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Universidad Centroamericana - UCA  
  Número 312 | Marzo 2008

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Centroamérica

Remesas: ¿un fetiche? Antídoto contra optimismos insensatos

¿Para qué sirven las remesas, a quiénes sirven? Después de ser silenciadas, ninguneadas, ignoradas, hoy ocupan un lugar predominante en los análisis regionales. Pero es con lentes financieros y monetarizados con los que se las mira y se las valora. Al hacerlo quedan por fuera las relaciones sociales y patriarcales que destruyen o construyen, la micro-política familiar que determinan, la reducción del Estado que fomentan. Hay que mirar las remesas con menos ingenuidad, con más responsabilidad, con otros ojos.

José Luis Rocha

Pisto, plata, lapas, tucanes, tejas, tostones, güevo, chichimosca, palos, tucos, fichas, hojas de repollo, barbas, luz verde, reales, búfalos, daimes, meruza, chelines, chambulines, coyoles, chilca, marmaja, morlacos, maracandacas, harina, tablas, bollos, bolas, billuyos, verdes…

El poderoso caballero que además de sus seis denominaciones oficiales tiene mil apodos en Centroamérica -y muchos más en el mundo-, adquirió un sobrenombre especial: remesas. El monstruo polimorfo que comúnmente nos presentan en monedas y billetes, el que transformado en bonos es lanzado al trapecio de la bolsa, el aparentemente congelado en las marquetas de los certificados a plazo, el adelantado a sí mismo en una tarjeta de crédito, aquel al que innumerables veces le han simulado presencias fantasmales en espurias operaciones contables, tiene una nueva materialización con presencia universal: las remesas que envían los migrantes internacionales.

¿POR QUÉ TANTO INTERÉS CON LAS REMESAS?

Un aura sibilina rodea su nueva naturaleza. Se le atribuyen virtudes casi mágicas, milagros de panacea, y es proclamado con bombo y platillo como nueva piedra angular del desarrollo local y nacional en el estribillo uso productivo de las remesas. ¿Y por qué no hablar del uso productivo de los excedentes de las cantinas? ¿O de los ahorros de los consultores, para así reciclar una parte del apoyo externo que cae fuera del tiesto de los más pobres? ¿Por qué no redirigir los gastos en vehículos de lujo y cervezas -que no son moco de pavo- hacia el ecoturismo?

A nadie de le ocurre siquiera darle un nombre especial a los ingresos por venta de bebidas alcohólicas -llamarlas alcoholiquesas, por ejemplo- y sugerir su reinversión en parques comunitarios. ¿Qué tienen de especial estas dona¬ciones externas que no lo tienen las donaciones de los familiares que viven dentro del país? ¿Los 70, 100 ó 200 dólares procedentes del exterior que recibe una familia deben ser forzosamente más productivos que los 300 que gana un pequeño cafetalero? ¿Por qué tanto zaperoco con las remesas? Aparentemente, el dinero etiquetado como remesas tiene un carácter más público, más manipulable y sobre sus usos actuales o potenciales todos quieren tener una palabra.

Sucede que los ingresos transmutados en remesas tienen dos particularidades que incitan a su tratamiento especial. Por un lado, la mayor parte de los receptores de remesas son pobres. Probablemente no son los más pobres. Pero sus ingresos ordinarios son bajos y por eso requieren de la ayuda de familiares que residen en el exterior. Como los pobres tienen la mala fortuna de ser más públicos que las clases medias o altas, de la misma manera que las cámaras entran en su vivienda para convertir sus intimidades en un embutido televisivo, el periscopio y los preceptos del BID, las ONG y el Estado entran a sus finanzas para decirles qué hacer con sus migradólares. Por otro lado, el volumen de las remesas -su agregado nacional rastreado a través de las empresas que realizan las transferencias y la balanza de pagos- no deja lugar a dudas de su poder descomunal como disparador de la capacidad de consumo de un amplio sector de habitantes.


CRECEN Y OCUPAN UN SILLÓN DE HONOR

Las remesas que los migrantes centroamericanos envían a países centroamericanos -predominantemente desde los Estados Unidos, y a menudo desde otros países del istmo- alcanzaron en 2007, según estimaciones del BID, los 12 mil 160 millones de dólares: 4,055 en Guatemala, 3,530 en El Salvador, 2,675 en Honduras, 990 en Nicaragua, 590 en Costa Rica y 320 en Panamá. Sea porque aumenta la capacidad de registrarlas o porque su volumen es realmente mayor, las remesas parecen crecer a un ritmo asombroso. Según la CEPAL, en los últimos 25 años, las remesas recibidas en América Latina aumentaron de 1 mil 120 millones de dólares en 1980 a más de 40 mil millones en 2004. Con pequeñas fluctuaciones, las remesas se han duplicado cada cinco años. Los montos que reciben Guatemala, Honduras y El Salvador se multiplicaron más de diez veces en 1980-1990, al pasar de 55 a 649 millones de dólares, mostrando una fecundidad realmente asombrosa si consideramos que el número de ciudadanos que migraron en ese período desde esos países a los Estados Unidos sólo se multiplicó por cuatro.

Por diversas razones, estos enormes flujos de dinero habían pasado desapercibidos: las remesas se mueven en pequeños montos -de 100 a 200 dólares mensuales-, los envíos ocurren fuera de los canales del sistema financiero formal -en compañías de transferencias internacionales y en los bolsillos de los migrantes o de sus familiares y amigos- y sus generadores y receptores son pobres, gente que no contaba como movilizadores de capital. El FMI, principal organismo encargado de monitorear los flujos financieros, lanzó durante años los miles de millones de dólares de remesas al cajón de “errores y omisiones” de sus cuentas. Pero la importancia macro¬económica de las remesas ha resultado ser tan contundente que su invisibilidad no podía prolongarse por mucho tiempo.



Combinando las estimaciones del BID con las estadísticas de los bancos centrales centroamericanos podemos colegir que en 2006 las remesas, superaron el valor de las exportaciones en El Salvador y Honduras, y casi llegaron a ese valor en Nicaragua; alcanzaron un valor equivalente al de la mitad de las importaciones en El Salvador; y representaron la cuarta parte del PIB en Honduras. Con las excepciones de Costa Rica y Panamá, las remesas se han colocado en un sillón de honor en las cuentas nacionales centroamericanas y su peso es indiscutible y creciente: su valor está entre el 9.4 y el 25.5% del PIB, va del 60 al 173.5% del valor de las exportaciones, del 30.3 al 51.6% del valor de las importaciones, del 55 al 67.6% del valor del déficit comercial y del 88.7 al 153.5% del valor del déficit comercial con Estados Unidos.

