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Universidad Centroamericana - UCA  
  Número 295 | Octubre 2006

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Centroamérica

Una perversa asociación: migrantes – SIDA

La peligrosa y perversa asociación de los migrantes con el SIDA, caracterizándolos como vectores de transmisión de la enfermedad y como “grupos de riesgo” está basada en el miedo a “los números pequeños”, a las minorías, se arraiga en prejuicios culturales de variados matices y está siendo sustentada en estadísticas tan numerosas como engañosas.

José Luis Rocha

El SIDA ha ganado un lugar prominente entre los más crueles azotes de la humanidad. El saldo de su impacto mundial es aterrador: 25 millones de personas muertas en 25 años y 40 millones de personas infectadas. Cada año mueren 3 millones de enfermos de SIDA en el mundo y se infectan 4 millones.

“ANTES QUE ANOCHEZCA...”

La lucha contra esa peste enmascarada ha movilizado muchas buenas intenciones y ha inspirado desoladoras reflexiones. El escritor cubano Reinaldo Arenas, quien contrajo el SIDA como migrante en Estados Unidos, escribió pocos días antes de quitarse la vida, desesperado ante la multiplicación de los síntomas de su deterioro: Veo que llego casi al fin de esta presentación, que es en realidad mi fin, y no he hablado mucho del SIDA. No puedo hacerlo, no sé qué es. Nadie lo sabe realmente. He visitado decenas de médicos y para todos es un enigma. Se atienden las enfermedades relativas al SIDA, pero el SIDA parece más bien un secreto de Estado. Sí puedo asegurar que, de ser una enfermedad, no es una enfermedad al estilo de todas las conocidas.

Las enfermedades son producto de la naturaleza y, por lo tanto, como todo lo natural no es perfecto, se pueden combatir y hasta eliminar. El SIDA es un mal perfecto porque está fuera de la naturaleza humana y su función es acabar con el ser humano de la manera más cruel y sistemática posible. Realmente jamás he conocido una calamidad tan invulnerable.

CADA HORA DE CADA DÍA

El SIDA golpea fuerte en América Latina. De acuerdo a la información de UNICEF, los países caribeños tienen una tasa de prevalencia que los coloca en el segundo lugar en el mundo: 2.3%. Más de 2.1 millones de personas en América Latina y el Caribe viven con el VIH. Solamente en el año 2004, unas 240 mil personas de América Latina, y otras 53 mil en el área del Caribe, fueron infectadas con el VIH. Esto significa que cada hora de cada día, en América Latina y el Caribe, 33 personas se infectan con el virus que causa el SIDA.

El SIDA es actualmente la principal causa de muerte entre personas de 15 a 44 años en el Caribe, donde 36 mil personas murieron por esta causa en 2004. Ese año, el SIDA cobró 95 mil muertes en América Latina. Esto significa que cada 60 minutos, más de 15 latinoamericanos y caribeños mueren por complicaciones relacionadas al SIDA. Aproximadamente 740 mil jóvenes de 15-24 años viven con el VIH/SIDA en América Latina y el Caribe. El número de adolescentes mujeres de 15-19 años de edad que viven con el VIH en varios países del Caribe es hasta cinco veces más alto que el número de los varones adolescentes con VIH.

De acuerdo a las cifras del Ministerio de Salud de marzo de 2005, en Nicaragua hay 1 mil 692 personas portadoras del VIH/SIDA. De ellas, 1 mil 327 son jóvenes y adolescentes de 14-35 años. Muy distintas son las cifras del informe oficial de ONUSIDA, organismo que ya en el año 2000 daba la cifra de 4 mil 900 nicaragüenses infectados con el VIH, y consideraba ese es¬timado como un “piso” de la población realmente afectada. El “techo” lo calculó entre 24 mil 160 y 36 mil 240 personas. El pro¬ble¬ma de tan notable subregistro es ampliamente reconoci¬do.¬

