Envío Digital
 
Universidad Centroamericana - UCA  
  Número 353 | Agosto 2011

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Cuba

Una mirada entre muchas a la realidad cubana

El corresponsal de Envío en Honduras no escribe esta vez de su país, sino de Cuba, la que visita por primera vez. Lo hace cuando, tras casi 20 años de “período especial”, el gobierno apuesta a nuevos “lineamientos” económicos para salvar a la isla y a la revolución de una prolongada crisis, también social y generacional. Éstas son las notas impresionistas de su viaje. Una primera mirada, entre muchas otras.

Ismael Moreno, SJ

A finales de los años 90, cuando todo mundo esperaba el fin de la revolución cubana, sin oxígeno tras una década del colapso de la Unión Soviética, Cuba abrió la ELAM (Escuela Latinoamericana de Medicina) para formar como médicos y médicas a centenares de jóvenes pobres de los países centroamericanos. Fue así como conocí a jóvenes salvadoreños y hondureños que, después de años de estudio, regresaron a sus países convertidos en profesionales de la medicina. También en aquel año, y tras la devastación causada por el huracán Mitch en Honduras, cuando estaba coordinando las respuestas a la emergencia en El Progreso, en el Valle de Sula, el primer aporte efectivo que tuvimos fue la llegada al país de una brigada de médicos cubanos que se internaron en las zonas de más difícil acceso y de mayor pobreza para prestar su servicio.

“ALLÁ TE ESPERAMOS”

No obstante el recelo y el rechazo del Colegio Médico hondureño, las brigadas cubanas se convirtieron durante años en testimonio incomparable de entrega, austeridad y solidaridad, valores que en Honduras hacen falta en altísimas dosis.

Tuve entonces la oportunidad de estrechar una amistad con varios médicos y médicas cubanos. Eso me acercó a la realidad de la isla caribeña. Y cuando cada uno de estos médicos regresaba a Cuba me decía, “Allá te esperamos, allá tienes una casa y una familia”. Finalmente se presentó esa oportunidad. Y efectivamente, esos amigos y amigas me recibieron en Cuba como a un familiar y me trataron con una generosidad muy por encima de sus limitaciones. Fue mi primera visita a Cuba. De esta experiencia nacieron estos apuntes, llenos de limitaciones.

Entre el 26 de junio y el 5 de julio llegué a Cuba para un encuentro latinoamericano de directores de centros sociales de la Compañía de Jesús. Decidí no quedarme sólo en el encuentro, realizado en un enorme edificio de la Iglesia en La Habana. Quise caminar por las calles de la visiblemente despintada y desvencijada capital, adentrarme en los vericuetos de sus barrios, mirar más allá de lo que observan los ojos turísticos, y de lo que les ofrecen los cubanos en las calles de la Habana Vieja. Viajé en bus y pasé tres días por el interior de esta hermosa isla, la más grande de las islas caribeñas. Tuve la ocasión de ver los campos, los sembrados de la zona campesina y lo más importante, pude escuchar a los campesinos y a personas de diversas profesiones y trabajos. Estuve en la central provincia de Ciego de Ávila y me detuve en las provincias de Cienfuegos, Matanzas y Santa Clara. Y allí supe de la polémica realidad política, social y económica cubana.

AHOGADA POR DOS BLOQUEOS

Cuba está ahogada. Como cuando una persona con la soga al cuello se encuentra en el punto más cercano al estrangulamiento. Su oxígeno es tan escaso que quien escucha sus gemidos no le puede dar ninguna seguridad de vida, a no ser que se le quite la soga y se le brinden primeros auxilios. Ahorcada por cincuenta años de un severo bloqueo económico y financiero impuesto por Estados Unidos, que predica el mundo libre mientras atenaza a una sociedad entera. Y ahorcada también por el bloqueo ideológico y mental de los propios cubanos, impuesto por un sistema que ha eliminado la iniciativa privada, ha concentrado en el Estado los principales medios de producción y condiciona a la sociedad entera a aceptar una verdad que surge de los dirigentes de la revolución. Este Estado socialista denuncia el bloqueo del imperio, mientras bloquea noticias, ideas e Internet a toda la sociedad. Me comentaba un guajiro del centro de la isla que él tiene una crianza de ganado, pero lleva casi un año de no saber a lo que sabe un trozo de carne. Le está prohibido venderla y comprarla y si lo hace le caerá una pena de quince años de cárcel. “Las vacas son mías, pero no puedo destazar ni una. Y sólo puedo vendérselas al Estado al precio que me ponga”, dice este campesino de 60 años que ha consumido su vida entera en tareas al servicio de la revolución.