En Guatemala y El Salvador las remesas superan más de seis y siete veces, respectivamente, la inversión extranjera directa. En Honduras y Nicaragua las remesas suman el triple y el doble del valor de esta inversión. Según estimaciones del sociólogo Eduardo Baumeister, a partir de la encuesta de nivel de vida de 2001, en Nicaragua las familias receptoras de remesas sumaron “alrededor del 30% de las familias del país, unas 300 mil familias de un total estimado de 970 mil.” La CEPAL calcula que las remesas llegan al 17% de las familias salvadoreñas y al 11% de las guatemal¬tecas y hondureñas.

El Ministerio de Economía de El Salvador apunta como receptores de remesas al 28% de los adultos y al 21.4% de los hogares. La masa salarial de los salvadoreños que residen en Estados Unidos fue del 127% del PIB de El Salvador en 2004. La mano de obra salvadoreña pagada en el exterior genera un ingreso per cápita seis veces superior al PIB per cápita de quienes son pagados en el interior, y su tasa de pobreza es casi la mitad de la que sus compatriotas enfrentan en El Salvador. Su ahorro viaja transmutado en remesas que llegan a más del 30% de los hogares de los departamentos de La Unión, Cabañas, Morazán y San Miguel; al 63% de los hogares del municipio de Concepción de Oriente, y al 61% en Anamorós y Meanguera del Golfo en La Unión. Esos ahorros ingresaron a casi 358 mil hogares y se convirtieron en el 34% de sus ingresos.

EL SALVADOR: PAÍS PIONERO

Las naciones centroamericanas tienden a comportarse más y más como muchos hogares receptores de remesas: a la espera de que llegue ese maná del cielo, que sabe a todo, y que siempre sabe a poco; muy complacientes con ese familiar que se fue en busca de fortuna y de quien tanto depende; y rezándole al santo patrono para que le conserve la salud y le dé muchas bendiciones al pariente en el extranjero.

Estas actitudes son más evidentes en el caso de El Salvador, cuyo Estado tiene una muy activa política de cabildeo entre los senadores estadounidenses -santos patronos, si los hay-, con logros importantes en la obtención de residencia para sus ciudadanos que viven en Estados Unidos y sucesivas renovaciones del Estatus de Protección Temporal, conocido por sus siglas en inglés como TPS. Ha llevado su veneración al extremo simbólicamente muy decidor de erigir un monumento al “Hermano lejano” en las puertas de San Salvador. Esta actitud empieza a diseminarse -a veces muy perezosamente- en otros países del istmo, pero El Salvador es el pionero y señala la ruta.

Ocurre que, en este capítulo de la historia centroamericana, que podríamos titular “Centroamérica enremesada”, las élites salvadoreñas son más buzas para montarse en la ola de ciertas oportunidades estructurales, y tomaron la delantera, como lo hicieron también durante el Mercado Común Centroamericano en los años 60. Ocurre también que El Salvador tiene una economía más terciarizada que la del resto de países centroamericanos también receptores de remesas, una economía donde el sector servicios tiene más peso -casi el 60% de la población ocupada en 2005 y 64.8% del crecimiento económico en 1990-2004- y presenta el mayor crecimiento de población urbana después de Honduras entre 1980 y 2000 -de 44 al 55%-, pero con la diferencia de que ya en los 80 tenía una tasa muy elevada de urbanización. De hecho, incluso en zonas rurales el empleo agrícola está siendo desplazado: pasó del 61 al 44% del total del empleo entre 1980 y 2004.

En ausencia de un sector exportador fuerte y competitivo y de incrementos sustanciales en la productividad y rentabilidad, este milagro salvadoreño de terciarización-urbanización sólo es posible merced a las maquilas y, en mucha mayor medida, a un siempre creciente flujo de remesas. El Pulgarcito de América parece estar marcando nuevamente la ruta que siguen -unos más rezagados, otros más aplicados- varios países de la región.

El Salvador es el país centroamericano que tiene los migrantes más rentables para su país. Este no es un dato novedoso. Según cifras de la CEPAL, entre 1980 y 1989 los emigrantes salvadoreños aumentaron en un 306%, pero sus envíos de remesas crecieron tres veces más, una situación sin paralelo en otros países de la región.

En 1989 los emigrantes salvadoreños enviaban un promedio de 92 dólares de sus ahorros mensuales. Los guatemal¬tecos enviaban 41 y los nicaragüenses mandaron 20 dólares. En 2005 el Banco Mundial calculó que los salvadoreños en el exterior aportaban, con sus remesas, 411 dólares per cápita a los salvadoreños en El Salvador. En Honduras el aporte es de 245, en Guatemala de 238, en Nicaragua de 155, en Costa Rica de 92 y en Panamá de 62 dólares per cápita.



SEGUNDO MONTES: EL PRIMER ESTUDIO

Su creciente peso relativo ha situado a las remesas -el poder económico de los pobres- en el campo de atención de periodistas, banqueros, científicos sociales y diseñadores de políticas públicas. En Seda, Alessandro Baricco nos cuenta de Baldabiou, el hombre que veinte años atrás había llegado al pueblo, se había encaminado directamente al despacho del alcalde, había entrado allí sin hacerse anunciar, había depositado sobre su mesa una bufanda de seda de color dorado y le había preguntado
-¿Sabéis qué es esto?
-Cosas de mujeres.
Error. Cosas de hombres: dinero.

Con las remesas ocurrió algo semejante. Cuando el jesuita mártir Segundo Montes fue el primero en estudiar las remesas de los salvadoreños en 1989, con un equipo de la UCA de El Salvador, las remesas eran cosa de mujeres. Lo eran y son sus principales receptoras, como esposas y madres de los migrantes, en una oleada migratoria que se ha ido feminizando pero que aún es predominantemente masculina.

Esos dineros aparentemente minúsculos y pedestres estaban a años luz de entrar en el campo de interés de los grandes analistas.

