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Universidad Centroamericana - UCA  
  Número 330 | Septiembre 2009

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Honduras

Resistencia con sabor de mujer

“Nos tienen miedo porque no tenemos miedo / Están atrás / van para atrás / piensan atrás / son el atrás están detrás de su armadura militar. Nos ven reír / nos ven luchar / nos ven amar / nos ven jugar nos ven detrás de su armadura militar”. Esta canción, de la argentina Liliana Felipe, acompaña muchas de las acciones de la resistencia hondureña. Y refleja el sentir de las mujeres que van en las marchas de la resistencia.

Alicia Reyes

Las marchas contra el golpe de Estado en nuestra patria se han caracterizado desde el principio por la numerosa participación de las mujeres, quienes fueron las primeras en decir desinteresadamente: “Aquí estamos, queremos luchar”.

Las mujeres -más del 50% de la población hondureña, la mayoría víctimas de pobreza y de violencia- salieron de sus casas, de las zonas rurales, de las montañas, de las ciudades, de los barrios y colonias. En contra de la cultura patriarcal que domina un sistema en el que los hombres siempre son protagonistas del espacio público, mientras las mujeres se deben a la casa y a la familia, las mujeres en Honduras salieron a las calles. Es una novedad prometedora.

La mayoría de las mujeres hondureñas que han estado en las calles desafiando el golpe de Estado no tienen ninguna formación feminista, pero sí cuentan con maestrías y doctorados en la universidad de la vida. Cuando hablan, explican que participan en la resistencia porque están cansadas de tanta injusticia, de tanta violencia, de tanta explotación, pobreza y desempleo, porque están hartas de que un grupito se reparta con la cuchara grande, mientras las mayorías se mueren en miseria y abandono.

CON COLOR, OLOR Y SABOR

La participación de las mujeres en las marchas -campesinas, obreras, profesionales, indígenas, negras, pobres, religiosas, feministas- es otro dato que nos permite afirmar que el orden constitucional roto en Honduras ha sido una oportunidad para empezar a escribir una nueva historia. Las mujeres han puesto color en las marchas. Van con sus coloridas sombrillas de todo tamaño para librarse del sol. Han puesto olor y sabor: en sus bolsas y morrales siempre andan tortillas, pan y queso para compartir con las demás personas, que se hacen un solo nudo en torno a ellas a la hora del descanso en la caminata para la comida.

Viendo a tantas y tantas mujeres caminando, me preguntaba cuántas de ellas tuvieron que madrugar, dejar todo listo para sus familias y hasta desafiar a sus compañeros para salir a las calles. Las miro: unas llevan rostros sonrientes
y el de otras es triste. Unas se ven más liberadas, mientras que otras caminan temerosas. Son de diferentes estaturas, contexturas y generaciones. Unas andan con las sandalias rotas, otras con zapatos cerrados, otras con chancletas de hule, las más cómodas van con tenis. Las une el deseo de que en Honduras termine el caos ocasionado por empresarios y políticos sinvergüenzas a quienes nunca les ha interesado el bienestar de las grandes mayorías, mucho menos el de las mujeres: golpeadas, violadas y asesinadas.

SALIENDO A LA LUZ

Muchas de las marchas hondureñas de resistencia han sido dirigidas y animadas por mujeres. Sus voces se escuchan desde diferentes lugares y nos dicen que es urgente escribir otra historia y que debemos hacerlo con letra, palabra y presencia de mujer. Escuchar a Margarita Murillo -quien coordina el movimiento de resistencia de Villanueva, en el departamento de Cortés- es escuchar esperanza. La suya es la voz de muchas otras mujeres que no están recibiendo un centavo por participar, convencidas de que la democracia es un asunto de todos y para todas. Y como ella hay muchas: Esly Banegas en el Aguán, Margarita López también en Cortés, Araminta Pereira en El Progreso, Bertha Cáceres en Intibucá, Marcia Mildred Vargas en Atlántida, Miriam Miranda al frente de las mujeres negras…La lista es interminable: están en la dirigencia y en las comisiones. Las anónimas son el mayor número.

