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Universidad Centroamericana - UCA  
  Número 318 | Septiembre 2008

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Nicaragua

Esplendor y miserias del ecoturismo nacional

Desde Somoto hasta San Juan del Norte, desde el Pacífico al Caribe, he visitado y he estado en todos los lugares que menciono en este texto. De todos ellos tenía un juicio previo. En todos ellos me sorprendí, aprendí, me desconsolé, me asusté. Y decidí escribir. Éste es mi diario de ruta. Tiene vacíos. Tiene ironía. Y responde a una estrategia de provocación.

José Luis Rocha

La isla de Ometepe, asentada en el legendario lago Cocibolca, fue nominada por el sector oficial y el sector privado nicaragüense vinculado al turismo para ser incluida entre las nuevas Siete Maravillas Naturales del Mundo.

SI LA PATRIA ES PEQUEÑA,
UNO GRANDE LA SUEÑA

Dejando a un lado la mayor parte del ancho mundo, sólo en la no ajena América destacan muchas maravillas naturales capaces de sacarle leguas de ventaja a Ometepe: el desierto florido de Atacama en Chile, la selva amazónica, la cordillera de los Andes, las islas Galápagos, el gran cañón del Colorado, las cataratas del Niágara y las del Iguazú, Xemuc Champey y las Islas de la Bahía en Honduras, los bosques de secuoyas de California, los nevados del Ecuador, la Sabana de Bogotá, la Sierra Nevada de Santa Marta, el valle del Cauca, el salto del Tequendama, los xenotes de México... y así podríamos seguir la lista hasta quedar sin resuello. “Si la patria es pequeña, uno grande la sueña”, escribió Darío. Y no lo pongo en duda. Pero hay que poner dique a las ensoñaciones fantasiosas. Y, sobre todo, marcar la diferencia entre el maquillaje lírico y el descarrilamiento quimérico.

El sitio web que promueve la candidatura de Ometepe aún tiene la mayor parte de sus áreas en construcción. Y ojalá las tuviera todas, pues las que existen contienen textos saturados de errores ortográficos, complementados por un atropello despiadado a la sintaxis y un uso libérrimo de las concatenaciones lógicas. Puestos a vender mentiras, habría que hacerlo al menos con un poco de donaire para que, con cinismo socarrón, podamos decir Si non è vero è ben trovato.

Nicaragua, cuyo prestigio como destino ecoturístico se asienta sobre su ensalzamiento como “tierra de lagos y volcanes”, tiene una gran variedad de lugares capaces de maravillar, puedan o no puedan éstos aspirar al rango de “maravillas”. Quizás no sean del calibre requerido para competir a nivel mundial. Pero sí como para deleitar, asombrar y estimular el hambre de conocimiento, la sensibilidad estética y el goce de la naturaleza: el sibilino bosque húmedo del Mombacho, las transparentes aguas que circundan Corn Island con sus corales multiformes, playa La Flor con sus masivas arribadas de tortugas, las densas reservas Indio-Maíz y Bosawás, el volcán Santiago con su boca ardiente a la que podemos asomarnos…

Ahora que el concurso de las Siete Maravillas Naturales del Mundo -que debe ser leído en la omnipresente clave del Mercado- aparece como un intento de redistribuir el ecoturismo en el mundo, conviene recordar que en esa carrera, con sus triquiñuelas y sus embusteros, y con su ingenua apuesta por Ometepe, no se juega todo el futuro del ecoturismo nicaragüense. Pero sí se juega en la habilidad de trovar bien lo que se tiene. Ciertas o no, las maravillas que tiene Nicaragua deben estar bien cantadas, cuidadas y accesibles. ¿Lo están?

LAS CIFRAS OFICIALES CENTROAMERICANAS

En medio del tozudo disenso nacional, el turismo ha sido uno de los ejes claves en el que han coincidido los últimos planes de desarrollo. Al menos en los gobiernos que tuvieron alguno o simularon tenerlo. Pero, a juzgar por las cifras, los resultados de estos planes sólo podrían incluirse en los Guinness Record del minimalismo. El Sistema de Integración Centroamericana (SICA) tiene en su página web un set de estadísticas donde Nicaragua no parece sacar un ápice de ventaja por sus lagos y volcanes. En la carrera por hacer del turismo un bastión de la economía regional, Costa Rica va a la cabeza y Nicaragua ocupa el último lugar. Entre turistas y excursionistas, Costa Rica recibió en 2007 a 2 millones 224 mil visitantes que le reportaron 1,920 millones de dólares. Nicaragua apenas recibió el equivalente del 44% de esos visitantes y el 9.8% de esa cantidad de “lapas verdes”.

