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Universidad Centroamericana - UCA  
  Número 190 | Enero 1998

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Honduras

Transición democrática: la historia interminable

Nuevas elecciones, nuevo Presidente. La oposición teme del liberal Carlos Flores Facussé una actitud autoritaria, un presidencialismo excluyente. Y prevé que 1998 será un año de shock económico, con más impuestos para el pueblo y una continuada sumisión a las órdenes de los organismos internacionales.

Manuel Torres Calderón

El 30 de noviembre de 1997 los hondureños acudieron a las elecciones por sexta vez consecutiva en los últimos 17 años, eligiendo como nuevo Presidente al liberal Carlos Flores Facussé y ratificando dos rasgos políticos de este país centroamericano. El primero: la consolidación de la democracia electoral iniciada bajo el fuego y la incertidumbre del conflicto centroamericano de los años 80. El segundo: el marcado acento conservador del electorado, un 95% del cual votó a favor de los partidos tradicionales que han dominado el escenario político de Honduras desde hace un siglo.

De acuerdo con el cómputo final del Tribunal Nacional de Elecciones (TNE), divulgado 29 días después del escrutinio, de los 2 millones 886 mil 229 electores en capacidad de votar, acudieron a las urnas 1 millón 995 mil 633. De ellos, 1 millón 39 mil 567 votaron por el candidato liberal.

Los hondureños eligieron al Presidente de la República, a tres Designados (Vicepresidentes), a 128 diputados al Congreso Nacional, a 20 diputados al Parlamento Centroamericano y a los gobiernos de las 296 corporaciones municipales. Los seleccionaron entre las nóminas de cinco partidos políticos, incluyendo al más reciente, Unificación Democrática (UD), de centro izquierda. El resultado final fue éste:

Porcentajes nacionales para Presidente
Liberal (52.8%)
Nacional (42.6%)
Innovación y Unidad (2.1%)
Democracia Cristiana (1.2%)
Unificación Democrática (1.2%)

Porcentajes nacionales para Diputados
Liberal (49.7%)
Nacional (41.3%)
Innovación y Unidad (4.1%)
Democracia Cristiana (2.5%)
Unificación Democrática (2.1%)

Porcentajes nacionales para Alcaldes
Liberal (48.3%)
Nacional (44.3%)
Innovación y Unidad (2.4%)
Democracia Cristiana (2.1%)
Unificación Democrática (2.1%)

Confirmando las tendencias de las encuestas, no hubo mayores sorpresas y resultó electo Presidente Carlos Flores Facussé, ingeniero y empresario dueño de un influyente periódico , con 47 años de edad y casi dos décadas de una activa carrera política, que incluye dos años como Ministro de la Presidencia (1982 84) durante el gobierno del liberal Roberto Suazo Córdova, período caracterizado por la presencia en territorio hondureñó de la "contra" nicaragüense y de tropas de Estados Unidos, y por una "guerra sucia" interna, en la que el "poder" civil se subordinó a los militares, y que dejó como saldo 187 personas desaparecidas y un centenar de asesinatos, todos con trasfondo político.

Los liberales rechazan cualquier implicación directa de Flores Facussé en los abusos contra los derechos humanos de esa época, en la que la Doctrina de la Seguridad Nacional prevaleció por encima de la Constitución y de las leyes. En una contienda electoral plagada de golpes bajos, resultó curioso que ese antecedente no fuera utilizado por la propaganda de la oposición en contra del candidato liberal. Este silencio fue interpretado por algunos sectores como una prueba de la "madurez política alcanzada" y por otros, como clara señal del control que el liberalismo logró en la mayoría de los medios de información.

La aspiración presidencial de Flores Facussé se remontaba a 1985. En aquel año se perfilaba como candidato del sector oficialista de su partido, hasta que una maniobra política lo dejó en el banquillo de espera. Reapareció en 1989, cuando se lanzó por primera vez como aspirante presidencial, pero perdió frente al nacionalista Rafael Leonardo Callejas. De aquella derrota el ahora Presidente sacó una dolorosa pero importante experiencia, que le aportó dividendos ocho años después.

