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Universidad Centroamericana - UCA  
  Número 366 | Septiembre 2012

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Nicaragua

Memorias de una generación internacionalista

¿Por qué vinieron tantos estadounidenses a Nicaragua a compartir el proceso revolucionario con nosotros? ¿Qué querían aportarnos? ¿Qué aprendieron de nosotros? ¿Cómo vivieron la derrota electoral de la Revolución en 1990? ¿Y por qué después de eso se quedaron en Nicaragua? Reuní ocho testimonios de aquella generación internacionalista que llegó de Estados Unidos. Cada uno es una historia interesante, también admirable.

William Grigsby Vergara

Después del triunfo en las urnas del gobierno socialista de Salvador Allende, derrocado por el golpe de Estado de Augusto Pinochet el 11 de septiembre de 1973, la Revolución Popular Sandinista en 1979 fue el siguiente gran movimiento revolucionario latinoamericano que atrajo la atención del mundo occidental. Cientos de “cheles“ de todas partes del mundo se contagiaron de entusiasmo por la victoria sandinista, empacaron maletas y dejaron sus países para venir a ser testigos de lo que el pueblo nicaragüense era capaz de hacer. Muchos, incluso, combatieron con las armas por Nicaragua. Sacrificaron la vida cómoda del Primer Mundo por la fe y la esperanza que inspiraba nuestro pequeño país.

En aquella fiesta internacional se incluyeron muchísimos estadounidenses que vinieron como cooperantes voluntarios. Gente de todas las edades, en especial jóvenes de veintipico de años, se alistaron en las filas internacionalistas, en rechazo a las políticas del Presidente Ronald Reagan, tentado a lanzar una invasión directa contra Nicaragua. Pensaban que, entre más grande fuera la presencia de gringos en las zonas afectadas por la guerra contrarrevolucionaria, menos riesgo existiría de esa intervención militar. Pacifistas, periodistas, investigadores sociales, ingenieros, fotógrafos, cineastas, sociólogos, hombres y mujeres de la patria de Abraham Lincoln integraron aquel éxodo humanitario y solidario hacia nuestro triangulo pinolero.

¿Qué los motivó a venir? ¿Sólo la Revolución? ¿Qué aprendieron de nuestro pequeño país? ¿Cómo vivieron la derrota electoral de 1990 y por qué decidieron quedarse después de esa fecha? Éstas y otras preguntas las responden en ocho testimonios que reflejan aquella etapa de nuestra historia, en la que cientos de estadounidenses dieron parte de sus vidas por el proyecto revolucionario de Sandino.

“UNO VIVÍA CON LA ADRENALINA AL MÁXIMO”

Circles Robinson, 59 años. “Nací en Los Ángeles. Salí de esa ciudad cuando tenía 18 años y, con la excepción de visitas breves, nunca regresé. Soy traductor y periodista. Actualmente trabajo a tiempo completo como editor de Havana Times, un diario cibernético bilingüe que aspira a ser una fuente de información y un acercamiento a las realidades que vive el pueblo de Cuba.

Vine a Nicaragua en 1984, unos días después de las elecciones que ganó el FSLN. Fue un momento bastante dramático: el gobierno de Estados Unidos, ya con Ronald Reagan reelegido como Presidente, tenía posiciones cada vez más agresivas contra Nicaragua. La posibilidad de una invasión parecía una opción que barajaban. Decidí venir al país para contribuir en lo que pudiera, aunque no lo tenía muy claro. Deseaba participar en el esfuerzo de reconstruir un país con una joven revolución. También quería poner mis pies en un país con el que me identificaba mucho, porque estaba en contra de la política de mí gobierno.

Participé en los cortes de café durante dos meses con la Asociación Nacional de Educadores de Nicaragua (ANDEN) en el Crucero y después con el INEC (Instituto Nacional de Estadísticas y Censos) en Miraflor, Estelí. Más adelante, se me abrió la oportunidad de utilizar mis habilidades bilingües en un trabajo con TurNica. Pasé un año y medio como intérprete o a veces guía-intérprete, trabajando con los grupos de turismo sociopolítico y con diferentes delegaciones que venían a conocer Nicaragua. Luego me integré a la Unión Nacional de Agricultores y Ganaderos (UNAG-Matagalpa) en el área de Relaciones Internacionales. Y allí pasé seis años.

Siempre estaba ocupado con el trabajo y me sentí bien siendo parte de un esfuerzo mayor, poniendo mi grano de arena en lo que consideraba un mundo mejor. Tuve buenas relaciones con mis compañeros de trabajo y, aunque mi vida personal fue bastante limitada, me motivé mucho por mis aportes. Uno vivía con la adrenalina al máximo debido a la urgencia que se siente en una situación de guerra.

La derrota electoral del FSLN en el 90 la viví muy lejos de Nicaragua. Por medio de la UNAG-Matagalpa, había viajado a compartir la esperada victoria electoral con un grupo de solidaridad en Hawai, en donde estábamos tratando de lograr mayor cooperación. Todo el mundo en la UNAG pensaba que el Frente iba a ganar las elecciones y se consideraba que la victoria daría paso a una coyuntura propicia para buscar apoyo para las cooperativas de café.