EL AHOGO PASÓ FACTURA

La Cuba de esta segunda década del siglo 21 ha dejado de ser la Cuba de la entrega generosa y abnegada de los revolucionarios jóvenes que se guiaban por la figura insigne de Fidel y por la omnipresencia del rostro barbado y juvenil del Che. En las décadas de los 60, 70 y 80 aún era así. En los años 90 Cuba entró en una depresión de la que no se recuperó nunca. Hoy, se administra una crisis que los vaivenes internacionales, en lugar de sacarla a flote, la van hundiendo más. Es lo que recojo de lo que escuché de analistas políticos y económicos. Y este prolongado ahogo ha pasado factura humana, social e ideológica en las nuevas generaciones. Los jóvenes de Cuba “pasan” de los discursos y de los llamados al sacrificio y a la entrega, propios de años pasados.

Los jóvenes siguen viendo las efigies de los héroes de la revolución, pero esa mirada se topa con la misma fuerza con las carencias y las ausencias, y con los rostros octogenarios de quienes en las fotos históricas aparecen sin arrugas
y sin canas, Los jóvenes cubanos ni quieren ser héroes ni se quieren parecer a los héroes. En las calles de La Habana y de los pueblos del interior de la isla la juventud escucha el reguetón. Siguen y quieren ser como los “famosos” de esa música estruendosa que les llega de Miami o de Puerto Rico. “Pasan” del comunismo del siglo 20 de sus padres
y abuelos. Buscan con afán tener la oportunidad de vestirse de jeans y tenis y tienen su mirada en el mar, rumbo
al norte.

UN TREMENDO
DESARROLLO CULTURAL

Me impresionó el desarrollo y la calidad cultural de la sociedad cubana. De los países que he visitado en América Latina no encontré nada que se le compare. En una ciudad de provincia me encontré con un par de muchachos, uno de 20 años y otro de 15. El primero está finalizando ciencias informáticas, y a pesar de la ausencia del Internet, tiene un conocimiento y un manejo de la información que me dejó pasmado. Ante preguntas generales que yo le hacía sobre Cuba, y en un par de horas que compartí con él, me enteré más de la historia de Cuba, de la base militar de Guantánamo, de la riqueza musical de la isla, del cine cubano en sus diversas etapas históricas, que lo que pude haber leído en mi vida. El joven de 15 años está todavía en sus estudios preuniversitarios, y a su simpatía por el reguetón une su afición por las artes, toca muy bien la guitarra y el violín y participa en una banda musical de su pequeña ciudad. En La Habana me encontré con al menos tres bandas musicales instaladas en las plazas, muy bien equipadas y entonando no música marcial, sino a Beethoven, Mozart, Stravinsky y Vivaldi.

Más que ver y escuchar las bandas, lo que registré con más fuerza fue la atención y el interés de la gente. Me quedó la impresión de que quienes escuchaban eran personas que sabían y gozaban lo que las bandas tocaban. En otra plaza me encontré a un trío de humoristas que divertían a la gente riéndose de todo mundo, sin dejar a nadie de lado: se reían de los gringos, también de los racionamientos de la carne y hasta de las complicidades diarias para evadir la coerción del Estado. Contaban que a Cuba ha llegado una olla muy especial que anuncia cuando el cocido está a punto. Si cocina arroz la olla anuncia con un silbido, si cocina verduras avisa con otro silbido. Pero si lo que cocina es carne de res, como su compra y consumo está prohibido, la olla sólo cuchichea.

