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Universidad Centroamericana - UCA  
  Número 343 | Octubre 2010

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Nicaragua

Cuando quienes emigran son los más chiquitos

La migración tiene siempre un potencial transformador. También para niñas, niños y adolescentes. Sufren por el cambio, pero aprenden con el cambio. Deciden por sí mismos o son llevados por los mayores. No reconocemos -porque no conocemos- el aporte que ya están haciendo niñas, niños y adolescentes migrantes en remesas, ideas y nuevas visiones del mundo en sus comunidades de origen y en las comunidades a donde llegan. También hay que empezar a contar con nuestros migrantes chiquitos.

José Luis Rocha

La migración nicaragüense también tiene rostro adolescente e infantil: el 24% del total de nuestros migrantes tienen menos de 18 años, según cálculos de la Encuesta de Medición del Nivel de Vida (EMNV) de 2005. El peso demográfico de ese rango de edad en la población nacional es bastante menor que su peso entre los migrantes. La participación adolescente en la migración supera -y hasta más que duplica- su peso demográfico. La Nicaragua en la diáspora tiene un rostro más adolescente que la Nicaragua que no migra. La migración tiene rostro adolescente, el que acompaña las piernas y manos jóvenes: piernas para soportar los avatares del tránsito y manos para trabajar con tesón en los países de destino.

NO LOS VEAMOS COMO VÍCTIMAS PASIVAS

La dialéctica entre las fuerzas estructurales y las decisiones individuales explica la movilidad humana. Aunque las migraciones no pueden ser disociadas de los grandes procesos sociales y económicos, sería erróneo suponer que los migrantes son personas pasivas ane las irresistibles macro-fuerzas que los empujan a desplazarse. Por el contrario, la determinación de migrar debe ser considerada una expresión de desarrollo humano, si consideramos que las personas necesitan un mínimo de recursos vitales, económicos, de información, redes sociales y de emancipación generacional y de género para ser capaces de tomar la decisión de migrar. La decisión de los migrantes de moverse los convierte en una fuerza potencial para el cambio estructural porque puede alterar las condiciones sociales y económicas en las sociedades, países y regiones de donde vienen y a donde van. Con el mero acto de migrar, la juventud migrante cambia su vida: su acceso a recursos sociales, económicos y humanos.

Presentar la migración como un efecto neto de la violencia del sistema convierte en víctimas a los migrantes y hace invisible su determinación. El punto de partida de esta falsa idea es suponer que el espacio primigenio debería ser el mejor y que los desplazamientos sólo son auténticamente libres y benéficos si conducen de lo “bueno” a lo “mejor”. Pero la experiencia de los migrantes no es tan plana. La sustitución de lo “bueno” por lo “mejor” es un escenario que no se corresponde con las experiencias de la juventud migrante nicaraguense. Quizás por eso los analistas de los procesos migratorios tienden hoy a referirse a distintos grados de restricciones y distinguen cada vez menos entre migraciones voluntarias o forzadas.

En los relatos que compartieron con nosotros, los adolescentes, niñas y niños migrantes se refirieron a eventos negativos que los empujaron a tomar la decisión de migrar, pero también a la fuerza de sus decisiones, a su anhelo de transformar sus vidas. Frecuentemente estos acontecimientos se entrelazan en su búsqueda de dar sentido a su decisión. A falta de mejores términos, llamaremos “factores compulsivos” a las fuerzas más claramente externas y “factores impulsivos” a las fuerzas internas que ponen en evidencia la determinación de los adolescentes y niños migrantes. Cuando hablan de sus experiencias, a veces los compulsivos ocultan los impulsivos, que aparecen como un trasfondo diluido y meno explícito.

¿QUÉ HACE QUE SE DECIDAN?

Los problemas económicos y las deudas tienen un peso enorme en la decisión de migrar. Son aludidos reiteradamente: “En mi caso -recuerda José Lugo (18 años), de Estelí, con madre en Costa Rica-, mi mamá perdió la casa por problemas en el banco y tuvo que irse a Costa Rica buscando una vida y una familia”. Las experiencias afectivas son chispazos que encienden la decisión. Daniela Alfaro (16 años), de Chinandega, recuerda la decisión de su madre, mezcla de aprieto económico y tensión matrimonial: “Mi papá le decía a mi mamá que con quién se iba a ver. Ella iba a encontrarse con una prestamista para pagarle abonos de una deuda. Tuvieron muchos pleitos. Entonces ella mejor decidió irse”.

Un divorcio o el inicio de una relación son una encrucijada de la vida para cambiar de ruta. Pero en el detonante del cambio no siempre hay un dispositivo liberador. En algunos casos, la muchacha decide entre asumir un rol subalterno o migrar para escapar a los roles estereotipados de género. En otros, la migración es sólo la confirmación del cautiverio de madre-esposa, una hipoteca cultural: la adolescente se va para acompañar a su esposo, que es quien toma la decisión. Así le ocurrió a Marcia Madrigal cuando migró por primera vez a los 15 años.

La invitación de familiares, la información, las redes y el efecto demostración de quienes migraron antes, juegan su papel en el impulso. José Concepción Coronel de Las Azucenas, San Carlos tiene seis años de estar migrando. La primera vez “un primo mío que estuvo en Costa Rica me dijo: Vamos allá a trabajar, allá te va a ir mejor. Yo me arriesgué y me fui con él. Él tenía allá una casita pequeña y allí trabajamos. Me apoyé en la confianza del primo porque él estaba bien y miré que en él había cambios. Ideay, me puse a pensar yo, si a él le va bien…” José Concepción tuvo que vencer miedos y prejuicios mientras tomaba la decisión: “Dudé. Me dio miedo cuando me dijo mi mamá que me podían matar. Usted sabe que cuando uno sale de su país va corriendo el riesgo de no regresar. Es una decisión que uno toma porque tiene necesidad y confiando en Dios de sacar a su familia adelante”.