El acopio en dólares de Nicaragua es incluso mucho menor que su captación de turistas porque, para colmo de maldiciones, somos el país centroamericano donde los turistas gastan menos en promedio. Puesto que el eficiente SICA presenta algunas de las cifras de 2007 como “preliminares” a la altura de agosto de 2008, tomemos las cifras de 2006: cada excursionista o turista gastó ese año un promedio de 266 dólares en Nicaragua, mientras quienes fueron a Costa Rica dilapidaron 787, los de Panamá llegaron a los 1,079 y los de Guatemala gastaron 674.

Esta brecha puede explicarse por la existencia o incluso confluencia de tres factores: Nicaragua debe ser un sitio muy barato, debe estar recibiendo a los turistas más morigerados o pobretones de la región y debe acogerlos durante estancias muy breves.

NI SON TODOS LOS QUE ESTÁN
NI ESTÁN TODOS LOS QUE SON

También cabe considerar otro factor, si sometemos estas cifras a la cuchilla de la duda. Y hay razones para someterlas: quizás ni son turistas todos los que están ni están todos los que son. Ocurre, sobre todo, lo primero. Las cifras consignan 281,085 “turistas” nicaragüenses que visitaron Costa Rica en el año 2006. ¿Cuántos de ellos en realidad fueron a sudar la gota gorda y a ganarse un salario en los cortes de caña, melón, fresas y banano, y no a gastar y solazarse en las playas de Tortuguero?

¿Qué hacen 4,135 peruanos y 2,194 colombianos turisteando en Nicaragua? No es casual que Cuba y República Dominicana aportaran a Nicaragua 1,572 y 1,880 “turistas” en 2000. También son los países caribeños que más aportan deportables. ¿Y por qué apenas hubo 59 puertorriqueños? Visto lo cual, podemos justamente sospechar que muchos de los 204,265 estadounidenses que turistearon por Nicaragua en 2006 pueden ser en realidad nicas-gringos-mejor conocidos como “gringos caitudos”-, o sea, nicaragüenses que adoptaron la ciudadanía estadounidense y que, cuando vienen a visitar a sus familiares, se registran como turistas estadounidenses en el aeropuerto.

Quizás se puede decir otro tanto de muchos estadounidenses que visitan El Salvador, Guatemala y Honduras, pero no de quienes visitan Costa Rica y Panamá, países cuyos ciudadanos no han migrado ni adoptado la ciudadanía estadounidense en montos tan descomunales como ha ocurrido en el resto de países del istmo.

Quizás también cabe ubicar en esa categoría binacional -o de un tejido sanguíneo binacional- a muchos de los 92,308 costarricenses que visitaron Nicaragua en 2006, porque resulta más que llamativa la predilección turística costarricense por este paisito cuando han relegado a un segundo plano las maravillas de Guatemala (35,842) y las de su vecino Panamá (31,248), países en la actualidad más potentes en el turismo desde todos los puntos de vista. Todas estas disonancias distorsionan la apreciación de qué es lo que está ocurriendo realmente con el turismo en Nicaragua.

Algunas -más bien escasas- conclusiones podemos sacar de estas cifras. Pongámoslas juntas en el solar. La industria turística en Nicaragua va a la zaga de la del resto de la región. Mucho de lo que se llama turismo, ingresos por turismo y turistas pueden ser migraciones, remesas y mi¬grantes. En 2000-2006 la cantidad de turistas e ingresos por turismo aumentó de forma prometedora (479,267 turistas y 127.7 millones de dólares), pero en los ingresos nuestro incremento cae muy por debajo de los aumentos en el resto de países centroamericanos. El promedio de gasto por visitante va en un importante ascenso, aunque sólo en términos relativos y en el agregado nacional.

PRIMERA PARADA:
EL CAÑÓN DE SOMOTO

No hay cifras desagregadas sobre el ámbito específico del turismo que nos interesa: el ecoturismo. Sin duda es una limitación de peso. Pero como “no todo lo que se puede contar cuenta -dijo Einstein- ni todo lo que cuenta se puede contar”, contemos algo sobre lo no mensurable en cifras, y así irán desgranándose las miserias y los esplendores del ecoturismo en Nicaragua.

