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Universidad Centroamericana - UCA  
  Número 201 | Diciembre 1998

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Nicaragua

Wiwilí con o sin Mitch: radiografía del subdesarrollo

Envío viajó a Wiwilí, uno de los muchos puntos de la geografía nicaragüense herido por la furia del Mitch. El huracán desnudó los rezagos que ya tenía nuestro "desarrollo": el desamparo del mundo rural. Nos hizo un diagnóstico en blanco y negro. Como una radiografía.

José Luis Rocha

Wiwilí, al Norte de Nicaragua no estuvo en el ojo de la tormenta. No fue castigado con la severidad que padecieron otros municipios norteños. Los cerros de Wiwilí lucen intactos, en marcado contraste con los que se ven en el trayecto que une Matagalpa y Jinotega, buena parte de ellos desgarrados, señalados por los gigantescos arañazos de los derrumbes. Salvo los cultivos -sobre todo de maíz- y los pastos asentados en las vegas de los ríos Coco y Cuá -que quedaron arrasados- la infraestructura productiva afectada directamente por los diluvios del Mitch fue relativamente mínima en Wiwilí.

A pesar de todo, las cifras de Wiwilí expresan daños en modo alguno despreciables. De acuerdo a datos del Comité de Emergencia Municipal y de la Alcaldía, fueron afectadas 1 mil 346 familias, 39 comunidades y 7 mil 944 personas (5 mil 143 son niños). En total, el 21% de la población total del municipio. Quedaron destruidas 1 mil 346 viviendas, 4 centros de salud, 22 escuelas, 6 mil 121 manzanas de frijol, 302 de café, 209 kms. de carreteras, 242 mil kms. de cerco de alambre y 52 beneficios de café. Al 19 de noviembre, 5 mil 52 personas permanecían aún en refugios, dependiendo enteramente para su alimentación de donaciones humanitarias.
Los damnificados son fundamentalmente quienes habitaban en la ribera del río Coco, principalmente los pobla- dores del casco urbano. En una sóla noche vieron reducirse a nada todas sus pertenencias. Aunque la crecida del río Coco fue gradual, lo inusitado del fenómeno no invitó a tomar las precauciones necesarias y sólo a última hora, la mayoría huyó con lo poco que pudo agarrar. El agua les llegaba ya a la cintura. El torrente incontenible arrasó con cuanto encontró a su paso. Cuando las aguas fueron bajando, pusieron al descubierto el saldo de la catástrofe: barrios enteros borrados del mapa, el cementerio sepultado bajo una capa de dos metros de lodo y los muertos arrancados de sus lechos, casas donde sólo quedaron visibles las últimas filas de bloques, caminos intransitables, monumentales árboles centenarios arrancados de cuajo y depositados en la costa, exhibiendo la maraña de sus raíces junto al río... Las pérdidas de Wiwilí y la de la mayoría de las gentes de otros lugares de Nicaragua apenas representan sólo cifras en los balances económicos globales. Dirán que poco perdió quien poco tenía. Sin embargo, son daños que tienen un impacto considerable sobre nuestra pequeña economía.



El famoso "banano caraceño"

Desde 1989 el municipio de Wiwilí pertenece al departamento de Jinotega. Es el "cumiche" -el más joven- de los municipios del departamento. Ocupa el ángulo sureste del territorio, una zona montañosa, regada por el curso navegable del río Coco o Segovia, y situada a 295 metros sobre el nivel del mar. Su extensión territorial es de 3 mil 11 kilómetros cuadrados y su cabecera municipal se encuentra ubicada a 270 kms. de la ciudad de Managua. La población es de 38 mil 26 habitantes: 6 mil 56 (16%) residen en el área urbana y 31 mil 970 (84%) en el área rural. La densidad poblacional es de 13 habitantes por kilómetro cuadrado, una de las más bajas de Nicaragua.