Salí dos días antes de las elecciones y la noche del 25 de febrero estuve anunciando los escasos resultados que hubo en el primer momento en la fiesta que habían montado. Llamaba a la embajada de Nicaragua en Washington a cada rato. Tocaba el grupo de Rolando Sánchez, de Masaya, y muchos bailaban y tomaban. Ya casi cantábamos victoria cuando un señor algo mayor que se identificó como socialista de toda la vida, dijo que aquellas elecciones iban a ser las primeras en que iba a ganar un candidato de su preferencia. Cuando tuvimos que abandonar el local a las 11 y algo de la noche, todavía no había un resultado definitivo, pero el silencio no era buen agüero. Como Hawai queda muy al oeste de Nicaragua, era apenas la medianoche allá cuando se dio la famosa conferencia de prensa de Daniel Ortega en Managua anunciando que el Frente había perdido las elecciones”.

“LA ADRENALINA TE PUEDE CEGAR”

“La noticia de la derrota electoral me dejó con mucha ansiedad. Mi primera reacción fue pensar en el 11 de septiembre del 73 en Chile, y sentí una enorme preocupación por los colegas, amistades y por el pueblo nicaragüense en general. Afortunadamente, no había sido un golpe de Estado, fue una derrota en las urnas. Tres días después, estaba de nuevo en Matagalpa, viviendo la situación y observando la famosa y lamentable “piñata” y el rápido deterioro de valores, que ya estaban en declive antes de las elecciones.

Me quedé en Nicaragua a pesar de la derrota porque aquí me sentía en casa y también porque podía seguir trabajando con la UNAG-Matagalpa. La experiencia de los 80 en Nicaragua fue única y agradezco con todo mi corazón haber participado en ella. Sin embargo, creo que la adrenalina que se vive en tiempos de guerra y de emergencias continuas puede llegar a cegarte y a que no veamos con claridad lo que sucede a tu alrededor, donde no todo es blanco y negro.

Me casé con una mujer de El Cuá, activista comunitaria y feminista, quien continuó trabajando por el pueblo a pesar de que el partido retrocedió al caudillismo puro. Ya tenemos 17 años juntos. Tenemos una hija de 27 años y un nieto de 10. Hemos vivido mucho tiempo en Matagalpa, siete años en Cuba (2002-2009) y ya tenemos tres años de regreso en Nicaragua. Vivimos en la isla de Ometepe”.

“VENIR AQUÍ ERA UN ACTO DE REBELIÓN”

Anne Larson, 50 años. “Soy de Pennsylvania, pero estudié Ciencia Ambiental en California. En 1986, cuando vine a Nicaragua, tenía varios amigos que ya habían venido. Nunca pensé en venir porque tenía muy claro lo que pasaba en Nicaragua y, aunque admiraba mucho la revolución sandinista, pensé que darle seguimiento desde mi país sería suficiente. Estuve siempre en contra de la política de Reagan contra Nicaragua y desde el principio apoyé la insurrección que triunfó en 1979. Cuando empecé a preguntarme cómo se construye una nueva forma de pensar, intuí que esto podía respondérmelo viajando a Nicaragua para conocer un proceso revolucionario.

En Estados Unidos mis compañeros y yo teníamos una perspectiva algo progresista y estábamos al tanto de la crisis nuclear contra Rusia, de la intervención yanqui en El Salvador y de la guerra que financiaban contra Nicaragua. Escribíamos cartas a los senadores y congresistas y también organizamos varias marchas pacifistas sobre temas políticos, entre ellas contra el apartheid en Sudáfrica.

Nicaragua estaba cerca, geográficamente hablando. Tenía varios amigos que trabajaban en el movimiento de solidaridad y cuando decidí venir, llamé a una amiga que estaba ya en Nicaragua y me dijo que tenía otro amigo que estaba organizando una brigada de construcción de viviendas en el campo. Trabajaba con la Asociación de Arquitectos y Planificadores en Apoyo a Nicaragua. Ellos estaban preparando su segundo viaje como brigada solidaria. Me alisté en sus filas y decidí viajar”.

“AQUÍ EN NICARAGUA
ME ENFRENTÉ A LA HISTORIA DE MI PAÍS”

“Antes de venir, me dediqué a estudiar español y tomé un curso de 10 semanas en la universidad durante una jornada intensiva. En Palo Alto hicimos actividades para atraer más gente a Nicaragua. Los grupos eran de 10-15 personas por brigada, cuatro al año durante seis semanas. Lo más importante en ese entonces era traer más apoyo de ciudadanos americanos contra la intervención. Queríamos romper el embargo. Venir aquí era como decir “no estoy de acuerdo” con la intervención de nuestro gobierno. Era un acto de rebelión.

Todavía en 1986 había mucha gente que pensaba que Estados Unidos era capaz de hacer en Nicaragua lo mismo que después hizo en 1989 Panamá contra Noriega: bombardear Managua, sacar a Ortega y tomarse el país militarmente. Entonces había cierta convicción, cierta idea, de que mientras más norteamericanos hubiera en Nicaragua, menos posibilidad habría de que Estados Unidos participara directamente en la guerra contra los sandinistas. La idea nuestra era desafiar el apoyo a la Contra. Queríamos traer más gente para probarle al gobierno de Reagan que no estábamos de acuerdo con sus medidas.

Una de nuestras estrategias principales fue meternos de lleno al campo. Fue en el campo donde la Contra mató a Benjamín Linder la mañana del 28 de abril de 1987. Muchos compañeros lloraron en los cafetales de Matagalpa y de Jinotega por su muerte. Linder fue asesinado entre San José de Bocay y El Cuá, en el departamento de Jinotega.

