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Universidad Centroamericana - UCA  
  Número 328 | Julio 2009

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El Salvador

¿Tocarán la Ley de Amnistía?

Quienes niegan que el Presidente hondureño, Manuel Zelaya, fuera víctima de un golpe de Estado, afirman que él fue responsable por impulsar un proceso “inconveniente” para su país. En ese contexto, ya el Presidente salvadoreño, Mauricio Funes, fue advertido: no debe cometer la “inconveniencia” de tocar Ley de Amnistía pues podría pasarle igual: una sublevación militar. La Asamblea Legislativa de El Salvador aprobó en 1993 la Ley de Amnistía “para la consolidación de la paz”. Pero la ley fomentó la impunidad, impidiendo toda investigación sobre los crímenes cometidos, bajo la responsabilidad del Estado, durante el conflicto bélico. ¿“Tocará” esta Ley el gobierno de Mauricio Funes?

Centro Romero UCA San Salvador

Un largo camino ha debido recorrer el pueblo salvadoreño para llegar a este día. Ningún esfuerzo ni ningún sacrificio ha sido inútil”. Ésta fue la única y estilizada referencia que hizo el nuevo Presidente de El Salvador, Mauricio Funes, a la prolongada guerra que vivió su pueblo hace dos décadas. Su llegada al gobierno, cargada de significados, ha despertado muchas esperanzas en mucha gente. Una de esas esperanzas es que se revise la Ley de Amnistía y que quienes sobrevivieron a las masacres y a los crímenes más horrendos de esa guerra tengan una justa reparación.

El Instituto de Derechos Humanos de la Universidad Centroamericana (UCA) de El Salvador es una de las instituciones que ha decidido empeñar todos sus esfuerzos en esa dirección. Y para establecer un hito en esa lucha, instaló el Tribunal Internacional para aplicar la Justicia Retributiva en la capilla de la Universidad del 25 al 27 de marzo, unos días después de la elección de Funes.

EL ESTADO ES RESPONSABLE

Durante tres días, seis magistrados de El Salvador, Brasil y España, abogados que trabajan en el IDHUCA y un fiscal
del Estado, más un nutrido público, escucharon a varios testigos, víctimas ellos mismos o parientes de quienes fueron víctimas de gravísimas violaciones de derechos humanos en hechos sucedidos hace casi 30 años. No se recuerda -dicen quienes allí estuvieron- un silencio tan total en un acto público en la capilla. Ni aplausos tan calurosos al final de cada intervención. El presidente del Tribunal, el magistrado español José María Tomás Tío, sentenció al término de la simbólica audiencia: “El Tribunal ha declarado la responsabilidad del Estado en las torturas, ejecuciones sumarias, desapariciones forzadas y masacres de miles de personas durante el conflicto civil de este país. Asimismo, ha pedido la derogación de la Ley de Amnistía y la apertura de una investigación oficial que acabe con la impunidad de los responsables. Y para las víctimas pide un resarcimiento moral y económico, personal y colectivo”.

TENEMOS
ESTA CUENTA PENDIENTE

El Tribunal se instaló junto a las tumbas de los seis sacerdotes jesuitas asesinados en 1989 por el ejército salvadoreño y ante una pintura de Monseñor Romero, quien fue abogado “de oficio” de tantas víctimas de su pueblo en aquellos tormentosos años.

El rector de la UCA, el jesuita José María Tojeira, explicó el significado del Tribunal con estas palabras: “Negada la justicia a tanta gente buena que fue simplemente masacrada y sepultada en el olvido por la ley de amnistía, creemos que nuestra sociedad tiene todavía la cuenta pendiente de llevar adelante el proceso de verdad, justicia, reparación de las víctimas y reconciliación en el perdón del que hemos hablado desde hace tantos años. Este Tribunal trata de dar esa compensación moral a las víctimas que nunca recibieron ni siquiera las gracias por despertar nuestra conciencia, nuestra legítima indignación y nuestro deseo de una paz con justicia. Y trata de señalar el camino de lo que debe ser una vía de reconciliación que no caiga en el absurdo “perdón y olvido” al que nos abocó la ley de amnistía”.

HABLA UN SOBREVIVIENTE
DEL SUMPUL

Ante el Tribunal rindió testimonio durante veinte minutos, con serenidad, firmeza y dignidad, Julio Ernaldo Rivera, sobreviviente de la masacre del río Sumpul, ocurrida en 1980.

