Envío Digital
 
Universidad Centroamericana - UCA  
  Número 344 | Noviembre 2010

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América Latina

Se han roto las siete barreras del sonido

La revolución tecnológica de la era digital ha roto las siete barreras del sonido. Ya no hay barreras ni en el espacio ni en el tiempo, no las hay en las leyes o en el mercado, tampoco en la censura, en la edad o en el género. ¿Cómo aprovechar las oportunidades que nos abren las nuevas tecnologías y la convergencia digital para promover la libertad de expresión y la diversidad cultural desde las radioemisoras públicas, comunitarias y ciudadanas?

José Ignacio López Vigil

Hace apenas diez años, desde la oficina regional de la Asociación Mundial de Radios Comunitarias (AMARC) en Quito, enviábamos programas de radio a nuestras emisoras asociadas. El proceso era bastante engorroso. Primero, había que seleccionar o producir los materiales. Esta etapa era creativa. Los problemas comenzaban con la distribución. Comprar casetes en blanco. Abrir las cajitas, botar los celofanes. Sacar copias del master. Escribir el título en los sellos del casete. Pegar los sellos. Diseñar las etiquetas. Fotocopiar las etiquetas. Guillotinar las etiquetas. Doblar las etiquetas e incluirlas en las cajitas. Envolver los casetes en plásticos para que no se maltrataran. Escribir las direcciones postales en los sobres. Doblar los sobres. Pegar los sobres. Había que realizar estas manualidades 400 veces porque teníamos 400 emisoras asociadas.

Al final, íbamos a la oficina de correos con un costal lleno de casetes empaquetados, confiando que los paquetes llegaran a sus respectivos destinatarios, puesto que con demasiada frecuencia quedaban en manos de intermediarios curiosos. Todo el proceso, además de caro, ocupaba unas tres semanas de trabajo. En los “días calientes”, todo el personal de la oficina se ponía a sellar, doblar, etiquetar, pegar, embolsar… Una cadena de montaje parecida a la de Chaplin en Tiempos Modernos. Y con el nuevo mes comenzaba un nuevo ciclo, porque mensualmente enviábamos materiales a las emisoras de la red.

DE LOS TIEMPOS ANALÓGICOS
AL TIEMPO DIGITAL

Eran los tiempos analógicos. Con todo ese esfuerzo lográbamos, apenas, situar un programa de radio por mes en 400 emisoras. Hoy, gracias a la tecnología digital, desde nuestro centro de producción Radialistas Apasionadas y Apasionados despachamos un programa diario a una lista creciente de 25 mil receptores. Muchas etapas del proceso se han inmaterializado. Lo que antes implicaba horas y más horas de trabajo, ahora se reduce a un clic.

Revolución tecnológica, era digital. Ha cambiado radicalmente la forma de enviar y recibir audios. Ha cambiado la forma de grabarlos y editarlos, la posibilidad de distribuirlos, el derecho a intercambiarlos, el tiempo de escucharlos. Ha cambiado casi todo. Se han roto muchas barreras que antes condicionaban el ejercicio pleno de la libertad de expresión. Porque de eso se trata, en definitiva: cómo aprovechar las nuevas tecnologías y la convergencia digital para promover la libertad de expresión y la diversidad cultural desde las emisoras públicas, comunitarias y ciudadanas.

En cada barrera rota encontramos un reto y una oportunidad radiofónica que podemos aprovechar.

PRIMERA BARRERA ROTA:
COBERTURA PLANETARIA

¿Cuál es la emisora más aislada en el mundo? Sin duda, Radio Manukena, que transmite en la Isla de Pascua para unos pocos habitantes. En cuatro mil kilómetros a la redonda no hay otra tierra, sólo el océano interminable a través del cual llegaron hace siglos los antepasados polinesios de los pascuanos. Pero en Rapa Nui -nombre originario de la isla- hay Internet.

—Ya bajamos las noticias internacionales -me dijo Francisco Haoa, el coordinador de la emisora, cuando llegué para coordinar un taller de capacitación auspiciado por la UNESCO-. ¿Quieres revisar tu correo electrónico?

—Sí, y también quiero escuchar el informativo en FM de Radio La Luna. Parece que las cosas están calientes en Ecuador.

Allí, en el lugar más remoto del planeta, estaba tan inmediatamente informado como si estuviera desayunando en mi casa de Quito. Parece periodismo-ficción.

La mayoría de emisoras, incluso pequeñas, ya cuentan con algún acceso a Internet. En muchas cabinas de transmisión, los periodistas disponen de un monitor conectado a la Red para leer directamente, sin imprimir, las informaciones que encuentran en las páginas por donde navegan. Ningún periodista hubiera tenido un sueño tan ambicioso: sin mayor esfuerzo, poder monitorear periódicos, revistas, noticieros de todas las esquinas del mundo. Poder escuchar en tiempo real centenares, miles de emisoras que transmiten en línea por la web.

