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Universidad Centroamericana - UCA  
  Número 373 | Abril 2013

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Nicaragua

Reflexiones desde “el fin del mundo”

La desaparición del Presidente de Venezuela Hugo Chávez el 5 de marzo y la elección el 13 de marzo del argentino Jorge Mario Bergoglio como Obispo de Roma coincidieron en el tiempo. Un liderazgo latinoamericano se apagaba cuando surgía el liderazgo de otro latinoamericano. ¿Qué puede significar el nuevo Papa para América Latina? ¿Para Nicaragua? Son muchas las expectativas, las esperanzas y también los desafíos.

Equipo Envío

Entre las voces de izquierda de América Latina se han escuchado dos interpretaciones extremas sobre el sentido de la elección de un cardenal argentino, del talante de Jorge Mario Bergoglio, para ocupar la máxima autoridad de la Iglesia católica. Para algunos, el “plan de Francisco” (preocupación por los pobres y por el medioambiente, lucha por la justicia social) coincide con el “plan de la Patria” que Chávez dejó como legado a sus seguidores. En un exceso del proyecto político de mitificación de Chávez, Nicolás Maduro llegó a afirmar: “Estando nuestro Comandante en las alturas frente a Cristo algo influyó para que el Papa sea un sudamericano. Nos parece que Cristo le dijo: Llegó la hora de América del Sur”. En el extremo contrario, la selección del cardenal Bergoglio la explican otros como una calculada jugada geopolítica para frenar los avances en América Latina de gobiernos populares como el de Chávez. En el medio de estas dos interpretaciones contradictorias, hay algunas otras “reflexiones latinoamericanas” a tener en cuenta.

BENEDICTO XVI
“OPTÓ POR APRETAR RESET”

El periodista chileno Álvaro Ramis interpretó la renuncia del Papa Benedicto XVI a su cargo como la opción más sencilla que tenía a la mano Joseph Ratzinger, abrumado ante los desafíos que le reclamaba una Iglesia sometida a tantas crisis a la vez. Crisis de credibilidad por la pedofilia, crisis financieras en el Banco Vaticano, señalado de lavado de dinero, crisis por luchas de poder en la curia romana… Sintiéndose sin fuerzas, optó por “apretar reset y permitir un reinicio automático de la Santa Sede”, traspasando todos estos problemas a alguien con más libertad que él para afrontarlos.

Lo que tal vez no tenía Ratzinger previsto es que tras el “reseteo” quien llegaría al escenario sería un latinoamericano, un jesuita, un hombre como Bergoglio. ¿O sí contaba con esa posibilidad? Aunque se afirma que lo que sucede en el cónclave en donde se elige al obispo de Roma es secreto sellado, siempre se termina sabiendo bastante de cuál fue la correlación de fuerzas entre las bellas paredes de la Capilla Sixtina.

Varios vaticanistas han contado que en el cónclave de 2005, en el que salió electo Ratzinger, el cardenal argentino Bergoglio quedó al final de las votaciones en segundo lugar en número de votos. También contaron que durante aquellas votaciones el cardenal jesuita italiano Carlo María Martini, entonces arzobispo de Milán, progresista, declinó el cargo por su enfermedad cuando competía con una importante mayoría de votos y dio su respaldo a Bergoglio.

“FRANCISCO,
NUESTROAMERICANO”

Por primera vez en dos milenios de historia católica al obispo de Roma “lo fueron a buscar al fin del mundo”, nombre que dio a América Latina el Papa Francisco en sus primeras palabras. Hasta hoy todos los Papas fueron siempre italianos o europeos. Nuestro continente ha estado siempre en “el fin del mundo” por su lejanía de los centros del poder eclesiástico y por su condición de territorio eclesial tutelado desde Roma.

