de lo que cargaba. En la caja registradora algunas empleadas portaban un gafete con la leyenda “Yo hablo español”. El parqueo estaba lleno de hombre latinos que sobrepasaban los cuarenta, en ansiosa espera de una chamba de última hora.

Ésos no le tienen amor al trabajo. Por quedarse bebiendo guaro todo el fin de semana llegan tarde los lunes, o no llegan, y lo hacen varias veces hasta que los corren. O es gente que robó y los echaron. O es gente dura para aprender y que nunca agarró cómo es el oficio y siguen haciendo chambonadas. Aquí el que no es dejado siempre consigue y va subiendo. Todo es entender cómo es la jugada.

Media vez conseguís una camioneta como ésta, vas de viaje: los contratos te llueven. Yo me di cuenta y compré una donde me caben todas las herramientas, la escalera y una cuadrilla de obreros. Después, la compañía que me contrata me apoyó para que yo sacara mi propia licencia. Ahora estoy inscrito con mi propia compañía aquí en Maryland.

Me muestra un certificado con el encabezado “State of Maryland License, 90 County”. En el siguiente renglón dice “Orellana Construction Inc.”, seguido de una dirección, un número y unas columnas donde se desglosa el concepto y los costos: 3.75 dólares por inscribir la firma constructora y 2 dólares por la emisión del certificado válido por tres meses. Al final, en letras estridentes, la advertencia: “This license must be publicly displayed and expires on April 30, 2014”.

Ahora tengo que sacar los dos tipos de seguro. Ya tengo el del vehículo. Pero necesito el de daños a la propiedad y el seguro de los trabajadores. Cuando uno tiene estos tres seguros, los contratos son mejor pagados. El problema es que hay gente que quiere que tengamos los seguros y busca pagarnos como si no tuviéramos ningún papel. Pero el dueño de estos apartamentos es buen patrón. Paga bien. Por este trabajo que estamos haciendo aquí nos da 7 mil dólares por apartamento sólo para mano de obra, y otros 11 mil en materiales.

Me deja una tarjeta de crédito y con ésa voy comprando lo que necesito. A él le llegan las facturas y con eso va su¬pervisando. Una vez me pagó 3,500 dólares por arreglar un techo. Entre un alero y yo lo hicimos en un día. El dueño de los apartamentos es un negro, un alto funcionario del metro de Washington DC. Heredó varios apartamentos de su papá y parece que él fue comprando más. Tiene apartamentos por toda la ciudad y nosotros le damos mantenimiento.

“SI UNO ES DEJADO
DE NADA LE VALEN LOS PAPELES”

A medio día nos trasladamos al DC. Almorzamos sándwiches y bebidas gaseosas en un Crown Fried Chicken, emplazado en una populosa esquina de la ciudad entre las calles H y 8 noreste. De nuevo Kelvin pagó todo. A la salida esperamos a su patrón, que llegó con 40 minutos de retraso en una camioneta Ford con el emblema del Metro de Washington. Entregó la llave de la próxima misión y pidió un sucinto resumen de los avances en la anterior. A pocas cuadras del fast food, entramos a un apartamento habitado, pero en completo desorden, con ropa sucia colgando de sillas, mesa, pasamanos y llamadores.

En estos apartamentos viven americanas. Mire ésta. Dejó por todas partes regados sus calzones. Y sabe que hoy venimos a arreglarle la lavadora. Mire lo que se ponen. Así van las gringuitas, casi desnudas. Se ponen unos calzones con tiras delgaditas, para que se vea si tienen pan o no tienen pan. Pero aquí no se puede andar bromeando con esas cosas. Cuando estaba recién llegado, mi primo me dijo: “Cuñado, no mire esa güirra si no quiere que la policía lo agarre. Aquí no hay que andar mirando a las cipotas”.

Entró la inquilina en ropa de gimnasio. Saludó amable y salió nuevamente, confiada de que sus pertenencias estaban a salvo. Después de constatar que el problema de la lavadora requiere la intervención de un especialista y del respectivo informe y devolución de la llave al casero nuevamente apersonado en la escena laboral, terminó nuestra jornada.

La gringuita me preguntó si esa raya en el techo es peligrosa y yo le dije que era el tape. Pero la mera verdad es que si no hacemos algo pronto, el cielo raso se le va a venir encima. Así es nuestro día. Hoy nos la tiramos al suave. A veces me ayuda Yadira en la limpieza final, cuando nos toca entregar un apartamento. Y así vamos, con un contrato tras otro.

Lo importante es tener la van y algunos papeles. Esa van la compré usada, con 11 mil kilómetros. Una van así puede costar 4 mil dólares. Tenía quebrado el parabrisas y otros daños. Con 2 mil dólares más la dejé como nueva. El que se compra una de éstas, ya va pa’lante. Arriba ponés la escalera y adentro va lleno de materiales. Por eso hay tantas en el DC y sus alrededores. Cuando veas una de éstas, fíjate bien y vas a ver que la maneja un centroamericano.

Hacen falta algunos papeles. Yo anduve cinco años manejando sin licencia. Normalmente no hay pedo. Pero si un policía te agarra haciendo una mala jugada perdés tu animala. Le queda de chascada a la policía. Ahora tengo licencia para manejar, tarjeta de crédito y la licencia de mi propia empresa constructora. Aquí en Maryland los indocumentados pueden sacar el carnet de manejar, media vez demuestren que viven en Maryland y paguen impuestos. Los papeles importan, pero más importante es comer. Si uno es dejado, de nada le valen los papeles. Hay muchos que tienen papeles y ni trabajo tienen. Pura dejadez. Y uno que desea un papelito…

UN DÍA EN LA VIDA DE GISEL MORAZÁN

Gisel es hermana de Yadira, un año mayor. Tenía 10 años cuando la conocí en Las Mojarras. Tiene la vida partida en dos países. En 2014 cumplió 31 años: 19 en Honduras y 12 en Estados Unidos. Alumbró dos hijos: uno vive en Honduras y otro en Estados Unidos. Se casó dos veces, una en cada país. Muchas veces la ayudé a moler el maíz para hacer la masa de las tortillas. Ahora ella me ayuda a ubicarme en la gran ciudad por medio del GPS de su smartphone.

Vive en el condado de Fairfax, en Virginia, a una hora en metro de sus hermanas Yadira y Celia y sus hermanos Wilson y Chico. Puede llegar en menos tiempo al Pentágono o a la Casa Blanca del que se necesita para ir desde Las Mojarras a Tocoa o Trujillo, las ciudades más próximas a la aldea donde nació y primeros puntos de acceso a carretera pavimentada. Trabaja como babysitter en su apartamento. Nos encontramos en la boca de una estación del metro East Falls Church para dirigirnos hasta la última estación en Maryland. Llegó con su hijo Carlos, risueño y conversador. Y empezamos a platicar en el vagón del metro.


