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Universidad Centroamericana - UCA  
  Número 315 | Junio 2008

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América Latina

En un valle lleno de fresas y con manos vacías de documentos

Cuando llegué al valle californiano de Salinas los ojos se me perdieron en un mar de fresales. Cuando me aproximé a esos fresales descubrí los números de una economía hambrienta de fresas frescas y dependiente históricamente de mano de obra barata y dócil. Y al acercarme a los hogares de algunas recolectoras de fresas encontré un horizonte de lucha, de lucidez y de cambio. Ésta es la historia.

José Luis Rocha

El valle de Salinas fue catapultado a la fama universal por la pluma de John Steinbeck, Premio Nobel de Literatura y admirador de los antiguos californios, habitantes originales de California que conservaron sus tradiciones hispano-mexicanas incluso después de que esa región fuera anexionada a los Estados Unidos en 1848.

CALIFORNIA: LA REINA DE LAS FRESAS

En “Al este del Edén”, Steinbeck describe la capa de suelo del valle de Salinas como profunda y fértil, tan sólo necesitada de un lluvioso invierno para dejarla alfombrada de hierbas y flores. Mucho tiempo atrás debió ser un bosque de madera roja. Hoy, ese suelo está cicatrizado por alargados surcos de fresales, olas de fresas que imitan a sus vecinas olas del mar y se extienden como gigantescos zípers yuxtapuestos, sin un árbol en el que descansar la vista o escapar a los latigazos del sol estival. En esos fresales trabajan millares de inmigrantes de origen latinoamericano.

La mayoría son mexicanos. Algunos están bien asentados en los poblados de Salinas y Watsonville, distritos que absorben el 38% de los fresales californianos y producen la mitad de todas las fresas que se consumen en Estados Unidos. Otros llegan sólo por cortas temporadas para sembrar o cosechar. Les pagan por hora y por cajas: 4.75 dólares la hora y 99 centavos la caja. Reclinados sobre los surcos, trabajan hasta diez horas al día y más. Son conscientes de que producen la riqueza de California, un estado al que el Servicio Nacional de Estadísticas Agrícolas atribuía en 2006 el 88% de las fresas estadounidenses en el 67% del total de los campos de fresas, gracias a un rendimiento anual de 59 mil libras por acre. Este promedio duplica las 28 mil libras de su rival más próximo, el estado de Florida.

California ha logrado esta productividad gracias a las bendiciones de su ubicación. Sus suelos arenosos costeros aseguran un buen drenaje y así evitan la concentración de sales y humedad. Su clima fresco no permite que los fresales estén sometidos a temperaturas extremas. El horno veraniego que trunca los capullos y deteriora la calidad de la fruta y el gélido invierno que demora la cosecha y estimula la frondosidad improductiva, aparecen en California sólo por breves períodos y con mayor clemencia que en otros estados. La ausencia de lluvias torrenciales -perniciosas durante la cosecha- es un rasgo más que garantiza una próspera producción, quizás la mayor del mundo. Por su clima, en California se pueden cultivar fresas de febrero a diciembre, mientras en Florida sólo es posible hacerlo durante tres meses, en Oregon un máximo de siete semanas y en el resto del país, donde es posible hacerlo, a lo sumo durante cuatro semanas.

LAS OLAS DE FRESAS
REQUIEREN OLAS DE INMIGRANTES

Es la proximidad a México la que le proporciona a California un flujo continuo de mano de obra inmigrante, es decir, barata y dócil. El cultivo de fresas es una industria que necesita abundante mano de obra porque los freseros se han enfocado crecientemente en las fresas frescas. En 1970 ya eran el 64% del total y en 2006 casi el 80% de todas las fresas cultivadas en Estados Unidos. Las frescas tienen mejor precio que las procesadas: 72 contra 28 centavos por libra.

Pero las fresas frescas deben tener muy buena presentación y haber sido muy bien tratadas, requerimientos que imponen límites a la mecanización, que ha desplazado mano de obra en los viñedos y tomateras. Las fresas frescas tienen también mejor calidad si provienen de plantas jóvenes, lo que exige contratar trabajadores que resiembren anualmente nuevas plantas. En los años 60 las matas se reemplazaban cada cuatro años. En los 70, cada dos. Ahora se resiembran cada año. Y como la fresa tiene que estar en un punto muy preciso al ser cortada, se necesitan cuadrillas de cortadores que pasen y repasen los surcos casi diariamente.

Una fresa que permanezca un día más de lo necesario no tendrá la apariencia y sabor que le gustan al mercado. Los cortes continuos también son necesarios para disparar la productividad: las matas cosechadas no cesan de florecer. De ahí que en los momentos pico el número de trabajadores agrícolas en el estado de California se duplique: de 225 mil a 450 mil. Al momento de la cosecha, una finquita pequeña de 14 acres de fresas necesita más de 28 cortadores, una mediana de 32 acres contrata a 64 y una grande de 100 acres requiere de 200 cortadores.

Con todas estas ventajas soplando a toda vela, el peso de la producción de fresas de California sobre el total nacional se expandió del 6% en 1946 al 36% en 1953, al 74% en 1988 y al 88% en 2006. Pero todas estas ventajas tienen su envés: si quieren conservarlas, los finqueros no pueden evitar negociar con los trabajadores, tal como hicieron en los años 70. O bien -como han hecho las más de las veces en la historia- pueden aprovechar la bendición de la ola de inmigrantes.

LA HORA DE LA RENTABILIDAD

La antropóloga estadounidense Miriam Wells se refiere al “régimen de mercado laboral” para aludir a la configuración de las restricciones políticas en un mercado laboral en un momento dado. Tal régimen refleja y afecta los intereses de clase, los recursos y las estrategias en cada nivel productivo. Moldea significativamente las ventajas relativas de cada clase en un particular proceso laboral.

A veces pueden convivir dos regímenes en un mismo país. O se puede pasar de uno a otro a velocidad meteórica. La convivencia de regímenes distintos fue documentada por Eric Wolf en la Rusia de los zares. El régimen de servidumbre predominaba en las provincias del sur, donde la tierra negra garantizaba una producción generosa y lucrativa. Allí los grandes señores preferían controlar la tierra y tener vasallos bajo su dominio que la cultivasen. En las provincias septentrionales, donde la fertilidad de los suelos era deprimente, se aplicó un régimen de pago en especie o dinero por el uso de la tierra de los señores feudales. En esas provincias, la dedicación al trabajo artesanal o a la industria en las ciudades posibilitaba el rendimiento de pagos monetarios o en especie. La conveniencia de las élites ha sido determinante para definir el régimen.

