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Universidad Centroamericana - UCA  
  Número 294 | Septiembre 2006

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Nicaragua

Un reto para los partidos polítcos (6) Cuando se esconde el conflicto ¿puede haber consenso?

La visión no conflictiva de la política predomina hoy en el discurso de todos los partidos políticos de Nicaragua y en sus ofertas electorales. Promueven esa visión los organismos financieros internacionales y los programas de cooperación. ¿Se puede articular el consenso social que necesita Nicaragua escondiendo los conflictos? ¿No le toca a la izquierda hacer visibles los conflictos y, a la vez, construir el consenso social en el que se cimenta la democracia?

Andrés Pérez Baltodano

En su libro On the Political(Sobre la política, 2005), Chantal Mouffe ofrece un lúcido análisis de lo que ella llama la visión post-conflicto de la política. Preferimos llamarla visión no-conflictiva, para apuntar a las diferencias de ese fenómeno en los países del Norte -que constituyen el objeto de estudio de Mouffe- y en los países del Sur, especialmente en Nicaragua. Nuestra condición de sociedad fragmentada -en donde coexisten elementos pre-modernos, modernos y hasta post-modernos-, nos impide utilizar el categórico “post” en nada que se refiera a nuestro desarrollo y a nuestra historia.

La postmodernidad es un fenómeno histórico multidimensional que afecta la vida material y las expresiones artísticas, literarias y filosóficas de la sociedad y de la historia. El argumento central de Mouffe es éste: en el Norte la postmodernidad ha fragmentado e individualizado a la sociedad. Hablar de postmodernidad, pues, es reconocer que el sentido moderno de la vida social se ha desmoronado para dar lugar a una multiplicidad de identidades y relatos que devalúan -y en ocasiones anulan- las categorías, las narrativas y los valores que hasta hace unas décadas servían como ejes articuladores del orden de la sociedad y de la historia.

¿RAZONES PARA PREOCUPARNOS
O PARA ALEGRARNOS?

Para muchos, la postmodernidad constituye un peligro. La globalización del capital que se asocia con ese fenómeno, por ejemplo, es percibida por muchos intelectuales y activistas como una amenaza contra la posibilidad de crear sociedades fundamentadas en el principio de la justicia social. Algunos autores como Fredric Jameson, David Harvey y Pablo González Casanova ven en el discurso postmodernista anti-fundacionalista una vía para legitimar la devaluación de la justicia social como un eje normativo en la lucha contra la pobreza y la desigualdad en los países del Norte y del Sur.

Pero también existen muchos autores, activistas y organizaciones, que ven la postmodernidad con optimismo. Para algunos, la postmodernidad ha creado las condiciones para la construcción de nuevos consensos que trascienden clases, identidades culturales, identidades raciales, nacionalidades, etc. Martin Albrow, por ejemplo, celebra la post-modernidad y señala que los intelectuales deben abandonar su pesimismo y abrazar las posibilidades que la post¬modernidad y la globalización nos ofrecen para construir una Era Global para la humanidad.

Hay quienes interpretan la postmodernidad como la superación definitiva de las tensiones y contradicciones sociales de clase que la sociología moderna estudiaba desde diferentes perspectivas teóricas e ideológicas. En la sociología marxista, por ejemplo, la sociedad capitalista moderna estaba dividida, fundamentalmente, en una clase burguesa que poseía los medios de producción, y una clase proletaria que tenía que vender su fuerza de trabajo para sobrevivir. Esa relación de clases era percibida por Marx y el marxismo como necesariamente conflictiva porque constituía una relación de explotación.

La llamada sociología burguesa, por su parte, tenía como su principal figura a Max Weber, quien reconocía la inevitabilidad del conflicto social, sin aceptar que el determinante de ese conflicto fueran las estructuras de producción de la sociedad. Para Weber, las clases sociales debían conceptua¬lizarse en función de la relación de los individuos con los medios de distribución de las “oportunidades de vida” y no con los medios de producciónmaterial. Desde esa perspectiva, el poder social se derivaba de la capacidad de los individuos y grupos para acaparar poder y estatus social. El poder y el estatus, para Weber, podían tener una base económica pero también podían tener una base intelectual, religiosa, profesional, etc. Weber tenía una visión del poder más elástica que la de Marx.

La sociología marxista criticaba la “ambigüedad” y “elasticidad” de la visión weberiana del poder y los seguidores de Weber criticaban lo que percibían como el “reduccionismo económico” de la teoría marxista. No deben ignorarse ninguna de estas dos posiciones porque hacerlo significa perder la mitad de uno de los debates más enriquecedores en la historia intelectual de la humanidad.

