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Universidad Centroamericana - UCA  
  Número 375 | Junio 2013

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Nicaragua

Memorias de una generación comprometida

En Nicaragua trabajan unas 800 religiosas. Muchas de ellas no nacieron en Nicaragua, pero aquí han acompañado a los más pobres durante años. Y aquí se quedaron. ¿Por qué decidieron ser religiosas? ¿Cómo se han sentido entre nosotros? ¿Qué hacen, qué han aportado a nuestro país, a nuestro pueblo? ¿Se sienten satisfechas? Reuní, no sin dificultad por su arraigada modestia, ocho testimonios de estas religiosas. Son historias de una solidaridad intensa y diaria, silenciosa, casi anónima.

William Grigsby Vergara

En los primeros días de mayo se reunieron en Roma 800 religiosas, superioras máximas de sus congregaciones. Celebraban la asamblea general de la Unión Internacional de Superioras Generales. El Papa Francisco las recibió en el Aula Pablo VI brevemente, durante 15 minutos, en una audiencia privada. En su mensaje les dijo, entre otras cosas: “Sabed ejercer siempre la autoridad acompañando, comprendiendo, ayudando, amando, abrazando a todos y a todas, y especialmente a las personas que se sienten solas, excluidas, áridas, en las periferias existenciales del corazón humano… ¿Qué sería la Iglesia sin vosotras? Le faltaría maternidad, afecto, ternura, intuición de madre”.

Realmente, qué sería… En la Iglesia Católica las religiosas, las monjas, doblan casi el número de los sacerdotes y están presentes en los más inimaginables espacios de servicio, aunque no en los de decisión. Según estadísticas del Vaticano en 2012, hay hoy en el mundo poco más de 410 mil sacerdotes, mientras que las religiosas son algo más que 720 mil. Silenciosas, y a menudo silenciadas por las estructuras patriarcales de la Iglesia católica, estas mujeres sostienen la esperanza de millones de pobres en todo el mundo y construyen un mundo mejor desarrollando tareas muy importantes, pero sin darse importancia. Aunque en Nicaragua están en toda la geografía nacional poco las escuchamos. No gritan denuncias, prefieren sembrar esperanzas. Y lo hacen como madres, y también como hermanas, como amigas, como educadoras, como doctoras, como compañeras de camino.

“UNA DECISIÓN QUE CAMBIÓ MI VIDA”

Pilar, 76 años, Religiosas de la Asunción. “Yo nací en España y tengo más de 35 años de estar en Nicaragua, aunque entrando y saliendo, porque también he trabajado en El Salvador, Guatemala, México y Cuba. Cuando chavala leí una revista que hablaba de la pobreza en África. Desde entonces soñé con irme a trabajar con los pobres de ese castigado continente. Mi primera vocación fue ser misionera. En 1959, cuando triunfó la Revolución en Cuba, yo estaba todavía en mi época de formación en España. La superiora general pidió voluntarias para venir a trabajar a América Latina. En aquel tiempo se veía el comunismo como algo horrible, espantoso. Tal vez por eso, para conocer de cerca, yo quise acercarme al proceso revolucionario cubano. Además, conocía a misioneros por estos lados y eso me animó más para cruzar el océano. Me aceptaron la propuesta. Tenía 25 años y esa decisión cambió mi vida.

Viajé con la ilusión de quedarme en Guatemala para trabajar con indígenas, pero no fue así. A Nicaragua llegué en 1961, durante el Somocismo. Desde que pisé suelo nicaragüense me sentí acogida. Los nicas me abrieron las puertas de sus casas y de su corazón, me regalaron su amistad. Desde el primer momento me captó su modo de ser, su cariño, especialmente el cariño de la gente más humilde. Nunca me he sentido extranjera en Nicaragua”.