Recuerdo la impresión que me causó la visita a las instalaciones de HCJB, La Voz de los Andes, y su selva de antenas ubicadas en Pifo, provincia ecuatoriana de Pichincha. Esta emisora evangélica, con más de 75 años al servicio de la comunidad, opera con emisoras y repetidoras locales, nacionales e internacionales. La potencia combinada total de los transmisores de onda corta llegó a ser de 1 millón 200 mil vatios, cubriendo América y Europa, Australia, Rusia y casi toda África, con una cobertura aproximada del 70% del globo terrestre.

Una inversión y un esfuerzo asombrosos. Pero hoy en día, cualquier emisora, por pequeña que sea, puede poner su programación en la web y ser escuchada a nivel planetario. HCJB, que también transmite en línea, cosecha más oyentes en el ciberespacio que a través de las ondas cortas.

La primera barrera rota por el Internet es la espacial. Y el primer desafío digital para las emisoras públicas y ciudadanas es estar presentes en la Red. ¿No tienen página web? ¿Todavía no transmiten en línea? ¿Qué esperan los radialistas del anterior milenio?

SEGUNDA BARRERA ROTA:
RADIO A LA CARTA

Desde la invención de la radio, la audiencia ha tenido que sintonizar los programas en las horas pautadas por las emisoras. Si uno era muy fan de un espacio, lo podía grabar en casete y escuchar después. Pero ésta no fue una práctica muy habitual, al menos en América Latina.

La barrera temporal también es cosa del pasado, gracias al Internet. A la radio en línea ya no se la lleva el viento. La Red permite escuchar los programas que nos interesan en cualquier momento. Cada vez más, son los oyentes quienes se constituyen en sus propios jefes y jefas de programación y seleccionan los programas de su preferencia en los horarios que les sean más convenientes. Es lo que se conoce como “radio a la carta”.

Igual que en el restaurante, escogemos los programas viendo el menú y pautando la propia programación. Se puede optar por el streaming (escuchar el programa seleccionado mientras se va descargando) o también por la teledescarga o podcasting (grabar el archivo de sonido en un disco duro para oírlo después cuando uno quiera, sin necesidad de estar conectado a la Red).

Algunas emisoras establecen perfiles de oyentes. Igual que el camarero de confianza, que ya conoce nuestros gustos y nos recomienda una corvina en salsa de mariscos o una trucha a las finas hierbas, algunas radios a la carta, gracias a los cookies, pueden identificar nuestras preferencias musicales o informativas y ubicarnos en un grupo de usuarios y usuarias con gustos afines.

En las páginas de las radios en línea se exponen audiotecas donde los visitantes pueden acceder, sin ningún compromiso ni clave, para descargar programas, especialmente aquellos que tienen un contenido más elaborado y vigente: una entrevista en profundidad, un comentario audaz, un radioteatro.

Cuando decimos “radio a la carta” siempre pensamos en el consumidor individual. ¿Y si la consumidora fuera otra radio? ¿Por qué no imaginar un centro acopiador de audios, un alma radio, alimentadora de las programaciones, tantas veces anémicas, de emisoras locales y comunitarias, incluso radios públicas que no cuentan con muchos recursos para la producción? ¿Una factoría de contenidos, con acceso libre y gratuito, donde radialistas de todas partes puedan encontrar y ofrecer sus producciones, reportajes, crónicas, dramatizaciones, grandes series de la radio latinoamericana, música no comercial, spots, los más variados insumos para dinamizar sus programaciones?

Este intercambio de producciones ya está funcionando y con muchos gigas de subida y bajada a través de la Radioteca www.radioteca.net, un portal de construcción colectiva, al estilo wiki, y con una sola finalidad: facilitar y enriquecer la programación de las emisoras. La Radioteca ya cuenta con un banco de 10 mil producciones y espera en poco tiempo añadir otro dígito a esta cifra.

TERCERA BARRERA ROTA:
AL AIRE Y SIN PERMISO

Cuando el Centro de Investigaciones para América Latina (CIESPAL) publicó en la década pasada, su inventario de medios de comunicación en América Latina y el Caribe, el 85% de las emisoras de radio, el 67% de los canales de televisión y el 92% de los medios escritos pertenecían a la empresa privada con fines comerciales. Las radios culturales y educativas apenas llegaban al 7% y las televisoras instaladas con estos fines cubrían el 10% del total de canales de la región.

¿Ha mejorado hoy la situación o, por el contrario, se ha concentrado aún más, cada vez en menos manos y voces, la administración del espectro? Algunos afirman que, de continuar como vamos, en muy pocos años, cuatro o cinco corporaciones gigantes controlarán la mayor parte de los periódicos, revistas, libros, estaciones de radio y televisión, películas, grabaciones y redes de datos. La situación en Estados Unidos es alarmante. Cada vez menos opinadores y más opinados, como ácidamente concluye Eduardo Galeano.

Frente a la discriminación e intolerancia de los gobiernos que conceden a su antojo las frecuencias de radio y televisión, algunas organizaciones de la sociedad civil han encontrado una alternativa en el Internet. Para sacar una emisora “en línea” no se requiere ninguna licencia ni permiso de ningún ente regulador.