En los últimos años, Wiwilí ha venido reportando un crecimiento económico sostenido, particularmente apreciable en la expansión cafetalera. El área cultivada con café se incrementó en la década de los 90, pasando de 3 mil 879 manzanas en 1993 a 10 mil en 1998. La mejora de los precios internacionales del café fue la leña en la locomotora de esta producción. Sin sortear los peligros de una especialización en monocultivo y de la imposibilidad de conseguir mano de obra suficiente en los períodos pico de trabajo -el tiempo de la cosecha-, el café reactivó la zona. La multiplicación de los establecimientos comerciales y la variedad de su oferta reflejan una sensible mejoría en la capacidad adquisitiva de su gente. Aun después del Mitch, sólo el gran consorcio comercial AGRESAMI -que los lugareños suponen propiedad de altos jefes del ejército y de los omnipresentes hermanos Centeno- ha conseguido acopiar ya más de 4 mil quintales de café.

El privilegiado régimen de lluvias que existe en esta zona y la variedad de cultivos que pueden ser desarrollados en sus fértiles suelos -frijoles, ganado, café, tomate, chilla, repollo y banano- han convertido a este municipio en receptor de migrantes de las zonas secas del país, especialmente de Estelí. Este crecimiento y estas potencialidades son enteramente desconocidos para los managuas, acostumbrados a consumir alimentos sin informarse de su procedencia. Pequeños comerciantes originarios del departamento de Carazo -"los fenicios de La Concha", como han sido llamados por un sociólogo- acuden constantemente a Wiwilí en busca del bananos, que almacenan y maduran de forma escalonada a punta de químicos para después hacerlos pasar en los mercados de Masaya y Managua como los famosos "bananos caraceños". Wiwilí y los poblados de los alrededores no han conseguido imponer su marca.



Una ciudad en rompecabezas

Más allá de su incipiente y relativa bonanza económica, Wiwilí es, ante todo, un pueblo dividido por las aguas del río Coco y más de mil inquinas. En el tiempo, Wiwilí se fue construyendo sobre las dos márgenes del río. Esto marcó su desintegración. La alcaldía, el parque y la iglesia, habitualmente agrupados en la arquitectura de cualquier poblado, están en Wiwilí en muy distintos y distantes lugares, como expresión de las desavenencias locales. Cacicazgos, rivalidades políticas, reyertas familiares, se mezclan y refuerzan un coctel molotov del subdesarrollo. Cada uno de los dos trozos del poblado recibe un sobrenombre: Wiwilí-Jinoteguita y Wiwilí-Nueva Segovia, de acuerdo al departamento con que comunica su carretera. Ningún puente cruza el río Coco. Todo el tráfico entre las dos orillas está en manos de los prácticos de los botes, que cobran 5 córdobas (50 centavos de dólar) el viaje por persona.



No sólo de frijoles viven...

Los donativos que llegaron al municipio tras el paso del huracán Mitch también se vieron envueltos en las reyertas locales. El descontento cundió en ambas márgenes. Surgieron versiones contradictorias. Unos opinaron que "los que coordinan se lucran con las ayudas, la misma gente les `echa carbón' y por eso se suspenden las ayudas". Otros sostienen que "el coordinador del Comité de Emergencia es bien `pilas puestas' y ojalá él fuera alcalde." En cualquier caso, las disputas provocaron que muchos organismos repartieran la ayuda a diestra y a siniestra y sin mediación de las autoridades locales. Los camiones casi eran emboscados por la multitud antes de llegar a su destino.

Diariamente ha venido aterrizando un helicóptero con comida y con medicinas. Los pobres de siempre, damnificados por el sistema, están más damnificados que los damnificados por el Mitch y reclaman ayuda. Bandadas de ellos hormiguean por los caminos enlodados, se abren paso hasta los camiones repartidores y en torno a ellos se congregan hasta obtener una ración. Posteriormente, venden el premio a su perseverancia. El quintal de frijol de donación lo venden a mitad del precio que tiene el frijol en el mercado local. Y es que no sólo de frijoles viven los damnificados...



"¿Quién me ajusta ese chelín?"