Siempre hubo sospechas entre los mismos brigadistas sobre la posibilidad de infiltraciones de la CIA entre nosotros, pero al final no se probó nada. Recuerdo que allá por el 88 estábamos en Muy-Muy, Matiguás y había sospechas sobre un posible ataque de la Contra en la zona. Defendimos Matiguás junto a los campesinos sandinistas e hicimos trincheras, pero algunos brigadistas no estaban de acuerdo con la lucha armada y eso provocó roces con los pacifistas.

Para mí, venir a Nicaragua fue un momento increíble en mi vida, un momento irrepetible. Yo creía que era una persona muy educada y conocía bien la historia de Estados Unidos hasta que vine a este país. Aquí me di cuenta que muchas cosas que me decían en kinder, primaria y secundaria no se aplicaban a la vida real del Tercer Mundo. Maduré mucho y me enfrenté a la historia de mi país.

Con la derrota del FSLN en las elecciones yo también me sentí desilusionada y pensé que lo mejor sería regre¬sarme, pues la mayoría de mis compañeros, quienes éramos como una familia, hacían maletas. Sin embargo, antes de irme me pasó algo que nunca pensé que me pasaría: me enamoré de un nicaragüense y me quedé aquí”.

“ME ENAMORÉ
DEL PROCESO REVOLUCIONARIO”

Tom Loudon, 51 años. “Nací en Detroit, Michigan. Actualmente trabajo en desarrollo alternativo. A principios de los 80 me enteré de la guerra en Nicaragua y vine aquí en 1984, motivado por el incipiente movimiento de ciudadanos norteamericanos opuestos a la guerra financiada por Reagan. Vine en una delegación de Acción Permanente por la Paz, que iba a ser de corto plazo. Fuimos a Jalapa y nos metimos a fondo al campo, a varios asentamientos, buscando la frontera con Honduras.

Me enamoré del proceso revolucionario nicaragüense y decidí quedarme, aun cuando no hablaba el español. Los coordinadores del proyecto notaron mi entusiasmo y, a pesar de mis vacíos en el idioma, me aceptaron en el equipo. Hice un corto viaje a Estados Unidos y regresé a principios de junio dispuesto a vivir en Nicaragua. Me quedé en Ocotal, despuesito de un ataque perpetrado por la Contra el 9 de junio del 84. Fue algo aterrador.

Después viví en Somotillo. Íbamos cambiando de territorio según se desarrollaba la guerra en esos momentos. Yo trabajaba con organizaciones comunales de base y en el 85, después del ataque del 31 de diciembre del 84 en Achuapa, viví un año en zona militarizada.

Durante ese tiempo hicimos giras por Estados Unidos llevando a gente afectada directamente por la guerra. Íbamos a dar charlas por uno o dos meses para concientizar a la sociedad norteamericana. El último viaje que hicimos fue en septiembre del 86. Recuerdo que iba una mujer de Lagartillo, que había perdido a su esposo y a una hija en un ataque perpetrado por La Contra. También iba una mujer suiza que perdió a su marido en otra emboscada cerca de Somotillo. A finales del 86 regresé a Nicaragua y me junté con la mujer que luego sería mi esposa, una cooperante norteamericana. Juntos nos fuimos a la zona más dura de la guerra: Río Blanco, Matagalpa”.

“HICIMOS UNA LABOR DE HORMIGUITAS”

“En 1987 y 1988 trabajamos con una organización que estaba construyendo asentamientos en esa zona. Primero hicimos un camino desde Río Blanco hacia Mulukukú, luego otro que iba a San José de Bocay y finalmente un trecho que iba a Bocana de Paiwas. Construimos doce asentamientos, que fueron objeto de ataques muy fuertes de la Contra. Muchos proyectos eran coordinados entre la iglesia y el gobierno.

Trabajamos con permiso militar durante dos años. Luego, mi pareja y yo decidimos casarnos en Río Blanco, en abril de 1988. Hace ya 25 años. Pronto ella salió embarazada y en noviembre decidimos salir hacia Canadá, donde tuvimos a nuestra hija. Estábamos muy impactados, muy conmovidos, por la experiencia de la guerra. Para poder asimilarla, mi esposa decidió estudiar Teología en agosto del 89. Regresamos en el 90.

Yo siempre quise aportar al esfuerzo de luchar contra la guerra. Creo que la presencia de muchos internacionalistas en Nicaragua evitó una intervención militar directa de Estados Unidos. Sabíamos que Reagan era capaz de mandar tropas y sentimos que eso pasaría en cualquier momento. Nuestro enfoque era traer delegaciones, tomar testimonios, meternos a los medios y trabajar con los cooperantes para luego acercarnos a los congresistas y senadores de nuestro país. Fue una labor de hormiguitas. Pero valió la pena.
Desde la primera vez que vine a Nicaragua, me sentí acogido por la gente. Sólo recuerdo una protesta de la “derecha” en la cual sentimos el odio hacia los internacionalistas. Me parece que los que protestaban ese día era gente de la iglesia católica. Nos tildaban de “comunistas criminales”. Pero, en general, la gente común y corriente estaba muy agradecida por nuestra presencia.

Decidí quedarme en Nicaragua, a pesar de la derrota del 90. Me sentía mucho más cómodo viviendo aquí que en Estados Unidos. Pero iba y venía. Lo mismo hacía mi esposa. Pensamos que nuestra hija, criándose entre Nicaragua y Estados Unidos tendría la oportunidad de escoger dónde y con quiénes vivir. Siempre sentí que la relación humana entre los nicaragüenses era mucho más profunda que las relaciones humanas en la sociedad gringa”.

