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Universidad Centroamericana - UCA  
  Número 336 | Marzo 2010

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América Latina

Doce días por la ruta del rechazo

La ruta del rechazo a los emigrantes comienza en las embajadas, donde hacen filas buscando visa para un sueño. Continúa en el control migratorio en las entradas de Estados Unidos, sigue en el control en las calles, se extiende en el control judicial en los juzgados, reaparece en el control de calles y trabajos en forma de redadas, culmina en el control penitenciario con encierro en cárceles… y a menudo termina en la deportación. Recorrí esa ruta. Y aquí doy cuenta de lo que vi y oí durante doce días.

José Luis Rocha

En vísperas del Mardi Gras -el “martes gordo”, carnaval en vísperas de la cuaresma-, Tom Greene, jesuita y abogado de New Orleans, organizó un taller poco común en su estilo y rotundo en su impacto. Invitó a cuatro activistas en temas migratorios de América Latina y el Caribe y nos condujo por la tortuosa ruta del rechazo que los equipos de asistencia legal del Instituto Jesuita de Investigación Social de la Universidad de Loyola han venido recorriendo durante años en un intento de conocer la realidad y proporcionar servicios a los migrantes indocumentados.

El French Quarter -testimonio pintoresco de la fecunda y conflictiva mezcla de diversas oleadas de inmigrantes- estaba ahíto de collares y guirnaldas, música y licor, preparándose para la celebración de la ansiada victoria de los Saints en el Super Bowl 2010, mientras nosotros iniciamos muestra gira por los humillantes escenarios de redadas, inflexibles juzgados migratorios, centros de detención saturados con rizos de púas, albergues acosados y ciudades fronterizas dicotómicas, expresiones todas de la voluntad de cerrar puertas de acceso, clasificar, segregar y expulsar a las nuevas oleadas de inmigrantes. Aquí doy cuenta de lo que vimos y oímos. Lo hago para horror en las conciencias tranquilas que desconocen estas prácticas degradantes, para estremecimiento de quienes las observan con indiferencia, para escarnio de quienes las diseñan y aplican y para reivindicación de quienes las sufren.

BUSCANDO VISA PARA UN SUEÑO

La ruta del rechazo empieza en los países de origen. La fuerza centrífuga de la xenofobia, a la que se opone una fuerza centrípeta que atrae a las poblaciones de la periferia hacia el corazón del sistema, se manifiesta en los países de origen en la cada día más abultada y lucrativa industria de la negación de visas de ingreso a los Estados Unidos. De lunes a viernes una marea de aspirantes a ingresar en Estados Unidos se alinea en la embajada de Managua en disciplinada espera de que les sea concedida la visa. Son muchos los que acuden y pocos los escogidos para entrar al reino de Dios americano. En 2008, el Department of Homeland Security registró un promedio diario de 2,326 ingresos de ciudadanos de todos los países centroamericanos a quienes les fue concedida la visa B-1 o B-2. En la cúspide se situaron los guatemaltecos con 576 ingresos y en el fondo los nicaragüenses con 135 ingresos.

Muchos de estos ingresos son de personas que gozan de visas múltiples hasta por diez años. No sabemos cuántas visas son aprobadas cada día. Pero sí sabemos que el SÍ y el NO se cotizan al mismo precio en ese curioso mercado: 131 dólares de aplicación y 12 dólares de programación de la cita. Por cada 10 aplicaciones la embajada recibe 1, 310 dólares. Imaginemos la suma muy modesta de 100 aplicaciones en un día. Su saldo es de 13,100 dólares, una bonita suma que de gota en gota permitió juntar los 8 millones de dólares que costaron las nuevas instalaciones de la embajada. Apuesto a que las embajadas estadounidenses son el negocio más rentable del universo. Los clientes pagan independientemente de si al final pueden o no llevarse el producto a casa.

LOS ALTOS COSTOS DE ESTE SUEÑO

El costo de las visas es elevado y tiende a ascender porque el gobierno estadounidense aplica el principio de reciprocidad, un término cuya correcta acepción nos la explica el Bureau of Consular Affairs: Los costos para la visa de no inmigrante están basados en la reciprocidad. Los Estados Unidos se esfuerzan en eliminar los costos de la emisión de visas cuando es posible hacerlo. Sin embargo, cuando un gobierno extranjero impone tales costos a los ciudadanos estadounidenses por ciertos tipos de visas, los Estados Unidos impondrán un costo “recíproco” a los nacionales de ese país por un tipo similar de visas. La presunta candidez de este argumento nos deja perplejos, porque Nicaragua, como la mayoría de los países pobres del planeta, ni siquiera exige visa a los ciudadanos estadounidenses, y menos aún una visa con costos.

Después de haber invertido más de 143 dólares -hay que agregar los desplazamientos, fotografías y fotocopias-, la persona que aplica no ha conseguido su objetivo. La visa no garantiza el ingreso, nos advierte el sitio web de la Embajada de Estados Unidos en Nicaragua: Una visa es requerida para solicitar el ingreso a los Estados Unidos. En el puerto de entrada, un oficial de Aduanas y Control Fronterizo (CBP) determinará si el extranjero es admitido o no en los Estados Unidos.

¿Por qué es tan complicado y lleno de filtros todo el proceso de ingreso a Estados Unidos? Viajar a Estados Unidos te convierte en sospechoso. Nos lo advierte la embajada de ese país en Managua: De acuerdo con las leyes y estatutos de migración y naturalización de los Estados Unidos, cada aplicante se presume que es un potencial inmigrante hasta que él o ella establezca a total satisfacción del oficial consular, al momento de la entrevista, y del oficial de migración al momento de solicitar admisión en el puerto de entrada, que es titular del estatus de no-inmigrante y que regresará a su país de origen después de completar el propósito de su viaje a los Estados Unidos.

Para dar fe de su voluntad de retornar a su país de origen -o sea, de no establecerse en los Estados Unidos, que es al fin y al cabo lo que les importa-, el aplicante debe mostrar que tiene lazos fuertes con su país de origen. Qué constituye los lazos fuertes, se pregunta el Bureau of Consular Affairs y se responde: Los lazos fuertes pueden diferir de país a país, ciudad a ciudad, individuo a individuo (tremenda agudeza antropológica que abre la puerta ancha a la discrecionalidad). “Lazos” son los varios aspectos de tu vida que te vinculan a tu país de residencia: tus posesiones, empleo, relaciones sociales y familiares”.

