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Universidad Centroamericana - UCA  
  Número 366 | Septiembre 2012

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Centroamérica

Los Jinetes del Desarrollo en tiempos Neoliberales (6): ¿Por qué emigran los católicos al neopentecostalismo?

Si los neopentecostales se nutren del pensamiento positivo y de la cultura gerencial, ideas que han penetrado nuestras sociedades, es útil reflexionar sobre otras de las razones que pueden explicar la fuga de católicos de clase media y media alta hacia el neopentecostalismo. Hoy, como ayer, las «conversiones» religiosas tienen más motivos sociológicos que motivos religiosos. Apuntemos hipótesis.

José Luis Rocha

El neopentecostalismo aplica su maza sobre la cantera de católicos escombros. ¡Qué cosa fuera la maza sin cantera! En la región centroamericana no abundan los bazares de inversiones religiosas que retribuyan tan generosos dividendos.

ACELERADA SEPARACIÓN DEL CATOLICISMO

Las últimas cinco décadas han atestiguado cómo y cuánto la iglesia católica ha perdido el monopolio del mercado religioso latinoamericano. En 1997 Jean-Pierre Bastian dio a conocer su estudio La mutación religiosa de América Latina, donde muestra que “hasta el decenio de 1950 la inmensa mayoría de los consumidores de bienes religiosos de salvación aceptaba la necesaria mediación de clérigos-productores de bienes religiosos católicos. Hoy en día, podemos señalar que cada vez más las capas sociales diversifican sus compras de bienes religiosos”.

En 1960 apenas cinco países latinoamericanos contaban con una población de tradición cristiana protestante que rebasara el 5% del total. En 1985 ya había muchos países donde la población protestante se acercaba o rebasaba el 10% y en algunos alcanzaba el 20%. Entre los primeros estaban Panamá, El Salvador, Honduras y Nicaragua. Entre los segundos figuraba Guatemala. Esa tendencia se mantuvo en las dos décadas siguientes. De acuerdo a un estudio del Instituto Universitario de Opinión Pública (IUDOP) de la UCA de El Salvador realizado en 2010, el 33% de los salvadoreños mayores de 18 años son evangélicos y el 50% son católicos.

El Programa Latinoamericano de Estudios Sociorreli¬giosos (PROLADES) registró 36% de protestantes en Honduras (2007), 34% en El Salvador, 31% en Guatemala (2006), 24% en Costa Rica (2008) y 23% en Nicaragua (2005). El estudioso de temas religiosos Jesús García-Ruiz recogió las declaraciones de David Mejía, presidente de la Alianza Evangélica de Guatemala: daba cuenta de 20 mil centros de culto evangélico y de un 45% de la población guatemalteca en alguna denominación de la nebulosa evangélica. Los incrementos más acelerados del protestantismo -entendido como separación del catolicismo histórico- han tenido lugar en las últimas dos décadas.

El antropólogo canadiense Kevin Lewis O’Neill, en su imprescindible libro City of God hace eco de quienes sostienen que el devastador terremoto de 1976 fue un parteaguas religioso en Guatemala: la membresía de las iglesias evangélicas creció un 14% en los meses que siguieron al terremoto, alcanzando un incremento anual del 23.6%, casi cuatro veces la tasa de expansión anual de la década anterior. Una solidaridad palpable y la insospechada universalidad en la canalización de la ayuda a los damnificados demostraron su eficacia proselitista. La historiadora estadounidense Virginia Garrand-Burnett, de quien O’Neill toma esta tesis, asegura que, más que a ningún otro grupo, el boom benefició a los pentecostales.

CÓMO EXPLICAR
LA FUGA DE LOS CATÓLICOS DE CLASE MEDIA

Este acelerador de la mutación religiosa se centra en lo que ocurrió en los sectores populares y en el pentecostalismo, pero no aborda la mutación hacia el neopentecostalismo que han vivido segmentos del catolicismo de clase media. Cierto o no, los episodios de crecimiento evangélico como consecuencia directa de acciones constatables nos invita a preguntarnos sobre su recíproco: el descenso del catolicismo y sus causas.

Fue desde el lado conservador del catolicismo de donde vino la alarma. Según Francisco Pérez de Antón en El gato en la sacristía, “en el Nuevo Continente, donde hoy vive la mitad de los católicos, la indiferencia, el desacato y la apostasía siguen el mismo camino que en Europa y en Estados Unidos. En 1960, por ejemplo, el 75% de los católicos norteamericanos iba a misa los domingos. En 1987, esa cifra había descendido al 54%. Hoy se estima que sólo asiste el 30% y que, en las grandes ciudades como Chicago, la cifra es del 25%”.