Empecemos por el extremo norte del país con una de las maravillas de más fresco descubrimiento: el cañón de Somoto o de Namancambre, una gigantesca hendidura labrada durante millones de años por el naciente del río Coco -Wangkí para los mískitos-. Se trata de una estrecha garganta tallada en piedra volcánica. A sólo 15 kilómetros de la ciudad de Somoto en dirección a El Espino y pese a sus nada desdeñables tres kilómetros de extensión, el monumental y majestuoso desfiladero de rocas blancas, grises, café, verdosas, fue “descubierto” en 2004 por geólogos checos y nicaragüenses.

Durante dos años los ministros del gabinete de Bolaños y los diputados calentaron sus molleras debatiendo si lo declaraban monumento nacional o reserva natural. Terminó declarado oficialmente como área protegida en la categoría de Monumento Nacional por la Ley No. 605, aprobada por la Asamblea Nacional el 29 de noviembre del 2006. Según la ley, cuenta con una extensión de 170.3 hectáreas que van desde la entrada del río Tapacalí -zona conocida como La Playa-, pasando por el encuentro con el río Comalí -zona conocida como Los Encuentros-, hasta llegar a la salida del río Coco en la zona conocida como La Zopilota. A esta área se añade una zona de amortiguamiento de 473.4 hectáreas. Dentro del límite de las 170.3 hectáreas habitan 13 familias, distribuidas en siete fincas.

QUÉ ENCONTRAMOS
EN “LA ESTRECHURA” DE SOMOTO

Aunque desde febrero de 2005 el Instituto de Turismo prometió comenzar a organizarse “en torno a este recurso”, es poco lo que se hizo en los siguientes dos años, fuera de algunas capacitaciones y la certificación municipal de improvisados guías, que más dependen de su conocimiento de la zona y de sus habilidades para nadar y saltar de laja en laja que de cualquier ciencia infusa o difusa que les haya sido insuflada por organismo estatal alguno. Y que además no presentan mayores ventajas que los guías adiestrados y certificados por sí mismos.

Éstos y muchos más pululan a la caza de turistas en esta inesperada fuente de empleos que es el cañón, una maravilla que durante décadas fue conocida por los lugareños como “La estrechura”. Según Adolfo Sandoval García, 71 años, originario de la comunidad de El Guayabo Viejo, ese lugar no tenía ninguna importancia para los somoteños: “Para nosotros era un lugar como cualquier punto de la zona montañosa de nuestro municipio”. Era simplemente “La estrechura”. Ahora, gracias a YouTube, cerca de 2 mil 600 personas han visto un insulso video rodado en el cañón, y al menos de esta forma han tenido conocimiento de las gracias que lo adornan.

Esa frágil gloria informática, ingrávida como pompa de jabón, no libra al cañón de taras que son una constante en casi todos los destinos ecoturísticos nacionales. La señalización para su acceso es insuficiente y confusa. Existen tres entradas -El Guayabo, el Valle de Sonís y la Playa del Tapacalí-, que tienen pequeños rótulos en sus bocas de acceso. Pero los rótulos desaparecen tan pronto como uno se adentra y enfrenta a numerosas bifurcaciones y a senderos que el paso del invierno, del ganado y del caprichoso curso de los ríos borran con insobornable eficacia. Es éste un sistema muy efectivo para que el viajero socialice con los lugareños y termine contratando sus servicios. Desafortunadamente, no siempre tiene ese efecto.

TURISTAS TACAÑOS
EN EL TERCER MUNDO...

Al llegar al fabuloso paisaje del cañon, racimos de “cheles” -extranjeros de los países industrializados- consiguen burlar todos los dispositivos de fomento al empleo. Ninguna circunstancia logra forzarlos a contratar los servicios de los guías. Canadienses, estadounidenses y muchos europeos dan con el cañón y, una vez en él, temerarios, lo transitan sin ayuda de los baqueanos del lugar, ansiosos por ganarse más divisas. “Los cheles no nos quieren contratar”, dicen algunos. “Son buenos nadadores y se meten solitos.”

