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Universidad Centroamericana - UCA  
  Número 368 | Noviembre 2012

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América Latina

El 7-O en Venezuela

Leídas en las superadas claves de la Guerra Fría, las elecciones venezolanas eran un combate entre el imperialismo norteamericano y la revolución continental. En una Venezuela partida en dos mitades, sin una tercera opción electoralmente viable, las elecciones enfrentaron a dos contendientes con dos visiones opuestas de la política y del país. He aquí algunos datos básicos y algunas conclusiones de los resultados del 7-O.

Han pasado 14 años desde que irrumpió en la Presidencia venezolana Hugo Chávez y el proyecto de la Revolución Bolivariana. El hastío ciudadano con la corrupción política y la exclusión de los pobres -afectados por políticas neoliberales- constituyó un frente electoral que llevó al teniente coronel a un resonante triunfo ante los otros candidatos. A partir de ese momento, el nuevo gobierno enfrentó la férrea resistencia de los partidos tradicionales, así como de una alianza de medios de comunicación masivos y clases medias y altas urbanas que apelaron durante 2002 y 2003 a estrategias desestabilizadoras, incluyendo un fallido golpe de Estado, que logró capear el gobierno, remontando las cotas de legitimidad nacional e internacional en sucesivos procesos electorales entre 2004 y 2006.

DESDE 2006: PERSONALISMO
Y BUROCRATIZACIÓN POLÍTICA

Para superar los déficits de la IV República (1830-1998), el gobierno de Chávez expandió en Venezuela la participación ciudadana y puso la agenda social en el centro del debate. Costeadas por la renta petrolera las políticas sociales crecieron, generando procesos de inclusión de los marginados. Estos elementos -sin duda positivos- coincidieron con la redefinición del marco normativo -nueva Constitución y leyes aprobadas- y con la recuperación del rol del Estado como agente activo en la vida nacional, delineando los rasgos centrales del proyecto, autoidentificado como bolivariano.

Pero desde el año 2006 el efecto democratizador del gobierno de Chávez se vio paulatinamente matizado por un creciente personalismo y por la burocratización política. Se consolidó un régimen hiperpresidencialista, una organización política dominante -el Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV)- y se desarrollaron mecanismos de participación –los Consejos Comunales-, que operan como factores de control y de movilización política.

El encumbramiento del liderazgo carismático de Hugo Chávez fue acompañado por el uso discrecional de los recursos estatales, así como por el acotamiento de los otros poderes nacionales, tanto los político-partidarios como los societales (movimientos, organizaciones) y fácticos (medios), tanto los identificados con la burguesía como los de actores populares y de izquierda autónomos.

Con la difusión de la idea del “Socialismo del Siglo 21”, el impulso a una nueva Ley Habilitante -que daba al Presidente la posibilidad de aprobar decretos con fuerza de ley-, la propuesta de Reforma Constitucional y la creación del PSUV, se produjo un avance de las tendencias autoritarias y estatizantes, particularmente visibles en las instituciones públicas, en el modelo económico y en la arquitectura jurídica de la nación.

La concentración de poderes, que convergen en la figura del Presidente Hugo Chávez, apela a una relación líder-masa y a la confrontación con el enemigo (opositores) dentro de una estrategia que tiende a desconocer, cada vez más, la normatividad vigente, incluida la propia Constitución, y que conlleva la instrumentalización de la justicia, el control y vigilancia sobre los medios y graves retrocesos en la vigencia de los Derechos Humanos. Se restringen también en las propias filas bolivarianas las opciones para disentir y participar en la construcción del proceso, con constantes apelaciones al Comandante-Presidente, el léxico militar (batalla, campaña, misiones) y los estilos de “ordeno y mando” implementados dentro de la estructura vertical del chavismo.

UN PAÍS DIVIDIDO
SIN TERCERA OPCIÓN

Con semejante trasfondo, Venezuela arribó, con las elecciones del 7 de octubre (7-O), a un momento trascendental de su historia contemporánea. Las elecciones se desarrollaron en un país prácticamente dividido en dos mitades, donde las oportunidades para una tercera opción despolarizadora, que combinase la defensa de derechos y libertades con una preocupación sincera y sustantiva con la justicia social, fueron bloqueadas por el ambiente de pugna, así como por el diseño institucional erigido en torno a la Ley Orgánica de Procesos Electorales.

Leídas en clave de Guerra Fría, las elecciones reprodujeron el tipo de simplificaciones que enrarecen los análisis políticos equilibrados. Representantes de las derechase izquierdas latinoamericanas evaluaron estas elecciones como un combate entre el imperialismo norteamericano y la revolución continental.