Los migrantes de 13 a 17 años -sobre todo, las muchachas- suelen tener experiencias migratorias donde fueron sus progenitores quienes tomaron la decisión. La razón de este proceder tan extendido la proporciona Róger Valle, ometepino de 18 años: “Yo pienso que nadie puede decidir por sí mismo, porque todo mundo es mantenido y no tenemos una carrera para hacerlo...”

La experiencia de Jahaciela Barrera Álvarez da un mentís a esa tesis. Ella rompió a los 17 años con el régimen patriarcal mediante una emancipación económica que la liberó de su condición de “hija de dominio”: “Yo no quería estudiar contabilidad. Yo siempre dije que quería ser periodista. Pero me matricularon en la universidad en primer año de contabilidad. Yo no quería eso, no era lo mío. Había choque, por eso tomé la decisión de quedarme en Costa Rica después de un viaje. Mi papá se molestaba porque yo trabajaba. Como me ganaba mi propio dinero, él ya no tenía el poder de decisión, no tenía mucho dominio sobre mí. Siempre me ha gustado que si yo quiero algo, tengo que luchar por eso...” En este caso, la migración fue un acto emancipador.

SE MUEVEN POR FUERZAS EXTERNAS
Y TAMBIÉN POR IMPULSOS INTERNOS

El objetivo de estos migrantes tan jóvenes y la forma en que tomaron su decisión puede variar en relación al nivel de restricciones y a su posición en el ciclo vital. La migración de muchachas de 13 a 17 años se explica frecuentemente porque acompañan a sus padres que migran o, cuando son ya independientes, por una maternidad temprana. En la Nicaragua de 2005, el 20% de las mujeres de 15-19 años ya habían tenido hijos y lo mismo ocurría con cerca del 30% y el 40% de las de 18 y 19 años. Aunque años después se ha logrado disminuir las tasas de natalidad generales, no ha sido posible controlar los embarazos precoces. Según la CEPAL (2008), la mayoría de las mujeres de 15 a 19 años nunca ha usado métodos anticonceptivos (26.2%) o los ha usado una vez que han tenido su primer hijo (32.9%).

Entre los factores compulsivos aparecen la crisis económica, deudas, bajos salarios, desempleo, presión familiar, falta de tierras -por minifundización e inseguridad sobre la tenencia de la tierra que lleva a venderla, demanda de educación de los hijos y el efecto demostración de vecinos, amigos y familiares que se han ido…

La determinación de emigrar se muestra en factores impulsivos, en reacciones del migrante, joven o mayor, que despliega su ingenio ante las presiones del entorno: voluntad de enfrentar la crisis, ánimo de resolver, intento de escapar a una imposición, deseo de experimentar otra vida, disolución de prejuicios sobre los países de destino, enfrentamiento de temores, deseo de construir una casa, opción de honrar sus obligaciones cancelando una deuda…

TOMAN LAS RIENDAS DE SU DESTINO

Todos estos elementos rompen con muchos cautiverios, son una superación del providencialismo, identificado como un rasgo que la idiosincrasia nicaragüense absorbió desde tiempos coloniales y que persiste hasta nuestros días condicionando la política y la vida personal a una deidad omnipotente que controla los hilos de nuestro destino. Es notorio que en los relatos de los entrevistados las referencias a Dios como gestor del destino sean muy escasas. La decisión de migrar puede ser interpretada también como una ruptura con el fatalismo que considera el status quo como una situación no sujeta a transformación.

El migrante toma las riendas de su destino. Hace uso no sólo de la libertad de decidir cómo usar sus capacidades. También es libre para elegir dónde quiere y puede usarlas. Porque las capacidades de una persona dependen de los arreglos sociales, cruciales para las libertades individuales. Los migrantes y las migrantes se desplazan y se sitúan en un nuevo escenario donde esos arreglos sociales sean más propicios para el despliegue y rendimiento de sus capacidades.

El mercado laboral nacional se les ha convertido en un cautiverio porque en él “no están haciendo nada”, según repiten. Acaso migran los más sensibles a la opresiva estrechez de horizontes, a la restricción de las libertades, al cortocircuito entre escolaridad y mercado laboral. Abandonan los estudios y migran cuando se hace evidente que los estudios no son un medio para desencadenar la cadena de las libertades. En definitiva, migrar les permite huir de las privaciones y acercarse a las oportunidades individuales que incrementan la libertad y eliminan las privaciones.

LA NICARAGUANIZACIÓN DE COSTA RICA

Costa Rica es el país de destino del 53% de los migrantes nicaragüenses y es uno de los países latinoamericanos con mayor porcentaje de inmigrantes: 7.8% de la población total según el censo de 2000. Los nicaragüenses representan el 76.4% de ese grupo y sumaban 226,374 en 2008. Costa Rica se está nicaraguanizando no sólo por efecto de las nuevas oleadas de migrantes nicas. También debido a la fertilidad de las nicaragüenses que allá residen: en 1986 los hijos de madres nicaragüenses nacidos en Costa Rica representaban apenas el 3.1% del total de nacimientos, y ya en 2001 eran el 13.9%. Esto se debe en parte a la composición de la pirámide poblacional femenina en ese país, donde las mujeres nicaragüenses en edades fecundas tienen mayor peso que las costarricenses.

Según el Censo de 2000, en Costa Rica había un 45.4% de inmigrantes nicaragüenses entre 12-29 años: 16.1% de 12-19 años y 29.3% de 20-29 años. Este último rango refleja un marcado contraste con el 15.9% de los nativos costarricenses. La migración nicaragüense se rejuveneció y se infantilizó entre 1997-1999 cuando los nicaragüenses menores de 12 años pasaron de 11.4% a 16.1% del total de nicaragüenses en Costa Rica. Y el grupo de 12-19 años pasó del 13.5 al 19%.

La población adolescente e infantil inmigrante tiende a concentrarse en comunidades ubicadas en las zonas urbanas (58%), pese a que el mayor porcentaje de población inmigrante en Costa Rica con residencia reciente vive en zonas rurales (65%). La oportunidad de trabajo doméstico y en el sector de la construcción son imanes de inmigrantes, pero también lo es el deseo de combinar trabajo y estudio, un proyecto de más fácil realización en las ciudades.