Tampoco se necesita antena ni equipos complejos de transmisión. Una computadora y el software apropiado son suficientes. El dinero no será problema. Se puede usar el propio PC como servidor o alquilar un hosting con opción de transmisión en línea. Actualmente, en el mercado se encuentran por menos de 300 dólares al año.

Ya sabemos que las radios en línea todavía tienen muchas limitantes. El acceso, en la mayoría de nuestros países, es lento y caro. A pesar de esto, ya un 35% de la población latinoamericana utiliza la Red. En los últimos cinco años, el nivel de acceso en la región se ha cuadruplicado. De 16 millones que navegaban en 2000, se pasó a 51 millones en el 2005 para llegar a 200 millones en el 2010. Comparativamente, el Internet sigue compitiendo en desventaja con la gratuidad y facilidades que ofrecen las emisoras de señal abierta. Pero la brecha se va cerrando.

La principal dificultad, sin embargo, no radica en el acceso, todavía restringido a los sectores más urbanos o pudientes de la sociedad, sino en el reducido número de usuarias y usuarios que pueden estar conectados simultáneamente. Este número varía dependiendo del ancho de banda del servidor. Los servidores normales no superan una audiencia potencial de 32 personas conectadas. Supongamos que mil oyentes quieren escuchar tu programa por la Red. Necesitarás 100 gigas de ancho de banda y esto supondrá una inversión, al menos, de unos 120 dólares mensuales.

LIBERTAD DE ANTENA: UN DERECHO A DEFENDER

El reto es estar en la Red. Pero sin descuidar el otro reto, previo y urgente, el de seguir luchando para democratizar el espectro radioeléctrico. Porque el espectro no pertenece a los Estados y mucho menos a los empresarios privados. Es un bien colectivo, como el aire o la capa de ozono, un patrimonio común de la Humanidad, según lo estableció el Tratado de Torremolinos (1992) y el artículo 33 del Convenio Internacional de Telecomunicaciones con el ajuste alcanzado en Nairobi.

Por esto, resulta injustificable la distribución discrecional, o incluso las subastas por criterios puramente económicos, que muchos gobiernos latinoamericanos hacen de las actuales frecuencias de radio y televisión analógicas, y las que pretenden hacer de las próximas frecuencias digitales. Tenemos que continuar denunciando el monopolio creciente de las frecuencias, que constituye el más grave atentado a la libertad de expresión que padecemos en nuestros países, aunque nunca es denunciado por la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) ni por la Asociación Interamericana de Radiodifusión (AIR). Y tenemos que seguir proclamando la “libertad de antena” que pueden y deben ejercer amplios sectores de la sociedad civil: comunidades indígenas, mujeres, colegios, universidades, sindicatos, ecologistas, jóvenes. Pero, aunque incipiente, aunque todavía entreabierta, ya contamos con una puerta de escape que burla los controles dictatoriales del Estado y del mercado: la transmisión por Internet. Otra barrera rota.

CUARTA BARRERA ROTA:
DERECHOS COMPARTIDOS

Durante la Conferencia General de la UNESCO, celebrada en París en octubre de 2005, fue aprobada la Convención sobre Protección de la Diversidad Cultural y las Expresiones Artísticas. De los 151 países miembros de la UNESCO presentes en la sala, casi la totalidad votó a favor.

Sólo dos países votaron en contra: Estados Unidos e Israel. Estos dos países consideran que los productos culturales deben comprarse y venderse igual que los tomates o los jabones y, por lo mismo, deben dejarse guiar por la mano invisible del mercado.

Pero el arte no es una mercancía. Los bienes culturales no pueden someterse a las leyes de la Organización Mundial de Comercio. Según la UNESCO, cada Estado es soberano para elaborar políticas públicas que defiendan y promuevan su literatura, su idioma, su cine, su teatro, su cultura. Una soberanía que se ejerce poco, avasallada por la industria cultural estadounidense.

La UNESCO habla de “proteger” la cultura, de defenderla. Pienso, junto con otros muchos colegas, que la única forma de proteger la cultura es compartirla. Para contrarrestar el pensamiento único y el gusto único que nos quiere pautar el imperio gringo, el camino no es otro que proclamar la sociedad global del conocimiento. Hoy, gracias a Internet, este sueño se hace posible.

Frente al copyright (derechos reservados) se levanta, cada vez con más fuerza, la filosofía del copyleft, derechos compartidos, software libre y contenidos también libres. El concepto del copyleft fue inventado en los años 80 por el movimiento de software libre de Richard Stallman y la licencia creada por la Free Software Foundation (Licencia Pública General, GNU). Esta licencia impide la “privatización” de un programa compartido y da a todo usuario la libertad de redistribuir y cambiar software GNU. La licencia GNU indica que cualquiera que redistribuye el software, con o sin cambios, debe dar la libertad de copiarlo y seguir modificándolo. Lo que no está permitido es impedir que otro haga lo mismo. Es decir, nadie puede apropiarse de la licencia. No se puede poner copyright sobre ella. Está prohibido prohibir.

La legitimidad de esta nueva concepción se basa en el derecho universal a la cultura, a la lectura, a ver y a oír obras artísticas, a recibir conocimientos de todo tipo a través de cualquier medio de comunicación. ¿No será éste el sentido profundo del artículo 19 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos?