En el plano nacional, las posiciones opositoras ignoraron los antecedentes que llevaron a Chávez a la Presidencia, centrándose en la criminalidad, los cambios en la propiedad y las amenazas a la democracia bajo su mandato, mientras que los partidarios de Chávez enfatizaron la inclusión social de los sectores pobres y la nueva representación política que les da voz.

Se enfrentaban, por un lado, un oficialismo con 14 años de gobierno, anclado en el liderazgo carismático de Hugo Chávez y sus políticas sociales y por el otro, una plural oposición agrupada en la Mesa de la Unidad Democrática (MUD), que ha aumentado paulatinamente su caudal de voto (ver cuadro) desechando la desacreditada vía golpista, y que proyectó la figura juvenil de Henrique Capriles Radonski.

Ambos bloques exhibieron ciertas semejanzas organizativas e identitarios semejantes (partidos con ideologías difusas, liderazgos carismáticos, empleo de retórica, programas y estilos populistas y movilizativos), aunque se diferenciaron en la constante apelación a la polarización del candidato oficialista y el rechazo a esa polarización y el llamado reconciliador del líder opositor.

JORNADA CÍVICA EJEMPLAR

Si hubiera que resumir en tres frases el proceso vivido por los venezolanos durante los pasados meses, y del que el 7-O fue apenas el evento de cierre, serían: una jornada cívica ejemplar, un sistema técnicamente confiable y un proceso plagado de asimetrías e irregularidades.

La jornada fue récord en los niveles de participación -superiores al 80%-, con votantes motivados, que hicieron largas filas desde horas tempranas en sus colegios electorales. Con limitados actos violentos, bajo la custodia del Plan República, de militares, que garantizó la paz ciudadana, y unos Comandos de campaña que cubrieron con observadores la mayoría de las mesas de votación y que reiteradamente llamaron a sus partidarios a actuar con responsabilidad a lo largo de todo el proceso.

La masividad en la concurrencia -en un país donde el voto no es obligatorio-, el temprano anuncio de resultados irreversibles y su reconocimiento por parte de la oposición impidieron el cuestionamiento de los comicios y potenciales escenarios de violencia. Vista en su conjunto, fue una jornada ejemplar, donde ganó sin distingos ideológicos una Venezuela que acepta dirimir democráticamente sus disputas políticas.

La plataforma tecnológica y logística del sistema electoral funcionó con buen ritmo y casi sin fallas técnicas. En tres horas se conocieron los resultados en un 90% y todos convinieron en reconocer tanto los resultados como la autoridad y desempeño del Consejo Nacional Electoral (CNE). Lo que habrá que aclarar es cómo fue posible que se filtrasen en las redes sociales, minutos antes de emitirse el primer boletín oficial, datos casi exactos del proceso de totalización y de los resultados de los principales candidatos.

Vale la pena insistir en elementos del proceso cuya influencia resulta sin duda importante para los resultados del 7-O. El CNE fue incapaz de regular elementos como el empleo por ambos candidatos de símbolos nacionales y el uso de fondos públicos profusamente empleado por el oficialismo. Aunque la prensa escrita fue en general adversa al gobierno, en la televisión su predominio fue abrumador con las cadenas presidenciales obligatorias -frente a las que el CNE se declaró incompetente-, con spots en medios públicos y privados, así como spots de Chávez explicando cómo votar difundidos por la TV pública.

Si bien el financiamiento de las campañas fue opaco -pues no proviene de fondos públicos, asignados de manera porcentual a los partidos en base a sus resultados electorales, como en México- resultó exorbitante el gasto de recursos del Estado por el candidato gubernamental.

UN SISTEMA
TÉCNICAMENTE CONFIABLE

En cuanto al Registro electoral, se realizó previamente la auditoría de huellas y se revisó la no duplicidad de electores, mostrando la consistencia del registro con la evolución demográfica nacional. Los miembros de las mesas de votación fueron sorteados al azar, notificados por televisión, radio e Internet y (re)conocibles desde la web del CNE. Las máquinas que registran, contabilizan y transmiten los votos fueron objeto de 16 auditorías y el software electoral aprobado por los especialistas de los partidos, garantizando que no se pudiera modificar sin las claves conjuntas -compartidas entre los partidos y el CNE-, con lo que se garantizaba el secreto del voto.