Mientras caminaba por La Habana Vieja, organizada para los turistas, me encontré con un grupo de jóvenes que caminaban a lo largo de toda la calle subidos en zancos y mientras avanzaban representaban una obra de teatro con un fuerte contenido social. Pregunté si aquello era común. Me dijeron que al menos una vez a la semana hacían esa representación. Una expresión cultural muy difícil de encontrar, con esa frecuencia y esa naturalidad, en cualquier otra ciudad de nuestros países.

VOZ ALEGRE, MIRADA TRISTE

Cuba ya no es la misma de “La era está pariendo un corazón” del emblemático Silvio Rodríguez. Ni es la misma del “Himno de la unidad latinoamericana” del igualmente legendario Pablo Milanés. Ambos son más leyenda y nostalgia que realidad actual. Tienen vigencia y sus canciones siguen sonando y sus discos se siguen vendiendo en las tiendas, pero ya no expresan la atmósfera que se respira en la vida social y política cotidiana. La Cuba de hoy sigue siendo la misma Cuba del ritmo caribeño de todos los tiempos, pero aún esos ritmos tienen un deje de melancolía. Cenábamos en un restaurante de La Habana y un trío nos acompañaba con su música en vivo, y me detuve en el rostro de la mujer que cantaba “Son de la loma y cantan en llano…” Un ritmo vital de la música popular cubana. La mujer cantaba con voz alegre, pero sus ojos estaban perdidos en un no lugar y sin ver a nadie. Voz alegre y mirada triste. ¿Y en su corazón? Seguramente las dos cosas: la alegría propia de los cubanos y el desencanto de una vida con el horizonte constreñido.

La Cuba de este siglo 21 es la de “Buena fe”, un grupo musical que sin hacer ruptura con la “Nueva trova” de las tres últimas décadas del siglo 20, establece discontinuidad por la crítica a una revolución que no rechazan de plano, pero que cuestionan en su propios cimientos. Con un ritmo pegajoso, y con una escéptica aceptación de parte del gobierno, “Buena fe” no duda en cuestionar con su canto las verdades oficiales. En su canción “Lo que no fue”, este grupo habanero nacido en 1999, eleva su crítica larvada a una revolución que se sigue sosteniendo con los símbolos de una revolución que se quedó anclada en el ayer: “Porque todo lo que fue y no es, es como si nunca hubiese sido… Nunca acaricies un cuento, porque hasta la idea más justa si la fanatizas es veneno… No hay verdades absolutas como tampoco el dinero es la dicha”.

“MELECIO TENÍA RAZÓN”

En el imaginario rural cubano Melecio Capote representa al guajiro -al campesino- cimarrón al que no se puede controlar, al que anda por la libre. Una vez que vino la revolución con su propuesta socialista de control de las tierras y de organización de cooperativas, Melecio Capote se opuso tenazmente hasta convertirse en el típico guajiro reaccionario. Cincuenta años después, el malestar de los guajiros se traduce en demandas crecientes: quieren acceso directo a la tierra, cultivar por su cuenta y administrar sus propios beneficios y están en contra de la dinámica oficial de cooperativas y de producción campesina según la planificación estatal.

“Buena Fe” retoma a este personaje mítico, lo reivindica, y lo convierte en canción con ritmo alegre y pegajoso: “Melecio Capote fue un guajiro radical que no creyó cien por ciento en eso de la ANAP (Asociación Nacional de Agricultores Pequeños) y la cooperativización. Y fue excomulgado por negarse a convivir con la ilusión… Melecio Capote dijo muy cerrero: Mi conuco es mío, si no, no lo quiero… Guajiro, aquí está el motivo de tanta preocupación. Aunque me duela admitirlo, Melecio tenía razón. Yo me fui pa’ la cooperativa, Melecio tenía razón. Y perdí la iniciativa, Melecio tenía razón. Ya no tengo calidad de vida, Melecio tenía razón”.