Los “cheles”, que deben desembuchar más de cinco libras esterlinas por un viaje de ida y vuelta en las estrechas zonas 1 y 2 de Londres, tres libras por un infame hot dog, tres dólares por un café en Starbucks o dos por cada cocacola que toman con frecuencia compulsiva, cuando visitan Nicaragua caen presa de un arrebato de austeridad, quisieran vivir aquí como anacoretas y se niegan a pagar el pinche dólar que les puede costar un guía que trabajará para ellos más de una hora, conduciéndolos por los desfiladeros o ayudándolos a sortear el río helado en cómodos neumáticos de camión. La fama de ser un país barato persigue a Nicaragua. Muchos de los turistas vienen buscando gastar el mínimo. Quieren que los pesos rindan como dólares. Y a menudo ocurre así.

...Y GUÍAS EXCELENTES
COMO DE PRIMER MUNDO

En sitios como el cañón de Somoto, donde el tejido burocrático es una ligera telaraña y los servicios públicos no existen ni en germen, casi todo depende del sector informal. Y es justo pagarle. Alguien tiene que limpiar los desechos y desarreglos que el trasiego de tanto turista va dejando. El cañón no tiene la virtud mágica de degradar bolsas plásticas, latas de cerveza y botellas de agua.

Otro ámbito que debe ser valorado -y valorizado- es el de la seguridad. Si un turista corriera peligro -por una mordida de serpiente, el deslizamiento de algunas piedras, una insolación o el exceso de alcohol- este sector informal de lugareños lo rescataría y garantizaría su seguridad. La inexistencia de servicios formalmente establecidos no debe ser confundida con la inexistencia total de servicios. La limpieza, la asesoría y la seguridad son servicios de alto valor en las sociedades de las que provienen muchos de quienes visitan el cañón. El cañón dispone de proveedores de estos servicios, invisibilizados bajo el manto de la informalidad y la apariencia de mendigos de un jornal de bajo costo. La resistencia de algunos extranjeros a remunerar estos servicios les niega a muchos nicaragüenses el acceso al mercado, y por eso terminan subsidiando las baratas vacaciones de no pocos “cheles”.

UNA HÁBIL FAMILIA
DE CAMPESINOS GERENTES

Aunque este problema se halla ampliamente extendido, en el caso del cañón de Somoto se relaciona con la actitud del gobierno. El actual Vicepresidente de la República, Jaime Morales Carazo, cuando aún era diputado en 2005, explicó que, en caso de ser declarado Reserva Natural, el cañón sería “co-manejado” por el Estado y los dueños de la tierra.

Fue otro aserto romántico. La familia que habita, cultiva y dice poseer el cañón y las tierras que lo circundan, estaban hasta hace un año medrosa de ser desposeída y no había recibido comunicación alguna -fuera de ciertas señales ominosas provenientes de la alcaldía- que los ratificara como legítimos poseedores y administradores del cañón. Esta familia no se menciona en las noticias y en los debates sobre el cañón. Pero diligentemente adecuó su agenda al compás de las nuevas oportunidades. Alterna sus ocupaciones agrícolas con una reciente vocación por la atención al turismo.

Son campesinos ahora reconvertidos en guías, salvavidas, limpiadores, instructores y gerentes. Y lo hacen mejor que muchos gerentes de hoteles de caviar y penthouse. Prestos a brindar todas las facilidades para recorrer el cañón, compraron botes y neumáticos salvavidas para pasear con seguridad y menos fatiga a los turistas dispuestos a contratarlos. No cierran las puertas a nadie. El campo no tiene puertas ni hay quien pueda ponérselas si pertenece a pobres. Su atención es amable, oportuna y variada. Aún les falta desarrollar más servicios y crear -no esperar- más oportunidades. El cañón sería más digerible con café segoviano y crujientes rosquillas somoteñas.

¿CÓMO ESTARÁ EL CAÑÓN DE SOMOTO
EN DIEZ AÑOS?

¿Cuál será el futuro del magnífico Cañón de Somoto? ¿Cómo estará en 10 años? ¿Será confiscado por el gobierno? ¿Lo comprará alguna transnacional? Por lo pronto está amenazado por la contaminación del agua del río Comalí, producto del vertido de aguas servidas y del alcantarillado de la ciudad hondureña de San Marcos de Colón y de tres comunidades pequeñas ubicadas al sur de Colón. El gobierno sigue sin enfrentar esta amenaza y ni siquiera coloca basureros para depositar un volumen creciente de desechos, proporcional a la fama del cañón y al flujo en alza de turistas nacionales y extranjeros. El sector informal no puede resolver estos problemas, y menos aún con tan flaca paga, magra en metálico y lisonjas.