Pérez de Antón aventura algunas tesis sobre la indiferencia, el desacato y la apostasía que roen la base social del catolicismo. Sus tesis son particularmente relevantes para mi argumentación porque se trata de la visión de un católico conservador de clase media ascendido a clase alta por obra y gracia de sus habilidades gerenciales. Pérez de Antón, creador de la transnacional centroamericana Pollo Campero, es alguien que recorrió -por la vía más clásica- el itinerario que la feligresía neopentecostal idealiza a instigación de sus pastores.

Pérez de Antón le atribuye a la teología de la liberación un respaldo que jamás tuvo en la jerarquía eclesiástica sólo para señalar que la opción preferencial por los pobres y las condenas de la riqueza predicadas por obispos y sacerdotes -en las décadas que siguieron al Concilio Vaticano II- ahuyentaron a los católicos más emprendedores, atormentados por una mala conciencia, incómodos al encontrar inconciliables sus ambiciones con el nuevo discurso religioso. Supieron -para su disgusto- que el compromiso “ya no era personal, sino de clase. Y sólo uniéndome a la revolución social y ayudándola hasta sus últimas consecuencias podía llegar a salvarme, como en cierta ocasión oí decir a un predicador de palabra airada y flatulenta: El catolicismo, en una palabra, se había contaminado con la guerra ideológica que se libraba extramuros de la Iglesia. De pronto, los bancos del templo tenían signo: de un lado estaban los creyentes reaccionarios, del otro, los progresistas: La Iglesia católica predicaba un catolicismo irreconocible. Su doctrina social era contraria y ajena a aquélla en la que mi generación había sido educada. Y poco a poco empezó a calar en mí la sospecha de que, como creyente, yo estaba siendo objeto de un fraude descomunal: Temo que fue por entonces cuando empecé a perder la fe en una institución que cuidaba más de sí que de los fieles y que a todas luces abusaba de la ignorancia de éstos”.

PRIMERA RAZÓN: CONDENA DE LA RIQUEZA,
APOLOGÍA DE LA POBREZA

El meollo del asunto -explica Pérez de Antón- era la inconsistente condena católica de la riqueza y la propiedad privada: “Y era claro que un Concilio plagado de conflictos y disensos había transformado la propiedad privada en un derecho ambiguo e inseguro. Luego de haber abusado de él durante siglos, y de haber poseído y creado buena parte de los latifundios de Europa y América Latina, el Alto Clero criticaba la presunta perversión de poseer a quienes, como yo, ni siquiera éramos dueños de la casa en que vivíamos”. Por eso “millones de católicos y decenas de miles de clérigos, religiosos y religiosas, abandonaban también la Iglesia, la mayoría a causa de la política excluyente que el Alto Clero practicaba con quienes estábamos en desacuerdo. La iglesia católica apartó de sí a buena parte de una clase media que no estaba de acuerdo con las intromisiones del clero en la vida pública, menos aún en las alcobas”.

En síntesis, la primera razón de la erosión de la base social católica en las capas medias fue la condena de la prosperidad material y la apología de los pobres: el hecho de que el ideario socialista empezara a convertirse en el soporte ideológico del catolicismo. Es lo que señala con un severo índice acusador Pérez de Antón, cuyas declaraciones coinciden con lo que, en declaraciones a la socióloga alemana Anke Schünemann, sostuvo Juan Carlos Abril, pastor de la iglesia neopentecostal El Shaddai de Guatemala: los colegios católicos eran focos de reclutamiento de la guerrilla por voluntad de quienes los regentaban: “Las personas, en diferentes colegios católicos, eran llevadas en excursiones o actividades que programaban a lugares donde había conflicto, donde había guerrilla, donde ellos como jóvenes tenían relación directa con participantes, gente que les transmitían sus ideas. Y eran llevadas por los directores, por las personas de estos colegios, que realmente eran monjas o sacerdotes… A un joven de 15, 16 ó 17 años ¿llevarlo a un lugar así? Obviamente era para despertar un interés... Había una participación directa de enrolar personas, de hacerlas parte de la causa”.

SEGUNDA RAZÓN:
OTRO PERFIL SOCIAL DE CLÉRIGOS Y RELIGIOSOS

Lancemos otra hipótesis. La segunda razón estaría asociada con un giro copernicano en la relación entre el clero y los profesionales respecto a la acumulación y manejo del conocimiento y el poder que del mismo se deriva. Es un cambio de larga gestación, pero se ha acelerado en los últimos veinte años.

Podemos dramatizarlo así, basados en hechos reales: hace apenas tres décadas los laicos se sentaban a escuchar a sacerdotes-economistas y a clérigos-sociólogos en las aulas universitarias. Veinte años después, un grupo de religiosos -entre los cuales había connotados intelectuales- pagó una fortuna al Instituto Centroamericano de Administración de Empresas (INCAE) para que les organizara un seminario sobre realidad centroamericana. Y las sotanas se sentaron a escuchar, como imberbes catequizados, las doctas charlas de los economistas, historiadores y administradores de empresas made in Oxford and Harvard. Más significativo aún fue el hecho de que, años antes, el primer provincial centroamericano de una congregación religiosa fuera presionado para que, antes de asumir su cargo, tomara un curso en el INCAE a modo de entrenamiento para su nueva misión como administrador -¿no pastor?- de una obra religiosa.