Sin apenas análisis, sin reparar en su perfil personal o ideológico, la procedencia geográfica del cardenal Bergoglio provocó emociones nacionalistas en todos nuestros gobernantes. No faltó ese fervor en Nicaragua. Salía apenas el país de los siete días de duelo decretados por el fallecimiento del Presidente Chávez, cuando minutos después del “Habemus Papam”, Rosario Murillo, vocera del gobierno, hablaba henchida de júbilo católico desde los medios oficiales: “Nicaragua, un país que se define Cristiano, Socialista y Solidario y que defiende los valores de la familia y de la comunidad, celebra la elección del Papa Francisco Primero, nuestro-americano… Estoy segura que todos nos sentimos conmovidos y reconocidos porque un Papa latinoamericano nos hace ver la importancia que cobra nuestro continente, nuestros pueblos, en el mundo entero… Estamos regocijados porque esta elección relanza a Nuestramérica desde la Iglesia Católica…”

“HICE LO QUE PUDE
CON POCAS POSIBILIDADES”

A la par del natural y comprensible entusiasmo, emergieron también las sombras del trágico pasado reciente de esta América Latina, en la que están abiertas aún tantas heridas, en la que tantas injusticias políticas permanecen aún impunes, libres los victimarios, agraviadas las víctimas.

En minutos, tras la salida de Bergoglio al balcón del Vaticano, las redes sociales se llenaron de varios textos del solvente periodista argentino Horacio Verbitsky relacionando al entonces sacerdote Bergoglio, superior de la Compañía de Jesús en Argentina, con el apresamiento y tortura de dos jóvenes sacerdotes jesuitas. Voceros de la Santa Sede calificaron de calumnias las informaciones, aunque sin dar detalles precisos de lo que desmentían. Uno de aquellos jesuitas declaró desde Alemania que él ya no señalaba a Bergoglio por lo que le ocurrió, el otro falleció hace años. Y el Premio Nobel de la Paz, el argentino Adolfo Pérez Esquivel, intentó poner punto final al cruce de informaciones y se trasladó a Roma para afirmar que, aunque el padre Bergoglio no denunció a la dictadura, tampoco fue cómplice.

Circuló también ampliamente la entrevista que el propio Bergoglio dio en 2010, en la que habla de este caso concreto y de otros en los que participó. Su relato resulta convincente por lo muy específico de los detalles que brinda. Bergoglio describe así su papel durante la dictadura: “Hice lo que pude con la edad que tenía (37 años) y las pocas relaciones con las que contaba para abogar por personas secuestradas… Me moví dentro de mis pocas posibilidades y mi escaso peso”.

LAS HERIDAS DEL PASADO

¿Hará alguna referencia el Papa Francisco a esta etapa de la historia de su país desde su nueva investidura, ahora que ya tiene muchas posibilidades y cuenta con tan importante peso? Hay voces que se lo piden. Hay prudencias que le aconsejan callar para no atizar un debate que podría ser interminable.

En cualquier caso, uno de los aspectos más importantes que puede tener su ser latinoamericano es que diera lugar a una reflexión necesaria y pendiente en nuestra región. El debate sobre sus responsabilidades en la Argentina de aquellos años expresa una asignatura que no han pasado las jerarquías católicas, y las sociedades de muchos de nuestros países: la de repensar, reconocer, rectificar, si no todo, mucho de lo dicho y lo no dicho, de lo hecho o lo no hecho en esas etapas sangrientas que tanto nos han marcado.

En el caso de Centroamérica, y en el de Nicaragua, es evidente que se ha querido pasar página y sigue predominando -incluso por motivos religiosos- el perdón y olvido. El enjuiciamiento de Efraín Ríos Montt en Guatemala demuestra la necesidad de reparar las heridas del pasado abriéndolas, reconociéndolas, hablando de ellas y así sanándolas. Hablar devuelve dignidad a las víctimas.

TIEMPOS DE CAMBIO

En marzo de 1976, cuando la dictadura militar se hizo con el poder en Argentina, Bergoglio era un sacerdote joven, habían transcurrido diez años de los trascendentales vuelcos de doctrina y de prácticas pastorales que supusieron para la Iglesia católica latinoamericana la opción por los pobres y otros contenidos proclamados en la Conferencia de Obispos de Medellín (1965), que tradujo en “el fin del mundo” los trascendentales vuelcos del Concilio Vaticano Segundo celebrado en Roma. El continente era escenario del avance de la Teología de la Liberación.

Si América Latina era entonces -y sigue siéndolo hoy- la región del mundo más inequitativa del planeta, la más desigual, la de una mayor brecha entre los pocos ricos y los muchos pobres, a la vez que la región del mundo con mayor número de católicos -esos mismos ricos y pobres-, era lógico que la Teología de la Liberación naciera y se desarrollara aquí.