SEGUNDA PARADA:
LA RUTA DEL CAFÉ Y LAS RUTAS DE MONTAÑA

Girando hacia el oriente las viajeras y viajeros pueden adentrarse en la Ruta del Café y otros destinos de montaña, gratos para quienes buscan la descansada vida y huyen del mundanal ruido. Jinotega, Matagalpa, Estelí y Nueva Segovia están llenos de algunos viejos y muchos nuevos albergues y hoteles. Destacan el hotel Selva Negra, la Finca Esperanza Verde, albergues en Cantagallo y Miraflor.

La Finca Esperanza Verde se ufana de ser el mejor eco-albergue en Nicaragua. Se ubica a 1,200 metros de altura entre montañas que semejan enormes jorobas vegetales de clima fresco. Tiene la meritoria particularidad de que se trata de un proyecto comunitario dirigido por campesinos y campesinas de la localidad, aunque en muchos rasgos se percibe que una sesera anglosajona, más avezada en estas lides que las nicaragüenses, ha cuidado de importantes detalles: explicaciones minuciosas -gráficas y narrativas-, identificación de lo que puede interesar a los turistas que hacen de naturalistas aficionados, menú con platos balanceados y bajos en grasas, un manejo que no dé un mentís a las pretensiones ecológicas -electricidad y agua caliente solar, agua de manantiales, café orgánico-, paseos pedestres, entre otros.

¿TURISMO DE AGOTAMIENTO?

El Instituto Nicaragüense de Turismo (INTUR) presentó en primer lugar a Finca Esperanza Verde en 2004 como pieza de la promoción de la Iniciativa Centroamérica Verde. Pero el Ministerio de Infraestructura y Transporte no menea un pico para mejorar la carretera por la que se accede a tan laureada finca. El último tramo del camino no es penetrado ni penetrable por buses ni por taxis -salvo algunos suicidas, posiblemente a espaldas de los dueños del vehículo-, sino únicamente por cabras y camionetas altas y de doble tracción. Sospecho que no deben abundar los turistas que buscan degustar delicias ecológicas crudas y, al mismo tiempo, estén dispuestos a pagar vehículos de doble tracción.

Esa misma dificultad podemos encontrarla en varios destinos de Cantagallo y Miraflor. Y es que muchas maravillas de Nicaragua están escondidas y distantes. Y otras sólo se dejan ver tras fatigosas jornadas y tortuosos caminos erizados de obstáculos, como si de promover el turismo de agotamiento se tratara.

MIRAFLOR: ¿VIDA CAMPESINA
O CAMPESINOS PARA TURISTAS?

El parque ecológico de Cantagallo está a 22 kilómetros al este de Condega. La reserva de Miraflor cae a 32 kilómetros de Estelí y mide 254 kilómetros cuadrados, en los que se ubican 9 comunidades productoras de hortalizas, granos básicos y ganado. Un sitio web advierte: “El camino a Miraflor es irregular y se pone con mucho polvo durante el verano. Un carro alto se recomienda. El parque está a 32 kilómetros de Estelí y le tomará aproximadamente 45 minutos en su vehículo”. ¿Pero habrá muchos propietarios o rentadores de vehículos que quieran ir a Miraflor?

En muchas comunidades se han habilitado albergues para que los turistas puedan conocer de cerca la vida campesina. Fieles a su cometido y debido a limitaciones de infraestructura, las habitaciones y cabañas no suelen tener electricidad ni agua potable, pero sí mosquitos y lodo. La arquitectura de los albergues es generalmente muy distinta a la de las viviendas campesinas y los campesinos con quienes tienen contacto los turistas están en función del turismo, escenificando los episodios más mercantilizables de la vida campesina. Al final, la experiencia es una especie de vía intermedia que no permite ver a los campesinos al natural, pero que brinda una idea aproximada debido a las incomodidades. Ni el turista ordinario ni el antropólogo acabarán enteramente satisfechos a no ser que se hagan algunos cambios drásticos.