Apenas concluida la redacción de su estudio sobre remesas, una pionera y significativa contribución, Montes, cinco hermanos jesuitas y dos muy queridas mujeres fueron asesinados el 16 de noviembre de 1989, por un escuadrón del ejército salvadoreño financiado por el gobierno estadounidense. Un final trágico para el primer -y poco conocido- capítulo de los estudios de remesas en Centroamérica.

POBRES VAN, POBREDÓLARES VIENEN

Otro jesuita, Javier Ibisate, economista formado en Lovaina, retomó la antorcha y en sus cursos de macroeconomía, a inicios de los años 90, bautizó a las remesas con el mote de “probredólares” para subrayar su poderosa función como flujos monetarios determinantes de la economía de posguerra. Insistía en que sus estudiantes interpretáramos correctamente los soporíferos informes de las cuentas nacionales, donde las remesas aparecían camufladas en los rubros de transferencias y omisiones, en un oprobioso anonimato que no hacía justicia a su señera expansión de la capacidad de consumo. Aunque en 1990 el monto total de remesas en El Salvador era de sólo 322.7 millones -el 6.7% del PIB-, Ibisate las identificó visiona¬riamente como abono al boom de la construcción y a las desenfrenadas compras de electrodomésticos.

En 1991 el jesuita Peter Marchetti fue uno de los primeros en mencionar las remesas en especie de los centroamericanos y un pionero en subrayar el carácter recíproco de ese intercambio, perceptible en la doble canalización de los envíos: Por un lado los emigrantes remiten dinero y mercancías, por otro los residentes nacionales mandan productos al exterior, generalmente artesanías. Tanto Montes como Marchetti condujeron sus investigaciones auspiciados por la CEPAL. Después vino una avalancha de estudios, y ahora las remesas son cosa de hombres y de analistas de alto coturno.

Todavía persiste una división de género en el abordaje académico de los temas migratorios: las remesas son estudiadas predominantemente por varones, son cosas de hombres, mientras que la desintegración familiar es asunto de mujeres. El capital puro y duro versus el capital social, uno con sus estudiosos y el otro con sus estudiosas, en una monosexualidad por temática donde existen pocos y pocas infractores de la división del trabajo por género.

EL ENFOQUE FINANCIERO VA A LA CABEZA

Algunos estudiosos denunciaron tempranamente cómo las remesas ayudaban a sostener modelos económicos socialmente inviables. Otros han dado la voz de alarma sobre la actitud de dependencia que diseminan y sobre la relación inversamente proporcional entre volumen de remesas y políticas migratorias benévolas. Pero el gremio de sus entusiastas apologistas ha sido más numeroso y locuaz.

Este grupo sostiene que la interrelación entre remesas y desarrollo encierra un potencial aún no explorado. El FMI y, con más énfasis el BID, abogan por orientar las remesas hacia la creación de pequeñas y medianas empresas. Encomian el papel de las remesas como sustitutivas de los sistemas institucionales de crédito y las consideran como un combustible financiero con vasto potencial para activar el desarrollo, a condición de que sean “bancarizadas”. Se tiene en alta estima el impacto que tendrían las remesas en el desarrollo si entraran al sistema financiero.

La empresa privada y el Estado son invitados a diseñar los incentivos adecuados, reformular los marcos financieros regulatorios, reducir los costos de transferencia, capacitar a las cooperativas de crédito, mejorar la transparencia, promover la libre competencia, expandir los servicios financieros e incentivar la adopción de nuevas tecnologías entre los pobres. Ésas son las estrategias para allanar la ruta hacia los usos productivos de las remesas y hacer de éstas un instrumento de desarrollo.

Este sesgo predominantemente monetarizado e instrumentalizador ha tenido su impacto en la producción de conocimiento sobre las remesas, concentrando la agenda de investigación, dentro y fuera de la academia, en los aspectos netamente financieros y ligados a propuestas de desarrollo que no explicitan sus presupuestos ni sus derroteros, y que eluden mencionar los conflictos políticos y socioeconómicos de las sociedades donde aterrizan las remesas.

EXCEPCIONES AL OPTIMISMO IRRESPONSABLE

Ciertos temas han devenido predominantes, delimitando lo que es legítimo analizar, y cómo y para qué se lo estudia. En Centroamérica, una década de tratamiento del tema no refleja un notorio enriquecimiento de la perspectiva. En el caso particular de Nicaragua, desde el trabajo de Edward Funkhouser en 1995 hasta el de Allen Jennings y Matthew Clarke en 2005, la atención se dirigió hacia el volumen, el peso macroeconómico y el perfil de los emisores y receptores. En estos estudios, un optimismo irresponsable cristalizó en afirmaciones que sólo por eufemismo podríamos tildar de discutibles.

El Informe sobre Desarrollo Humano del PNUD en El Salvador, que en 2005 procuró lanzar una mirada más complexiva, es uno de los más sofisticados y completos estudios sobre el tema. Pero, urgido por los requerimientos de un informe, no profundizó en muchos aspectos ni explicitó sus muchas interrelaciones.

Algunos académicos han ampliado la perspectiva, reseñando los vínculos entre remesas, poder y problemática de género.

Diana Santillán y María Eugenia Ulfe recurrieron incluso a entrevistas a profundidad que les proporcionaron información minuciosa y vívida sobre el cruce entre destinatarios de las remesas y ejercicio del poder. El jesuita antropólogo guatemalteco Ricardo Falla dio seguimiento durante siete años al manejo de las remesas en una aldea hondureña. Sus valiosos hallazgos no están todavía plenamente desarrollados, pero proporcionan pistas para alimentar una agenda de investigación capaz de romper la camisa de fuerza del enfoque financiero. Estos estudios son excepciones. La corriente predominante destila las remesas hasta obtener su quintaesencia más etérea. Las abstrae de las interrelaciones socio-culturales en que se generan, transfieren y consumen.

LA DEBILIDAD DE LOS CÁLCULOS

Oswaldo de Rivero, ex-embajador del Perú ante Naciones Unidas y la Organización Mundial del Comercio, en su libro El mito del desarrollo sostiene que los gurús de dicho mito, fanáticos de medir casi todo, tienen una visión virtualmente cuantitativa del mundo y no ponen atención a los procesos culturales e históricos cualitativos, al progreso no lineal de la sociedad y al punto de vista ético. La obsesión por las cifras ha devenido en una especie de idolatría y en una pretensión de reducir toda la dinámica de las remesas a ascensos y descensos en sus volúmenes y a cambios en el perfil de los remitentes y receptores. Se trata de una adoración a dioses con pies de barro porque los datos sobre remesas son muy diversos y se asientan sobre pesquisas limitadas.