Cien años de control

Liberales y nacionalistas han monopolizado el poder en Honduras a lo largo de un siglo, incluyendo las etapas en las que estuvieron a la sombra de los gobiernos militares de facto. Las diferencias ideológicas entre el PL y el PN son más teóricas que prácticas, por lo que puede afirmarse que en Honduras no hay bipartidismo, sino un monopartidismo conservador.

El bipartidismo aparente ha sido frecuente en América Latina. El hondureño tiene la particularidad de su involución. Ambos partidos siguen siendo los "originales", los de primera generación, y conservan una impresionante capacidad para absorber nuevas generaciones de políticos, incluyendo a quienes cuando fueron dirigentes estudiantiles o populares de "izquierda" calificaban entonces a liberales y nacionalistas como "prehistóricos".

Ambos partidos son la piedra angular de un modelo político tradicional que ha sabido encontrar numerosas coyunturas y formas para reciclarse, incluyendo la permisibilidad ante el surgimiento de nuevos partidos, que rápidamente son asimilados al sistema. Pese al desgaste de un siglo, liberales y nacionalistas no ven, por el momento, amenaza alguna a su monopolio político. En la lucha librada entre ambos partidos desde el retorno al orden constitucional en 1980, el margen de diferencia entre uno y otro ha sido este:

ELECCION

1980
PL (+7.2%)
PN (--)
1981
PL (+11.9%)
PN (--)
1985
PL (+5.3%)
PN (--)
1989
PL (--)
PN (+ 7.8%)
1993
PL (+8.6%)
PN (--)
1997
PL (+10.2%)
PN (--)

El Partido Liberal mantiene una hegemonía casi absoluta. En la década de los 80, los liberales, cuyas tesis oscilaron entre el neoliberalismo y el "liberalismo social", obtuvieron tres victorias consecutivas, y en los años 90 han logrado dos triunfos al hilo. Los electores han confiado a los liberales la conducción nacional en dos coyunturas clave: el inicio del traspaso de poder de los militares a los civiles en 1980 y el cierre del siglo e inicio del nuevo milenio. Flores Facussé finalizará su gestión en el año 2002.

Pequeños y sin resultados

La lealtad del electorado a la política tradicional ha sido tan incondicional que la desafección representada por los altos índices de abstencionismo nunca ha puesto en peligro el control electoral de los partidos tradicionales. La insatisfacción ciudadana no se traduce en más votos a favor de los partidos minoritarios. En los años 80 demócratas cristianos y pinuistas no rebasaron en conjunto el 4% de los votos presidenciales. En las elecciones de noviembre 97 sumando los votos para Unificación Democrática apenas llegaron al 4.5%, subiendo al 8.7% en la elección de diputados y al 6.6% en la de alcaldes. Si se mantuviera mecánicamente este lento crecimiento, aun en su promedio más alto, harían falta al menos ocho elecciones (32 años) para que una alianza de los tres partidos pequeños aspirara realmente a dirigir el país.

Amplia ventaja liberal

Tan abierto es el respaldo de los electores a liberales y nacionalistas que desde 1981 el partido que gana "se lo lleva todo" sin que se logre un sistema de contrapesos al ejercicio del poder. Con la amplia ventaja a su favor en las últimas elecciones, el Partido Liberal tendrá en los próximos cuatro años control total del poder Ejecutivo, del Legislativo y del Judicial.

De los 128 diputados que integran el Congreso Nacional los liberales lograron 67 curules, cuatro menos que en 1993, pero un número suficiente para imponer una mayoría mecánica sobre los 55 diputados nacionalistas, los 3 del Partido de Innovación y Unidad, los 2 de la Democracia Cristiana y el único diputado de Unificación Democrática que ganó escaño. El Congreso no sólo tiene la potestad de legislar con iniciativas de ley. La Constitución le da amplias prerrogativas, entre ellas nombrar a los magistrados de la Corte Suprema de Justicia y a los titulares de los organismos contralores del Estado.