“QUERÍA SABER QUÉ HACÍA
MI GOBIERNO CON MIS IMPUESTOS”

Lillian Hall, 52 años. “Nací en la ciudad de Wilmington, estado de Delaware. A los nueve años me fui a Arizona. Soy ingeniera agrónoma. Yo estaba en la universidad en 1979, estudiando agricultura internacional con el fin de trabajar en mi profesión en América Latina. Ése era mi sueño. A inicios de la década del 80, me metí en un grupo de solidaridad llamado CUSLAR (Committee on US-Latin American Relations). La solidaridad no sólo era con Nicaragua, también con El Salvador, Guatemala y Chile.

Yo quería saber lo que nuestro gobierno había hecho en muchos lugares del mundo con nuestros impuestos. Y quería ver con mis propios ojos lo que pasaba en Nicaragua, un lugar del que hablaban maravillas. En diciembre de 1982, durante la “luna de miel” entre el pueblo nicaragüense y la revolución sandinista, me sentí privilegiada de integrarme a ese proyecto. Estuve en Nicaragua en un momento de máxima euforia revolucionaria. Algo único.

Fue hasta septiembre de 1984 que decidí venir a vivir aquí, pero sólo planeaba quedarme dos años y luego irme a El Salvador. En Nicaragua me hablaron mucho de la Reforma Agraria. Me di cuenta que durante la dictadura somocista casi no hubo oportunidad de estudiar porque sólo los hijos de los ricos y la clase media alta podían llegar a ser profesionales. El pueblo de Nicaragua necesitaba nuevos profesionales, sobre todo para trabajar en el campo. Vine con un doble propósito: aportar como ingeniera agrónoma y ser testigo de lo que pasaba con mis impuestos y lo que hacía el gobierno en nuestro nombre. Nunca confié en la política exterior de los Estados Unidos”.

“VINE POR LA REVOLUCIÓN SANDINISTA
Y ME QUEDÉ POR EL PUEBLO NICARAGÜENSE”

“Siempre me sentí muy acogida en Nicaragua. La gente era muy generosa, de un espíritu jovial y desprendido con los extranjeros. Amables. Divertidos. La gente me agradecía mucho: “Gracias por venir y no creer lo que dicen los periódicos norteamericanos sobre nuestra revolución”. También valoraban el hecho de que, nosotros, los internacionalistas, dejábamos una vida cómoda en el Primer Mundo donde pudimos haber ganado buena plata. Trabajé aquí cinco años sin salario y sentí que la gente se sentía agradecida y acompañada por eso.

Viví en el campo con la gente más humilde, lavaba mi ropa en el río, comía lo que ellos comían y me gustaba lo que hacía. Me llenaba. Yo siempre sentí que, a pesar de que cada año las cosas se ponían mas duras, había un gran espíritu de querer lograr objetivos y de crear una sociedad nueva para la mayoría empobrecida. Los nicas y las nicas siempre han sido muy alegres, viven el momento y celebran las cosas pequeñas a pesar de las dificultades. Su manera de enfrentar la vida cotidiana es admirable.

Estaba fuera del país el día de las elecciones de 1990. Salí en septiembre del 89 para sacar mi maestría en Estados Unidos. Estaba en California cuando mi marido, que era nica, escuchó las noticias y me dijo: “Ya no vas a querer volver a Nicaragua…perdimos las elecciones”. Pero yo decidí volver en 1991. El pueblo era el mismo pueblo, quizás había cambiado el gobierno, pero los problemas del pueblo eran los mismos o quizás peores.

Yo siento que vine a Nicaragua por la revolución sandinista y me quedé por el pueblo nicaragüense. Siempre hago esa distinción. Me pesa mucho que, apenas pasó la derrota electoral, un montón de gente se fue y no esperaron a ver qué iba a pasar con Nicaragua. La derrota nos agarró fuera de base y nadie se lo esperaba, pero siento que muchos internacionalistas no supieron profundizar su compromiso solidario ni ser consecuentes con sus ideas. Vieron la revolución como un fenómeno pasajero y se fueron después que el FSLN perdió en las urnas. No me pareció justo”.

“YO NO VINE POR EL FSLN,
YO VINE POR MI FE”

Warren Armstrong, 52 años. “Nací en Filadelfia. Soy economista. Mi razón principal para venir a Nicaragua en los 80 no fue el gobierno del FSLN sino mi fe. Dentro de la iglesia católica hay una rama que se llama Teología de la Liberación, donde uno toma una decisión consciente de trabajar y apoyar a los que más lo necesitan. Yo me involucré.

Mis padres no apoyaban mi decisión de venir a Nicaragua hasta que fui secuestrado por la Contra en un viaje por el río San Juan, en la frontera con Costa Rica, el año 85. Después de aquel angustiante suceso, del que por suerte salí vivo, empecé a involucrarme más con la sociedad nicaragüense. La historia empezó un poco antes, mientras yo estaba viviendo en Costa Rica. Fui voluntario del Cuerpo de Paz por tres años en una cooperativa de café y luego tenía planeado trabajar con un grupo de misioneros laicos donde también estaba metido el padre Miguel D’Escoto.