Bergoglio no parece haber mirado con buenos ojos esta corriente teológica. Tal vez porque eran vuelcos radicales y porque tradicional en la doctrina tenía miedo a los cambios bruscos. No fue una excepción. Entre sacerdotes, obispos y religiosas de toda la geografía latinoamericana se vivió en aquellos años una gran polarización, inédita en las estructuras de la Iglesia católica. Por aquellos mismos años, otro obispo, Monseñor Oscar Romero, en el polarizado El Salvador “de las 14 familias”, tenía parecidos temores a los de Bergoglio y trataba de poner freno a los cambios necesarios -y a los excesos inevitables- que provocaba la Teología de la Liberación.

“POR SUS FRUTOS
LO CONOCEREMOS”

A partir de 1978, el Papa Juan Pablo II, que estuvo 28 años en el poder, y que tuvo a su lado como mano derecha en ese empeño al cardenal Ratzinger, dedicó importantes esfuerzos a poner fin a casi todas las iniciativas pastorales, doctrinales, institucionales, educativas y de todo tipo que generó la Teología de la Liberación.

Juan Pablo II miró siempre con “lentes polacos” la realidad latinoamericana y en las luchas que se libraban en América Latina en busca de transformaciones sociales y cambios políticos -luchas armadas y no armadas en las que se involucraban activamente miles de hombres y mujeres de su Iglesia- vio solamente el fantasma del comunismo que tanto rechazo había cosechado en su Polonia natal. En Nicaragua, percibimos esa visión cuando nos visitó en marzo de 1983. Durante años, sus textos doctrinales y las decisiones administrativas que tomó hacia América Latina mostraban sus prejuicios polacos.

Hoy, los fértiles terrenos que cultivó la Teología de la Liberación son prácticamente “tierra arrasada”. Y sobre ella han avanzado aceleradamente las denominaciones evangélicas más conservadoras y los grupos pentecostales y neopentecostales. Llega ahora al gobierno de la Iglesia católica un latinoamericano. ¿Qué sembrará sobre las tierras yermas?

Éste es el contexto histórico e ideológico que también da relieve a su origen latinoamericano y a sus reiteradas expresiones de preocupación por los pobres. Es el contexto que nos permite abrir y mantener abiertas preguntas importantes, que de momento tienen una única respuesta: “Por sus frutos lo conoceremos”.

WOJTYLA CONTRA
EL SOCIALISMO DEL SIGLO 20

El activo compromiso de Juan Pablo II con el sindicato Solidaridad en Polonia, sus coincidencias -y hasta complicidades- con las políticas del Presidente Reagan en los conflictos del escenario internacional en aquellos años, convirtieron a Karol Wojtyla, no sin razón, en uno de los factores simbólicos decisivos para poner fin a las experiencias socialistas de los países de Europa del Este. Juan Pablo II es reconocido como uno de los artífices del fin de los Socialismos del Siglo 20.

Así ha quedado inscrito en la memoria. Y por eso seguramente son tantos los izquierdistas que interpretan hoy que si un Papa polaco cumplió entonces esa “artera” misión le tocaría ahora a un Papa argentino poner fin a las experiencias del llamado Socialismo del Siglo 21. ¿Tiene sentido, es realista esta hipótesis o es una extrapolación exagerada?

EL CASO DE CUBA

Uno de los pocos Socialismos del Siglo 20 que pervive hoy en el mundo lo encontramos en nuestra región: es el socialismo de Cuba, tal vez el país latinoamericano donde el catolicismo ha sido más débil históricamente. Pues bien, las muy buenas relaciones de colaboración que Raúl Castro mantiene desde hace años con la jerarquía católica cubana, encabezada por el cardenal Jaime Ortega, no permiten vislumbrar conflictos encaminados a la destrucción del sistema cubano desde el poder vaticano. Esas relaciones hablan de un acomodo conveniente entre ambos poderes.

El profesor emérito de Ciencias Políticas en Brooklyn, de origen cubano, Samuel Farber, ha demostrado cómo la Iglesia católica cubana se ha ido transformando “en un agente mediador reformista entre el gobierno y la oposición y en una especie de baluarte moral conservador”. Farber resalta el hecho de que la Iglesia católica cubana haya sido mediadora para la liberación de presos políticos. Y en un hecho aún más inédito, la única institución no estatal que dispone de medios de comunicación autorizados. Y hace el recuento: el gobierno le ha permitido a la Iglesia abrir 12 sitios web, publicar 7 boletines electrónicos, editar docenas de pequeñas publicaciones a través de grupos y parroquias y editar 46 boletines y revistas a los cuales tienen acceso, directa o indirectamente, 250 mil personas en la isla. “Estas publicaciones -dice- constituyen la única excepción significativa al monopolio de los medios de comunicación que detenta el Estado”.