NICARAGUA: LIMITACIONES FINANCIERAS,
INSTITUCIONALES Y CULTURALES

Nicaragua tiene serias limitaciones financieras, institucionales y culturales para enfrentar las problemáticas en torno al VIH/SIDA. A la magra dotación del sector público en el área de salud, que incluso se muestra insuficiente para tratar afecciones menos complejas y más tradicionales, se suma un escaso interés gubernamental. No obstante algunas iniciativas -que permanecen dispersas, como la del Ministerio de Gobernación de capacitar a sus funcionarios para luego transmitir conciencia en torno al VIH/SIDA entre los reclusos-, en el Plan Nacional de Desarrollo, que contiene las estrategias del Poder Ejecutivo en todos los ámbitos de su competencia, no existe una mención del VIH/SIDA, ni siquiera en el extenso acápite que se ocupa del sector salud. Por su parte, la Procuraduría para la Defensa de los Derechos Humanos no forma parte de la Comisión Nicaragüense del SIDA (CONISIDA).

Las limitaciones culturales se presentan como una barrera aún más contundente que la carencia de recursos financieros. La conciencia del riesgo de infectarse por el VIH, es notablemente baja entre la mayoría de la población. Una investigación reciente en cinco municipios objeto de estudio, mostró que el 89% de los encuestados pensaba que el SIDA no afecta a su municipio. El 83% sostuvo que el SIDA no es un problema que tenga que ver con su vida.

Pese a los avances jurídicos, las limitaciones culturales no impiden la discriminación, especialmente porque persisten ideas erróneas acerca de las formas de transmisión. Estas ideas se traducen en actitudes de rechazo.

Además de la vulnerabilidad que supone la pobreza en un país como Nicaragua, existen dos factores que demandan especial atención. Por un lado, los tratamientos antirretrovirales podrían terminar siendo un privilegio de los más acaudalados en caso de que se firme el TLC con Estados Unidos y que esto suprima o limite sustancialmente la comercialización de medicamentos genéricos. Por otro lado, la mínima cobertura de los servicios de salud en la Costa Caribe no permite un conocimiento fidedigno de las dimensiones que la incidencia del VIH/SIDA pueda haber alcanzado en esa extensa región del país. Tampoco permite un tratamiento efectivo.

LAS LEYES DE “LA GLOBALIZACIÓN LEGAL”

En el terreno jurídico se registra un avance significativo. Hasta diciembre de 1996, Nicaragua no disponía de normativa legal sobre detección del VIH/SIDA, manejo de los resultados clínicos, medidas de prevención, mecanismos de respuesta para enfrentar la epidemia y protección de los derechos humanos ante el VIH/SIDA. Ese vacío fue parcialmente llenado por la Ley 238, Ley de Promoción, Protección y Defensa de los Derechos Humanos ante el SIDA.

Esta ley garantiza los derechos humanos de toda la sociedad ante la amenaza del SIDA y cumple con una función educativa de prevención. Incluye los principios éticos de no discriminación, confidencialidad, consentimiento informado y autonomía personal. Pero, por una contradicción muy habitual en Nicaragua, el reglamento de la ley ha sido identificado como obstáculo a la aplicación de la misma porque establece medidas represivas para imponer la no discriminación -como multas y cierre de hospitales-, que no contribuyen a crear un clima propicio a la prevención del VIH y al buen trato a quienes son portadores del virus. Los promotores de la ley buscaban proteger los derechos de los portadores del VIH/SIDA informando y sensibilizando a la población, y no crear nuevas figuras delictivas.

La legislación nicaragüense, y sus gemelas en otros países latinoamericanos y en gran parte del planeta, son una expresión de la globalización legal, de esos derechos internacionales que frecuentemente nadan a contracorriente de los prejuicios alentados por los poderes dominantes y que acaban por imponer micro-visiones y cosmovisiones, a veces cooptando las mejores intenciones.