El caso de La Paz

En la papeleta de las alcaldías, los liberales ganaron 180 municipios, 112 el Partido Nacional y uno Unificación Democrática, en la ciudad de La Paz, con un triunfo que marcó un precedente histórico interesante ya que nunca un partido minoritario había ganado ninguna alcaldía. Sin tratar de minimizar el triunfo de la UD, hay que recordar que el alcalde triunfador había ganado los comicios internos del Partido Liberal para lanzar su candidatura a la alcaldía, pero una maniobra política de sus propios correligionarios le arrebató ese derecho.

Herido en su amor propio se hizo disidente y logró un espacio en la estrategia de Unificación Democrática de aglutinar movimientos ciudadanos, donde, contando con su experiencia en las maniobras electoreras tradicionales, dio la sorpresa. De marginal importancia resultó la elección de 20 diputados al cuestionado Parlamento Centroamericano. Ganaron los escaños 9 liberales, 8 nacionalistas, un pinuista, un demócrata cristiano y uno de la UD.

Flores fuerte, Reina débil

Con las cartas sobre la mesa, Carlos Flores Facussé se perfila como un "Presidente fuerte", diferente al débil Presidente saliente, Carlos Roberto Reina. Pese a ganar la primera magistratura con un margen muy amplio en 1993, Reina fue siempre un dirigente minoritario dentro de su partido, y esto se reflejó en los roces y recelos que hubo durante estos cuatro años entre el Ejecutivo y el Legislativo, encabezado desde 1994 por el entonces diputado y ahora Presidente electo Carlos Flores Facussé.

Desde el comienzo de la administración Reina, Flores Facussé mantuvo distancia con el Ejecutivo y por momentos las diferencias asumieron aires de confrontación, aparentes o reales. Las divergencias presentadas a la opinión pública como prueba de la independencia de los poderes derivaron de tres razones básicas:

*El carácter caudillista de la política hondureña. Flores Facussé es el máximo dirigente de la mayoritaria corriente "florista" del Partido Liberal, mientras que Reina lo era de la minoritaria corriente "reinista".

*Criterios disímiles sobre el manejo de la administración pública.

*El interés manifiesto de Flores Facussé de convertir la labor legislativa en la plataforma para su candidatura presidencial.

Desde el Congreso Nacional, convertido en un bunker, Flores Facussé armó una red electoral que le permitió unificar su partido, incidir sobre la oposición política especialmente en el Partido Nacional y proyectar una imagen de reformador con la aprobación de una serie de leyes importantes, como el Código de la Niñez y Adolescencia, el Código de la Familia, el Código Penal, el Código contra la Violencia Doméstica y otras iniciativas, que formaban parte de un amplio paquete de proyectos para la Modernización del Estado.

La propuesta de campaña electoral conocida como "la nueva agenda" de Flores Facussé no tuvo mayor contenido. Destacaron como líneas generales:

*Promover la igualdad de géneros.

* Respaldar la iniciativa privada a través de un fondo especial de garantías y créditos para financiar proyectos de la pequeña empresa.

*Incentivar la competencia y crear un clima propicio a la inversión y la producción para que el crecimiento económico se traduzca en bienestar nacional y familiar.

*Promover la aprobación de una Ley de Concesiones para el desarrollo de proyectos empresariales en infraestructura, aeropuertos, carreteras, turismo, etc.

*Aumentar la eficiencia de las instituciones de la salud.

*Garantizar el orden social y el efectivo goce de los derechos fundamentales con el Plan de Seguridad Ciudadana.

*Impulsar la educación como premisa fundamental para desarrollar el país.

*Combatir la especulación y los altos precios.

*Luchar contra la corrupción y ser severo ante el crimen con una correcta y oportuna administración de la justicia.

1998: shock económico

Al margen de las promesas electorales, es evidente que la "agenda" real, no necesariamente oculta, no presenta cambios sustanciales en materia económica con respecto al modelo de ajuste estructural vigente, que va a profundizarse. El equipo más cercano a Flores Facussé no objetó nunca los contenidos de la política neoliberal que impulsó Reina, sino la ineficiencia para ejecutar esa política.