“HE SEMBRADO ESA SEMILLA”

“Estudié Pedagogía en Guatemala. En León teníamos un colegio grande cerca de la Catedral. Aunque presenciamos las primeras protestas contra la dictadura, en mis primeros años en Nicaragua ni yo ni nosotras teníamos mucho contacto con la realidad más crítica del país. Salí de Nicaragua unos años y regresé en 1977. El ambiente ya estaba caliente y las manifestaciones contra la dictadura eran masivas y violentamente reprimidas. En aquellos años trabajé en los barrios orientales de Managua con la gente más pobre. Managua ardía y los vientos de la guerra azotaban las calles. La primera balacera me agarró en el barrio San Judas. Las balas rozaban las paredes de la casa. En un lado, el ruido estrepitoso de las tanquetas blindadas de la Guardia y en el otro, los muchachos revolucionarios tirando balas, descargando sus rifles, lanzando sus consignas y armando barricadas con adoquines… Nunca tuve miedo. Y siempre me sentí del lado de los pobres.

Durante los años 80 viví el proceso revolucionario. Viéndolo desde hoy, en retrospectiva, puedo decir que aquellos fueron los momentos más fecundos para nuestra congregación. Nosotras las religiosas estábamos con la Revolución por su objetivo de cambios, por priorizar a los excluidos y por querer educar al pueblo. Los años de la Revolución fueron los más duros, pero también los más lindos. Y hoy me es muy gratificante ver los frutos de aquel gran esfuerzo colectivo. En los años de la Revolución se hizo un llamado a varias congregaciones de religiosas para que vinieran a Nicaragua a apoyar el cambio social. La respuesta fue muy positiva y la mayoría vino y se quedó, aunque algunas se fueron porque decían que la Revolución era comunismo y ellas estaban contra el comunismo.

En algún momento nos criticaron mucho a nosotras. Nos llamaban “Iglesia popular”. Yo tuve posturas críticas hacia la Revolución, pero como proceso de cambios considero que fue una gran oportunidad para hacer mucho a favor de los más pobres. Durante años fui directora del colegio La Asunción de León y me doy cuenta del gran trabajo que hicimos en aquellos años. Conozco gente de cuarenta años que hoy tiene una profesión, que es solidaria, que participa y lucha todos los días ayudando a los más desfavorecidos y lo hace con responsabilidad y con un gran espíritu humanista.

Sembrar en toda esa gente la semilla del servicio es mi mayor satisfacción. Sembré esa semilla con las amistades que forjé, con las catequesis que di, con el trabajo en la pastoral juvenil, acompañando a las muchachas en tantos momentos, hasta en los famosos cortes de algodón… Ahora tengo a muchas mujeres madres de familia y profesionales que están muy comprometidas con este país. Sí, siento que sembré”.

“RESPONDEMOS A CUALQUIER NECESIDAD
QUE APARECE EN EL CAMINO”

Lucía, 71 años, Hermanas de Notre Dame de Namur. “Nací en San Francisco, California y tengo 32 años de vivir en Nicaragua. Siempre sentí atracción por todo lo religioso y también un deseo de acompañar a las personas que sufrían injusticias y tenían necesidades.

Desde los nueve años hice trabajo voluntario en escuelas para niños con parálisis cerebral. Fui testigo de cómo esos muchachos luchaban por aceptar su discapacidad y por reconocer su valor como personas, pero noté que a la mayoría le faltaba conocimiento de los valores religiosos y yo sabía que esos valores los ayudarían a fortalecerse, a aceptarse y a descubrir el sentido de sus vidas. Decidí escoger una vida que ayudara a otros a reconocer esos valores y en la que pudiera acompañar a las víctimas de injusticias y por eso entré a la vida religiosa a los 18 años, cuando terminé la secundaria.