LA PERVERSA ASOCIACIÓN MIGRACIONES-SIDA

Las ONG y sus redes, y algunos multilaterales, como el Fondo de Población de Naciones Unidas, hicieron un trabajo importante para que ese avance que representan las leyes de la “legislación global” cristalizara. Pero hay muchas amenazas que impiden que ese avance normativo formal se convierta en sentido común, visión dominante y prácticas consagradas culturalmente. Reflexionemos sólo en una de esas amenazas: la peligrosa asociación de migraciones y SIDA, que -con benignas o perversas intenciones- propicia un pernicioso deslizamiento de la unidad de análisis -y de la culpabilidad- desde las “prácticas riesgosas” hacia los “grupos riesgosos”. En la médula de este deslizamiento se encuentra el desprecio hacia las minorías: enfermos de SIDA, migrantes, grupos étnicos, etc. Una asociación migraciones-SIDA sin matices, que aparece con frecuencia en la base y análisis de todas las fuerzas discriminantes, es perjudicial tanto para los migrantes como para los enfermos de SIDA.

¿Qué mejor excusa para justificar el pánico a los migrantes que presentarlos como particularmente proclives a contraer el VIH? ¿Qué mejor razón para aumentar el pavor y segregación hacia los enfermos de SIDA que suponerlos poblaciones móviles, es decir, cuerpos que transportan el virus de unas regiones a otras? Quizás con la mejor de las in¬tenciones, la UNIDOS Network of Capacity Building Assistance Providers insiste en que la proximidad con los epi¬centros del SIDA es un riesgo, y muestra la correlación en los Estados Unidos entre estados con alta prevalencia del SIDA y estados con alta migración.

En orden descendente, los estados con mayor número de latinos son California, Texas, New York, Florida, Illinois, Arizona, New Jersey, New Mexico y Colorado. Los estados con mayor número de casos de SIDA son New York, California, Florida, Texas, New Jersey, Pennsylvannia, Illinois, Geor¬gia y Maryland. Coinciden seis de nueve estados. Presen¬tado sin un análisis mayor, que dé cuenta de por qué en esos estados hay mayor prevalencia del SIDA, la asocia¬ción¬ migrantes-SIDA posibilita el deslizamiento hacia un temor doblemente reforzado: del migrante puesto en riesgo al migrante convertido en riesgo propagador, mientras los enfermos de SIDA aparecen como un factor temible, asociados, por oscuras razones, a los espacios, apariencias y estilos de los migrantes.

En relación a las migraciones y el SIDA existen muchos estudios y mucho impulso preventivo donde los mejores propósitos corren el riesgo de terminar siendo lacayos de las peores causas. Ese binomio ha tenido casos emblemáticos, como el de Reinaldo Arenas, migrante con SIDA. Pronto se olvida que, como atestiguan sus memorias, su conducta sexual era considerablemente más riesgosa en Cuba, y no fue ahí donde se contagió del VIH.

CONTAGIADOS DEL VIRUS DE LA PUREZA ÉTNICA

La asociación de los migrantes y el SIDA no es ni puede ser neutral en un mundo donde hay mayorías temerosas de los migrantes y temerosas del SIDA. Las mayorías y las minorías, de cualquier tipo, no han existido desde siempre. Hay unas mayorías interesadas en ser claramente discernibles de las minorías. Cuando se sienten amenazadas por fenómenos cuya explicación desconocen -la globalización, la caída del poder adquisitivo de los salarios, el deterioro de los servicios públicos-, se contagian de ese virus del prurito de pureza étnica y buscan chivos expiatorios a los que desean exterminar, deportar o controlar. Poseídas por ese virus, sus identidades se convierten en lo que el antropólogo indio Arjun Appadurai bautizó como “identidades depredadoras”.

La obsesión por la pureza, el terror de que la blancura se vaya tiñendo de amarillo, café y negro hace que una gran parte de ese 70% de la población estadounidense que es blanca -no latina- se sienta amenazada por el escaso 12.5% de latinos. Esto es lo que Appadurai ha denominado “temor a los números pequeños”. ¿Por qué temer a los grupos pequeños? Por un lado, porque están asociados a grandes grupos: las minorías musulmanas en la India, Estados Unidos o Inglaterra pertenecen a una gigantesca comunidad musulmana. El pequeño grupo de latinos que reside en Estados Unidos tiene millones de familiares en sus países de origen. Y los pocos enfermos de SIDA son parte de un grupo mundial que ya cuenta con 40 millones.

