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Universidad Centroamericana - UCA  
  Número 390 | Septiembre 2014

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El Salvador

“Hay que destatuar el alma de esta sociedad”

El sacerdote español Antonio Rodríguez, religioso pasionista y párroco de Mejicanos, fue detenido en El Salvador a finales de julio, acusado del delito de “introducción de objetos ilícitos en centros penitenciarios”. El padre Toño ha acompañado durante más de una década a jóvenes mareros para reinsertarlos en la sociedad. Resumimos un texto de su autoría en el que define su filosofía de trabajo. Y reproducimos una crónica en el lugar en donde trabaja.

Antonio Rodríguez / Juan José Dalton

La labor social que realizamos los religiosos pasionistas en El Salvador parte de la importancia que damos a la promoción de opciones alternativas de desarrollo para jóvenes, niños, niñas, mujeres y a todos los grupos más vulnerabilizados en esta sociedad marginadora y estigmatizadora.

UNA VISIÓN QUE EXCLUYE

Para dimensionar la importancia y amplitud de la problemática en la que nos movemos, conviene recordar que, según la Encuesta de Hogares de Propósitos Múltiples de 2009, el 59% de la población salvadoreña es menor de 30 años y que en los últimos quince años, Guatemala, El Salvador y Honduras, han presentado un acelerado crecimiento de violencia y criminalidad. Los gobiernos lo atribuyen a la expansión del crimen organizado y del tráfico de drogas, armas y personas hacia Estados Unidos, así como a la proliferación de las maras y pandillas juveniles. En muchas ocasiones es difícil establecer con claridad el origen de los actos violentos y criminales debido a que las autoridades no investigan ni esclarecen los hechos y la mayoría de ellos quedan impunes. De hecho, la tasa de esclarecimiento de los homicidios no sobrepasa el 3% del total.

Fuentes de Naciones Unidas indican en sus documentos que de cada 10 salvadoreños, 6 coinciden en que el país se ha vuelto un lugar más inseguro para vivir y viven con el temor de ser víctimas de la delincuencia, lo que limita las oportunidades de desarrollo para la juventud salvadoreña.

Y es que muchas de las oportunidades que pueden ser alternativas para el desarrollo de los jóvenes en El Salvador se están viendo segadas por uno de los mayores problemas a los que se ven sometidos nuestros muchachos y muchachas: la visión de que los jóvenes son actores principales de las acciones violentas en nuestro país. Si se sigue permitiendo esta visión, se estará excluyendo de una manera más burda y mucho más brutal a las grandes mayorías, en especial a los jóvenes. Ser joven aquí en El Salvador es sinónimo de ser violento y criminal, se ha criminalizado mucho a la juventud.

Entre los grupos más afectados por la violencia y la criminalidad están las niñas, niños y jóvenes, particularmente quienes viven en zonas marginales urbanas y en algunas zonas rurales pobres. Aunque no se conocen cifras exactas de cuántos niños y jóvenes integran maras y pandillas, algunos estudios estiman el número entre 50 mil y 100 mil integrantes.

CASTIGOS Y AMENAZAS
NO SON OPCIÓN

Desde nuestra filosofía, “ser pasionista significa identificarnos con la problemática social, sentir el dolor del otro, entender cuáles son las dificultades por las que pasan los más necesitados y necesitadas en la realidad de violencia de El Salvador”.

Las alternativas de desarrollo para jóvenes se concretarán en la medida en que haya una intención real de proporcionárselas, dándoles a ellos y a ellas la oportunidad de ser protagonistas, sin incapacitarles con prejuicios que se construyen simplemente porque son jóvenes.

Si revisamos las medidas que los gobiernos de El Salvador han propuesto e implementado los últimos diez años, nos encontramos con métodos altamente represivos que intentan dar respuesta a una problemática multicausal, que no puede ni debe verse con una mirada de castigo y amenazas. Los planes de “mano dura”, lejos de ser opción se constituyeron como un detonante para agravar el problema.