En el caso de Rusia, hubo una segmentación espacial. En el caso de California, podemos rastrear una diferenciación temporal pendular. Antes de la Segunda Guerra Mundial, especialmente durante la Gran Depresión, imperaba el régimen de compartir la cosecha con los trabajadores. Un cambio decidido hacia el régimen salarial se impuso cuando la industria de las fresas se volvió inusitadamente rentable y a medida que el “Programa Braceros” fue proporcionando la mano de obra barata, disciplinada y numerosa que constituye el mejor antídoto contra las huelgas y otras formas de presión sindical.

LA CLAVE DEL LUCRO:
CONTROLAR LA FUERZA LABORAL

A mediados de los años 60 y durante la década de los 70, en los momentos pico del poder de los sindicatos, el régimen de compartir la cosecha se expandió nuevamente: el empresario delegaba la plantación, mantenimiento y cosecha en familias que ganaban una participación en los beneficios finales. De esta forma sus demandas tenían el límite que imponían los resultados de la cosecha y la comercialización. En esa época, hasta el 50% de los productores y tierras estuvieron bajo el régimen de compartir la cosecha. Cuando los sindicatos se debilitaron y las migraciones de indocumentados se agigantaron, el régimen salarial recobró su cobertura casi total.

Estos cambios de régimen han confirmado que el cultivo de fresas es altamente dependiente de la oferta de mano de obra. El control de la fuerza laboral durante las cosechas es la clave del lucro porque la mano de obra es el principal componente de los costos. Su precio, sincronización y ejecución cuidadosa se han convertido en los principales determinantes de la tasa de beneficio. Modificar otros factores permanece fuera del control de los finqueros. La demanda de las fresas, y de productos agrícolas en general, es relativamente inelástica al precio y a los ingresos: crece muy poco aunque se disminuyan los precios o aumenten los ingresos de los consumidores.

Por otra parte, la diferenciación de productos es apenas accesible como forma de incrementar la demanda y los productores son habitualmente incapaces de controlar los precios de los insumos o de aumentar el precio de las fresas restringiendo su oferta. La incapacidad de los finqueros de elevar los precios en un mercado altamente competitivo, o de reducir el costo de unos insumos cuya venta está en manos de poderosos proveedores de agroquímicos y crédito, seguirá incrementando su interés en las innovaciones tecnológicas que elevan la productividad y en la manipulación del costo de la mano de obra.

LAS FRESAS NECESITAN MANOS DE JARDINEROS

Es un hecho que en el agro estadounidense las innovaciones tecnológicas han reducido la necesidad de mano de obra calificada, y así, han permitido que los finqueros prescindan de trabajadores mejor situados para hacer valer sus demandas. Pero la predilección de la gente por las fresas frescas y una creciente expansión de los mercados ha significado que, a diferencia de otros cultivos, las fresas sigan demandando más y más mano de obra. La fragilidad de las fresas -se magullan con facilidad-, su punto de madurez secuencial, la duración de la temporada de cosecha y la dificultad de remover la capa de hojas y el tallo de las fresas ha desincentivado la adopción de cosechadoras mecánicas destructoras de plantas.

Las fresas frescas se recolectan girando el tallo y no tirando de él para preservar las puntas de color verde. Se deben seleccionar las bayas del tamaño, firmeza, forma y color adecuados. El mimo que requieren las fresas frescas hace que exijan manos de “jardineros” que las acaricien más que de “cultivadores” que las manipulen. Como resultado de todos estos rasgos, California absorbe más mano de obra agrícola que el resto de Estados Unidos en su conjunto.

FRESAS CALIFORNIANAS EN EL MUNDO
Y LATINOS EN CALIFORNIA

En California, todo régimen de mercado laboral se ha caracterizado por un apetito voraz de trabajadores. En 2000-2006, la población latina de California pasó de 11 millones (32% del total en ese estado) a 13 millones (36%). En el diminuto Salinas saltó de casi 97 mil (64%) a 100 mil (71.3%). California tiene actualmente el 30% de todos los latinos viviendo en Estados Unidos. Le siguen Texas (19%) Florida (8%) y New York (7%). El 35.5% del total de la población californiana es latina. Sólo Nuevo México, con su 44% de población de origen latino, supera a California.

El incremento de mano de obra latina ha contribuido a consolidar la posición de Estados Unidos como el mayor productor de fresas del mundo. Le sigue España, con una producción tres veces menor. Italia ocupa el octavo lugar. California produce más fresas que España e Italia juntas. En 1970-2006, la producción de fresas en Estados Unidos subió de 496 millones a 2 mil 404 millones de libras, un incremento que, sumado un alza de 41 centavos en el precio por libra, significó que el valor de la producción pasó de 106.6 millones a 1 mil 515 millones de dólares. En los últimos 10 años el volumen de acres cultivados con fresas aumentó en más de 10 mil en California y en 2 mil 463 en Salinas y Watsonville. La mano de obra inmigrante -predominantemente indocumentada- ha hecho posible esta proeza. El área de cultivo ha crecido mucho más que la población en estos dos distritos. ¿Cómo fue posible esa magia?

EL PROGRAMA “BRACEROS” DURÓ MÁS DE 20 AÑOS

La historia comienza -y aún no termina- con los inmigrantes. Para alcanzar una mejor perspectiva, hay que remontarse a los años 40. Para contar con más manos que trabajan y se van -los migrantes ideales que necesita el sistema- el gobierno estadounidense recurrió a una de sus típicas políticas ambivalentes: una negociación bilateral con su vecino del sur para importar mexicanos: aceptamos a los migrantes de manera controlada; sí los necesitamos, pero cuidadito se van a quedar. Esa negociación cuajó en un programa de contratación en el país de origen. Se llamó “Programa Braceros” y fue ejecutado entre 1942 y 1964. Originalmente fue impulsado por los finqueros californianos y por la poderosa American Farm Bureau Federation en concertación con los finqueros sureños.

Cuando los trabajadores nativos abandonaron el trabajo rural a inicios de los años 40 para enrolarse en el ejército, estos organismos presionaron explícitamente para obtener un programa federal de oferta laboral. Presentaron sus intereses particulares como un asunto de “defensa nacional” por razones de seguridad alimentaria. Y aunque se suponía que era un programa ligado a la guerra, su entrada en escena demostró ser tan rentable que los finqueros aseguraron su continuidad mucho después de la guerra, durante 23 años. Durante ese período, el programa importó casi 5 millones de trabajadores, a razón de 450 mil por año en su momento pico a finales de los años 50. California llegó a absorber hasta el 90%. Los “braceros” llegaron a representar hasta más de dos tercios de los cortadores de fresas californianas y el 100% en la costa central.