En primer lugar está el problema de la diversidad en las formas de cálculo. Distintos métodos arrojan cifras muy variadas, y a veces el mismo método también. En 2004 el BID estimó que Nicaragua había recibido un total de 850 millones de dólares de remesas, mientras el Banco Central de Nicaragua registró 519 millones para ese año. Usando el mismo método que el BID, el Banco Mundial las redujo a 600 millones en 2005. El BID y el Banco Mundial basan sus cálculos acopiando información casi exclusivamente mediante encuestas. Las encuestas se aplican en Nicaragua y luego se multiplica la cifra promedio de remesas por el volumen de nicaragüenses en el exterior. El problema es que no todos los migrantes envían remesas porque algunos están recién llegados y otros ya rompieron el cordón umbilical con su país y la familia que dejaron atrás.

El mismo cálculo de la cantidad de migrantes -sobre el que se basan las estimaciones de los bancos centrales, el BID y los estudios del Diálogo Interamericano- se sitúa sobre arenas movedizas. Entre las estimaciones del censo nacional estadounidense y las del Pew Hispanic Center hay una diferencia de cientos de miles. Cuando el cálculo de los migrantes se hace en el país de origen, encontramos que los censos nacionales de Nicaragua preguntan únicamente por los emigrantes que salieron de los hogares existentes, haciendo caso omiso de los hogares que migraron íntegros, en bloque, de los cuales no resta un solo miembro que dé cuenta de quienes se fueron.

El Banco Central de Nicaragua, cuyo método merece poca credibilidad para el BID, basa sus estimaciones -para el 80% del total- en los intermediarios financieros formales, como los bancos y empresas de transferencia. El 20% restante es el producto de dos factores: el total de hogares receptores y una cifra fija que resultó de calcular el monto promedio que recibe cada hogar.

Ambos métodos son muy falibles y adolecen de serias imprecisiones conceptuales, que suponen desestimar el carácter polifacético de las remesas. La remesa puede venir en billetes o en especie. ¿Sólo hay que ponderar el rostro en metálico, como hacen el BID, el BM y el BCN? La remesa en metálico también es muy variopinta. Puede venir mensualmente en pequeños abonos de 150 dólares -ése es el rostro por el que preguntan las encuestas-, pero también puede venir en los bolsillos de un migrante que retorna después de cuatro años en Estados Unidos trayendo consigo 17 mil dólares para construir su casa en San Vicente, Santa María Chiquimula, Tocoa o Managua. O puede venir en paquetes de 700 dólares con los migrantes pendulares que van a Costa Rica durante tres meses a la cosecha de café o de melón y luego retornan a tomar “vacaciones” a Posoltega, El Arenal o Santa Rosa del Peñón.

En este caso, ¿a qué debemos llamar remesa? ¿A los ahorros que los migrantes generan en el exterior de sus países y que envían o traen consigo, o solamente al dinero enviado desde el exterior a través de ciertos canales? Aún superando las imprecisiones conceptuales y siendo más inclusivos -o más explícitamente excluyentes- en los cálculos, las encuestas sobre remesas seguirían tropezando con el pudor o cautela que impone un sigilo sobre los ingresos, y quizás una tendencia a declarar ingresos inferiores a los reales. Todo esto no se dice, o se dice poco y en voz muy baja. Pero evidencia fragilidades no confesadas que socavan la verosimilitud de muchos cálculos y afirmaciones.

REMESAS: UN FETICHE DE RESULTADOS MÁGICOS

La predilección por la remesa-dinero nos coloca sobre la pista de una característica de los estudios dominantes sobre remesas: el fetichismo, que sitúa al dinero como la forma pura de riqueza universal, abstraída de su contexto y mutilada de su carácter de cruce de relaciones sociales. En los Grundrisse, Marx señaló que la misma magia negra financiera que arrojaba hombres y mercancías en la retorta alquímica para hacer oro, hacía que al mismo tiempo se evaporaran todas las relaciones e ilusiones que frenaban el modo de producción burgués, reteniendo en calidad de precipitado simples relaciones monetarias, simples relaciones fundadas en el valor de cambio.

Lo mismo ocurre con esa forma de dinero -y no sólo de dinero- llamada remesas. La cifra de los volúmenes de remesas -incluso con su dudosa raigambre- ejerce un poder hipnótico. Aparece así la ecuación simple: más remesas significan más oportunidades de desarrollo y más posibilidades de inversiones productivas. El fetichismo de numerosos estudios consiste en tomar las remesas como un objeto mágico, cuyos volúmenes obran por sí mismos un efecto benéfico en sus receptores. Y así el dinero -en este caso, las remesas monetarias-, en lugar de ser unidad de medida -nos dice Marx-, se representa a sí mismo, se convierte más bien en el precio realizado en sí mismo (en él) y, en cuanto tal, también en el representante material de la riqueza universal.

El colmo del fetichismo es el capital a interés. En la descripción de su funcionamiento, Marx lleva su sarcasmo al extremo: El capital se revela aquí como una fuente misteriosa y autóctona de interés, de su propio incremento. En el capital a interés aparece, por tanto, en toda su desnudez ese fetiche automático del valor que se valoriza a sí mismo, del dinero que alumbra dinero, sin que en esta forma descubra en lo más mínimo las huellas de su nacimiento. La relación social queda reducida aquí a la relación de una cosa, el dinero, consigo misma. El dinero como tal es ya, potencialmente, un valor que se valoriza a sí mismo y en calidad de tal se presta, lo cual es la forma de venta que corresponde a esta peculiar mercancía. El dinero tiene la virtud de crear valor, de arrojar interés, lo mismo que el peral tiene la virtud de dar peras.