Sobre lo que esto significa para el socialismo cubano, Farber concluye: “Aunque la Iglesia cubana no tiene ni las profundas raíces nacionalistas ni el apoyo popular que tenía la Iglesia polaca en la época de Solidaridad durante los años 80, tiene la gran ventaja de ser la única institución en Cuba que es verdaderamente importante sin ser parte del Estado”.

Tanto Juan Pablo II como Benedicto XVI dieron una especial importancia a intervenir en el caso cubano. ¿Qué hará Francisco? Dice Farber: “La prueba real será si los católicos progresistas se unen a la izquierda en cualquier movimiento que surja para desarrollar en la isla un socialismo verdaderamente democrático”.

¿BERGOGLIO CONTRA LOS
SOCIALISMOS DEL SIGLO 21?

Además del histórico socialismo cubano, hay actualmente en el continente otros Socialismos del Siglo 21, o de países del ALBA, o de gobiernos populares, o de gobiernos populistas, o de gobiernos de izquierda, que han surgido en estos años, demostrando una especial sensibilidad por los pobres y empezando a hacer realidad el postergado sueño de la unidad latinoamericana.

No se puede dejar de reconocer que las palabras apasionadas, directas y populares con las que Hugo Chávez le habló a su pueblo y al continente y sus iniciativas -sólo posibles por los gigantescos recursos petroleros que manejaba y que nunca había manejado ningún otro gobierno de izquierda- han contribuido, en magnitudes difíciles de medir, a que América Latina se vea a sí misma hoy con otros ojos y a que nuestros países sean vistos desde otras latitudes con más respeto. A que sean tenidos más en cuenta. Ése es, sin duda, el legado de Chávez. ¿Es ésa la razón por la que un argentino ha llegado a ser obispo de Roma? Parece otra extrapolación.

En ese variopinto y complejo conjunto de gobiernos latinoamericanos clasificados a sí mismos -o clasificables por otros- como “de izquierda” (Venezuela, Bolivia, Ecuador, Argentina, Uruguay, Brasil, Perú, El Salvador, Nicaragua) no parecen haber condiciones, ni nacionales ni internacionales, para que, más allá de declaraciones genéricas que podrían llegar del Vaticano, el poder simbólico de un Papa latinoamericano propicie o apoye vuelcos políticos o alimente los descontentos sociales.

¿HAY CONTRADICCIONES?

Por un lado, las propuestas de redistribución de la riqueza que promueven estos gobiernos parecen perfectamente compatibles con los llamados a priorizar a los pobres que enfatizaba el obispo Bergoglio antes de ser Papa y que ha enfatizado como Papa Francisco no más llegar a ese cargo.

En el caso de Nicaragua, por ejemplo, es obvio que muchos de los programas sociales dirigidos a los pobres recuerdan el asistencialismo tradicional católico, la “caridad” cristiana.

También coinciden estos gobiernos con Francisco en la crítica al excluyente modelo neoliberal, que genera pobreza y pobres. En la amplia gama de los excluidos del sistema actual, Francisco ha expresado fijarse especialmente en los que considera víctimas de “la trata, la esclavitud del siglo 21”. Trata de mujeres, de mano de obra, de migrantes…

Por otro lado, no existe el anticlericalismo en la agenda de estos gobiernos. Y en la mayoría de estos países la estricta moral sexual que el Vaticano viene promoviendo como prioridad no parece ser terreno propicio para conflictos políticos de fondo. Hay, incluso, coincidencias de enfoque con la agenda vaticana.

El caso del gobierno del Frente Sandinista en Nicaragua, que siguiendo la “línea” vaticana, mantiene penalizado el aborto terapéutico en cualquier circunstancia -igual sucede en El Salvador- o el caso del gobierno de Rafael Correa, que pretende una legislación también restrictiva, muestra la ambigüedad de estas nuevas “izquierdas” en relación a los derechos sexuales y reproductivos, que son también derechos humanos.