LAS DOS HABANAS

Paseando por las calles de La Habana Vieja se cruzan dos realidades que se excluyen una a la otra. Están las tiendas, restaurantes y áreas de recreación organizadas para los turistas que proceden primordialmente de Europa. Allí se compra y se vende de todo en moneda convertible. Y cruzando esos espacios están los cubanos que venden maní y dulces, músicos desarrapados que con sus viejos tambores y guitarras ofrecen sus canciones y jóvenes mulatas jineteras -también jineteros-, que se ofrecen con especial descaro al paso de los turistas. Basta que uno se desvíe de una de las calles principales y se adentre en esa otra Habana para verla atiborrada de hombres, mujeres y niños sentados o caminando parsimoniosamente como yendo a ningún lado y con la mirada del desencanto puesta también en ninguna parte, como quien no ha venido nunca de sitio alguno ni tampoco tiene dónde ir. Así me pareció el estado de ánimo de esa población cubana, cuyos rostros están en armonía con las viviendas deslucidas y sin pintar, con trapos viejos colgando en las azoteas y con basura amontonada en las descuidadas calles. Y todo esto a muy pocos metros de las calles organizadas para el turismo.

Esa noche, después de haber andado por esas dos Habanas, nos proyectaron una película cubana, “Suite Habana”, una cinta que cuenta en su haber una larga lista de premios nacionales e internacionales, que trata cómo es la vida diaria en La Habana, con personajes de la vida real. Vimos la película con un ingrediente extraordinario: con nosotros estaba Fernando Pérez, su director.

De la larga tertulia que tuvimos con este hombre, de unos sesenta años, me quedé con la certeza de lo que había percibido en las calles: para los habitantes de la capital cubana la vida se va quedando cada vez con menos sueños. Una señora, la más anciana de los personajes del film, responde triste a la pregunta del director sobre cuáles eran sus sueños: “Yo ya no tengo sueños”. Con todos sus símbolos, la revolución dejó hace mucho tiempo de ser novedad, y muchos habaneros se sostienen en la quimera de que un día cualquiera, pasando por el malecón, se cruzarán con un barco que los invitará a surcar el mar, rumbo a lo desconocido, en donde todo podría ser mejor que lo conocido a lo largo de cinco décadas de revolución.

“¿CUÁL ES MI PROBLEMA?”

Aquí, dos testimonios que escuché en directo: “Soy doctora y atiendo una clínica en mi barrio. Me siento muy contenta con mi profesión y sé que el Estado ha garantizado salud para toda la gente. Yo atiendo a mis pacientes aquí mismo en mi casa porque la parte de abajo es la clínica y la parte de arriba es mi hogar. Todos los vecinos de estas cuadras son mis pacientes. Si alguien tiene una enfermedad grave, yo lo remito al centro médico regional, y de allí lo remiten al hospital si es necesario. La atención es muy competente, aunque el equipo médico sea obsoleto.

“¿Cuál es mi problema? Que por el solo hecho de ser médica no puedo salir del país. Yo tengo una hermana en España, y ella me paga el pasaje para ir de vacaciones. A mí no me interesa en absoluto irme del país. Me siento bien
y aquí quiero seguir haciendo mi vida y sirviendo a mi pueblo. Pero quiero ver a mi hermana. Tengo veinte años
de no verla. Y no puedo. Si yo decido por mi cuenta salir, tendría que renunciar a mi profesión de médica, trabajar durante cinco años en otras tareas que me indique el Estado, y hasta entonces me darían de baja y podría visitar a mi hermana. Pero a mi regreso nunca jamás volvería ejercer mi profesión de médica”.