Del debate entre las riquísimas tradiciones intelectuales iniciadas por Marx y Weber nos interesa rescatar, solamente, la visión conflictiva de la sociedad que se expresa en ambas posiciones. Weber creía en la democracia liberal como un mecanismo capaz de organizar las tensiones y contradicciones que -según él- eran inherentes a cualquier formación social. Cualquier relación social compleja -decía Weber- es necesariamente una relación de dominación, una relación de poder marcada por el conflicto real y potencial entre dominadores y dominados. Desde esta perspectiva, el orden solamente es posible a través del ejercicio de la coerción, o de la constitución de estructuras de poder legitimadas.

Para Marx, el conflicto de clases era inevitable hasta que el comunismo no pusiera fin a la explotación que es inherente al sistema de dominación de clases. Para Marx, la democracia liberal sólo esconde y disimula la explotación social de la que se nutre el capitalismo.

EL DERRUMBE DE LAS CERTEZAS MODERNAS

La postmodernidad ha generado el surgimiento y la proliferación de múltiples identidades e intereses sociales que difícilmente pueden enmarcarse dentro de las categorías de clase marxista y weberiana. El surgimiento de “nuevos movimientos sociales”- ambientalistas, feministas, indigenistas, contraculturales, etc.- expresan esa nueva realidad.

La fragmentación de las identidades modernas es, en gran medida, el resultado de una “compresión del tiempo y del espacio” que se deriva de los avances en las comunicaciones, la internacionalización de la producción y la movilización del capital. Estos fenómenos han reducido significativamente el poder de los “viejos” movimientos sociales y de las identidades que se enmarcaban conceptualmente dentro de las categorías de clase estudiadas por la sociología moderna. Los sindicatos, por ejemplo, no tienen la fuerza con la que antes obligaron al Estado a condicionar la acción del capital para formar lo que llegó a conocerse como el Estado de Bienestar. Las nuevas tecnologías le han otorgado al capital la capacidad de trascender el espacio territorial del Estado Nación que, sin embargo, continúa limitando la acción de la clase obrera organizada.

El discurso postmodernista refleja -y también promueve y legitima- las dislocaciones y fragmentaciones generadas por la postmodernidad, asociada fundamentalmente con la mundialización de la economía. Las refleja, porque muchas de las “crisis”, fragmentaciones y ambigüedades que se expresan en la literatura, la filosofía y la sociología postmoderna son reales y forman parte del mundo en que vivimos. Al mismo tiempo, legitima las dislocaciones y fragmentaciones de la vida social actual, porque el discurso postmodernista niega el valor de los principios que, como la democracia, la libertad y la justicia social, jugaron un papel central en la construcción de la modernidad y sus instituciones. Ese discurso, además, niega el valor de las “metanarrativas” que antes sirvieron para construir las interpretaciones históricas que orientaron la acción política y social en los procesos de formación de la democracia y del Estado. Así pues, el pensamiento postmoderno legitima la fragmentación social y la “pérdida de las certezas” generadas por la modernidad.

LA ILUSIÓN DEL NO-CONFLICTO Y DEL DIÁLOGO

De la interpretación optimista de las crisis o de las crisis antes señaladas, surge la visión post-conflicto de la política, llamada así, porque se asume que las identidades y diferencias que antes separaban a los individuos y a los sectores de la sociedad moderna han dejado de existir o ya no son determinantes. De acuerdo con esta visión, la confrontación de proyectos sociales y políticos hegemónicos representativos de intereses contradictorios, ha desaparecido. Las diferencias que todavía existen, o las nuevas que han surgido con la postmodernidad -sigue diciendo ese discurso- son marginales y pueden ser resueltas mediante el diálogo.

La visión “centrista” de la política -popularizada por Anthony Giddens en Europa y mal interpretada por Humberto Ortega en Nicaragua-, es una manifestación del optimismo generado por la postmodernidad en algunos círculos. Para Giddens, la conceptualización clasista del conflicto social en Europa ha dejado de hacer sentido, ya que la intensificación de la modernidad -postmodernidad para otros- ha tenido como consecuencia la desarticulación de las relaciones sociales que antes le daban sentido al concepto de clases sociales. La proliferación y fluidez de las nuevas identidades sociales ha reducido el conflicto social a diferencias marginales. Esas diferencias -según Giddens- pueden resolverse dentro de un marco político “centrificado” que trasciende los viejos conceptos de izquierda y derecha que antes servían para organizar las demandas sociales y las identidades políticas de los sectores antagónicos de la sociedad.