Quienes aceptaron participar en ese programa fueron trasladados a unos enormes recintos en la frontera, donde debieron esperar a que les asignaran puestos de trabajo. Les colgaban unos enormes rótulos del cuello, los desnudaban y los rociaban con un agente desparasitador antes de permitirles ingresar a Estados Unidos. Así quedaban certificados para trabajar en un período y lugar determinados. Les concedieron permisos de seis semanas a dos meses y les asignaron los trabajos menos atractivos para los ciudadanos estadounidenses. No fueron destinados a las manzanas, sino a las fresas, en cuyos plantíos se trabaja con el cuerpo inclinado durante largas horas.

Una vez dentro del país, los trabajadores quedaban a merced de su patrón. Muchos denunciaron el maltrato y fueron deportados. Todos los que ingresaron en actividades sindicales o intentaron negociar salarios y condiciones laborales fueron decertificados y deportados de inmediato. El “Programa Braceros” involucró directamente al gobierno en la gestión de la mano de obra, posibilitando que los finqueros externalizaran la mayor parte de los costos y dolores de cabeza del reclutamiento.

La satisfacción de los finqueros con este programa es hoy más que patente en las declaraciones de uno de sus portavoces: Los braceros vinieron para ganar su sustento, no para ocasionar problemas. Eran hombres de familia, no delincuentes juveniles como los que ahora vemos. Nosotros sabíamos que podíamos enviarlos de regreso si se quejaban de algo, pero rara vez tuvimos que hacerlo. El Programa Braceros ayudó a todos. Los mexicanos apoyaron a sus familias y los estadounidenses hicieron dinero. Era lo mejor de los Cuerpos de Paz, pero al revés. En lugar de que nosotros fuéramos a su país a enseñarles, ellos vinieron aquí para aprender de nosotros.

EL LEGENDARIO CÉSAR CHÁVEZ
Y LA EMPODERANTE UNITED FARM WORKERS

Todo iba a pedir de boca para los finqueros hasta que entró en escena United Farm Workers, el sindicato agrícola más fuerte en toda la historia de Estados Unidos. Fundado por los legendarios César Chávez y Dolores Huerta en 1962, puede acreditarse victorias que cuajaron en incrementos salariales y en mejoras en las condiciones de trabajo.

César Chávez nació en 1927 y falleció en 1993 en su Arizona natal. Al momento de su muerte, estaba luchando contra la aplicación de pesticidas tóxicos, una bandera que ahora retoman United Farm Workers, Líderes Campesinas y otras organizaciones. De su niñez, Chávez recordaba muchos comentarios racistas y avisos que decían “Sólo para los blancos”. Asistió a treinta y siete escuelas mientras sentía que la educación no tenía nada que ver con su vida de campesino. En 1962 fundó la Asociación Nacional de Campesinos, que después se convirtió en Campesinos Unidos o United Farm Workers (UFW). En sus comienzos, muy pocos miembros cumplían con su cuota de contribución al sindicato y era muy difícil financiar las actividades de la organización.

Tras un arduo trabajo, UFW consiguió que los cultivadores de uva aceptaran contratos colectivos y ciertas mejoras laborales, y así conquistaron la simpatía y afiliación de la mayoría de los trabajadores de esa industria. En los años 70, UFW contaba con más de 50 mil trabajadores protegidos por sus contratos. La huelga de uva en Delano, la marcha campesina desde Delano hasta Sacramento y los ayunos de Chávez inspirados en Gandhi -incluyendo en 1968 y 1972 ayunos de 25 días a punta de sólo agua y otro de 36 días en 1988-, enfocaron la atención nacional en los problemas de los campesinos y consiguieron que el gobierno aprobara leyes realmente inusitadas en el sector agrícola.

HUELGAS, MARCHAS, RECLAMOS,
LEYES, CONTRATOS COLECTIVOS...

Diferentes esfuerzos organizativos habían precedido a UFW. Fueron bloqueados por los braceros manipulados por los cultivadores. Pero Chávez luchó en diferentes arenas: las iglesias, el Senado, los consumidores e hizo alianza con el movimiento por los derechos civiles. En 1964 ejerció mucha presión para terminar el “Programa Braceros”, argumentando que deprimía los salarios, desplazaba trabajadores estadounidenses y usaba fondos públicos en beneficio de intereses privados. UFW logró una ley según la cual ningún bracero -un obrero importado temporalmente de México- podría reemplazar a un obrero del país.

También consiguió leyes que establecieron sustanciales mejoras para los trabajadores, que fueron sistemáticamente ignoradas por los empleadores. En los campos no había retrete portátil y los campesinos debían tomar agua de una misma taza, “una lata de cerveza”. En una finca les vendían esa “taza” de agua a veinticinco centavos de dólar. Los albergues temporales de los trabajadores estaban segmentados por “raza” y debían pagar hasta más de dos dólares al día por una choza de metal, a menudo infestada de mosquitos y sin servicios de agua y alcantarillado ni medios para cocinar. Por añadidura, muchos trabajadores resultaron lisiados o murieron por accidentes fácilmente evitables.

Cada vez que UFW llamaba a una huelga, los finqueros traían esquiroles chicanos del área circundante. Los braceros cumplían esa función. Pero la labor en la iglesia católica, especialmente en el templo de Nuestra Señora de Guadalupe en Delano, fue creando una solidaridad étnica y los chicanos empezaron a presentar un frente común en respaldo de UFW. Millares de campesinos abandonaron las fincas en el ocaso de los 60 y el alba de los 70. Quince o veinte automóviles llenos de piqueteros de UFW recorrían las fincas y persuadían o se enfrentaban a los esquiroles y a la policía. Industrias Schenley reaccionó rociando a los campesinos en huelga con pesticidas altamente tóxicos. Como contragolpe, UFW organizó una marcha. Setenta huelguistas caminaron en 1966 desde Delano hasta Sacramento: casi 340 millas en 25 días. Muchos empleadores cedieron y suscribieron contratos colectivos con UFW. La clave de su éxito fue presentar la discriminación contra los campesinos como similar al racismo que experimentaban los afroamericanos. Los campesinos de California crearon finalmente un sindicato que ha sobrevivido al paso del tiempo.

BOICOT A UVAS, TOMATES, LECHUGAS, FRESAS...