Los pobres, los sin tierra, los huérfanos, los solteros, los jóvenes, los analfabetos y, en definitiva todos los que vivimos en países donde no es posible tener planes de largo plazo, no hemos desarrollado lazos suficientemente fuertes para disipar las sospecha de que tenemos intenciones criminales de instalarnos en los Estados Unidos.

LO MISMO PASÓ CON BRECHT Y HANNA ARENDT

Ayer, no menos que hoy, no era sencillo aterrizar y asentarse en los Estados Unidos. El escritor Bertolt Brecht entró -qué ironía: desde la URSS- en 1941 y apenas fue tolerado por seis años. Los guiones que escribió para Hollywood fueron invariablemente rechazados por las grandes productoras. Y en 1947 el Comité de Actividades Anti-Estadounidenses lo acosó con pláticas nada amistosas, al punto que se vio obligado a huir a Suiza.

Tuvo mejor suerte la filósofa Hannah Arendt, pero sus lustrosas credenciales académicas no le allanaron el camino tan rápidamente como podríamos suponer. El gobierno estadounidense demoró diez años en concederle la ciudadanía. Durante varios años tuvo el precario estatus de apátrida. Con un doctorado y varios libros en su haber, Arendt estuvo en fila de espera durante doce años hasta conseguir una cátedra temporal en el Brooklyn College de Nueva York. En “Nosotros, los refugiados”, Arendt describe la inestable condición de los judeo-alemanes que residían en Estados Unidos en 1943: Como el patriotismo todavía no se considera una actitud que pueda aprenderse, es difícil convencer a la gente de la seriedad de nuestras repetidas conversiones. Nuestra propia gente se vuelve intolerante frente a tales esfuerzos; buscamos una aprobación general fuera de nuestro propio grupo porque no estamos en condiciones de obtenerla de los nativos. Éstos, enfrentados a seres tan peculiares como nosotros, comienzan a desconfiar. Por regla general, ellos sólo comprenden la lealtad si es al país de procedencia, cosa que nos hace la vida bastante amarga... La conclusión que sacamos de tales experiencias desagradables es muy simple: ser doctor en filosofía ya no nos basta. Aprendimos que para construir una nueva vida, primero hay que poner en claro la antigua. Se inventó una pequeña anécdota muy bonita que ilustra nuestro comportamiento. Un solitario perro salchicha emigrante dice afligido: ‘Entonces, cuando era un San Bernardo…’

EL CONTROL DE LOS MIGRANTES TEMPORALES

Los migrantes no se quedan de brazos cruzados ante las restricciones. Son duchos en salvar obstáculos, burlar patrullas fronterizas y colarse por los resquicios legales. Las visas para trabajadores temporales ofrecen una oportunidad para entrar y luego irse quedando. Todos los países centroamericanos, partiendo desde el anglófono Belize hasta la delgada franja de Panamá, consiguieron colocar 18,847 trabajadores temporales en 2008. El 33.6% de ellos entraron bajo convenios de trabajadores estacionales. Un 14.3% de privilegiados ingresaron por transferencias internas de compañías transnacionales. Un 2% fueron clasificados como inversores y hombres de negocios. El 8% estaban en la categoría de atletas y artistas visitantes. Y apenas el 1% fue definido como trabajadores con extraordinarias habilidades.

Las visas para trabajadores temporales han sido acremente cuestionadas. Algunos temen por su “ominoso” ascenso. Este tipo de visas, en la categoría de trabajadores no agrícolas, subieron de 15,706 en 1997 a 129,547 en 2007. El Center for Immigration Studies insiste en la urgencia de dar un golpe de timón a la concesión de estas visas. Propone reducir de diez a seis meses la validez de la primera visa, restaurar la naturaleza temporal de estas visas descontinuando su extensión, eliminar la contratación de trabajadores temporales por dos años consecutivos, rehusar las peticiones en áreas con elevada tasa de desempleo, asegurarse de que los trabajadores temporales sean bien pagados y excluir a los intermediarios y a las compañías cuya contratación de trabajadores temporales excede el 25% del total de sus empleados.

Estas políticas rascan, rascan mucho y rascan bien, pero no donde más pica. En New Orleans pudimos compartir una deliciosa cena con los migrantes latinoamericanos de la parroquia Santa María Reina de Vietnam. Coincidimos en la mesa con Omar y su familia, originarios de México. Omar entró a los Estados Unidos mediante una visa de trabajador temporal en el sector agrícola, como hicieron 163,695 paisanos suyos en 2008. Luego se quedó más allá del tiempo establecido por la visa y se convirtió en soldador de barcos petroleros.

Omar tuvo que dar una fuerte suma de dinero a la empresa que lo contrató. Todos lo hacen. La visa se compra a intermediarios. “Es por los trámites”, les explican. Pero algunos deben desembolsar entre 1,200 y 5 mil dólares para que la empresa contratista les tramite la visa. La empresa después se asegura de que obtengan contratos jugosos y empleadores que reconozcan 50 dólares por hora de trabajo. Pero sólo entregan a los obreros 6 dólares por hora. Estos trabajadores migrantes entran doblemente hipotecados: con una deuda por los trámites de la visa y con el salario condenado a la erosión. A menudo el salario debe transitar por las manos de cinco subcontratistas que ordeñan la paga: es el efecto “copa de champán” del sistema de subcontrataciones. A los obreros les llega un tenue rocío apenas suficiente para la reproducción de la fuerza de trabajo.

EN LAS ESQUINAS Y A LA ESPERA DE CONTRATO

Omar ha tenido “suerte”. Hoy sigue siendo explotado. Muchos de sus colegas, con los mordiscos que pega la crisis y la gran dentellada previa del huracán Katrina, están literalmente en la calle. Apostados en cinco esquinas de New Orleans, en grupos de 50 a 75. La mayoría son centroamericanos, nos informa Eva San Martín, activista que ha recuperado muchos miles de dólares de salarios evadidos por patrones avaros. A las esquinas, como si fueran las vitrinas opacas y desvaídas de un mall en decadencia, llegan diariamente centenares de centroamericanos. No pocos deben llegar una y otra vez, semana tras semana, hasta conseguir un contrato que puede durar tres días o un par de horas.