Hoy les dije que me tomaba el día libre. No hay problema con eso. De vez en cuando hacemos estos encuentros entre hermanas y me tomo los días a los que tengo derecho. Antes había vacaciones. Hasta dos semanas de vacaciones pagadas. Ahora no dan vacaciones, pero todos los holydays me los pagan y no los trabajo. A cuenta de los holydays me tomé este día. Yo sólo les digo a los padres “Mañana voy a cerrar” y ellos buscan quien les cuide el niño. Les aviso dos días antes. Es suficiente tiempo para que busquen a alguien. Hasta les ayudé a conseguir otra babysitter para hoy. Y, además, yo les ayudo muchas veces: cuando tienen que salir de emergencia, cuando hay nevadas y tienen que salir de compras… Les hago favores muchas veces. Al cabo, son mis niños y yo los cuido. Por eso no me da pesar hacerles un favor. Me dan lo que sea su voluntad. Aquí nos vamos a bajar...

Yadira nos recoge en la estación Shady Grove, uno de los extremos de la línea roja. En 15 minutos llegamos a un supermercado abarrotado de productos centroamericanos: frijoles rojos catrachos (“Beans suavecitos”) a 3.25 dólares los 567 gramos, arroz importado de Tailandia y distribuido por Distribuidora Cuscatlán a 2.59 la libra, quesadillas y semitas de piña a 1.25 dólares, conchas y salporas de arroz a 0.79, queso duro hondureño a 5, cocos a 3, crema latina La Perfecta a 3.29 la libra, pupusas a 2.89 el paquete de cuatro, tortillas, elotes, tamales, riguas, plátanos maduros hornea¬dos, patastes, pipianes, garrobo indio, nances, piñas, mangos… incluso cervezas Salva Vida y Port Royal. La compra no interrumpe la conversación.

“HAGO DE MAMÁ DE UN PUÑO DE NIÑOS”

Allá en Las Mojarras me casé. Y allá dejé a mi primer hijo. Ya está grandecito. Mi primer marido está aquí. También se vi¬no. Ahora estoy con un hombre que me quiere y me respeta.¬ Me hice Testigo de Jehová por él. Sale del trabajo a las 3 de la tarde. Me halla nomás con los de la tarde y me ayuda a veces, y se acuesta hasta que se van los niños. Con él sacamos a los niños al mall para que jueguen. Al parque en verano. O al Chuckie Cheese, un lugar de puros juegos, donde a los niños les dan pizza. Gano más que mi esposo. Por eso a veces me dice que ya va a dejar de trabajar. Pero es mentira. No podemos. Un salario casi entero sirve para pagar el apartamento.
Nos trasladamos al apartamento de Yadira, que empieza a preparar una descomunal olla de sopa con las verduras y la carne de res que compró. Gisel continúa describiendo su trabajo.

Me toca hacer de mamá de un puño de niños. Cuido a cinco niños. A veces a siete. Mi apartamento es pequeño. Pero no hay problema porque no tengo a todos los niños al mismo tiempo. A uno de ellos sólo tengo que darle el desayuno y ponerlo en la parada de bus a las 7 y media de la mañana. A las 6:45 recibo dos niños. Pongo uno en el bus, que va para la escuela, y quedo con uno, que se va a antes de las 12. A las 10 llega la niña y con ella quedo sola hasta las 3 y media de la tarde. Entonces llegan los otros niños, y con ésos me quedo hasta las 10 y media o las once de la noche. Un niño tiene dos añitos y, en cuanto su mamá lo va a dejar, se duerme. Se bebe la leche y se duerme. Se levanta a las 5 y media o 6 de la tarde. Se va levantando tarde. Y por eso cuando llega la noche el niño ya no tiene sueño.

El fin de semana sólo tengo dos, que son los que llegan a las 3 y media. A esos dos los cuido sábado y domingo, y descanso de ellos lunes y martes. El sábado y el domingo los tengo libres hasta las 3. Sus mamás trabajan el fin de semana. Son mamás que tienen dos, tres hijos, y no están con el marido. O están con el marido, pero dicen que están solas para que les ayuden. Uno aquí de mujer tiene que decir “No me ayuda, no tengo marido” para conseguir esa ayuda. Ellas aplican por eso.

“AQUÍ PARA AYUDAR
SE BASAN EN LO POQUITO QUE UNO TIENE”

Cuido una niña, que es el papá quien la tiene. Apenas tiene siete meses. Hace dos semanas me la trajeron. La estoy conociendo. Está como enfermita. No quiere comer. Se pone mal del estómago. Pero una vez que yo ya la agarre y la adapte a mí, ya no me va a costar. Tengo que ver si son mañas de ella o llora porque quiere llorar, yo le quito esas mañas a ella. O ver si son resabios de ella, que quiere que la esté cargando. Es que la mamá se le fue. Entonces el gobierno le dio rápido la ayuda a él, porque como es padre… Aquí prefieren que la niña esté con la babysitter y no con el papá. Y como él tiene que trabajar, todo eso lo ven. Como gana bien poco, le dieron la ayuda rapidito. Aquí se basan en lo poquito que uno gana.

A esa niñita que sólo tiene papá yo trato de mandársela bien limpiecita porque yo sé que cuando ella llegue donde el papá no va a ser lo mismo. Siempre la baño. Le echo su crema y la dejo limpita. Le doy su sopita con vegetales. Después la echo en una maquinita y se la medio licúo. Le encantan las sopitas que le hago. Me da lástima porque no tiene mamá. La niña me mira con unos ojitos… Y yo la abrazo y la aprieto, y la sobo, y le doy besos y viera cómo la friego para que ella vea también que ese amor que no tiene, pues que lo tenga. Pero la niña siente la ausencia de la mamá.

Yadira interviene: A mí se me erizan los pelos. Una deja a un hombre, pero se lleva a los hijos. A los hijos no los voy a dejar con el hombre. El hombre mejor que se quede solo y una va arrastrando con los hijos. Pero puede ser otra cosa: puede que el gobierno se la haya quitado a la mamá. Si la mujer maltrata a los hijos, se los quita. Así es aquí en los Yunay.

Mientras Yadira prepara unas baleadas que nos servirán de tentempié para dar tiempo a que la sopa esté de punto, Gisel explica la historia.

Le voy a contar lo que pasó con esa niña. Ellos vivían en Boston y se vinieron para acá. A los dos meses de estar aquí, ella se quería ir. A ella le gusta mucho la parranda, andar en la calle. Ella se quería regresar porque allá tenía a todos sus amigos de chupa. Él no se quería ir y menos para volver a ese estilo de vida. Se fue ella y le dejó la niña.

Él parece dundo, pero es bien listo: rapidito se fue a la oficina de las ayudas y así se la dieron. Le pidieron pruebas de que la mamá toma y que la mamá abandonó a la niña, como él había dicho. ¿Saben qué hizo? Se metió al Facebook y ahí en la página de ella estaba toda la información que necesitaba: que este domingo vamos a tal parte a chupar, haciendo de todo… Aquí están las pruebas, les dijo él. No ocupó más evidencia.

