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Universidad Centroamericana - UCA  
  Número 318 | Septiembre 2008

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Internacional

Posibles reformas en el Vaticano

¿Qué puede aprender la Iglesia de otras instituciones? Cambiar la organización del Vaticano adoptando prácticas del mundo político contemporáneo estaría hoy en armonía con la larga tradición de la Iglesia. ¿Será posible esto?

Thomas J. Reese, sj.

Cuando alguien propone la reforma de las estructuras de la Iglesia, con mucha frecuencia se critica al reformador por copiarlas del campo político civil, como si esto fuera algo necesariamente malo. Sin embargo, a través de la historia el Vaticano ha imitado a menudo la organización de instituciones políticas seculares. Hoy el gobierno de la Iglesia está más centralizado que en cualquier otro momento de su historia y, para hacer a la Iglesia más colegiada, el Vaticano debería adoptar de nuevo prácticas propias del mundo político secular.

A LO LARGO DE LOS SIGLOS...

Cuando san Pedro llegó a Roma, no designó de inmediato a los cardenales ni instaló las oficinas que vemos hoy en el Vaticano. Él tenía solamente un secretario para ayudarle con su correspondencia. En los primeros siglos, el obispo de Roma contaba con ayudantes como los de cualquier otro obispo: sacerdotes para las iglesias (que funcionaban en casas), diáconos para la ayuda caritativa y la catequesis, y notarios o secretarios para la correspondencia y el mantenimiento de los archivos.

Hacia el siglo IV, los notarios eran un elemento permanente en el papado, como lo eran en la corte imperial. Como parte del personal del Papa, estos hombres escribían cartas y guardaban archivos de la correspondencia y de otros documentos oficiales. Tomaron notas en el Concilio de Letrán del año 649 y prepararon sus actas. Debido a su formación y experiencia, fueron enviados a veces por los papas a misiones diplomáticas o a los Concilios Ecuménicos en Oriente.

Ya durante el siglo XIII la Cancillería Apostólica era una oficina importante y el canciller era el principal consejero y ayudante del Papa, tal como los cancilleres eran los principales consejeros de los monarcas europeos. Antes de convertirse en Papa, Juan XXII (1316-1344) había sido canciller del rey de Francia y luego usó su experiencia en la organización de ese ministerio francés para manejar los asuntos papales. Más adelante, la Cancillería fue eclipsada por la Dataría Apostólica, luego por la Oficina del Sello Privado y finalmente por la Secretaría de Estado. Todas ellas tenían sus paralelos en la sociedad civil.

De igual modo, el colegio cardenalicio fue evolucionando. De ser un grupo formado por los principales sacerdotes y diáconos de Roma, pasó a constituirse en una corte papal que aconsejaba y elegía a los papas. Los cardenales se compararon a sí mismos a menudo con el antiguo Senado romano. A medida que el tiempo fue transcurriendo, los asuntos papales fueron creciendo y la práctica de consultar al colegio de cardenales en consistorio llegó a ser común. Al principio, éste se reunía mensualmente, pero ya a comienzos del siglo XIII lo hacía tres veces por semana: lunes, miércoles y viernes. En muchos aspectos, el Papa y los cardenales funcionaron como una corte, de un modo similar a las cortes reales de Europa durante la Edad Media. Sin embargo, el hecho de que los cardenales eligieran al Papa le dio al colegio cardenalicio un tipo de poder del que no gozaba la nobleza en la mayoría de las naciones. Más adelante, el rol de los cardenales fue seriamente reducido por papas cada vez más poderosos, de la misma manera en que el poder de la nobleza se redujo con el ascenso de los monarcas “absolutos”.

Es decir, la estructura de la curia romana ha cambiado a lo largo del tiempo y los papas han copiado o adaptado con fre¬cuencia prácticas del gobierno civil. Es, por lo tanto, razo¬nable concluir que modificar la organización del Vaticano adoptando prácticas del mundo político contemporáneo estaría hoy en armonía con la larga tradición de la iglesia.

UN GOBIERNO CENTRALIZADO:
EL PAPADO DE ROMA

El papado contemporáneo gobierna la Iglesia con poderes que serían envidiados por cualquier monarca absoluto: el Papa tiene la suprema autoridad legislativa, ejecutiva y judicial con pocos controles de su poder. Esto es especialmente evidente en el nombramiento de obispos.

En los primeros siglos de la Iglesia, el obispo local era elegido por y desde el pueblo. Idealmente, la gente se reunía en la catedral donde, después de rezar reunida, seleccionaba a un hombre santo y talentoso para que la condujera. En la práctica, las facciones que apoyaban a candidatos opuestos a menudo se enfrentaban, a veces violentamente, dividiendo a la comunidad. Los fieles no hablaban siempre con una sola voz.