Tomando nota de este nuevo clima, Pérez de Antón se lamenta de que “el nivel intelectual del clero católico ha venido descendiendo a medida que crecía el nivel cultural de los creyentes, a quienes ya no es posible enredar con argumentos de autoridad o unas cuantas frases melifluas e ingenuas”. Esta nueva correlación entre niveles intelectuales y correlación de poder en el dominio del conocimiento se debe en parte a que el sapere aude -atrévete a pensar- de la Ilustración llegó tímida y tardíamente -pero llegó- a la mente de clases medias profesionales y demolió la infalibilidad eclesiástica.

Esto se debió también a un cambio en el perfil social de los eclesiásticos católicos. La carrera eclesiástica como vía de movilidad social para jóvenes campesinos y de sectores urbanos marginales fue una opción inveterada para el clero secular. Innumerables señoras beatas y opulentas financiaron seminarios y seminaristas diocesanos. Pero en Centroamérica la mayoría de las congregaciones religiosas demoraron muchas décadas en reconocer que miembros del pueblo nativo también podían ser objeto de llamados vocacionales.

Algunas órdenes religiosas dieron ese gran salto hasta la segunda mitad del siglo 20, cuando empezaron a ser afectadas por la escasez de vocaciones en su cantera tradicional y cuando la teología de la liberación -al insistir en la opción preferencial por los pobres- ofreció un estímulo ideológico a esa recomposición social de sus filas, hasta entonces engrosadas por extranjeros y nacionales acomodados. Al inicio de ese giro, la apertura estuvo enfocada en las capas medias y altas de ciudades menores, en hijos de finqueros de pequeños poblados rurales y en vástagos de asalariados urbanos de profesiones liberales. Después, las puertas se fueron abriendo a sectores genuinamente marginales.

CAMBIÓ EL CAPITAL SOCIAL
AL CAMBIAR EL CAPITAL HUMANO ECLESIÁTICO

A la movilidad descendente en el estrato social siguió un deterioro en la calidad del pensum clerical. Salvo en casos excepcionales, no fue posible mantener los mismos niveles de exigencia académica con jóvenes que venían del dolce far niente que rige el día a día en las escuelas y colegios públicos. Esa reconfiguración del capital humano en uno de los sectores más dinámicos e influyentes del escalafón eclesiástico, verificada en el feroz clasismo y discriminación social característicos de Centroamérica, le ha enajenado tanto la confianza como los donativos de los antiguos mecenas de sus proyectos, de los fieles de sus parroquias y de los alumnos de sus colegios y universidades.

Cambió el capital social con el cambio del capital humano. La oligarquía y los profesionales mejor remunerados nunca más volvieron a confiar a sus hijos a las congregaciones religiosas tradicionales. Pocas veces como cofrades congregacionales. A menudo, ni siquiera como alumnos. Los intentos por recuperar esa confianza por otras vías han sido vanos. En Centroamérica, los clubes y asociaciones de
ex-alumnos carecen de la constancia y el compromiso financiero de sus correlatos estadounidenses. Se limitan a reuniones esporádicas, encuentros salpicados de abrazos, brindis y recuerdos.

No podemos inferir de las declaraciones de Pérez de Antón que los católicos de clase media estén decantándose hacia un secularismo. Muchos siguen interesados en salvaguardar el ejercicio del credo y los rituales de antaño, aunque denuesten los deslices ideológicos. La proliferación de colegios y universidades religiosas dan fe de la buena venta que mantiene la formación con sello religioso. Pero algunos de los nuevos colegios católicos de lujo -sobre todo en Nicaragua, más que en Guatemala- son dirigidos y administrados por laicos que han hurtado las élites creyentes y practicantes a los hermanos de La Salle, a los jesuitas, a las teresianas, a las oblatas, entre otras congregaciones que durante más de medio siglo formaron a los aristócratas, literatos y tecnócratas centroamericanos.

Universidades como la UNICA y el Ave María College en Nicaragua son fundamentalmente conducidas por católicos laicos ortodoxos y ultramontanos. Aun cuando la UNICA está ligada al Cardenal Miguel Obando y Bravo, la iniciativa del arzobispo de Managua, Leopoldo Brenes, de fundar la Universidad Católica Inmaculada Concepción de la Arquidiócesis de Managua, en diciembre de 2011, puede ser interpretada como un intento de ofrecer una alternativa universitaria con el imprimátur eclesiástico.