“SÓLO TENGO RATOS LIBRES,
PERO NINGÚN DÍA LIBRE”

Ése es uno de los papás. Tengo otros dos. Sólo tengo tres papás y todos son bien tranquilos. Es más bonito con los panas porque uno entiende. Los americanos son más problemáticos, o los morenos. Los morenos son bien tremendos. Hasta la comida quieren regalada.

Yadira confirma esa percepción: Aquí abajo, en la primera planta, hay una morena. Cuando nosotros venimos, mirábamos los desórdenes, pero no sabíamos cómo era la cosa. A saber qué problema tenía con el marido que llamó a la policía y le sacó todos los maritates, las bolsas de ropa y los zapatos en bolsas negras. Y vino la policía y ahí lo vinieron a hallar con las bolsas afuera, ahí en la calle. Ahora a cada ratito viene la policía porque a los niños los deja el bus de la escuela y los niños se van a pie. Ella sólo quiere estar metida en la casa y no los lleva a la parada. Yo todos los días voy a poner al niño al bus.

Gisel continúa: Por eso nos necesitan tanto a las baby¬sitters. Viera cómo pasan esos niños de tranquilos y bien cuidados conmigo. Ahí no va a ver ningún llanto. A ve¬ces las mamás me los traen antes porque dicen que ya no los aguantan, que estaban desesperados por venirse donde mí. Y cómo no va a ser así, si en mi casa comen mejor que en la suya y están mejor tratados. Pero por eso mismo el trabajo es agotador. ¿No me ve las ojerotas? Sólo tengo ratos libres, pero ningún día libre. Por eso no creo que avance por tanto tiempo en ese trabajo. Me imagino sólo trabajar en el día. No en la noche. El problema es que no puedo aumentar el número de niños porque el espacio es limitado. Entonces tengo que hacer varios turnos.

La ventaja es que yo tengo un solo hijo. Los trabajadores sociales cuentan todos los niños que van a estar ahí. Si tenés tres hijos, y tu espacio es para ocho niños, sólo podés cuidar cinco hijos ajenos. No es recomendable también, porque una sola persona no va a poder cuidar muchos niños. Cinco niños sí los puede dominar, pero más… una sola persona, no puede.

Por eso hay un límite de niños y también de tiempo. El niño no puede estar más de doce horas en la casa de uno. Los que yo tengo nunca están más de siete horas. Si es un infante, el condado me paga 37 dólares al día. Si tiene dos años, me pagan 35 dólares. Tengo ese niño que tiene cinco años y va a la escuela. Sólo por ponerlo a él en el bus me pagan 20 dólares. Una hora lo tengo yo. Le doy su desayuno y se lo pongo en el bus, y ya salgo de ese cargo. Y con los otros niños no baja de 30 dólares el pago. Me pagan el condado Fairfax y el estado de Virginia.

“LA TRABAJADORA SOCIAL
TE CAE DE SORPRESA A REVISARLO TODO”

Hay otros trabajos para cuidar a los niños con síndrome de down. Pero yo no me atreví. Ahí si yo no me atrevo. Usted tiene que darles todo en la boca y llevarlos al baño y todo. Y hay unos que salen bien tremendos. Ya pueden estar viejos y siempre andan gritando. Y sería otra preparación.

Para tener permiso para este trabajo hay que prepararse. Para sacarlo antes tengo que ir a una capacitación donde me enseñan cómo cuidar a los niños, cómo tratar con ellos, cómo jugar con ellos... Por ejemplo, con la comida: si no quieren una comida, vos podés hacer juegos con la comida. Hacer dibujitos con la comida para que ellos coman. También enseñan a preparar comidas saludables: su proteína, su car-bohidrato, todo, todito tiene que ir en orden.

Por el asunto de la comida, la trabajadora social me visita cada cuatro meses: a ver si les estoy dando la comida, a ver si ellos quieren la comida... Yo compro la comida de mi bolsa y después me pagan ellos a mí al final de mes. Me dan una cantidad fija, que depende de los niños que tenga. No les gusta que uno compre lo más barato. Y en eso se fija la trabajadora social. Cae de sorpresa. Sólo avisa: Voy a llegar en febrero. Pero no te dice qué día. Ahí queda uno ya esperando, pendiente de la visita, hurgando hasta el último rinconcito con la limpieza, porque en la limpieza se fija mucho.

No crea que sólo les tengo que dar la comida. Hay un orden que tengo que llevar. Por ejemplo, cada niño tiene un número. Junto a sus números tengo que anotar si vino o no vino, si les di el snack de la mañana o el snack pm. Tengo que anotar todito eso. Al final del mes yo firmo ese papel y se lo mando al condado para que me paguen.

Cada niño tiene su fólder, y ahí está el récord de vacunas y una página de emergencia que uno tiene que llenar por si un niño se enferma. Para que yo lo lleve al doctor tiene que aparecer ahí su número se seguro, la autorización de los padres… Tengo que tener uno por cada niño. La trabajadora social me dijo que era muy importante tenerlos porque si un niño se enferma, yo voy al hospital o a una clínica con toda la información del niño. Con eso te lo atienden. La próxima semana -me dijo- te voy a llamar y te voy a preguntar si ya lo hiciste.

Y no sólo yo me tuve que preparar. También hay que preparar la casa. Me la vinieron a ver. Los bomberos llegan a chequear si hay medidas contra incendios y salidas de emergencia. Llega la trabajadora social a ver cómo van a estar los niños: cómo soy yo, dónde se pueden dar golpes, si hay cosas peligrosas, que los tomacorrientes estén cubiertos… La trabajadora social me ayuda a revisar cómo trabajo con los niños antes de renovar el contrato del año. O cuando salen niños del condado, entonces ella hace el contrato conmigo. Me llama y me dice: Tú sos fulana de tal y me dijo fulano de tal que quiere que le cuides al niño. Cuando ya ha hablado con el padre del niño, como ella tiene mi número, va y me llama a mí.

Hay una página en internet donde está mi nombre. Entonces las personas buscan siempre a las babysitters que están más cerca. Y si manejan, pueden venir de más retiradito. Pero los que no manejan, prefieren cerquita. Si yo tengo espacio, viene el padre y llama a la trabajadora social. Uno consigue lo que quiera y le sale: americanos o latinos. A mí sólo latinos me han salido.

“ESTE TRABAJO LO DAN
SIN DOCUMENTOS DE LA MIGRA”

Con una bachata como música de fondo, empezamos a devorar la sopa preparada según la receta de doña Fernanda. Le sigue más comida. “Coma sin pena -me dicen-. Acuérdese de cuando se montaba allá en los caballos y se iba a la montaña”. Recordamos cuando don Ceferino puso a las dos hermanas a lamerse la espalda, embadurnada de sal, como castigo por pelearse. Después tuvieron que tragar un curute de masa para diluir el penetrante salitre.