Llegué a Nicaragua al inicio de la Revolución, respondiendo al llamado que hicieron los obispos de Nicaragua y la Conferencia de Religiosas de Nicaragua, la CONFER, para acompañar al pueblo nicaragüense en la reconstrucción del país. Queríamos aprender de Nicaragua, donde un pueblo quería crear una sociedad con justicia para todos y para todas eliminando la pobreza y la ignorancia. En aquel momento Nicaragua parecía una luz para el mundo entero. Llegamos con muchas ilusiones de contribuir a construir un mundo diferente. Al principio, cuando empezamos a trabajar en Siuna, hubo un poco de desconfianza de parte de las autoridades locales. Especulaban que, como éramos americanas, podríamos tener conexiones con la CIA. Pero eso pasó y ya después no tuvimos obstáculos mayores.

Viviendo en medio de la guerra desde 1981 hasta 1990 en las montañas de Siuna enfrentamos peligros diarios. Nos encontramos con los dos ejércitos y tuvimos que saber hablar y explicar a unos y a otros. En muchas ocasiones tuvimos que abogar por campesinos amenazados, a veces secuestrados, acusados por uno o por otro bando. Entre combates y minas, emboscadas y muertos, aprendimos el profundo significado de lo que decimos afirmando que “la guerra es triste”.

Durante 32 años he acompañado a las comunidades rurales de la zona de Siuna. Trabajamos en la guerra y también en la paz. Hemos contribuido a proyectos de educación, de salud, hemos formado grupos de mujeres, grupos para hacer viva la fe en las comunidades, hemos capacitado en liderazgo. Hemos construido escuelas rurales y organizado programas de salud comunitaria. Hasta hemos ayudado a crecer a una congregación religiosa de mujeres campesinas, las Misioneras de Cristo.

Hoy trabajo en la parroquia de Mulukukú, donde hemos construido un centro de educación rural. Vivo con seis hermanas Misioneras de Cristo y con ellas desarrollamos programas que ayuden principalmente a las mujeres campesinas. Queremos mejorar la educación en las escuelas rurales y extender la atención en salud a las comunidades más lejanas. También enseño en un preescolar Montessori, apoyo a los promotores de salud y sigo de cerca la formación espiritual de las Misioneras de Cristo.

En todos estos años hemos tratado de dar respuesta a cualquier necesidad que se nos aparecía en el camino. Eso me da mucha satisfacción. Para mí, el logro principal de mi vida ha sido aprender de los pobres en la vida diaria, compartir con los pobres, profundizar mi fe en el Dios de los pobres, que libera y guía a su pueblo”.

“LOS ENFERMOS ME INSPIRAN PARA LUCHAR”

Mónica, 80 años, Hermanas Josefinas. “Nací en El Salvador. Desde pequeña supe que mi vocación era el servicio a los más humildes. Tenía 22 años cuando decidí ser monja. Antes había trabajado como asistente social y aprecié mucho la experiencia de atender a enfermos terminales y a enfermos desahuciados. También soy enfermera. Vine a Nicaragua para trabajar en el Hospital Antiguo de Granada. Todo lo que me importaba era estar con los más necesitados.

Cuando llegué a Nicaragua me recibieron las hermanas nicaragüenses de mi congregación y pude sentir de ellas mucho afecto, me sentí en familia. La situación política en Nicaragua era difícil y por eso me mantuve al margen de los episodios críticos. Pero nunca tuve miedo durante la Revolución, ni antes ni después. Ya en El Salvador yo había visto guerra de guerrillas, protestas sociales, huelgas y paros. Ya sabemos que en nuestra región padecemos problemas similares, enfermedades parecidas. Las dictaduras las conocemos de cerca en toda Centroamérica.

Salí de Nicaragua en 1979 para prestar servicio en Estados Unidos. Pensaba regresar ese mismo año, pero con la situación política tan delicada entre Estados Unidos y Nicaragua no pude regresar hasta 1985. En los años 80 viví de cerca la guerra atendiendo heridos. También trabajamos en aquellos años en los barrios más pobres de Managua. Pero como no andábamos buscando conflicto sino sirviendo a la gente, no corrimos peligro. A pesar de los avatares políticos, de los desastres naturales, del terremoto del 72 o del huracán Mitch, siempre pude trabajar en la viña del Señor, dándolo todo al servicio de los seres humanos y así construir la gran obra social de Dios.