EMIGRANTES AL NEOPENTECOSTALISMO

La ola laicizante en la enseñanza confesional es palpable en el florecimiento de colegios católicos, fenómeno que tiene desigual desarrollo en la región. En Guatemala los más afamados colegios de élite no profesan confesión alguna. Su secularismo es más apropiado para un país donde los vástagos de las élites nativas tienen que convivir con hijos de ejecutivos asiáticos y europeos que profesan religiones no cristianas, no monoteístas o incluso ninguna religión.

En el otro extremo está Nicaragua, donde la Christian Academy, Notre Dame, Lincoln, Saint Agustine y Saint Dominic, entre otros, son colegios marcadamente confesionales católicos. Su oferta de formación bilingüe -o trilingüe- y religiosa es muy atractiva para las capas medias que anhelan una religiosidad intimista y ritual, concentrada en la moral sexual y ajena a toda moral social que vaya más allá de la responsabilidad social empresarial y otras audaces estrategias que meten camellos por el ojo de una aguja.

Aquí importa destacar que esas capas medias y medias altas anhelaban grupos de referencia y andamiajes religiosos más modernos y globalizados para vivir su fe. Los nuevos curas y religiosas dejaron de ser los gurús de muchos católicos. Muchas parejas buscan a iguales para tratar los temas que afectan su cotidianidad: matrimonios, gente que hable de cosas pedestres como la administración del hogar y cómo manejar el dinero. Para los más inquietos por la práctica religiosa, los colegios católicos no bastan. Después de un -a veces muy prolongado- período de enfriamiento religioso en capas medias y altas tradicionalmente católicas migraron a grupos neopentecostales como Hosanna en Nicaragua y El Shaddai en Guatemala. Una porción de la membresía de Hosanna la componen estratos medios de raíces católicas. Entre sus pares encontraron el discurso, los interlocutores y la atención a las problemáticas que les acuciaban. Muchos de ellos mantienen un pie en el catolicismo -por motivos laborales o familiares-, diciendo y diciéndose que Hosanna no es una “iglesia”, sino un espacio de encuentro multidenominacional. Y dicen mejor que saben.

CONVERSIONES RELIGIOSAS
POR MOTIVOS SOCIOLÓGICOS

Un tercer reproche de Pérez de Antón va dirigido contra el dogmatismo del funcionariado católico, aspecto al que los profesionales son más sensibles: “La Iglesia oficial ha seguido actuando como en los días de Galileo, sosteniendo obsoletos dogmas sociales, económicos y de costumbres. Estamos ante una institución arcaica incrustada en la modernidad y de la que sólo va quedando una espectacular estructura cada año más vacía”.

Pérez de Antón menciona también otras razones del ocaso católico que nos ponen sobre la pista de qué episodios y eventos son “los gatos en la sacristía” que no pueden tragar las clases medias. El autoritarismo de la jerarquía católica es proverbial y no amerita mayor argumentación. Los casos de pederastia han tenido una presencia cotidiana en los noticieros y en documentales y películas que la televisión por cable ha llevado hasta la intimidad de los hogares de clase media para escándalo de beatas y deleite de morbosos. La vida en pareja -macho y hembra los creó- como impedimento para acceder a los más elevados escalafones de la carrera eclesiástica es una losa inamovible que premia a una minoría en perjuicio del estilo de vida mayoritario.

Estas señales negativas y esta incapacidad de responder a las demandas de los tiempos constituyen los escombros católicos de los que el neopentecostalismo extrae prosélitos. No se trata de una decadencia -al menos, no en todos los aspectos-, sino de una desadecuación del catolicismo. Se trata de su incomprensión de nuevas tendencias en la comprensión de la realidad, las demandas, los gozos y las esperanzas de la feligresía de las capas medias, que suelen ser las que marcan la pauta del conjunto de creencias que forman el grueso del sentido común de una sociedad.

Los reproches de Pérez de Antón -aquí tomados como representativos de un sector particular de los católicos- se refieren a un conjunto de rasgos y tendencias que, desde un punto de vista confesional, centrado en la opción preferencial por los pobres, se podrían declarar indeseables -el autoritarismo, el dogmatismo, el lenguaje desfasado, el exiguo protagonismo de los laicos y aún menor de las laicas- y también a otros elementos que, desde esa opción, son percibidos como conquistas arduamente conseguidas e irrenunciables, aunque precarias: mayor acceso de los sectores sociales de menos recursos a la carrera eclesial, denuncia de la codicia desmedida, prioridad de las necesidades de la colectividad sobre la ambición individual, derechos de los desfavorecidos.