El error en el tratamiento de la violencia radica en el enfoque que le han dado las autoridades de seguridad. El enfoque de seguridad pública centrado en un enfoque de seguridad nacional ha demostrado no ser la mejor alternativa. En este enfoque los jóvenes se convierten en blanco de persecución. Las políticas reactivas -extensas aprehensiones de niños y jóvenes que cometen actos delictivos, imposición de penas drásticas y programas de rehabilitación basados en la sospecha de ser jóvenes- no han funcionado.

UN ENFOQUE DE DERECHOS

Ante esta realidad, diversas organizaciones de la sociedad civil nos hemos manifestado inconformes y hemos propuesto como solución efectiva el tratamiento del fenómeno de violencias -que muchas veces ni siquiera entendemos o tenemos claridad de dónde se originan- desde un enfoque de derechos, donde se promueva la seguridad humana como prioridad.

Las causas de la violencia son múltiples y operan en distintos niveles. En el nivel macro, los estudios especializados señalan que los comportamientos violentos son resultado de problemas estructurales profundos: la exclusión social y la desigualdad que sufren ciertos grupos y la incapacidad del Estado para ofrecer a todos los ciudadanos por igual, particularmente a la niñez y a la juventud, acceso a servicios básicos de educación y salud, empleo, seguridad, justicia…

La exclusión de la niñez y la juventud también está relacionada con la globalización y el consumismo. Mientras que la globalización es eficiente en promover el consumismo y crear expectativas económicas, es ineficiente en proveer los medios para que todos por igual puedan satisfacer esas expectativas.

En el nivel intermedio, la violencia puede ser el resultado de escaso apoyo social y comunitario. En El Salvador existen muy pocos programas a nivel comunitario para la niñez y la juventud. En las zonas marginales urbanas no existen centros de recreo para el deporte y la socialización. En algunos casos las iglesias se convierten en un espacio de socialización para la niñez y la juventud, pero muchas veces no cuentan con programas ni específicos ni especializados para prevenir la violencia juvenil.

En el nivel micro varios estudios señalan que la violencia intrafamiliar y la falta de cohesión familiar son factores que estimulan la violencia juvenil. El abandono de los padres o de los adultos responsables del cuidado de niñas, niños y jóvenes -madres sobrecargadas y padres desertores o ausentes- los empuja a las calles y estimula la agresividad. A estos factores también se suman otros de tipo sicológico y cultural que contribuyen a que los jóvenes se involucren en “la cultura de la calle” y en actividades violentas o delictivas, entre ellas el consumo y el tráfico de drogas.

ES UNA EPIDEMIA

El problema de la violencia es un problema con una diversidad de orígenes, que proviene de un conflicto social histórico complejo, que puede variar de manera particular en cada caso.

Partiendo de esto, una de las premisas más importantes que hay que tener en cuenta cuando se piensa en prevención es que primero hay que entender la violencia para poder prevenirla. No se puede curar una enfermedad si no se conoce qué es lo que la origina, de lo contrario solamente estaríamos dando tratamiento a los síntomas de ese padecimiento, sin atacar el virus que la provoca.

El enfoque de la violencia como un problema de salud pública es sustentado por autores como el siquiatra James Gilligan, con 25 años de trabajo en el sistema carcelario de Estados Unidos. Gilligan intenta superar los enfoques morales y delictivos que predominan sobre la violencia y la considera una epidemia con un patógeno determinado -en este caso sico-emocional- y con unos vectores específicos. Si no atendemos la etiología de la enfermedad ni damos tratamiento a los vectores de propagación, cualquier otra acción, reprimiendo el delito y condenando moralmente, será ineficaz.

De acuerdo a este análisis, lo que nos hace falta en El Salvador es la garantía del cumplimiento de los derechos básicos para todos y para todas. De esto se trata en el enfoque de derechos que proponemos desde el Servicio Social Pasionista: proporcionar las condiciones necesarias para que las personas vivan en dignidad. Es un enfoque que brinda educación, salud, empleo y otras condiciones que, en su ausencia, son generadoras de violencia.

UN MÉTODO
CON CUATRO ELEMENTOS

El Servicio Social Pasionista trabaja para constituirse como un centro de referencia dentro de una realidad de ausencia de derechos, sobre todo para la población juvenil. Los jóvenes se convierten en nuestros principales actores a partir de un enfoque de transformación de conflictos y construcción de paz, que les posibilite la búsqueda de alternativas para su propio desarrollo.