Para aliviar su tensa espera y necesidades inmediatas, algunas parroquias les ofrecen alimentos. La policía no los perturba. Aun con un 10-15% de la población compuesta por inmigrantes latinos, New Orleans no es una ciudad santuario oficial, como lo son Houston y San Francisco. Pero, al menos el jefe de la policía se rehusó a colaborar con el Department of Homeland Security. Esa negativa priva a su departamento de los jugosos fondos federales destinados a la cacería de indocumentados. Sin embargo, nos advierte una de nuestras acompañantes por las esquinas, muchos policías quiebran los focos de los vehículos de los latinos o los rocían de alcohol para multarlos después.

Parece una historia muy distinta de la que nos llegó a compartir un oficial de policía de origen latino, a quién llamaré Mancuso. Nos pintó un departamento policial inmune a las mordidas, con las que los latinos, acostumbrados a sistemas corruptos, pretenden infructuosamente evadir detenciones y multas. Mancuso nos dibujó a unos latinos caprichosos y tozudos, empecinados en abrazar el peligro saliendo de sus casas a altas horas de la noche sólo porque se les antojó comprar una botella de gaseosa. Mancuso arranca carcajadas de su auditorio imitando la cara de pendejos que en su opinión tienen todos los atarantados latinos, ineptos para entender que están en un país donde el impoluto expediente moral de los policías reluce y la tradición de justicia prevalece. Mancuso suele repetir: ¡Nosotros no somos brutos, como los policías de otros países! Quizás no lee los periódicos que reportan casos de corrupción policial...

EL CONTROL JUDICIAL: JUICIOS A INMIGRANTES

Tuvimos el privilegio de catar esa tradición de justicia en el mero corazón del sistema: dos juzgados para inmigrantes del Departamento de Justicia, uno en New Orleans y otro en Houston, donde el juez tuvo la deferencia de explicarnos algunos aspectos sensibles de los casos que dictamina.

El ambiente en los juzgados era enteramente nuevo para nuestro grupo. No sabíamos muy bien cómo digerirlo y calificarlo, con qué parámetros ponderar su bondad o letalidad. A mí me pareció una suerte de ceremonia secular con muchos resabios sacros. En un salón de poco menos de cien metros cuadrados estaban dispuestas dos hileras de bancas. Al fondo, y sobre el nivel de los feligreses, el juez oficiaba deportaciones. En un nivel inferior, a su derecha, dándonos el perfil, su asistente trasegaba los documentos que el juez le iba suministrando.

A la siniestra del juez y frente a la asistente, la inexpresiva traductora se alisaba el cabello con los dedos. Un poco más cerca del público y a la derecha, frente al juez, pero dándonos la espalda, la fiscal permanecía silenciosa. A un par de metros de ésta y en la misma disposición pero en el flanco izquierdo, el migrante tenso y su abogada aguardaban las palabras rituales del juez.

“Hoy 25 de enero de 2010, el juez W, tratando el caso X… ¿Es usted el señor Y? ¿Vive en el número x de la calle y? ¿Tiene el código postal z?” Tras las respuestas afirmativas del inmigrante, el juez revisaba los papeles y programaba una nueva cita, fijaba una fianza o recetaba una deportación voluntaria. Unos minutos le bastaban para chequear si tenía o no la documentación que sustentaba la petición del inmigrante. Hurgaba en un legajo de papeles y en su computadora: el secreto del poder.

Según el caso, el ritual puede prolongarse: Levante la mano derecha para ser juramentado. ¿Jura decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad ante Dios? ¿Está dispuesto a salir de los Estados Unidos en la fecha que le indique? ¿Tiene los medios para dejar el país? ¿Puede obtener los documentos para salir? El gobierno le acaba de conceder salida voluntaria, si no sale del país el 26 de mayo de 2010 no podrá volver a ingresar al territorio de los Estados Unidos en los siguientes x años y perderá la fianza de 500 dólares. Si no paga la fianza se le cancelará la salida voluntaria. Y finaliza: Is there any further question? No, your Honor.

EN MANOS DE TRADUCTORES TRAIDORES

El juez únicamente sonrió cuando habló sobre el Super Bowl con una de las abogadas. La intérprete nunca cambió su expresión facial. En los dos juzgados las intérpretes nunca dirigieron su mirada hacia los inmigrantes cuyos casos estaban siendo juzgados. Jamás pusieron atención a los gestos, esa pieza esencial del lenguaje. Los gestos complementan, enfatizan, clarifican, adornan, ilustran, profundizan y matizan lo que el lenguaje verbal quiere comunicar. Las intérpretes, que curiosamente jamás vacilaron en su traducción, perdieron todo ese acervo de signos. Tampoco consideraron la necesidad de clarificar los equívocos y polisemias inherentes a -y omnipresentes en- toda lengua.

Las intérpretes que no observan ni consultan a quienes traducen están perdiendo una porción vital de la información. Deberían tener la escrupulosa meticulosidad de un exegeta bíblico, pero tienen la ensoberbecida autosuficiencia de un dogmático fundamentalista. Son fundamentalistas del lenguaje. Con el agravante de que su fundamentalismo afecta un texto en el que se juega el futuro de seres humanos. Por añadidura, sólo traducían el interrogatorio entre el juez y los inmigrantes. Nunca los intercambios entre juez, fiscal y abogado. ¿No forman parte del ritual? ¿El abogado informa a su cliente de toda la conversación al salir del salón? ¿Y qué pasa si el abogado está urdiendo una estafa?

Todo colabora para que el sistema tenga un éxito rotundo. Alarmada por éste y otros peligros, la National Languages Access Advocates Network emitió un diagnóstico muy crítico sobre las traducciones que se hacen en estos juzgados.