“ESTOY DESENCANTADA”

“Trabajo en una casa de cambio de divisas. Soy jefa de personal. Me pagan mejor que a muchas de las personas de mi barrio: cerca de 500 pesos cubanos al mes, menos de 16 dólares americanos. Mi padre tiene 80 años y con mi madre me educaron con su ejemplo y entrega en los valores revolucionarios. Yo amo mi país, y en mis 50 años he vivido entregada a la causa revolucionaria, cumpliendo con las tareas que me han asignado. Pero la situación aquí no se soporta. Mi esposo se tuvo que ir del país porque aquí nos estábamos muriendo de hambre. Él se fue para Miami y trabaja como conductor de camiones. Él estaba igual que yo, comprometido, pero no soportamos la situación. Y decidió irse. Y yo que nunca quise irme, hoy ya no quiero seguir aquí”.

“Estoy desencantada. Como parte de mi trabajo, un día acompañé a las playas de Cayo Coco a un grupo de turistas extranjeros. Cuando estábamos ingresando, a todos les dieron la bienvenida, pero a mí me dijeron que no, que me era prohibido visitar esas playas. ¡Óigame! ¿A mí, que amo tanto mi país, me prohíben ingresar a mis propias playas? Y sé por mi trabajo que los altos dirigentes tienen todos los permisos y prebendas. ¿Y los demás, los que hemos dado nuestra vida por la revolución, por qué no? Mejor me voy, no quiero seguir en mi país, siendo maltratada por mis propios compatriotas”.

UNA ECONOMÍA SIN SALIDA

Los cubanos están atenazados por una economía que no tiene salida, no obstante los esfuerzos y la decisión del Partido Comunista de impulsar nuevos “lineamientos para la economía” basados en reactivar la producción, leves aperturas y concesiones a la pequeña empresa privada. Y sobre todo, en sacrificios y disciplina fraguados a lo largo de más de 50 años de impulsar una propuesta socialista que demanda austeridad y perseverancia.

En una conversación con una alta dirigente del Comité Central del Partido, ella reconoció que la economía es, sin duda, el mayor desafío y en donde pueden encontrarse algunos de los errores que dirigentes como ella se atreverían a reconocer. Entre los más graves problemas está la doble moneda, sistema difícil de entender, que tiene efectos desastrosos en la vida de la gente.

En la parada más larga que hizo el autobús en el que me conducía hacia una de las provincias del Este de la isla, me llamó la atención que fuimos pocas las personas que nos sentamos a comer en el restaurante, no obstante disponer de 45 minutos de parada, llevar más de tres horas de camino, ser mediodía y faltar todavía la mitad del trayecto. Sin embargo, en la siguiente estación, en la que el conductor anunció solamente cinco minutos de estadía, un tropel de gente se bajó para comprar alimentos muy ligeros. “Eso es así -me dijo mi acompañante- porque en el comedor anterior se paga solo con CUC, y aquí la gente puede comprar con pesos cubanos”.

EL DRAMA
DE LA DOBLE MONEDA

Los CUC son los “cubanos convertibles”, moneda que no tiene sustento en el banco, porque no tiene correspondencia con la producción. El Estado la creó para captar divisas. Su equivalente es 87 centavos de un dólar americano. Cada una de esas divisas convertibles son equivalentes a 25 pesos cubanos. Un cubano normal anda en su bolsa pesos cubanos y un turista anda sólo dinero convertible. Aunque eso es lo que debería ser, en los hechos la vida económica se rige por otras lógicas, la de los apuros y la de la sobrevivencia.

En los hechos van aumentando las tiendas y los lugares en donde sólo se aceptan monedas convertibles. Si un cubano quiere comer en el restaurante en donde el autobús tuvo su principal parada, debe tener moneda convertible, y eso significa que debe transformar sus pesos en CUC, y el salario normal de un cubano es de unos 200 pesos, es decir, ocho CUC. Yo pagué por el almuerzo seis CUC, más un CUC por un refresco, luego di una moneda de 25 centavos tras salir del urinario, y dejé 75 centavos en el pequeño recipiente que tenía enfrente un dúo que cantaba en el restaurante canciones típicas de la provincia de Cienfuegos, en donde estábamos. Dejé en el restaurante el salario de un mes de un cubano común y corriente.