Los finqueros descubrieron con desaliento que, en esta ocasión, los huelguistas no se conformaban con pequeñas concesiones salariales. Aspiraban a más. Y pasaron a otro campo de batalla: Chávez llamó a los consumidores a un boicot contra las uvas que no llevaran la etiqueta de UFW. Grupos de voluntarios recorrieron las grandes ciudades para organizar a grupos de simpatizantes -sindicatos, iglesias, organizaciones comunitarias- que se sumaron al boicot. Millones de consumidores se abstuvieron de comprar uvas. UFW pinchó donde más duele. Sólo en 1969 las pérdidas ocasionadas por el boicot ascendieron a 20 millones de dólares. Sus luchas se expandieron a los cultivos de tomates, lechugas y fresas. La huelga de 1970 en los fresales tuvo un costo de 2.2 millones de dólares sólo en pérdidas de cultivos. Cuajó en una nueva conciencia de los derechos y posibilidades de los trabajadores. Empezaron a creer que el cambio era posible. Así conquistaron beneficios que actualmente gozan los trabajadores.

Los trabajadores agrícolas habían sido excluidos de los beneficios de muchas leyes que fortalecieron a los trabajadores urbanos. Los finqueros habían tenido mucho éxito en argumentar ante los legisladores que las protecciones laborales eran injustas e innecesarias en la agricultura porque las relaciones laborales en este sector eran habitualmente armoniosas y los finqueros ya eran demasiado vulnerables a las demandas de los trabajadores debido a lo perecedero de sus productos. Es más, esas leyes eran superfluas -decían los finqueros- porque las relaciones laborales en las fincas eran como las relaciones familiares.

Los campesinos californianos debieron esperar más hasta 1975 para obtener derechos que los trabajadores de la ciudad habían conseguido 40 años atrás. La ley californiana de relaciones laborales agrícolas concedió a los trabajadores el derecho a organizarse, a tener elecciones sindicales y a negociar colectivamente sin interferencias del empleador.

Los contratos colectivos que la ley avaló terminaron restringiendo el control de los finqueros sobre el precio y el manejo de la mano de obra, establecieron estándares de condiciones de trabajo -salud y seguridad, incluyendo el manejo de pesticidas-, impusieron el registro de un expediente laboral y un plan médico a costa del empleador, estipularon procedimientos de contratación y despido, y el pago de salario mínimo, vacaciones y horas extra.

DE TRABAJADORES INVITADOS
A NO-CIUDADANOS INDOCUMENTADOS

Incluso antes de la muerte de Chávez, UFW había perdido a muchos militantes históricos porque estaban descontentos por el abandono de las originales formas de lucha -huelgas y organización de trabajadores- para enfatizar los boicots al consumo. Hoy, algunas de las conquistas de UFW se han erosionado. Otros retoman la lucha, no menos entusiastas, pero sí menos numerosos: UFW contaba con 27 mil afiliados en 2003.

El talón de Aquiles en la nueva era -si no el más vulnerable, al menos uno de los talones- es el flujo migratorio, unido a la pirámide de derechos del sistema estadounidense. Según la antropóloga Miriam Wells, irónicamente, el éxito de los movimientos por los derechos civiles y contra la pobreza en el reconocimiento de derechos a los ciudadanos estadounidenses también tuvo el efecto de fortalecer la vulnerabilidad relativa de los no ciudadanos e incrementó su utilidad para los empleadores. Sólo una fracción muy pequeña de los trabajadores agrícolas son ciudadanos estadounidenses.

Como en muchos otros países, la agricultura es la industria más antigua en Estados Unidos. El Censo Nacional de 1790 reportó que el 90% de los 4 millones de residentes en Estados Unidos estaban ubicados en áreas rurales. Esa cifra y su composición étnica han variado en los últimos 200 años. Actualmente muy pocos ciudadanos y residentes viven en áreas rurales. En 2002, el Pew Hispanic Center encontró que 1.2 millones -47% de los 2.5 millones de asalariados que se ganan el pan en las fincas estadounidenses- son trabajadores indocumentados. El número de estos trabajadores “no autorizados” o “no certificados” -como se les llama en muchos documentos oficiales y académicos- aumenta en los períodos pico de las cosechas. El Pew Hispanic Center calculó en 2004 que de los 35.7% de nacidos en el extranjero, 10.3 millones (29%) son indocumentados. De ellos, 2.4 millones (24%) residen en California, 8.4 millones (81%) provienen de América Latina y 6.7 millones (65%) llegaron a Estados Unidos en 1995-2004.

De acuerdo a Santos Quintero, a quien entrevistamos en las oficinas que UFW tiene en Watsonville -a la que los empresarios de fresas pusieron bombas en 1970, año en que las bombas y las amenazas de bombas se convirtieron en un evento diario para los sindicalistas- el 90% de los trabajadores agrícolas de los fresales californianos son hoy indocumentados.

Actualmente, el régimen laboral se caracteriza por un incesante flujo de mano de obra indocumentada. Los empresarios ya no tienen que moldear el régimen de contratación y otros aspectos de la política laboral. Pueden enfocarse en las políticas migratorias sabiendo que esto tendrá un efecto oblicuo pero inmediato sobre la vulnerabilidad y maleabilidad de los trabajadores.

En California, como en otros estados y países, la contratación de inmigrantes ayuda a que los empleadores mantengan e incrementen la tasa de beneficios. Los inmigrantes indocumentados pueden ser empleados de manera más flexible que los braceros, residentes o ciudadanos. Son menos propensos a hacer reclamos. Son más manipulables, porque sus alternativas de empleo son más limitadas y porque la amenaza de aprehensión y deportación desinfla su resistencia a las imposiciones de los finqueros.

Wells insiste en que el gobierno ya no gestiona la mano de obra de las fincas de forma directa: sus políticas migratorias gestionan y clasifican a los trabajadores de manera indirecta creando diferentes estatus de ciudadanía, que instituyen un acceso desigual a los recursos políticos y económicos.

LOS FINQUEROS
DEPENDEN DE LOS INDOCUMENTADOS

La ola inmigrante tiene un efecto semejante al que tenía el “Programa Braceros” que UFW luchó por eliminar. Los trabajadores establecidos tienen menos oportunidades de ejercer presión cuando hay una oferta continua de fuerza laboral, cuya ciudadanía deteriorada concede a los empleadores el beneficio adicional de evadir ciertas obligaciones patronales.

UFW ha manejado el tema de la migración con mucha delicadeza. Durante su oposición al “Programa Braceros” abogó por un mayor control en la frontera con México. Sin embargo, no excluía a los indocumentados ni se oponía a su presencia en los campos de cultivo. Muchos de sus afiliados tenían familiares y amigos indocumentados. UFW permanecía silenciosa ante el tema de la ciudadanía y se proponía involucrar a todos los trabajadores. En algunos momentos, las divisiones por el tema de la ciudadanía y los documentos fue un lastre de tal magnitud para sus esfuerzos que UFW tuvo que tomar una posición.