En primer lugar, señalan que estos juicios no prevén intérpretes para encuentros críticos y la interpretación es deficiente: sólo traducen las preguntas o afirmaciones dirigidas directamente a los inmigrantes. La ausencia de traducción de los intercambios entre el juez y el abogado prácticamente le permite a éste aceptar la orden de deportación sin el consentimiento de su cliente. Incluso el abogado puede aceptar la remoción forzosa en lugar de la deportación voluntaria, que tiene consecuencias menos dañinas.

En segundo lugar, observaron que no hay traducción fuera del salón del juzgado. Muchos inmigrantes que no hablan inglés reciben toda la información en este idioma cuando llegan por primera vez al juzgado. En tercer lugar, encontraron cierto número de traducciones hechas en el lenguaje incorrecto: el 16 de agosto de 2007, el guatemalteco Francisco Juan Martín, que sólo hablaba kanjobal, recibió en inglés -y luego en traducción al español- el aviso de que debía aplicar a la cancelación de su orden de remoción el 25 de septiembre. Al no entender la explicación, no aplicó y recibió la orden de deportación que sólo una ulterior apelación pudo cancelar. En el mismo aprieto se han visto personas guatemaltecas de lengua mam.

El informe recrimina el hecho de que los intérpretes actúen con poco profesionalismo: hablan por celular y hojean revistas durante la sesión, llegan al juzgado con una hora de retraso o más y hacen comentarios inapropiados sobre los casos y los detenidos una vez que éstos han abandonado el salón.

También notaron que abundan las traducciones incorrectas. El intérprete de una mujer budista introdujo una frase que ella no había dicho: “Oh, mi Dios”, a partir de la cual el juez dedujo que mentía al declararse budista puesto que los budistas no creen en Dios. Otra intérprete de una mujer hondureña tradujo abortion (aborto voluntario) cuando debió decir miscarriage porque la hondureña estaba refiriéndose a que la golpiza que le propinó su marido le provocó un aborto involuntario. Los juzgados estadounidenses son una caricaturesca y perniciosa puesta en escena del dicho Traduttore traditore: traductor traidor.

UN DIÁLOGO CON EL JUEZ DESDE LA PERPLEJIDAD

Según el escritor Gore Vidal, dos tercios de todos los abogados de nuestro pequeño planeta son estadounidenses. A los numerosos nichos de mercado laboral ya existentes en Estados Unidos se han añadido los juzgados para inmigrantes. Hay muchos abogados que defienden a los inmigrantes sin fines de lucro. Pero hay un creciente grupo que los mira como una oportunidad más creada por el sistema. Desafortunadamente, son casi imprescindibles. El juez de Houston nos explica que las estadísticas demuestran que los inmigrantes tienen más probabilidades de éxito en sus procesos con asesoría de abogados. Pero también menciona que hay abogados que crean muchas dificultades: Cuando los médicos cometen un error, todo termina en un entierro. Cuando migración se equivoca, todo termina en una deportación, dice.

Un resumen de sus argumentos nos muestra la fe casi sin fisuras que este juez tiene en el sistema de justicia estadounidense. Nosotros preguntábamos y el juez daba respuestas precisas: ¿Por qué fracasan tantas aplicaciones? La mayoría de las aplicaciones fracasan porque los estándares son muy elevados. Las decisiones son limitadas a lo que el caso haya presentado. No importa la opinión del juez. La idea es aplicar la ley de manera equitativa. ¿El gobierno puede deportar a quien desee? El gobierno no puede remover a una persona si un juez de inmigración no lo ha ordenado. ¿Por qué se castiga de esa forma a seres humanos? La orden de expulsión no es considerada un castigo, sino una consecuencia natural del estatus migratorio. Dado que la ley estadounidense establece que el interés del menor debe prevalecer, ¿por qué hay separación de padres e hijos como consecuencia de las deportaciones?

Hay remociones de niños. También hay remociones de padres mientras sus hijos deben permanecer en los Estados Unidos. A veces lo mejor para el niño puede ser la remoción. A veces lo mejor puede ser quedarse en Estados Unidos porque los Estados Unidos ofrecen muchos beneficios a los niños nacidos en su territorio. Sus padres no pueden ofrecerle esos beneficios en sus países de origen. Si el sistema busca evitar la discrecionalidad y ceñirse a las exigencias de un estado de derecho, ¿por qué las tasas de fracaso de las aplicaciones pueden variar tanto de un juzgado a otro? A veces las cortes reciben más casos de países donde las condiciones son más duras y para los que el gobierno de Estados Unidos tiene políticas especiales. Por ejemplo, las tenemos actualmente hacia los haitianos debido al terremoto. Un juzgado que recibe muchos casos de haitianos puede presentar una tasa de aprobación más alta que un juzgado que recibe muchos casos de hondureños. Por último, ningún sistema es perfecto. Puede haber variaciones debido a la percepción de cada juez. Algunos son más duros que otros. Somos humanos. Pero tratamos de hacer lo mejor que podemos.

El juez luce como un hombre mesurado y culto. Le dio instrucciones muy exactas y en un tono muy amable al inmigrante cuyo caso trató en nuestra presencia. Se aseguró de que la documentación borrosa de su expediente fuera sustituida por una copia nítida. Durante este diálogo con el juez experimenté una creciente perplejidad. ¿Cómo podía este buen hombre estar tan seguro de que hace el bien? El sistema de exclusión también necesita personas seguras de cumplir con su deber, en quienes no asoma ni una milésima de mala voluntad, pero que resultan imprescindibles para la maquinaria, que expande por doquier sus tentáculos menos cultos y mesurados.

EL CONTROL DE LAS REDADAS

¿Dónde obtienen la materia prima estos juzgados? En buena medida de las redadas, las cacerías de personas. Fuimos al escenario de una, a Laurel, Mississippi, donde pudimos platicar con algunas de las traumatizadas víctimas.