Tanto el arte como el periodismo tienen un origen y una función social. No existen los genios solitarios, no somos dioses para crear de la nada. ¿Dónde encontró Walt Disney las historias de sus filmes Cenicienta y Pinocho? ¿En quién se inspiró García Márquez para hacer subir al cielo, en cuerpo y alma, a Remedios la Bella? ¿De qué bocas nordestinas sacó Vargas Llosa su cautivante narración, La Guerra del Fin del Mundo? En el universo de la cultura, todos somos deudores y acreedores.

¿DÓNDE QUEDAN LOS “DERECHOS DE AUTOR”
CON LA “PIRATERÍA”?

¿Y los derechos de autor y de autora? ¿Dónde queda la propiedad intelectual si todo lo ponemos en común a través del copyleft? Aclaremos que con la licencia copyleft el autor o autora sigue siendo dueña de su obra. Nadie tiene derecho a apropiarse de ella ni mucho menos a ponerle un copyright.

Los autores, conscientes de la finalidad social de la cultura, ofrecen sus ideas, sus textos, sus artículos, su música, sus fotos, sus audios y videos gratuitamente a través de Internet. Y los navegantes acceden a ellos y pueden copiarlos y distribuirlos libremente. De esta manera, los radialistas podrán intercambiar producciones y difundirlas en sus emisoras consiguiendo una programación más diversa y competitiva.

¿A qué se compromete el feliz navegante que ingresa a través de un clic en esta maravillosa sociedad del conocimiento? A cumplir tres mandamientos. El primero, respetar la integridad de las obras (no puedes manipular un texto o un programa de radio como hacen los ingenieros con el software libre, que lo van perfeccionando colectivamente). El segundo, respetar la autoría (citar la fuente, dar los créditos a quienes correspondan). Y el tercero, no lucrar con las obras que hayan copiado (porque, en ese caso, deberás compartir ganancias con los autores).

Eso es todo. ¿Dónde está el delito contra la propiedad intelectual? Más bien, hablemos de la solidaridad cultural. Sin embargo, igual que llaman “radios piratas” a las emisoras que ejercen su libertad de expresión a través de un espectro radioeléctrico que les pertenece y se les niega, también tildan de “piratas” a quienes fotocopian un libro o bajan una canción de Internet.

Pensándolo bien, ¿quiénes han provocado la mal llamada “piratería” del conocimiento humano? Las empresas que ponen precios exagerados a los libros y a los CD de música y a las películas. ¿Dónde están los afortunados que pueden pagar 30 ó 40 dólares por un libro? ¿Y un CD original a 15 ó 20 dólares? Frente a esta ambición desmedida de lucro, los consumidores de la nueva era digital han reaccionado exigiendo y ejerciendo su derecho, es decir, copiando los bienes culturales, empleando las redes P2P para intercambiar música, bajando audios y videos desde la web. ¿Quién dice que eso es un delito? El verdadero delito es que la cultura se vuelva inaccesible para la mayoría de la población.

Ya escuchamos el grito de protesta: ¿Y de qué van a vivir los artistas, los músicos, los escritores, los radialistas? ¿Pensarán que esas copias “piratas” arruinan los ingresos de autores, artistas y creadores y que el copyright los protege? ¿A quiénes benefician las leyes de la llamada propiedad intelectual? ¿Defienden los intereses de los artistas o de las multinacionales intermediarias?

¿Qué porcentaje recibe el autor o la autora -cuando logra que le paguen- de un CD de música? ¿El 4%? Y el escritor de un libro, ¿el 8% por ciento? ¿Y cómo puede cotejar los tirajes reales con las rendiciones de cuentas que le hace la casa editorial? La gran tajada -por contrato o por tomadura de pelo- queda para las discográficas y las productoras. La defensa de los autores orquestada por los empresarios es un simple pretexto. Sólo la industria discográfica factura 40 mil millones de dólares anuales.

Vuelve la pregunta: ¿Y de qué van a vivir, entonces, los autores y autoras? Curiosamente, la mayoría de los músicos entrevistados piensa que el intercambio de las redes P2P les beneficia económicamente. ¿Por qué? Porque el Internet les hace la mejor propaganda. El negocio de los músicos no está en el ridículo porcentaje de las casas discográficas sino en los conciertos en vivo. Y constatan que la difusión de su música por la web multiplica el número de conciertos y de asistentes a los mismos.

“NO SE PUEDE CERCAR EL VIENTO”

“No se puede cercar el viento”, como dice el abogado especialista en propiedad intelectual, David Bravo. Hoy en día, con la miniaturización de los equipos y la casi desmaterialización de los soportes, resulta imposible controlar el acceso a los contenidos y a las copias de éstos.