LO QUE EL FETICHISMO DEJA POR FUERA

Marx denuncia el engaño de esta escenificación que presenta al capital como capaz de valorizar su propio valor independientemente de la reproducción, un embuste que constituye a su juicio la mistificación capitalista en su forma más descarada. La fuente de la ganancia y todo el proceso de producción quedan ocultos y el capital cobra existencia independiente, es decir, reviste su forma fetichista más pura. El fetichismo implica ignorar las relaciones sociales que subyacen para atribuir al dinero propiedades que le son presuntamente intrínsecas.

Aparece entonces un dinero que es propiedad “impersonal” y no determinado localmente. Es impersonal porque es poder social universal y vínculo social universal. No importa quién lo tenga ni en qué condiciones lo obtuvo o cómo lo gasta. No es determinado localmente porque se extingue toda particularidad de las relaciones que lo determinan: las condiciones políticas, sociales, patriarcales, etc.

Aparentemente dejan de enfrentarse los seres sociales con sus productos y sus idiosincrasias para dejar que se enfrente el dinero. Las relaciones quedan ocultas porque la formulación de los grandes analistas hace que las relaciones adopten esa forma indiferenciada/promedio que es el dinero.

Y el dinero no es universal ni indiferenciado: está afectado por los bandazos de distintas estrategias de acumulación. Entre otras, las del casino global.

Desafortunadamente, esa forma fetichista -de las remesas como volumen promedio, como riqueza universal indiferenciada y con poderes mágicos- es la que impregna los desabridos discursos del BID y el Banco Mundial, discursos interesados en ocultar estrategias financieras y políticas de los grupos dominantes. La simplificación fetichista soslaya el esfuerzo que supone concebir a las personas como suma de transacciones sociales. La caracterización de los hogares receptores de remesas y de quienes las envían se ha centrado en el volumen de ingresos, la distribución geográfica, el sexo, las actividades económicas, la antigüedad de la migración, el nivel de escolaridad, las tasas de irregularidad en el estatus migratorio, la frecuencia de los envíos y sus medios y costos, el destino de las remesas, los grados de parentesco entre receptores y emisores, su posición en la distribución nacional del ingreso, su relación con los bancos y sus conocimientos financieros.

Los hallazgos hablan de que hubo inversión en la casa, pero no en qué consistió específicamente la inversión y cuál es su significado para esas personas. No nos dicen cómo se administran las remesas. No hablan de las tensiones interpersonales que sus flujos generan. Ni del rol político que juegan en determinada concepción del contrato social y el estado de bienestar. Tampoco de su papel en los procesos de acumulación mundial. No hablan de las remesas que vienen en forma de objetos ni de su significado en el actual contexto cultural.

PIEDRA ANGULAR DEL PROYECTO LIBERAL

Los estudios que contemplan el aporte de las remesas -expresado meramente en volúmenes monetarios- contribuyen a una mistificación de las remesas semejante a la mistificación de las mercancías descrita por Marx: las presenta como dotadas de un don social, como si, por tanto, la relación social que media entre los productores y el trabajo colectivo de la sociedad fuese una relación social establecida entre los mismos objetos, al margen de sus productores. Las propuestas de “bancarización” de las remesas no tienen en cuenta su significado, como si el significado del dinero estuviera enteramente desligado de su forma de desplazarse, de cómo el entorno social exige determinadas formas de consumo, de qué posición social ocupan quiénes lo reciben, del entorno político-económico y de las relaciones de poder entre quienes reciben y quienes envían. Los fenómenos concebidos como “netamente económicos” son presentados como más cercanos a las soluciones técnicas que a la “sucia política”. Esa visión no conflictiva es una piedra angular de la ideología que perpetúa el sistema. El fetichismo está al servicio del proyecto liberal de cambios graduales y reformas paulatinas.

En estas simplificaciones operan por lo menos cuatro reduccionismos conceptuales: el concepto de dinero/remesa como un volumen monetario -no como una expresión de interrelaciones-, la remesa únicamente como dinero, el intercambio de bienes como una actividad que sólo ocurre entre los márgenes del mercado y el flujo envío-recepción como una dinámica unidireccional: el migrante envía reme¬sas por altruismo o por egoísmo y el familiar en el país de origen las recibe pasivamente. Las remesas son presentadas -como mercancías, trabajo y consumo- abstraídas del conjunto del esquema social.

TRAMPA IDEOLÓGICA: ESCONDER EL CONFLICTO

Estos reduccionismos apuntan hacia una visión cándida y no conflictiva de la sociedad que atribuye a las remesas un rol mesiánico. Jennings y Clarke finalizan un artículo publicado en Development in practice con esta alegre conclusión: Emigración y remesas, o mejor aún, el libre flujo de trabajadores nicaragüenses, debe ser considerado como un poderoso catalizador del desarrollo económico y quizás uno de los raros rostros humanos de la globalización. ¿De qué desarrollo hablan estos autores? ¿Dónde está la libertad que se adjudica al flujo de migrantes?

El artículo de Jennings y Clarke es un ejemplo de pensamiento donde aparece la remesa que se valoriza a sí misma y asume una misión redentora. Es un ejemplo de visión no conflictiva de la sociedad. Ese artículo podríamos incluirlo en un número de Estrategia & Negocios junto a las declaraciones de Ricardo Poma, el líder del llamado grupo Poma -mejor conocido por Metrocentro y Multiplaza Escazú, pero también propietario de distribuidoras de vehículos, hoteles, bancos, industrias y urbanizaciones-: Para nosotros ha sido esencial operar en un marco basado en valores que se han transmitido de generación en generación: integridad, búsqueda permanente de la excelencia, amor al trabajo, renovación continua, respeto a las personas, solidaridad y servicio. Siempre he dicho que lo más importante es la gente. Las personas son la razón de ser de nuestro quehacer empresarial y social; son las que construyen, las que convierten las ideas en realidad. Estas palabras también suenan como uno de los raros rostros humanos de la globalización y podrían insertarse en un sermón dominical de cualquier cura o arzobispo, funcionarios de universidades, rectores, ministros, analistas y toda la cohorte de empalagosos que hablan de -y viven en- el país de Jauja sin conflictos.