Actualmente ya estoy jubilada y sólo coopero con la escuela San José de la iglesia El Jubileo, en uno de los barrios más peligrosos de Managua, el Jorge Dimitrov. A lo largo de mi vida siempre me he sentido más fuerte que mi circunstancia social. Y hasta hoy son los enfermos los que más me inspiran para luchar por un mundo mejor. Acudir a la gente que tiene necesidad y estar cerca de quien me necesita es mi inspiración diaria”.

“AYUDAR A LAS NIÑAS POBRES
ES GRATIFICANTE Y ALECCIONADOR”

Justina, 55 años, Hermanitas de la Anunciación. “Nací en Risaralda, Colombia. Desde muy niña mi deseo era entregarle mi vida al Señor sirviendo a los hermanos. Y durante toda mi vida la mayor de mis satisfacciones ha sido acudir en ayuda a las necesidades de los demás.

Desde que llegué a Nicaragua, este país me gustó por la sencillez de la gente. Empecé trabajando en San Juan del Río Coco. Allí nos tocó dirigir la parroquia. Como no había sacerdote, nosotras las religiosas preparábamos a los delegados de la Palabra, a los jefes de sectores, a los catequistas y a todas las personas que trabajaban en la iglesia. Hacíamos de todo: preparamos a más de mil niños de primera comunión y también construimos el salón parroquial, que no existía, y mejoramos toda la parroquia.

Nunca sentí miedo por la situación política del país. Solamente una vez me sentí amenazada, pero no por la política. Fue en octubre de 1999, cuando anunciaron que una depresión tropical que llamaron Katrina pasaría por donde nosotros. Yo temblaba pensando para dónde íbamos a correr porque nuestra casa estaba muy deteriorada. Pero la tormenta cruzó la frontera con Honduras y se debilitó. Respiramos. Ocho años estuve en san Juan del Río Coco y luego me vine a Managua.

Hay momentos en que una se desanima, pero el Señor y la comunidad siempre nos dan ánimos para seguir trabajando por los demás. Soy educadora, y actualmente trabajo con niñas en situación de alto riesgo, afectadas por cuestiones económicas, por abuso sexual, por maltrato físico. Son niñas pobres. Ayudarlas, contribuir a su formación, es una de mis grandes alegrías. Es un trabajo gratificante y también aleccionador”.

“MI POLÍTICA ES EL PADRENUESTRO”

Emilia, 86 años, Hijas de María Auxiliadora. “Nací en Padova, Italia. Desde pequeña iba a misa todos los días a pie o en bicicleta recorriendo los tres kilómetros que separaban mi casa en el pueblo de la parroquia. Desde pequeña también sentí ganas de hacerme monjita. Y a los 13 años entré en esto. A los 21 años salí del puerto de Génova para América.

Primero trabajé en Costa Rica y luego tres años en Honduras. Allí aprendí a hablar el español. Yo me había titulado en varias cosas, porque una religiosa debe ser bien instruida. Pero como tengo sangre dulce para los niños mi especialidad fue Psicología Infantil. En Honduras, a pesar de que yo les hablaba a los niños en italiano, ellos me entendían. Después di clases de religión a las niñas de primer año. Preparaba mi clase y la daba en español, pero cuando terminaba lo que había preparado ya no sabía qué más decirles. Las niñas eran tan buenas que me decían que lo dijera en italiano y como los dos idiomas se parecen mucho, ellas me ayudaban a traducir y así yo fui aprendiendo a hablar.

Después me mandaron a Nicaragua. Me decían que iba a sufrir mucho por los calores arrechos que hay aquí. Pero yo decía que si los nicas eran fuertes y aguantaban tan tremendo calor durante todo el año yo también podría aguantarlo. Y así fue, lo he aguantado.