A medida que el tiempo fue pasando, el proceso de selección fue evolucionando para incluir, no sólo al pueblo, sino también al clero local y a los obispos provinciales en un sistema de controles y equilibrios. El Papa León I (440-461) describió el ideal diciendo que nadie puede ser obispo a menos que sea elegido por el clero, aceptado por su pueblo, y consagrado por los obispos de su provincia eclesiástica. El clero conocía a los candidatos mejor que la población y era menos propenso a resolver sus disputas recurriendo a la violencia. De todos modos, como líder de la comunidad, el obispo debía ser aceptado por la gente. El clero, entonces, le presentaba un candidato a la gente, la que normalmente indicaba su aprobación aclamándolo. Si era abucheado, el clero debía intentar con otro. Para llegar a ser obispo, el candidato debía ser consagrado por los obispos de su provincia eclesiástica bajo la presidencia del arzobispo metropolitano. Si era inaceptable por herejía o inmoralidad o alguna otra falta, los obispos podían negarse a ordenarlo.

El problema con este proceso era que nobles y reyes poderosos, sin ningún respeto por la democracia, podían simplemente imponer sus deseos a la Iglesia por la fuerza o amenazas de violencia. Como escribió san Fulberto de Chartres en 1016: ¿Cómo se puede hablar de elección cuando una persona es impuesta por el príncipe, de manera que ni el clero ni la gente, y menos aún los obispos, pueden considerar a ningún otro candidato?. La designación de obispos por reyes y nobles llevó a la corrupción del episcopado debido a que elegían a bastardos de la familia real y a favoritos políticos.

SIGLO XIX: UN CAMBIO IMPORTANTE

Los papas reformadores, desde Gregorio VII, jugaron un rol importante al luchar contra las influencias políticas en la selección de obispos. Pero se debe recordar que también nobles y reyes fueron algunas veces reformadores de la Iglesia. En el siglo XI el emperador alemán Enrique III depuso tres “papas” y después se inició una larga lista de papas reformados. Y otro rey alemán, el emperador Segismundo, fue quien logró poner fin al gran Cisma de Occidente.

Todo esto cambió en el siglo XIX, luego de que las revoluciones barrieran con la mayoría de los monarcas en Europa. Los papas, en lugar de devolver la selección de obispos a la iglesia local, la convirtieron en prerrogativa propia. Obviamente, esto llevó al nombramiento de obispos leales a Roma que apoyarían su preeminencia en la Iglesia.

Pero el nombramiento de obispos no es el único ejemplo de la consolidación del poder del Papa. En los primeros siglos de la Iglesia, los concilios de obispos regionales o nacionales ayudaron a definir la doctrina, favorecieron una política eclesial coordinada e incluso constituyeron un foro para juzgar obispos. El obispo de Roma actuó como una corte de apelaciones cuando obispos y concilios discrepaban. Las conferencias nacionales de obispos son las verdaderas sucesoras de estos concilios, pero el Vaticano no les ha otorgado la independencia para actuar que tenían los antiguos concilios. De un modo similar, hubo un tiempo en que los Concilios Ecuménicos tuvieron mayor independencia. De acuerdo a algunos teólogos, los concilios incluso tuvieron autoridad para destituir papas.

La centralización del poder en el Vaticano fue a menudo una respuesta legítima a la interferencia política de reyes y nobles en la vida de la iglesia local. Los papas podían plantarse mejor ante los reyes que la iglesia local. Pero ahora, cuando pocos reyes o nobles están en posición de inmiscuirse con la Iglesia, uno podría discutir si tal centralización es todavía necesaria y si no es de hecho contraproducente.

SEIS POSIBLES REFORMAS
MIRANDO A LA SOCIEDAD CIVIL

La historia nos muestra que la Iglesia siempre ha copiado ideas y estructuras de la sociedad civil. La pregunta que surge entonces es: ¿Cuáles son hoy algunas de las mejores prácticas en la sociedad civil que podrían ayudar a la Iglesia?

A lo largo de los dos últimos siglos la sociedad civil ha aprendido que el buen gobierno pasa por: la eliminación de una nobleza poderosa, la adhesión al principio de subsidiariedad y la creación de un sistema de controles y evaluaciones. Propondré a continuación seis reformas que pienso reflejan prácticas que han probado ser exitosas en Ia sociedad civil.

1 - HACER DEL VATICANO UNA BUROCRACIA,
NO UNA CORTE

La mayoría de los países ha descubierto que una corte compuesta por un rey y sus nobles no constituye un buen modo de gobernar. El Vaticano tiene aún tanto de corte como de burocracia. De hecho, a los cardenales se les llama “príncipes de la Iglesia” y algunos obispos actúan como nobles. Podría ser recomendable que ningún miembro de la burocracia vaticana sea designado obispo o cardenal.

Uno de los problemas que tienen tanto nobles como obispos, si son incompetentes o hay un cambio de administración, es que es difícil removerlos de su puesto. Una reforma de este tipo permitiría que la burocracia vaticana no olvidara que no es en sí misma parte del magisterio y que está al servicio del Papa y del colegio de obispos.

2 - REFORZAR LOS CUERPOS LEGISLATIVOS
EN LA IGLESIA

Al mismo tiempo que en la sociedad civil declinaba el rol de la nobleza en el gobierno, el papel de las legislaturas independientes iba creciendo. Ninguna filosofía política moderna aconsejaría una práctica que dependiera sólo de la sabiduría del Ejecutivo. Hay un reconocimiento universal de que el sínodo de obispos creado por Pablo VI no ha estado a la altura de las expectativas. Sería recomendable que ningún miembro de la burocracia vaticana fuera miembro de él: podría asistir como experto y funcionario, pero sin derecho a voto.