El proceso de escrutinio y totalización funcionó según lo técnicamente previsto, iniciándose a partir de la identificación del elector mediante la máquina captahuellas y la respectiva cédula de identidad. A continuación, el elector procedía a seleccionar el candidato de su preferencia y a emitir su voto, tras lo cual la máquina entregaba al elector un comprobante impreso con la indicación de por quién sufragó. El votante lo introducía en una caja de resguardo.

Terminada la votación y cerrada la mesa, la máquina imprimía copias del acta de escrutinio -con la suma de electores que sufragaron en esa mesa, contabilizados desde el cuaderno de votación- entregando copias a los testigos. Al cierre del centro, los presidentes de las mesas procedían a sortear cuáles de las actas serían sometidas a la “verificación ciudadana”, con un conteo manual de los comprobantes resguardados en la caja, con el objetivo de cotejar el acta de escrutinio emitida por la máquina con el conteo manual. Todo esto en presencia de los testigos ciudadanos y partidarios.

Después, las máquinas debidamente registradas enviaban sus resultados a los dos centros del CNE habilitados para totalizar lo transmitido por las máquinas, un proceso que puede ser comprobado por la ciudadanía toda vez que el boletín de totalización se desglosa acta por acta y mesa por mesa. Así, los datos publicados en la página web del CNE permitían un triple cotejo: el del escrutinio emitido por la máquina, el del acta de la “verificación ciudadana”, y el de ambas constataciones con relación al resultado de mesa publicado en la Gaceta Electoral.

En total, se hicieron varias auditorias: al Registro electoral y a las huellas, a la tinta, al software de totalización, al software de máquina, a la producción de máquinas, a los cuadernos de votación y a los medios de transmisión. Según las reglas, un proceso técnicamente irreprochable.



EL ESTRENO DE UNASUR

El 7-O hubo acompañamiento extranjero y veeduría local. Se previó la existencia de testigos en cada acto del proceso electoral (votación, escrutinio, verificación ciudadana, estación de información al elector, juntas electorales municipales y salas de totalización), a los que se sumaron más de 4 mil observadores de seis ONG nacionales, los de los partidos y los acompañantes internacionales.

Fue el bautismo de fuego de la novel Misión de Acompañamiento Electoral de la Unión de Naciones Sudamericanas (UNASUR), con sus 45 integrantes, en su mayoría funcionarios de los organismos electorales sudamericanos. Fue la única misión internacional presente, en ausencia de la OEA, el Centro Carter y la Unión Europea.

Conscientes de la importancia de proteger, en un entorno de polarización, la confianza en el proceso electoral y la profesionalidad e imparcialidad de la misión -dada la identificación de UNASUR con los presidentes regionales-, el equipo promovió ante la opinión pública venezolana el concepto de “acompañamiento” pidiendo a las partes el compromiso de reconocer el resultado que emitiera el CNE, requisito clave para neutralizar los rumores y estrategias desestabilizadoras.

ALGUNOS TRASFONDOS
DE LA VICTORIA CHAVISTA

Se han ido conociendo elementos que, sin cuestionar el resultado, permiten explicar trasfondos de la victoria chavista. Según testimonios ciudadanos, difundidos por la prensa, la estrategia oficialista, coordinada a través de grupos organizados y financiada por la empresa Petróleos de Venezuela (PDVSA), fue dividir planificadamente su masa de votantes: una oleada entraría a los centros de votación en la mañana, un segundo grupo entraría en un momento específico de la tarde y en el medio se mantendría un flujo en pequeñas oleadas. También se implementaron obstáculos para los votantes en las zonas notoriamente opositoras, como puntos de verificación de identidad no obligatorios. También hubo motorizados que dificultaron el traslado de votantes.

En la tarde se inició el envío masivo de SMS dando como ganador a Capriles para disuadir el voto opositor aún pendiente, por lo que a la hora de cierre (6 pm) los barrios estaban llenándose de votantes chavistas de “última hora”, mientras en las zonas de clase media se celebraba la victoria de Capriles.

Un documento militar filtrado demostraba la coordinación de esfuerzos entre la Guardia Nacional Bolivariana (GNB), estructuras del PSUV y el Estado con diversos actores sociales (Consejos Comunales, colectivos urbanos, grupos motorizados) para ejecutar acciones de vigilancia y movilización que, a la postre, beneficiaban al candidato oficial. Desde instalaciones públicas de la capital -dotadas con equipos de comunicación y las bases de datos de los votantes chavistas- se coordinaron motorizados y transportes públicos que llegaron hasta los barrios de Caracas para movilizar a los morosos y traer a albergados de fuera de la capital. PDVSA entregó víveres a las bases chavistas, que establecieron mecanismos para cuidar a los hijos de los votantes y, desde la madrugada, ofrecieron desayunos, atención medica y apoyo a los discapacitados. En ausencia de fraude, esta alta participación “inducida” le dio una ventaja decisiva a Chávez.