Siempre quedé contenta de Nicaragua. Aquí he sido feliz. Nunca encontré dificultades para trabajar con los niños pobres de Nicaragua. Los nicaragüenses son muy buenos y cariñosos. También son generosos. Usted le pide un favor al nica y el nica te ayuda inmediatamente. Yo no me meto en política. Mi política es el Padrenuestro. He pasado 60 años en Nicaragua y tengo que decir que Nicaragua fue buena conmigo y yo fui buena con Nicaragua”.

“ME ENCUENTRO A MÍ MISMA EN LOS POBRES”

Ernestina, 39 años, Oblatas del Divino Amor. “Nací en Camerún, allí estudié hasta segundo año de Universidad. En Italia hice toda mi formación religiosa. Hice algunos estudios de Teología en la Universidad Gregoriana de Roma. Pero la vida de Europa no me convencía. Sentí que necesitaba desarrollar mi vocación en ambientes menos cómodos que los de Europa y escogí venir a Centroamérica. Y en Centroamérica, Nicaragua.

En Nicaragua terminé mis estudios de Teología y Pedagogía. Ahora estudio Psicología. Siempre he acompañado mis estudios, mi formación, con el trabajo social, con el servicio a los más humildes. Yo vine con la misión y con el propósito de servir a los más pobres. Trabajar con los más humildes me llena porque yo me considero en el mismo rango social que ellos. La gente humilde tiene tendencia a dejarse ayudar porque aceptan sus problemas y quieren superarse. Buscan ayuda y yo sentí que podía ayudarlos. Y al apoyarlos me encontré a mí misma en ellos.

Trabajé varios años en Masaya, donde mi mayor satisfacción fue la construcción de un colegio excelente, que se llama “Sagrado Corazón de Jesús”. Tiene todo el material didáctico que debe tener una buena escuela. Logramos ese colegio gracias al importante intercambio con mis amigos norteamericanos, que donaron los materiales y muchos recursos económicos. Allí trabajé de cerca con muchos niños en su primera comunión, en la catequesis, en los bautizos… También los ayudamos con su nutrición y con todo lo que necesitan para vivir y desarrollarse: libros, zapatos, cuadernos, arroz, frijoles, lo que fuera, lo que necesitaran.

Me gusta Nicaragua. Es un país bello, muy parecido al mío, aunque la cultura en Camerún y acá sea un poco diferente. Ya casi tengo 12 años de trabajar en Nicaragua y he aprendido mucho de su gente: tienen un espíritu jovial, generoso, cariñoso y valiente. Es un país sencillo, como el mío y los extranjeros somos bien recibidos. Aquí y en África veo modelos sociales muy parecidos.

La comida, la vestimenta, la alegría, la expresión espontánea y dinámica del nicaragüense es magnética y me recuerda a la gente de mi país. No importa que un nica sea pobre o no haya comido, su alegría por la vida se refleja en su rostro y eso es muy lindo. Los nicas son muy expresivos y eso lo contagian”.

“ME SIENTO PARTE DEL BARRIO”

María Paz, 74 años, Misioneras Cruzadas de la Iglesia. “Nací en Valladolid, el día en que se acabó la guerra civil en España. Soy del campo, nací en una familia muy humilde durante la época difícil de la posguerra. En aquel tiempo el que estudiaba en el pueblo sólo podía llegar hasta primaria y sólo quienes tenían más recursos se iban a las ciudades a seguir sus estudios.

Decidí ser religiosa para estar con la gente y poder aportar un granito de arena a las comunidades menos favorecidas. Trabajar con la gente humilde me parecía una vida más amplia y enriquecedora que hacer una familia. Y gracias a esa decisión mi vida ha sido amplia y rica: he conocido a muchas personas en muchos países.