Realizamos un abordaje lo más amplio e integral posible, dando cobertura a los diferentes niveles de prevención con un método nacido desde nosotros mismos, conocido como la metodología POFY (Participación, Orientación, Formación con Intermediación Laboral y Atención Psicológica).

Creemos firmemente que la primera condición que hay que tener en cuenta para el desarrollo juvenil es la participación de la juventud en la vida social activa y productiva en beneficio de la sociedad. En segundo lugar, la metodología POFY propone que los jóvenes necesitan una orientación, un acompañamiento que les permita discernir y decidir con criterio, como seres pensantes y con una opinión que debemos reconocer siempre como importante. El tercer elemento es la formación con intermediación laboral, lo que responde al derecho a la educación y a un empleo digno, el derecho a tener mayores oportunidades de superación. El cuarto componente es la atención sicológica para recuperar la salud emocional, nada fácil en medio de una realidad desigual con tan alto grado de injusticia social.

ADIÓS TATUAJES

Entre los programas que ejecutamos está el de remoción de tatuajes. Lo hemos llamado “Adiós tatuajes” y lo implementamos desde el año 2002 en la clínica asistencial Padre Octavio Ortiz. Los jóvenes de escasos recursos llegan al programa por diversas razones, entre las más comunes la búsqueda de un empleo digno y una vida mejor dentro de una sociedad donde el tatuaje se ha hecho sinónimo de criminalidad y delincuencia.

Respondiendo a la realidad pandilleril de El Salvador, el Servicio Social Pasionista hace su labor en pro de jóvenes que piden una oportunidad para demostrar que, sea cual sea su pasado, están dispuestos a cambiar su futuro. Muchos de estos jóvenes son ex-pandilleros que desean reinsertarse en la sociedad, laboral o académicamente y que no logran ser aceptados por sus tatuajes.

Al presentar el libro “Una luz en la oscuridad” en 2011, dije: “La rehabilitación es un tema que nadie quiere tocar y el hecho de que nosotros lo estemos hablando nos convierte en peligrosos… Pero no tenemos que tener miedo desde la ética y desde nuestra conciencia por apoyar al ser humano que se quiera rehabilitar”.

CRÓNICA EN MEJICANOS

La zona es dominada por la temible Mara Salvatrucha (MS13). Los grafitis en las paredes así lo anuncian y los jóvenes también llevan tatuajes en la piel, con los mismos signos que provocan terror en la sociedad salvadoreña agobiada por la violencia.

Los pandilleros no esconden nada: es su barrio, su territorio. Alguien desconocido aquí no se atrevería a transitar la estrecha calle que sube en pronunciada pendiente, bordeada de decenas de casitas, tiendas y comercios menores de todo tipo. Imágenes que recuerdan a las de las favelas de Río de Janeiro. El acompañante que guía al corresponsal advierte: “Si no fuera por este vehículo usted no entraría ni diez metros en este barrio sin ser detenido y su vida correría grave peligro”.

Cuando visitamos el barrio existía una tregua entre las dos grandes pandillas rivales: la MS13 y Barrio 18 ó Tribu 18. El cese del enfrentamiento, auspiciado por la Iglesia católica y apoyado por el gobierno de Mauricio Funes, trajo como consecuencia la disminución de los homicidios, de 15 a 5 diarios. Fuentes oficiales e independientes aseguraban también que se redujeron otros delitos, como extorsiones y violaciones sexuales, pero la percepción de violencia y peligro sigue siendo elevada.

HABLA UN MARERO “CALMADO”

Un portón metálico se abre sigilosamente y un pandillero “calmado” -el que no comete ni participa en acciones ilícitas- recibe a los invitados con una sonrisa: “Hace un rato que los esperábamos”.

Y empieza a hablar: “Me llamo Edwin y tengo 36 años. Prácticamente desde los 14 años pertenezco a la MS13. La pandilla es mi familia, somos hermanos: si uno come, comen todos”. Usa una camiseta sin mangas para dejar ver sus tatuajes en los hombros y en ambos brazos.