El 14 de mayo de aquel año, tropas del Destacamento Militar número 1 de Chalatenango, la Guardia Nacional y elementos del grupo paramilitar ORDEN ejecutaron una de las masacres más emblemáticas de la guerra salvadoreña. En el río Sumpul decenas de salvadoreñas y salvadoreños fueron asesinados. La mayoría eran niños, niñas, mujeres, ancianos y ancianas que intentaban huir hacia la vecina Honduras, pero los militares les bloquearon el paso. Aunque siempre se ha intentado negar este crimen, testimonios como el de Julio Rivera, que perdió lo que le quedaba de su familia en aquella masacre, dan cuenta de las atrocidades cometidas. Veintinueve años después, Julio contó ante el Tribunal todo lo ocurrido entonces. Recogemos integro su conmovedor testimonio:

“Quiero empezar saludando a este honorable tribunal. Como han dicho antes, por primera vez en 29 años se nos brinda la oportunidad de ser escuchados y al tenerla nos sentimos útiles y valorados. Sentimos que se les está dando el lugar que se merecen las víctimas y nosotros, los sobrevivientes. Mientras nosotros luchamos y trabajamos por reivindicar a las víctimas, otros quieren borrarlas y están dispuestos a poner todos los dólares que sean necesarios para tachar esa historia, para que las victimas queden olvidadas. Así es que reitero mis agradecimientos para todos y todas”.

“TODA MI FAMILIA
FUE ASESINADA”

“Mi nombre es Julio Ernaldo Rivera Guardado, Hoy tengo 37 años, pero en el año de la masacre tenía 7. Soy el único sobreviviente de una familia. Todos fueron asesinados por esta guerra cruel e injusta.

El 16 de enero de 1980 fue asesinado mi primer hermano, el más querido. Tenía 13 años. Era con él que jugaba, con él que peleaba, con él que iba a dejar la comida a mi padre cuando estaba trabajando en el campo. A él lo mató la Guardia Nacional de Las Vueltas con tres disparos con un arma llamada G-3 y también con la acción de agentes paramilitares de ORDEN, que con tres machetazos le volaron la cabeza. Uno de los actores principales de esa acción era, hasta hace poco, el alcalde del municipio de Las Vueltas por parte del partido ARENA, uno de los peores errores, ya que un criminal de esa talla no debería ejercer cargos públicos en lo que le quede de su vida”.

“¿POR QUÉ EN EL CIELO
NO HAY TELÉFONOS?”

“El 11 de marzo de 1980 fue asesinada mi madre junto al resto de mis hermanos. Ahí me quedé botado en una quebrada, completamente desamparado. Una señora me recogió, me llevó a su casa y me escondió porque el jefe de los paramilitares se enteró de que yo había sobrevivido y él había dicho: “Mi misión es no dejar semilla de esa familia”. Efectuó tres nuevos operativos buscando de casa en casa para matarme y así cumplir con su amenaza contra la familia Rivera. Yo tenía siete años nada más.

Antes habían corrido la misma suerte mis dos tías. Habían sido violadas y torturadas. Las arrastraron por una calle empedrada y posteriormente les quitaron la vida. El 14 de mayo, en Las Aradas del Sumpul, otros trece miembros de mi familia fueron asesinados. Ya estaba muerta mi madre, mis tías y todos mis hermanos, solo sobrevivían mis primos, pero los mataron en esa masacre del Sumpul y así se acabó toda mi familia. Veinte miembros brutalmente asesinados sin ser guerrilleros. Eran personas de la población civil.

Mi mamá era miembro del Comité de Presos Políticos y Desaparecidos y el delito del resto de mis hermanos
y de mi familia era pertenecer a la Unión de Trabajadores del Campo (UTC), que luchaban pacíficamente tomándose la catedral, haciendo concentraciones y marchas aquí, en San Salvador, para pedir salarios justos, respeto a la vida
y a los derechos humanos. Así se acabó toda mi familia. Cuando veo a los que tienen familiares en Estados Unidos
u otros países y que les llaman por teléfono, no puedo menos que sentir un poco de envidia y decir ¿Por qué en el cielo no habrá teléfonos? Todos tienen esa oportunidad todos tiene ese gusto de que suene y recibir esa llamada
de su pariente que está en otro país, solo a mí no hay quien me llame”.

“VOY A CONTAR
TODO LO QUE RECUERDO...”