Éste no es el espacio para discutir sobre la calidad moral de los rasgos y tendencias que Pérez de Antón vitupera, sino para tomar nota de qué ahuyenta a los católicos de cuello blanco. Hoy como ayer, las llamadas “conversiones” religiosas tienen más motivos sociológicos que motivos religiosos. Un ansia de absorción de corrientes seculares, cambios de estrato social en el liderazgo católico y un deseo de que el prurito de prosperidad material sea bendecido por Dios están en la base de las conversiones de tibios católicos de la clase profesional-gerencial en entusiastas neopentecostales. Es una metamorfosis donde el pensamiento positivo y la cultura gerencial definen el qué y el cómo, el fin y los medios.

EL CULTO A LO GERENCIAL Y AL EMPRENDEDURISMO:
EL CASO CHRIS LOWNEY

Una estrategia para recuperar terreno en el mercado religioso ha sido calcular la dirección del espíritu de este tiempo y seguirla, introduciendo en el discurso católico la veneración del emprendedurismo y reformulando los desafíos sociales en términos gerenciales que capten los oídos hechos al argot administrativo. En otras palabras: complacer al gerencialismo.

Este culto a lo gerencial y al emprendedurismo ha tenido en la práctica sus corifeos católicos. Salta a la vista que la iglesia católica siempre ha tenido veneraciones venales. Sus muchos jerarcas, funcionarios y fieles, que ahora se escandalizan de la creciente fortuna de los evangélicos new comers al club de los sacro-millonarios, parecen olvidar que -quizás horrorizados por el pesebre de Belén y la pobreza franciscana- los obispreneurs se aplicaron durante dos milenios a la acumulación de feudos y fincas, carruajes y camionetas, copones, alfombras, vitrales y otros cachivaches terrenales. Los evangélicos están en pañales: no tienen nada semejante al Instituto de Obras Religiosas (IOR), mejor conocido como Banca Vaticana.

La novedad consiste en poner al día el discurso, un propósito en el que el culto a lo gerencial juega un papel estelar. En este terreno destaca Chris Lowney, jesuita siete años (hasta 1983) y alto ejecutivo de bancos durante las dos décadas siguientes. En su sitio web (www.chrislowney.com), Lowney se presenta con sus mejores credenciales: Chris Lowney, jesuita durante siete años, fue nombrado Director Gerente de J. P. Morgan & Co. cuando estaba en sus treintas y obtuvo posiciones de renombre en Nueva York, Tokyo, Singapur y Londres hasta que dejó la empresa en 2001.

Lowney hizo carrera como miembro de comités gerenciales bancarios de una de las empresas más criminales e inescrupulosas de las finanzas estadounidenses, cuyas actividades especulativas condujeron a la crisis económica que inició en 2008 y que costó miles de millones de dólares a los contribuyentes de Estados Unidos. Según investigación de James Petras, J. P. Morgan, junto al Bank of America y el Citibank, ha sido socio financiero activo de los emprendedores cárteles de la droga. Petras aporta pruebas: J. P. Morgan, The Bank of New York, HSBC, Wachovia y Citibank figuran entre los bancos que han sido procesados por lavado de dinero del narcotráfico y otras actividades ilícitas como consecuencia de las investigaciones del comité bancario del Senado estadounidense.

LOWNEY: UN “EMPRENDEDOR” EXITOSO
EN EL CASINO GLOBAL DE LA ESPECULACIÓN

Con esta alucinógena pero sólida y creciente base financiera, J. P. Morgan pudo salir airoso de la crisis, pues pertenece al exclusivo club de los “muy grandes para quebrar”. Fue beneficiario del rescate federal que profundizó la concentración financiera. Según los analistas de Monthly Review, John Bellamy Foster y Hannah Holleman, “de los quince mayores bancos comerciales estadounidenses en 1991 (Citicorp, Bank of America, Chase Manhattan, J.P. Morgan, Security Pacific, Chemical Banking Corp, NCNB, Manufacturers Hannover, Bankers Trust, Wells Fargo, First Interstate, First Chicago, Fleet/Norstar, PNC Financial y First Union, con activos por un total de 1,153 billones de dólares), a finales de 2008 sólo cinco sobrevivían como entidades independientes (Citigroup, Bank of America, J. P. Morgan Chase, Wells Fargo y PNC Financial, con un total de 8,913 millones de dólares en activos)...”

“Para el año 2008, los diez mayores conglomerados financieros poseían más del 60% de los activos financieros estadounidenses, en comparación con tan sólo un 10% en 1990, lo que ha dado lugar a una situación de oligopolio financiero. La participación financiera de los cinco bancos estadounidenses más grandes saltó del 43% al 56% del PIB estadounidense entre 2006 y 2011. J. P. Morgan Chase posee ahora uno de cada diez dólares en depósitos bancarios del país. Lo mismo sucede con Bank of America y Wells Fargo. Esos tres bancos, junto al Citigroup, emiten en la actualidad una de cada dos hipotecas y representan dos de cada tres tarjetas de crédito”. J. P. Morgan salió más opulento que nunca de la crisis de 2008, que condujo a suicidios, a miles de embargos, y que dejó sin vivienda a millones: 400 mil solamente en Florida.