El grupo base de esa comunidad estaba en Nueva York y me iban a mandar a Tailandia o a Chile para trabajar como laico. Sin embargo, yo tenía seis meses de asueto desde que terminé mi trabajo en el Cuerpo de Paz. Conocí al representante de una fundación que descubrí en Costa Rica y la esposa de esta persona, una norteamericana, me recomendó a ese grupo y me explicó que se trataba de una ONG establecida en Nicaragua. Era Acción Permanente Cristiana por la Paz. Buscaban voluntarios y decidí viajar a Managua para entrevistarme con el representante que los reclutaba.

Yo sabía muy poco sobre la situación del país y mi única referencia importante sobre el proceso político y social de Nicaragua la tuve por medio de un famoso libro titulado “Cry of the people”, escrito por Penny Lernoux. Aquel libro contaba, en términos generales, quiénes eran los sacerdotes, religiosos y laicos asesinados en Centroamérica durante los procesos de luchas revolucionarias recientes, brindando así un contexto histórico de cada país.

Cuando vine a Managua, los voluntarios estaban cubriendo el despliegue de un buque de guerra de la marina estadounidense en Puerto Corinto. Se estaba organizando el envío de lanchas para enfrentar esa embarcación militar. La persona que me entrevistó allí me preguntó si yo estaba de acuerdo con la política de Estados Unidos contra Nicaragua. Yo, sin muchas bases, respondí que no. Sin embargo, más adelante, me di cuenta que ésa era la mejor respuesta que pude haber dado”.

“SOY PACIFISTA,
ESTABA CONTRA TODA FORMA DE VIOLENCIA”

“Vine en febrero de 1985. Hablaba el español y estaba contra la violencia en todas sus formas. Sabía que los impuestos de mi país estaban haciendo daño a Nicaragua. Mi creencia era, y sigue siendo, pacifista. Debía existir otra solución para el problema político entre ambas naciones. En ese tiempo yo ya había estado en El Salvador y en Guatemala. Me di cuenta que en Guatemala uno no podía hablar de política porque te mataban. Era peligrosísimo. Decidí mejor venir a Nicaragua, donde sentí que por lo menos había espacio para discutir opiniones encontradas.

Cuando el FSLN perdió las elecciones era la madrugada de un domingo y yo estaba en una finca mientras daban los resultados de los comicios. No les presté mucha atención porque todos pensábamos que el gobierno sandinista iba a ser reelecto. Nos acostamos tranquilos. Sin embargo, cuando llegó la mañana, mi socio estaba escuchando la radio y una señora hablaba en un tono muy alto diciendo que la Unión Soviética iba a respetar los resultados electorales. Yo me sorprendí mucho. Después nos dimos cuenta de la derrota del Frente.

Recuerdo ese día como si fuese ayer. Ese mismo domingo, cuando regresamos a Jinotega por la noche, no había ni un alma en las calles, los parques estaban barridos. Al siguiente día, lunes, por lo menos la mitad de la gente no fue a trabajar y se quedó perpleja en sus casas. Matagalpa, el lugar donde se encontraban nuestras oficinas, parecía un pueblo fantasma.

Nos preguntamos qué íbamos a hacer. Yo tenía ya residencia en Nicaragua. Busqué la residencia permanente y me la dieron sin mayores problemas. Muchos se fueron, otros nos quedamos. Siempre me gustó trabajar en desarrollo comunitario con los nicas. Me casé con una nicaragüense y mi primer hijo nació aquí. Luego me divorcié, conocí a mi segunda esposa y tuve una hija que también nació aquí. Entonces decidí quedarme”.

“QUEDÉ FASCINADA CON LA COSTA CARIBE”

Judy Butler, 72 años. “Nací en Los Ángeles. Era periodista y el trabajo que tenía antes de venir a Nicaragua era el de jefa de redacción de una revista llamada “NACLA Report on the Americas”, cuya sede estaba en Nueva York. Hacía investigaciones y artículos largos sobre temas relacionados con Estados Unidos y América Latina, siempre con una perspectiva antimperialista.

Vine en 1980, durante el primer aniversario de la revolución sandinista, invitada por Oxfam-América. Era parte de una delegación de periodistas alternativos. Después empecé a traer delegaciones de los lectores de nuestra revista para que conocieran de cerca este país. Nunca pensé en quedarme aquí, mi español era mediocre y no tenía un oficio importante, aunque había trabajado en la solidaridad antimperialista de Estados Unidos con Chile, con Vietnam y después con Nicaragua.

Por razones que requieren una explicación un poco larga, “descubrí” la Costa Atlántica nicaragüense durante mi primera visita. Me di cuenta que esa parte del país tenía su propia historia y sus propios problemas, distintos a los del Pacífico. Quedé fascinada y me aseguré de que cada delegación que viniera fuera a la Costa Caribe para conocerla a fondo. También conocí el CIDCA (Centro de Investigación y Documentación sobre la Costa Atlántica) y un día el director del centro me preguntó, un poco irónico si conocía a alguien que hablara inglés y supiera armar una revista. Yo era idónea para ese puesto y le dije que sí. La revista que salió se llamó “Wani”.

Para desgracia mía, Reagan fue electo el 4 de noviembre de 1980. Aquel tipo empezó con su línea dura en todos los medios de comunicación. Recuerdo cómo satanizaba a Nicaragua llamándola uno de los más peligrosos “enemigos comunistas” de la región. Pensé que, como reacción a ese discurso excluyente, sería bueno traer más delegaciones de estadounidenses que realmente valoraran la revolución y luego regresaran a Estados Unidos para hablar sobre su experiencia en Nicaragua. El gobierno sandinista entendió muy bien nuestra solidaridad y fueron muchísimos los norteamericanos que se acercaron a Nicaragua.