¿CÓMO VIVEN LOS NICAS,
DÓNDE VIVEN?

En las zonas urbanas de Costa Rica las viviendas de nicaragüenses presentan características que las revelan como inferiores a las viviendas costarricenses. Según estimaciones del censo de vivienda de 2000, el hacinamiento, la falta de conexión al alcantarillado, la ausencia de tubería interior, el mal estado y el estilo de vivienda-tugurio son características que presentan en mayores proporciones las viviendas donde los jefes y jefas de hogar son nicaragüenses, en relación a los que tienen al frente a costarricenses.

El análisis oficial insiste en que, aunque existe segregación espacial -entendida como barrios donde los nativos no desean vivir-, su dimensión es de moderada a baja y por ello muy semejante a la que padecen los latinos en Estados Unidos. La white flight (huida blanca) -que alude al progresivo abandono por parte de las familias blancas de barrios o poblaciones donde se da una creciente presencia de otros grupos étnicos- supuso la huida de casi un millón de blancos del sur de California a mediados de los años 90. Ahora, tiene una versión tropicalizada en la nicaraguanización de zonas y barrios costarricenses como La Carpio, Rincón Grande, Garabito de León XIII y Tirrases.

Pero incluso al interior de los barrios más nicaraguanizados en Costa Rica se detectan diferencias importantes en las condiciones de las viviendas. FLACSO-Costa Rica encontró que, incluso en seis asentamientos informales de la capital, la condición de inmigrante imprime un sesgo de segregación socio-espacial en perjuicio de la población nica.

Cuando la jefatura del hogar es nicaragüense, sólo el 9% de los hogares tienen escritura de la vivienda, una seguridad de la que disfruta el 13.5% de los hogares con jefatura costarricense. La situación de precaristas afecta al 20.5% de los hogares con jefatura nicaragüense y sólo al 13.7% de aquellos con jefatura costarricense. La calidad de la vivienda es buena para el 31% de los hogares con jefatura costarricense y sólo para el 20% de los que tienen jefatura nicaragüense. Para la calidad pésima las proporciones se invierten: 28.5% y 37.2% para costarricenses y nicaragüenses. El hacinamiento severo afecta al 18.6% de los hogares nicaragüenses y sólo al 12% de los hogares costarricenses. Algo semejante ocurre con la carencia de aposentos: 20.6% y 12.7% para nicaragüenses y costarricenses.

El 17.4% de las viviendas de jefes de hogar nicaragüenses requieren sustitución o demolición, una condición extrema que afecta sólo al 10% de las viviendas con jefes de hogar costarricenses. Sin embargo, existen otros indicadores -como el empleo, el aseguramiento y la pobreza extrema-, donde los nicaragüenses se ubican en una situación igual o incluso superior a la de sus vecinos costarricenses. Esto puede deberse a dos factores: el peso mayor de la segregación social sobre la segregación por origen nacional y una presumible tendencia de los inmigrantes nicaragüenses a invertir menos en unas viviendas que podrían ser temporales o no definitivas. De hecho, una gran proporción de nicaragüenses -sobre todo jóvenes que migraron solos- se hospeda en pensiones baratas de construcción precaria, tipificadas como tugurios.

¿TIENEN OTRAS OPORTUNIDADES?

La ubicación y el estado de las viviendas supone costos que afectan peligrosamente a la niñez y adolescencia: la proximidad de La Carpio a un basurero y la existencia en Barrio Nuevo de una empinada ladera junto a un río que los estudiantes deben atravesar para asistir a clases, la proliferación de bares clandestinos y el consumo y venta de drogas son amenazas que preocupan a las madres de los barrios donde habitan nicaragüenses.

Otras oportunidades sociales son condiciones para que los individuos puedan moldear su destino. Costa Rica, como cualquier otra sociedad, ofrece oportunidades de forma socialmente estratificada, generacionalmente sesgada, desbalanceada por género y con segregación nacionalista.

Para los inmigrantes, la segregación nacionalista es la discriminación más novedosa. Está en la base de muchas inequidades. Se expresa en la indocumentación y en las reacciones de la sociedad. En definitiva, en la relación con el Estado y con la sociedad. En ambas relaciones, “la segregación es el reverso ‘necesario’ de la integración”, porque -como ha analizado Carlos Sandoval- la sociedad costarricense tiene un largo camino recorrido construyendo su identidad nacional en contraposición a los estereotipos de los nicaragüenses.

INDOCUMENTADOS:
LA PESADA ETIQUETA DE “ILEGALES”

Se estima que al menos un 27.6% de la población nicaragüense adolescente que vive en Costa Rica está indocumentada. Los problemas de la documentación inician en Nicaragua, con los muchos y muchas adolescentes y niños no inscritos en el registro civil o sin cédula de identidad.

Alma Iris Mendoza, hermana de dos migrantes y esposa de migrante pendular a Costa Rica comenta: “No tenemos partida de nacimiento. No la hemos gestionado porque si lo hago tengo que gastar dinero. Tengo dos hermanos más que no tienen cédula. La que está en El Salvador y el varón que tiene 17 años. Ellos no están registrados y no tienen cédula. Mi mama nunca nos fue a registrar, pero yo no la culpo, porque ella fue padre y madre para nosotros, yo no se lo reprocho en ningún momento”.

La documentación es la inserción legal. Paniagua afirma con razón que “en la construcción simbólica de la ‘ilegalidad’ se tiende a vincular a ésta con ideas de inmoralidad y amoralidad, delincuencia (fuera de la ley), peligro, contaminación, suciedad. Se construye alrededor de ellos y ellas una idea de sospecha y desconfianza que se hace presente en el trato cotidiano”.

La indocumentación, la etiqueta de ilegal y una secuencia de discriminaciones van de la mano. La nica Marta Rapacciolli lo vive así: “Si uno no tiene cédula, no vale nada. Le dicen a uno: Lo siento por usted, pero no podemos hacer nada. Como si uno fuera un perro. Aquí no valemos nada sin documentos”. El sentimiento de estar desempoderados es aplastante.