"Voy a contar todo lo que puedo recordar de la masacre. A mis siete años fui privilegiado porque pude pasarme el río Sumpul con mi padre unos días antes. El 13 de mayo Las Aradas ya estaba militarizada. Ésta es una zona que se presta estratégicamente para un crimen porque esta rodeada completamente por serranías y por el otro lado está el río enfurecido. Ese día me encontraba en territorio hondureño, en una aldea que se llama San José. Entre el lugar de la masacre y la aldea sólo está el río, por lo tanto, estaba escondido del otro lado, en una pequeña altura detrás de unos árboles. Con mi padre y con otros hermanos hondureños pudimos ver y escuchar con precisión todo lo que estaba sucediendo.

Quiero ratificar que éste fue un complot muy bien montado y previamente planificado por el gobierno salvadoreño
y el hondureño. Por El Salvador tuvieron participación activa el Destacamento Militar numero uno, la Guardia Nacional
y la Fuerza Aérea. Una de las acciones de la Fuerza Aérea fue destruir un puente hamaca que unía los dos territorios
para que ningún salvadoreño pudiera salvar su vida utilizándolo. Los elementos paramilitares de ORDEN también participaron activamente porque ellos sabían identificar todos los lugares donde las víctimas se podían refugiar, donde se podían esconder. Ellos también incursionaron en territorio hondureño, se unieron con soldados de ese país para identificar a los que estábamos refugiados y que nos expulsaran.

Fue así como el ejército hondureño, unos días antes de la masacre, lanzó un tremendo operativo de búsqueda de salvadoreños casa a casa, montaña a montaña, quebrada a quebrada y a punta de fusil, con golpes, empujones e insultos los que estábamos en ese territorio éramos capturados, traídos a la fuerza y lanzados a El Salvador. Una de las consignas de los soldados hondureños era “¡Fuera guanacos, a echar pulgas a su territorio!”Si no saben que es pulgas, es un pequeño insecto, muy dañino y que está en los perros y en los cerdos. Así éramos tratados por el ejército hondureño”.

“¿CÓMO PUDE SALVARME”?

“¿Cómo pude salvar la vida con mi padre? Bueno, eso fue una verdadera obra de Dios. Los que pudimos nos escondimos de los soldados hondureños y de los paramilitares, hasta debajo de las piedras si era posible para no ser encontrados. Ya todos los salvadoreños habían sido expulsados, pero mi padre y yo habíamos logrado escondernos debajo de un montón de maleza seca al pie de una quebrada.

Ahí estábamos cuando un soldado hondureño nos descubrió, llamó a los otros y les dijo: “Miren, acá no hay nada, solo están este niño y este anciano que son salvadoreños pero no vamos a cometer el delito de entregarlos al ejército salvadoreño para que los maten. Dejémoslos”. Nos pidieron que saliéramos del escondite, nos llevaron a una casa próxima y dijeron: “A este niño y a este anciano vamos a dejarlos aquí. Ustedes manténgalos mientras pasa la masacre porque al ser un niño y un anciano no quiero que también perezcan”. Como bien dice el evangelio en medio de las ovejas están los lobos, y aquí al revés, en medio de los lobos también había ovejas y este soldado hondureño quiso salvarnos la vida. Yo tenía siete años y mi padre más de sesenta. Así pudimos escapar.

FIERAS SEDIENTAS DE SANGRE

Cuando estuvimos en ese pequeño cerro, cubiertos con la maleza pudimos presenciar todo lo que ocurría al otro lado. Vimos cómo empezó el ametrallamiento. El ejército hondureño cerró completamente el paso hacia Honduras para que nadie pudiera pasar. El salvadoreño hizo una emboscada, cercó a la gente y cuando el círculo estaba cerrado, empezó la masacre. Ametrallaron indiscriminadamente a la población, que en su mayoría eran niños, ancianos, mujeres embarazadas, gente que había sufrido, había aguantado hambre, que ya no podían más, entonces se habían concentrado en ese lugar. Si una equivocación cometieron fue pensar que esos soldados, esa guardia, ese gobierno tenía sentido humano, como tantas veces se proclama. Si un error cometieron fue creer que al ser niños, ancianos, mujeres embarazadas y enfermos les iban a respetar la vida. Pero a estas fieras sedientas de sangre no les importaba que fuera gente indefensa, igual cometieron la terrible masacre”.

“TODO ESO TUVIMOS QUE VER”

“Vimos cómo ponían a hombres en fila y los ametrallaban cobardemente. Vimos como los niños eran arrebatados de los brazos de sus madres tirados al aire, cachados con sus enormes cuchillos y luego lanzados al río Sumpul. Hay testimonios de personas que sobrevivieron y que viven en el municipio de Las Vueltas, como doña Chinda. Ella todavía está viva y lo que dice es que a las mujeres embarazadas se les tiraba con una patada o un culatazo al suelo y con los cuchillos les abrían los estómagos, les sacaban los fetos y tras la sonora carcajada de los soldados de los militares y de los guardias las lanzaban al río. Todo eso tuvimos que ver.