Me sentí acogida por los nicas, pero fue hasta que vine a vivir en 1983, invitada por el CIDCA, que empecé a sentir la complicación de ser una extranjera. Me parecía contradictorio ayudar a este pueblo y al mismo tiempo ser ciudadana del país que más daño le ha hecho a Nicaragua. Los nicas me decían que amaban a nuestro pueblo, pero odiaban a su gobierno.

Cuando el pueblo norteamericano reeligió a Reagan en 1984, me sentí profundamente frustrada, enojada y desilusionada. Para el año 85, mientras trabajaba en el campo, un campesino me hizo la distinción entre pueblo y gobierno. Yo le pregunté por qué hacía tal distinción si el pueblo norteamericano había reelegido a Reagan. Él me dijo que en Nicaragua a Somoza lo reeligieron una y otra vez por fraude, y era un gobierno que no reflejaba el sentimiento del pueblo nicaragüense. Aquella comparación me alivió mucho. Desde aquella vez no tuve conflictos internos respecto a mi condición de extranjera en Nicaragua”.

“AQUÍ CONOCÍ A LA MEJOR GENTE
DE MUCHOS PAÍSES”

“Recordar la derrota electoral del FSLN en el 90 es como recordar el día en que Kennedy murió. Yo estaba en la Costa cubriendo las elecciones y me quedé un mes haciendo cálculos de las elecciones porque no pude pensar en ninguna otra cosa más profunda. Estaba muy ansiosa. Cuando regresé al Pacífico, descubrí que había pasado algo importante entre los internacionalistas. Muchos estaban haciendo maletas para irse mientras otros se nacionalizaban. Era un escenario rarísimo. Me quedé perpleja.

Mi reacción al cambio en el país fue algo tardía. No sufrí profundamente sino hasta al final de la década del 90, cuando la crisis existencial y política que muchos otros pasaron antes, también me llegó a mí. No fue sólo la pérdida de las elecciones del Frente, sino la realidad de que la revolución ya no estaba en el horizonte y los revolucionarios quedamos a la deriva. Mi trabajo en la revista “Envío” me rescató, pero yo quería involucrarme más en la vida política. Me fue imposible. En todos los grupos donde intenté trabajar había problemas de corrupción y al poco rato desaparecían. Entonces me quede sin inserción política. Nicaragua había cambiado.

Esto me deprimió mucho, ya que sentí que no tenía nada que ofrecer. Al final lo que me hizo quedarme en Nicaragua fue algo que me cuesta describir, algo que había logrado atraer a tantos internacionalistas durante los años 80. Era esa especie de imán que tuvo Nicaragua. Pienso que los mejores ciudadanos de sus países fueron los que se vinieron a Nicaragua. Conocí aquí a gente que nunca hubiera conocido en otro lugar ni en otras circunstancias. A Nicaragua le debía esa gran experiencia de vida, esos amigos y esas amigas, ese ejemplo de lucha. Por eso me quise quedar”.

“HE VIAJADO POR TODO EL MUNDO,
NUNCA VI UN PUEBLO TAN CARIÑOSO”

Paul Dix, 76 años. “Nací en Carolina del Norte. Salí de allí a los seis años y actualmente vivo en Oregon, pero soy residente de Montana. Soy fotógrafo. Llegué en 1985 a Nicaragua como voluntario de Acción Permanente por la Paz.

Hice fotoperiodismo aquí durante cinco años, entre el 85 y el 90. Anduve en las zonas de guerra documentando las atrocidades de la Contra. Desde Jalapa hasta Río San Juan, en Chontales y en otros lugares donde hubo emboscadas, ataques, tiroteos... Viví por lo menos una docena de enfrentamientos, pero tuve la suerte de salir vivo y de replegarme a Managua en momentos de riesgo extremo. Los verdaderos héroes de la guerra fueron los campesinos. Los internacionalistas fuimos sólo testigos, pero ellos, los campesinos, tenían que vivir allí 24 horas al día con miedo de los Contras.

Era fotógrafo independiente y había mucha demanda de registros gráficos de la guerra. Mandaba mis fotos a medios alternativos. Hice un “cuarto oscuro” en Managua para revelar las fotos, pero nunca tuve tiempo para hacer suficientes ampliaciones y mandarlas a todos los que las demandaban. Mis fotos circularon en periódicos, revistas, libros, videos y demás soportes de comunicación de Estados Unidos. Mi tarea era concientizar a la sociedad con mi trabajo gráfico. Se publicaron fotos mías en Yes, Utne Reader, Reuters, AP, New York Times, Miami Herald, AFP…

Siempre fui bien recibido por los nicas a pesar de venir de su país enemigo. Esto nunca me dejó de sorprender. Los nicas siempre me aceptaron y yo tenía la plena confianza de que estaba para dar testimonio, ser testigo y reportar la realidad mientras luchaba a la par del pueblo. He viajado por todo el mundo y nunca vi un pueblo tan cariñoso como el de Nicaragua. Siempre me aceptaron. Yo podría haber sido un agente de la CIA, pero los nicas no desconfiaban de nosotros, eran cándidos y nos abrían sus puertas”.