La ayuda humanitaria es escasa y quizás no llegará suficiente ayuda para lo que es fundamental: viviendas, caminos y capital de trabajo. Fueron 1 mil 346 las viviendas destruidas. La OEA financiará, con capital de Taiwán, la construcción de la mitad. También existe un proyecto "Plan-techo" en base a láminas de zinc provenientes de Alemania. Pero esto no satisface la demanda. "Esto no alcanza –decía un alarmado damnificado-. ¿Quién va a ajustar ese chelín?"
La destrucción de los caminos está obstaculizando el comercio. Los clamores más perceptibles provienen de los cafetaleros, aun cuando también multitud de pequeños empresarios rurales se ven afectados. La venta del ganado menor -que proporciona ingresos para enfrentar la emergencia -por constituir tradicionalmente "la alcancía del pobre"- se ha visto seriamente limitada. Quienes perdieron parte o la totalidad de sus cosechas han querido solventar la necesidad inmediata de dinero vendiendo sus cerdos. Pero el mal estado de los caminos impide este comercio. Y tampoco hay alimentos para seguir engordando a los cerdos. Los comerciantes tampoco tienen capital de trabajo. Están reubicándose. La mayoría tenía sus establecimientos a orillas del Coco. Pero tampoco hay demanda: los comedores están anegados de lodo y domina el pánico a las epidemias.


Llega el gusano-Mitch

El daño más grave de todos se lo hizo el Mitch al frijol. El frijol es el eje de la acumulación para muchas familias en Wiwilí. Para algunos, el ganado es casi su seguro de vida. Pero los saltos en el crecimiento patrimonial se dan en base a golpes de suerte con el frijol. En muchos casos las siembras tienen extensiones considerables: 10, 20 y hasta más de 30 manzanas, habilitadas con esfuerzo propio, sin que llegue ni un centavo del aún intangible Fondo de Crédito Rural, supuesto promotor de la producción de granos básicos.
Las pérdidas de frijol en el municipio fueron de casi el 100% de la siembra de postrera. Los vientos del Mitch, sin ser huracanados en esta zona, dejaron un rastro apocalíptico en forma de unas mariposas negras que depo- sitaron los huevos de un gusano jamás visto anteriormente en la zona, y de una voracidad insaciable. "Esto nunca se había conocido. Debe ser el final de los tiempos", dice Santos, productor de Los Placeres del Cuá, describiendo los estragos del ya apodado gusano-Mitch.

En ausencia de un depredador (virus, bacteria, insecto...) que controlara el desmedido crecimiento poblacio- nal del gusano-Mitch -típica situación de desequilibrio ecológico-, éste arrasó con todas las manzanas de frijol del municipio, cubriendo un radio de acción notablemente amplio. "Es cuerudo, no le calaba el veneno. Y viera cómo crujían las hojas cuando le cayó ese gusano. Ya cuando está bien criado hace gran ruidaje ese animal", dice un productor que encontramos en el camino aporreando sus frijoles.

Luciendo camiseta Calvin Klein -las que en un centro comercial no bajan de los quince dólares, y en los bultos de ropa usada no llegan a los dos- otro productor nos cuenta: "Algunos están capeando unas gavillas de frijoles. A mí me quedó esa burrita de frijol que en aquel cerro verdea. Pero, en un día, ¿qué puedo aporrear? A lo más, un quintal. Puro bejuco con frijolitos todos vanos, pecosos y menuditos. ¿Qué va a agarrar ahí, si el gusano ya se hartó el frijol? Y al frijol que no lo agarró el gusano, lo agarró el chamusco (bacteriosis). Siempre la misma aguazón. Sólo se capeó el frijol que sembramos de último. Pérdidas como las de este año jamás se habían visto. Ni el ratón, ni el lipe (babosa) ni la mosca blanca han hecho tanto daño."
Por añadidura, el período lluvioso ya terminó en muchas comarcas y es imposible pensar que la siembra de apante -la última del ciclo agrícola- los va a resarcir. A esto se suma el peligro de que la plaga del gusano-Mitch haya quedado en la zona en estado de letargo, como amenaza latente. En muchos casos las pérdidas en frijol suponen inversiones de más de diez mil córdobas (mil dólares) cantidad considerable para estas economías. Esa cantidad es, de hecho, el precio de cinco manzanas de tie- rra, último recurso que tienen estos productores para can- celar sus deudas en caso de insolvencia.