Por otro lado, las minorías pueden crecer hasta hacer que la mayoría de hoy se convierta en la minoría del mañana. El migrante latino se multiplica en sus hijos por su mayor tasa de natalidad y en los familiares cuya migración propicia. Como el suicida hombre-bomba -ejemplo brutal de la minoría peligrosa porque se trata de un “uno” que explota y destruye a varios “cientos”-, cada enfermo de SIDA es un “uno” que puede contagiar a un número infinito de personas por un virus que se multiplica y cruza fronteras de cuerpo en cuerpo.

Eso rezan algunas proclamas, según testimonió la escritora estadounidense Susan Sontag: “Recuerden que cuando una persona realiza el acto sexual con otra persona, no lo hace únicamente con ella, sino con todos los que lo hicieron con ella durante los últimos diez años”: así decía en 1987 un entrañable pronunciamiento (de género indefinido) del Secretario de Salud y Servicios Sociales, el doctor Otis R. Bowen. El SIDA convierte en promiscuo (y, por ende, peligroso) todo acto sexual, salvo el que es monogámico y que dura períodos prolongados, y además lo convierte en una desviación, puesto que todas las relaciones heterosexuales también son homosexuales, por interpósita persona.

CONTROLES EPIDEMIOLÓGICOS,
CONTROLES MIGRATORIOS

Migrantes y SIDA están presentes en discursos donde se cruza la salud del orden social y la salud pública. Demandan un control de la conducta que se traduce en control del cuerpo y que a veces deviene en control de los cuerpos. Por eso los migrantes son “asegurados”, su perfil es estudiado, su tráfico es penalizado. Hay que controlar esos cuerpos en continuo desplazamiento. Por eso los enfermos de SIDA son objeto de los controles epidemiológicos más estrictos. Ambos son sometidos a tratamientos de control inspirados en el temor.

Al servicio del temor están las tecnologías de la contabilidad, que a menudo son manipuladas. Esta fiebre por clasificar y contabilizar se conecta con la idea de la incertidumbre social. En un ensayo titulado “La muerte de la certidumbre”, Appadurai desarrolló un argumento detallado sobre las maneras en que la incertidumbre social puede llevar a proyectos de limpieza étnica que son viviseccionistas y verificacionistas porque desmembran el cuerpo sospechoso por medio de ciertos procedimientos. Buscan incertidumbre al desmembrar el cuerpo sospechoso, el cuerpo bajo sospecha. Esta especie de incertidumbre está íntimamente conectada a la realidad de que los cientos de miles que alcanzan los grupos étnicos de hoy y sus movimientos, mezclas, estilos culturales y representaciones mediáticas crean profundas dudas acerca de quiénes exactamente están entre los “nosotros” y quiénes están entre los “ellos”.

El SIDA posibilita esa distinción. Según Sontag, la enfermedad es el lado nocturno de la vida, una ciudadanía más cara. A todos, al nacer, nos otorgan una doble ciudadanía, la del reino de los sanos y la del reino de los enfermos. Unos “ellos” construidos como migrantes, miembros de otras etnias y enfermos de SIDA los hace más distinguidos de los “nosotros”. En Estados Unidos -lo denuncia Sontag- el SIDA se ha vuelto cada vez más una enfermedad de los pobres urbanos, en particular de los negros y los hispanos.

ENCUESTAS Y DATOS
QUE PROPAGAN PREJUICIOS

La construcción de perfiles, las clasificaciones y las contabilizaciones de muchos “nosotros” tienen la finalidad de asegurar que ciertos grupos e individuos no sean como “ellos”… para no contagiarse de SIDA ni de migración.