Se prevé que 1998 será un año de "shock económico", con un aumento drástico de los impuestos al consumo general, un aceleramiento de la privatización de la últimas empresas que aún son públicas, una política abierta a la inversión privada especialmente la extranjera y una sujeción a los acuerdos negociados con los organismos internacionales de crédito.

Un diagnóstico de la Situación Económica y Perspectivas de Honduras, elaborado por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), señala que "es importante que el nuevo gobierno dé claras señales, desde un principio, de que ofrecerá reglas de juego transparentes y un entorno macroecónomico estable". Las "señales claras" contemplan, de entrada, la aplicación de un nuevo Código Tributario y un ajuste en el impuesto a las ventas, que del 7% actual subirá a un 10% o hasta un 15%.

La herencia macroeconómica que recibe Flores Facussé de Reina es calificada como "mejor" que la recibida por Reina de manos de Callejas en 1993, pero no la deseada en términos sociales e incluso financieros. Cada día que pasa la población hondureña enfrenta dificultades más serias para subsistir y muchos se preguntan cuál es el sentido de la democracia que se construye si las promesas democráticas parecen reducirse al plano institucional, pero no les dan respuesta ni en lo económico ni en lo social.

El "rostro humano" prometido por el ya ex Presidente Reina, no se cumplió, y la realidad es que su gestión se concentró en pagar el oneroso servicio de la deuda externa y en intentar reducir el déficit fiscal.

En el balance oficial, las cuentas macroeconómicas no aparecen tan negativas. El déficit fiscal para 1997 ronda el 3%, la inflación acumulada fue de 13%, el monto de las reservas internacionales netas superó los 450 millones de dólares, en el sistema bancario hay liquidez monetaria y se contuvo la devaluación de la moneda nacional con respecto al dólar.

¿Aplauso justificado?

El aplauso ante esas cifras no encaja con tres hechos significativos. El primero: la gestión económica hondureña no pasó el examen del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional. El "alumno" resultó aplazado en varias asignaturas y el FMI apenas autorizó la firma de un acuerdo de "monitoreo", que no le permite a Honduras acceder al Club de París a negociar una condonación de su deuda externa. El segundo: asesores cercanos al Presidente electo advirtieron que "las cuentas están bien hasta el 31 de diciembre de 1997, pero no para 1998". Tercer hecho: en la sociedad hondureña avanza la extrema desigualdad y con ella, la polarización social. Del ingreso que no se utiliza para el servicio de la deuda externa, un 80% de la población se reparte el 35.5%, mientras el 20% se aprovecha del 67.5%.

La crisis se acentuó para las mayorías desde la implantación del modelo de ajuste en 1990. Desde ese año hasta 1997 se acumuló una devaluación de 562%. Sólo en el gobierno de Reina la devaluación acumuló un porcentaje de 126%, cifras que prueban la imposibilidad que tiene la mayoría de los hondureños de atender sus necesidades elementales.

El costo promedio mensual para cubrir la dieta básica de una familia típica de 5 6 miembros es de 256.90 dólares, pero los salarios mensuales para la mayoría de los trabajadores oscilan entre 50 y 136 dólares. El ingreso per cápita anual, que en promedio es de 718 dólares, apenas ajusta para dos o tres meses de sobrevivencia de una familia pobre.

"Año de espuma"

Las desigualdades se reflejan nítidamente en la educación. Apenas un 6.5% de la población joven en el área rural tiene acceso a niveles de educación media y superior. Como es lógico, los más vulnerables a la crisis son las mujeres y los niños. Las mujeres forman uno de los grupos más afectados, puesto que encabezan entre el 24 y el 30% de todos los hogares hondureños y el 65% de esos hogares son pobres.

Pese a la gravedad del panorama nacional, el proceso electoral estuvo vacío de propuestas, sobre todo de los dos partidos tradicionales. Los políticos siguieron ofreciendo más de lo mismo, como si no hubiese salidas o alternativas. "Año de espuma": así calificó al período electoral un analista jesuita, ante la vaciedad de las promesas y propuestas de los políticos.