En dos meses de resistencia las mujeres han salido a la luz: unas escriben, otras cantan, otras marchan, otras cocinan, otras dan vida, otras organizan, otras caminan, otras rezan y otras actúan ya como lideresas. Todas sueñan con pintar a Honduras con los colores de la solidaridad, con que los derechos y las oportunidades se distribuyan también entre las mujeres como fruto de una nueva democracia.

REDES DE SOLIDARIDAD

En algunos lugares, las mujeres, como buenas estrategas, han formado redes de solidaridad. Eso hicieron en la colonia Suazo Córdova de El Progreso, Yoro. Las que no van a las marchas se quedan cuidando a las criaturas pequeñas de las que sí van. Hay otras que se levantan de madrugada para hacer tamalitos, horchata, limonada, atole, arroz con pollo y para recoger frutas que compartir con hombres y mujeres que resisten en las calles, bajo el sol, la lluvia y la indiferencia de la mayoría de los medios de comunicación.

Como la cultura patriarcal responsabiliza sólo a las mujeres de la crianza de sus hijos, muchas mujeres van a las marchas cargando a sus criaturas, mientras que a los hombres les va mejor: acuden a las manifestaciones más libres,
con sus amigos, despreocupados de todo. Valorar la participación de las mujeres en la resistencia es considerar
el doble y triple esfuerzo que hacen para apoyar estos brotes de lucha. Sobresalen también en las marchas las mujeres embarazadas. Están pensando en los que están por nacer y luchan por los derechos de las futuras generaciones.

“¡PORQUE ANDÁS EN LA CALLE!”

Como en todas las luchas por la justicia, la gente más pobre lleva las de perder. Y entre la gente más pobre sobresalen las mujeres. Desde el primer día la policía y el ejército mandaron un mensaje de advertencia a las mujeres: “Ya van a ver lo que les va a pasar si andan en la calle”. Este mensaje machista lo escuchamos por primera vez en el desalojo violento que se produjo en Comayagua, donde las mujeres que participaron en una marcha de repudio al golpe de Estado narraban, llorando de indignación e impotencia, que los militares les metían el tolete entre las piernas para humillarlas, meterles miedo y mostrarles qué les podía pasar por violentar el mandato de la cultura patriarcal de que la casa es el único espacio de las mujeres.

“A mí me pegaron con el tolete -decía una-, luego me lo metieron entre las piernas y entonces yo les gritaba ¡Salvajes, bestias! y ellos me decían riéndose: ¡Esto te pasa por andar en la calle, quién te manda a estar aquí!” Ese mismo día escuchamos a un señor que aprobaba lo ocurrido: “Está bueno que les pase. ¿Quién las tiene en la calle cuando debían estar en su casa haciendo la comida?” ¿Será que la lucha por la libertad, la democracia y los derechos tiene
sólo rostro masculino?

TIEMPO DE LLORAR Y DE LUCHAR

El 17 de agosto el reloj marcaba cinco minutos para la 6 de la tarde. A esa hora, uno de los canales de televisión golpistas iniciaba la telenovela “Betty la fea”, mientras que, en contraste, en Radio Progreso se escuchaba el llanto de una madre que acompañaba a su hija, de 25 años, quien fue violada por cuatro policías después de la violenta represión que sufrieron los manifestantes en Choloma, Cortés.

Las lágrimas corrían por las mejillas de la muchacha, mientras valientemente describía el horror al que fue sometida después que los policías la detuvieron y la subieron a su vehículo. “Ahora vas a ver lo que te va a pasar por andar en la calle”, le repetían. Lo que le “pasó” fue que los cuatro la violaron en un monte, introduciéndole después el tolete en su vagina y dejándola abandonada en el descampado. La intimidación sexual con los toletes -símbolos fálicos- ha sido también expresión de la brutalidad de los golpistas, golpeadores de la democracia y herederos de la crueldad masculina, golpeadora de las mujeres.

Otro detalle que hemos observado en las marchas y que expresa también la enraizada cultura patriarcal es que a la hora del conflicto con los policías y los militares, muchas veces los hombres se arman de palos y piedras para defenderse, confrontar o atacar, mientras que las mujeres, en su mayoría conscientes del peligro y sabedoras de su vulnerabilidad, corren valiente y alegremente. La experiencia y la unión de las mujeres con la naturaleza les han regalado la sabiduría de saber cuándo ceder, cómo resolver los conflictos con diálogo, sin armas, cuándo es tiempo
de avanzar y cuándo de retroceder, cuándo de luchar y cuándo de huir.