Esas contabilizaciones han producido miles de estudios que asocian SIDA y migración. El estudio de la UNIDOS Network of Capacity Building Assistance Providers encontró que el 81% de los trabajadores agrícolas en Estados Unidos son extranjeros y 77% son de origen latinoamericano. La Comisión de Prevención de la Mortalidad Infantil estima que el 5% de los trabajadores agrícolas son portadores del VIH/SIDA, una tasa casi 10 veces más alta que el 0.6% que promediaba el total de población estadounidense en 2004. De todo esto resulta que los migrantes no sólo van hacia los epicentros del SIDA, sino que son efectivamente los portadores del SIDA. Pero no sabemos si ese grupo relativamente pequeño de trabajadores agrícolas fue objeto de un análisis -vivisección, verificación- más concienzudo que la gigantesca población nativa y que otros grupos específicos: hippies, skin heads... La mayoría de los estudios dejan este punto en suspenso o bien no consiguen reflejar diferencias sustantivas.



Otros análisis se ocupan de las percepciones: miden conocimiento sobre el SIDA y su prevención para emitir juicios sobre la vulnerabilidad de ciertos grupos. El conocimiento de los migrantes sobre el SIDA no es siempre inferior al que tienen poblaciones nativas y en algunos países el conocimiento de los migrantes es superior, como muestra la tabla.

Algunos estudios insisten en la ignorancia de los migrantes. Una encuesta entre trabajadores migrantes mostró las creencias más peregrinas sobre los modos de transmisión del VIH: 48% dijo que se adquiere por picaduras de mosquitos, 33% cree que se transmite en los baños públicos y 29% que se contrae por besos en la boca. A ese factor de riesgo se añade la conducta del migrante. Y en ese terreno tenemos una mezcla de hallazgos en estudios de caso y conjeturas. Se supone que los migrantes están más expuestos a contraer el VIH debido a los nuevos estilos de vida y sexualidad, sumados a un marcado desconocimiento de las enfermedades de transmisión sexual y a los métodos de prevenirlas.

SE DICE, SE ASEGURA, SE AFIRMA...
Y EL VIRUS DEL PREJUICIO SE PROPAGA

Se dice que los migrantes tienen un frecuente contacto con trabajadoras del sexo por la lejanía con su pareja y el rechazo a la abstinencia sexual. Se asegura que, debido a la pobreza, los migrantes tienen un contacto más probable con trabajadoras del sexo infectadas y un uso colectivo de jeringas al inyectarse drogas. Las violaciones sexuales con que se agrede a las migrantes en tránsito también se incluyen entre los eventos propagadores del VIH. La mayoría de las veces se supone que el SIDA está en el ambiente y acecha a los migrantes en las agujas, en las violaciones y en las trabajadoras del sexo, aunque no se contrasten las cifras de la propensión de los migrantes con las de la población nativa a caer en estas prácticas o de las migrantes a ser víctimas de violaciones que contagian el VIH.

La cantidad de estudios va propagando el virus de la peligrosa asociación SIDA-migrantes. Algunos estudios usan las técnicas de la contabilidad para estudiar la conducta. Una encuesta, la Survey of Condom-Related Beliefs and Perceived Social Norms in Mexican Migrants Laborers mostró que menos de la mitad de los varones dijo usar condón con parejas sexuales ocasionales. El mismo estudio mostró que 44 % de los migrantes mexicanos dijo mantener relaciones con trabajadoras del sexo. De ellos, los hombres casados eran menos proclives que los solteros a usar condón durante sus relaciones. Pero estos tipos de estudios, que son de los que más abundan porque se basan en encuestas a reducidas muestras de migrantes, caen en la falacia de la media tabla: no muestran la situación del grupo de estudio en relación al amplio universo poblacional en el que están insertos.

MIGRANTES Y PANDILLEROS:
UN SORPRENDENTE ESTUDIO EN LOS ÁNGELES

Las pandillas son otra minoría asociada al SIDA y a las migraciones. El pandillerismo es presentado como una enfermedad sumamente contagiosa, tratada como un problema de salud pública por la Organización Panamericana de la Salud. Para los aparatos policiales, los pandilleros son un problema para el orden social, la seguridad ciudadana y la gobernabilidad.