El reto es resarcir a los productores de sus pérdidas en frijol y proporcionarles semillas para la siembra de apante, y también dar alternativas a las zonas donde no es posible sembrar de apante. La pérdida de frijoles -en Wiwilí y en todas las otras zonas golpeadas por el Mitch- tiene múltiples consecuencias. No sólo afecta los ingresos directos de los productores. También hace inviable su estrategia de pago. Habitualmente, el productor que saca un préstamo lo invierte en ganado. Pero, para no retroceder, paga con lo que saca de la agricultura. Ahora, muchos tendrán que pagar los préstamos que sacaron con la venta de los mismos animales que compraron -si es que no se les ahogaron-. Así, quedarán sin capital de trabajo para el próximo ciclo.

Aún con tantas penalidades, la vida no se detiene en Wiwilí. Los comerciantes reinstalan sus mermados inventarios en unos tenderetes provisionales; los campesinos aporrean el poco frijol que rescataron del diluvio, del chamusco y del gusano-Mitch; y los caminos se han comenzado a rehabilitar. Aun creyendo que vive "en el final de los tiempos", don Santos ya tiene preparado el terreno y comprada la semilla para la próxima e inmediata siembra. La vida continúa. Un campesino condensa así su esencia: "Un año de suerte, un año de tuerce, así vamos."


Transformaciones del paisaje

Wiwilí, ¿es un caso paradigmático de cómo afectó el Mitch al desarrollo local? No podemos presentarlo como el municipio más golpeado. Pero sí como un caso de la forma en que, con o sin Mitch, el desarrollo en Nicaragua tiene sus frenos, agudizados u ocultados por fenómenos como el Mitch. También sobre esas transformaciones bruscas que causan los fenómenos de la Naturaleza se escribe la historia humana.

Con o sin deforestación y recalentamiento del clima, la geografía siempre ha sido objeto de transformaciones. Fernand Braudel, el famoso historiador francés, relata cómo en 1590, grandes inundaciones anegaron la marisma toscana, en Italia, causando de golpe la ruina de las sementeras: "La marisma era, con el Val de Arno, el verdadero granero de Toscana; de ahí que ante la inmensidad del desastre, el gran duque se viera obligado a ir hasta Danzig (primera vez que ocurre esto) a conseguir trigo para salir a flote (...) Las aguas de la montaña descienden como torrentes embravecidos, sin que nada las contenga. Cauces secos durante el estiaje se convierten muchas veces, durante el invierno, en torrentes impetuosos. En los Balcanes, los puentes turcos son muy altos, construidos en arco y sin pilares centrales, con el fin de ofrecer la menor resistencia posible a las súbitas crecidas de los ríos."
Un finquero de la zona recuerda el huracán Juana y sus efectos: "Cuando el Juana, tenía 100 cabezas de ganado. De ahí sólo para atrás he ido. Perdí la casa. Se la llevó el Cuá. Perdí el café cortado y la plantación. Tuve que vender 40 cabezas de ganado para levantarme de nuevo."


"Ya estábamos damnificados"

Las zonas montañosas son zonas donde los arroyos se despeñan. En cambio, las planicies son, casi siempre, colectoras de agua. En la montaña, los derrumbes; en los valles, las inundaciones. Para evitar los desastres hay que tomar mil precauciones: construir presas, embalses, canales de desagüe. Todo lo que en la zona Norte de Nicaragua brilla por su ausencia. Para posibilitar la vida en las zonas rurales hay que invertir, dotarlas de un riego fertilizador, surcarlas de caminos, sin los cuales el transporte y la agricultura serían imposibles. Muchas zonas del Primer Mundo -hoy en día imagen de la prosperidad- han llegado hasta ahí como culminación tardía y penosa de siglos de esfuerzos colectivos. Queremos un campesinado que sostenga la seguridad alimentaria, que exporte granos básicos, café y ganado, que reforeste y que no migre a las ciudades, pero no le proporcionamos siquiera los caminos para sacar la cosecha. Así, cualquier Mitch les quiebra su frágil columna vertebral. El reto está en lograr que los efectos de los desastres naturales no sean tan severos, que no encuentren a los pobres tan desprotegidos a causa del desastre social que los mantiene en el desamparo. Todo lo ocurrido exige una reflexión sobre el desarrollo y sobre lo que hay de permanente Mitch en zonas como Wiwilí.

