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Universidad Centroamericana - UCA  
  Número 350 | Mayo 2011

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Nicaragua

Dime la casa en que vives... y te diré si remesas recibes

¿En qué se transforman las remesas que se reciben en Chinandega? Las viviendas chinandeganas responden. Somos lo que compramos. En diez años lo que ha comprado la población chinandegana con las remesas de sus migrantes han “civilizado, modernizado, urbanizado, occidentalizado y agringado” a ese pedazo de Nicaragua, desplazando el mundo rural y el mundo del trabajo y sustituyéndolo por el mundo del consumo.

José Luis Rocha

La mojigatería frente al consumo -tenga sus orígenes en el estoicismo romano, en el ascetismo eremita o en el afán acumulador que Weber atribuyó a la ética protestante- ha llegado hasta nuestros días en la forma de una actitud ambigua. Los economistas consideran que la demanda debe ser estimulada en cualquier contexto y muy especialmente en situaciones de recesión. Pero cuando el objeto de análisis lo constituyen las remesas que los migrantes envían a su país -esa forma tan especial de los ingresos, dotada de cualidades casi mágicas y aplastada bajo un fardo de obligaciones morales-, a sus receptores se les censura por consumistas y se les quiere ver convertidos en empresarios emprendedores, como si la madera emprendedora estuviera tan diseminada como las remesas y como si el capital no opusiera sus arteros arreglos a las condiciones para su despliegue.

Desde esa perspectiva, los receptores de remesas son conminados a que sustraigan recursos del irresponsable consumo y lo destinen a inversiones productivas. Como la mayor parte de las remesas son invertidas en alimentos, medicamentos y educación, su exclusión de la esfera productiva induce a percibir la adquisición de estos artículos como una forma de desperdiciar la valiosa platita que viene del lejano Norte o del inmediato Sur. Pero, ¿acaso una población bien alimentada, saludable y educada no es más productiva?

SOMOS LO QUE COMPRAMOS

Sobre las remesas y su uso ha recaído una tendencia a razonar con retórica homilética y afán condenatorio. El antropólogo argentino Néstor García Canclini propone un enfoque alternativo para analizar el consumo en general: “En las conductas ansiosas y obsesivas ante el consumo puede haber como origen una insatisfacción profunda, según lo analizan muchos psicólogos. Pero en un sentido más radical el consumo se liga, de otro modo, con la insatisfacción que engendra el flujo errático de los significados. Comprar objetos, colgárselos en el cuerpo o distribuirlos por la casa, asignarles un lugar en un orden, atribuirles funciones en la comunicación con los otros, son los recursos para pensar el propio cuerpo, el inestable orden social y las interacciones inciertas con los demás. Consumir es hacer más inteligible un mundo donde lo sólido se evapora. Por eso, además de ser útiles para expandir el mercado y reproducir la fuerza de trabajo, para distinguirnos de los demás y comunicarnos con ellos, como afirman Douglas e Isherwood, ‘las mercancías sirven para pensar’”.

Los receptores de remesas reorganizan su mundo mediante los bienes que adquieren con las remesas. Este mundo nuevo que van creando está sometido a muchos condicionamientos y no escapa a la posición subalterna que impone el enorme abanico de resabios coloniales. Pero abre las puertas a inmensas posibilidades de combinación, hibridación y creación de nuevas formas de ser centroamericanos, nicaragüenses y, para el caso que nos ocupa, chinandeganos.

Las viviendas chinandeganas, que aquí tomaré como primordial objeto de estudio, expresan -por las mismas pesadas estructuras que las convierten en metáforas palpables de lo perdurable- cambios culturales que ya ocurrieron y opciones que tienen el potencial de canalizar parte de lo que ocurrirá. Son cambios que se inscriben en la globalización “sólida”, la del largo plazo. Las remesas “improductivas” juegan un rol primordial en estos cambios.

CÓMO VAN Y VIENEN LAS REMESAS

Existen muchas repercusiones económicas de la migración. Entre otras, las remesas y su impacto -sobre la educación, la salud, etc.-, la disminución de mano de obra desempleada -en el país de origen-, la provisión de mano de obra demandada con urgencia -en los países de destino- y los flujos de ideas. Es posible que las migraciones -debido a la disminución en la oferta de mano de obra- estén provocando un incremento en los salarios, como ha ocurrido en algunos países con las maquilas. Y es posible también que por esa terrible vía la migración obtenga lo que no han conseguido las luchas sindicales. En este texto nos concentraremos únicamente en un aspecto del impacto económico de las migraciones -las remesas-, por su carácter de ahorro transnacional que abre puertas hacia muchas libertades: educación, salud, alimentación, vivienda, espectáculos, turismo, contacto con otras culturas, etc.