Estos elementos nos recuerdan que, como la propia democracia, una elección es un proceso integral cuyas fases y resultados van más allá del acto de votar y del día de la votación, aunque sean éstos los que le otorgan una resolución final.

LO QUE ESTABA EN JUEGO
EN VENEZUELA

Las elecciones del 7-O tenían enorme trascendencia regional, sobre todo en los países integrados en el ALBA. Nacionalmente, también eran trascendentales. Pueden leerse como un plebiscito sobre la continuidad del régimen chavista y de un presidente que en 2019 acumulará 20 años ininterrumpidos en el poder. Lo que estaba en juego en Venezuela el 7-O no era, como en otras naciones, una rotación dentro de las élites gobernantes o algún giro moderado en la continuidad de un proyecto político y económico.

La disyuntiva central de cada venezolano era si volvía a depositar su voto y su confianza en un gobierno que ha demostrado una voluntad sostenida para privilegiar la justicia social, al tiempo que amenaza con modificar el campo político con el avance de sus tendencias autoritarias.

En la acera de enfrente, se presentaba una alternativa opositora que, con sus inconsistencias y debilidades, tenía objetivamente que negociar con el oficialismo y con el resto de la sociedad, sentando mejores bases para el ejercicio de los derechos y autonomía ciudadanos y el pluralismo político. Una oposición que sigue cargando con el lastre de su pasado golpista -elemento compartido, por cierto, con el chavismo- y con su desatención histórica a las demandas y realidades materiales y simbólicas de los sectores más empobrecidos y excluidos del país.

¿VOLUNTAD DE DIÁLOGO
EN EL CHAVISMO?

En una sociedad polarizada, con dos grandes bloques electorales que encarnan visiones opuestas de la política y del país, el reconocimiento de la Constitución y de los procesos electorales como fuentes de legitimidad constituye un elemento relevante para construir referentes compartidos, capaces de dar cauce a la lucha democrática y pacífica. Por esa razón fue saludable que ambos candidatos, en sus alocuciones post-electorales, reconocieran la actitud de su contrincante e hiciesen llamados a trabajar conjuntamente por el pueblo venezolano.

A partir de esa postura, la oposicion puso a prueba la sinceridad de la voluntad de diálogo del ganador, abriendo la puerta a una mesa de trabajo con el gobierno nacional en torno a urgentes temas nacionales: inseguridad, desempleo, vivienda... Que esa opción sea poco probable, ante la resistencia del gobierno a despolarizar y ante la coyuntura de las elecciones regionales de diciembre, no la hace imposible, dada la magnitud de los problemas y el necesario consenso de todos los actores para lograr una solución.

LECCIONES
PARA LA OPOSICIÓN

Con el concurso de sus más lúcidos analistas y dirigentes, la oposición debería interpretar la victoria del chavismo no sólo como mero efecto de sus políticas clientelares, sino como una expresión del peso que sigue teniendo la lacerante deuda social -y su solución- y como la representacion simbólica de los pobres y mestizos -usufructuada por Chávez- dentro de la poblacion tradicionalmente excluida de Venezuela.

Como han expresado reconocidos expertos, Daniel Zovatto y Luis Vicente León, la heterogénea MUD tiene que mantenerse unida alrededor del liderazgo de Capriles y de la plataforma de concertación construida durante el proceso, convirtiendo el duelo post-derrota en acciones efectivas para las elecciones regionales y para después.

Tras aprender de 2002 a 2005 la lección de los costos políticos de desconocer la institucionalidad como vía para consolidarse, la oposición tampoco debería apostar en exclusiva a desarrollar su agenda política desde los espacios conquistados dentro del Poder Legislativo y los Gobiernos Regionales. Aunque ha ido avanzando en sus resultados electorales, tiene que combinar eso con una mayor acción colectiva -manifestaciones, foros, campañas públicas- desarrollada de forma pacífica y acorde a la legalidad vigente, para aislar las tendencias golpistas y ampliar la base social del voto opositor.

Los éxitos opositores ante las propuestas de Reforma Constitucional (2007) y la nueva Ley de Universidades (2010) se debieron, en buena medida, a movimientos protagonizados por estudiantes, acompañados por otros actores, que se posicionaron en el espacio público concientizando a la sociedad sobre los riesgos que estos cambios tendrían para mermar derechos y libertades de toda la ciudadanía.