También oíamos los llantos tristes de los niños. “¡Mamá, mamá, papá, papá; vámonos, corramos!”. Podíamos escuchar el llanto de las madres pidiendo clemencia: “¡No nos maten, no somos guerrilleros, somos población civil, no debemos nada!” Pidiendo que por lo menos le perdonaran la vida a sus niños. Y ante eso la respuesta eran risas, insultos, ametrallamientos y traspasos de cuerpos con sus enormes cuchillos.

Mucha gente luchó por salvar su vida y sí, algunos, gracias a Dios, lo consiguieron. Cómo no mencionar aquí -ya que se habla tanto de los próceres, de los héroes- al padre Beto, norteamericano, al padre Fausto Milla, hondureño, y al laico Mario Arguiñal, quienes desafiando el peligro desde el lado hondureño y enfrentándose cuerpo a cuerpo con los soldados de ese país, rompieron el cerco militar, se metieron al centro del río Sumpul y les arrebataron a los soldados salvadoreños de las manos, casi de los fusiles, a los niños para pasarlos al otro lado.

Los soldados se oponían pero los dos sacerdotes y el laico batallaron y pelearon a empujones, a codazos, a como diera lugar. Y así le salvaron la vida a muchos niños, a varios ancianos y a varias mujeres. Esas personas merecen estar en esa calle de San Salvador, que oigo que se llama la Calle de los Próceres. Ya uno de ellos ha muerto”.

LA PEOR AFRENTA,
LA PEOR OFENSA

“Así fue como nosotros vivimos esa terrible historia. Eso fue lo que mis ojos pudieron ver y lo que mis oídos pudieron escuchar. Ya es un logro, como dije inicialmente, que se nos esté oyendo. Eso nos reivindica y nos anima a seguir luchando con fuerza para que se haga justicia, porque nosotros no pedimos venganza ni la pena de muerte para los actores materiales e intelectuales de tanto crimen, sencillamente estamos pidiendo que se haga justicia, que se establezca la verdad.

No sé si se imaginan qué triste y lamentable es para nosotros cuando los sucesivos gobiernos después de la masacre, incluyendo al actual, y los medios de comunicación niegan la existencia de dicho crimen, de sus víctimas, y se oponen a que se mantenga viva la memoria y la historia. Y por esos medios hemos sido testigos cuando hay personas como Benjamín Cuellar (director del IDHUCA), que piden justicia y que se establezca la verdad. Cómo muchos funcionarios de gobierno, ministros y diputados niegan profundamente que se hayan hecho tales masacres, acusan de que fueron combates y que las posibles personas que murieron -pocas según ellos- eran guerrilleros, terroristas. Ésa es la peor afrenta que pueden sufrir muestras víctimas y la peor ofensa que se nos puede hacer a los sobrevivientes”.

HERIDAS ABIERTAS

“Dicen ahí que no se pueden abrir las heridas y tienen razón porque están abiertas y no se puede abrir lo abierto, ¿verdad? Esas heridas están sangrando y no se pueden cerrar hasta que no haya una curación, hasta que no sane todo ese dolor, toda esa angustia y toda esa tristeza. Solamente van a sanar cuando haya un verdadero proceso de reconciliación. Los gobiernos anteriores, el actual y el que viene, tienen la gran responsabilidad de establecer la verdad y la justicia, y deben hacerlo. Ellos pueden saber quiénes eran los que estaban en el Destacamento Militar, en la Guardia Nacional o en los distintos cuerpos de seguridad en el momento en que se cometieron esas masacres. El Ministerio de Defensa, el de Seguridad Publica y Justicia, la Fiscalía: ellos pueden establecer la verdad y la justicia. Eso les estamos pidiendo”.

“¿PEDIRME QUE OLVIDE?”

“El ex-Presidente de la República, Alfredo Cristiani, decretó perdón y olvido. Usurpó a Dios porque solo Él puede perdonar. Sí puede haber perdón, pero no olvido. ¿Cómo voy a olvidar lo que viví ese 14 de mayo en 1980 en las riberas del Sumpul? ¿Cómo voy a olvidar cuando vi cómo asesinaban a mi madre? Jesús Guardado se llama el que la asesinó. Era primo hermano nuestro, por desgracia. Él dio la orden para que asesinaran a mi familia y no contento con eso dijo: “De ésta me encargo yo”, de mi mamá, que era su prima hermana. “A ésta la quiero matar personalmente”. Yo vi cómo mi madre era tomada del pelo, lanzada de una terrible patada en la cabeza al suelo y acuchillada.