Las remesas son, sin discusión, un importante elemento de los ingresos nacionales y explican al menos el 7% del PIB de Nicaragua desde 1997 y quizás hasta el 18% del PIB en la actualidad. Según el censo 2005, cerca del 8.1% de los hogares reciben remesas. Los hogares nicas con un emigrante en el extranjero tienen muchas más probabilidades de recibir remesas que los que no lo tienen (48.4% contra 3.6%). Las remesas no necesariamente están llegando a los más pobres. Un modelo estadístico arrojó como resultado que los hogares más ricos, con miembros con mejor educación, con mujeres como jefas de familia, del área urbana y con varios emigrantes en el extranjero tienen más probabilidades de recibir remesas. De lo que no hay duda es de que la recepción de remesas es actualmente un privilegio masificado.

Entre la Encuesta de Medición de Nivel de Vida (EMNV) de 2001 y la de 2005, la tasa de emigrantes que enviaron remesas creció. En 2001 lo hacía el 55% de los migrantes y en 2005 lo hizo el 59%. ¿Qué papel juega la juventud en este flujo de remesas? La juventud más madura -la que tiene pareja y sus propios hijos- es la que en mayor proporción envía remesas: lo hace el 63% de los varones y el 55% de las mujeres. Entre los adolescentes, sólo un 25% cumple el que algunos estiman un “sagrado deber para con la patria”. La juventud, en general, se encuentra por debajo de la tasa de envío de quienes tienen 30-65 años.

Según una encuesta sobre servicios financieros aplicada en 2008 por el Inter-American Dialogue, el 63.7% de los encuestados nicaragüenses dijeron recibir remesas provenientes de Estados Unidos, 23.5% de Costa Rica, 2.9% de España, 1.9% de Puerto Rico, 1.7% de Canadá, 1.7% de Guatemala y apenas 1.2 y 0.5% de Honduras y El Salvador, respectivamente. Estos porcentajes no se corresponden con el peso de cado uno de estos países como destino de nuestros migrantes.



La pendularidad de una gran cantidad de los migrantes intra-regionales hace que muchas remesas -consideradas como ahorros transnacionales- viajen en los bolsillos de los migrantes, o en los de amigos y familiares, en mucha mayor proporción que a través de las pulsaciones electrónicas de las grandes empresas dedicadas a la transferencia de dinero. Este panorama ha cambiado en los últimos años en una medida que nos es difícil calcular: el creciente flujo de migrantes hacia España sin duda ha multiplicado las remesas con esa procedencia. La española es una remesa más jugosa y más regular.

QUIÉNES RECIBEN LAS REMESAS

Atendiendo a los vínculos de parentesco entre quienes envían y reciben las remesas, encontramos que los hermanos y hermanas ocupan el primer lugar en varios rangos -son el 24.5% de los destinatarios para el rango de 18 a 24 años, el 39.6% para el rango de 25 a 29 años y el 38.2% para los receptores de 30-45 años-. Les siguen los padres y madres, que constituyen el 23.1, 22.6% y 12.1% de las y los receptores en estos mismos rangos, seguidos de los hijos e hijas que, para receptores de 45-65 años y de más de 65 años, ocupan los primeros lugares: el 51.1 y el 60.6% respectivamente.

Entre la población entrevistada por el Servicio Jesuita para Migrantes hubo muchas personas migrantes temporales que durante sus distintas permanencias en el extranjero fueron cambiando los destinatarios de sus remsas: cuando estaban solteros y solteras enviaban a su mamá o a un hermano o hermana, y luego, al contraer vínculos de pareja, pasaron a beneficiar a sus parejas.

Llama la atención el alto porcentaje de “amigos” entre quienes envían remesas. El 24.5% de la juventud de 25 a 29 años, el 27.6% de 30-45 años y el 24.1% de 46-65 años reciben sus remesas de parte de amistades. Para esos rangos, las amistades son la segunda fuente de remesas. En muchos casos constatados, esos “amigos” que envían remesas son cooperantes que pasaron por Nicaragua para prestar servicios o son académicos y estudiantes que realizaron trabajo de campo para investigaciones que implican una inmersión y mutua adopción: de la familia al “chele” y del “chele” a la que pronto empezó a llamar “mi familia nica”.

La Encuesta de Juventud del IV Informe de Desarrollo Humano de Nicaragua reveló que un alto porcentaje de los hermanos y hermanas de las personas entrevistadas han migrado. El 43% de las y los jóvenes de 25 a 29 años declararon tener familiares emigrantes. El peso demográfico de la categoría “hermano (a)” entre los migrantes es un primer dato que explica esta fraternidad remesante. Pero existe otro dato de carácter sociológico: en la distribución del trabajo familiar la remesa es el pago a los hermanos y hermanas que son padres y madres sustitutas. La remesa tiene una dinámica de doble vía: es un regalo con expectativa de una reciprocidad en la forma del cuidado de los hijos e hijas. La que decide sobre ese dinero es la hermana de mi mamá -dice Teresa Cruz-. Ella, mi tía, es como la secretaria de mi mamá. Me da calzado, ropa, lo que yo necesite, jabón, todo, útiles escolares.



¿EN QUÉ SE INVIERTEN LAS REMESAS?