En 1974 y 1979, durante la renovación de los contratos con los lechugueros, UFW lanzó una vigorosa campaña contra los indocu¬mentados de la costa central. Enfatizó entonces las pérdidas de empleo que los indocumentados causaban a los inmigrantes documentados y a los trabajadores nacionales. Pero su principal preocupación era el uso de indocumentados como rompe-huelgas. En parte como resultado de sus presiones, la patrulla fronteriza aumentó sus capturas y duplicó las deportaciones hasta llegar a 9 mil 652 sólo en el mes de mayo de 1979. Actualmente, UFW no pregunta por el estatus migratorio de los trabajadores que suma a sus filas. Pero el peligro continúa y amenaza más que el “Programa Braceros”.

Ese programa y los que le sucedieron -fumigando y certificando trabajadores temporales- inclinaron la balanza de modo que los trabajadores temporales “certificados” superaran a los indocumentados: 37% vs. 8% en 1989 y 30% vs. 17% en 1990. Pero a inicios de los 90 las proporciones se invirtieron: (23% vs. 33% en 1992) y alcanzaron el 15 vs. 52% en 1998. Los finqueros dependen grandemente de la mano de obra indocumentada. Una provisión continua de indocumentados es la garantía de que las presiones de UFW no lleguen jamás al punto de 1970 y no tengan efectos sustanciales.

CON PASADO, EN EL PRESENTE Y CON FUTURO

Otro talón de Aquiles fue y sigue siendo que muchos trabajadores pueden obtener los beneficios de las luchas de UFW sin pagar el precio. Incluso en el momento pico de sus luchas, UFW apenas logró afiliar al 10% de los trabajadores agrícolas. Pero muchos otros recibieron los beneficios de sus sacrificios y riesgos sin pagar la cuota ni participar en las huelgas y marchas. Incluso sin participar de los contratos colectivos.

Las empresas ubicadas en zonas donde operaba UFW aumentaron los salarios y multiplicaron los beneficios laborales para evitar que sus obreros se sindicalizaran. UFW tuvo así un afecto carambola sobre quienes no fueron sus militantes. Actualmente, los trabajadores sindicalizados en UFW tienen que pagar una cuota del 2% de su salario, una política poco atractiva en el mundo del “cada quien salve su cacaste”.

La particularidad de que los trabajadores en las fincas deban sindicalizarse en bloque impone ciertos límites al avance de la sindicalización. Los afiliados a United Farm Workers visitan los plantíos, realizan un trabajo de concientización y luego convocan a elecciones. Si más del 50% de los obreros de una finca votan por la sindicalización, UFW los inscribe y firma un convenio colectivo con el propietario. Los trabajadores bajo el convenio logran reducir sustancialmente su vulnerabilidad: no pueden ser despedidos ni abusados. El sindicato interviene y los defiende.

Recientemente United Farm Workers consiguió una nueva victoria: la ley que obliga a colocar bajo sombra el agua que beberán los trabajadores y una carpa para el descanso a resguardo del sol. Es un avance más que muestra que UFW tiene pasado, presente y futuro.

FINQUERO Y CONTRATISTA: DOS PERSONAS DISTINTAS Y UN SOLO PATRÓN VERDADERO

En el régimen de mercado laboral vigente, existe un personaje que, aunque no es nuevo, aparece ahora con relucientes colores y porte agigantado: el contratista. Según Santos Quintero, el contratista suele ser una persona relativamente joven, con experiencia de trabajo en el campo y, por lo común, de origen latino. Así se cumplen una vez más los refranes “Del mismo cuero salen las coyundas” y “No hay mejor cuña que la del mismo palo”.

Hay contratistas varones y mujeres. Para ejercer este oficio, lo más importante es tener las conexiones y un vehículo para transportar a sus reclutados. Son los magos del sistema, encargados de reclutar mano de obra temporal, indocumentada, barata y frecuentemente indígena. Manos que trabajan y se van.

Los contratistas son el punto de enlace entre los propietarios de las fincas y los migrantes. Son the middlemen. Ofrecen múltiples servicios: representación ante los finqueros, comida, hospedaje en hacinamiento de diez migrantes por habitación, transporte, cambios de moneda y otras transacciones bancarias. Ellos reciben la paga de los finqueros y, como en los comisariatos de las antiguas haciendas latinoamericanas, deducen los altos costos de sus numerosos servicios y aprovechan para reducir la cantidad de horas y días de trabajo reconocidos como válidos. No pocas veces retienen salarios y llaman a la policía para denunciar a sus desprevenidos huéspedes, que son deportados de manera expedita antes de recibir un solo dólar por sus duras jornadas.

El contratista es la figura clave para la externalización de costos. Hace, mejor y más despiadadamente, lo que antes hacía el gobierno con el “Programa Braceros”. Realiza el reclutamiento a ningún costo para los finqueros. Parte de las funciones de autoridad y estigma que tuvo el patrón ha sido transferida al contratista, un híbrido entre relaciones capitalistas y pre-capitalistas.

Se mueve en el capitalismo porque posibilita la conexión impersonal con el propietario. Pero él mismo establece relaciones personales -aunque efímeras- que recuerdan las del capataz de la hacienda pre-capitalista. El rol del empleador aparece desdoblado y así conviene para que el sistema funcione: dos personas distintas y un solo patrón verdadero. En el plano legal el contratista es una figura difusa. En el plano informal es la pieza clave. Para los inmigrantes, es la figura más real: su puerta al mercado laboral estadounidense. Es patrón y comisariato: vende reclutamiento, transacciones financieras, hospedaje, comida y transporte.

El contratista es una de esas instituciones político-sociales que determinan el equilibrio de poder entre obreros y patrones. Y en este caso particular, garantiza la posición ventajosa de los empleadores. Es a la vez un síntoma, un resultado y una causa. Es un síntoma, entre otras cosas, del deterioro de las relaciones entre inmigrantes de diversas generaciones. Es un efecto de los actuales flujos migratorios, porque la constante afluencia de indocumentados hace posible la existencia del contratista y las concomitantes trampas que lo acompañan. Y es un factor que posibilita la evasión de las obligaciones patronales y estatales.

CON LOS SALARIOS MÁS BAJOS,
SON LOS PEOR PAGADOS

El actual flujo migratorio y la proliferación de contratistas están ayudando a que los obreros agrícolas conserven su lugar entre los trabajadores peor pagados de Estados Unidos. En 1988 recibían un salario semanal promedio de 202 dólares. Hacia el 2000, su salario promedio había ascendido a 304 dólares semanales, sólo ligeramente superior a los 286 de las meseras, los 296 de las domésticas y los 302 de los cocineros. Estaba un poco por debajo de los 324 de los encargados de limpieza. Pero era bastante menor que los 400 de los carniceros, los 414 de los obreros de la construcción, los 467 de los instaladores de techo y los 507 de los alfombradores.