Una situación extrema es la de menores de edad no registrados en ningún país y a quienes se viola su derecho a la identidad. Son apátridas. Una investigación realizada en comunidades fronterizas de Nicaragua-Costa Rica reveló que el 38.5% de las niñas, niños y adolescentes no están inscritos en ninguno de los dos países. Para quienes nacieron en Nicaragua, las dificultades de registro se asocian al complejo procedimiento de inscripción que existe en nuestro país, a las distancias geográficas y a los nacimientos en el hogar.

La no inscripción en el Registro Civil de Costa Rica está asociada a la indocumentación de las madres, que temen ser deportadas o que les cobren los servicios médicos del parto. Según Masís y Paniagua “las deficiencias en las instituciones sanitarias también son una razón para que las personas no realicen las inscripciones. La permanencia del personal encargado de esta tarea no es continua y las personas deben regresar días después del egreso del hospital para realizar el trámite, pero al ser nicaragüenses el personal se niega hacer efectiva la inscripción”.

La condición de apátridas priva frecuentemente del acceso a servicios y obliga a que, en caso de traslado de un centro escolar a otro, niñas y niños no registrados deban presentar una declaración jurada emitida ante un notario público, lo que implica una inversión de dinero considerable. Los costos truncan muchos proyectos de documentación. También la carencia de información sobre los procesos de documentación, lo que genera situaciones de abuso por parte de estafadores. Los apátridas están en la cúspide de los desempo¬derados y privados de libertades.

El cautiverio de la indocumentación se hereda de una generación a otra y priva del derecho a la identidad y de todos los derechos a los que esos niños serían acreedores como ciudadanos costarricenses. Por eso algunas madres tienen la urgencia de documentar a sus hijos e hijas antes de los 18 años -tope permitido por la ley para este trámite-, para dejarles en herencia algo que les permita disfrutar de derechos que les abrirán las puertas a mejores condiciones de vida.

Los diversos grupos de edad no enfrentan la indocumen¬tación de la misma forma. A los 15-17 años mencionan como único problema sacar la cédula de residencia. El grupo de 18-24 años se interesa fundamentalmente por lo laboral y se ocupa menos de los documentos. El rango de 25-29 años ya piensa en dificultades que tienen que ver con el uso y acceso al seguro social.

EL PESO DE LA XENOFOBIA:
“MIS HIJOS ESTABAN AFLIGIDOS, SE LES REÍAN”

La discriminación es una variante presente en los procesos de asentamiento de la juventud nicaragüense en Costa Rica. Conocer nuevas expresiones, acentos, palabras, lugares y personas no siempre es una experiencia de enriquecimiento personal, social y cultural. El lenguaje, como dispositivo identitario, es un mecanismo de autoafirmación nacionalista y de segregación xenófoba. Marta Rapacciolli, de Barrio Nuevo, San José, comenta la experiencia de sus hijos e hijas en el país: “Estaban afligidos porque primeramente no conocían aquí. Se sentían apenados. Ellos no podían ir a comprar. Las cosas en Nicaragua se piden de forma diferente, aunque sean las mismas cosas. Ellos no podían. Algunos en la pulpería se les reían, se les burlaban. Allá para pedir una libra se pide un kilo… Son cosas que uno no puede decir”.

Katia Carrión tuvo que renunciar a las amistades y a los escasos espacios de interacción existentes en la comunidad donde vive debido a las burlas y a la discriminación. Ella recuerda con dolor el calificativo “nicas jediondos” que escuchaba a menudo. Clara Pellas, de San Julián, también tiene recuerdos desagradables: “Una señora de aquí hasta me quería matar. Le caía mal. Estaba embarazada del carajillo grande y yo misma era una carajilla. Ella me hacía la vida imposible porque yo era nica y ella tica. Le caían mal las nicas, decía que las nicas, eran unas grandes zorras”.

¡NOS VEMOS EN EL PARQUE!

Como estrategia para mitigar y evadir estos enfren¬tamientos demoledores de la autoestima, las migrantes han elegido una que tiene doble filo: engarzan vínculos de uno a otro país, pulen canales de información, cultivan una comunicación fluída, establecen un vigoroso intercambio de servicios y se van asentando donde hay más nicaragüenses y posibilidades de organizar una convivencia vecinal de mayor libertad y menores asperezas cotidianas.

Lo positivo de este fenómeno ha sido estudiado como una construcción de redes: estructuras de interacción y supervivencia que facilitan la integración socio-cultural de los nicaragüenses en el país y entre los dos países. Facilitan la incorporación laboral, el traslado de encomiendas y el hospedaje. Llenan vacíos sociales e institucionales. Cumplen funciones de acción social y mediación y desempeñan un rol importante en la prestación de servicios y la mitigación de los riesgos.

Reconocerse en colectivo como grupo y por parte de “los otros”, el afán de sobrevivir en un mundo ajeno y la valoración de la solidaridad han cristalizado en el Parque La Merced de la capital costarricense, nudo de construcciones simbólicas, económicas y sociales donde la nicaraguanidad se da cita y converge en gustos culinarios, contactos laborales y conversaciones salpicadas de remembranzas.

El otro filo de esta estrategia -que enfatiza tanto la integración entre nicaragüenses como el descuido de la interacción con los costarricenses- es el cultivo del guetto exofóbico. Una investigación entre colegiales nicaragüenses y costarricenses reveló que el 42% de los entrevistados se relacionaba exclusivamente con los de su nacionalidad: nicaragüenses o costarricenses. Esta alarmante cifra nos dice que con mucha probabilidad una proporción importante de costarricenses y nicaragüenses viven en el cautiverio del chauvinismo más primitivo, que suele conducir a la segregación residencial y a la también autosegregación.