ALGO MÁS REAL EN EL CARIBE

Más idóneos para complacer a los turistas antropólogos y a las turistas naturalistas son los albergues auténticos en las comunidades de Sikilta -en la reserva Indio-Maíz, con los indígenas mayangnas- y de Awas y Raitipura en la Costa Caribe, con los indígenas mískitos, en las proximidades de Laguna de Perlas. Son casas indígenas comunes y corrientes que, tras la llegada de tanto promotor de desarrollo, maestras e investigadores, los consejos comunales o algunos de sus habitantes, con las cosquilla del lucro, las han destinado al alquiler. Todo esto ocurre sin que medie promoción alguna de ONG, gobierno o multilaterales. Quizás por eso hay más autenticidad en la dieta, la arquitectura y la vida cotidiana. Y los precios son mucho más razonables que en el turismo ecológico de montaña. O al menos más acordes a lo que uno obtiene, para perjuicio de langostas y cangrejos.

SIGUIENTE PARADA:
EL SALTO DE LA ESTANZUELA

Volviendo nuevamente al “diamante de Las Segovias”, muy cerca de la ciudad de Estelí se encuentra el Salto de la Estanzuela, una cascada de 30 metros de altura, que viene a dar a una poza rodeada de rocas. El sitio es muy acogedor. Idóneo para un día de campo con la familia. Con justa razón el pueblo esteliano está orgulloso de la Estanzuela. Cerca está la Galería de Piedra de El Jalacate, una montaña de piedra donde hay más de 100 esculturas y 87 dibujos realizados por don Alberto Gutiérrez Jirón. También muy cerca está la mina de marmolina de El Quebracho, famosa por sus bellas esculturas. Y un poco más tierra adentro se encuentra La Garnacha, famosa por su albergue, su queso de cabra y otros manjares de incontestable calidad.

Pero nuevamente topamos con la confusión de rutas y los rótulos insuficientes. En la entrada del salto nos recibe una portera indolente y desabrida, incapaz de indicar a qué distancia se encuentra la poza y la cascada que la alimenta. La ausencia de basureros deja su estela de consecuencias en una profusión de latas, bolsas y otros desechos. A la vista de este triste espectáculo, parece que la administración espontánea en el cañón de Somoto tiene mejores resultados que la administración gubernamental. Ser elevado al rango de parque nacional, monumento o reserva es un honor que a veces se paga cayendo en el pantano de la negligencia.

SEGUIMOS VIAJE: PLAYA LA FLOR

No siempre ocurre así. Saltando hacia el sur y hacia el Pacífico hasta llegar en Rivas a Playa La Flor, descubrimos una administración estatal gratamente eficaz. La Flor es uno de los santuarios ecológicos más fabulosos del mundo. Miles de tortugas paslamas llegan anualmente allí a desovar. Las famosas arribadas y las tiernas eclosiones son una experiencia inefable. La Flor no tiene una gran infraestructura ni la necesita. La vecina playa El Coco tiene albergues para los turistas que no desean acampar al aire libre.

La Flor es posible merced a sus insobornables guardabosques, que cuidan de las tortugas, de sus huevos y de los turistas y sus desmanes. Han sido capacitados. Pero, sobre todo, tienen el conocimiento por el contacto inmediato y consuetudinario. Pueden identificar las eclosiones en un nido de tortuga en noche cerrada con sólo atisbar los primeros y casi imperceptibles remolinos en la arena. Saben mostrar, saben guiar, saben explicar.

Saber y saber decir es inexplicablemente un arte de poca difusión en un país donde la cultura oral produce más oradores que escritores. Poco partido saca la industria turística de este don cultural.

OTRA PARADA EN OMETEPE:
¿TIERRA PROMETIDA, OASIS DE PAZ?

Ometepe es una muestra de la poca gracia en el trovar lo que se tiene. De sus gracias naturales -lagunitas, volcanes, fauna, flora- hay pobres descripciones en los folletos que distribuyen hoteles, restaurantes y oficinas turísticas. La era de los brochures no significa más ni mejor información si los llena un verbo torpe, llano o de lírica decimonónica.

El fervor por Rubén Darío podría mostrarse en fincas, albergues, restaurantes y encrucijadas con rótulos donde se leyeran versos como ¡Qué alegre y fresca la mañanita! / Me agarra el aire por la nariz, / los perros ladran, un chico grita / y una muchacha gorda y bonita / sobre una piedra, muele maíz. Sería reconfortante encontrar, al trasponer una colina, un letrero rodeado de pastizales y rumiantes que rece: Por las colinas la luz se pierde / bajo del cielo claro y sin fin;/ahí el ganado las hojas muerde, / y hay en los tallos del pasto verde / escarabajos de oro y carmín. Únicamente los letreros del volcán Mombacho, uno de los destinos ecoturísticos mejor acondicionados del país, dan muestras de combinar sensibilidad por la naturaleza, erudición biológica y gusto literario.