La masiva presencia de latinos -un grupo muy marginado en el mercado laboral estadounidense- contribuye a esta situación. Los latinos son más propensos a aceptar trabajos mal pagados porque son más afectados por las tasas de desempleo. Los métodos tradicionales de medir el desempleo arrojaron una tasa de 8% para los latinos en 2004. De acuerdo a una medida alternativa del desempleo, utilizada por el Pew Hispanic Center para considerar, no sólo a los desempleados incluidos en la medida tradicional, sino también a los trabajadores empleados a tiempo parcial por razones económicas y a los trabajadores en ocupaciones marginales que han estado buscando trabajo recientemente, la tasa de desempleo de los latinos se eleva a 15.5%. Apenas es inferior al 17.1% de los afroamericanos no latinos, pero muy superior al 9% de los blancos no latinos. Esta dificultad de ingresar al mercado laboral, unida a su masiva condición de indocu¬mentados, explica que los latinos sean el grupo peor pagado, como muestra la tabla.

Según las estadísticas del Departamento del Trabajo, el salario promedio semanal de los latinos es de 504 dólares. Es el más bajo de todas las grandes categorías poblacionales en Estados Unidos. Y como todos los promedios, esta cifra esconde grupos más golpeados: el de los migrantes de primera generación, que ganan en promedio 465 dólares; el de las mujeres, cuyo salario promedio apenas llega a 436 dólares; el de quienes entraron a Estados Unidos después del año 2000 y ganan 381 dólares; y el de quienes no estudiaron secundaria y reciben 369 dólares.

El salario agrícola está en un sótano más profundo. El salario promedio semanal pagado en el sector agrícola está 200 dólares por debajo del salario promedio de los latinos. Los latinos que laboran en la agricultura -son mayoría en este sector- se encuentran entre los peor pagados en un país que mide el éxito por los ingresos, venera la acumulación de riqueza y cuenta con una industria cinematográfica que consuetudinariamente urde cuentos de hadas sobre la movilidad social.

LOS MÁS EXPLOTADOS:
MIXTECOS, TRIQUIS Y ZAPOTECOS

No sólo el mercado laboral general, sino también el mercado laboral de las fincas estadounidenses, y muy especialmente el de las fincas californianas, está muy subdividido por regiones e industrias, y los trabajadores están estratificados por líneas de ciudadanía. Hay ciudadanos blancos, ciudadanos de origen asiático, ciudadanos latinos, ciudadanos afroamericanos... Hay residentes en esos mismos grupos. Hay indocumentados. Y, en el último escalón, hay indocumentados indígenas. Los más apetecidos en el mercado laboral y en el del embuste son los mixtecos, triquis y zapotecos, indígenas del occidente de Oaxaca.

La familia mixteca es una de las familias más grandes y di¬versas en el tronco otomangue y se divide en tres grupos: el mixteco (Mixtec), el cuicateco (Cuicatec) y el triqui (Trique). Muchos de ellos no hablan inglés ni español, y quedan así más expuestos a las mañas de los contratistas más inescrupulosos. Algunas militantes de la agrupación Líderes Campesinas cuentan el caso de una muchacha triqui que recibió apenas 40 dólares por dos días de trabajo de 6 de la mañana a 6 de la tarde. El contratista le aseguró que ése era el salario en la zona. Graciela Vega -trabajadora en los campos de fresas- sabe de ese peligro: Algunos de los nuevos no saben cuánto van a ganar y se topan con contratistas que les pagan sólo dos dólares por hora.

El mixteco -y aún mejor, la mixteca- es el trabajador ideal: no tiene documentos, no protesta, no habla, gana poco y paga mucho. Es mano de obra en el más estricto sentido del término. Tiene una boca y no la usa. Tiene manos que siembran y cortan las fresas, que luego reciben un mal salario y que finalmente pagan bien por malos servicios. Está en el último nivel de ciudadanía. Sus derechos no son escuchados ni pronunciados. En el sistema de castas estadounidense son los parias inaudibles.

También en el terreno de la sindicalización los más preteridos son los indígenas. Al carecer de experiencia sindical y estar más amedrentados por las amenazas de patrones represivos, se resisten a ingresar a los sindicatos y están más expuestos a los abusos. Teniendo en cuenta esa situación, UFW tiene entre sus promotores a un mixteco, concentrado en ayudar a sus paisanos, que no dominan otra lengua.

PESTICIDAS PROHIBIDOS EN LOS FRESALES

Los bajos salarios no son la única peste que padecen los inmigrantes que trabajan en la agricultura. También sufren la de los pesticidas. Debido a su toxicidad, la venta y aplicación de ciertos pesticidas está controlada en Estados Unidos. El bromuro de metilo, diazinon y abamectin son insecticidas de uso restringido, pero de corriente aplicación en los fresales.

El Protocolo de Montreal, suscrito por 182 países, declaró en 1992 que el bromuro de metilo destruye la capa de ozono. Pese a una severa reducción, 35 millones de libras de bromuro de metilo fueron diseminadas en 1999 en los campos estadounidenses. El gobierno no ha proporcionado (¿intencionalmente?) datos más recientes. El 50% fue vertido en California y el 27% en sus fresales. Muchos finqueros se resisten a abandonar su uso para evitar pérdidas que, en el conjunto de los cultivadores de fresas, podrían llegar a los 150-200 millones de dólares.



Los trabajadores están padeciendo esta resistencia. A menudo los finqueros no respetan los márgenes de tiempos jurídicamente estipulados entre una fumigada y el ingreso de los trabajadores a una plantación. Peor aún: puesto que muchos fresales están próximos a las escuelas, los niños terminan siendo afectados por la fumigación. Lideresas campesinas de Salinas están trabajando activamente en la denuncia de este irrespeto a la ley, que prohíbe fumigar a menos de 500 pies de hogares y centros educativos. De acuerdo a sus pesquisas, niños y niñas están padeciendo enfermedades respiratorias, alergia, pérdida de memoria e irritación de los ojos y piel. A veces parece que los niños vienen marihuaneados, me dice Lupita Miranda.

UNA LUZ EN UN VALLE DE LÁGRIMAS Y FRESAS: LAS LÍDERES CAMPESINAS

En Estados Unidos existen muchas organizaciones que trabajan con los campesinos en general. United Farm Workers es la más poderosa, pero no es la única. Existen también organizaciones lideradas por mujeres, y que trabajan predominantemente con ellas como Dolores Huerta Foundation, Líderes Campesinas, Esperanza: The Farmworkers Women’s Legal Initiative, Farmworker Women´s Institute, Latinas Unidas por un Nuevo Amanecer y Las Amigas.