Todos los miembros del sínodo deberían ser elegidos por las conferencias episcopales, ninguno debería ser designado. El sínodo debería reunirse de un modo regular -es decir, cada cinco años- y, por supuesto, necesitaría comisiones para preparar agendas y documentos entre tales reuniones. También debería haber un Concilio Ecuménico al menos una vez por cada generación.

3 - CONVERTIR LAS CONGREGACIONES
EN COMISIONES SINODALES ELEGIDAS

Las congregaciones vaticanas y consejos son comisiones de cardenales y obispos designados por el Papa. Cada cual es responsable de un dominio especial dentro de la Iglesia como la liturgia, el ecumenismo, la evangelización y el derecho canónico. Los cardenales vaticanos son los miembros más influyentes de dichos consejos. El presidente de cada uno de ellos (llamado prefecto de una congregación y presidente del consejo) es también la cabeza de una oficina del mismo nombre. Estas oficinas aconsejan al Papa e implementan las políticas de la Iglesia.

Una función importante de cualquier cuerpo legislativo es la fiscalización de la burocracia. Los miembros de las congregaciones del Vaticano y consejos deberían, por tanto, ser elegidos por sínodos o conferencias episcopales. De este modo, los sínodos y conferencias pueden actuar como creadores de políticas y cuerpos contralores de la burocracia vaticana. Los funcionarios del Vaticano no podrían ser también miembros de las congregaciones, aunque podrían asistir a las reuniones como expertos o miembros del staff.

4 - CREAR UNA JUDICATURA INDEPENDIENTE

Uno de los más importantes elementos en un gobierno que opera bajo la ley es una judicatura independiente. Permitir al Ejecutivo acusar, perseguir, juzgar y sentenciar a un sospechoso es hoy considerado una violación al debido proceso. El tratamiento dado a teólogos acusados de disenso por la Congregación para la Doctrina de la Fe es causa de escándalo.

El potencial para ese tipo de escándalos se mantendrá mientras esta Congregación continúe actuando como policía, fiscal, juez y jurado. Un jurado independiente, quizás formado por obispos retirados, podría corregir adecuadamente el problema.

5 - MODIFICAR LA ELECCIÓN DE OBISPOS

La designación de obispos por el Papa es una innovación moderna que sigue un modelo corporativo, donde el Pontífice actúa como poder central y los obispos como gerentes de las ramas. Este modelo corporativo es altamente centralizado. Modelos políticos exitosos nos enseñan que los líderes locales deben ser elegidos por los ciudadanos del lugar.

Hoy puede ser posible, y aconsejable, volver al sistema sancionado por el papa León I. De esta manera, cada obispo sería elegido por el clero local, aceptado por la gente de su diócesis y consagrado por los obispos de su provincia eclesiástica.

6 - FORTALECER LAS CONFERENCIAS
EPISCOPALES HACIENDO DE ELLAS CONCILIOS

No todo puede o debe ser decidido por un gobierno central. La doctrina social católica habla de la importancia de la subsidiariedad en las estructuras políticas y en política: lo que se puede hacer localmente debiera hacerse localmente. En los tiempos antiguos, los concilios locales y regionales de obispos jugaron un papel importante en la determinación de la doctrina y disciplina de la Iglesia.

Las conferencias episcopales deberían convertirse en concilios episcopales recuperando su independencia en el establecimiento de las políticas eclesiales. No es necesario que cada decisión y documento sea revisado y ratificado por el Vaticano. Se puede confiar en que los obispos saben lo que es mejor para su iglesia local.

¿SERÁ POSIBLE?

Sabemos que estas seis reformas no traerán con ellas el reino de Dios. Ninguna estructura de gobierno es perfecta, y cada reforma tiene efectos colaterales negativos. Sin embargo, estas reformas ayudarían a la Iglesia a proseguir en los principios de colegialidad y subsidiariedad. Es conveniente subrayar que la mayor parte de estas reformas significaría una vuelta a prácticas y a estructuras anteriores de la Iglesia. Sabemos que siempre es más importante una reforma y conversión espiritual que una reforma estructural. Sin embargo, esto no significa que la reforma estructural sea poco importante.

¿Qué probabilidad real existe actualmente para tales reformas? Como científico social, tendría que decir cercana a cero. Una reforma de tales características sería contraria a la teología de la Iglesia del grupo de hombres que la dirige y disminuiría su poder. Pero, con todo, como cristiano y católico, tengo que esperar.

SENIOR FELLOW DEL WOODSTOCK THEOLOGICAL CENTER DE LA UNIVERSIDAD DE GEORGETOWN.
TRADUCCIÓN: ANTONIO DELFAU, SJ.

UNA VERSIÓN MÁS EXTENSA DE ESTE TEXTO APARECERÁ EN “CATHOLICS AND POLITICS” DE GEORGETOWN UNIVERSITY PRESS.

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