La religiosidad que promueven estos gobiernos y la que predomina hoy en las poblaciones que los han elegido y los apoyan está en muchos casos más cercana a la religiosidad tradicional de Bergoglio que a los postulados de lucha por la justicia, acompañada siempre de una crítica a los abusos de poder, idea central de la Teología de la Liberación.

UNA RELACIÓN CONFLICTIVA
Y CRISPADA

Del obispo Bergoglio, después cardenal, se escucharon en Argentina, y ahora hemos visto reproducidas, expresiones muy conservadoras sobre la interrupción del embarazo, que considera “nunca es una solución”, dando así a entender que tampoco lo es ante problemas de riesgo de salud o de vida de las mujeres o ante casos de embarazos de niñas como fruto de violación. También se expresó muy arcaicamente el nuevo Papa sobre el matrimonio igualitario -como la legislación ha llamado en Argentina al realizado entre personas del mismo sexo- del que dijo: “No se trata de un mero proyecto legislativo sino de una “movida” del padre de la mentira (el diablo), que pretende confundir y engañar a los hijos de Dios”.

A lo largo de casi dos milenios la visión que la doctrina y la moral católicas han tenido y mantenido ante la sexualidad humana y sus dilemas, y más en específico ante la sexualidad femenina, ha sido muy conflictiva, ha estado muy crispada. Hasta hoy la moral sexual oficial no se ha abierto a los avances de las ciencias, de la sicología, de la antropología, de la medicina… Tampoco a los avances de la teología, de la espiritualidad y a las propuestas del feminismo. Hoy es precisamente en aspectos de la moral sexual y en la visión de la sexualidad en donde más reclaman cambios las bases de la Iglesia católica. Las mujeres.

“¿HASTA CUÁNDO?”

La visión de las mujeres desde la óptica tradicional católica no es compatible con una visión moderna, actualizada desde la óptica de los derechos humanos.

En ocasión del cónclave que eligió a Bergoglio, la prestigiosa religiosa y teóloga brasileña Ivone Gebara expresó su preocupación porque nuevamente sería una “élite de edad avanzada, minoritaria y masculina” la que elegiría al nuevo Papa. “¿Hasta cuando -se preguntaba- la gerontocracia masculina será como un doble de la imagen de un Dios anciano y de barbas blancas?”

Refiriéndose a los “privilegios medievales” de la estructura de gobierno de la iglesia católica afirmaba que “mantienen al Papado y al Vaticano como un Estado masculino aparte. Pero un Estado masculino con representación diplomática influyente y servido por miles de mujeres en todo el mundo, en las diferentes instancias de su organización. Este hecho nos invita también a reflexionar sobre el tipo de relaciones sociales de género que este Estado continua manteniendo”.

¿Invitará el Papa Francisco a esa reflexión, hará cambios, tomará medidas que muestren consecuencias nacidas de esa reflexión? ¿Habrá en la Iglesia una correlación de fuerzas favorable para abrir espacios en este terreno, uno de los más vallados impenetrablemente por la tradición católica?

“SERVIDO POR MILES
DE MUJERES”

Las “miles de mujeres” que sirven a la Iglesia y a las que representa Gebara en su texto son las monjas. Según las últimas estadísticas oficiales del Vaticano, hay hoy en el mundo algo más de 400 mil sacerdotes, entre los diocesanos y los religiosos. Las religiosas casi doblan ese número: son algo más de 720 mil. Por “el tipo de relaciones de género” que hay en la Iglesia son ellas uno de los sectores de mujeres más subordinadas y sometidas al poder masculino, al de los obispos en las diócesis o al de los curas en las parroquias. Esta subordinación es mucho mayor en los países del “fin del mundo”, donde la dañina cultura machista es más arraigada en la sociedad y, por tanto, se refleja en formas más ominosas también en la Iglesia.

Por el mundo, las religiosas están en todas partes y en todas las expresiones del servicio, no en las del poder. Las encontramos en esa “periferia” a la que el Papa Francisco ha invitado a ir a todos los fieles católicos. Tienen en sus hábitos o en sus vestidos, incluso más que muchísimos sacerdotes, ese “olor de oveja” que el Papa Francisco ha pedido a los hombres sacerdotes tener, como señal de su cercanía pastoral a la gente más pobre.