Las remesas proporcionan la seguridad protectora que menciona Amartya Sen y de la que carece nuestra sociedad: seguro de paro, de accidentes y de vejez. Las remesas suplen los vacíos de la inversión social pública. La oportunidad de recibir educación o cuidados médicos está entre los componentes constitutivos del desarrollo. Este enfoque, que sitúa la salud y la educación como fines benéficos en sí mismos y no sólo por su indirecta contribución al PIB -vía industrialización, por ejemplo-, elimina la distinción entre remesas productivas e improductivas. Lo invertido en educación es deseable en sí mismo y es una inversión generadora de nuevas libertades: de la capacidad de argumentar para mejorar la participación política, de obtener mejor remuneración, de costear mejores servicios de salud y de contribuir a un desempeño económico más productivo y de mejor calidad.

Existen evidencias en relación al impacto de las remesas en la educación. Sobre el tan debatido y alarmante tema de la deserción escolar, los datos indican una menor afectación de esta realidad entre las y los adolescentes de los hogares con migrantes que en los hogares sin migrantes: 19% versus 22% para los varones y 16% versus 22% para las mujeres.

Pero aquí emerge un escollo: el ingreso a la escuela no basta si no viene acompañado de un proyecto de vida y de una voluntad de ser artífice del propio desarrollo. Amartya Sen distingue entre resultados culminativos y resultados comprehensivos. En los segundos, a diferencia de los primeros, se toma nota no sólo de los resultados, sino también del proceso mediante el cual se obtuvieron.

La educación, o un nivel alto de ingresos, pueden reportar muchos beneficios. Pero si la forma de obtención de esos ingresos contribuye a perpetuar una dinámica de dependencia, las remesas pueden convertirse en un dispositivo que subdesarrolla y desempodera a sus receptores y receptoras. Sobre este efecto perverso de las remesas la economista danesa Lykke Andersen tiene conclusiones ominosas: en los hogares receptores de remesas no hay un gran aumento en la tasa de consumo y tampoco en la de inversión, pero sí una reducción en la cantidad de horas trabajadas. Su conclusión es que las remesas están desplazando otros ingresos en lugar de complementarlos. En otras latitudes otros economistas han llegado a la misma conclusión: las remesas pueden inducir una reducción del esfuerzo por parte de los receptores de remesas.

EL VITAL INFLUJO
DE LAS “REMESAS SOCIALES”

Andersen encontró, en cambio, que la cantidad de emigrantes sí tiene un efecto sobre los ingresos. Los hogares con más emigrantes registran cambios notables en los ingresos. Eso puede ser atribuido a las remesas sociales, que Peggy Levitt define como las ideas, conductas, identidades y capital social que fluyen de los países de destino a los países de origen. Cambios en los roles de género, en la decisión de tener menos hijos, en una inserción más activa en el mercado laboral son algunas de estas “remesas sociales”.

Todo esto tiene repercusión sobre los ingresos y el consumo per cápita del hogar. En Nicaragua el boom de la migración coincide con un descenso drástico de la tasa de fecundidad. Esta correlación es una hipótesis plausible si tenemos presente que los efectos de las remesas sociales no se limitan a los hogares receptores de remesas, sino que se diseminan por toda la sociedad.

Es interesante que el estudio de Andersen postule que las remesas sociales son más importantes para la movilidad económica de los hogares nicaragüenses que las remesas financieras. Sin embargo, las remesas financieras no actúan solas. No hay forma de obtener en estado puro remesas financieras sin remesas sociales. La mutua imbricación de ambas está dejando profundas huellas en la vida cotidiana de muchas familias.

De forma directa la está dejando en el 11.6% de los hogares de Chinandega que el Censo 2005 apunta como receptor de remesas. Ese porcentaje coloca a Chinandega en el cuarto puesto del top ten de los departamentos nicaragüenses con más hogares beneficiados por las remesas, apenas superado por el 13.4% de Granada y el 12.5% de Estelí y León.

LA CASA DE LOS CONTRERAS

En el municipio de Chinandega, el 12.7% de los hogares reciben remesas. ¿Cómo las remesas constituyen un incentivo financiero para atizar un proceso de “desarrollo” cultural, que podemos rastrear a lo largo de siglos en América Latina y para nada exclusivo de esta región del planeta?

Tomaremos la vivienda como blanco del análisis, pero luego nos extenderemos a otros bienes que adornan la casa y que completan el mensaje que nos envían sus habitantes.