Muchos son migrantes: una encuesta reveló que el 63% de los pandilleros encuestados en Los Ángeles eran latinos. ¿Estarán infectados de VIH? Tríptico letal de minorías amenazantes: migrantes, pandilleros y portadores del VIH. Ninguna otra asociación persuadiría más y mejor de la peligrosidad de las pandillas. Ningún vínculo haría más evidente su carácter de epidemia y amenaza a la salud pública.

La oficina de asuntos del SIDA de la ciudad de Los Ángeles y el Centro para la Identificación, Prevención y Servicios de tratamiento del VIH estiman que el número de pandilleros alcanza los 39 mil en la ciudad de Los Ángeles y sobrepasa los 100 mil en el condado de Los Ángeles. Aunque no disponen de otro estudio sobre el VIH en esta población, en base a un estudio propio, estos organismos dieron por sentado un mayor grado de propensión al SIDA entre los pandilleros dadas sus actitudes hacia el VIH, su grado de conocimiento y su conducta riesgosa: el consumo de drogas, la promiscuidad sexual, el rechazo del condón y la afición a tatuarse.

Aunque la edad promedio de los 300 entrevistados en este estudio casi alcanzó los 21 años, apenas el 48% de ellos había completado la secundaria. Sólo 24.2% de ellos tenía seguro médico, 63% estaban desempleados y 37% dijo no tener por qué preocuparse por el VIH puesto que no eran homosexuales. En los últimos doce meses, 65% había tenido sexo casual -relaciones sexuales con alguien a quien apenas acababan de conocer-, 88.6% había tenido sexo mientras estaba drogado, 27% había tenido sexo múltiple y 87.3% reportó haber consumido drogas. Casi el 60% de quienes se inyectaban drogas dijo compartir con otros la jeringa, 60% había estado en prisión en algún momento de su vida y 39.3% se había tatuado fuera de establecimientos convencionales y seguros.

Pues bien, después de proporcionar estos datos, que describen temerarias formas de jugar a la ruleta rusa del VIH, resultó que 144 pandilleros aceptaron someterse a un examen de sangre y ninguno de ellos resultó VIH positivo. Y de nuevo se incurrió en la falacia de la media tabla: la situación de los jóvenes pandilleros no fue comparada con la de otros jóvenes no pandilleros y nativos que habitan en los mismos barrios.

FORMULACIONES POMPOSAS Y ENGAÑOSAS
SOBRE “MINORÍAS PELIGROSAS”

Todas estas debilidades en el acopio de la información, escasez de evidencia, generalizaciones hechas a partir de estudios de casos muy localizados y conclusiones sobre la base de conjeturas, que se traducen en debilidad del análisis y los hallazgos, no impiden formulaciones pomposas y desafortunadas.

Seleccionemos ésta, la de un “especialista en género y desarrollo” que trabaja para un organismo de Naciones Unidas: Los resultados muestran que, en su mayoría, los migrantes son jóvenes que viajan solos y que adoptan prácticas de riesgo que favorecen la diseminación del VIH en contextos urbanos fronterizos donde el comercio sexual es habitual. Resulta interesante también constatar la vulnerabilidad indirecta que experimentan las amas de casa cuya pareja atraviesa la frontera y recurre a trabajadoras sexuales y, en ocasiones, a sexo con hombres.

El mismo estudio sostiene que esta relación entre vulnerabilidad basada en el género, poblaciones móviles y situaciones de frontera se hace particularmente visible cuando se trata del VIH/SIDA. La triple vulnerabilidad de las mujeres a la epidemia (biológica, epidemiológica y social) se acentúa tanto para las mujeres que atraviesan las fronteras (migrantes y trabajadoras sexuales, comerciantes que prestan servicios a los migrantes) como para las parejas de los hombres migrantes temporales o permanentes. Los estudios llevados a cabo en la frontera sur de México con trabajadoras sexuales, camioneros y población migrante llaman la atención sobre la relación entre alta movilidad poblacional por razones económicas y la mayor diseminación del VIH/SIDA.

Es una muestra de cómo se recurre a otra asociación peligrosa: los migrantes aparecen estrechamente relacionados con otra minoría peligrosa, las trabajadoras sexuales. Y nuevamente no se compara la situación de los migrantes con la de otros grupos. ¿Por qué, por ejemplo, todos estos investigadores no apuntan en otra dirección? ¿Alguien ha investigado seriamente la relación de las élites y sectores medios con las trabajadoras sexuales?