Alguien dijo: "Ya estábamos damnificados". Y dijo bien. Peor que el gusano-Mitch son las bandas de asaltantes acampadas desde el final de la guerra de los años 80 en esta región. No es tanto el daño coyuntural que en los caminos causó el Mitch como el daño que produce la falta inveterada de vías de acceso a muchas comarcas y caminos que se mantienen, sin huracanes, en permanente mal estado. No fue tan grave el deslave que produjo el Mitch como el que, de manera cotidiana, genera el uso inadecuado de los suelos. Además, no fue tanta la infraestructura destruida por el Mitch porque apenas existe la infraestructura mínima...



Bandas de asaltantes y montañas

Las bandas armadas de asaltantes son uno de los frenos al desarrollo con el que los pobladores de Wiwilí se ven obligados a convivir. Estructuralmente, son el reflejo de lo que siempre han sido las montañas: refugio de hombres al margen de la ley. Sólo hombres "de ñeque", emprendedores, dispuestos a todo y hechos a vivir bajo su propia ley, se atreven a "romper montaña". Las ideas de justicia no penetran por estos lados. Cada quien impone su ley con su pistola. Todos los vínculos de coacción y sujeción que la civilización -en el orden social y político o en el de la economía monetaria- impone en otras partes, no tienen peso aquí. Coyunturalmente, la presencia de las bandas de asaltantes es reflejo de la ingobernabilidad del país y de su insatisfactoria situación económica.

Don Wenceslao Montenegro nos relató brevemente su experiencia con las bandas: "Hace dos años trataron de secuestrarme. Entonces dejé botada mi finca en La Esperanza, en el cerro Kilambé, y me vine a este lugar junto al Cuá. Allá tenía 8 manzanas de café tecnificado, 20 de zacate estrella y 2 de zacate taiwán para el verano, 7 manzanas de montaña, motosierra, agua en la casa... Todo eso palmó y empecé de nuevo. Lo dejé por huir de las bandas. Antes allá sólo habían unos breñales, una montaña ociosa, y yo levanté todos los cultivos. Hoy de nuevo es lo mismo, porque aquel a quien yo le vendí no se mantiene en el lugar."
Enfrentar la perturbación de las bandas armadas significa recrear el mito de Sísifo: recomenzar una y otra vez partiendo casi de cero. Toda la capacidad instalada productiva permanece subutilizada y es continuamente abandonada. Nuevos inversores son desalentados antes de dar el primer paso. Las bandas no han encontrado atractiva ninguna oferta de desarme y persisten como una prolongación del período bélico, como una rémora al desarrollo. Son peor que el Mitch y son más duraderas.