Documentos de la migra no se ocupan para este trabajo. Enseñé el pasaporte y el tax ID. Sólo eso enseñé para empezar el proceso y conseguir el permiso mío. Y ya cuando yo pasé todo eso, los cursos, la inspección del apartamento y el chequeo de los bomberos y las trabajadoras sociales, entonces ellos dicen “Sí, ella puede cuidar niños”, y me dan el permiso. No piden ningún papel de la migra. No les interesa. Lo único que piden son las señas de los que viven en la casa para buscar su récord criminal. Si averiguan que alguien en la casa ha tenido problemas aquí, entonces no le pueden dar el permiso para cuidar niños. Aunque no sea residente ni tenga TPS, sí me encontraron porque el número que yo tengo es un número legal. Pero no me encontraron nada delictivo.

Llené un formulario por mí y otro por mi esposo, y los mandé. Con todos mis datos y de los que viven en la casa, si tengo niño, cuántos niños… Si son niños de 13 años para arriba es un papel por cada uno, si son menores no lo tengo que llenar. Entonces ellos ven si lo aprueban o no lo aprueban. Tuve que llenar un montón de aplicaciones y mandarlas. Son reglas de ellos.
Tienen sus reglas y tiene que ser así. No puede vivir mucha gente en el apartamento. Con cada aplicación se manda un cheque de 14 ó 15 dólares. Lo que sí le exigen más son las clases de primeros auxilios para ayudar si se ahoga un niño o se traga algo, o lo que sea que le pase. Ese curso dura ocho horas. Ellos nos dan los números de teléfono de los que están acreditados. El curso puede costar 80 dólares. Si es un grupo grande, es más barato: vale 50, 40 dólares. Pero toma mucho tiempo. Yo llamé a un señor que me cobró 85 dólares y pasé el curso en dos horas y media. Más rápido.

“NOS DAN TODITA LA ENSEÑANZA
PARA ESTE TRABAJO”

Cuando uno está en el proceso, ellos cada mes le están mandando papeles a uno. Por ejemplo, le mandan un papel donde dice: tal día van a hacer estas clases, tienen tres, cuatro horas de crédito… Y no nos están cobrando ni nos están exigiendo que vayamos, sino que ir es un beneficio para nosotros porque aprendemos más. Y nadie nos cobra por esas clases.

Ahora, al año, uno tiene que pasar catorce horas de clase para que le puedan renovar el permiso, y si yo no les presento un certificado de que he ido a las clases y que tengo las catorce horas, no me renuevan el permiso. Me lo cancelan. Y me quitan los niños. Los profesores me dan un certificado con mi nombre y las clases que pasé y las horas. En las mismas clases nos hacen un examen. El condado le da todita la enseñanza a uno. Por ejemplo, para preparar la comida, nos dan un curso de dos horas. Todo es gratis, nada de pagar. Hasta agradecimientos me mandan.

Interrumpimos la comilona, que ya va durando de las 11 am a las 3 pm, para visitar a otra de las hermanas. Después las acompaño a una clínica donde tienen cita. Una nu¬tricionista india les diseña una dieta. El predominio de los rótulos en español que cuelgan de las paredes del consultorio puede ser indicio del predominio de una clientela latina. También lo es la lista de las comidas a evitar: chicharrón, tamales, pupusas, riguas, etc. Después de cancelar 90 dólares por la consulta, continuamos con otra racha de shopping.

La trabajadora social que yo tengo es una hindú, como esta señora de la dieta. Ella me ayudó a mí cuando me animó y me dijo que trabajara, que le echara ganas, que mi trabajo valía mucho. Ahora cuando llega, me pregunta que cuántos niños tengo y le digo que cinco niños, se admira ella. Porque es un trabajal todos los meses. Usted tiene que llenar formularios de la comida.

El menú lo hace el condado. Tienen una nutricionista que lo prepara y por eso viene mixiado: con vegetales, proteína… La comida no puede estar aceitosa. Tiene que ser saludable. Le mandan un menú y usted lo va marcando. Si tenía que darle manzana y no tengo, le doy pera u otra fruta, y lo reporto. Si me dice el menú “Tenés que darle carne asada esta tarde” y yo no tengo, le puedo dar pollo. Entonces vengo yo y marco el código del pollo. Aquí a los padres les mandan el menú de lo que su niño va a comer en la semana. Lo mismo en la escuela. Por eso sé que los viernes los niños no quieren perder las clases. Todos los viernes les dan pizza y eso sí les gusta.

“AL GOBIERNO NO LE IMPORTAMOS,
LOS NIÑOS SÍ, PORQUE AQUÍ NACIERON”

Por ese trabajal algunas se enferman. A Paola, una colega babysitter, le dio stress por tanto papel que llenar. Cayó en una depresión. Óscar mi esposo me dice “Ahí vas a terminar enferma vos también.” Él ve todo lo que yo hago.

Ayer le tocó a él ir a faxear unos papeles porque yo no pude. Algunos los tiro por correo, algotros los voy a dejar a la oficina, algotros los mando como fax. También los puedo enviar por correo electrónico, pero eso se me hace más difícil porque todo hay que hacerlo en la computadora. ¿Sabe qué hago yo? No me dejo acumular las cosas. Desde la mañana empiezo a llenar formularios, le marco y marco. Cuando me acuerdo, terminé. Cuesta al principio, pero ya después se adapta uno. Además, a mí siempre me ha gustado cuidar niños.

Esos padres, ¿son indocumentados? Si lo son, ¿por qué al gobierno le preocupan y gasta tanto en ellos?Los padres son indocumentados, pero los niños son gringos. La clave no está en lo padres, sino en los niños. Aquí al gobierno no le importamos. El papá y la mamá que hagan lo que quieran. Pero con los niños es otra cosa. Porque ellos son de este país. Y aquí cuidan a los niños como a saber qué. Ellos no lo hacen por los papás. A ellos no les interesa si el papá y la mamá tienen papeles o no. Ellos al niño es al que van a ayudar.

Conduce Yadira, con pleno dominio del volante y la geografía del DC y sus alrededores. Ofrece salir de Maryland y llevarnos hasta nuestros condados en Virginia. ¿No hay pro¬ble¬ma?La licencia está restringida. Pero me vale para manejar en todo el país. No me vale, por ejemplo, para irme a meter ahí donde Obama. No es una ID. Pero sí me sirve para manejar. Otros papeles no me interesan. Los papeles los ocupo para ir al baño. Lo que me interesa es tener trabajo para que mis hijos coman y vayan a la escuela.

UN DÍA EN LA VIDA DE LITO MELGAR

Conocí a Lito cuando él tenía tres años de edad. Jugaba con muñecos de plástico sobre un piso de tierra, junto al cuarto en que su abuela agonizaba. Vivía en un asentamiento construido sobre una pequeña meseta por la ONG Plan de Padrinos, a beneficio de una cooperativa agrícola de desplazados de guerra. Su padre fue guerrillero, luego dos veces inmigrante en Estados Unidos y dos veces retornado a El Salvador, donde ahora vive y siembra maíz en un lote de 600 metros cuadrados que Lito está pagando a razón de 80 dólares al mes por diez años.