UNA INVOLUCIÓN: DE LAS CONDUCTAS RIESGOSAS
A LOS GRUPOS RIESGOSOS

Cuando el VIH pudo ser aislado e identificado como el agente causal del SIDA, la epidemiología dejo de hablar de grupos de riesgo e incorporó la noción de prácticas de riesgo. Con el deslizamiento del foco de atención y un análisis viciado desde el acopio de datos, estamos insertos en una involución que nos retorna a la idea de grupos de riesgo: los migrantes son insistentemente presentados como especialmente propensos a la transmisión del VIH.

Como sostiene el investigador Daniel Hernández: Esto significa un retroceso en el avance conceptual sobre la relación entre discriminación y VIH porque refuerza la idea de que los migrantes representan un nuevo grupo de riesgo que, al igual que homosexuales y trabajadoras sexuales, contribuyen a propagar el VIH. ¿Estamos retornando a la primitiva noción de grupos de riesgo, disfrazada de “grupos que mantienen prácticas de riesgo”? Antes eran los negros y los homosexuales. Ahora se suman a ellos los migrantes.

Algunos intentan salvar la reputación de los migrantes distinguiendo entre riesgo -con sus connotaciones de culpa individual- y vulnerabilidad, un concepto que alude a condiciones sociales. En Movilidad poblacional y VIH/SIDA: contextos de vulnerabilidad en México y Centroamérica, Mario Bronfman, René Leyva y Mirka Negroni explican níti¬damente esa distinción: Mientras que el riesgo apunta a una probabilidad y evoca una conducta individual, la vulnerabilidad es un indicador de la inequidad y la desigualdad social, y exige respuestas en el ámbito de la estructura social y política. Se considera que es la vulnerabilidad la que determina los riegos diferenciales y es sobre ella que se debe actuar.

Pero en el momento de dar la batalla más allá de la arena semántica, en el uso práctico de los conceptos, las descripciones de una conducta no siempre pueden ser alineadas con exclusividad bajo la bandera del “riesgo” o de la “vulnerabilidad”, salvo haciendo distinciones rayanas en el ridículo. Un devoto de estos melindres retóricos diría: tener comercio con trabajadoras del sexo es una conducta riesgosa, y no tener más remedio que acudir a las más pobres y enfermas es un factor de vulnerabilidad. En la práctica, las más de las veces, el estudio de las conductas riesgosas de los grupos vulnerables termina en la criminali¬zación de los grupos.¬

¿NO SON LOS TURISTAS UN RIESGO?

Los estudios mejor intencionados, que vinculan las migraciones y el SIDA, frecuentemente dan por sentado que los migrantes generalmente van hacia los medios más riesgosos. Y no siempre es así. Se omite que la situación de riesgo es desigual para los migrantes, según pasen de un medio con mayor o menor tasa de prevalencia que la predominante en el país de destino.

Tomemos el caso de los migrantes centroamericanos. De acuerdo a las estimaciones de ONUSIDA, la tasa más alta de SIDA la tiene Belice (2% de su población), seguido por Honduras (1.6%), Panamá (1.5%), Guatemala (1%), El Salvador (0.6%), Costa Rica (0.6%) y Nicaragua (0.2%). Los riesgos no son los mismos. Tomando como destino Estados Unidos, con una tasa del 0.6%, los migrantes guatemaltecos, beliceños y hondureños transitan hacia un medio que, en promedio, es menos riesgoso. Obviamente, para que el análisis sea completo, habría que considerar las tasas de las localidades específicas y las conductas.