La oposición deberá también convencer a sus partidarios de que ha conseguido claros avances en términos numéricos
y de presencia en zonas y estratos poblacionales otrora dominados por el chavismo y que una estampida migratoria, hija del derrotismo, sólo favorecerá al oficialismo.

Las respuestas opositoras a los escenarios futuros vendrán de la mano no sólo de politólogos o juristas -quienes han hecho exhaustivos análisis del secuestro autoritario de la arquitectura institucional y legal-, sino de sociólogos y demógrafos, que deberán dar cuenta del sostenimiento y/o crecimiento de la fuerza social opositora, de sus mutaciones y de los puentes tendidos a sectores populares desencantados del chavismo.

LECCIONES PARA EL CHAVISMO

El oficialismo debería moderar su discurso, dejando de identificar como “agentes desestabilizadores del Imperio” a quienes compitieron en buena y democrática lid y sostienen, dentro de las reglas del Estado de Derecho, una vision diferente del país. Evitando confundir su triunfo con un cheque en blanco, tendría que atender varios asuntos: el relevo de su liderazgo, el respeto y fortalecimiento institucional y una continuidad trasparente de sus políticas sociales, honrando la confianza depositada en las urnas por sus electores. Debería también afrontar complejas medidas para combatir el alza inflacionaria que azota al país y dar solución a la situación de inseguridad (asaltos, secuestros, homicidios), que tristemente ubica a Venezuela en estándares muy altos a nivel internacional.

Analistas cercanos al chavismo reconocen un desgaste del respaldo popular al oficialismo y un creciente fortalecimiento electoral opositor, identificando entre las causas la falta de democracia interna en el chavismo, la ausencia de mecanismos para el debate y el control democráticos, la promoción de un liderazgo unipersonal y de la incondicionalidad -que arropa a mediocres y arribistas-, tanto dentro del aparato partidario como en las estructuras de la gestión pública.

En similar dirección, el ex-Presidente Lula, un cercano aliado de Chávez, ha reconocido lo deseable de la alternancia política. Éstas fueron las palabras de Lula en entrevista con el diario argentino “La Nación”: “Para la democracia, la alternancia de poder es una conquista de la humanidad, y por eso hay que mantenerla. Yo mismo no quise un tercer mandato. Porque si lo hubiera hecho, hubiera querido un cuarto mandato, y después un quinto. Entonces si lo quiero para mí, es quererlo para todos... Creo que el compañero Chávez debe empezar a preparar su sucesión. La Constitución permite que Chávez sea candidato por cuarta vez, pero cuando él pierda, los adversarios también podrían presentarse cuantas veces quieran, y eso no creo que sea bueno”.

NUEVOS ESCENARIOS
ELECTORALES

El diseño institucional bolivariano y la incertidumbre en torno al estado de salud de Chávez abren sucesivos y potenciales escenarios de contienda electoral. El 16 de diciembre serán las elecciones a las gobernaciones regionales. En abril de 2013 habrá nuevos comicios municipales y en 2015 habrá elecciones legislativas. En 2016 podría además convocarse un nuevo referéndum revocatorio.

Si Chávez llegara a estar incapacitado para ejercer su función o falleciera dentro de los primeros cuatro años de su nuevo gobierno, el Vicepresidente asumiría temporalmente el poder, pero debería convocar a nuevas elecciones en los siguientes 30 días. Sólo si Chávez ya hubiera cumplido su cuarto año en el poder, el Vicepresidente completaría los dos años restantes. El entorno más cercano a Chávez intentará mantenerlo en el gobierno por el mayor tiempo posible con el objetivo de conservar la cohesión dentro del oficialismo, preparar una transición de su liderazgo y evitar enfrentarse a la oposición -sin el capital simbólico del líder- en nuevas elecciones.

Las recientes designaciones dentro del gabinete gubernamental apuntan a revisiones en las agendas públicas, como denotan la sustitución de Andrés Izarra por el periodista Ernesto Villegas al frente de la comunicación y el nombramiento como Vicepresidente de Nicolás Maduro, bien visto por La Habana y por círculos de negocio regionales, en lugar del ex-militar Diosdado Cabello y el otrora líder estudiantil Elías Jaua.

Todo indica una posible reformulación de la hegemonía y alianzas chavistas, dentro y fuera del país, abriendo escenarios que continuarán signados por la complejidad y por la tensión entre el diálogo y la confrontación.

HISTORIADOR Y POLITÓLOGO.
PUBLICADO EN MÉXICO, EDICIÓN DE ENVÍO

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