El 25 de agosto de 2008, en Howard Industries, uno de los mayores empleadores de la región, donde se manufacturan transformadores eléctricos, tuvo lugar la mayor redada efectuada en un centro laboral de toda la historia estadounidense. Esta redada fue precedida pocos meses antes de la que tuvo lugar en una planta de Postville, Iowa, donde cerca de 400 trabajadores fueron detenidos, pero superó su botín: casi 600 trabajadores capturados, procedentes de Brasil, El Salvador, Guatemala, Honduras, Panamá, México y Perú. Un centenar fueron prontamente liberados por razones humanitarias. Muchas eran madres a quienes colocaron grilletes electrónicos (electronic monitoring bracelets). Con ellas y algunos otros “sobrevivientes” conversamos.

Felipe, un joven de poco más de 20 años, fue el primero en intervenir: “Ese día yo salí de mi casa con una playera. Yo tengo un tatuaje en el cuello que dice ‘Hecho en México’. Me puse una camiseta con cuello porque iba a salir con una muchacha después del trabajo. Menos mal. Agarré la carretera y me metí en la planta, a la parte de shipping, donde yo trabajo en control de calidad. De repente oí que decían: ¡Ahí viene la migra! Y apareció un güero. Un gringo que decía ¡Que se vayan todos al lado este de la planta! Yo volteé a ver y vi que muchos venían corriendo. Corrimos desordenadamente. Haga de cuenta que éramos una manada de animales. Y eso es lo que éramos entonces. Yo agarré mi licencia de conducir. Muchos se escondieron en los gabinetes y alguien peleó con un oficial”.

“Conforme nos hacían dar vueltas, iban sacando a todo el que parecía hispano. Para identificarlos les hablaban en inglés: Are you a citizen? Cuando no respondían, les hablaban en español. Yo por eso sólo les hablé en inglés. Me levanté el cuello bien arriba. Después de eso mis amigos me decían El Pingüino. Todos los oficiales me quedaban viendo, pero yo me hacía el que no entendía el español. Se pusieron a demarcarnos con bandas amarillas, mientras yo planeaba lo que les iba a decir: que yo era de Brownsville, Texas, y que había venido a Laurel a terminar mi highschool. Cuando me tocó el turno les di mi licencia y mi ID. Les dije que tenía dos años de trabajar aquí y doce de estar en Estados Unidos. Me pusieron un brazalete azul y me dejaron ir. Fue muy triste por la falta de solidaridad de algunos empleados. Algunos decían: ¡Mira, hay alguien aquí! Delataban a quienes se habían escondido en los tubos. Es muy doloroso pasar por algo así. Nadie merece pasar por eso. Pienso que si algún estadounidense pasara por eso se comportaría exactamente como lo hicimos nosotros”.

Julia abrió su participación con la verdad llana: “Yo no estoy aquí por gusto. Vine para trabajar. Esa mañana los oficiales nos rodearon. No sabíamos hacia dónde correr. Unos se escondieron bajo las máquinas. Los oficiales los sacaban de los pies y los aventaban. A las 11 nos dieron apenas una galleta y una botella de agua. Pero ese día no teníamos hambre. Sólo queríamos que nos dejaran irnos. ¿Por qué nos toca a nosotros, si nosotros no vinimos a quitarle nada a nadie en este país? Lo soportamos porque todos tenemos a alguien en nuestro país por quien luchar”.

“¡A NOSOTROS VIENEN A FUMIGARNOS!”

Don Jesús recuerda: “El día de la verdadera redada los oficiales llegaron en carros repartidores de comida y carros sin emblema. Los helicópteros estuvieron una semana parqueados en un hotel cercano. Nosotros los vimos. Pero pensamos que era para fumigar. Y no era así. ¡A nosotros nos iban a fumigar! Nos rodearon y nos iban preguntando: Do you have a drive license? Are you an American citizen? Por cualquier cosa, ya teníamos nuestro plan familiar: aquellos a quienes soltaran se iban a hacer cargo de los niños de quienes quedaran detenidos”.

Don Jesús añade algunas apreciaciones sobre la migra y sobre la estrategia que a él le funcionó: “Los latinos de la migra son los peores. Nos gritaban y daban órdenes todo el tiempo. Iban llenos de pistolas. Los americanos son un pan de Dios. Un chino era tremendo con la gente: ¡Muévanse para acá! Los oficiales traían una lista de delincuentes a los que buscaban. Venían por 100 y encontraron a 650 indocumentados. Se sacaron la lotería. Lograron la redada más grande de la historia. Por eso nos tenían miedo. Éramos muchos más de los que esperaban. Por eso nos trataron tan mal. Te amarraban los pies y… súbete como puedas. ¿Qué hacer? En fin, éste es su país y pueden hacer con uno lo que quieran. Nos llevaron a Jena. Nos hicieron un chequeo de salud. Dejaron ir a los que tenían problemas del corazón y familias”.

“DIJERON QUE ELLOS ERAN LA LEY”

Sigue don Jesús: “Pasábamos de un cubículo a otro y nos ponían a firmar papeles. Y lo mejor es no firmar, porque uno no siempre sabe qué es lo que está aceptando ahí. Las leyes aquí en los Estados Unidos son muy rectas, y si uno no firma, ellos no pueden hacer nada. Un oficial me dijo que me iban a detener por tres o cuatro meses, quizás por un año. Otro me dijo que eso era mentira. Me ayudó que el oficial escribió que yo había entrado ilegalmente al país. Pero yo había entrado legalmente y lo pude demostrar. El juez me dijo que no podría proceder porque habían llenado mi formulario de forma errónea. Yo me salvé por manejar información de cómo funciona aquí el sistema. Todo lo malo nos ocurre por falta de información”.

Celia nos explicó con sonoro acento argentino los límites de la legalidad en estos eventos: “En ese momento yo tenía cuatro meses de embarazo. Yo no reaccionaba ante lo que estaba sucediendo. Sólo tenía la panza dura y mucho miedo de perder al bebé. Ya había perdido a uno. Me quedaba mirando, mirando, a ver lo que pasaba, a dónde nos llevaban. Sabía muy bien que no debía firmar nada. Yo les dije: Hago uso de mi derecho a no decir nada que me incrimine. Y se molestaron. Me dijeron que ellos eran la ley y que yo no podía negarme a hablar”.