Primero, entremos en otra casa. En la novela Castigo divino, Sergio Ramírez dibuja con espesas tintas barrocas la casa de la familia Contreras, una mansión de la aristocracia leonesa, que en sus grandes y pequeños detalles busca con denuedo imitar la desgastada opulencia de la metrópoli colonial: “Diagonal al Hotel Metropolitano, está la casa de la familia Contreras. Es una construcción de adobe y techo de tejas de barro, de una sola planta. La puerta de la esquina, donde un atardecer de marzo de 1931 hemos visto sentadas a las hermanas Contreras, da entrada a la sala de la casa… Se trata de una alta puerta de doble batiente, coronada por un capitel triangular que sostienen dos columnas estriadas, sugeridas en cemento sobre la superficie encalada de la pared. En la esquina, la pared se corta en chaflán para repartirse a ambos lados en una galería de puertas, también de doble batiente, flanqueadas otra vez por columnas y coronadas igualmente por capiteles, pintados, como las columnas, en azul de prusia. Estamos hablando, como puede apreciarse, de una casa sin ventanas”.

“Hacia el occidente, el ala de la casa está ocupada por los dormitorios de la familia, y las puertas aparecen defendidas hasta arriba de la mitad por celosías de madera barnizadas de verde… En la sala hay un piano de cola Marshall & Wendell, un juego de sillones estilo Luis XV, tapizados en damasco rojo, y un espejo de moldura dorada, de cuerpo entero, así como un aparato de radio marca Philco, cuya caja de madera, de remate oval, se asemeja al portal de una catedral gótica… En el mismo corredor hay un juego de vienesas maqueadas en negro y algunas mecedoras de mimbre… Unos pocos pasos más allá, en pleno corredor, vemos la mesa de comer, cubierta por un mantel ahulado de flores azules; y contra la pared, el correspondiente bufete de puertas de vidrio. Solamente nos resta mencionar, al fondo, la cocina de fogones de leña, los servicios higiénicos; el bajareque donde duermen las empleadas domésticas, y el baño y los lavadores, escondidos tras las plantas del jardín.”

BÁRBAROS CIVILIZADOS Y MODERNIZADOS:
DE LOS CAITES A LOS ZAPATOS

Esta descripción está -porque así lo está la vivienda que reseña- recargada de objetos, formas, colores y distribuciones espaciales que proclaman una decisión incondicional: la de situarse como una familia de soberbia prosapia. La vivienda y su contenido son una declaración oficial de la familia Contreras de la alta estima en que desean ser tenidos. Los medios para enviar el mensaje son los bienes civilizadores y los bienes modernizadores.

El historiador estadounidense Arnold J. Bauer, en su historia de la cultura material en América Latina titulada “Somos lo que compramos”, establece que “los cambios en la cultura material de América Latina fueron impulsados, hasta cierto grado, por la imposición, y a menudo entusiasta aceptación, de los ‘bienes civilizadores’ introducidos por varios regímenes coloniales y neocoloniales a lo largo de los últimos 500 años. Desde el comienzo de la intrusión ibérica, pasando por los regímenes materiales francés, inglés y, actualmente, el estadounidense, aquellos que se esforzaron por imponer el consumo en América Latina, así como los habitantes de América Latina que voluntariamente adquirieron ciertos bienes, a menudo llegaron a pensarse a sí mismos como parte activa de un proceso de occidentalización”.

Esa occidentalización fue primero, bajo el imperio español, un intento por civilizar mediante costumbres y bienes europeos, predominantemente españoles; después, a instancias de las élites criollas liberales del siglo XIX, el consumo de bienes europeos se diversificó y extendió como parte de un proceso de modernización; y en la actualidad, se diversifica aún más, con un predominio de marcas estadounidenses, en una dinámica globalizadora.

A lo largo de muchos siglos, los latinoamericanos han sustituido los caites por los zapatos, la tortilla de maíz por el pan de trigo, “el áspero algodón local por la seda asiática del galeón de Manila”, las camisas y zapatos de sastres y zapateros locales por las camisetas Tommy Hilfiger y los mocasines Gucci en una desenfrenada carrera para ser vistos como menos bárbaros y más civilizados, menos arcaicos y más modernos, menos provincianos y más globalizados, al día, en la onda, cool.

CAMBIA, TODO CAMBIA...

Muy pronto, en los albores del período colonial, las sillas con brazos, los tapetes de felpa y los cojines -y otros artículos esenciales para la “gente civilizada”- fueron adornos imprescindibles en las casas de los caciques indígenas ricos.

El poder colonial incentivó el consumo de mercancías peninsulares mediante una institución político-cultural: “la policía”. Vivir “en policía” significaba vivir de acuerdo con las nociones europeas de civilidad que incluían la ropa, la comida y la higiene: “Las nuevas casas de piedra -dice Ba-uer-, las plazas, las fuentes, los jardines y las cruces de diseño urbano eran elementos de una cultura material que había sido trasplantada y constituían ejemplos de ‘bienes’ diseñados para ‘civilizar’ a los habitantes nativos y a sus descendientes.”

La arquitectura condicionaba un comportamiento. Las celosías de madera guardaban a las doncellas de las miradas lúbricas e indiscretas. Así lo requería el “Manual de urbanidad y buenas maneras” de Manuel Antonio Carreño. Impreso en Caracas por primera vez en 1853, el manual dedica varias páginas a las ventanas, a su diseño y su manejo, porque “la ventana es uno de los lugares en que debemos manejarnos con la mayor circunspección. Sus admoniciones se dirigen a las mujeres del hogar. No deben sentarse en las ventanas excepto al caer la tarde”.