En un libro de próxima aparición en la editorial de Envío -Posmarxismo y Teología de la Liberación. Una perspectiva ética humanista para el cambio social-, Andrés Pérez Baltodano insiste en que hay que evadir la trampa teórica que representa la visión no conflictiva de la política porque conduce a la parálisis y a la aceptación de la hegemonía del capital, como el marco natural dentro del cual debe buscarse el orden y la paz social. Y luego propone: La izquierda latinoamericana y nicaragüense debe evitar caer en la trampa ideológica que se esconde detrás de las visiones de armonía y paz, de unidad y reconciliación, que ofrece el vocabulario conceptual y las explicaciones teóricas que promueven el neoliberalismo y sus instituciones. Debe recobrar el espíritu de la sociología clásica que reconocía el conflicto como un fenómeno social indispensable para pensar el orden.

PENSANDO ESTE CONFLICTO EN TRES ÁMBITOS

Romper con esta visión por lo que toca al manejo de las remesas significa superar el fetichismo que sacraliza las remesas como instrumento de desarrollo prescindiendo de su incardinación socio-económica, política y cultural. Porque para pensar el desarrollo, hay que problematizar e ir, como quería Bourdieu, más allá de la abstracción inicial que consiste en disociar una categoría particular de prácticas, o una dimensión particular de cualquier práctica, del orden social en que toda práctica humana está inmersa. Supone abordar el conflicto en por lo menos tres ámbitos.

El primero es el papel de las remesas y de los movimientos migratorios en los grandes procesos mundiales, regionales y nacionales de acumulación de capital, marcados económicamente por las alianzas de las élites nacionales con el capital transnacional y culturalmente por ese artefacto ideológico de larga duración y nefasto influjo llamado “mito del desarrollo”. El segundo es el de la concepción del Estado, el estado de bienestar, la política de empleo y la ciudadanía. Hay indicios de que las remesas están reforzando la reducción del Estado y fomentando una relación sociedad-Estado donde los ciudadanos se conciben ante todo como clientes. El tercero es el ámbito de la micro-política familiar, donde las remesas son parte de un intercambio -bidireccional y a veces multidireccional- de bienes y servicios que trasciende la jurisdicción del mercado.

Penetrar en este ámbito nos aproximará a lo que Marcel Mauss llamó “hechos sociales totales”, un enfoque que nos permite enfocar muchas facetas de las remesas y de las transformaciones que producen y permanecen ocultas en los enfoques fetichistas. Abordar esos tres ámbitos nos lleva a preguntarnos qué significa ese movimiento de dinero en el sistema de acumulación capitalista y sus interrelaciones mundiales. ¿Qué significa en la relación Estado-sociedad? ¿Y qué significa en el nivel local, para que el dinero que envían los migrantes no sea “mercancía omnipresente, no determinada localmente”? El resto de este texto trata del segundo ámbito. Los otros dos serán objeto de próximas reflexiones.

CORRIENDO EL VELO PARA ENTENDER
LA FUNCIÓN SOCIAL DE LAS REMESAS

El poder hipnótico del término remesas concentra su atención en sus usos y efectos directos -en qué se gastan, cuánto se convierte en impuestos, cuánto se ahorra-, y tiende un velo sobre sus diversas funciones sociales. Tenemos que correr ese velo para que las remesas muestren sus rostros y sus metamorfosis.

La sabiduría popular rebautiza el dinero para mostrar sus distintas funciones, orígenes y rasgos sociales a través de la fuerza expresiva de las metáforas. Son reales porque la corona los acuñaba. Son plata porque ese metal sirvió como medio y medida de intercambio. Son harina y bollos porque se convierten en el pan de cada día. Son fichas porque antes del casino global hubo casinos nacionales y locales donde el azar y los arreglos amañados decidían la fortuna. De chamba (trabajo) vienen los cham¬bulines. Y sin chamba, para los pobres no los hay. Quizás la volatilidad de sus flujos está inscrita en el apodo lapas. Hay que renombrar a las remesas para desentrañar las funciones sociales que desempeñan.

El dinero tiene muchas funciones. Su apariencia llamada remesas también las tiene. Sólo se manifiestan si picamos el repello del fetichismo. Hay que nombrar esas funciones y luego explicitar sus vínculos con los acuerdos y desacuerdos del contrato social que las moldea y les dice qué ser y cómo. Las remesas tienen muchas personalidades a la vez. Son ahorros de los migrantes en los países donde residen que se convierten en ingresos/donaciones en los países receptores. Son parte de la masa salarial de los emigrantes que, sin ser oficialmente considerados como impuestos, se transforman en indemnización por desastres naturales, compensación por pobreza y seguro de paro, vejez, invalidez y muerte en los países receptores.

Los condicionantes estructurales hacen que las remesas vengan con una etiqueta que define la función de cada una de sus porciones y el origen y destino de ellas como un todo: impuestos, seguro, pensión de vejez, donaciones, subsidio, ahorro, inversión en salud, etc. Las remesas no son lo que quieren ser, sino lo que pueden ser. Una de sus facetas más aplaudidas es su efecto sobre la reducción de la pobreza y la desigualdad. El informe del PNUD de 2005 en El Salvador destaca que entre los hogares receptores de remesas, el 74.2% obtuvo ingresos superiores a la línea de pobreza (no pobres); entre las familias que no reciben remesas, el porcentaje de hogares no pobres fue menor, 63%. Apenas el 5.7% de los hogares receptores de remesas se encontró en situación de extrema pobreza, mientras que en las familias que no reciben remesas, el porcentaje correspondiente fue 14.5%, esto es, más del doble.

PRUEBAS DE QUE REDUCEN LA POBREZA

Puesto que las remesas representan la tercera parte de los ingresos en los hogares que las reciben, en un escenario contrafáctico donde se suprimieran las remesas, el porcentaje de hogares receptores en extrema pobreza saltaría del 5.7 al 37.3%. En el sector rural el salto sería del 7.6 al 48.5%. En los materiales de la vivienda y el acceso a servicios públicos, los hogares con remesas reportan una notoria superioridad respecto de los hogares sin remesas: 90.2 frente a un 76.5% en la conexión eléctrica y 65.5 versus 55.8% en el abastecimiento de agua por cañería dentro o fuera de la vivienda.

Puesto que desconocemos la situación original de estos hogares, y es sabido que no migran los más pobres -pues hay que tener al menos 5 mil dólares en el bolsillo para pagar al coyote-, es preferible una visión dinámica del fenómeno. En este sentido es significativo que Baumeister encontrara que entre las encuestas de nivel de vida de 1998 y 2001, el 48% de los hogares de Nicaragua que pasaron de pobres a no pobres fueran receptores de remesas.