Hace 25 años llegué a Nicaragua. Fui muy bien recibida. Al principio trabajé muy de cerca en los barrios orientales de Managua, en Nueva Libia y en La URSS. Desde 1988 trabajo en el barrio René Cisneros. Aunque somos hijas de obediencia, cuando nos asignan un sitio podemos aceptarlo o pedir marcharnos. Yo he decidido quedarme en Nicaragua porque ya me siento parte del barrio y siento a toda la comunidad del barrio como mi gran familia.

En el trabajo que hacemos en nuestra congregación tenemos una ventaja muy grande: no trabajamos con ningún párroco. La pastoral la organizamos con los jesuitas, pero somos nosotras, las religiosas, las que decidimos todo lo que queremos hacer, siempre buscando el bien del barrio. Nadie nos pone límite ni en la iglesia ni tampoco en la política. Nos hemos sentido sueltas. Ahora hemos decidido poner una capilla por nuestra cuenta sin pedirle permiso a nadie. Nosotras damos la comunión a los enfermos, preparamos las confirmaciones, damos clases de Biblia, nos reunimos con jóvenes y ancianos, con todo el mundo y gracias a Dios no tenemos a nadie a quien rendirle cuentas. Somos independientes y también autosostenibles”.

“TENEMOS LAS PUERTAS SIEMPRE ABIERTAS”

“La mayor satisfacción que siento es cuando veo que hay familias y, sobre todo jóvenes, que conocimos de niños, de niñas, que ya van siendo profesionales, estudiando con becas, superándose. Ahora tenemos proyectos lindos de música y los niños van creciendo con la música desde chiquitos y con eso los mantenemos lejos de las calles, donde existe la delincuencia. Mi gran satisfacción es ver a los que se preparan y se superan y tienen ganas de tener un trabajo digno en la sociedad… y lo logran.

Ya me han atracado en la calle, me han puesto pistola en la sien, pero nunca me he sentido en peligro porque siempre estoy con el Señor. No he dejado de salir a la calle por eso ni he pensado en marcharme del barrio. A las 10 y 11 de la noche tenemos siempre abiertas las puertas de nuestra casa. La gente nos dice que un día nos van a hacer algo, pero yo me siento muy segurísima en el barrio. Son mi familia. Creo que es muy importante tener siempre nuestra casa abierta para que pueda entrar cualquiera. Y aquí vienen a cualquier hora. Vienen a pedirnos algo, a consultarnos, a contarnos, a estar… La gente sabe que pueden venir, que nosotras estamos aquí para recibirlos. Intentamos darles seguridad, esperanza y ánimo a la gente pobre y eso lo entienden y los levanta y los fortalece”.

“SERVIR DE SOL A SOL ME HACE FELIZ”

Felicia, 76 años, Compañía de Santa Teresa de Jesús. “Soy cubana y estudié enfermería. Decidí ser religiosa para servir al Señor y a los demás, sobre todo a los más necesitados, que son los favoritos de Jesús.

Llegué a Nicaragua en 1962. Me enviaron a trabajar con niñas huérfanas en el Hogar Alegría, actualmente en Granada. Allí trabajé 8 años. En 1969, junto con otra hermana, nos trasladamos al barrio René Schick de Managua. En ese barrio marginal, y en medio de múltiples dificultades, logramos fundar el dispensario y el centro escolar “Enrique de Ossó”. Iniciamos con dos carpas. Entre las dos religiosas queríamos responder a la población más necesitada.

En 1973 me trasladaron a Chichigalpa, a trabajar en el ingenio San Antonio, siempre al servicio de la salud del campesinado. Estuve allí 18 años en las escuelas del campo y en los dispensarios ambulantes que atendían a los miles de zafreros y a sus familias. Antes del 78, la primera insurrección contra Somoza nos tocó en el ingenio y estuvimos bajo tiroteo y todo tipo de artillería. Ya la guerra final contra Somoza me encontró en Managua. En el Colegio Teresiano de Managua, que fue como un refugio, trabajé con doce médicos voluntarios muy amigos nuestros atendiendo a heridos. Llegaban muchas personas buscando ser atendidas, pidiéndome que las curara, pero llegaban con miedo, no querían que se supiera que estaban heridas.