Las conocemos bien en todos los rincones de Nicaragua y de Centro¬américa, en toda América Latina. Han sido maestras, confesoras, predicadoras, consejeras, sabias, mártires. Están en las comarcas rurales, en los barrios marginales, en las escuelas, con las prostitutas, con los niños desnutridos, con las niñas violadas… Y sin embargo, poco se escuchan sus voces teniendo tanto que decir y que decirnos. En el equipo pastoral de la Iglesia católica son una mayoría silenciosa y silenciada.

Una de las medidas más sencillas, justas y positivas que podría nacer de la necesaria reflexión de la que habla Ivone Gebara sería garantizarles a las congregaciones religiosas femeninas plena autonomía y, en muchos casos, permitirles también que dirijan la comunidad tal como los sacerdotes lo hacen.

“DISCUTAMOS
TODOS LOS TEMAS”

¿Mujeres sacerdotes? ¿El fin del celibato sacerdotal obligatorio para los sacerdotes diocesanos? Son dos de los temas más mencionados como desafíos actuales de la Iglesia católica. Son dos temas que están entrelazados ante el descenso de las vocaciones sacerdotales -en muchos casos por el pesado yugo del celibato- y ante el vacío que experimentan muchas comunidades de “ovejas sin pastor”, que podrían ser dirigidas por “pastoras”.

En este debate, cerrado en la Iglesia por Juan Pablo II, resultaron oportunas y audaces las opiniones que el sacerdote jesuita nicaragüense Fernando Cardenal dio al periodista Carlos Fernando Chamorro el 19 de marzo en entrevista televisida, cuando le preguntó si había temas de moral sexual que eran “innegociables” para la Iglesia, como había afirmado en el mismo espacio, durante el cónclave, el obispo auxiliar de Managua, Silvio Báez.

Fernando Cardenal respondió así: “Hay que esperar cuál va a ser la posición del Papa sobre la ordenación de las mujeres, sobre el uso de anticonceptivos, sobre el celibato sacerdotal, sobre estos temas de moral… Estos temas no eran discutidos durante Juan Pablo II y durante Benedicto XVI. Y algunos han llegado a decir cosas que no tienen sentido, como ésa de que en el evangelio está clarísimo que las mujeres no pueden ser ordenadas sacerdotisas. No es cierto. ¿Dónde aparece eso? Discutámoslo, discutámoslo. En los papados anteriores no se podía discutir este tema. Eso no es aceptable. Discutamos todos los temas. El tema de los anticonceptivos es un tema que está siendo discutido en la Iglesia desde que Su Santidad Pablo VI puso en la encíclica “Humanae Vitae” la prohibición de los anticonceptivos. Entonces, discutámoslo de una vez para tomar una decisión”.

“POR ESTAR DEMASIADO
A LA IZQUIERDA”

En 1984 el Fernando Cardenal fue separado de la Compañía de Jesús por orden del Papa Juan Pablo II por servir en el gobierno revolucionario de los años 80, primero dirigiendo la Cruzada Nacional de Alfabetización y después ocupando el cargo de Ministro de Educación. Después de doce años fue readmitido en la Compañía. Es el único caso en la historia de esta orden religiosa.

La relación del Papa Juan Pablo II con los jesuitas fue siempre conflictiva. Cuando Wojtyla fue electo, llevaba ya trece años dirigiendo la Compañía de Jesús el sacerdote vasco Pedro Arrupe. En 1974, y bajo su mando, los religiosos jesuitas de entonces se comprometieron en la Congregación General número 32 a expresar su fe cristiana en el compromiso con la justicia social.

De aquel histórico encuentro hay acuerdos de los jesuitas como éste, que recuerdan los primeros gestos del Papa Francisco, que tanto interés y simpatía despertaron: “Nuestra Compañía no puede responder a las graves urgencias del apostolado de nuestro tiempo si no modifica su práctica de la pobreza. Los compañeros de Jesús no podrán oír “el clamor de los pobres” si no adquieren una experiencia personal más directa de las miserias y estrecheces de los pobres… En este mundo en que tantos mueren de hambre no podemos apropiarnos con ligereza el título de pobres. Debemos hacer un serio esfuerzo por reducir el consumismo, sentir los efectos reales de la pobreza, tener un tenor de vida como el de las familias de condición modesta… Debemos examinar comidas, bebidas, vestuario, habitación, viajes, vacaciones…”

En 1981, estando muy enfermo Arrupe, el Papa designó a un jesuita muy conservador como “interventor” de la Compañía. Fue una medida considerada drástica y dolorosa para gran número de jesuitas. Así lo recordó Fernando Cardenal: “El padre Arrupe fue un reformador muy fuerte en cuanto al compromiso oficial de los jesuitas con los pobres. Y por eso con Juan Pablo II hubo problemas, problemas serios. Hubo contradicciones serias, porque se consideraba que estábamos demasiado a la izquierda en las cuestiones sociales”.