Esta situación es sin embargo, muy variable. En primer lugar, los migrantes que llegaron muy niños y que pronto asimilaron el vocabulario costarricense o que incluso no recuerdan el tránsito, suelen tener menos problemas de integración. Esta diferenciación apunta hacia un contraste muy marcado entre el establecimiento en Costa Rica o en otros destinos migratorios centroamericanos más recientes y predominantemente temporales. Las experiencias de los migrantes nicaragüenses retornados de Costa Rica son notoriamente más positivas que las de quienes estuvieron en Guatemala o El Salvador.

¿NIÑOS Y NIÑAS NICAS ESTUDIAN EN COSTA RICA?

Los proyectos de la juventud migrante, según se acerquen más a la adultez o hayan adquirido compromisos paternos, maternos y de pareja, pueden variar. Según Yader Cardenal, un nicaragüense de 16 años, la migración adulta se diferencia de la juvenil, entre otras cosas, “porque las personas adultas tienen como único objetivo trabajar, mientras que las personas jóvenes al migrar incluyen dentro de su proyecto estudiar”.

Según la EMNV de 2001, de los jóvenes nicas entre 13-17 años que estaban en Costa Rica al momento de aplicarse la encuesta, el 100% estaban estudiando. Esa proporción se reduce a 54.2% y 6.4% en los rangos de 18-24 años y de 25-29 años. Jóvenes procedentes de Managua y en esos mismos rangos presentaban los niveles más elevados: 69.2% y 9.5%. Los niveles más bajos correspondieron a jóvenes procedentes de la región del Pacífico: 25.4% y 0%. Quienes emigran de Chinandega y León, y probablemente de áreas rurales, viajan con el apremio de ganar su sustento y apoyar a sus familiares. Para ellos se cerró la puerta de la educación, que les abriría mejores oportunidades.

Las estadísticas de escolaridad en Costa Rica no permiten hablar de un nítido sesgo excluyente de los migrantes en el sistema educativo de ese país. Al menos no en los niveles básicos. La proporción de población mayor de 15 años que sabe leer y escribir es de 88% entre las personas nacidas en Nicaragua y 95% entre las nacidas en Costa Rica. La escolaridad promedio de los nicaragüenses es de 5.6 años y de 7.5 entre los costarricenses. Estas diferencias -en todo caso, no excesivas- pueden ser atribuidas al acceso a educación antes de migrar.

No obstante, existen aspectos problemáticos en la inserción escolar de los nicaragüenses, que podrían tener un impacto de mediano plazo y que son sintomáticas de desempoderamiento. La inasistencia y el rezago escolar de niños y adolescentes de 7-17 años están presentes en el 25.3% de los hogares con jefe nicaragüense y sólo en un 14.6% de los hogares con jefe costarricense. En los hogares con jefatura femenina nicaragüense esa cifra llega al 28.1%. Posiblemente, esto sucede porque algunas niñas y adolescentes deben hacerse cargo de labores domésticas mientras sus madres trabajan.

¿QUÉ PASA CON LOS NICAS
EN LAS ESCUELAS?

El uso del Internet es otro ámbito donde se acentúan las desigualdades: el 88% de los jóvenes nicaragüenses dicen que nunca utilizan el Internet como medio de comunicación, mientras eso sucede sólo en el 64% de los jóvenes costarricenses. La cultura oral nicaragüense no juega a favor de otros medios de comunicación. También influye el escaso acceso a los recursos informáticos y la trayectoria de una educación menos familiarizada con las nuevas tecnologías.

Algunos analistas han denunciado que en los centros educativos a los que acuden estudiantes nicaragüenses hay problemas: sobrepoblación; insuficiencia de infraestructura, de equipos y de material didáctico; extra-edad y un nivel de conocimientos menor; dificultades técnicas para atender a un mismo grupo de estudiantes con necesidades pedagógicas diferentes; y actitudes de intolerancia y manejo de estereotipos por nacionalidad. Además, la inserción de los estudiantes migrantes nicaragüenses se ve afectada por la brecha entre la calidad de la educación en Nicaragua y en Costa Rica, evaluada negativamente hasta el punto de que muchos niños y jóvenes son obligados a repetir grados, imposición que los desmotiva e incentiva su deserción.

Otros analistas ponen el énfasis en las fronteras simbólicas, que en el ámbito educativo costarricense se anteponen a las personas inmigrantes nicaragüenses y que dificultan el ejercicio de sus derechos, su incorporación a la sociedad y el desarrollo de sus potencialidades. Fronteras como la exclusión por carecer de documentos, la xenofobia de compañeros y compañeras de clase y de docentes, y contenidos educativos limitados a la historia, visión y cultura consideradas como “costarricenses”.

El sistema educativo costarricense ha dado pasos importantes hacia la equidad. Hace una década se negaba el otorgamiento de becas a nicaragüenses porque no debían ser concedidas a “foráneos”. En 1999 todavía un director de colegio interpuso un recurso ante la Sala Constitucional que fue fallado con lugar, estableciendo que la nacionalidad es una condición ilegítima de exclusión en la adjudicación de becas.

¿QUÉ SIENTEN CUANDO EMIGRAN?

El desarrollo socio-emocional de la niñez, adolescencia y juventud nicaragüense en Costa Rica no ha recibido la atención que merece. Sólo ha sido estudiado en monografías académicas que no llegan a la opinión pública. Sin embargo, podemos explorar algunos temas.

El primero es una constelación de disyuntivas relativas al hito de la decisión de migrar: autodeterminación versus imposición, maduración de las opciones versus viaje repentino, oportunidad emancipatoria versus continuidad de la supeditación al dominio patriarcal, deseada reunificación familiar o reunificación forzosa de familia desintegrada.

Un estudio de la OIT de 2002 encontró que el 77% de los menores de edad 0-18 años migran para reunirse con su mamá. Seis años después, el 65.7% de los jóvenes nicaragüenses entrevistados en la Encuesta Nacional de Juventud de Costa Rica dijo que la decisión de emigrar a Costa Rica fue una decisión familiar y el 33.4% que fue una decisión individual.