Como nada cambió en Wall Street desde 2008 y la legislación Dodd-Frank -firmada como ley por Obama en 2010- no ha sido más que una palmadita paternalmente recriminatoria en la mejilla de los criminales financieros, J. P. Morgan siguió adicto a las inversiones especulativas del casino global. Bruno Iksil -ejecutivo responsable de las inversiones londinenses en J. P. Morgan y mejor conocido como La Ballena de Londres-, apostó por la pronta recuperación de la salud financiera de la economía estadounidense y perdió en mayo de 2012, por especulaciones irresponsables, 2 mil millones de dólares.

Tras su hazaña, el valor de riesgo -la medida numérica del total de pérdidas que una entidad financiera puede enfrentar cada día- para J. P. Morgan pasó de 88 a 170 millones de dólares. ¿Qué importa? Siguiendo ese mismo método, a veces se gana, a veces se pierde, pero el gremio financiero siempre gana: sólo en el primer trimestre de 2012 los principales nueve bancos de inversión del mundo obtuvieron ganancias por 55 mil millones de dólares. El casino funciona: ¡hagan sus apuestas!

LOWNEY: CÓMO CONTAR LA HISTORIA
DE LOS JESUITAS EN CLAVE GERENCIAL

Tremendo historial de éxitos para los anales del emprendedurismo financiero. No todas las proezas mencionadas ocurrieron mientras Lowney estaba en J. P. Morgan. Pero sus métodos y vínculos con el narcotráfico han sido los mismos y los fraudes financieros estaban en fase de incubación cuando Lowney llenó la contraportada de su obra magna con los blurbs -comentarios- de altos ejecutivos de J. P. Morgan. Esas motitas de polvo en el expediente moral de J.P. Morgan le tienen sin cuidado a Lowney, quien dice haber experimentado el privilegio de “haber salido de la mejor compañía en un ‘negocio’ para caer en la mejor compañía en otro: J. P. Morgan, que encabezó la lista de las empresas bancarias más admiradas que prepara la revista Fortune”.

En los últimos años Lowney se ha dedicado a escribir e impartir charlas para dar a conocer las ejemplares dotes gerenciales de los padres fundadores de la Compañía de Jesús. Heroic Leardeship: Best Practices from a 450-Year-Old Company that Changed the World -su primer libro, publicado por la casa editorial de la Loyola University en Chicago- ha sido traducido a 10 lenguas y es promocionado en numerosos sitios web de la Compañía de Jesús. El libro de Lowney es la Biblia para quienes enseñan gerencia social ignaciana. Tiene el mismo sabor -aunque con condimentos más modernos- que De victoria en victoria de Harold Caballeros: el mismo encomio del liderazgo, el discernimiento -correlato del mapeo espiritual-, la finisecular fe en que todo es posible. Al fin y al cabo, según Lowney, “poseemos un maravilloso sistema económico que perdurará solamente si los seres humanos dedicados y con principios brindamos un mejor trato a nuestros colegas…” Siendo la solución tan sencilla ¿qué hacen tantos jesuitas viviendo privaciones y jugándose la vida entre los indígenas y otros marginados?

La publicación Carta de Ausjal, la Asociación de Universidades confiadas a la Compañía de Jesús en América Latina, imprimió el texto de Lowney “Lo que los líderes del siglo 21 pueden aprender de los jesuitas del siglo 16”, donde este personaje trata de convencernos de que hay un líder en cada uno de nosotros y que la Compañía de Jesús lo podría sacar a la luz por medio de las virtudes que la hicieron fuerte hasta llegar a ser una “organización más vieja que Telefónica y el Corte Inglés” (¿habrá muchos jesuitas que se sientan orgullosos de la comparación?).

VIRTUDES CRISTIANAS Y HEROISMOS
EN CLAVE GERENCIAL

En el texto de Lowney las virtudes están definidas en términos gerenciales, con el lenguaje del coaching: conocimiento de sí mismo (“los líderes conocen sus puntos fuertes”), ingenio (“la capacidad para adaptarse con decisión a un mundo en constante cambio”, virtud encomiada en el libro ¿Quién se ha llevado mi queso?), heroísmo (“seguir motivado por grandes ambiciones, una pasión por superarse”) y amor (“tratar al prójimo con una actitud positiva, buscando desarrollar su potencial”…no sus derechos, no la justicia).

La estrategia del jesuita del siglo 17, Roberto de Nobili, quien tuvo la sensibilidad de adaptarse a la cultura hindú, es comparada por Lowney con la táctica de “las empresas que mostraban un rendimiento excepcional”. Los noviciados son el equivalente de las incubadoras de líderes. Y los padres fundadores fueron más sagaces que Maquiavelo, mejores entrenadores que los life coaches y mejores gerentes que los más avezados CEOs. Como repaso a la historia de los jesuitas en clave gerencial, el libro de Lowney consuma un intachable sincretismo religioso-gerencial y se sitúa como piedra angular de la nueva corriente, llamada gerencia social ignaciana.