UN CAMBIO DE SENSIBILIDAD
Y EN LA BALANZA DEL PODER

Durante siglos la Compañía de Jesús ha sido la orden religiosa masculina de mayor peso en la Iglesia católica. La tradicional habilidad de los jesuitas para moverse en los espacios de poder y sus capacidades profesionales en todos los terrenos del saber humano los han hecho objeto tanto de admiración como de recelos a lo largo de su historia. “Jesuitismo” es un concepto que se asocia tanto a conspiración e hipocresía como a una conducta de continua avanzada. Por su poder e influencia los hijos de Ignacio de Loyola fueron expulsados por gobiernos de distinto signo de Portugal, Francia, España y de las colonias españolas y portuguesas de América en el siglo 18. Lo cuenta la película “La Misión”. Incluso, durante esta etapa fueron disueltos por el Papa durante cuarenta años.

No son pocos los vaticanistas que consideran que la elección de un jesuita para el cargo de mayor importancia en la Iglesia católica significa también un giro en la sensibilidad eclesial al más alto nivel y un cambio en la balanza del poder. Es de esperar el descenso del peso en el Vaticano de otras instituciones y movimientos católicos neoconservadores que durante el gobierno de Juan Pablo II y el de Benedicto XVI recibieron de ambos Papas privilegios y relevancia, incluidos nombramientos de obispos diocesanos procedentes de estos movimientos, entre otras cosas para neutralizar la influencia de jesuitas, dominicos y franciscanos, congregaciones de trayectoria histórica probada y crecientemente comprometidas con el cambio social.

LOS “PERDEDORES”

El contexto de más de tres décadas de preeminencia y expansión de estos grupos con el aval del Vaticano era una de las razones por las que se descartaba la elección de Bergoglio. Al final pudieron más -dicen los vaticanistas- quienes confían en la reciedumbre de los jesuitas ante el poder -el poder desmesurado que hoy tiene la curia vaticana- y resultó electo uno de ellos.

Desde esta perspectiva, pueden considerarse “perdedores” en esta elección el Opus Dei, Comunión y Liberación, los Focolares, los Legionarios de Cristo, los Heraldos del Evangelio y los Neocatecúmenos (los “kikos”, por el nombre de su fundador). Dos de estos movimientos nacieron en América Latina y han tenido en nuestra región su principal expansión: los Legionarios de Cristo y los Heraldos del Evangelio.

En América Latina, el Opus Dei, fundado por el sacerdote español José María Escrivá en 1928, fue ganando terreno entre el clero y élites empresariales durante el prolongado gobierno de Juan Pablo II. En Nicaragua está menos presente que en El Salvador. En 1979 Monseñor Romero reconoció, aliviado, en una ocasión al jesuita César Jerez que durante sus años de obispo auxiliar de San Salvador (1967-1974) y, por la ideología tan conservadora de Romero, él había “caído en manos del Opus Dei”… y por poco se queda con ellos.

LEGIONARIOS Y HERALDOS

Los Legionarios de Cristo nacieron en 1941 en México para dedicarse a la educación de las élites y se hicieron escandalosamente famosos por la conducta delincuencial de su fundador, el sacerdote Marcial Maciel, que cometió decenas de abusos sexuales contra sus propios seminaristas.

Los Heraldos del Evangelio o Caballeros de la Virgen nacieron en Brasil de la ultraconservadora organización anticomunista Tradición, Familia y Propiedad. Los fundó Joao Clá Días, a quien Juan Pablo II ordenó sacerdote en tiempo récord y Benedicto XVI le dio el título de Monseñor. Visten con botas militares, túnicas de cruzados y grandes rosarios a la cintura.