“Me dio miedo y empecé a responder a las preguntas. Muchas eran preguntas sobre la salud. Nos tomaron las huellas digitales. Dos oficiales muy armados me escoltaron cuando fui a buscar a mi niña. No me trataban mal, pero sí de manera que me amedrentaban. Nos sacaron afuera donde estaba lloviznando. Uno siempre piensa que eso le puede pasar, pero cuando sucede es muy feo. Siempre está el miedo de que puedan venir y llevarme. Ahora estoy esperando cuál es la decisión y si tengo que volver a mi país”.

EL CONTROL DE LOS GRILLETES

Candelaria, originaria de Totonicapán, Guatemala, recuerda la redada como la experiencia más traumática de su vida: “Lo que vivimos fue traumático para nosotros y nuestros hijos. Después de la redada mi hijo no pudo dormir muchas noches. Mi niño no quería comer. Yo ya había oído que iba a haber redada. Pero si no iba al trabajo no podríamos comer. Ese día entramos a las 6 de la mañana. A las 11 el supervisor empezó a gritar que ahí estaba la migra. Ahora cayó la que tanto se anunciaba -pensé-. Ya nos llevó la migra. ¿Y qué voy a hacer con mis hijos? Corrí y vi a un familiar: ¿Qué vamos a hacer? Corrí hacia el comedor y llamé a mi casa. Pensé que la migra no sólo estaba en la fábrica, sino en todo Laurel. Un oficial llegó y me interrogó. Yo no miraba a ningún conocido cerca. No puede ser, Dios mío, ya me llevaron. Mi cuñada me quería dar la llave de su cuarto porque escuchó que me iban a soltar porque tenía hijos. Yo me negaba a firmar los papeles. Sabía que sin mi firma no podrían hacer nada y así lo dije en voz alta”.

Sigue Candelaria: “Una oficial me mandó callar y yo le dije: ¡Por nosotros estás comiendo. Si no fuera por nosotros, no tendrías este trabajo que tienes! Nos dieron agua y una galleta de cacahuate, pero yo la tiré. ¿Por qué la tiraste?, me preguntaron. Porque ustedes nos dan eso para decir que nos dieron comida. Y eso no es comida para mí. Eso es porquería, no es una comida. Me colocaron un grillete en el tobillo. Desde entonces lo tengo. Ya llevo año y medio con él. Cuando me lo pusieron lloré y dije: Lloro porque no somos perros. No somos animales. Me daba un dolor en el corazón ver a mis compañeros de trabajo y hermanos de iglesia que iban subiendo al bus con los pies y manos atadas. Ni siquiera podían alzar la mano para despedirse. Yo les conté a mis hijos todo lo que pasó y la niña se traumó. Mi niño también se traumó. Cuando llegaba un vehículo cerca de la casa, querían que me escondiera. Mi hija no comió durante tres días y la tuve que llevar al hospital, donde la internaron. Toda esta experiencia nos acercó más a Dios. Ahora estamos agarrados de la mano de Dios. Hemos tenido el apoyo de amigos, vecinos y hermanos de iglesia. Hasta desconocidos se han acercado para ayudarnos”.

MARCADOS CON LA NUEVA LETRA ESCARLATA

Candelaria me mostró su grillete electrónico y el aparato para recargar su batería. Me explicó que debe invertir tres horas al día en inyectarle carga al brazalete, que no le está permitido trabajar mientras no se resuelva su caso y que pueden localizarla en cualquier momento. En Estados Unidos desde hace un par de décadas existe una amenazadora y creciente ola de controles. Sólo entre 1990 y 1996 el número de trabajadores bajo vigilancia electrónica aumentó de 8 a 30 millones por año. Los empleadores controlaron 400 millones de conversaciones telefónicas al año, alrededor de 750 por minuto.

Los indocumentados son otro enorme segmento de controlados. En su página web, el Immigration and Customs Enforcement (ICE) se enorgullece de haber procurado agresivamente un Programa de Alternativas a la Detención (ATD): monitoreo electrónico y telefónico para extranjeros sujetos a procesos de remoción pero sin orden de detención. En 2008, de acuerdo a las cifras oficiales del ICE, más de 15 mil 300 extranjeros fueron objeto del programa ATD. El programa -advierte el ICE- de momento sólo está disponible en algunas ciudades seleccionadas, pero pronto será aplicado en todo el país.

Los latinos de Laurel tuvieron el dudoso privilegio de engrosar ese programa. El grillete no sólo tiene el impacto sicológico de hacer sentir una observación constante. Funciona también como una “letra escarlata” que emite el mensaje de que quien lo porta está en entredicho, cuestionado, mal visto, al borde del ostracismo. Los indocumen¬tados-engrilletados aún viven en Laurel. Tienen el laurel sin la emblemática águila del escudo estadounidense.

EL CONTROL CARCELARIO

Después de la redada de Laurel, nueve menores de edad fueron puestos bajo la custodia de la oficina de reubicación de refugiados y 475 adultos fueron transferidos al centro de detención de Jena, Louisiana. Por eso, al día siguiente fuimos a LaSalle Detention Facility en Jena, el centro al que enviaron a muchos de los detenidos. No pudimos verlos ni hablar con ellos. Muy probablemente la mayoría o todos ya habían sido deportados o engrilletados. No podemos saberlo. Apenas se nos permitió recorrer las instalaciones y se nos obsequió una charla.

En “The Scarlet Letter”, Hawthorne escribió: Los fundadores de una nueva colonia, cualquiera que haya sido la utopía de virtud y felicidad que originalmente pudieron proyectar, han reconocido invariablemente entre sus más tempranas necesidades prácticas la asignación de una porción de suelo virgen a un cementerio y otra porción a una prisión. Estados Unidos, tierra pletórica de utopías, también ha sido lugar donde las prisiones han proliferado. Ese país no tiene la población más numerosa ni tiene las más altas tasas de delincuencia -asociadas o no a las migraciones-, pero sí tiene la infraestructura de detención migratoria más grande del mundo.