Dice Bravo: La música no morirá, pero es probable que la venta de discos sea dentro de unos años una reliquia del pasado, como reliquia del pasado son las lámparas de queroseno o los coches de caballos que dejaron paso a los autos de motor. El hecho de que los inventos no pueden desinventarse es el mayor miedo de muchas empresas y trabajadores que se ven sustituidos inevitablemente por la máquina. En el pasado, los que hacían ese trabajo manualmente se abalanzaban contra los telares mecánicos. El avance tecnológico los había dejado sin trabajo. Esa llamada a la destrucción de la máquina, en su versión del siglo 21, es lo que hace actualmente la industria discográfica. La única diferencia es que las leyes y las demandas de hoy sustituyen como arma a los palos y las piedras de ayer.

Gracias a la rebeldía de los nuevos ciudadanos y ciudadanas de la era digital que ejercen su libertad de cultura, muchas emisoras han podido liberarse de la dictadura musical de las discográficas, que imponen el modelo de las radio-fórmulas, los 40 hits que ellas quieren promocionar. Gracias al Internet, nos podemos liberar también de la telebasura. Ya podemos acceder a las más variadas películas de otros países, de otros horizontes, y a prescindir de la insoportable levedad de los filmes “made in Hollywood”. A nivel radiofónico, el Internet nos permite rejuvenecer todos los espacios de la programación, desde los musicales hasta los informativos, pasando por la tan olvidada producción dramática.

QUINTA BARRERA ROTA:
PROHIBIDO PROHIBIR

En 1980, cuando mi hermana María y yo escribimos y grabamos la serie radial Un tal Jesús, ésta no fue precisamente del agrado de las jerarquías católicas. Se trataba de poner en narrativa los contenidos, a veces abstractos, de la teología de la liberación. De inmediato, comenzaron las críticas, las condenas, hasta las amenazas.

La serie, de 144 capítulos, ya validada en varias comunidades cristianas, iba a ser distribuida entre centenares de emisoras del continente. No se pudo. El obispo Alfonso López Trujillo, con su habitual intolerancia, se ocupó de orquestar una campaña contra los autores y contra el Servicio Radiofónico para América Latina (SERPAL) productora de la serie. El escándalo fue tomando proporciones y el Vaticano, a través de sus conferencias episcopales, prohibió la serie y se negó totalmente al diálogo. No contento con eso, como en los mejores tiempos inquisitoriales, cortó los fondos y hundió a SERPAL, sin duda, el mejor centro de programas educativos radiofónicos que ha tenido América Latina.

A pesar de la censura eclesiástica, Un tal Jesús logró distribuirse gracias a una legión de “piratas” que sacaban copias y más copias y las hacían llegar a grupos parroquiales, colegios, seminarios… También sonó -y sigue sonando- en muchas emisoras de radio que, astutamente, le cambiaban el nombre y transmitían los audios prohibidos con títulos altisonantes como Tras las huellas del Nazareno o El mártir del Calvario.

Hoy en día, hemos subido a la web todos los audios y los textos de Un tal Jesús con todos los derechos compartidos www.untaljesus.net. Muchísimos internautas entran en la página y descargan los programas. Esto no ha disminuido las ventas de la serie, al contrario. Por su parte, SERPAL, a quienes los inquisidores daban por muerta, ha resucitado en el ciberespacio, tiene todas sus series digitalizadas, recibe muchas visitas en su página www.serpal.org y está produciendo nuevas series. La última, titulada Mujeres en conflicto, ha resultado un gran éxito radiofónico.

En cuanto a los autores de Un tal Jesús, que fuimos acusados de “odio a Dios” y de haber producido un veneno para los jóvenes “peor que la cocaína”, producimos una nueva serie radial llamada Otro Dios es posible –100 entrevistas exclusivas con Jesucristo durante su Segunda Venida a la Tierra. Si antes fuimos tachados de irreverentes y heréticos, con esta producción cuántas vestiduras se han rasgado...

En todo caso, la gran diferencia en esta época digital -otra barrera rota, la ideológica- es que ni Torquemada podría impedir el acceso a estos contenidos. La serie está en la web al alcance de quienes quieran enterarse de unas cuantas mentiras que han servido para justificar la traición de tantas iglesias, muy especialmente de la católica, al mensaje liberador de Jesús de Nazaret (www.emisoraslatinas.net). Y el Internet no puede ser quemado como hicieron aquellos obispos fanáticos del siglo cuarto con la Biblioteca de Alejandría.

OPINIÓN PÚBLICA:
LA NUEVA SUPERPOTENCIA MUNDIAL

Intentos de censura por parte de las iglesias y también de los gobiernos. En China, bloquean determinadas palabras en el buscador de Google. Pero los hackers chinos saben cómo saltar esa absurda barrera. Estados Unidos, en su locura antiterrorista, creó a fines de 2006 el Comando del Ciberespacio. A las tres tradicionales fuerzas de aire, mar y tierra, sumó un cuarto cuerpo estratégico, los guerreros del Internet. A los pocos meses, unos jovencitos ingresaron en las computadoras del superprotegido Departamento de Estado aprovechando un error de diseño en el software de Microsoft.