Y si considerando dichos factores, nos obligaran a suponer que los migrantes están en medios más peligrosos que los del promedio nacional -como los trabajadores agrícolas de la encuesta citada- y tienen conductas más riesgosas, llama la atención el hecho de que la tasa de El Salvador sea igual a la de Estados Unidos, después de un promedio anual de 11,539 deportados en 1992-96, de 11,215 en 1998-2002 y de 15,468 en 2003-2004. ¿Dónde está el impacto de esos deportados, que se ubicaron en los epicentros de acción del VIH y que adoptaron prácticas temerarias dada la ignorancia, machismo y apetitos sexuales que integran los estereotipos de los migrantes latinos?

Con apenas 72,494 migrantes en Estados Unidos -com¬pa¬rados con 833,803 salvadoreños- y con un promedio anual de deportados de sólo 526 en 2003-2004, Costa Rica tiene una tasa de prevalencia del VIH/SIDA igual a la de El Salvador y Estados Unidos. ¿De dónde viene ese nivel del VIH? Obviamente, hay otros muchos factores en juego, pero ya que estamos hablando de grupos, volvamos la vista hacia los turistas, un grupo que fluye hacia Costa Rica más que hacia cualquier otro país centroamericano. Costa Rica recibe más de un millón de turistas anualmente. 1 millón 659 mil 167 en 2005, de los cuales 746 mil 108 eran estadounidenses.

¿Podrían ser ellos un factor de alto riesgo? Podrían serlo. Sin embargo, ¿quién criminaliza a los turistas? ¿Y a los turistas estadounidenses? A nadie se le ocurre estigmatizar un grupo social que generó a Costa Rica más de 1 mil 500 millones de dólares en 2005, aunque muchos saben que algunos miembros de ese colectivo llegan animados por programas al estilo Wild On del Entertainment Channel, que prometen sexo fácil y wild con nativas ardientes y alcoholi¬za¬das.

¿Quién sería tan insensato como para promover la supresión del turismo? O, al menos, ¿dónde están lo manuales que aconsejan una conducta recatada y sexo seguro a los turistas y a sus potenciales parejas? No lo hace el Sistema de la Integración Centroamericana, de cuya flamante página web Centroamérica, tan pequeña… tan grande extraje estas cifras del turismo boyante.

DESENMASCARAR EL PODER

Conclusión: en el escenario del riesgo, hay grupos y grupos. Las ideologías del terror producen ciertos grupos de riesgo y excluyen a otros. Lo hacen sugiriendo un deslizamiento de la argumentación. Por enroque: en lugar de pensar en las condiciones de riesgo de los migrantes, se piensa en los migrantes mismos como un riesgo. En lugar de presentarlos como vulnerables en un medio peligroso, aparecen como un vector del peligro. Su vulnerabilidad -si es aceptada- es presentada como un factor de propagación de patologías sociales y somáticas.

¿Qué mejor justificación para lanzarlos fuera del país o impedir su ingreso que considerarlos como una amenaza para la salud pública, puesto que ya lo eran para la salud del orden social? El artículo 54 de la nueva Ley migratoria costarricense es la mejor muestra de la confluencia de la doble segregación: Las personas extranjeras serán rechazadas en el momento en que pretendan ingresar al territorio nacional y, aunque gocen de visa, no se les autorizará el ingreso, cuando se encuentren comprendidas en cualquiera de los siguientes supuestos... b) Porten, padezcan o hayan sido expuestas a enfermedades infecto-contagiosas o transmisibles que puedan significar un riesgo para la salud pública.

También el proyecto de ley Sensenbrenner para rechazar y controlar a los migrantes en Estados Unidos incluye previsiones represivas al respecto. Y son ya muchas las historias de deportados desde los Estados Unidos por tener SIDA. Se opera así una limpieza social y étnica que, al mismo tiempo, se vende como profilaxis comunitaria.

Estos temas y sus relaciones merecen mayor estudio. Contribuirán a desenmascar los deslizamientos perversos y los tratamientos presuntamente técnicos que, inocente o aviesamente, encubren los intereses políticos en juego. Ayudarán a que, quitadas las máscaras, descubramos uno más de los rostros del poder injusto.

INVESTIGADOR DEL SERVICIO JESUITA PARA MIGRANTES DE CENTROAMÉRICA (SJM). MIEMBRO DEL CONSEJO EDITORIAL DE ENVÍO.

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