En 2007 había en Estados Unidos 961 centros de detención para migrantes. De acuerdo a las cifras oficiales del ICE, la población detenida pasó de 231,804 en 2004 a 311,213 en 2007. En otras palabras, la capacidad de procesamiento de estos centros experimentó un aumento del 34% en apenas tres años. Y sus logros siguen creciendo. El Global Detention Project señala que en 2009 esos centros tenían capacidad para albergar simultáneamente a 33,400 detenidos, un avance a pasos agigantados desde los 27, 500 de 2006, 18,500 de 2003 y los 6,785 de 1994. El sueño americano, en el país que se proclama tierra de la libertad y utopía por antonomasia de la modernidad, es la mayor cárcel de los inmigrantes.

El ICE alberga detenidos en 286 prisiones concentradas en los estados sureños fronterizos con México. 68% del total están en California, Arizona, New Mexico, Texas, Arkansas, Louisiana, Alabama, Georgia y Florida. Tom Greene nos dijo: “Busca el poblado más pobre dentro del condado más paupérrimo dentro de los estados menos prósperos y ahí encontrarás un centro de detención para inmigrantes. Ahí los instalan para generar empleo”.

JENA, LOUISIANA: LA SALLE DETENTION FACILITY

LaSalle Detention Facility, situado en un desapercibido rinconcito en el condado de Jena, Louisiana, tiene capacidad para 1,160 detenidos. No sabemos cuántos había el día de nuestra visita. Sólo se animaron a decirnos que la mayoría son latinoamericanos. El tour incluyó la lavandería, la cocina, un dormitorio, las salas de audiencias y la biblioteca. En la lavandería vimos apilados uniformes de múltiples tallas y tres colores: azul, anaranjado y rojo. Anuncian los niveles de peligrosidad con que fueron clasificados sus portadores. Pueden cambiar de uniforme -pero no de color, obviamente- tres veces por semana. En invierno los abrigos se lavan una vez al mes.

En la cocina vimos de lejos a algunos detenidos, que pueden trabajar ahí si pasan un examen médico y si están dispuestos a aceptar los tres dólares por día. El menú varía cada seis semanas y es controlado por un nutricionista. A muchos no les gusta la comida. ¿Quejas? Demasiado arroz, muy poco arroz, dicen los encargados, enfatizando la naturaleza caprichosa con el “hay tantas opiniones como cabezas”.

Los reclusos tienen derecho a una hora y media de recreación al día, dependiendo de las condiciones climáticas. Para mayor entretenimiento, cada celda cuenta con un juego de dominó y una baraja. Los sábados y domingos se permiten visitas de familiares. Las restricciones a las visitas, cuya mención prudentemente omitieron nuestros escoltas, incluyen el impedimento de contacto físico durante las visitas sociales y familiares, la estricta observancia de un código de vestuario, la prohibición de mascar chicle en las instalaciones y la cuota máxima de dos visitantes simultáneos y una hora por visita.

En la biblioteca sólo estaba un afro-no americano “anaranjado”. Revisamos las estanterías: no había más que un anaquel -de un total de 43- con libros en español. El anaquel contenía 54 libros y tenía espacio para unos 80, inventario exiguo para una prisión con un potencial de más de mil detenidos, la mayoría latinoamericanos. Tremenda ironía: se supone que estos inmigrantes deben abandonar el país por no ser suficientemente estadounidenses o reciclables en estadounidenses, pero se les proporciona una biblioteca mayoritariamente anglófona. Como la mayor parte de los libros en español eran material literario de baja estofa, es posible que tras esta deprimente provisión estén operando los estereotipos sobre los latinos: incultos, poco letrados, amigos de la literatura chatarra.

“DESCONOCEN SUS DERECHOS”

Los custodios controlan cada puerta en un edificio plagado de cámaras -presentes incluso en los dormitorios- y coronado por centenares de rizos de púas. Reciben apenas cinco meses de entrenamiento en las áreas que el ICE considera vitales para las tareas que han de desempeñar: uso de armas de fuego, políticas de inmigración, aplicación de esposas y español. Pero parece que no reciben entrenamiento para guardar normas básicas de atención a los inmigrantes recluidos y sobre los procedimientos que sus procesos requieren.

Una de las acompañantes de nuestro grupo explicó los problemas más comunes de los detenidos: “Algunos, con una semana de estar aquí, ni siquiera saben el nombre de la prisión en que los internaron. Se quejan mucho de no recibir el tratamiento médico que antes recibían. Muchos no tienen defensores. Nadie les explica que el proceso de deportación tiene que ser humano y digno. En las cárceles ordinarias los presos pueden poner demandas si la salud y la comida no alcanzan los estándares establecidos. En los centros para inmigrantes los reclamos son apenas sugerencias. El sistema de quejas no impide que los guardias boten los formularios de quejas y tomen venganza de quienes los han llenado. El sistema no protege a quienes se quejan. Y encima muchos desconocen su derecho a quejarse”.

“Entre 2003 y 2009 hubo más de 100 muertos en los centros de detención para inmigrantes. Muchos no fueron declarados en la oficina forense y ni siquiera se informó a sus familiares. Muchos se enferman y deprimen ante la duración de sus procesos. Cada proceso debería durar un máximo de seis meses, pero en realidad la decisión está en manos del ICE. Hay casos de personas que pasan varios años en un centro de detención”.

¿ILEGALES O CRIMINALES?

Existen estadísticas que avalan esta última afirmación. El Global Detention Project denunció que de los 32 mil detenidos que había en marzo de 2009, 18,690 immigrantes -casi el 60%- no tenían cargos criminales, ni siquiera el cargo de haber ingresado ilegalmente al país o haber cruzado la frontera sin documentos. Tengamos presente que la detención sólo es obligatoria para personas con récord criminal. Más de 400 internos sin récord criminal habían guardado prisión por al menos un año. Una docena habían guardado prisión por tres años o más, y un inmigrante de China tenía más de cinco años de estar recluido.

Casi 10 mil habían permanecido más de 31 días, la cifra promedio con la que el ICE ilustra su eficiente manejo de las detenciones. El tiempo promedio de reclusión se ha catapultado desde los 2.7 a 26.3 días, 874% de aumento entre 1978 y 1992. En 2009 alcanzó los 114 días, si sumamos los días previos y posteriores a la orden de deportación.