Entre la mujeres que trabajan en los fresales y en las empacadoras del valle de Salinas Líderes Campesinas es la organización de mayor arrastre. Nació a finales de los años 80 como un movimiento de trabajadoras mexicanas y fue formalmente fundado en 1992 por Mily Treviño-Sauceda con una donación de 8 mil dólares otorgada por Ms. Foundation. Su equipo permanente se compone de 30 mujeres que solían ser trabajadoras agrícolas y que ahora trabajan en construcción de capacidades, toma democrática de decisiones, entrenamiento entre pares -con el estilo del latinoamericano programa De campesino a campesino- y desarrollo de liderazgos con una mezcla de educación tradicional e innovadora y métodos organizativos, como reuniones en los hogares y presentaciones teatrales en eventos comunitarios.

En uno de estos hogares me reuní con ellas, entre niños y juguetes. Mi contacto, Paula Placencia -26 años en Estados Unidos- convocó a ocho chispeantes miembras de Líderes Campesinas para conversar sobre su impresionante trabajo. Me contaron -acompañando la plática con jugo, café y galletas- cómo los componentes en los que se enfoca su trabajo procuran responder a las necesidades y recomendaciones de las campesinas y sus familias: condiciones laborales (acoso sexual en el centro laboral, pesticidas, salud y seguridad ocupacional, salarios y jornada laboral, agricultura orgánica), violencia familiar (violencia doméstica, ataque sexual y abuso de niños y ancianos), salud de la mujer (VIH/SIDA, cáncer de seno y cervical, nutrición, diabetes e hipertensión), desarrollo del liderazgo juvenil (embarazo de adolescentes, acoso sexual, violencia y violaciones en las citas, violencia familiar, trabajo infantil y condiciones laborales), programas para la tercera edad (abuso, desarrollo de liderazgo, salud y otros), Instituto para las mujeres trabajadoras (entrenamiento de campesinas para recibir crédito como profesionales y para profesionales) y el Programa de desarrollo económico que entrena campesinas sobre su trabajo.

Al madurar y hacerse más inclusiva, la agrupación se acercó a indígenas triquis y mixtecas, centroamericanas y migrantes de otras nacionalidades y extendió la presencia de sus comités al valle de Coachella, a los condados de Santa Cruz y Fresno y a los poblados de Ventura, Kern, Tulare, Madera y Merced. Actualmente, extiende su apoyo a organizaciones y mujeres inmigrantes ubicadas en Texas, Arizona, Iowa, Washington y México para que repliquen su trabajo y así establecer una red en el suroeste y binacional. Cuentan con más de 550 miembras, más de 300 mujeres y alrededor de 200 muchachas entre 10 y 18 años.

OTRA PESTE EN LOS FRESALES:
EL ACOSO Y EL ABUSO SEXUAL

El combate al acoso sexual ha sido desde sus inicios una de sus principales causas. Muchos mayordomos -supervisores- demandan favores sexuales a cambio de la asignación de tareas menos duras o simplemente a cambio de conservar el trabajo.

Nosotras pensábamos que en los Estados Unidos era normal tener sexo para conservar el trabajo, dijo un grupo de mujeres campesinas a su abogado. Los trabajadores de Salinas se refieren a uno de los campos de fresas como “el campo del calzón” para aludir al gran número de violaciones que ahí tienen lugar. Por la misma razón, las mujeres en Florida han bautizado las plantaciones como “el motel verde”.

Las inmigrantes indocumentadas son objeto de una amenaza más aterradora: la deportación. Ante esa amenaza y la posibilidad de perder el empleo por segunda vez y con cuatro hijos a quienes criar, Virginia Bautista tuvo que enfrentar muchos acosos y la consecuente depresión hasta que estableció contacto con Líderes Campesinas y se convirtió en una de las 3 mil mujeres que anualmente capacita dicha organización en los hogares y entre las fresas que cosechan o empacan.

En una de esas reuniones hogareñas en 1999, entre burritos, nopales y tacos, descubrieron el caso de una trabajadora abusada por su supervisor en el condado de Fresno. En 2005, el jurado emitió un veredicto condenatorio de 994 mil dólares contra Harris Farms, una de las más grandes compañías agrícolas del país. Ese mismo año fue aprobada una ley que obliga a todas las fincas californianas con 50 empleados o más a proporcionar entrenamiento preventivo con¬tra el acoso sexual.

Por efecto de estas luchas, las formas de acoso sexual están tipificadas con mucha finura por las leyes californianas e incluyen, entre otros, los avances sexuales no deseados; la oferta de beneficios laborales a cambio de favores sexuales; la exhibición de gestos sexuales; el despliegue de objetos, pinturas, dibujos o afiches sexualmente sugestivos; el uso de comentarios, bromas o epítetos ignominiosos y difamatorios; los comentarios sexuales, incluyendo comentarios gráficos acerca del cuerpo de una persona, los comentarios sexuales degradantes empleados para describir a un individuo o cartas, notas e invitaciones sugestivas u obscenas; y el tocamiento y ataque físico, así como el bloqueo de movimientos.

No obstante el fervor con que se han embarcado en esta lucha, las activas promotoras de Líderes Campesinas no ven las cosas ni las explican de forma plana y en blanco y negro, aunque el papel de “malos de la película” casi siempre corresponde a hombres con poder. Hecha la ley, hecha la trampa. Doña Ramona Barajas -con 35 años de residencia en Estados Unidos- cuenta que su esposo -supervisor en una finca- fue objeto de acoso por parte de una trabajadora. Ante su denodada resistencia, ella lo demandó, pero él pudo demostrar su inocencia tras un penoso proceso.

AGENDA DE MUJERES:
MÁS COMPLEJA, MÁS COMPLETA

Estas mujeres van más allá de la agenda tradicional de los movimientos sociales. En las nuevas circunstancias aparecen nuevos problemas. Aparece la diabetes, relacionada con la cocacola nuestra de cada día. Aparece la hipertensión, que asocian al excesivo consumo de comida chatarra. Aparecen las pandillas, que relacionan con el descuido de la niñez, puesta en manos de niñeras que a veces los maltratan.

Indagar sobre la ubicación e intereses de clase y sobre la dinámica estructural del capitalismo no bastan para captar todos los cambios que están ocurriendo. En el día a día se juegan muchas rupturas: comunitarias, de los lazos familiares, de concepciones religiosas… El cuido de los niños es un gran reto, un servicio que ahora deben comprar a personas a quienes no siempre conocen bien. La nueva situación es fuente de tensiones en la comunidad. El ritmo laboral y la absorción por el mercado de todos los intercambios han cambiado la situación que tenían en sus países de origen. El trabajo remunerado a tiempo completo ha transformado todos los recovecos de su estilo de vida.