No es mi propósito juzgar si Lowney está errado o no cuando atribuye un talento gerencial a unos padres fundadores que sólo podían ser unos consumados virtuosos del emprendedurismo y poner cuidado en la gerencia y descollar en ella avant la lettre. Lowney es sólo un representante más de una corriente bastante extendida. Otro ejemplo: el jesuita James Martin, en su amena obra My life with the saints escribe: “Recuerdo que en el noviciado pensé que Ignacio no habría tenido un mal desempeño en el mundo corporativo”. Revelador.

OTRA VISIÓN MÁS CRISTIANA
DE IGNACIO DE LOYOLA

Aquí intento analizar corrientes ideológicas: sus direcciones, sus raíces, su arrastre. Me interesa, por eso mismo, destacar el contraste entre la perspectiva de Lowney y otras visiones de lo ignaciano y de los padres fundadores de la Compañía de Jesús. Ese contraste muestra las mudanzas en el soplido del espíritu de los tiempos. Por ejemplo, el sacerdote jesuita Ricardo García-Villoslada publicó en 1941 un muy citado Manual de historia de la Compañía de Jesús, donde los elogios se centran en las hazañas llevadas a cabo con “gran peligro de sus vidas”, la “asombrosa energía de voluntad que desplegó Ignacio en su vida” y otros méritos fraguados en el terreno del temple de carácter y no del liderazgo gerencial y sus virtudes teologales.

A mediados de los años 80 otro sacerdote jesuita, Ignacio Tellechea Idígoras, escribió la biografía de San Ignacio que hasta hace pocos años era el catecismo ignaciano distribuido a lo largo y ancho de las comunidades de devotos. Para él, lo importante era que San Ignacio se detenía “en plena calle o en plazas públicas para dirigir algunas palabras a los niños, con éxito no del todo positivo, pero dejando huellas imborrables”. Un contemporáneo de Ignacio, el florentino Leonardo Bini, aportó datos inesperados que Tellechea recogió como un tesoro: “Yo he conocido al P. Ignacio que predicaba a la Zecca Vecchia y los niños le tiraban manzanas. Él lo sobrellevaba con paciencia, sin enfadarse, y siguió el sermón”.

Sobre los padres Laínez y Salmerón, elegidos para participar en el Concilio de Trento, Villoslada destaca sus deslumbrantes intervenciones y su humildad al acomodarse “en el aposento de un mozo de mulas, sin mesa ni luz para estudiar”. En el tiempo que les dejaban libres las importantes sesiones conciliares, Laínez y Salmerón se dedicaban a “sus ministerios preferidos de confesar, catequizar, visitar hospitales, etc”. tareas entonces “poco cuidadas por el clero”, añade Tellechea Idígoras, con un atrevimiento crítico hoy inadmisible.

IGNACIO EN VOLVO Y JESUCRISTO AGRESIVO:
DOS GIROS SEMEJANTES

El mismo título del libro de Tellechea Idígoras -Ignacio de Loyola solo y a pie- podría ser actualizado por Lowney como Ignacio de Loyola corporativizado y en Volvo. Como si tuviera en mente el libro de Lowney, García-Villoslada se lamenta proféticamente de que “arrastrados algunos por la asombrosa energía de voluntad que desplegó Ignacio en su vida, por la grandeza y precisión de sus planes y por el resultado de sus empresas, han olvidado al hombre interior. Por dar excesiva importancia a su prudencia humana, han desatendido su entrega y resignación total y confiada en las manos de Dios. Enalteciendo su cabeza de organizador, olvidaron su increíble suavidad paternal y su ternura de corazón”. Si ahora sus biógrafos posmodernos quieren hacer de Ignacio de Loyola el santo patrón de los CEOs, es un síntoma de una transustanciación de los valores en una dirección que Nietzsche no previó.

Un giro semejante se produjo entre los fundamentalistas evangélicos de la nueva derecha cristiana. Según Karen Armstrong, algunos de ellos “parecían albergar temores ocultos acerca de lo que consideraban una tendencia castradora en el propio cristianismo, que había llegado a ser una religión con valores propios de la mujer: la indulgencia, la misericordia y la ternura”. Su reacción consistió en reivindicar los valores viriles de Jesucristo: el predicador Edwin Louis Cole lo presentó como un “líder intrépido, que desafió a Satanás, venció a los demonios, dominó la Naturaleza y censuró a los hipócritas”. “Cristo podía ser despiadado y los cristianos también deben ser agresivos”, insistía Tim LaHaye en The Battle for the Family. Si el talante de Cristo cambió para estos fanáticos evangélicos, ¿por qué no habría de cambiar el de los fundadores de la Compañía de Jesús?