Por los caminos no van los campesinos

Más peso negativo que ningún otro freno lo tiene la falta de carreteras y el pésimo estado de las pocas existentes. Por los caminos no van los campesinos. Van por cualquier trocha mal desbrozada. Y aunque van, no van muy lejos ni con mucha carga. El hecho de que tome nueve horas llegar a Wiwilí desde Managua, cuando la distancia entre ambos puntos no llega a 300 kms., es bastante significativo. Esa distancia puede ser recorrida en Honduras en sólo tres horas. A ello se debe que Honduras, aun después del Mitch, haya podido seguir colocando sus naranjas en los mercados nicaragüenses.
Hablemos de Honduras, país desplomado económicamente por el huracán. Las naranjas, los jugos y leches en cajas procedentes de Honduras atraviesan más de mil kilómetros para colocarse en los mercados nicas, en tanto que la leche de Wiwilí no puede llegar a Jinotega -a menos de 90 kms.- más que convertida en queso. En Honduras, los camiones acopiadores de leche llegan hasta el último rincón ganadero del territorio y permiten así el procesamiento industrial de la leche. En Nicaragua, el minúsculo desarrollo de la red vial y de los eslabones industriales y comerciales nos hacen perder millones en generación de valor agregado. Como se necesitan 4 litros de leche para elaborar cada libra de queso, y 2 córdobas es el precio de cada litro de leche y 6 el de cada libra de queso, hay una pérdida de 2 córdobas de valor agregado por cada libra de queso. Es decir, 6 córdobas diarios de pérdida por vaca.
En estas negativas circunstancias, el queso se transforma en un bien-salario -a los mozos se les paga, en parte, con comida, en la que el queso está presente- y su subproducto -el suero- sirve para la alimentación de los cerdos, claves en el ingreso y en la alimentación de la economía campesina. Esta es la vía que el finquero nicaragüense ha encontrado para optimizar los beneficios de su producción, en ausencia de más eficaces mecanismos de mercado. A pesar de todo, esta situación desestimula la producción ganadera. De ahí que en Wiwilí se observen fincas con cuarenta manzanas de pasto para sólo siete vacas. Algunos de estos mismos finqueros juegan el papel de comerciantes, prestando el servicio de movilizar la producción hacia los mercados de la capital, donde obtienen mejores precios. Pero los costos del transporte y la falta de información que tienen sobre los precios, y que les dificulta negociar con eficacia, minan con frecuencia sus esfuerzos.

Lo mismo que puede decirse de los productos hondureños cabe decirlo de las hortalizas de Costa Rica, que invaden los mercados nicas abriéndose paso desde zonas remotas del país vecino. Este es el diagnóstico que hace un productor: "Aquí es bueno para la hortaliza. Lo malo es lo muy largo del mercado y lo muy caro de los transportes. Aunque aquí haya mejores tierras, no hacemos nada sin los transportes." El gobierno -que se proclama a diario "facilitador"- no invierte en carreteras, pese a que facilitar las comunicaciones es la primera condición de un gobierno eficaz. En la antigüedad, sólo los soberanos con una red de caminos bien estructurada pudieron ejercer un control real sobre territorios y súbditos. La actividad de las bandas de asaltantes se vería probablemente mitigada con más y mejores carreteras.



Uso y abuso de los suelos

Los suelos del trópico son renuentes a las carreteras y proclives a los hundimientos. Con frecuencia resultan socavados y erosionados. Están permanentemente castigados por la modalidad de la agricultura migratoria, tam- bién conocida en Nicaragua como el sistema de "tala, roza, tumba y quema". El campesino pionero de la frontera agrícola llega a "romper montaña", a zonas vírgenes del territorio nacional, donde primero acaba con el bosque y siembra en suelos de fertilidad intacta. Para limpiar su parcela y eliminar plagas del suelo, quema después de rozar. Las cenizas incorporan potasio al suelo, y así la productividad por manzana es, al inicio, sorprendente. Pero un suelo rasurado queda expuesto a la erosión y en pocos años seis, siete, diez años, dependiendo de la pendiente, del viento y de las precipitaciones, los rendimientos irán disminuyendo. Entonces, en lugar de restituir con técnicas apropiadas los nutrientes del suelo para elevar los rendimientos, el campesino opta por migrar más adentro en la montaña para continuar rompiendo frontera agrícola.

La agricultura migratoria, que requiere -comparativamente- extensos terrenos por familia, es el sistema predominante de autosuficiencia y el método de cultivo más usual en zonas húmedo-tropicales. Según los científicos del suelo, el 30% de la superficie mundial cultivada con granos, equivalente a 360 millones de hectáreas aproximadamente, es trabajada bajo este sistema. En el año 1960 la agricultura migratoria alimentó a unas 250 millones de personas, cifra que entonces representaba el 8% de la población mundial.