El consumo no sólo depende de los cambios demográficos, los costos de transporte y transacción, el funcionamiento de los mercados y las habilidades de los mercaderes. El consumo también es poderosamente condicionado por las prioridades ideológicas, lo que imaginamos que somos y lo que deseamos ser. Los esclavos que se habían fugado, los africanos de piel más clara y los mestizos que no querían ser tomados por indios y que aspiraban a mejorar su situación económica y a escalar en la pirámide social, recurrían a metamorfosis en su cultura material para transformar su identidad: cambiaban lo que comían y el modo de comerlo, cambiaban su atuendo y los textiles de que estaba hecho, cambiaban la arquitectura de sus viviendas…

Cambiaban todo lo que tenía el poder de dotarlos de un nuevo estatus. Se sometían a un consumo guiado por la colonialidad del poder, por la introyección de las ideas y prácticas que se establecen por códigos donde el sometimiento y las dicotomías dominador/dominado quedaron legitimadas y fosilizadas. El consumo de bienes civilizadores es parte de esas prácticas por medio de las cuales los sometidos quieren escapar -pero por eso mismo reconocen- su condición subalterna. Y es que la creación de un régimen material tiene lugar en la arena del poder.

LA “MODERNIDAD”
QUE HABÍA DENTRO DE LAS CASAS

En el primer tercio del siglo XX, con varias invasiones de marines estadounidenses a cuestas, España seguía siendo un modelo para unas élites criollas que inventaron el nacatamal con uvas pasas y aceitunas.

En 1931 la arquitectura del Pacífico en Nicaragua todavía reflejaba los gustos civilizadores de la colonia española, porque la vivienda es la categoría de la cultura material que cambia más lentamente, según Bauer: el adobe y las tejas de barro, las puertas altas de doble batiente -como para abrir holgado paso a los grandes de España-, el capitel triangular, las columnas estriadas, el corte de la pared en chaflán y las celosías de madera. De la arquitectura doméstica española sobreviven también, todos ubicados al fondo, en un íntimo resguardo, los servicios higiénicos, las habitaciones de los empleados y la cocina de fogones de leña, mucho más ineficiente en el aprovechamiento de combustible que la hornilla indígena.

Pero la minuciosa descripción no sólo incluye bienes civilizadores, sino también modernizadores. Lo señala Bauer: “Jactándose a menudo de descender de los últimos propietarios y familias nobles coloniales, la élite republicana estaba, sin embargo, extraordinariamente abierta a los nuevos retos y a las nuevas fortunas”. La vivienda, sus ornamentos y los inmuebles muestran procedencia y actualidad. El abolengo y la moda. Las raíces y las opciones del presente. El noble origen y la próspera actualidad. Las casas eran espejos abigarrados de diversas metrópolis. A las mercancías peninsulares se han añadido ya los artículos que indican quién está al día en el consumo moderno: Francia aportó sus sillones estilo Luis XV. De Estados Unidos vino el radio marca Philco, quizás vendido por la casa Sengelmann a las élites dilatadas por el auge del café. De allá también vino el piano de cola Marshall & Wendell, esencial para la aristocracia ansiosa por presumir de culta por un prurito de ilustración típico de la modernidad. Austria impuso las vienesas como atributo del ocio con buen gusto. Y el azul de Prusia era una muy extendida reminiscencia del expansionismo militarista de Federico el Grande.

Por lo visto, el mercado suntuario estaba mucho más globalizado que durante la Colonia. La literatura nos dice que el piano estadounidense, el sofá y las sillas vienesas estaban diseminados por toda América. Eran visibles tanto en León de Nicaragua como en el Cuzco peruano. En la actualidad son costosos objetos de museo. Cada silla vienesa se cotiza en casi dos mil dólares.

Bauer cuenta los penosos viajes que estos objetos exóticos y pesados tenían que hacer por caminos intransitables a lomos de mula o esclavos hasta ciudades o casas haciendas muy alejadas de los puertos. En sus memorias, Froilán Turcios inserta una anécdota espeluznante: la del forzudo que muere entre vómitos de sangre después de trasladar tres elegantes tocadores estadounidenses desde el puerto de Trujillo hasta la muy recóndita ciudad de Juticalpa en Honduras, recorriendo “más de ochenta leguas de pésimo camino, accidentado por elevadísimas cuestas, por abruptos senderos bordeando tenebrosos farallones”.

LA “SIMPLICIDAD”
DE CASAS QUE YA NO EXISTEN

En “El nicaragüense”, Pablo Antonio Cuadra establece el dogma de la vivienda nica: “Aparte de lo que podamos decir luego, desde otro punto de vista, sobre nuestro típico rancho o choza de paja -que es la habitación del noventa por ciento de nuestra población campesina- no cabe duda de que su morador actual no intenta agregar a ese funcionalísimo tipo de edificación primitiva ninguna estructura, aditamento o mejora que altere su carácter absolutamente provisional y su concepción ultrasimple de la habitación humana.