“AQUÍ APRENDÍ A SER HUMILDE EN LA DERROTA”

“En Nicaragua recibí más de lo esperado. Aprendí mucho y fue una experiencia muy importante en mi vida. Yo andaba por mis cincuenta años en la década de los 80 y fue hasta que vine a Nicaragua que supe lo que quería hacer con mi vida: trabajar en asuntos de justicia social y derechos humanos. Lo que más aprendí de los nicas es que, a pesar de la miseria y el dolor vivido, siempre tuvieron fe y esperanza en el mañana. Los nicas contagiaban su alegría y su optimismo. En Estados Unidos todo el mundo quiere ganar. Es una sociedad de la competencia donde esperan que todos seamos ganadores. En Nicaragua aprendí a vivir el momento y a disfrutar el proceso para lograr un objetivo, aprendí a ser humilde en la derrota.

La derrota del 90 me dejó en shock. Era difícil creerlo. Lo primero que pensé fue en los asentamientos de miles de refugiados de guerra. ¿Qué iba a pasar con ellos? Eso me angustiaba. En los campos de refugiados estaba el corazón de los internacionalistas. ¿Que iba a ser de ellos ahora que el Frente perdía? Miles de internacionalistas se fueron y perdieron la esperanza en el futuro del país. Como la guerra llegó a su fin, pensamos que ya no era necesario estar en Nicaragua. Yo regresé a Estados Unidos. Sin embargo, Nicaragua me marcó tanto que volví”.

“DURANTE DIEZ AÑOS HICIMOS ESTE LIBRO”“En 2002 volví con mi pareja, Pamela Fitzpatrick, a quien conocí en 1985 por medio de Acción Permanente por la Paz. Juntos volvimos para escribir un libro: “Nicaragua sobreviviendo al legado de la política de Estados Unidos”. Fue un libro que hicimos en diez años, entre 2001 y 2011.

Tuvimos que hacer cinco viajes, cuatro para fotografiar a los campesinos que conocimos en los años 80 y saber cómo estaban veinte años después. A la gran mayoría los encontramos, los retratamos y contamos sus testimonios como víctimas de guerra. Se publicaron tres mil ejemplares entre Nicaragua, México y Estados Unidos. Ahora estamos buscando a alguien que nos ayude a diseminarlo por Europa.

Nuestro libro está en los supermercados y librerías de Managua. Incluso en el aeropuerto lo venden ya en una edición bilingüe. Lo presentamos en octubre pasado en el Instituto de Historia de la UCA. Fue muy bien recibido. Los 18 meses de trabajo con mi compañera valieron la pena. Son más de 200 páginas con más de 100 fotos en blanco y negro. Lo publicamos con donaciones de fundaciones norteamericanas y con el sello de nuestra editorial, Just Sharing Press.

El libro tiene un prólogo de Gioconda Belli y un endoso de Eduardo Galeano. Ahora estamos haciendo giras por varias universidades de Estados Unidos para contar la historia de la revolución nicaragüense. Estamos educando a la juventud. Algo muy interesante, ya que muchos jóvenes nacieron después del 90 y no tienen idea de la historia sandinista. La mayoría ni siquiera sabe dónde queda Nicaragua. Presentamos este libro por todo el país, desde Oregon a Miami. En septiembre vamos a Chicago y después a Delaware, a Maryland, a otros lugares. Estamos muy contentos de poder rescatar una historia olvidada”.

“DESPUÉS DE VER
POR PRIMERA VEZ LA MUERTE…”

Aynn Setright, 52 años. “Nací en Wyoming. Soy docente universitaria y hoy colaboro con la UNAN-Managua, donde soy la directora académica de un programa que viene de Estados Unidos y se llama SIT (Study Abroad). Traemos de 15 a 20 estudiantes norteamericanos, quienes vienen a Nicaragua a cursar un semestre conmigo cada año.

Vine a Nicaragua en 1985 por medio de Acción Permanente por la Paz. Terminando mi licenciatura en Relaciones Internacionales, estaba lista para estudiar mi maestría en Sociología Rural. Sentí que el problema más grave de mi generación era la guerra de mi país contra Nicaragua. Estaba muy consciente de esa problemática y sostuve fuertes debates contra la guerra desde mi universidad. En ese entonces, Dick Cheney, quien más tarde se convirtió en el brazo derecho de George W. Bush, era el representante de mi Estado en el Congreso. Yo debatía intensamente en la universidad contra sus políticas republicanas y su abierto apoyo a la Contra.

Sentí que no eran momentos para seguir estudiando y decidí viajar a Nicaragua para poner en práctica mi activismo político y mi solidaridad con la revolución. Los nicas perdonaron mi pobre español ya que yo sólo hablaba portugués. Estuve viviendo en Brasil entre el 78 y el 79. Me conmovió la manera en que reaccionaron los suramericanos al triunfo sandinista en julio del 79. Brasil también vivía bajo una dictadura militar, aunque no era tan violenta como la somocista. Cuando se dio la noticia del triunfo en Nicaragua, los brasileños salieron a las calles a bailar e hicieron un minicarnaval. Las calles de Brasilia se llenaron de simpatizantes rojinegros y eso contagió mi solidaridad hacia este pequeño país.