Dentro de “una decisión familiar” caben diferentes niveles de participación activa y supeditación pasiva. Los adolescentes suelen ser menos partícipes de la decisión. En muchos casos los progenitores migraron antes. La migración de adolescentes frecuentemente parte de un proyecto de reunificación familiar. Esta tendencia se ha incrementado a lo largo del tiempo, según consta en el Censo Nacional de Costa Rica: los hijos, hijas o hijastros y también los nietos del jefe del hogar que ingresaron al país en 1995-2000 fueron el 48.3% y el 58.4% del total de inmigrantes con esos grados de parentesco, cifras muy superiores al 39.5% que promedió la ola inmigratoria de ese período como peso en el total de inmigrantes nicaragüenses.

Algunas experiencias de reunificación familiar son reconfortantes: volver a ver al padre, madre o hermanos dota de sentido el cambio de país y empodera cuando forma parte de anhelos más profundos. Otros reencuentros son traumáticos y hacen sentir impotencia a quienes los padecen. Carmen Sacasa, ahora de 14 años, vivía con su abuela y estaba durmiendo cuando su mamá llegó a buscarla para llevársela a Costa Rica: “Mi abuelita me llegó a despertar y yo le pregunté: ¿Quién es esa vieja que viene ahí? Y me dice: Es tu mamá. Y le digo yo: No la conozco, no sé quién es. Al siguiente día mi mamá me dijo: Alistá tus cosas que nos vamos. ¿Que qué? Yo de aquí no me voy. ¡De aquí no me bajan!, dije desde arriba de un palo de tamarindo: De aquí no me baja nadie. ¡Ni Santa Teresita! Entonces me dice mi abuelita: Ella es tu mamá, ella te va a llevar allá a Costa Rica. Yo no quiero ningún Costa Rica -dije-, yo vivo aquí y de aquí no me voy. Pero bajate de ahí que te vas a caer, me dicen. Y les dije: ¡Mejor! Si me caigo y me muero, mejor. Así no me voy con ninguna de las dos”.

¿CÓMO ES VIVIR DONDE NO NACIMOS?

La información que se suministra a los menores sobre el cambio y el tránsito que deben enfrentar es un elemento clave. Generalmente, los adultos no son capaces de articular una explicación que dote de sentido y mitigue la ansiedad generada por el cambio. Esta incapacidad, negligencia o insensibilidad no propicia que los menores entiendan, digieran y se preparen emocionalmente para hacerle frente a la nueva situación.

Gran cantidad de adolescentes migrantes experimentan desde temprana edad lo que Néstor García Canclini denomina “las escisiones dramáticas de la gente que vive donde no nació”: la ruptura abrupta con un ambiente, estilo de vida, amigos y lazos familiares que dan seguridad, y el encuentro no siempre digerible con otros usos, palabras y personas.

Ciertamente, la migración y el trance de la adaptación son muy distintos cuando tienen tras sí un proceso donde la decisión es fruto de una maduración y del ejercicio de la libertad. En los hijos e hijas de dominio a quienes se les permite una autonomía muy limitada y en muchachas a las que “mandaron a traer” sus progenitores y parejas, destaca la involuntariedad del proceso migratorio.

No siempre la involuntariedad tiene una carga negativa. Las niñas y niños que se desplazaron a edad muy temprana, cuyos recuerdos de Nicaragua son borrosos o nulos, las referencias a “su país de origen” tienen mucho menos peso y están netamente mediadas por referencias familiares. No se perciben a sí mismos como migrantes: “Cuando vinimos a Costa Rica, no había abrido los ojos”, dice Mario Chamorro, un niño que habita en Río Torres. La inserción más o menos positiva es una variable dependiente de la edad de arribo.

Según minuciosos estudios realizados por Lobo y Rodríguez, quienes llegaron cuando eran muy pequeños o incluso siendo aún bebés, “tienen una opinión más favorable sobre la mayoría de aspectos que viven las personas migrantes en el país, se sienten más cerca de la cultura costarricense, se sienten ciudadanos de Costa Rica y lo único que les hace estar en contacto con Nicaragua son sus padres y otros familiares, pero muchos ni siquiera tienen recuerdos del país y, aún en menor grado, de las costumbres de allí. Este grupo afirma no encontrar mayores diferencias entre los costarricenses y los nicaragüenses. Afirman que no les gusta Nicaragua o al menos no les llama la atención. Aseguran que todos sus amigos se encuentran en Costa Rica y que sus relaciones con este país son mucho más fuertes”.

Estos niños y niñas encuentran un camino más llano hacia su asimilación. Su adolescencia y juventud es menos desgarrada por las dicotomías del ser de aquí o de allá, aunque, en no pocos casos, las personas que los rodean los hacen sentir como no plenamente nicaragüenses ni totalmente costarricenses. El Estado y su reconocimiento oficial juegan un papel importante para esta generación, a medio camino entre los inmigrantes y los hijos e hijas de inmigrantes. El Estado puede acelerar el reconocimiento de su ciudadanía, propiciar su inserción educativa y priorizar su inserción laboral.

En cambio, quienes migraron siendo adolescentes o en su temprana juventud tienen más relación con Nicaragua y a menudo manifiestan mediante acres críticas el escozor que les provoca una inserción erizada de obstáculos. En ellas y ellos aparece muy marcado el orgullo de ser nicaragüenses y el deseo de retornar. Lobo y Rodríguez observó que “tratan de expresar su identidad sin temor y sin importarles las burlas”. El grupo de migración temprana y el de migración en la adolescencia presentan dos reacciones extremas: asimilación total o exofobia.

SON TROZOS DE NICARAGUA
QUE LES DAN SEGURIDAD

Otro tema es el trauma del tránsito como experiencia introductoria a una nueva comunidad nacional. Kristina Argüello, de 16 años, comenta que tuvo la experiencia de encontrarse con unos policías cuando fue con su papá y sus hermanas a Costa Rica: “Nos vinimos por montes, por la montaña. Veníamos pasando ríos, así ilegales. Encontrábamos árboles de frutas y nos subíamos ahí. Era bonito. Pero cuando pasaban camiones nos escondíamos. Y nos agarró la policía. Entonces venían más con mi papá y nosotras, y a ellos los devolvieron. Y nosotras, como éramos tres, le llorábamos y les decíamos que mi mamá nos estaba esperando allá”.