Esta realidad configura una ingobernabilidad en ascenso. ¿Qué actitud asumirá ante ella el nuevo Presidente? Varias preguntas flotan en el ambiente. ¿Para qué buscó el poder? ¿Y cuál es el sentido del orden y el control social que tiene en mente?

Flores :¿autoritario?

La oposición política teme de Flores Facussé una actitud autoritaria que aliente el presidencialismo que caracteriza la gestión pública hondureña, lo que no estaría a tono con la demanda constante que hacen amplios sectores a favor de una democracia participativa que fomente la participación ciudadana.

Un ejercicio presidencial excluyente, que no tomara en cuenta a la ciudadanía corroboraría la tesis de que la gobernabilidad en democracia no es posible en países tan pobres como Honduras, al menos en una primera etapa y durante un tiempo indefinido. La cantidad de demandas sociales es tan grande que atenderlas imposibilitaría el crecimiento económico.

Sin embargo, la gobernabilidad basada en el autoritarismo no se perfila como garantía de estabilidad nacional para los próximos cuatro años, especialmente en este país, en el que los principales avances institucionales surgen de una amplia gama de poderes fácticos existentes, tanto externos los propios organismos internacionales como internos, entre los que destacan las organizaciones de derechos humanos, las etnias, los grupos de mujeres, los ambientalistas, los colectivos de economía social, las comunidades cristianas de base y otros.

El rasgo más interesante de la coyuntura hondureña es éste: si en los años 80 la base fundamental del orden constitucional eran los partidos políticos, en los 90 la gestión política no puede entenderse sin el complemento de la participación ciudadana en sus variadas formas. La irrupción del factor ciudadano, como un elemento decisivo para la animación o para el freno del proceso en Honduras, va de la mano con la percepción colectiva de dos elementos clave:

*El proceso de transición hacia la institucionalidad democrática no ha concluido.

*La consolidación de ese proceso demanda dejar en claro sus reglas y sus espacios efectivos y potenciales de fortalecimiento, sacando al proceso de la reduccionista competencia de los "políticos".

La "cultura del fraude"

La ciudadanía resiente los viejos vicios electorales y el descrédito que de la política hacen los propios partidos. Muchos votantes ya no aprueban, por ejemplo, la amañada selección de pre candidatos a cargos de elección popular y la ausencia de propuestas reales, sobre todo de los partidos tradicionales. Desde el punto de vista ciudadano, las elecciones requieren fortalecer su legitimidad y representatividad mediante censos limpios, buenos candidatos y propuestas efectivas y viables frente a cruciales problemas comunitarios, regionales y nacionales.

¿Cuántos piensan así? El problema es complejo. La "cultura del fraude" sigue teniendo adherentes y espacios en la política hondureña y se manifiesta no sólo en los grupos dirigentes de poder, donde son comunes las maniobras, sino que se reproduce en las estructuras intermedias y de base, a través de los llamados "activistas políticos", un extendido y deformado sector social creado por los partidos con afanes proselitistas. Los "activistas" empañaron el reciente proceso electoral con prácticas viciadas que culminaron en 63 impugnaciones legales al escrutinio, ninguna de las cuales fue aceptada por el altamente politizado Tribunal Nacional Electoral (TNE).

Descendió la abstención

Está claro que la transición democrática hondureña demanda, para revitalizarse de una mayor incidencia de la ciudadanía, pero esto implica superar una paradoja: la ciudadanía es renuente a participar en la "política tradicional" para no "contaminarse" y busca, pero no encuentra, nuevas formas de hacer política.

Este fenómeno explica en parte los índices de abstencionismo y a la vez, los avances de la democracia electoral y de la modernización institucional que vive el país y que son notables respecto a hace sólo unos años. Es previsible que el descrédito de lo electoral y la consecuente pérdida de representatividad de las autoridades electas terminará afectando el espacio de la vía ciudadana alternativa, que aspira a nuevas conquistas democráticas.

Reina resultó un gobernante con limitada representatividad. Accedió a la Presidencia en 1993 con un 33.2% de los votos, frente a un 29.4% en contra y un 37.4% de abstencionistas, votos blancos y nulos. El panorama mejoró para Carlos Flores: ganó el 52.8% de los votos y el abstencionismo se redujo al 24% como promedio nacional, pese a que en departamentos importantes como Atlántida, Colón, Cortés y Yoro superó el 32%.