Dos de los papables que se mencionaron durante el cónclave ocupando los primeros lugares en competencia fueron el brasileño Odilo Scherer, arzobispo de São Paulo, cercano a los Heraldos y el italiano Angelo Scola, miembro prominente de Comunión y Liberación. Scola era, para muchos analistas, el candidato de Ratzinger, quien simpatiza con este movimiento. Las cuatro mujeres que le cocinaban y le servían en el Vaticano y que han ido con él a cocinarle y servirle en su retiro de Castelgandolfo son una especie de monjas laicas, una rama de los “ciellinos”, como se conoce en Italia a los miembros de Comunión y Liberación.

“UN JESUITA
PARA REFORMAR LA IGLESIA”

En medio de apuestas de todo tipo sobre los resultados del cónclave, sólo un especialista en asuntos vaticanos, el periodista español José Manuel Vidal, mencionó, y apostó, por Bergoglio. Dos días antes de la elección se leía en su crónica: “Se busca un nuevo Roncalli, papel en el que muchos ven al cardenal argentino Jorge Mario Bergoglio, arzobispo de Buenos Aires, que se parece en muchas cosas al Papa Bueno menos en su aspecto”. Angelo Roncalli se llamaba el Papa Juan XXIII, más grueso que Bergoglio.

“Si el cónclave se bloquea entre el “partido romano” de los curiales y el “partido reformista” de los extranjeros, especialmente americanos y alemanes, la opción del argentino podría revelarse providencial”, vaticinaba Vidal, deseándolo. Y añadía: “Nadie duda de que el purpurado argentino tenga carácter. Como me dice el agustino recoleto Ricardo Corleto: “Es un hombre tan honrado y tan íntegro que ni siquiera el gobierno Kirchner pudo encontrar mancha alguna en su vida, a pesar de haberla buscado con suma diligencia”. Bergoglio: un papable fiable, con experiencia, decidido, de los que no le tiembla el pulso, “limpio” y con agallas para terminar la limpieza que no pudo o no le dejaron hacer a Benedicto XVI. Un nuevo Roncalli del Cono Sur con raíces turinesas. Un jesuita para reformar la Iglesia”.

Vidal confesó su entusiasmo al saber que había acertado. Y en sólo diez días colocó en todas las librerías de España y América Latina el primer libro sobre el Papa, escrito con su colega periodista Jesús Bastante. Lo titula con audacia (¿o es esperanza?): “Francisco: el nuevo Juan XXIII”. La red de librerías del Opus Dei vetó su venta.

“REPRESENTA
LA UNIDAD DE LOS DIVERSOS”

La “reforma de la Iglesia” no será nunca un proceso de corto plazo. Tampoco la obra de un solo hombre, por más poderes que haya acumulado en la historia el obispo de Roma, por más audacia que tenga un jesuita investido de esos poderes, por más agallas que tenga Bergoglio. De ser, esa reforma será un proceso de largo plazo y requerirá de una voluntad colectiva, incluso masiva.

El Papa Francisco llega a este cargo cuando se cumplen los 50 años del acontecimiento más renovador del Catolicismo, el Concilio Vaticano Segundo. Prácticamente todas las transformaciones que proponía el Concilio fueron siendo abandonadas durante el gobierno de Juan Pablo II, tanto en Europa como en “el fin del mundo”.

El profundo sentido del ser latinoamericano de Francisco lo ha expresado muy acertadamente el provincial de los jesuitas en Chile, Eugenio Valenzuela cuando escribe: “No viene de Europa, del centro, del Primer Mundo, sino de América Latina, del Tercer Mundo, de la periferia. Viene de Latinoamérica, que concentra al 40% de los católicos, una parte significativa de los dos tercios que se encuentran en los países pobres del Sur. Pienso que esta novedad tiene relación con el Concilio Vaticano Segundo, que, según una interpretación de fondo invita a transitar desde una iglesia europea occidental a una iglesia por primera vez mundial. Una iglesia que reconoce a las iglesias particulares y que estima como riqueza la diferencia entre un cristianismo africano y un catolicismo norteamericano, que debe aprender tanto de la novedad de un catolicismo de minoría en India y en Vietnam como del catolicismo de mayoría de México y Colombia... Elegir a un Papa argentino, diferente, es un paso más en la recepción del Concilio… Él representa la unidad, no de los iguales, sino la de los diversos”.

Las cada vez más diversas sociedades de los países del “fin del mundo” esperan hoy cambios en la Iglesia católica. ¿Serán posibles?

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