¿LA EDUCACIÓN, LA SALUD?

Una economía diseñada así no parece tener solución, al menos mientras todo siga en control total del Estado y mientras no existan incentivos a la iniciativa personal y privada. Naturalmente, no todo queda dicho con los pesos cubanos y los convertibles. Cada persona recibe mensualmente a precios subsidiados una ración de alimentos básicos: arroz, frijoles, aceite, pollo o pescado, en cantidades que a muchas familias apenas les alcanzan para los primeros diez días del mes. La niñez recibe alimentación en la escuela y los trabajadores comida en sus centros de trabajo. Lo mismo se puede decir de varios derechos sociales: la gente tiene pleno acceso a la educación, a tal grado que existen figuras jurídicas que establecen que los padres que no envíen sus hijos a la escuela van a la cárcel. La gente también tiene pleno acceso a la salud.

Sin embargo, la educación ha descendido en calidad y los centros de salud carecen de casi todo. Me contaba una persona que acababa de ser operada en el hospital más completo de La Habana que debió llevar su propia lámpara para alumbrarse porque no había en su habitación. En peores condiciones se encuentran los centros de salud del interior del país, como lo pude comprobar en mi visita a dos. Construidos en la década de los 70, no han recibido desde entonces ni una sola reparación y mantienen los mismos equipos de aquellos años. Y aunque toda la gente tiene trabajo, con su bajísimo salario no resuelven sus necesidades básicas.

EL BLOQUEO MENTAL

En los “lineamientos” económicos aprobados recientemente por el Partido Comunista de Cuba se habla de abrir las puertas a la microempresa, de acabar con la moneda convertible, de fortalecer los salarios y de seguir avanzando hasta que desaparezca la tarjeta de abastecimiento de alimentos subsidiados. Antes, con esa tarjeta se vendían jabón y otros productos que ahora han pasado al mercado y, aunque a precios bajos, ya no son accesibles.

La gente me dice que el Estado los acostumbró a darles todo, aunque fuese poco y de mala calidad, y esto ha creado una cultura de dependencia. Por eso, la población está muy poco motivada para esforzarse en el trabajo y en la producción. Hace las cosas con desidia y con el mínimo esfuerzo.

Éste es el bloqueo mental que el gobierno ha creado, un bloqueo subjetivo que va a la par del bloqueo económico externo. Se sabe y se percibe que la corrupción campea en la actividad de los dirigentes medios y altos. Pero todo mundo se hace de la vista gorda, porque esperan la oportunidad de sacar del Estado, de los recursos públicos, sus propios beneficios.

Aunque el Estado tiene medidas coercitivas muy duras para quienes cometen estos delitos, da la impresión de que se ha llegado a aceptar una connivencia entre lo que demanda el Estado con sus políticas de austeridad y lo que “resuelve” cada quien para sacarle al Estado lo que les permite sobrevivir.

“YO QUIERO ESTA REVOLUCIÓN”

No obstante la crisis y el desencanto, el humor cubano no pierde su creatividad. Dicen los cubanos que Supermán decidió visitar Cuba, pero al irse no podía alzar vuelo. Miró atrás y vio a 50 cubanos prendidos de su capa.

Tras escuchar tantos desencantos, me encontré con un maestro universitario de geografía. Andaba en su bicicleta y con una austera vestimenta. Me compartió mucha información sobre la geografía y la cultura cubana. Al final fue directo y franco: “Ya he vivido y asumido mucho sacrificio en Cuba a lo largo de mis 60 años como para querer salir y establecerme en otro país. Aquí he nacido y quiero esta revolución con todos sus defectos. He conocido otros países, he visto sus ventajas, pero nada podría ser más fuerte que mi vida y trabajo en mi país”.

LA TERCERA GRAN CRISIS

Tomé apuntes de lo que más me llamó la atención de lo que escuché a varios analistas y en bastantes pláticas de pasillo. La economía no ha logrado salir a flote, autoabastecerse. A finales del año 2011 el Estado congelará los depósitos de las compañías extranjeras en Cuba, lo que está significando el retiro de esas compañías. En 2011 se ha profundizado el desabastecimiento.