La reducción del abstencionismo en 1997 se puede explicar, en buena medida, por la implantación del "voto domiciliario", novedad que facilitó a los electores votar en el lugar más próximo a su residencia habitual, y por otra novedad: el "voto separado", en tres papeletas, para autoridades presidenciales, diputados y municipalidades.

¿No pueden o no quieren?

La abstención es un fenómeno grave y, paradójicamente, poco estudiado en Honduras. Se desconoce con exactitud cuántos dejan de votar porque no pueden y cuántos porque no quieren. En términos generales los abstencionistas críticos renuncian a su derecho al sufragio por:

Desencanto ante la política partidarista.

Incredulidad ante las instituciones nacidas de la elección popular.

Falta de opciones políticas alternativas que reflejen sus intereses como votantes.

En el contexto hondureño, aunque la abstención es un fenómeno político masivo, no necesariamente quien deja de acudir a las urnas se inhibe de toda participación política y social. Existe en el país una tradición organizativa de búsqueda de mecanismos de cohesión social que debe profundizarse y aprovecharse. El reto es transformar la diversidad social en una pluralidad democrática con objetivos definidos. Esto se logrará en la medida en que la población cuente con mecanismos de participación para influir, consultar y decidir sobre las políticas sociales y económicas que el gobierno nacional y los gobiernos municipales llevan a cabo.

Espacios de participación

Crece la importancia de alentar y ligar a la práctica política recursos ya existentes:

Los Consejos de Desarrollo Municipal, organismos de la comunidad que deben planificar, asesorar, deliberar y concretar con la corporación municipal el desarrollo del municipio, con el objeto de que los planes del gobierno local no sean improvisados o queden al criterio personal de unos cuantos.

El plebiscito, mecanismo de consulta que existe sólo a nivel municipal.

Los cabildos abiertos, instrumento de consulta y participación directa de los vecinos del término municipal en las decisiones del gobierno local.

En perspectiva, existen otros instrumentos de participación ciudadana pendientes de lograrse y desarrollarse. Por ejemplo, la Iniciativa de Ley Popular, que consistiría en el derecho de la población para introducir anteproyectos de ley al Congreso y ordenanzas a las corporaciones municipales.

Hasta ahora sólo los diputados y el Poder Ejecutivo, a través del Ministerio de Gobernación, tienen ese derecho. La Iniciativa de Ley Popular no garantizaría que el anteproyecto sea aprobado, pero su simple formulación y el posterior debate en el Legislativo o en la corporación municipal sería ya un valioso aporte al proceso de democratización nacional.

Pese al conservadurismo de los políticos tradicionales, crece la tendencia en Honduras, como en otros países latinoamericanos, a reducir la frontera entre lo público y lo privado, estableciendo el principio de la "rendición de cuentas" de los funcionarios del Estado a la ciudadanía y entre las instituciones del Estado. El desafío es consolidar esta tendencia dentro de una cultura política democrática. La responsabilidad es grande para la incipiente sociedad civil, que debe construir los equilibrios necesarios entre los valores de la gobernabilidad democrática, los intereses de los partidos políticos y los de la ciudadanía.

El desafío de la sociedad

El futuro de este desafío está condicionado hoy en buena medida al curso de la gestión de Flores Facussé. Si el nuevo Presidente está consciente del potencial y riqueza de la "otra vía", de la construcción democrática ciudadana, las perspectivas de mejorar la situación del país son amplias, porque Honduras dispone de recursos naturales y humanos para lograrlo. Si el nuevo Presidente ignora ese potencial y gobierna en solitario, el panorama será desalentador y podría ser un error de consecuencias imprevisibles.

El proceso de democratización iniciado en los años 80, como práctica electoral de sustitución de militares por civiles en la conducción del Estado, está inconcluso. Será la fortaleza o la debilidad de la sociedad civil la que determinará en buena medida que esta transición que a ratos parece una historia interminable concluya positivamente.

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