Cuando nuestro rancho típico tiene una apariencia más bella y cumple mejor su oficio protector es cuando se edifica con mayor fidelidad al modelo milenario que se inventó en nuestra proto-historia. Su perfección consiste en su simplicidad. Y ese modelo yo lo definiría como el hecho de guarecerse bajo de un árbol traducido arquitecturalmente”.

Cuadra se explaya en la descripción de esa simplicidad: “Su armazón es de varas y troncos sin labrar -es decir, su esqueleto, es arbóreo-, techo de paja o de palmas; paredes de cañas o de palma tejida, o de paja, o de tablas; piso de tierra; muebles esquemáticos (pata de gallina, tapescos); cocina de barro y las tres tradicionales piedras o tenamastes del fogón. Ningún adorno. Es la tienda vegetal de un nómada del trópico. Está hecha con los materiales que se tienen a mano”.

La realidad demolió esta visión bucólica. Y también está arrasando con la vivienda que Cuadra denomina vivienda proletaria: la casa de teja, que “se presenta con la misma desnudez del rancho. Sus cuatro paredes son de barro y como rara vez las encalan o pintan y como no tiene cielo raso y el piso es de tierra, ni siquiera ofrece esa libertad pasajera y vegetal del rancho…” Hace tiempo que desapareció la casa urbana del pobre capitalino, la “mediagua, de techo de tejas y paredes de lodo, simplísima como estructura, pero además desolada por su morador como si hubiera hecho un voto de desnudez”.

QUÉ DICEN LAS CASAS
DE CHINANDEGA

Las viviendas de Chinandega, que huyen despavoridas del modelo austero que Cuadra les fija con deleite como ideal nacional opuesto a la “acicalada vivienda costarricense”, pueden hablar con apabullante elocuencia del efecto de las remesas en ese departamento y municipio. Comparemos su estado tomando como fuente los censos nacionales de 1995 y 2005. Son significativos los porcentajes de viviendas que en diez años pasaron de la condición de rancho o choza; de las paredes de palma, caña, madera o ripio; del techo de paja o palma; y del piso de tierra para convertirse en viviendas con la categoría de casa, paredes de bloque o cemento, techos de zinc y pisos embaldosados. Los incrementos en estas categorías van desde el 8 hasta el 32%, como podemos observar en la tabla de esta página.

Bauer observa que “eran las mujeres españolas quienes transportaban la ropa a través del océano, un elemento central en su esfuerzo por establecer un hogar, en ocasiones una casa, en oposición a términos como chozas, bohíos, jacales o rucas, utilizados por muchos españoles para describir la vivienda nativa, a menudo de adobe y techo de paja, que no se adecuaba a su noción de casa”.

Las categorías actuales de los censos nacionales -diseñadas por ultramodernos o posmodernos tecnócratas de Naciones Unidas- hacen eco de lo que para los españoles era deseable o aborrecible. Las remesas, en buena medida, hacen posible la transformación, el paso de una a otra categoría. Y es que tanto remesantes como remesados saben que lo que Bauer apunta para la Colonia se sigue aplicando a la poscolonia: “Los materiales de construcción ayudaban a definir la jerarquía social. El grado de civilidad de las personas podía determinarse por una ‘jerarquía de elementos’: la piedra era más ‘noble’ que la madera, ‘la gente que construía con madera era menos civil que aquellos que construían con piedra”. Dejar de ser bárbaros, civilizarse u occidentalizarse significa dejar de ser rurales. Chinandega deja de ser bárbara a medida que el bajareque, la choza, la paja, la caña, la palma y el pozo van cayendo en desuso y son sustituidos por materiales más nobles. Ese prurito de occidentalismo y globalización es el que explota el anuncio de televisión donde el muy folklórico “indio Filomeno” proclama: ¡Cemento Holcim, el cemento del primer mundo!



Dicho con honestidad, el de Holcim es un cemento tan nica como nicas son los quesillos. Ambos son de Nagarote, lugar de emplazamiento de la planta que esa empresa suiza tiene en Nicaragua. Pero, en este caso, parecer del primer mundo es tan bueno como serlo. Al menos atrae los mismos dividendos.

La vivienda, que según Bauer es unos de los aspectos de la cultura material que más demora en cambiar, aquí lo hizo -¡y de qué forma!- en un breve lapso de apenas diez años. Siendo la remesa nica promedio de menor calibre que la que reciben los vecinos del norte de Centroamérica, no ha producido los palacetes de hasta cuatro pisos y de estrambóticos diseños que un interesante estudio regional, “Arquitectura de remesas”, encuentra en Guatemala, Honduras y El Salvador.