“EL DOLOR NO SE ME BORRA”

Eran las 11 y media de la mañana y el cielo de Choloma lucía totalmente despejado. Las nubes formaban figuras que coqueteaban con los manifestantes. Confiados porque habían logrado un acuerdo con la policía, esperaban pacíficamente sobre el pavimento. El inclemente sol quemaba sus rostros. A mediodía despejarían la carretera. Pero, inesperadamente, se vieron sometidos a una lluvia de bombas lacrimógenas. En pocos momentos el cielo se oscureció con los gases. Patadas y toletazos de policías y militares contra la gente. También disparos. Durante más de una hora los manifestantes fueron perseguidos y golpeados a mansalva. A la gente la arrastraban del pelo, le pegaban con los toletes y la tiraban en las pailas de los carros policiales como si fueran paquetes y no personas.

“Nos estábamos ahogando, nos rodearon con bombas, corríamos para un lado y para otro y nos tiraban esos gases. Luego nos persiguieron y cuando ya estábamos en el parque llegó una tanqueta y nos bañó con un agua mezclada con gases”, me contó Carmen Suyapa Mejía, participante en la marcha de Choloma. Carmen Suyapa es una madre soltera, de escasos recursos económicos. Se dedica a la costura. Cuenta con lágrimas en los ojos cómo logró zafarse de la policía, después que la bañaron y la acosaron: “Sentí la piel fría, me dieron tres bañadas con esa agua que trae como chile y arde en la piel. Pero lo que más me dolió es que golpearon a una muchacha con bastante crueldad y le gritaban ¡Perra, esto le pasa a los bochincheros! Después a ella la tiraron en la paila... Ahora yo he quedado nerviosa, tengo sueños terribles. Las manchas de la piel se me van quitando, pero los nervios, el miedo y el dolor no se me borra, está por dentro y hasta siento los gases de nuevo que me están ahogando. A veces ni puedo respirar”. Sus ojos llenos de lágrimas son como una ventana a la que me asomo con admiración.

La resistencia al golpe de Estado está teñida con la sangre y el esfuerzo de las mujeres hondureñas que, por primera vez, están rompiendo valientemente silencios de siglos para contar sus historias, para que cuenten con ellas.

UN PACTO COLECTIVO

Si el golpe de Estado nos arrebató las migajas de la frágil democracia que teníamos, a las mujeres nos ha ido dejando grandes porciones de valentía, coraje, fortaleza y unidad. Estamos sembrando, abonando y regando la cosecha que recogerán otras mujeres. También luchando contra el golpe rompemos el silencio, como ya lo hicimos antes reconociendo tantas historias de abuso y de violencia que nos son tan familiares.

En Radio Progreso se han escuchado testimonios de mujeres de diferentes edades que narran cómo fueron golpeadas, humilladas y detenidas ilegalmente mientras los policías las manoseaban y se burlaban de ellas. La policía ha violentado los derechos de miles de personas, de miles de hombres y de mujeres. Romper el silencio para denunciar lo que nos han hecho es un desafío. Debe ser un pacto colectivo para que esto no vuelva a repetirse y para que desaparezca de las instituciones armadas la complicidad, arropada bajo el manto de la impunidad y también bajo el de la complicidad masculina.

DEMOCRACIA EN LA CASA

La democracia que debemos construir después de esta etapa de resistencia no sólo debe expresarse en los espacios públicos, sino en los hogares, convertidos en cárceles para miles de mujeres. Debe llegar a las alcobas matrimoniales, también escenarios de violencia para muchísimas mujeres. También debe llegar a las iglesias donde las mujeres no pueden hablar sin pedir permiso.

Es necesario que la democracia llegue también a las mentes de los hombres, sean golpistas o de la resistencia, ya que muchos de ellos, abusando del poder que la cultura patriarcal les da sólo por ser hombres, continúan fortaleciendo el machismo con obras y con palabras. Apostamos a eso, pues: a que la verdadera democracia en Honduras por la que hoy marchamos las mujeres, no sin miedo, con lágrimas y un nudo en la garganta, y con un corazón lleno de esperanzas, empiece a ser posible.


PERIODISTA DE RADIO PROGRESO.

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