En aquel entonces Lito ni siquiera había escuchado las palabras “Estados Unidos”, salvo quizás con tono amargo y enmarcadas en el desprecio. Era febrero de 1990. Tres meses antes el ejército salvadoreño, financiado y asesorado por el gobierno y militares estadounidenses, había dirigido una contraofensiva militar que trituró la vida de miles de salvadoreños, entre los que cuento con particular dolor a seis jóvenes de esa cooperativa.

Como miembro del Servicio Jesuita para Refugiados, trabajé en esa comunidad durante cuatro años. Nuestra presencia debía hacer notar al ejército que esa comunidad tenía respaldo internacional y eso debía cohibir amagos de represión. Estaba ahí dos o tres días por semana. A veces más. Y así me hice amigo se su familia.

Soy padrino de dos de sus hermanas y de un hermano. Los visito casi anualmente, aunque quisiera hacerlo cada semana. Vi crecer a Lito: ir a la escuela, arrancar piñuela para el atol, bailar en las fiestas, hacer de judío en el Vía Crucis, entonar como embelesado adolescente las canciones de Chayán en las fiestas de 15 años de sus hermanas, experimentar su primer desaire amoroso, caminar dos horas diarias para estudiar la secundaria en La Libertad y marchar a los Estados Unidos en noviembre de 2005, un año pico en deportaciones. En febrero de 2014, a 24 años de nuestro primer encuentro, nos abrazamos fraternal y paterno-filialmente en la estación Vienna del metro de Washington, un extremo de la línea anaranjada, donde Lito llegó a recogerme “a buena mañanita”, para decirlo en salvadoreño de pura cepa.


¿Se acuerda cuando me llevó al puerto La Libertad la última vez que nos vimos en El Salvador? Esa vez yo le pregunté que cómo eran los Estados Unidos y usted me respondió “Eso es otro mundo”. Ahora lo sé: es de verdad otro mundo.

Cuando llegué estaba casi empezando el invierno. El más duro en muchos años. Empecé a ir a las tiendas. Y comprendía que sí era otro mundo todo eso: las tiendas, todo bien pintadito, con alfombras, cocina con gabinetes, un sofá, la chimenea… Wow, qué bonito, pensé yo. Mi papá me llevó al laundry y me dijo: “Aquí va a lavar su ropa, y así se dobla”. A los días me llevó a cortar árboles a un bosque helado. Él manejaba una motosierra y yo acarreaba los troncos hasta el carro. Me habían prestado unos guantes mojados que por pena no me quité. Yo temblaba y estaba todo encogido. Mi papá me dijo: “¿Tenés frío? Pues así es aquí. Acostumbrate. Vos querías venir. Pues esto es los Estados Unidos. Hay que hacerle huevos”.

“LO MÁS DURO AQUÍ
SON LOS PRIMEROS DOS AÑOS”

Como muchos dicen, lo más duro son los primeros dos años. Son muchos cambios. Hay mucha soledad. Aquí el dicho que se dice siempre es que no existe la familia. Cuando uno recién viene, así le dicen. Quizás para que uno se vaya haciendo responsable de sus propias cosas. Y el problema está en que uno poco a poco lo va comprobando. Y al final dice que es verdad.

Una vez mi medio hermano me dijo: “Mira, Carlos, cuando quieras un carro, vos sólo decime y te lo plaqueo”. Compré un carro y, como no podía sacar el seguro y las placas, le pedí el favor, aprovechando que él tiene licencia y tiene su permiso en regla. Él está legal. Agarró el permiso del TPS y trabaja manejando camiones de basura. Renueva ese permiso cada año, pagando 500 dólares. Pero me dijo: “El trabajo que tengo es muy complicado, cualquier cosa que pase me quitan el permiso”. No me ayudó. Por las razones que sean. Está en todo su derecho. Y yo lo entiendo. Nadie quiere meter las manos al fuego por otra gente.

Yo cuando estaba en El Salvador no entendía cómo es que la gente aquí no le llama a uno. Cómo es que no tienen cinco minutos para llamarle a uno y decirle siquiera: “Hey, ¿cómo estás?” Es inconcebible. No se entiende. Pero aquí la vida pasa muy deprisa. No sé si la vida es lo mismo, pero uno se siente tan absorbido.

Hay días en que yo he tenido hasta cien llamadas en el celular. Cien problemas a resolver. Por lo regular la comida se hace en el carro. A veces he salido a las 5 de la mañana y regresado a las 11 de la noche. A los niños los dejo dormidos y los encuentro dormidos. Y eso es lo que quiero mejorar cuando salgan los papeles. Mi esposa está criando. No trabaja. Todo el ingreso depende de mí. En el futuro queremos poner un daycare. Ella sabe bastante de eso. Necesitamos el dinero.

“AQUÍ TODO EL MUNDO VIVE ENDEUDADO”

A veces me veo sentado aquí y no sé cómo llegué. Sólo de acordarme de las tarjetas de crédito que tengo y debo casi todas, me aflijo. Para mí el mínimo de interés es 16%. Ése es el más bajo. Capitol One es el que me dio primero. De ahí American Express y Discovery. Y yo lo he hecho para prepararme para el futuro. En total debo 3 mil dólares a esas compañías. Y aparte hay que incluir el carro grande, que también estoy pagando: 7 mil dólares. El otro más chiquito, que costó como 3 mil dólares, ya está pagado. Aquí todo el mundo vive así, endeudado.

Viajamos en una camioneta de tina con el logo de “Transfiguración Services Inc.” y las leyendas: “Reglaze and Refinishing Services, info@transfiguracion-services.com, Bathtubs-Sinks-Vanities-Cabinets-Kitchen Countertops-Tile Walls and Floors”. Nos dirigimos directamente al apartamento donde Lito debe trabajar esta mañana.

Ambos estamos desayunados. En compañía del hondureño y el guatemalteco -también indocumentados- con quienes me hospedo, yo había comido un enorme pan con canela. Esa hogaza formaba parte de una ración que distribuye dos veces por semana la Parroquia San Antonio de Padua de Falls Church entre los “indigentes”, que en realidad son latinos a quienes, como a mí, no nos importa comernos el pan del día anterior que las panaderías exquisitas no pueden vender y obsequian a las iglesias. Esos panes y otras viandas que recibimos a manos más que llenas redujeron mucho mis costos de investigación y sin duda tienen el mismo efecto sobre las finanzas de muchos migrantes. Bajamos los materiales y Lito empieza a pintar.