Es cierto que muchas de las fuentes periodísticas están controladas por los pulpos mediáticos que no ocultan su sesgo conservador ni les preocupa ser descubiertos en sus manipulaciones, como fue el caso de Fox News o de la misma CNN durante la invasión de Estados Unidos contra Irak. O cuando intentaron ocultar la total irresponsabilidad del gobierno Bush frente a la catástrofe de New Orleans ante el huracán Katrina.Pero también es cierto que hoy resulta relativamente fácil saltar el cerco y recibir directamente en el correo electrónico otros servicios noticiosos alternativos, prácticamente todos gratuitos. O abrirse un blog y opinar libremente. Estas páginas personales y casi siempre gratuitas se usan para publicar opiniones o experiencias de vida y trabajo. Han tenido un gran auge entre periodistas freelance que hicieron de estas “bitácoras” un medio para publicar sus noticias sin censura editorial. Según un estudio publicado por Pew Research Center se crean 7,500 blogs diariamente.

En Internet se puede mentir. Pero es más difícil sostener la mentira. Es más difícil censurar, sea por parte de las iglesias o de los gobiernos. En 2004, al partido nada popular de Aznar le costó la presidencia el engaño sobre la vinculación de los atentados del 11-M con ETA. La opinión pública -la nueva superpotencia mundial, como decía Saramago- se puso en movimiento. Por los celulares, los mensajes de texto, las salas de chat, los correos electrónicos, las radios en línea, la ciudadanía española -especialmente, la juventud- se movilizó con extrema rapidez, se autoconvocó para protestar en las calles y desenmascaró al mentiroso.

En Internet está prohibido prohibir. Y quien lo haga, tendrá que vérselas con la ingeniosidad de la generación digital, una juventud capaz de romper cualquier barrera que intente controlar la libertad del pensamiento.

SEXTA BARRERA ROTA:
JÓVENES AL PODER

El mundo se ha puesto patas arriba Antes, el niño iba donde el papá a preguntarle cómo se llama la capital del Japón. La adolescente iba donde la mamá a preguntarle por qué estaba sangrando. Los jóvenes aprendían de los adultos, los novatos de los sabios, las novicias de las experimentadas. ¿Y hoy? Resulta que son los padres, las maestras, quienes peinan canas, quienes se acercan tímidamente a la gente más joven pidiéndoles ayuda porque se “les colgó” la computadora. Pidiéndoles auxilio para matar un troyano o instalar el antivirus.

En las radios pasa otro tanto. El técnico recién llegado sabe automatizar la programación, sindicarse con el RSS y twittear, mientras el director, arrogante en su sillón gerencial, no conoce ni el nombre de esas nuevas herramientas. Aquella flaca, quinceañera y despeinada, sabe bajar el parche para operar gratuitamente el editor de audios, mientras que al administrador, a pesar de la seriedad de su porte, no le queda más remedio que agradecerle los varios cientos de dólares ahorrados.

Es la generación digital, la que nació con una predisposición -¿un chip evolutivo?- hacia la informática, una conna¬turalidad con el software, con los videojuegos, con las redes sociales, con las realidades virtuales. Ahora bien, si la información es poder, está claro que el poder se ha desplazado generacionalmente. La herramienta moderna más indispensable la domina la juventud. Con los contenidos pasa otro tanto. Antes, los adultos tenían el control de éstos. Los padres, por ejemplo, no hablaban de sexo con sus hijos ni tampoco les permitían acceder a una literatura que les aclarara sus hormonales inquietudes. ¿Dónde encontraría un joven la orientación que buscaba? Tal vez un amigo le prestaba Memorias de una Pulga y el chico, a escondidas, leía aquel relato porno. Tampoco resolvía sus dudas en el colegio -donde la llamada educación sexual no pasaba de una información fisiológica- ni a través de la radio o la televisión, que sólo pautaban programas triple X en horarios nocturnos inaccesibles.

Con el Internet, este control de los contenidos se hizo añicos. Cualquier muchacho, si no tiene Internet en su casa o donde un amigo, puede colarse en un cibercafé y buscar páginas prohibidas. ¿Qué papá y qué mamá conoce las rutas de navegación de sus hijos? El problema mayor es para los maestros. Digamos que la profesora marca un trabajo sobre la vida del profeta de la educación latinoamericana Simón Rodríguez. En su tiempo, ella recuerda el esfuerzo de ir a la biblioteca pública, sacar un libro, sacar otro, leer, comprender lo leído, tomar apuntes sobre lo comprendido, redactar, pasar a limpio, entregar el ensayo en clase.

¿Y ahora? Basta tipear Simón Rodríguez en Google, copiar y pegar una de sus tantas biografías que allí aparecen, y mandar a imprimir. Para que la profe no te descubra, le cambias los primeros renglones y al final pones tu firma. Y listo, vamos al cine o a jugar con el playstation. Conozco a un profesor en Quito que, desesperado por este facilismo, exige a sus alumnos que le presenten los trabajos en máquina de escribir. Así, al menos, tendrán que transcribir lo copiado y algo se les quedará. Otros educadores, más astutos, emblocan un renglón intermedio del trabajo presentado y chequean a través del mismo Google… si las palabras coinciden. La mala nota dará cuenta del plagio.