Ometepe es un huevo turístico. La condición de isla produce la sensación de estar en un complejo nítidamente delimitado. La facilidad de recorrer todo su perímetro en bicicleta es un atractivo poco frecuente. Pero la población no ha sido adiestrada para estar en contacto con los turistas. La mayoría de los lugareños no se han apropiado de sus posibilidades turísticas. Aunque amables y alegres, no saben ofrecer lo que hay. Los meseros son titubeantes y timoratos. Las recepcionistas no manejan toda la información necesaria.

CARENCIAS DE UN HUEVO TURÍSTICO

Hay muchos factores a los que hipotéticamente podemos atribuir el estado de postración de la industria turística ometepina. Reaparecen aquí los turistas, ellas y ellos, queriendo que sus pesos rindan como euros. Con tan exiguos incentivos, no son muchos los isleños que corren a involucrarse en la industria turística. En segundo lugar está la cultura administrativa nicaragüense, marcada por el centralismo y la improvisación.

El gran hombre -caudillo en la política, gerente en los negocios- es el único que maneja toda la información y toma decisiones arbitrarias que sus empleados no pueden columbrar. En un mercado todavía muy señalado por el juego del regateo, los precios definitivos -el piso de la contienda- sólo puede decidirlo quien realmente detenta el poder en el negocio. Por otra parte, en una isla que es destino para extranjeros, la carencia de personal con dominio del inglés es un agujero negro por donde se van muchos clientes, oportunidades de acuerdos, explicaciones y giras. ¿Cómo ofrecer lo que no se puede decir y cómo pedir lo que no se sabe que hay ni hay quien sepa escuchar?

SEGUIMOS LA RUTA: ISLETAS DE GRANADA

De Ometepe, la isla grande, pasamos a las diminutas que componen el archipiélago de 365 -en año bisiesto, 366, dicen los bromistas-, conocido como las isletas de Granada. El paseo por las isletas es un clásico del ecoturismo en Nicaragua. Se está poniendo menos agradable por la capa de aceite que cubre el agua y por los palacetes que algunos magnates nacionales se han regalado, sustituyendo el reino animal y vegetal por el mineral de cemento y piedras.

En las inmediaciones de la Gran Sultana, varados en la costa, están los despojos del otrora raudo Hidrofoil, vestigio de una época mejor para el ecoturismo y el comercio, cuando en tres horas se navegaba el lago desde Granada hasta la boca del río San Juan en San Carlos. Desde el fallecimiento de este navío, retornamos a las doce horas de trayecto nocturno, más acordes con el indolente ritmo nacional.

LA TRAGEDIA TURÍSTICA DE F.K.

Como muchos otros destinos, las isletas necesitan más pulimiento. Más prosa y más verso. Más gusto y más olfato para los negocios. Y más sentido de las proporciones para evitar disgustos como el que se llevó una pareja estadounidense, para la que su visita a las isletas es desafortunadamente la única idea que tienen del ecoturismo en Nicaragua. F.K., director de una de las más prestigiosas ONG estadounidenses, compró en el muelle de Granada un paquete excitante: una gira con almuerzo incluido a una de las más bellas isletas, de origen volcánico.

La isleta no tenía mayores atractivos que un restaurante, un par de peñascos y una vista hacia el lago sereno y llano. El restaurante tenía una sola mesa, ya ocupada por un grupo de turistas. F.K. y su esposa se pasaron el día entero, ayunos de manjares y diversiones, picados de mosquitos y de rabia, esperando hasta el anochecer el tardío retorno de la panga que los llevó hasta allí, sintiéndose víctimas de una emboscada.

ÚLTIMA PARADA: SAN JUAN DEL NORTE

San Juan del Norte es el primer poblado nicaragüense para quien entra por el sureste. Será el último en este recuento, que no pretende ningún género de exhaustividad.

La panga que recorre el río San Juan desde San Carlos a San Juan del Norte demora doce horas. Es la vieja panga de los Calero. La nueva panga, la de los Peña, es más menguada y hace el recorrido en seis horas, pero sólo puede desplazarse en invierno, cuando el caudal del río permite hundir una frenética propela.