Chantal Mouffe considera que la visión post-conflicto de la política que expresa Giddens es ilusa, ya que no resuelve, sino que simplemente niega las principales tensiones y contradicciones que siguen formando parte de la sociedad postmoderna, independientemente de que la forma y expresiones de esas tensiones y contradicciones haya cambiado. La visión post-conflicto de la política también es peligrosa -dice- porque las tensiones y contradicciones sociales no encuentran salida en la representación política centrificada. Tienden, entonces, a hacerse visibles en expresiones no políticas y ciertamente no democráticas del conflicto social, como el racismo.

Mouffe concluye su análisis proponiendo la revitalización de la política como la articulación y confrontación de proyectos hegemónicos representativos de intereses sociales contradictorios. Propone que la política democrática siga siendo vista como un esfuerzo para ordenar la confrontación de esos proyectos dentro de un consenso social mínimo que establezca las reglas del juego para llegar al poder y las garantías que todos los participantes en ese juego deben de tener para asegurar la vigencia y efectividad de sus derechos, independientemente de la posición que ocupen dentro del balance de poder de la sociedad. La política democrática -señala Mouffe- debe ser capaz de transformar en adversarios políticos a los actores y sectores sociales que, por representar intereses antagónicos, podrían actuar como enemigos.

El reto que tienen las ciencias sociales hoy -de acuerdo a Mouffe- es reconfigurar las categorías tradicionales de clase para hacer explícitas las tensiones y contradicciones que operan dentro del marco de la postmodernidad. En el libro que escribió con Ernesto Laclau, Mouffe señala que la política y las ciencias sociales que participan en la política deben verse como prácticas que buscan la “fijación de sentidos” en un mundo que es intrínsicamente caótico, sin forma y sin fundamentos objetivos. Laclau y Mouffe no niegan la crisis de la postmodernidad. Simplemente argumentan que la responsabilidad de la izquierda en el mundo contingente en que vivimos es crear sentidos para estructurar los sujetos sociales, sus metas, el sentido de lo posible, y el horizonte de la historia. Todo esto, conscientes de que la actividad política ocurre en un mundo en donde nada es estable y en donde las propuestas hegemónicas de la izquierda tienen que competir con otras propuestas que buscarán significar y estructurar el mundo en direcciones diferentes y hasta contrarias.

CONSUMIDORES DE VISIONES AJENAS

La visión no conflictiva de la política también se ha popularizado en el Sur. Y no porque el desarrollo histórico de nuestros países haya creado las mismas formas y los mismos niveles de fragmentación social que la postmodernidad ha creado en el Norte, sino porque los países del Sur -por su condición de sociedades subordinadas y dependientes dentro del sistema económico y político global-, son invariablemente afectadas por los cambios que sufren los países que dominan ese sistema. La postmodernidad se ha convertido así en un nuevo elemento en el desarrollo histórico de los países del Sur. En otras palabras, con la postmodernidad se multiplica lo que Carlos Fuentes llama los “tiempos múltiples” y fragmentados dentro de los que las sociedades del Sur han vivido sus historias.

Nicaragua ha vivido una modernidad parcial mezclada con importantes componentes pre-modernos en su organización económica, política y social. La postmodernidad alcanzada por el Norte agrega una nueva dimensión temporal a la realidad nicaragüense, que se mezcla confusa y contradictoriamente con los elementos modernos y pre-modernos que coexisten dentro de nuestro espacio territorial. No somos ajenos a la postmodernidad. Sufrimos transformaciones derivadas de la postmodernidad, aunque no seamos sociedades postmodernas.

Recibimos, por ejemplo, las influencias culturales que la postmodernidad genera en el Norte, así como la influencia de las visiones sociales y del pensamiento teórico que legitiman la visión no conflictiva de la política en esos países. Contamos, por ejemplo, con imitadores del pensamiento centrista de Anthony Giddens, a pesar de que en un país como Nicaragua no existen los polos ideológicos organizados que le permiten a algunas sociedades europeas hablar de la búsqueda del “centro”. Adoptamos, además, las premisas que sirven de fundamento a las nuevas visiones del Estado en las sociedades del Norte y las incorporamos a nuestros planes de desarrollo, a pesar de nuestra profunda debilidad institucional. Hoy, como ayer y antes de ayer, seguimos siendo consumidores de opiniones ajenas y de teoría social importada.