Es la tercera gran crisis económica en la historia de la revolución. La primera ocurrió en 1961 cuando Fidel Castro declaró la orientación socialista de la revolución y se inició el bloqueo económico. La segunda sucedió tras la caída de la Unión Soviética, cuando se inició el llamado “período especial”, que significó la reducción de la atención social, el aumento del desabastecimiento y pérdidas en la producción. Las consecuencias de esta segunda crisis nunca se superaron y ahora Cuba enfrenta su tercera gran crisis.

El manejo más exitoso de la economía cubana corresponde al ejército. Es urgente un proceso de apertura de la economía. La economía cubana se basa en el subsidio pero como no se le puede subsidiar al turista lo que consume, se manejan dos monedas: el peso cubano y el peso cubano convertible, pero los CUC no tienen respaldo en el Banco Central. Con los “lineamientos” se han abierto tímidamente las puertas a la pequeña industria, pero si a un tigre que ha vivido enjaulado durante 53 años con comida vegetariana se le abre la puerta, sólo verá a quién comerse primero…

¿EL PARTIDO O EL GOBIERNO?

Cuba vive el ocaso de sus liderazgos. El liderazgo absolutista y centralizado de Fidel Castro ha sido determinante.
Su palabra lo ha definido todo y esto ha tenido costos, especialmente en la economía. Un liderazgo así es muy difícil de sustituir y cuando aparecía una posible sucesión, enseguida desaparecía. Ante la enfermedad de Fidel, y sin sucesión, le sucede su hermano.

Para sorpresa de muchos, Raúl ha sabido manejarse muy bien con el liderazgo de su hermano. Recientemente, ante la presión política del movimiento de las llamadas “Damas de Blanco”, que fue recogiendo simpatías entre diversos sectores sociales, incluyendo entre juventudes que normalmente no suelen expresarse, Fidel emergió para desviar la atención hacia la amenaza de una tercera guerra mundial. Hay grupos de poder que respaldan a uno o a otro hermano y esto crea tensiones. El grupo de Fidel dice que hay que cerrar filas ante los cambios. El otro dice que ha llegado el tiempo de más apertura. El poder ha pasado del grupo de un hermano al grupo del otro hermano, y en el que pesa la influencia del ejército.

Aunque está latente la lucha interna, hay consenso en torno a los cambios, todavía pequeños y cosméticos. Raúl
ha comenzado a decir que “aquí ya no gobierna el Partido, sino el gobierno”, lo que indica una tensión política interna, puesto que el Partido ha tenido y tiene mucha más capacidad para decidir que el mismo gobierno.

LA IGLESIA Y EL ESTADO

La ruptura Iglesia-Estado se dio en los primeros años tras la declaración del socialismo, momentos de mucha tensión, cuando a la Iglesia se la relacionó con la oligarquía. De la ruptura con la Iglesia se avanzó hacia la ruptura con la religión. Esto comienza a cambiar en 1986 con la publicación del libro de Frei Beto, “Fidel y la Religión”. Este proceso cristaliza con la visita del Papa en 1997. Desde entonces “ser cristiano es bueno otra vez”. Se reforma la Constitución, que ya no define el Estado como ateo y se establece la libertad de cultos. Hoy, ante la necesidad de hacer cambios, el gobierno busca aliados. En Cuba, después del Estado y el Partido, la institución más fuerte es la Iglesia católica.

Actualmente, más de la mitad de quienes asisten a la Iglesia, no lo hizo durante gran parte de su vida. Los mayores regresan pero todavía con una fuerte carga de culpa. Una señora cuenta que durante muchos años fue insultada y maltratada por una vecina de los Comités de Defensa de la Revolución porque asistía a misa. Hoy se sientan juntas en la misma banca de la iglesia, pero no han conversado de aquello y las dos llevan esa herida sin sanar. Las dos saben que tienen la tarea pendiente de su propia reconciliación.