En San Juan del Norte esperan al turista muchas maravillas: el delta del San Juan, la Laguna Azul, los cuatro cementerios de Greytown -masón, militar, británico y católico-, el río Indio, los cuajipales y los monos congos, la comunidad indígena rama, los pescadores artesanales, entre otras más. El gobierno de Arnoldo Alemán creó la Colonia “Bed and Breakfast”, vendiendo en abonos leves dos casas a cada familia beneficiaria: una para habitación y otra para rentar cuartos a viajeros.

Pocos hospedajes sobreviven como tales. El mejor es el impoluto y familiar Hotelito Evo de don Norberto Enrique Gutiérrez, que ya no puede servir desayuno, como todos los demás, porque tal servicio implicaría gestionar otro permiso en la municipalidad. Un día, el hoy reo Alemán prometió -y así creó la expectativa- construir una pista aérea para facilitar el acceso de los turistas provenientes de Managua. Después de llegar a comer y beber como un Gargantúa insaciable en el lujoso Río Indio Lodge, todo a costillas de los incautos socios propietarios, Alemán se fue, repartiendo jugosas propinas y promesas embusteras, y de la pista no ha llegado ni una onza de alquitrán.

Marta Obregón y Emigdio el Zurdo tienen el más acogedor restaurante de la zona. Y Marta la mejor cuchara. Pero de poca fortuna le sirve su ciencia de las especies y cocciones cuando, dado el difícil acceso de las maravillas sanjuaneñas que disuade turistas amigos del buen yantar y poco proclives a las giras extenuantes, el poblado se llena de cheles mochileros que “ahí andan buscando pulperías para almorzar con una cocacola y un pan.” He aquí de nuevo otra causa del magro gasto per cápita del turismo en Nicaragua.

QUEDA MUCHO POR HACER

Aunque éste mi recorrido ha sido a grandes zancadas y con una descripción de brocha gorda, permite pescar, aquí y allá, muchas de las virtudes y defectos, de los esplendores y las miserias del ecoturismo en Nicaragua.

Con restaurantes que cierran a las siete de la noche, guías que no hablan inglés, papeleos burocráticos donde las mejores iniciativas quedan empantanadas, centralismo gerencial, información pobre y confusa, mugre y basura a carretadas, paquetes que semejan emboscadas, pésima señalización, caminos de ningún tiempo y, para acabar de rematar, turistas anacoretas que vienen buscando paraísos del ahorro, el ecoturismo -y cualquier otra forma de turismo- no caminará más que a marcha forzosa. Hay indicios de que algunos saben y pueden: guardabosques incorruptibles, restaurantes con buena sazón, baqueanos pacientes y sapientes, rótulos líricos, hospedajes pulcros… y más. Y se puede aún más.

Pero hace falta más imaginación y sacar provecho de oportunidades que están a la mano. Muchos turistas vienen con motivaciones ideológicas. Visitan Nicaragua porque aquí hubo una revolución. Entre ecoturismo y revolución no hay contradicción. Se pueden vincular los dos intereses y ofrecer charlas y folletos y libros sobre la historia de Nicaragua y camisetas con motivos ideológicos junto con caminatas por senderos y visitas a mariposarios y cafetales orgánicos.

Existe también un turismo con motivaciones religiosas que puede conjugarse con el ecoturismo. Y por supuesto que hay un literoturismo. El Festival de Poesía que anualmente organizan en Granada los poetas y las poetisas de Nicaragua -con poetisas y poetas de todo el mundo- es su máxima expresión y se está convirtiendo en un referente latinoamericano de gran significado. No tiene por qué estar disociado del ecoturismo y otras experiencias de solaz y contentura.

HUBO UNA VEZ UN SOLENTINAME...

Literatura, artesanía, música, reflexión político-social y teológica se juntaron una vez en el paraíso ecoturístico que es el archipiélago de Solentiname. Crear muchos solentinames y similares no es tarea fácil. Hay que vencer las miserias que brotan de la rutina, la cortedad de miras y la desidia. Pero se pudo crear uno. Y hay más oportunidades. No partimos de cero.

INVESTIGADOR DEL SERVICIO JESUITA PARA MIGRANTES DE CENTROAMÉRICA (SJM). MIEMBRO DEL CONSEJO EDITORIAL DE ENVÍO.

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