Pero el sistema de agricultura migratoria es sostenible sólo hasta densidades de población que no superan los 25-30 habitantes por kilómetro cuadrado, aproximadamente un habitante por cada cinco manzanas. En Nicaragua, la necesidad de producir mayores cantidades de alimentos para una población siempre creciente a nivel nacional, y el deseo de los campesinos de mejorar su nivel de vida, han iniciado cambios en el modo tradicional de sembrar y de cosechar. No queda tampoco mucho bosque por tumbar ni es deseable acabar con el que queda. Además, independientemente de los cálculos técnicos relativos a la densidad poblacional admisible para la agricultura migratoria, ésta supone desarraigo humano, destrucción de bosques, contaminación de las cuencas de los ríos y una continua reinstalación de redes sociales y de infraestructura comercial y productiva. Todo esto pone en cuestión el modelo.



Un Mitch permanente

Cuando un campesino derriba un bosque pluvial de tierras bajas, mata las plantas, destruye su sistema de recuperación y provoca que los nutrientes químicos sean arrastrados por el agua hasta los ríos. El suelo va quedando cada vez más estéril. En las tierras tropicales típicas, donde siempre hace calor y donde las lluvias han estado cayendo sobre la gastada superficie del suelo durante miles y miles de años, el suelo casi no tiene nutrientes. En los estuarios de los ríos tropicales se aglomera tanta población precisamente porque pueden vivir de los suelos que bajan de los cerros y que transfieren fertilidad a los valles.

En Wiwilí, el clima y la fertilidad de los suelos son un imán para los flujos migratorios. ¿Por cuánto tiempo? En Wiwilí se siembra en cerros con pendientes de más de 60 grados. La agricultura depredatoria está transformando el paisaje: un Mitch permanente. Sólo la adopción de técnicas de conservación de suelos puede salir al paso de unos rendimientos inevitablemente decrecientes. La Asociación para el Desarrollo Municipal (ADEM) está trabajando desde hace cuatro años en el área de Wiwilí, aceptando ese desafío. El hermanamiento con una ciudad alemana provee de fondos para el funcionamiento de este programa y una extensa red de promotores garantiza la cober- tura de todas las comarcas del municipio. Sin embargo, aún no se aprecia ni una sola barrera viva en ninguno de los cerros. A largo plazo, este descuido producirá un efecto mucho más devastador que el que causó el Mitch.



No-ciudadano de dos mundos

Podemos considerar al campesino actual como un ciudadano de dos mundos: el mundo tradicional y el mundo del mercado. En realidad, está excluido de ambos. El mundo tradicional significa autosubsistencia, economía no monetarizada y un saber convivir con su entorno vital con un conocimiento científico -botánico y nutricional- empírico. Al introducirse este campesino en la producción de rubros de exportación y en otros patrones de consumo -donde el dinero es mediador inevitable-, ha ido pasando paulatinamente al mundo del mercado. Hizo desaparecer muchos cultivos para abrirle cancha a los cultivos de exportación -ante todo, al café-, para darle exclusividad a los granos básicos o a la ganadería extensiva. Esto fue cerrando posibilidades a una producción diversificada, lesionó la seguridad alimentaria local y aniquiló un patrimonio cultural de conocimientos botánicos, medicinales, nutricionales.
Los campesinos quedaron especializados de manera inflexible. Este es el término técnico. En Wiwilí, como en muchas otras zonas del país, el campesino desconoce ya los valores de muchas de las hierbas que le rodean, no caza, no pesca, no siembra árboles frutales ni cultiva hortalizas. Se ha vuelto monotemático: café, granos básicos y/o ganado. "No siembro hortalizas porque no conozco la técnica", dice un productor procedente de una región donde sí se conocía la técnica. Una técnica que los puede proteger. De hecho, quienes diversificaron su producción y tienen café, ganado, chilla, maíz, tomate... no padecerán tanto por las consecuencias del Mitch.