“EL MÁS RACISTA ES EL HISPANO CON PODER”

Yo decía: “Cuando llegue allá, tres trabajos voy a tener”. Y en el primero que tuve, unos mexicanos a las seis de la mañana me recogían. Me dejaban de regreso a las diez de la noche. Ahí hacía chirock: paredes de yeso. Se ponen unas hojas para hacer casas. ¡Qué trabajada, Dios mío! Yo llegaba a la casa macheteado. Eran unos contratistas mexicanos. Cuando me enseñaron a subirme en zancos, para poder alcanzar más alto las hojas, me decían: “¡Amacícese, hijo de la chingada, hágale fuerza, no sea pendejo!” El más racista es el hispano que tiene poder. Ése es el más duro. En la policía, en las organizaciones, en el trabajo. Otro mexicano me contó de otra empresa: “Váyase con ellos, ésos no te pendejean”. Allá me fui con los otros y allá aprendí un poquito más. Luego fui a trabajar en aires acondicionados.

Me fui a Pensilvania con otro salvadoreño. Me enseñaron rapidito. Pero decían que no me podían pagar más. Me daban 10 pesos por la hora y sacaban trabajos por los que pagan 18 por la hora. Ahí está la ganancia. Me salí y me metí en restaurantes. Trabajé en una steak house por las noches. Un restaurante de carnes. Yo sé cocinar medio, medio rojo, rojo, bien cocinado y casi quemado. Aprendí ese trabajo ahí. Yo ahí ganaba 10.70 la hora. Pero sólo trabajaba cuatro horas.

“SI UN DÍA ME CASABA,
YA SABÍA COCINAR Y LIMPIAR LA CASA”

En el día me iba a limpiar casas con la que ahora es mi suegra. Yo iba a ayudarle. A aprender cómo se limpian las casas aquí, porque no es igual que allá. Entonces yo pensaba: Si un día me caso, ya sé cocinar y ya sé limpiar la casa. Ahí estaba bien. Pero un amigo ahí se salió porque iba a poner su propio restaurante de comida hindú. Y me dijo: “Vente conmigo y vas a tener sábado y domingo libres, y vas a ganar 700 dólares a la semana”.

¡Híjole, qué oferta! Ahí entraba a las 10 de la mañana y salía a las 10:30 de la noche. Eso era en Rosslyn, cerquita de Washington. Y yo vivía en Manassas. Yo viajaba todos los días. Tenía un carro Nissan verde. Era bien estresante. No estaba acostumbrado a un ambiente así.

Dos veces me paró la policía. Una vez me quedé dormido en un semáforo. La luz se puso en verde y yo seguí ahí. Cuando desperté la luz se había puesto¬ en rojo. Cuando arranqué, el policía me estaba esperando. Me detuvo. Como tengo licencia de Maryland, yo no puedo decir que vivo aquí en Virginia. Le dije: “Vengo de trabajar y vine aquí a visitar a unos amigos”. Tuve que inventar ese cuento. “Bueno, ve con cuidado” y no me dio ticket esa vez. Y la realidad es que sólo me pagaron 350 a la semana. Además trabajaba los fines de semana. Sólo tenía libre el lunes o el martes. La hora salía como a 5 dólares. Y yo hacía de todo: limpieza, cocina, picar, preparar… Había que hacer de todo. El restau¬rante apenas estaba empezando y había que sacarlo adelante.

“HAY GENTE QUE QUIERE
SACARLE EL INDIO A UNO”

Al final yo me salí de ahí. El dueño era buena persona, pero también bueno a los negocios. Y luego vino lo de pintar tinas. Contacté a Rubén, el que está con el señor Miguel. Él me consiguió trabajo en la compañía Bluestone. El dueño es un venezolano buenísima persona. Trabajé cuatro años ahí. El año pasado me salí y empecé en “Transfiguración”, que es una compañía que hizo Rubén -un salvadoreño indocumentado- junto con otro muchacho que se llama Leonardo. Ellos fundaron su propia compañía. Empezaron hace como tres años. Ahí estoy un poco bien.

Estoy como supervisor de la compañía. Es complicado porque muchos no me aceptan por haber entrado después que se formó la compañía. Y ahí hay personas trabajando que empezaron junto con la compañía. Ellos tienen más tiempo que yo ahí, pero yo tengo más tiempo que ellos sabiendo el trabajo. Yo trato de hacer lo mejor y llevarme bien con todos. Pero siempre hay gente que se preocupa por sacarle el indio a uno, hacerlo enojar, verle las cosas negativas. Pero yo voy y les reviso el trabajo y les digo “Esto no está bien, hay que hacerlo otra vez”.

Yo creo que me pusieron en ese cargo porque me conocen. Pero no tanto porque me conocen porque a los otros muchachos también los conocen. Pero conocen un poco mi historial y creo que creen que soy bueno porque estoy en la iglesia y porque sé hablarle a la gente. Y soy serio, tengo responsabilidad: no es lo mismo ser un soltero que anda a la buena de Dios y hace lo que le viene en gana. En cambio, uno, ya más centrado, con familia, con dos hijos, se la piensa bien antes de hacer cualquier cosa. Yo he sido líder del grupo de los jóvenes y sé hablar con la gente. Sé llevarme con la gente, sé decir las cosas de una forma que no va a herir a los demás. En cambio, el que estaba antes era bien pesado. Corría a la gente. Por eso el dueño me buscó.

“YO MANDO SIEMPRE
UN POQUITO DE DINERO A MI FAMILIA”

Ordeno los materiales y los reparto. Eso me absorbe mucho tiempo. Es lo único malo. Empiezo a las siete de la mañana y desde esa hora no paro de recibir llamadas por teléfono: que fulanito no tiene materiales, que la señora tiene un reclamo, que el material no ajusta, que la tina está dañada… Muchas llamadas sobre problemas que tengo que resolver porque ése es mi trabajo. También tengo que pintar tinas para sacar más ganancia. Mis jefes quieren que no pinte tinas, sino que me dedique a supervisar solamente y a buscar más contratos para que haya más trabajo. Pero así sólo ganaría yo ocho horas al día. Y eso no me alcanza. Por eso pinto tinas. Si hago dos tinas, son ocho horas. Y yo puedo hacer tres y hasta cuatro o más. Entonces en un día puedo ganar 16 horas y trabajar sólo 8. Eso sí me da a mí. Pero es momentáneo.

Depende de si hay muchos contratos. Y ahorita no puedo dedicarme sólo a buscar nuevos contratos porque estoy en el proceso de los papeles, tengo muchas deudas y necesito conseguir lo más que pueda de dinero. Yo mando siempre un poquito de dinero a mi familia en El Salvador para que todos vayamos viviendo de una forma lo más digna posible. Estos días ha bajado bastante el trabajo. A ver qué pasa. Espero que eso mejore. Ahora tenemos contratos en Maryland, Virginia, el DC y hasta Baltimore, cerca de Filadelfia. Y hasta en Winchester.

Lito ha pasado toda la mañana pintando. Prepara mezclas, coloca papeles protectores sobre las paredes, activa el extractor de olores. A mediodía al apartamento entra un grupo de afroamericanos. Lo encabeza una señora que sonríe con efusión y se muestra visiblemente admirada por el trabajo. “That is amazing”, repite. Viene acompañada por una pareja de potenciales inquilinos.