GERENCIALISMO:
UN MONSTRUO GRANDE QUE PISA FUERTE

Lowney encubre en su texto que la Compañía de Jesús siempre ha albergado en su seno -y ésta es sin duda una piedra angular de su longevidad- diversas corrientes de pensamiento, a menudo contrapuestas.

En marcado contraste con la apología del gerencialismo y el mundo financiero está el texto titulado “La Fe que hace Justicia” -publicado en Promotio Iustitiae, un boletín del Secretariado para la Justicia Social y la Ecología, con sede física y virtual en la Curia jesuita en Roma-, escrito por el entonces jesuita y teólogo andaluz José María Castillo, quien fustiga el mundo financiero y, luego de una serie de reflexiones sobre las inconsistencias de la Compañía de Jesús, concluye: “El problema más grave que hoy tiene planteado la Compañía es que pretende cumplir el compromiso de promover la justicia, pero (de hecho) se quiere hacer eso manteniendo nuestra institución y nuestras obras integradas en el sistema dominante... El problema está en que la Compañía mantiene unas instituciones, se sustenta sobre una economía y sostiene unas relaciones públicas que hacen de ella una institución perfectamente integrada en el sistema que genera tanta corrupción, tanta desigualdad y tanto sufrimiento”.

Por desgracia el gerencialismo es un monstruo grande y pisa fuerte. No es fácil sustraerse a su influjo, trovado con los cantos de sirena de Lowney o las tácticas coercitivas. Un gran número de ONG de inspiración religiosa están supeditadas a la tiranía del gerencialismo debido a la procedencia de los fondos que las sostienen. Por toda Centroamérica, las Pastorales de Movilidad Humana, Catholic Relief Services y Fe y Alegría, y en Nicaragua los Institutos Juan XXIII, Nitlapán y otras entidades deben bailar al son que tocan los financiadores, sean virtuosos o marcadamente desafinados. No hay autonomía ideológica sin independencia financiera. Quien lo dude, recuerde el consejo que el subdirector del FBI le dio a los periodistas del The Washington Post que investigaron el caso Watergate: “Sigan el dinero, y vean a dónde conduce”.

RESISTENCIA
Y SUMISIÓN ANTE EL GERENCIALISMO

El gerencialismo y su culto al emprendedurismo son corrientes predominantes de pensamiento. Han adquirido el rango de sentido común que les garantiza un sitial en el pabellón de los incuestionables.

Su incursión en el campo religioso es novedosa, pero su carrera académica tiene larga data. Según el politólogo colombiano José Francisco Puello-Socarrás, el homo economicus y el emprendedor han sido categorías básicas del liberalismo clásico y neoclásico. Pero el primero, que representaba “al ser humano como un agente económico racional y un individuo eminentemente calculador”, eclipsó al emprendedor, que en el contexto neoliberal emerge como un caballero andante merced a “su actitud para enfrentar la incertidumbre y derivar de allí beneficios”. El emprendedor es una exigencia epistemológica -ideológica y política- que genera una comprensión mucho más funcional/ajustada sobre la fase del capitalismo avanzado”.

Y yo sostengo que también lo es porque es el tipo de mito -quizás cuento de hadas- que mantiene la actitud expectante en un futuro siempre pendiente y promisorio -dependiente de la adecuada actitud del individuo-, que actúa como sedante para noquear el descontento desde su fase más incipiente. La consagración religiosa del emprendedurismo ha reforzado su hegemonía. Y, por otro lado, ese bautismo de una ideología retribuye a la iglesia católica y la adecúa al espíritu de este tiempo. Esto significa que, ante la competencia neopentecostal y secular, un sector del catolicismo ha reaccionado con una mezcla de competencia y mimetismo. Ha reproducido la cultura gerencial como instrumento de las nuevas utopías y la estima más eficaz que los antiguos métodos -huelgas, protestas, concientización y tomas de conciencia- y más realista que las viejas promesas: Reino de Dios, socialismo, comunas.

Ese sector está imitando el marketing neopentecostal ofreciendo los cantos de sirena del emprendedurismo, que a primera escucha suenan armónicos y halagüeños, pero cuyas estridencias se revelan más tarde, cuando queda el individuo solo ante su desolación, pues sobre sus hombros descan¬sa la responsabilidad de su fracaso y, como en la visión calvinista, su carencia de prosperidad proclama su condena social y escatológica: bien ganadas, por ser un gerente inepto.

Continuará...

INVESTIGADOR DEL SERVICIO JESUITA
PARA MIGRANTES DE CENTROAMÉRICA (SJM).
MIEMBRO DEL CONSEJO EDITORIAL DE ENVÍO.

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