Una vez cruzada la frontera y establecidos en comunidades costarricenses, adolescentes y niños experimentan situaciones de discriminación que generan una contradicción en la construcción de su identidad. Deben adoptar otras formas de expresarse para ser aceptados, pero añoran todo lo que quedó del otro lado de la frontera: amigos, familiares, maestras, hábitos, mascotas, palabras, sabores, lugares… Muchos jóvenes ensayan en Costa Rica una reproducción de escenarios, dieta y festividades para activar un proceso de empoderamiento de su identidad nacional. La celebración de la Purísima el 7 de diciembre, el deliberado uso público del vocabulario característico de Nicaragua y la consuetudinaria venta de vigorón y nacatamales en el Parque La Merced actualizan su identidad nica.

Son trozos de Nicaragua que se incrustan en el mosaico costarricense. Son actos que mitigan la ansiedad y proporcionan seguridad y arraigo. Son un empoderamiento de la identidad nacional en tierra extranjera. Y son apropiaciones del espacio público.

COMO UNA TERAPIA

La Catedral de San Patricio en Nueva York fue para los irlandeses que llegaron a Estados Unidos una cabeza de playa tomada por una comunidad advenediza y subordinada a los nativos. Actualmente, ese templo actualiza ese rol, en beneficio de otra ola migratoria, con el emplazamiento, junto al altar mayor, de una imagen de la Virgen de Guadalupe. Los nuevos migrantes introducen sus símbolos. Y la jerarquía eclesiástica los admite para continuar siendo una iglesia viva, llena de fieles. En Costa Rica la celebración de la Purísima y el Parque La Merced juegan un papel semejante: ser fuentes -con su doble carácter religioso-comercial, sagrado-secular- de rehabilitación de una identidad proscrita en muchos aspectos.

Los conflictos socio-emocionales alcanzan así un tratamiento terapéutico colectivo en la arena pública. Lo proscrito se redime y se empodera cuando una minoría subalterna se convierte en agente mediante la construcción de redes de solidaridad. Estas redes y actualizaciones de la identidad son, a la vez, maza y cantera de los “procesos a través de los cuales representamos e instituimos imaginariamente lo social”.

Los derechos a representar lo social y actualizar identidades son más difícilmente arrebatables. Los grupos minoritarios pueden recurrir a ellos para apuntalar su versión de los hechos, presentarse a sí mismos y orientar a partir de ahí el diálogo con los otros. Decidir qué y cómo representar la “comunidad imaginada” es un derecho que funda derechos.

DEPORTACIONES: CUANDO YA NO HAY DERECHOS

Las deportaciones son el evento donde la decisión y la autodeterminación del migrante están completamente ausentes. Durante los procesos de deportación los derechos humanos de los migrantes sufren los más rudos golpes procedentes del Estado. En términos generales, en los procesos de deportación no existe una atención personalizada, a quienes carecen de documentos no se les provee de uno provisional para el proceso de deportación y no existe un monitoreo eficiente de los derechos humanos durante su captura y retención.

Desde Costa Rica llega a Nicaragua un considerable flujo de repatriados. En 2008 totalizaron 12,737 (69% varones y 31% mujeres) quienes entraron por la delegación migratoria de San Carlos, Río San Juan. La mayoría fue registrada con el estatus de “rechazado”, que tiene implicaciones menos severas que el de “deportado”. Estas estadísticas nos permiten conocer el peso aproximado de los menores de edad y jóvenes. Según la tabulación proporcionada por la Delegación de Migración y Extranjería de San Carlos, el 22% de los rechazados tenían 18 años o menos y el 47% entre 19 y 30 años. Entre diciembre y marzo tiene lugar la mayoría de los rechazos.

La casa albergue de la Pastoral de Movilidad Humana en San Carlos, registró entre septiembre de 2008 y la primera quincena de julio de 2009, el tránsito de 436 deportados: 100 mujeres y 336 varones. El 58% eran adolescentes y jóvenes: 9% de 13-17 años, 31% de 18-24 años y 18% de 25-29 años. Entre los atropellos a los derechos humanos más mencionados figuró la separación de los menores de sus progenitores, la deportación a residentes que no portaban su documento al momento de la detención, el maltrato policial -insultos y golpes-, la extorsión de parte de autoridades y la privación de la recuperación de pertenencias y del salario antes de abandonar el país.

El 9.6% de quienes pasaron por el albergue tenía familiares detenidos en la misma celda. Muchos tíos viajaban con sus sobrinos, abuelas con sus nietas, niños y adolescentes con sus progenitores -tres veces más con sus madres que con sus padres-. Eran legalmente menores de edad el 15% de quienes en el último año pasaron por el albergue de la Pastoral de Movilidad Humana. Estos niños, niñas y adolescentes fueron detenidos en Costa Rica sin recibir asistencia de los funcionarios responsables de la protección a menores y luego confinados en las mismas celdas que los adultos. No hubo celdas especiales para ellas y ellos, como establece el artículo 17 de la Convención internacional para la protección de los derechos de los trabajadores migratorios y sus familiares.

NO HAY FRONTERAS EN SUS DIBUJOS

¿Cómo viven los adolescentes y niños el rechazo que supone la deportación? En una serie de talleres, les pedimos que lo expresaran de forma gráfica. Dibujaron caminos que unen dos casas situadas en dos extremos: una gris y otra multicolor. A veces hay flores en los caminos. A veces las casas llevan rótulos. Una se llama Costa Rica y la otra Nicaragua. La segunda es más grande, está en un plano superior y se encuentra habitada. La primera está vacía. Es una casa abandonada. Los entornos costarricenses son más urbanos: hay panaderías, buses e iglesias. Los entornos nicaragüenses son rurales: hay árboles, pozos, animales silvestres. Los que saben escribir estampan sus recuerdos: “Cuando estaba en Costa Rica era muy alegre. El agua salía helada”. En ninguno de esos dibujos aparece una frontera.