¡Cómo el gobierno puede sentir la solvencia y autoridad para pedirme que olvide! Y esto no es rencor, esto es justicia, esto es verdad. Claro que debe haber perdón cuando los autores materiales e intelectuales, sobre todo, sean capaces de pararse ahí enfrente o si les tiemblan mucho las piernas, sentaditos, y reconozcan que aquí se cometieron esos crímenes, que sí se hicieron esas masacres, que ellos las hicieron y que pidan perdón. Sólo así puede dárseles. Yo desde que era chiquito e iba a catequesis a prepararme para la primera comunión me dijeron que el primer paso para ser perdonado es reconocer el pecado. Pero estos autores intelectuales y materiales no reconocen su pecado y niegan la existencia de los crímenes”.

“QUE LO RECONOZCAN”

Ése es el llamado que queremos hacer al gobierno de turno, al que viene y a los que vendrán: una verdadera investigación y no amañada o coyuntural, sino una que establezca la justicia y la verdad. También es necesaria una reparación, no con fines de lucrar a las víctimas económicamente porque, como bien lo dijo uno de ustedes: “No se paga la vida de alguien con dinero”. Pero sí que haya una manera de reparar todo ese daño que se hizo.

Que se reconozcan los días históricos como la masacre del Sumpul, la del Mozote y otras tantas. Que sean decretadas como días nacionales, en vez de negarlas, que no se haga caso omiso ante esa realidad.

Lo básico y lo esencial, me parece, es que se reconozca lo sucedido dándole el valor y la importancia que las víctimas tienen, que haya reparación y que los autores intelectuales y materiales pidan perdón para que haya una efectiva reconciliación.

Las leyes no establecen que se pueda pedir perdón. Me parece que las leyes tampoco decían que se podía matar tan indiscriminadamente ni establecían, como dijo acá el señor José Ramón (uno de los jueces invitados), que se atropellara tan brutalmente a los niños. Y sin embargo, en este país, cuando conviene, se hace caso omiso de las leyes y se cometen todo tipo de atrocidades.

Yo termino aquí y nuevamente les agradezco y, como dijo Monseñor Romero, si un día destruyen mi obra y nos matan, cada uno de ustedes conviértanse en un micrófono de la verdad. Es lo que quiero pedirles para que pueda volar y trascender, y se pueda saber en el mundo entero lo que realmente sucedió en nuestro país”.

DIEZ PETICIONES,
DIEZ DESAFÍOS

Antes de que el Tribunal leyese la sentencia, y después de escuchar otros testimonios -el de Juan Bautista, sobreviviente de la masacre de El Mozote, el de Gloria Giralt de García Prieto, a quien le asesinaron a su hijo, el de Orbelina Figueroa y Catalina Alfaro, sobrevivientes de la masacre de La Raya, y de otros más-, Julio Rivera, a nombre de todos y todas, leyó las diez peticiones que había escrito a mano en una página mientras escuchaba a sus compañeros de dolor:

“-Derogación de la Ley de Amnistía. -Reparación integral de las víctimas (salud, educación, vivienda, atención a ancianos sobrevivientes). -Que el Estado pida perdón público a las víctimas por todos los hechos. -Que se reconozca un día nacional para las víctimas de todas las violaciones. -Se aclaren los hechos de los desaparecidos y se conozca la verdad de todos los hechos. -Se incluya e institucionalice en los programas de educación el conocimiento de la verdad, en escuelas y cuarteles. -Se construya un museo en cada departamento. -Comprar tierras donde se efectuaron las grandes masacres y declarar oficialmente esas tierras camposantos y tierras sagradas. -Cementerios en distintas zonas a los caídos. -Creación de monumentos a los caídos y desaparecidos”.

Eso es lo que pidió Julio. Lo que piden todos, desde su dolor, que ya ha perdonado, pero aún no olvida. El nuevo gobierno de Mauricio Funes tiene aquí uno de sus más importantes desafíos.

EL TESTIMONIO DE JULIO Y LA NOTICIA APARECIERON EN “CARTA A LAS IGLESIAS” UCA – EL SALVADOR, 1-30 ABRIL 2009.

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