Cuando vine a Nicaragua mi organización estaba ubicada en diferentes partes del país. Me mandaron a Bocana de Paiwas. Mi trabajo era manejar una ambulancia en la zona de guerra. Se necesitaba de alguien “neutral” que pudiera andar por la zona de guerra sin representar peligro para la Contra. Era extranjera y manejaba una camioneta con una bandera de la iglesia católica, la Contra no nos podía agredir. Usualmente trasladaba compañeros sandinistas heridos gravemente, mujeres parturientas, macheteados…

“¡Aquí, allá, el yanqui morirá!” era una consigna que mucho se decía en ese entonces. Sin embargo, yo sólo la sentí profundamente hasta el 2 de diciembre de 1986 cuando, en una emboscada, cayó Carmen Mendieta, una compañera mía. Juntas trabajamos en el proyecto Cristo Rey, ella era promotora popular, la conocí muy bien. Viví con ella recién llegada a Nicaragua y conocí a su familia muy de cerca. Durante su vela, aquella noche de verano, me pregunté profundamente qué estaba haciendo en Nicaragua. ¿Por qué mi gobierno hacía esto? Estaba en shock. Yo tenía abrazada a las dos niñas que ella dejó huérfanas y las llevé al centro de salud. El charnel le había penetrado su cuerpo por detrás y parecía dormida. Las niñas me pedían, entre llantos, que la despertara. Aquello me marcó.

Yo culpaba mucho a la gente gringa que había reelegido a Reagan y estaba enojadísima con ellos. Pensaba irme a finales de 1986, pero debido a la muerte de Carmen me quedé trabajando y ayudando a las dos niñas que quedaron huérfanas. Ese mismo año me sentí incapaz de regresar a la universidad en Estados Unidos. Después de mi experiencia como conductora de una ambulancia, todo fue diferente para mí. Después de ver por primera vez en mi vida a un muerto, después de cargarlo, limpiarlo y transportarlo, ya no me sentía con la capacidad de volver a mi país”.

“LA GENTE NOS PEDÍA QUE NO NOS FUÉRAMOS”

“Me quedé trabajando a favor de Nicaragua para sanarme y sentirme mejor. En 1988 cayó el huracán Juana sobre Nicaragua y eso nos afectó muchísimo. Trabajé con 16 comunidades y 800 familias desplazadas de guerra, que contaban con un liderazgo femenino, pues los hombres andaban en la guerra y en el servicio militar patriótico. Durante aquel huracán, perdimos 200 casas en Mulukukú. Fue un golpe duro para la gente. No fue la guerra sino la Naturaleza la que nos jugaba una mala pasada. Sentí que no era momento para irme. Me quedé ayudando.

En 1989 decidí quedarme un año más hasta las elecciones. Pensé que el FSLN ganaría los comicios y que esto aseguraría un nuevo camino para la gente. Cuando ocurrió la inesperada derrota del Frente en las urnas, la gente de las comunidades nos rogó que no nos fuéramos. Ellos pensaban que si nos íbamos, los desmovilizados de la Contra iban a matarlos porque el Ejército Sandinista estaba desarmando todas las cooperativas. Fue un momento muy difícil. Aplacé mi regreso nuevamente y decidí quedarme un tiempo más.

Un año antes, el 19 de julio de 1989, había conocido a Guillermo, “el político”. Me llamó la atención porque era el único sandinista en Río Blanco que en el décimo aniversario de la revolución no estaba borracho. Más llamativo todavía: estaba leyendo un libro de Nietzsche. Habíamos tenido una amistad superficial un tiempo antes, pero fue profunda en 1990, cuando trabajamos con Acción Permanente en las comunidades remotas. Ese mismo año, “el político” me propuso que nos casáramos. Yo, sorprendida por su insistencia, acepté su romántica propuesta y el 14 de febrero de 1991 me casé. Tenía 30 años. Hice una familia con él y ahora disfruto mucho mi vida en Nicaragua. Es un pueblo admirable”.

ELOGIO DE UNA GENERACIÓN
INTERNACIONALISTA

Nicaragua le debe mucho a tantos hombres y mujeres solidarios que decidieron venir a nuestro país en la época más difícil de nuestra historia reciente: la guerra de los 80. Amaron a Nicaragua como si fuera su propio país, se apegaron no sólo a su gente, también a sus costumbres, a sus paisajes, a su historia y a su lucha infatigable.

Son una generación de rebeldes pacifistas que se metieron en camisas de once varas, arriesgaron sus vidas en los campos de batalla y tuvieron el necesario espíritu humanista para emprender una aventura sin fronteras en la patria del pinol.

Muchos se casaron, hicieron una familia y tuvieron hijos para luego quedarse en nuestro país y nacionalizarse. Otros se fueron, pero nunca volvieron a ser los mismos. Hoy agradecen haber vivido una historia única, una historia que no se va a repetir y en la que estuvieron dichosos de haber participado.
Todos ellos supieron acercarse a un pueblo sufrido, que los acogió con lo que pudo, a pesar de venir de las entrañas del imperio. Mochileros, “sandalistas”, como solían llamarles durante la década revolucionaria, fueron testigos valiosos de una lucha que todavía no termina, la lucha de Nicaragua contra su propia miseria.

La mayoría dejó el placer, la holgura y la prosperidad del Primer Mundo para enfrentar, desde “territorio enemigo”, a su propio gobierno. También tuvieron que enfrentarse a sí mismos hasta aceptar el compromiso social que adquirieron. Para nuestra suerte, todos los que en este texto hablan sobrevivieron a su gran aventura por Nicaragua. Pudieron “vivir para contarla” y están aún entre nosotros.

COMUNICADOR SOCIAL.

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