También desde una perspectiva dinámica es significativo que algunos autores destaquen que en El Salvador, en 1996, la pobreza afectaba a más de la mitad de los hogares, y en 2004 a sólo el 34.5%; y que la pobreza extrema pasó de afectar al 26.3 al 15.2% de las personas. En el caso de Guatemala, según el análisis de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), en el período de 2002 a 2005, el volumen de remesas, comparado respecto al PIB, pasó del 6.8 al 9.5%, un incremento del 40%, de donde se colige que sólo el efecto de las remesas contribuyó a reducir los niveles de pobreza en un 6.4% en apenas cuatro años.

El mismo informe del PNUD de 2005 en El Salvador sostiene que el coeficiente de Gini -el más acreditado indicador de la inequidad en una escala de cero a uno- en hogares salvadoreños con remesas es de 0.44 y en hogares sin remesas es de 0.52. En un escenario contrafáctico en el que se suprimieran las remesas del ingreso total de los hogares que las reciben, el coeficiente de Gini aumentaría a 0.61 en esos hogares y pasaría de 0.50 a 0.54 a escala nacional.

SON SALIDAS INDIVIDUALES ATOMIZADAS

Entre fanfarrias y ditirambos hay que insertar un dardo pesimista. Estos efectos mágicos de las remesas ocurren sin que al gran capital se le toque un pelo y, en consecuencia, sin un trabajo estatal fruto de una presión ciudadana que busca revertir la inequidad por vías políticas. Ocurre en un contexto en que, como señala Ignacio Ramonet, la característica central de nuestras sociedades es la producción de desigualdad. Después de haber tenido como proyecto la igualdad, ahora tenemos como proyecto silencioso la desigualdad.

Como contrapeso a este proyecto se desencadenan millares de reacciones individuales y familiares que mitigan la inequidad. Se trata de millares de proyectos que prescinden del Estado como instrumento y recurren al mercado como linimento. Es ésta una reacción generalizada, pero extremadamente acusada en las naciones que tradicionalmente han sido administradas por estados estafadores y atraca¬dores en manos de una o varias cleptocracias, naciones que colapsan por la ineficiencia y debilidad de estados fallidos o naciones que devienen, según la expresión de Oswaldo de Rivero, “entidades caóticas ingobernables”.

Las reacciones atomizadas se están multiplicando. Se manifiestan en vanos intentos de domesticar el caos: las pandillas juveniles que gobiernan micro-territorios, los migrantes que se van en busca de escenarios menos caóticos, los que se quedan buscando migrar de estatus y abrir ventanas hacia el sueño americano a punta de remesas. Ninguno busca transformar los Estados. ¿Buscan nuevas formas de hacer política?

Aun cuando la mayor parte de las salidas son individuales, también podemos identificar soluciones grupales, sin que activen nuestro optimismo. No lo activan para el sociólogo estadounidense Immanuel Wallerstein, quien sostiene que si los Estados (y el sistema interestatal) llegan a ser vistos como que están perdiendo eficacia, ¿a quién se volverán los pueblos para su protección? La respuesta ya está clara: a “grupos”. Los grupos pueden tener muchos rótulos: étnicos/religiosos/lingüísticos, grupos de género o de preferencias sexuales, “minorías” de diversas caracterizaciones. También aquí, nada nuevo. Lo que sí es nuevo es el grado con que tales grupos son vistos como una alternativa a la ciudadanía y a la participación en un estado que por definición alberga a muchos grupos, aunque los ordene en forma desigual.

En esa tónica, por lo que toca a las remesas, existen iniciativas que han despertado un entusiasmo que amerita suspicacia, como las asociaciones de migrantes salvadoreños que negocian con los gobiernos centrales y municipales los programas 2 x 1: un dólar del nivel central y otro del nivel municipal por cada dólar que ponen las asociaciones de migrantes. Los analistas de la UCA de San Salvador se apresuraron a aplaudir esta forma de hacer política, desestimando los tentáculos que extiende para orientar la relación Estado-sociedad en una ruta que conduce a más “sálvese quien pueda” a costillas de los que muy pocos recursos tienen para salvarse y pese a la consecuente condena de quienes ningún recurso podrán abonar a su salvación.

SÍNTOMA, EFECTO Y ABONO DEL COLAPSO
DE LA RESPONSABILIDAD ESTATAL

Las tendencias de este modelo para el caso nicaragüense podemos verlas en el cuadro, donde queda plasmado el simultáneo ascenso del peso de la remesas en el PIB, el incremento del número de habitantes por cada médico y el descenso relativo del gasto público en salud y el salario real promedio en la agricultura.

El gasto en salud o educación per cápita o respecto del PIB no necesariamente son indicadores de la voluntad política estatal de invertir en salud o educación, y mucho menos de efectos reales en la salud y la educación. La inversión pública puede incrementarse -como ha ocurrido en el sector de la educación-, pero sólo para ir al tragante de los megasalarios de las cúpulas partidarias que salen premiadas en la lotería electoral. Una muestra del escaso efecto que tiene la inversión estatal en educación es perceptible en el descenso de las matrículas y el ascenso de la tasa de analfabetismo y la deserción escolar. Los índices de eficiencia del gasto público en educación para la matrícula bruta en secundaria son lamentables en toda la región: van desde el 0.46 de El Salvador al 0.26 de Honduras, en una escala de cero (ineficiente) a uno (eficiente).

La convivencia de los elementos indicados en el gráfico es en realidad parasitismo de unos con otros: la depresión de los salarios reales incita a migrar y al envío de remesas para rescatar a quienes se quedan. Las remesas compensan -¿y posibilitan?- la ineficacia y la retirada estatal de la inversión social. En el modelo asumido desde los 90, las remesas han hecho las veces de seguro de paro, mitigador de riesgos, pensión de vejez, seguro de cosechas y finan¬cia¬miento a la educación y la salud. En Nicaragua, los hogares receptores de remesas gastaron en 2004 entre 154 (BID) ó 114 (Banco Mundial) millones de dólares en educación con las remesas recibidas, según una estimación de un 19% de las remesas invertido en educación.