Aquí en este edificio sólo viven morenos. Los morenos no se salen de la casa cuando pintamos. Ahí andan dando vueltas. Les gusta ese olor. Pinto las tinas con una pistola de spray y el acabado queda como de carro. Aquí me enseñaron y ahora yo enseño a otros. Se usan máscaras, pero el olor es tan fuerte, fuerte, fuerte… Si usted está en un baño sin máscara, se muere. Así de bravo es ese olor. Yo quiero dejarlo, porque ya siento que me está afectando mucho. Ya voy para seis años en este trabajo. Es que no he encontrado otro trabajo mejor. Y además me pagan el doble del salario mínimo.

La empresa “Transfiguración” tiene como política pagar siempre por encima del salario mínimo. A mí me paga 16 dólares la hora. Soy el que más gana después de Rubén, uno de los dos dueños de la empresa. El dominicano gana 12 la hora. Es el que menos gana por hora. Pero como el trabajo es por obra y cada obra se tasa en un determinado número de horas, puede ganar hasta 20 horas al día, o sea 240 dólares. El guatemalteco gana 13 dólares la hora. Son seis trabajadores en total.

“ESTO DE NO TENER PAPELES
Y NO HABLAR INGLÉS...”

Yo quiero hacer mi propia empresa. Empezar yo solo algo. Pero esto de no tener papeles y no hablar inglés son dos armas que no tengo. Estoy aprendiendo. Ya sé decir How are you? Empecé a estudiar el 7 de enero, hace mes y medio, y voy dos veces por semana. Estoy en el nivel tres básico. Con mi esposa casi no hablamos en inglés. Si ella me habla en inglés, no entiendo. Es un fallo nuestro no practicar. Pero este estudio lo estoy tomando como una preparación a futuro. Porque la niña ya pronto va a empezar la escuela y hay que hablar con los maestros. Se me está haciendo un poco fácil, porque en el bachillerato allá enseñan inglés. No mucho, pero enseñan. Y eso ayuda. Yo a veces pongo las películas en inglés con subtítulos en inglés y así voy avanzando.

Nos trasladamos a otro apartamento porque Lito recibe un SOS pidiendo más diluyente. La llamada de auxilio viene de unos gemelos dominicanos, cuyo trabajo Lito aprovecha para supervisar. El ambiente se torna más salsoso, pues los dominicanos están en plan de lanzarse puyas uno al otro y salpicar todas las frases con spanglish: “Yo le dije que eso no lo debía tochar porque estaba frizado y que mejor se moviera pa’atrás pa’ seguir very welldiando”. Sorteamos los cerros de nieve para llegar hasta la camioneta y sobre la marcha continuamos la conversación.

El jefe en la compañía pasada era buena persona. Él me regaló los boletos de luna de miel en Orlando, Florida, en Disneyworld. Y nos fuimos por tierra porque ya tenía la licencia de conducir. Doce horas de viaje. Me multaron en Georgia. En ese tiempo me gustaba correr. A 99 creo que venía y era una zona de 70. De 450 dólares fue el ticket que me dio. Eso fue duro. Es que cuando uno es joven es algo arrebatado.

Yo he pagado bastante dinero en la corte por infracciones de tráfico. He aprendido un poco porque ya llevo dos años sin un ticket. Antes era seguido, casi siempre por exceso de velocidad. Pero he ido aprendiendo y sigo aprendiendo. Y siempre me he hecho responsable: no importa lo que el policía me diga, yo le digo que sí, pero que me deje ir. Es el pensamiento que uno tiene cuando ve al policía: ¿Me quiere dar un ticket? Que me lo dé, pero que me deje ir. Lo que sea.

“DESEARÍA HABLAR INGLÉS
PARA DECIR SIQUIERA ALGO”

Yo entiendo bastante inglés, pero no lo hablo. El problema es que no me puedo explicar. Y ahí es donde el policía hace lo que le da la gana. Yo he visto casos de personas que hablan inglés y se han quitado tickets con una buena explicación. Se saben defender bien. Incluso saben persuadir al policía. Es gente que no tiene miedo de nada, que habla libremente. Desearía estar así para poder hablar. Tener ese derecho a decir siquiera algo.

En una ocasión, a un muchacho que venía como 10, 15 millas arriba, lo paró el policía. Y sólo le dijo que venía hablando por teléfono y que no se había dado cuenta que iba a esa velocidad y que creyó que venía al límite exacto. Y no le dio ticket. En cambio a otro, que no hablaba inglés y venía ese mismo día, a ese sí le dio ticket. Éste tenía licencia, pero no habla bien inglés y tiene más cara de hispano. Y le dieron un ticket. De hecho él venía siguiendo al que iba adelante y venía a la misma velocidad. El policía paró a los dos y a uno le dio ticket y al otro no. Los dos eran salvadoreños, pero uno era más blanco y crecido aquí. Habla perfecto inglés. A ese no le dieron ticket.

Llegamos a la casa y en una confortable sala de estar Lito me cuenta lo complicado de su situación. Hace años un policía de tránsito lo detuvo con la excusa de que el aromatizador, pendiente del espejo retrovisor, obstaculizaba la visión. Siguiendo el consejo de un amigo a quien erróneamente atribuyó más experiencia, Lito se identificó con un nombre falso. El policía desconfió y en una inspección minuciosa le encontró los “chuecos”, un set completo de documentos falsos: licencia de conducir, carnet del seguro social y mica (Green card). Lo detuvo. Fue enjuiciado por fraude, una “felony” que quedó en su expediente como letra escarlata. Aunque casado con estadounidense de origen salvadoreño, su vía hacia la regularización tropieza con ese escollo.

“POR ESTAR SIN PAPELES
SE NOS VIOLAN MUCHOS DERECHOS”

Por estar sin papeles se nos violan mucho derechos. Muchas veces uno no dice nada o se deja pasar por encima para que lo le pregunten si uno tiene papeles o no. Uno no deja de sentirse como un criminal. Le gritan cuando les da la gana. Y se siente uno menos, mucho menos en dignidad. Por eso empecé a sacar los papeles.

Ya cumplí con la mayoría de los pasos. Estoy en la petición de perdón: por haber entrado ilegal y por haber quebrado la ley. Ya he pagado más de 5 mil dólares al abogado tramitador para llegar hasta el paso de petición del perdón. Si la aprueban, se solicita un waiver y tendré que ir a El Salvador.

No tramité los papeles antes porque estaba la incertidumbre de que si uno aplicaba tenía que irse a esperar a El Salvador un tiempo indefinido. Era bien complicado. Pero ya cuando el año pasado Obama aprobó que ya no hay que salir a esperar nada, eso ya alivia la cosa.