Las pedimos que narraran su experiencia, que escribieran cartas a los presidentes o diputados, que contaran cómo se sentían. El formato de cartas al Presidente Óscar Arias fue el predilecto. Una adolescente de 16 años, Yahaira Kelly Ortega, de Bluefields, explicaba su propia experiencia el mero día de su repatriación: “7 de febrero del 2009. El motivo por el que yo iba a Costa Rica era a trabajar porque la situación en Nicaragua está muy mal. Por favor, Presidente Óscar Arias, también quería tener la oportunidad de estudiar, y yo voy a trabajar para ayudar a mi mamá porque ella es madre soltera. Tiene tres niños muy pequeños, está muy enferma y, como ella ahorró para mí, ahora yo la voy a ayudar”.

“ME GUSTA COSTA RICA, ES LINDA
Y TIENE MUY BUENOS EMPLEOS”

La prima de Yahaira también dejó su mensaje, pensando en su retorno: “7 de febrero del 2009. Hola, Óscar Arias. Mi nombre es Sandra Marina Kelly González. Tengo 13 años de edad. Le escribo para decirle lo siguiente: yo quiero que usted me apoye para llegar a Costa Rica porque esa ciudad es muy bonita. Me gustaría ir, pero no puedo por problemas. Me gusta Costa Rica porque es linda, la gente es muy amable, le ayuda a la gente. Yo te escribo desde San Carlos de Nicaragua. Apóyeme, por favor. Hace poco viajamos a Costa Rica, pero nos estafaron los que nos llevaron. Costa Rica tiene muy buenos empleos. Disculpe la mala letra. El año pasado estuve en segundo grado. Este año no pude estudiar por el viaje. Éstas son mis palabras. Gracias. Atentamente, Sandra Marina Kelly”.

Otra adolescente, de 14 años, escribió: “7 de febrero de 2009. Me llamo Yartiza Yamalin Ortega. Le deseo lo mejor a Óscar Arias. Yo quisiera que todos los inmigrantes tuvieran derecho a conocer otros países. Como yo soy una de ellos, yo quisiera vivir en su nación. Cuando venía de camino, le pedía a mi Dios que todos los niños y niñas tuviéramos derechos humanos. También derecho a estudiar y a vivir. Me dolía dejar a mi mamá y a mis hermanos. Les deseo lo mejor a los inmigrantes”.

Con un ligero tono de confianza, estas niñas abordaron los temas más sensibles de los migrantes en tránsito y de los repatriados: la exclusión, las motivaciones económicas de la migración, el dolor de la separación de la familia, las oportunidades en Costa Rica rayanas en la idealización, el derecho a migrar y la importancia de los documentos. Sintetizan así los contenidos de la Convención de 1990 sin glosa ni epílogo.

TANTOS OBSTÁCULOS PARA “BUSCAR VIDA”

Los cautiverios que operan como factores expulsores siguen actuando para frustrar la reinserción de los retornados y las relaciones entre migrantes y familiares. Pero las personas que emprenden esa compleja mudanza de trasladarse de país -a veces también de idioma- también enfrentan cautiverios específicos, propios de su condición de migrantes: la indocumentación, la xenofobia y los problemas de adaptación, las redes criminales que secuestran y extorsionan, las políticas discriminatorias en los países de destino, los tratantes y ofertas de prostitución, los empleadores que evaden sus obligaciones patronales, las entidades estatales con su negligencia y procesos engorrosos...

Las redes sociales, sus propias iniciativas, la absorción de elementos liberadores de otras culturas, su deseo de superación y de “buscar vida” -como suelen decir con frecuencia quienes emigran-, los empujan a superar muchos cautiverios. “Buscan vida” allende las fronteras y son transgresores de los límites que impone la lógica nacionalista. Escapan al cautiverio nacionalista, pero continúan cautivos de otros cancerberos o caen en nuevos cautiverios.

Aunque preguntar “¿Pudiste elegir migrar o no migrar?” pierde el punto, no hay que perder de vista los diferentes grados de restricciones y compulsiones, la mezcla de compulsiones externas con impulsos internos, los ritos de paso y el carácter epidémico que constituyen motores de las migraciones.

HAY DUELOS
Y TAMBIÉN HAY APORTES

La migración tiene un potencial transformador. Con el mero acto de migrar adolescentes, niñas y niños cambian su acceso a recursos económicos, sociales y humanos. También enfrentan restricciones estructurales que limitan su libertad y sus posibilidades de generar un cambio estructural. El nacionalismo más recalcitrante está en la base de los problemas de adaptación a las sociedades de destino. La xenofobia y el racismo son bloqueos a un desarrollo socio-emocional sano, a una convivencia comunitaria y, en suma, a una inserción social que vaya más allá de las conveniencias del modelo económico de los Estados-nación que los reciben.

La cohesión social ya no puede pensarse en términos exclusivamente nacionales. Los acuerdos regionales y glo¬bales son imprescindibles para introducir elementos de gobernabilidad y humanidad en los flujos migratorios.

Los duelos de ser migrante -la discriminación, complejos nacionales de inferioridad- y los duelos de ser familiar de migrante -sentimiento de abandono, desintegración familiar, rupturas y desarraigos- se añaden a este país multiduelos que es Nicaragua. Sin embargo, no se reconoce -porque, en primer lugar, no se conoce- el aporte de adolescentes, niñas y niños en remesas, ideas, visiones… El cosmopolitismo de muchas y muchos jóvenes de hoy, por ser o haber sido migrantes puede estar impactando positaivamente sus comunidades de origen, elemento que requiere mayores investigaciones. Debemos hacerlas.

INVESTIGADOR DEL SERVICIO JESUITA
PARA MIGRANTES DE CENTROAMÉRICA (SJM).
MIEMBRO DEL CONSEJO EDITORIAL DE ENVÍO.

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