CON HUMILDAD HISTÓRICA
DÉMOSLE A LA JUVENTUD VISAS PARA SUEÑOS

El Internet también ha roto el formalismo del lenguaje. Desde aquella caligrafía enseñada a reglazos, desde aquella ortografía aprendida a punta de diccionarios, la juventud de hoy escribe y habla como le da la gana. Los mensajes de texto vía celular, los diálogos en el chat, comprimen y destrozan la gramática, la sintaxis, las normas de redacción, de puntuación, todo. No discutamos si está bien o mal. Es así. Los jóvenes han inventado un idioma propio sin normas ni jerarquías.

Frente a este cambio generacional, los adultos podemos ponernos a la defensiva. Podemos añorar la bondad de los tiempos pasados. Pero, al final, habremos nadado contracorriente con muy exiguos resultados.

Aceptemos con humildad histórica que en esta sociedad de la información y el conocimiento el protagonismo ha cambiado de manos. ¿No era “La imaginación al poder” la consigna juvenil de mayo 68? Pues ahora podemos ponerla en práctica a través de las TICs.

¿Y en la radio? Es el momento de rejuvenecer la programación de nuestra emisora y todo el estilo de gestión y capacitación. Aprendiendo de los jóvenes, podremos contagiarnos de sus mejores virtudes, de su espíritu de búsqueda, de su irreverencia, de su inconformismo. ¿Qué pasaría si, abandonando miedos y prejuicios, dejáramos experimentar al personal joven de la radio, si tuvieran permiso para inventar -y equivocarse-, si les diéramos visa para el sueño de una programación más novedosa, más loca, más creativa?

SÉPTIMA BARRERA ROTA:
LA VOZ DE LAS MUJERES

El sistema patriarcal, implantado en este planeta maternal desde hace casi una decena de milenios, estableció una barrera entre el “espacio público”, el de los varones, y el “espacio privado”, el de las mujeres. Los hombres públicos controlaban el poder y el dinero, gobernaban y mandaban. Las mujeres privadas tenían que obedecer. Obedecer y callar. El silencio era su mejor virtud.

Esta división, impuesta a partir de la mayor fuerza física masculina, y consolidada por las guerras donde las mujeres formaban parte del botín, permitía a los varones mantener a media humanidad en un régimen de esclavitud laboral y sexual. Permitía abusar, violar y maltratar impunemente, pues esos delitos ocurrían “puertas adentro”. Y en el espacio privado, según la ley machista, nadie debe meterse. Para justificar esta arrogante inequidad, los varones inventaron leyes, instituciones y hasta dioses guerreros que suplantaron a las diosas dadoras de vida. Yahvé, el dios bíblico, es uno de ellos.

La historia antigua y moderna está plagada de hombres ilustres que dejaron en la sombra a sus compañeras. Ellas inventaban, pero ellos ponían la firma. Ada Byron diseñó la primera computadora de la historia. Pero en los libros se lee el nombre de Charles Babbage. Lady Montagu descubrió la vacuna contra la viruela, pero el médico Edward Jenner ostenta ese título. Camille Claudel esculpía, pero los aplausos iban para Rodin. Hasta Albert Einstein tiene una factura matemática pendiente con Mileva Maric. Antes excluidas de artes, ciencias y técnicas, reducidas al espacio privado, ahora ellas han roto la barrera de la inequidad de género en el espacio virtual. A las luchas feministas, a sus conquistas sociales y políticas, a la irrupción de las mujeres en las universidades, y muy especialmente en las facultades de comunicación, se suma su presencia indiscutible en el Internet.

En Internet las mujeres no tienen que pedir permiso al marido ni al patrón ni a nadie para expresarse, para leer lo que quieran y hablar con quien quieran. En Internet, las mujeres burlan la censura de las iglesias y defienden el aborto o discuten sobre sexualidad. Las mujeres construyen redes, se interconectan. Hacen radio y cuentan historias. Y proponen cambiar el lenguaje sexista masculino por otro inclusivo en el que la mitad de la población no resulte invisible.

En Internet están de igual a igual. O mejor dicho, juegan con ventaja. Desde el 2001, las estadísticas muestran una primacía femenina entre los usuarios. Tanto en Estados Unidos como en Canadá -y la tendencia se ha extendido por Europa y Asia- hay ya más mujeres que hombres navegando en el ciberespacio.

Lourdes Muñoz Ingeniera de Informática, responsable del área de la mujer en el Partido Socialista de Catalunya y creadora de la primera red electrónica de mujeres políticas lo explica: La Red por su diseño y concepción original es ideal para ser un espacio por excelencia femenino. Internet fue concebida como una red plana, todos los nodos son iguales, no hay jerarquías, cualquiera puede generar y difundir información de igual forma, la capacidad dependerá más de una buena estrategia y conocimiento de la red que de la potencia de uno en el mundo no virtual. La concepción de la red plana hace que sea un espacio en el que las mujeres podemos actuar y relacionarnos de manera más cómoda...