Ahora si salgo es seguro que me regreso para aquí. Y no voy un tiempo a esperar nada, sino que voy a traerlo a la embajada de Estados Unidos en El Salvador. A ver qué pasa. Ha estado lento. Y costoso. Pagué dos veces 800 dólares por un examen psicológico que demuestra los daños psicológicos que tendrían los niños por la separación familiar si tengo que ir a El Salvador a esperar los diez años que requiere la ley.

“PARA MIS PLANES
NECESITO LOS PAPELES, LA RESIDENCIA”

Mi papá me había dicho que aquí no le tuviera miedo a la policía. Que aquí no hay nada de eso de la migra. Pero en un tiempo aquí en Manassas tuvimos una legislación anti-inmigrante. Empezaron a colaborar con el nivel federal pidiendo documentos sobre el estatus legal.

Los migrantes empezaron a moverse hacia otras zonas de Virginia y hacia Maryland. Los negocios resintieron esa ausencia. Los supermercados estaban vacíos, los comedores sin clientes, los maestros de obra no encontraban albañiles. El condado tuvo que dar marcha atrás. Y luego salió la oportunidad de sacar placas y licencia de conducir en Maryland. Eso mejoró mucho la situación. Pero para mis planes necesito la residencia.

Si llego a tener papeles y sacar el high school, eso me va a abrir más puertas. Y he pensado hasta en irme pa’l ejército después de sacar el diploma de high school. Yo me agarro de cualquier ilusión con tal de tener los papeles. Y como yo he escuchado que los que están sirviendo tienen muchos beneficios… He estado pensando en eso. Porque yo no tengo seguro médico. Tengo licencia de conducir y tax ID, pero no seguro social. Mi esposa Janet tampoco. Sólo los niños. Tienen ese derecho por haber nacido aquí y creo que dura hasta los 18 años. Hay que aplicar y calificar. Porque si ganas más de 30 mil y algo al año, entonces ya no calificas. Depende de cuántos miembros sean. Ahí le van contando todo. Hay que renovarlo cada año. Es todo un proceso. Pero gracias a Dios eso del seguro con ellos es una gran ayuda.

“NO TUVIMOS QUE PAGAR NADA
POR EL EMBARAZO Y EL PARTO DEL NIÑO”

Cuando Janet estaba embarazada de Josué aplicó a un seguro y se lo dieron. Nos ayudaron por ese seguro. Ellos cubrieron todo el proceso del embarazo y el parto. Nosotros no tuvimos que pagar nada. Eso cubre medicina, asistencia médica. Pero no la leche. Para que le den comida a uno, hay que ganar bien poquito. Hay que estarse muriendo de hambre. Ni siquiera podríamos vivir aquí. Hay que estar en un cuarto con toda la familia. Y ganar como 200 dólares a la semana.

Mi suegro, que es manager en un restaurante griego, nos ayudó a sacar este apartamento. Está a nombre suyo y de mi esposa, porque yo, porque me detuvo la policía y me encontró esos documentos, me quedó ese récord para 10 años y no aplico para nada. No puedo comprar casa. Eso es lo que yo sé que no puedo porque es lo que intenté y no pude. Pero seguro que ni un carro puedo comprar. Cuando uno va a comprarlo, le revisan el crédito. Da su número y le revisan su historial de crédito y ahí sale todo. Cuando aparece que yo he presentado documentación falsa, entonces ya nadie quiere darme nada. Toda esa información queda en un sistema que sólo ellos saben cómo es.

“EN LA IGLESIA HE COMPRENDIDO
QUÉ ES SER UNA PERSONA”

Comemos unas deliciosas pupusas que Janet preparó: de queso con loroco, frijoles y chicharrón. Y descansamos. Al día siguiente, acompaño a Lito en un recorrido por varias iglesias. Su amigo José Manuel, un catracho en cuya casa estoy hospedado, llega también a las iglesias, cargando una imagen de la virgen María que instala en las puertas de los templos, sobre la misma mesa donde coloca folletos sobre los retiros espirituales.

Yo sentía ese desprecio y humillación por no tener papeles. Pero gracias a Dios yo entré a este grupo de la iglesia y ahí he comprendido mejor qué es ser persona desde el punto de vista espiritual. Pero antes miraba que se vale por lo que se tiene. Yo estuve rebotando en trabajos de aquí para allá. Pero gracias a Dios lo que me dio más estabilidad y me ayudó a no perderme en drogas o en vicios fue entrar al grupo de la iglesia y empezar ahí a conocer gente buena. Todos son hispanos en el grupo. Ahí conocí a Janet. Y ahí nos enamoramos. También ahí conseguí trabajo. Dos miembros de la congregación del señor Miguel son los dueños de “Transfiguración”, la compañía en que trabajo.

El señor Miguel es consagrado desde los veinte años. Él me animó a que empezara el proceso de legalización. Empieza, me dijo, porque si no nunca vas a empezar. Yo no empezaba porque no tenía dinero. Nos prestó 2 mil 500 dólares. Así es como empecé a arreglar los papeles. Yo le estoy pagando al señor Miguel, que nos hizo ese préstamo. Intento ser buen pagador para tener la puerta abierta. Él pagó para que me dejaran salir cuando me detuvieron con los chuecos. Y también dejó 150 dólares para que tuviera cómo irme de ahí, porque me habían quitado el carro y el dinero que andaba. Él nos ayuda mucho.

El carro que usa Lupe, que tampoco tiene papeles, está a nombre del señor Miguel. Lupe y José Manuel se hospedan en esa casa que es de la congregación. Pero no quiere que se diga nada de eso. Dice que si tiene a muchos ahí en la casa, lo pueden acusar de promover tráfico de indocu¬men¬tados. No quiere problemas con la migra.

“VAMOS CONQUISTANDO
A LOS HOMBRES PARA DIOS”

Vamos a misa a la iglesia de Todos los Santos en Manassas. Pero prácticamente yo me muevo por toda el área. El grupo al que voy promueve retiros en silencio para hombres mayores de 18 años. Antes yo estaba con el señor Miguel, que trabaja con los adolescentes. Pero hoy hemos formado un grupo de casados y con ellos trabajamos alrededor de los retiros en silencio. Hemos visto que la sociedad necesita silencio. Entonces vamos por ahí conquistando a los hombres para Dios. Para que se estén un fin de semana en silencio. Vamos a varias parroquias. Yo conozco casi todas las iglesias de aquí del norte de Virginia. Y siempre vamos a invitar a la comunidad hispana.

Quedamos hablando sobre qué es la santidad, si el ejército es buena o mala opción, la incertidumbre de su proceso de regularización, sus sueños de independizarse y poner sus propios negocios… Las pláticas siguieron en nuevos encuentros y jornadas laborales, y siguen ahora por skype. Y Lito sigue construyendo su historia con los materiales que el mundo pone a su disposición. Con sus dosis de desobediencia y de adaptación. Con sus sueños y su audacia.

MIEMBRO DEL CONSEJO EDITORIAL DE ENVÍO. INSTITUTO DE SOCIOLOGÍA DE LA UNIVERSIDAD PHILIPPS, MARBURG.

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