CUANDO MIGRAR ES UN DELITO

En septiembre de 2009 Donald Kerwin y Lin Yi-Ying dieron a conocer un devastador informe sobre las detenciones: Immigration Detention. Can ICE Meets Its Legal Imperatives and Case Management Responsibilities? Algunos hallazgos son similares a los del Global Detention Project. Otros son aún más espeluznantes. Según las estimaciones de Kerwin y Yi-Ying sobre la base de datos del ICE, de los 32 mil detenidos que habían en centros del ICE el 25 de enero de 2009, 18,690 eran inmigrantes con casos pendientes. En promedio ya tenían 81 días de confinamiento. El 74% tenía menos de 90 días, el 13% entre 90 días y 6 meses, el 10% entre 6 meses y un año, y el 3% un año o más. Los 10,873 detenidos que habían recibido órdenes finales de remoción tenían un promedio de 72 días de reclusión posteriores a la orden de deportación.

El 58% de los detenidos no tenían cargos criminales. Cuando los tenían, los cargos más serios eran el coyotaje (13%) y ofensas inmigratorias (6%). En la era de la búsqueda de terroristas, migrar es un delito. Lo comprendió hace más de 60 años Hannah Arendt a partir de su propia experiencia como inmigrante y lo formuló en un lapidario párrafo de desconsoladora y lamentable actualidad: El hecho es que, desde hace bastante tiempo, vivimos en un mundo en que ya no existen meros seres humanos. La sociedad ha descubierto en la discriminación un instrumento letal con que matar sin derramar sangre. Los pasaportes, las partidas de nacimiento, y a veces incluso la declaración de la renta, ya no son documentos formales sino que se han convertido en asunto de diferenciación social… Evidentemente, nadie quiere ver que la historia ha creado un nuevo género de seres humanos: aquellos a los que los enemigos meten en campos de concentración y los amigos en campos de internamiento.



EL FINAL DE LA RUTA: DEPORTADOS

Los centros de detención, pese a su modorra y dilaciones en el procesamiento de casos, son un eslabón muy importante en la industria de las deportaciones. El Global Detention Project señala que en 2008 esos centros produjeron 367 mil deportados. LaSalle Detention Facility deporta por aire, tierra y mar, aprovechando la proximidad del mayor puerto marino de Estados Unidos. El Informe anual del ICE en 2008 se ufana de que las operaciones de vuelo del ICE, con base en Kansas City, alcanzaron la cifra récord de 200 mil extranjeros deportados en 2008, un incremento de más del 20% respecto de 2007. Este ascenso sostenido de las deportaciones ha afectado sensiblemente a los centroamericanos. El volumen anual de deportados centroamericanos se ha disparado en 1999-2008 desde 12,414 hasta llegar casi a 80 mil.

Este incremento ha deteriorado la relación residencias/deportaciones y ciudadanías/deportaciones. En 2000-2001, entre 4 y 5 centroamericanos obtuvieron la residencia por cada centroamericano deportado. En 2007 esta relación se revirtió y en 2008 el marcador favoreció al Department of Homeland Security con 1.6 deportados por cada nuevo centroamericano residente. La relación deportados/nuevos naturalizados sufrió una reversión similar, con el agravante de que en 2007 hubo casi 2 deportados por cada centroamericano al que se le concedió la ciudadanía.

En el caso de los nicaragüenses, el desplome del balance en estos indicadores en 2000-2008 ha sido aparatoso, descendiendo desde 35 hasta 1.5 nuevas residencias permanentes por cada nicaragüense deportado. Los hondureños sufren, en parte por negligencia de su gobierno, una persecución e inclemencia cada día más alarmantes. Partiendo en 2000 de una situación casi límite de apenas 1.2 residencias otorgadas por cada deportado, desde 2003 Honduras vio cómo se invirtieron los términos de esta relación y en 2008 padeció la aplastante derrota de 4.5 deportados por cada nuevo residente bendecido por la avara misericordia del Department of Homeland Security.

En general, el DHS, que existe desde 2002, ha sido menos generoso que sus predecesores. Entre 1990 y 1999 un total de 610,189 centroamericanos obtuvieron la residencia permanente. En 2000-2008, esta cifra bajó a 544,117. Es obvio que, cuando dispongamos de las cifras de 2009, no veremos un aumento. Los descensos más dramáticos han afectado a salvadoreños y nicaragüenses. Si asumimos que en 2009 se les concedió la residencia a una cifra similar a la de 2008, tenemos que, en los últimos diez años hubo 22,185 residencias menos para salvadoreños que en 1990-1999. Para nicaragüenses el descenso fue de 10,974.

Al lanzar un somero vistazo a una muy simple tipología de los deportados encontramos señales ominosas. La aceitada maquinaria de las deportaciones apela cada vez menos a imperativos de limpieza delictiva para justificar el filo de su guadaña. La relación entre personas deportadas por haber delinquido y personas deportadas por el atroz delito de no portar documentos se revirtió en el caso de los nicaragüenses: de 1.4 delincuentes por cada indocumentado a 3.5 indocumentados por cada delincuente. Guatemala y Honduras, que desde hace más de una década han registrado más deportados por indocumentación que por haber delinquido, pasaron respectivamente de 2.4 y 1.4 a 5.8 y 4.8 indocumentados por cada presunto criminal. Los ideólogos del obsesivo panóptico nacionalista requieren menos imaginación y recursos ideológicos para abonar a su causa. Se ha instituido como sentido común que la carencia de documentos es razón suficiente para separar familias, encarcelar, monitorear y expulsar.

No concluimos aquí los doce días de gira por algunos de los engranajes de la ruta del rechazo. Nos falta un eslabón fundamental: la frontera, escenario y cruce de dinámicas que examinaremos el próximo mes. En este punto el grupo queda conmovido por los testimonios de los engrilletados de Laurel, perplejo ante la sangre fría del sistema de justicia e indignado por la prisión de Jena y todo el sistema de detención de inmigrantes. ¿Seguiremos contando lo que vimos y oímos? Yes, your Honor.

INVESTIGADOR DEL SERVICIO JESUITA PARA MIGRANTES DE CENTROAMÉRICA (SJM). MIEMBRO DEL CONSEJO EDITORIAL DE ENVÍO.

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