RADIOS INCLUSIVAS, NO SEXISTAS

Si las mujeres, por el más integrado “cableado” de su cerebro, tienen un pensamiento más circular, más contextual, especialmente idóneo para el Internet, para la cultura multimedial, otro tanto podríamos decir de sus capacidades para el medio radiofónico. Es hora de reconocerlo: la radio es un medio de comunicación altamente femenino. La radio es audio, sonido, palabras que van y vienen. Y las mujeres superan a los hombres tanto por el lado de la recepción (la escucha) como por el de la emisión (el habla).

Esta diferencia tiene que ver con la especialización de los trabajos. Los hombres no evolucionamos para ser comunicadores, sino cazadores. Persiguiendo a un bisonte o a un mamut, nuestros tatarabuelos utilizaban señas. Se sentaban silenciosos a observar la presa durante horas. Las mujeres, por el contrario, hablaban constantemente con sus crías con sus compañeras, con las comadronas… De ellas dependía el cuidado y el desarrollo de los más pequeños, de los recién nacidos. Conversaban entre sí durante la recolección de alimentos. Y les sacaban conversación a sus callados compañeros cuando éstos regresaban de las largas cacerías. Las mujeres fueron y siguen siendo las grandes comunicadoras, las señoras de la palabra.

La barrera ya rota en Internet todavía persiste en las radios de señal abierta. Todavía los varones se reservan la opinión editorial. Todavía las fuentes informativas son mayoritariamente masculinas y la mujer queda relegada a la crónica roja. Todavía los “temas femeninos” son la cocina y la farándula. La imagen de la mujer, tanto en las canciones vulgares como en los comentarios donjuanescos de algunos colegas, queda muy subvalorada.

Este machismo aún imperante en nuestras radios no se resuelve contratando más mujeres. También hay que hacer eso, claro está. Hay que equilibrar las voces, formar parejas en informativos y radiorevistas, ir transfiriendo la operación técnica -siempre reservada a “los técnicos”- a manos femeninas. Pero no basta completar la planilla con mujeres ni aunque éstas ocupen cargos directivos. Porque no es un problema principalmente de sexo -de testículos o de ovarios-, sino de “género”. Se trata de revisar toda la programación -y la gestión de la empresa- con una mirada nueva, equitativa.

La nueva radio, la del tercer milenio, en señal abierta y en el ciberespacio, será una radio inclusiva, no sexista. Será una radio con un marcado protagonismo de las mujeres. ¿Y nosotros, los varones? En lugar de ponernos a la defensiva, en vez de intentar mantener privilegios cavernícolas, mejor haríamos aprendiendo de ellas y de su superior sensibilidad.

EL GRAN RETO DIGITAL:
ÉTICA CIUDADANA CON ESTÉTICA RADIOFÓNICA

Siete barreras del sonido -la espacial y la temporal, la jurídica y la comercial, la ideológica, la generacional, también la de género- y las siete rotas. Frente a esto, ¿qué nos toca hacer a las emisoras públicas y ciudadanas? El reto es arduo pero apasionante, y no tiene grandes misterios. Se trata de aprovechar la insospechada oportunidad que nos ofrece el Internet. Aprovecharla haciendo mejor radio, compitiendo desde la calidad de la producción. Y ganando audiencia e incidencia con una programación cada vez más profesional.

Se trata de posicionar en Internet -y en el corazón de los oyentes- contenidos y valores ciudadanos. Y hacerlo con el lenguaje propio de la radio. Posicionar la ética ciudadana desde la estética radiofónica.

En esta competencia, las radios públicas y comunitarias nos podemos ayudar poderosamente si aprendemos a trabajar en red en la Red. El intercambio de producciones, la colaboración solidaria y generosa, define hoy más que nunca la estrategia comunicacional de nuestras instituciones. Seamos sinceros. ¿Cuántos radialistas, además del programa diario y en vivo, elaboramos otros materiales, sean reportajes, radioteatros, sketches cómicos, cuñas, editoriales? Asediados por las grandes cadenas y con una evidente falta de personal y de ingresos, producimos cada vez menos y nos resignamos a una oferta musical con algunos segmentos informativos, con diálogos y animación improvisada, muy escasa de contenidos.

OTRA RADIO ES POSIBLE

La solución está en el mismo Internet que nos desafía. En aprovechar al máximo las oportunidades que nos brinda este maravilloso intercomunicador. Trabajo en un centro de producción radial, Radialistas Apasionadas y Apasionados www.radialistas.net, desde donde despachamos gratuitamente y a diario radioclips sobre derechos humanos, ecología, género, sexualidad, armonía vital, también de capacitación radiofónica. A la fecha, contabilizamos más de 120 mil visitas mensuales y cada día se descargan unos 3 mil audios desde nuestra página.

¿Qué significa esto? Que la gente de radio necesita intercambiar producciones, no sólo música y noticias. Y que la gente de radio puede y quiere trabajar en red. Muchos colegas nos estamos autoconvocando en una comunidad virtual de radialistas donde podamos dar y ganar la batalla por el acceso universal a las nuevas tecnologías, por la distribución democrática del espectro, por la libertad de expresión y de cultura. Y por ese otro mundo posible donde la justicia, más que una palabra dicha al micrófono, sea el pan que se comparte en la mesa del pueblo.

RADIALISTA. MAESTRO DE COMUNICADORES.

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