En 1990 regresé al Schick. El proyecto que iniciamos a finales de los años 60 ha seguido creciendo. Hoy en clases tenemos ya 1,500 alumnos y alumnas y en el dispensario atendemos a 100-120 personas al día, ofreciéndoles además de la consulta general, servicio de odontología, laboratorio y farmacia. Hemos contado con el apoyo del Ministerio de Salud, de empresarios amigos, de organizaciones internacionales. Cuando llegan a Nicaragua brigadas de médicos de España y de Estados Unidos, hago todas las gestiones para que puedan entrar al país.

Intento atender a los pacientes con algo más que un servicio médico, buscando que reciban una atención integral, incluyendo la búsqueda de recursos para su tratamiento. Promovemos también la atención a domicilio, apoyadas por los amigos daneses, que me apoyaron con los médicos necesarios para visitar a las personas más pobres de la tercera edad. Estos médicos, junto con una enfermera, se desplazan en moto por veinte barrios atendiendo de una manera organizada cada día a 20-24 personas, que padecen diferentes enfermedades crónicas.

También tenemos un proyecto de vivienda y ya hemos hecho veinte casitas en todo el barrio, con la ayuda de un matrimonio americano que vive en Nicaragua y es muy solidario. Este año haremos cuatro casas más. Este matrimonio nos ayuda también con becas, medicinas, ropa y otras donaciones. También las alumnas de nuestro colegio de Managua se han organizado en un proyecto llamado Teresianas en Acción y aquí y en Miami hacen actividades pare recoger fondos con los que respaldar lo que hacemos.

Siempre me he sentido muy feliz y muy realizada sirviendo a la gente más necesitada, sirviendo sin límites de sol a sol. Nunca pienso si la gente me lo agradecerá o no, pero tengo la suerte de que los nicas son muy hospitalarios, muy queridos. Nicaragua es como mi segunda patria. Desde el principio me gustó este país y como dice la canción me considero “pura pinolera por gracia de Dios”.

ELOGIO
DE LA GENERACIÓN COMPROMETIDA

La vida de una religiosa puede ser muy dura. Y lo puede ser por múltiples razones. Pero Dios se cruzó en el camino de estas admirables mujeres entregadas al prójimo y los problemas diarios que han tenido que enfrentar no han sido lo suficientemente grandes para detenerlas en su misión. Ni siquiera los mencionan. Pesa en ellas más la satisfacción de lo que han hecho.

Los testimonios de estas ocho hermanas, que representan a cienes de ellas, muestran una vocación inquebrantable. Y nos recuerdan que también en el siglo 21 hay místicas entregadas al servicio de la comunidad, al servicio de un país que siempre ha dependido de la ayuda de los demás países para seguir sobreviviendo, de un país profundamente religioso que se deja ayudar y no deja de luchar buscando un futuro mejor. Un país que es como un gran orfanato o un gran dispensario o un gran asilo o un extenso barrio lleno de carencias, con dolores y necesidades a las que durante muchos años han respondido estas valiosas mujeres. Nicaragua les debe mucho, les debe algo sumamente valioso que ellas se niegan a cobrar.

En medio del patriarcado que domina la Iglesia católica estas mujeres se hacen escuchar a través de sus acciones diarias. Hablan en voz bajita, pero es una voz con un eco poderoso, insistente. Serán recordadas como artesanas de la justicia por los niños y las niñas que un día serán profesionales o por las madres que un día serán agradecidas abuelas o por los ancianos que un día morirán en paz, gracias a su presencia y a sus palabras de esperanza. Gracias a su compromiso.

ESCRITOR.

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