De hecho, no tenemos la certeza de hasta qué punto podamos atribuir estas transformaciones al efecto de las remesas. Pero podemos presumir un efecto contundente si comparamos los municipios de Chinandega y Jinotega. Seleccionamos el municipio de Jinotega para mostrar el contraste con el municipio de Chinandega. El departamento de Jinotega tiene casi el 6% de los nicaragüenses y apenas el 1.7% de nuestros migrantes. Jinotega es uno de los municipios con menor porcentaje de hogares receptores de remesas (4%) y es cabecera del departamento menos favorecido por el dinero de los migrantes, donde escasamente el 2.2% de los hogares reciben remesas. En contraste, el municipio de Chinandega ocupa uno de los primeros lugares (12.7%) y es un departamento puntero en recepción de remesas.



A pesar de que el municipio de Jinotega se urbanizó en 21 puntos porcentuales, mientras Chinandega lo hizo en 19 puntos, las mejoras en las viviendas chinandeganas fueron muy superiores a las jinoteganas. Las viviendas que pasaron a la categoría de “casa”, a tener paredes de cemento y techo de zinc, aumentaron en 8, 16 y 35 puntos porcentuales en Chinandega, mientras en Jinotega lo hicieron en apenas 4, 6 y 10 puntos porcentuales. El descenso en el uso de la teja de barro, el techo de paja/palma y el piso de tierra fue de 25, 8 y 6 puntos en Chinandega y de solamente 7, 2 y 3 en Jinotega. Únicamente en dos categorías -tubería en la vivienda y energía eléctrica- los dos municipios presentan los mismos incrementos relativos.

Otra ruta para rastrear hasta qué punto son atribuibles a las remesas estas transformaciones es el estudio del acceso a diversos bienes -cuya posesión complementa el mensaje que emiten los materiales y arquitectura de las viviendas-, según los hogares sean o no receptores de remesas.



Entre los hogares que recibieron remesas en el municipio de Chinandega en los doce meses anteriores al Censo 2005, el 60% tiene teléfono celular. Esa proporción baja a la mitad en el caso de los hogares que no reciben remesas. La posesión de teléfono convencional contrasta aún en mayores proporciones. Lo tienen el 32% de los hogares que reciben remesas y solamente el 13% de los que no reciben remesas. La computadora está presente en el 8% de los hogares que reciben remesas y solamente en el 3% de los que no las reciben. El servicio de televisión por cable lo tiene el 36% de los hogares receptores de remesas y únicamente el 18% de los no receptores. En el universo de hogares con remesas encontramos 65% de viviendas con dos dormitorios o más, proporción que baja al 46% en los hogares sin remesas. La cocina de gas butano, el equipo de sonido y el televisor están en situación semejante.

No sabemos con certeza si el celular, el teléfono convencional, la televisión por cable, etc. precedieron a la recepción de remesas. Es posible que los migrantes provengan de familias con mejores condiciones previas a su apoyo desde el exterior. Después de todo, se trata de familias que pudieron financiar sus viajes y prescindir temporalmente de su mano de obra y sus ingresos. No es noticia de última hora la que diga que los migrantes no proceden de los hogares más pobres. Pero es significativo que, en rubros no vinculados a lo que podríamos llamar el espectro sociocultural de las migraciones -como, por ejemplo, el uso de un servicio higiénico propio, en vez de una letrina colectiva-, los puntajes de los hogares que reciben y no reciben remesas no son tan lejanos: 92% y 87%. Otro tanto cabe decir de la fabricación o venta de algún producto, la posesión de moto, de carro y de un cuarto para cocinar.

¿SER URBANO = SER CIVILIZADO?

La ubicación urbana o rural de un hogar importa mucho. El hecho de que la posesión de bestias -animales de carga para el trabajo con el campo- sea menor en el caso de quienes reciben remesas (4.3%) que en el de quienes no las reciben (8.5%) señala que son más urbanos los primeros. Rubros como la recolección de basura, la posesión de refrigeradoras, computadoras, teléfonos convencionales y cocinas de gas butano se ven marcados por la mayor provisión de ciertos servicios -el tendido eléctrico y el telefónico- o condicionantes económicos y culturales -la dificultad de obtener leña para cocinar y la opción por lo rápido y práctico-, más presentes en áreas urbanas. El volumen total de ingresos es otro elemento que deja sentir su arrastre. El monto de los ingresos define la posibilidad de saltar del estrato de la mera subsistencia a la compra de electrodomésticos.

Las pequeñas ciudades suelen caracterizarse por cinturones periféricos, donde migrantes rurales de reciente asentamiento siguen fieles a sus usos y costumbres: cocina de leña, piso de tierra, paredes de madera, etc. Muchos son precaristas que no han conseguido conexión de agua potable y energía eléctrica.

Nuestros propios estudios etnográficos nos permiten identificar un espectro sociocultural de las migraciones, que implica una inversión más acusada en bienes que garanticen la comunicación frecuente y oportuna entre los migrantes y sus familiares, en artículos y servicios que pregonen de manera a veces chillonamente visible la bonanza económica, y en productos que introduzcan mejoras sustanciales en el nivel de vida, acercándolos a estilos arquitectónicos, alimenticios y de vida más citadinos.