Un estudio de la Red Nicaragüense de la Sociedad Civil para las Migraciones de 2006 estimó que el 13% de las remesas se destina a salud. De acuerdo a los cálculos del BID, esto significa un gasto de casi 124 millones en 2006, es decir, probablemente más del 30% del gasto total en salud y del 75% del gasto de las familias en salud. Las remesas están evitando que la cobertura de los servicios de salud y educación caiga más. El modelo se sostiene a base de un mecanismo de expulsión-atracción: expulsión de migrantes y atracción de remesas.

En El Salvador, en el año 2004 el 4.8 y 6.6% de las remesas se invirtieron en salud y educación, respectivamente. Esto supone 122 y 168 millones de dólares, es decir, un monto equivalente a casi el 50 y el 36% de lo invertido por el Estado en esos rubros. En Guatemala el 11% en 2004 y el 15.4% en 2005 se destinó a educación y salud, o sea 288 y cerca de 463 millones de dólares. Los casi 196 millones de dólares que los migrantes guatemaltecos invirtieron en la educación de sus paisanos fueron el equivalente de alrededor del 33% de la inversión estatal en educación, incluyendo préstamos y donaciones. En Nicaragua la situación es más dramática. En 2006 las remesas aportaron 124 y 181 millones de dólares al gasto nacional en salud y educación: el equivalente a la totalidad de lo invertido por el Ministerio de Educación y al 66% del presupuesto del Ministerio de Salud.

Wallerstein insiste en que los Estados están inundados de demandas de seguridad y bienestar que políticamente no pueden cumplir. El resultado es la gradual privatización de la seguridad y el bienestar, que nos lleva en una dirección de la que venimos apartándonos desde hace quinientos años. Las remesas -rebautizadas como inversión en salud, educación, pensiones, etc.- revelan la tendencia a privatizar el bienestar social, lo cual supone desandar un camino que costó mucha sangre y mucho tiempo y una despo¬litización porque se renuncia a demandar esos servicios al Estado.
A la postre, las remesas son a la vez un síntoma, un efecto y un abono del colapso de la “Estatidad”. El efecto redistribuidor de las remesas es, por consiguiente, un regalo envenenado. Porque son el beneficio de muchas familias, pero una estrategia desconcertada, desideologizada, atomi¬zada y, por ello, más proclive a ser cooptada en una estrategia de las élites, consecuencia que desarrollaré más ampliamente en el siguiente texto.



CAMBIAR DE PAÍS Y NO CAMBIAR EL PAÍS

Dado que la concentración de la riqueza trae problemas sociales, las remesas entonces cumplen con otro rol: se convierten en instrumentos de redistribución sin costo alguno para las finanzas estatales y para los bolsillos de los contribuyentes.

Son un mecanismo de descompresión social. Una renuncia a la redistribución por la vía política. Una despo¬litización de la reducción de la pobreza. Y también tienen un efecto perverso sobre los mecanismos de movilidad social, porque las remesas, en su rol de sustitutas del Estado de bienestar, separan el ingreso del empleo. Y así la posición como trabajador se desvincula crecientemente de la posición de clase, con lo cual se refuerza la despo¬litización y la evasión del conflicto: la mejora de la calidad de vida está puesta en un “más allá” terrenal, pero “más allá” al fin y al cabo. Nada de lo que se hace en el “aquí y ahora” repercute positivamente sobre el bienestar familiar, excepto el cultivo de frecuentes y amables relaciones con quienes lograron llegar al “más allá”.

Wallerstein se muestra optimista al asumir que la urbanización del mundo y el aumento de la educación y las comunicaciones han generado en todo el mundo un grado de conciencia política que a la vez facilita la movilización política… Esa conciencia política es reforzada por la deslegitimación de cualquier fuente irracional de autoridad. En resumen, más gente que nunca exige la igualación de las remuneraciones y se niega a tolerar una condición básica de la acumulación de capital: la baja remuneración del trabajo. Las remesas contienen los antídotos sistémicos para que esas transformaciones sociales vean extinguirse su virulencia antisistémica. Las remesas se insertan en una fractura ideológica: la renuncia de los migrantes a buscar el desarrollo de un país -sea en un marco socialista, conservador o liberal- plasmada en su decisión de “cambiar de país” antes que “cambiar el país”, y la renuncia de los receptores de remesas a mantener las elementales conquistas de los trabajadores y trabajadoras.

LAS REMESAS NO CONSTRUYEN
UN ESTADO BINACIONAL

Algunos hablan de un Estado binacional para referirse a esta transferencia desde el Norte al Sur, y desde el Sur relativamente más solvente al Sur inviable. No hay Estado binacional. Los Estados están siendo desmantelados. Hay una virtual binacionalidad convertida en instrumento para canalizar ahorros de los pobres de los países industrializados hacia el Tercer Mundo. Los países subdesarrollados ahora reciben una ayuda al desarrollo atomizada, que pesa sobre los hombros del sector más pobre y marginado de los países industrializados.

Hay dos formas de transferencia de donaciones desde los países industrializados. Una pequeña y en bloques, que pasa por las arcas del Estado y se extrae de todos los contribuyentes -o que pasa por las ONG procedente de sus filán¬tropos-, para quienes representa una parte insignificante de sus ingresos. Otra más voluminosa y atomizada, que se extrae únicamente de un grupo selecto de los contribuyentes -los más marginales-, para quienes representa una porción significativa de sus ingresos y, con frecuencia, la totalidad de sus ahorros. Ambas ayudan a expandir los mercados que las empresas transnacionales necesitan y a eximir al Estado de las que han sido sus obligaciones durante décadas.

Revertir esta situación -de tendencia creciente- tomará mucho tiempo, sudor e imaginación porque requiere una rebelión cultural contra las seductoras sirenas del mercado, un trabajo desmitificador contra el poder hipnótico de la ideologías que hacen de las remesas un fetiche y una recuperación de las luchas políticas, tareas nada fáciles en un escenario donde predominan trabajadores y trabajadoras desmovilizados por el desempleo, abatidos por los bajos salarios, abocados a la búsqueda de soluciones atomizadas en el marco del rol de clientes que les ofrece el mercado, y decepcionados por los fracasos de las luchas revolucionarias.

INVESTIGADOR DEL SERVICIO JESUITA
PARA MIGRANTES DE CENTROAMÉRICA (SJM).
MIEMBRO DEL CONSEJO EDITORIAL DE ENVÍO.

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