CONTRATISTAS Y NIÑERAS:
LAS ENCARNACIONES DEL MAL


Aunque más urbana y menos supersticiosa, la ima¬ginería del migrante sigue necesitada de encarnaciones del mal que la ayuden a explicar el nuevo mundo y sus acechanzas. Los nuevos demonios son seculares: el contratista y la niñera. Los dos se sitúan en el meollo de rupturas con el mundo tradicional. El contratista encarna la ruptura patrón-empleado. Su perversidad más profunda consiste en interponerse en esa relación y disfrazar los mecanismos de la dominación. Su figura expresa el carácter impersonal de las relaciones capitalistas: no hay contacto con el patrón, a ve¬ces ni siquiera con su dinero -paga con un cheque- y aparece un intermediario que vende todo lo que antes, en la gran hacienda, era parte del salario: cama, comida, transporte.

La niñera encarna la mercantilización de las relaciones humanas y de la cohorte de servicios a ellas asociadas. La niñera cobra por un servicio que antes formaba parte de intercambios no monetarizados. Ha usurpado las funciones de las ausentes tías, abuelas, sobrinas e hijas, ahora distantes u ocupadas en ganar su sustento. Su existencia proclama la desaparición del banco de intercambios solidarios -aunque no necesariamente recíprocos- por medio del cual los servicios familiares pueden ser retribuidos de forma inmediata o diferida. Por eso su aparición y los maltratos que inflige a los niños que cuida están asociados a la aparición de las pandillas juveniles y a la adicción a las drogas.

MOVIMIENTO SOCIAL, ESCUELA INFORMAL
Y ORGANIZACIÓN COMUNITARIA

Las dos demonizaciones expresan un punto medular: la comunidad está amenazada. Los contratistas y las malévolas niñeras expresan la lucha de latinos contra latinos. Resituar o reconstruir una comunidad es tarea ardua. Rediseñarla, retejerla o imaginarla toma tiempo, imaginación y sudor. ¿Cómo desmercantilizar en una sociedad que empuja denodadamente en esa dirección? ¿Cómo evitar los oportunismos en una cultura que legitima la prestación de todo tipo de servicios?

Líderes Campesinas tiene ahí un reto gigantesco. Pero su carácter de organismo que tiene de movimiento social, de escuela informal y de organización comunitaria es la mezcla ideal para asumirlo. Líderes Campesinas están presentes en muy diversos ámbitos: las condiciones laborales, los pesticidas, el acoso sexual, el maltrato doméstico y la violencia en las calles. Sus sociodramas se han hecho famosos en todo el país y su aparición en los medios de comunicación es frecuente. Sus afiliadas saben que aún queda mucho camino por recorrer.

En una región donde sólo después de diez horas se empieza a contabilizar el tiempo extra de trabajo agrícola y donde los cosechadores de fresas sólo adoptan una posición erguida cuando acarrean una caja de fresas frescas a lo largo de 25 metros para continuar agachadas hasta la siguiente caja, hay muchas luchas por delante.

¿POR QUÉ NO LEGALIZARLOS?
¿POR QUÉ TEMERLES?

Para satisfacer el descomunal apetito de fresas de los estadounidenses, en 2006 se importaron 248 millones de libras de fresas mexicanas, una cantidad que supera el total de las exportaciones de fresas estadounidenses. Sin embargo, para el mercado de fresas estadounidenses sigue siendo más rentable importar latinoamericanos.

¿Por qué no legalizar a los que ya están? Se aduce que los programas de legalización sólo retienen a los trabajadores en ocupaciones agrícolas durante un tiempo: tan pronto como obtienen la legalización es muy probable que nuevos trabajadores deban suplantarlos tras su abandono de la agricultura. Una vez felices y documentados migrarían hacia otras actividades mejor remuneradas y los expertos en el tema sostienen que, en tal caso, entre 500 mil y 180 mil trabajadores serán necesarios anualmente para reponer a los que migren de ocupación.

La solución es mantener el actual sistema: una indocumentación que mantiene el cautiverio en las actividades menos remuneradas y donde los indocumentados son menos susceptibles de ser detectados. Para evitar la avalancha, los gobiernos de México y Estados Unidos intentan reeditar programas de migrantes pendulares y bien portados: de esos que vienen, trabajan y regresan sin rechistar.

Semejante posición olvida la creciente dependencia del sistema de seguridad social respecto de los trabajadores latinos. Actualmente, los latinos representan el 14% de la población y el 13% de la fuerza laboral de Estados Unidos. Los latinos son una población joven y creciente. Más de un tercio de los 40 millones de latinos tiene menos de 18 años.

El Pew Hispanic Center calcula que para el año 2050 los latinos habrán duplicado su peso demográfico y en la fuerza laboral y que representarán un cuarto de la fuerza laboral de todo el país, incluso si el flujo migratorio se reduce. El crecimiento de la población latina aumentará su rol en la economía y el financiamiento de la seguridad social. Entre 2005 y 2050, la fuerza laboral estadounidense se estima pasará de 143 a 182 millones: 39 millones más. Durante ese tiempo la fuerza laboral latina crecerá en 27 millones: pasará de 19 a 46 millones.

Como la población de mayor edad crecerá de 35 a 77 millones, la tasa de dependencia se elevará. Los 4.1 trabajadores por cada mayor de edad pueden convertirse en 2.7 en el 2025 y en 2.4 en el 2050. El número de trabajadores latinos apoyando a una creciente población anciana está aumentando y el sistema de seguridad social -a no ser que sufra una severa reforma- los necesitará mucho más. ¿Por qué temerles y cerrarles las puertas?

LAS FRESAS DE LA IRA

Fumigados, mal pagados, los trabajadores migrantes viven en los márgenes de la ciudadanía, pero con una creciente conciencia de sus derechos y de las vías para hacerlos valer. Xochitl Martínez, de Líderes Campesinas, les dio un consejo final a sus compañeras cuando concluyó nuestra entrevista grupal: Sepan que “Red Pony” lo escribió John Steinbeck. Su museo está a la entrada del pueblo. Sus libros tratan de nuestros derechos como trabajadoras. Ahora estoy leyendo “Las uvas de la ira”. Les recomiendo que lo lean si quieren saber cómo han sido las luchas de los trabajadores aquí en California.

INVESTIGADOR DEL SERVICIO JESUITA PARA MIGRANTES DE CENTROAMÉRICA (SJM). MIEMBRO DEL CONSEJO EDITORIAL DE ENVÍO.

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