GLOBALIZADOS, CIVILIZADOS...
Y CONDICIONADOS

La urbanización cultural no puede ser enteramente aislada de las remesas. Las remesas están fuertemente comprometidas con el proceso que va de lo rural a lo urbano. Según la Encuesta de Medición de Nivel de Vida 2005, la mayor parte de los migrantes del país (67%) proviene de áreas urbanas, lo cual nos hace suponer que hay una proporción mayor de hogares urbanos que de hogares rurales recibiendo remesas.

Obviamente, existe una correlación fuerte, aunque no determinante, entre hogares con emigrantes y la recepción de remesas. De hecho, el Censo 2005 nos muestra que, entre los hogares con algún miembro fuera del país, 48.5% recibían remesas y 51.5% no las recibían. En cambio, entre los hogares sin emigrantes, un raquítico 3.6% recibía remesas.

Ergo: donde hay migrantes la probabilidad de que haya remesas es 13 veces mayor que donde no hay migrantes. A esta constatación hay que añadir otro elemento característico de “la cuestión urbana”: la migración urbana es mucho mejor remunerada debido a que los destinos más rentables -Estados Unidos y España- están más al alcance de los citadinos.

Por supuesto que existen otros factores en juego para explicar orígenes más tenebrosos y prosaicos que el de las transformaciones de las que nos hemos ocupado: el impacto del narcotráfico y las rutas de las drogas, el emplazamiento fronterizo y una ola de libre y por ello más voluminosa circulación de mercancías. Pero ninguno de estos factores ha sido cuantificado ni puede presumirse que tenga el impacto de las remesas.

El poder omnímodo de la remesas prueba que los desplazados laborales de Chinandega están construyendo la globalización a su modo. Se reinsertaron en un sistema que los había rechazado y ayudaron a que sus deudos también se insertaran en dinámicas de alcance mundial. Pero esa voluntad de reinserción y las estrategias para incorporar a sus familias contribuyeron a que el mundo del trabajo haya sido desplazado de su pedestal por el mundo del consumo. Celulares, equipos de sonido, televisores, zinc y asbesto, cerámica, concreto y cemento Holcim están civilizando, occidentalizando, incluso agringando, a la población chinandegana.

Los bienes productivos, cualquiera que sea su definición, no escapan a su condición occidentalizadora. La mera idea de dedicar las remesas a la inversión productiva proviene de una ética occidental. A la postre, resultó cierto que, como escribió John Gray en “Al Qaeda y lo que significa ser moderno”: “Ningún país puede rehuir los imperativos del mundo moderno que Europa ha creado”. Podríamos parafrasear su sentencia y decir que Chinandega no puede rehuir los imperativos del mundo moderno que la globalización ha creado.

Los ahorros transnacionalizados son la condición sine qua non de esos imperativos, que implican la masificación del consumo conspicuo, que parece una contradictio in terminis, pero que ha creado una nueva clase de proletarios de Adidas y Ray Ban. Si las vivanderas del Mercado Oriental de Managua fueron llamadas “burguesía en delantales” por su capacidad de acumulación de capital mediante el mercado paralelo que prosperó ante la impotente centralización económica promovida por el Estado sandinista en los años 80, a muchos receptores de remesas con justicia podríamos llamarlos “pobres en Calvin Klein” o “desempleados en Levi’s”.

EN UN MUNDO FELIZ

Sin decantarnos hacia una posición opuesta a la de García Canclini, no hay que subestimar los condicionamientos del consumo, sea en su neto carácter material o en su acepción de búsqueda de significados. De esos condicionamientos nos habla la aguda y certera sátira futurista “Un mundo feliz” de Aldous Huxley, cuando explica que nos condicionarán “mediante la hipnopedia, enseñanza durante el sueño, a base de repetir las frases que condicionarán los juicios y las acciones de la vigilia…” Y cuenta: “En las guarderías, la lección de conciencia de clase elemental había terminado, y ahora las voces se encargaban de crear futura demanda para la futura producción industrial. ‘Me gusta volar -murmuraban-, me gusta volar, me gusta tener vestidos nuevos, me gusta… Los vestidos viejos son feísimos -seguía diciendo el incansable murmullo-. Nosotros siempre tiramos los vestidos viejos. Tirarlos es mejor que remendarlos, tirarlos es mejor que remendarlos, tirarlos es mejor que…”

El consumo refleja opciones políticas, pero esas opciones, como las ideológicas -las que expresan la predilección por un candidato o un partido-, pueden estar condicionadas. Y ahí es donde acecha el peligro, porque “todo condicionamiento se dirige a lograr que la gente ame su inevitable destino social”. Que nos resignemos felizmente al mundo infeliz que habitamos.

INVESTIGADOR DEL SERVICIO JESUITA PARA MIGRANTES DE CENTROAMÉRICA (SJM). MIEMBRO DEL CONSEJO EDITORIAL DE ENVÍO.

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