En general, el campesino de Wiwilí -y el de otros lugares, hoy también damnificado- tiene lo peor de los dos mundos. Se le integró en el mercado en base al monocultivo y se le desarraigó de su mundo rural, se le hizo dependiente de las oscilaciones de un par de productos. El campesino sabía vivir en su medio. Con la seudo-integración en el mercado perdió diversidad, conocimientos, recursos de sabiduría popular para enfrentarse a la montaña y extraer lo mejor de ella. Se le convirtió en un es- clavo del mercado sin que le fueran proporcionados los medios para integrarse en él de una manera real y competitiva. Ni siquiera se le facilitaron carreteras para sacar su producción y acceder a la información necesaria para negociar con otros en igualdad de condiciones. Ni siquiera se le suministran los servicios básicos de electricidad, agua potable, salud y educación que harían más atractiva su permanencia en el campo. Para él, sólo hay lo peor de ambos mundos.



El espejismo de los shopping centers

Mientras esto ocurre en Wiwilí, a 270 kms., en Managua, los shopping centers son presentados por em- presarios y medios de comunicación como imagen sublime de nuestro crecimiento económico. Un ejemplo: el diario La Tribuna del 26 de noviembre -cuando aún no había pasado ni un mes de la tragedia de Mitch y de sus "revelaciones"- proclamaba triunfalmente: "Para hablar de crecimiento económico se debe contar con pruebas palpables, que sean capaces de demostrar la mejoría de las condiciones económicas de una sociedad. Y en Nicaragua, la inauguración del Complejo Comercial Metrocentro es una de ellas... La instalación de franquicias de renombre internacional lo respaldan. (...) Las secuelas que originó el paso devastador del huracán Mitch podrán ser paliadas por obras como ésta, que darán respuesta a las demandas de esparcimiento, que serán ofrecidas en Metrocentro bajo un mismo techo."
¿Es éste el modelo por el que apuestan grandes empresarios, medios de comunicación y sectores del gobierno? ¿Qué beneficios puede traer un modelo así a los campesinos? ¿Venderán en los shopping centers su producción lechera los ganaderos o sus muebles los artesanos? La leche de Wiwilí no estará entre los ingredientes de ninguna de las leches malteadas que en ellos se venderán. No tiene ninguna oportunidad de llegar a los vasos y mesas de las transnacionales de comestibles. Llegarán a los centros comerciales las esencias importadas, pero no las fresas de Matagalpa; llegarán los embutidos Kerns, y no las piñas y pitahayas de La Concha ni los bananos de Pantasma; la avena Quaker, y no la semilla de jícaro de Somotillo; el Corn Flakes de Kellog's y no el pinolillo; los tennis Nike, pero no los zapatos de Masaya, llegarán los Rolling Stones, y no Camilo Zapata...



¿Seguiremos igual?

No hay necesidad de impedir el acceso a estos productos nacionales con barreras arancelarias. Hay barreras más estrictas que las aracenlarias para los productos nacionales, mientras se disuelven las barreras para los productos transnacionales.
Los patrones de consumo importado, las deplorables carreteras y el subdesarrollo de nuestros sectores comercial e industrial son un dique más que suficiente. El Mitch estacionado secularmente. Obviamente, en los shopping center estarán comprando los funcionarios del desarrollo y los oficiales de tantas ONGs que cooperan con Nicaragua.

¿Seguiremos igual? Mientras en la ciudad se promueve el derroche de las escasas divisas, el campo las genera contra viento y marea. A veces, con limosnas de las ONGs. Algunos productores están atenidos a lo que ONGs y organismos financieros internacionales les lleven ahora en semillas, en técnicas y en créditos. "Esperamos ayuda de alguna organización, la que caiga", dice don Andrés, quien perdió la cosecha de frijol en la que sembró sus esperanzas. Algó pasó antes del Mitch y fue peor, y continúa. El sistema de desarrollo basado en una especie mal entendida de misericordia no ha funcionado. Ese método ha sido un embudo insaciable de la ayuda externa. Hace ya 20 años Fifí y Juana atrajeron hacia Centroamérica mucha ayuda pero no dejaron desarrollo. No le demos limosnas al sector rural. No las necesita. Lo urgente es crear condiciones para que las capacidades existentes puedan desplegarse.

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