Ésta es una tarea pendiente para toda la sociedad cubana, seguramente la más herida y rota en un continente cruzado por abismos, rupturas y separaciones económicas, políticas e ideológicas.

¿CONCLUSIONES?

Un breve recuento de mi mirada, que recoge lo que escuché de analistas cubanos: Los cubanos han vivido un régimen muy autoritario. Y cuando esto ocurre la gente desarrolla una actitud de renuncia a sus derechos, y también a sus deberes. La población recibe alimentos, empleo, educación y salud a cambio de obedecer al régimen hasta perder su libertad. La sexualidad es uno de los escasos espacios de libertad que le queda a la juventud, pero es una libertad entendida como desenfreno, como hacer lo que les da la gana.

En la Iglesia cubana se dio una tendencia a reproducir el mismo autoritarismo que se le ha criticado al Estado y al Partido. Ante la falta de libertades, se cerraron filas, tendiendo a dejar pocos espacios para la libertad interna.

Muy pocos en la Iglesia se airearon con las nuevas corrientes teológicas, eclesiológicas y pastorales, y hasta hace muy poco se vivió una tardía apertura a la renovación que en América Latina significó el Vaticano II y los documentos de los obispos latinoamericanos a partir de Medellín, en 1968. Ante un Estado que predicó la increencia y el desprecio a lo religioso, la Iglesia se defendió anclándose en las líneas más duras y dogmáticas del pasado.

Las aperturas se han ido dando mutuamente: mientras el Estado se abría a un diálogo con el hecho religioso, la Iglesia se fue abriendo a las nuevas corrientes. La visita del Papa Juan Pablo Segundo fue decisiva para lograr esas aperturas.
Esto nos dijo la ministra para asuntos religiosos del Partido Comunista Cubano: “Hoy estamos en el mejor momento en la historia de las relaciones con las Iglesias, especialmente con la Iglesia Católica”.

Cuba es un país de rupturas, desarraigos personales, familiares e ideológicos. Hubo rupturas en las familias. Cuando vuelven quienes se fueron se producen recargas afectivas que van más allá de los asuntos ideológicos. La primera generación emigró con dolor, y por razones ideológicas. Las nuevas generaciones se van porque sienten que el sistema no sirve. Se van por desesperanza y desencanto. Se han acabado los sueños. La revolución ha perdido credibilidad entre muchísima gente y ya no funciona la excusa del bloqueo. ¿Cómo reencantar a la juventud? Y no es que se quiera perder la revolución. Lo que se quiere es transformarla. La mayoría quiere su historia y no quiere perderla. Lo que quiere es redefinir su rumbo. Me lo dijo así un jesuita: “No es el fin del bloqueo el que nos llevará a otro rumbo. Se trata de establecer puentes”.

BUSCAR PUENTES

No sé si la escuché, o si fui yo mismo quien la soñó, pero terminé mi viaje y mis miradas con esta formulación que resume lo que he querido decir con estas notas: “En Cuba se construyó una propuesta socialista que avanzó progresivamente hacia un totalitarismo de Estado y de Partido que acabó desgastado y que a estas alturas del siglo 21 ya no ofrece una salida si se mantienen los mismos patrones políticos y económicos. Cuba sólo puede sobrevivir si hace una ruptura.

En nuestros países tenemos un totalitarismo de mercado que ha forzado a millones de jóvenes a emigrar o a buscar salidas violentas. Es un sistema que excluye a millones de personas y les niega los bienes básicos, mientras genera una creciente e imparable concentración de riqueza en menos manos.
Los totalitarismos de un color y de otro acaban aplastando la dignidad y la libertad y desencantan a la gente. Nos toca buscar puentes entre uno y otro sistema. Nos toca hacer rupturas con el endiosamiento del Estado y de sus líderes y con el endiosamiento del capital y del mercado, hasta poner en el centro de toda la actividad política y económica
la dignidad de las personas”.

CORRESPONSAL DE ENVÍO EN HONDURAS.

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