“Este tatuaje es el de la pandilla MS13, la Mara Salvatrucha. Es el que nos identifica, el que nos da pertenencia. Éste otro es el que representa nuestras vidas”. Es un payaso con dos caras: en una ríe y en otra llora. Edwin dice haber estudiado hasta el bachillerato y ahora trabaja en una panadería como parte de su reinserción laboral. Se levanta de la silla donde está sentado y se descubre el estómago, donde tiene tatuado MS con letras góticas. Se da la vuelta y en la espalda aparece el nombre de una mujer: “Es el nombre de mi madre”.

Al observar el payaso, surge la pregunta de cuál ha sido su momento más triste en la pandilla. Edwin responde: “Yo estaba preso porque fui condenado por varios delitos y en la cárcel supe que mi hermano menor había sido asesinado. Fue muy triste, peor aún estando preso”.

¿Y los momentos más felices? “Sin duda, cuando nacieron mis tres hijos. El mayor tiene doce años y la menor dos. Lo único que quiero es que no escojan el camino que yo escogí”. Hay estudios sociológicos que indican que un pandillero vive aproximadamente hasta los 35 años.

Edwin dice que los tatuajes los hacen algunos pandilleros que adquieren esa especialización. No todos pueden hacerlos. “Es un arte, aunque duele nuestra piel. Creo que sufrimos un momento, pero es sólo un momento. Yo llevo en mi piel los tatuajes y no me los voy a quitar porque me gustan”.

Algunos pandilleros dejaron de tatuarse o lo hacían en lugares poco visibles, por ejemplo en las piernas, detrás de las orejas o en la cabeza debido a la persecución policial enmarcada en los planes de “mano dura” que se aplicaron durante los gobiernos de Francisco Flores (1999-2004) y Tony Saca (2004-2009).

“LLEVAN CICATRICES EN EL ALMA”

Al bajar del barrio se llega a la parroquia de San Francisco de Asís, en Mejicanos, en los alrededores de San Salvador. El padre Antonio Rodríguez, más conocido como padre Toño, encargado de la iglesia, es muy querido en la zona, aunque en ocasiones, odiado por las autoridades. Desde que llegara procedente España a El Salvador en el año 2000 trabaja para rehabilitar a jóvenes pandilleros, a los que trata de reinsertar en la sociedad. El padre Toño aceptó participar en el proceso de la tregua entre las pandillas. Dice que hay ausencia de “dimensión humana” en el trato con los jóvenes pandilleros porque no hay planes de rehabilitación para ellos. “Los tatuajes le dan a los jóvenes identidad, pero ellos tienen marcas más profundas por la violencia y la exclusión en la que han vivido”, explica el padre Antonio. Y agrega que también los tatuajes significan memoria: “Son cicatrices del sufrimiento vivido, también revelan la exclusión de miles de jóvenes sin futuro y de un Estado sin rostro ni acción humana”.

El padre Toño tiene un programa llamado “Adiós tatuajes”, para borrarlos a jóvenes de ambos sexos. “He presenciado el proceso de borrar tatuajes a los pandilleros y, a pesar de la cultura machista que prevalece en este país, a algunos los he visto llorar… Están borrando su identidad, su memoria, es tremendo verlo”. Se ha dado el caso de muchos jóvenes que, sin haber delinquido, fueron a parar a las cárceles sólo por el hecho de estar tatuados.

“Los tatuajes de los pandilleros se pueden borrar, pero nunca se podrán borrar las cicatrices del alma. Esta sociedad debe ser plena en el desarrollo humano con sentido social. La exclusión debe desaparecer y la sociedad también debe ‘destatuarse’ el alma, para que la violencia acabe y haya paz”, dice el padre Antonio Rodríguez.


TEXTO DE ANTONIO RODRÍGUEZ EN “PICAR PIEDRA – INICIATIVAS CIUDADANAS FRENTE A LA VIOLENCIA”, PUBLICACIÓN DE LA FUNDACIÓN HEINRICH BOLL Y CRÓNICA DE JUAN JOSÉ DALTON EN “CONTRAPUNTO”.

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