EL DISCURSO DEL FMI, DEL BM Y DEL BID

La influencia del Norte se ejerce a través de los múltiples circuitos de comunicación y control que condicionan los marcos normativos dentro de los cuales funciona el Estado y se formulan las políticas públicas en el Sur. Dentro de estos circuitos deben destacarse, por su importancia, los que controlan los organismos financieros internacionales como el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Interamericano de Desarrollo. John W. Meyer señala que esos organismos no solamente trabajan en el campo de las finanzas, sino también en la construcción de discursos. Esos organismos laboran en la generación de visiones e interpretaciones de la realidad que facilitan y legitiman su papel económico regulador.

La influencia del Norte sobre el Sur se intensificó con el colapso de la Unión Soviética y el fracaso del socialismo real que marcó el final de la Guerra Fría. La pérdida del referente político más importante que tenía la izquierda de los países del Sur creó la impresión de que no sólo la teoría marxista, sino la realidad que la teoría marxista trataba de representar, había perdido sentido y validez. El vacío causado por esa pérdida de referentes fue llenado por visiones y posiciones que, con diversos grados de pragmatismo y resignación, respetan el marco de posibilidades históricas impuestas por el capitalismo.

Los organismos financieros internacionales facilitan la legitimación de ese marco de posibilidades mediante la articulación de modelos y visiones congruentes con las necesidades del capitalismo triunfante. Como expresión de esa legitimación, promueven un discurso político pragmático que se ajusta a la realidad del mundo globalizado de hoy. Ese discurso, por lo tanto, contribuye a la deslegitimación de los actores y de las posiciones políticas que se oponen a la lógica del mercado.

GOBERNABILIDAD VS CAOS:
LA NUEVA ECUACIÓN DE LA “ARMONÍA”

En este nuevo ambiente intelectual, el clásico tema del “orden social”, que en las tradiciones iniciadas por Max Weber y Karl Marx nos obliga a pensar en el “conflicto social” como el otro lado de la moneda del “orden”, ha sido sustituido por el inútil y estéril concepto de la “gobernabilidad” que impone una visión normativa de la sociedad que resulta funcional a la sociedad de mercado.

Lo contrario de la gobernabilidad no es el conflicto político o el cambio social. Mucho menos lo es la revolución y las transformaciones estructurales que hasta hace poco eran consideradas como etapas en la dinámica histórica de cualquier sociedad. Lo contrario a la gobernabilidad es el caos y el desorden que deben evitarse a cualquier precio porque perturban la normalidad que exige el desarrollo del capital.

El “desorden” al que se contrapone el concepto de gobernabilidad no tiene una connotación política sino moral. No es el “conflicto” que antes se contraponía a las estructuras del poder establecido, y que las ciencias sociales analizaban críticamente para establecer su legitimidad o ilegitimidad. El conflicto era aceptado como legítimo si el orden al que se oponía era, por ejemplo, el de la Alemania Nazi o el del Apartheid de Sudáfrica.

La gobernabilidad y su connotación de armonía, transparencia y paz, solamente tiene como rival la ingobernabilidad y su connotación de corrupción y caos. Dentro de esa visión despolitizada de la sociedad, solamente queda lugar para la lucha entre el bien (neoliberal) y el mal (cualquier cosa que se oponga al imperio de la racionalidad del mercado).

Y así, cualquier intento por expandir las responsabilidades del Estado en sociedades marcadas por el hambre y la desnutrición es “estatismo”, un vicio que hay que aplastar. Cualquier intento por enriquecer el discurso político con representaciones de las necesidades de los pobres es “populismo”, una lacra del pasado que el neoliberalismo ha enterrado o debe enterrar. De eso que se llama “estatismo” no se intenta recuperar la visión y las aspiraciones sociales que contiene. No merece análisis. Es una rémora de un pasado que, simplemente, hay que anular.

SOCIEDAD CIVIL:
OTRA PIEZA PARA LA “PAZ SOCIAL”

Eliminada la idea del “conflicto social” en las visiones de la sociedad impuestas por los grandes organismos financieros internacionales, el orden emergente en los países del Sur, necesitaba de un concepto neutro para describir las organizaciones de representación y participación que contribuirían a mantener y reproducir la gobernabilidad que demanda la sociedad de mercado. Es así que surge el concepto de “sociedad civil”, definida por el Banco Mundial como una amplia gama de organizaciones no gubernamentales y sin fines de lucro que están presentes en la vida pública, expresan los intereses y valores de sus miembros y de otros, según consideraciones éticas, culturales, políticas, científicas, religiosas o filantrópicas. Por lo tanto, el término organizaciones de la sociedad civil abarca una gran variedad de organizaciones: grupos comunitarios, organizaciones no gubernamentales, sindicatos, grupos indígenas, organizaciones de caridad, organizaciones religiosas, asociaciones profesionales y fundaciones.

Todos los intereses de la sociedad están incluidos en este concepto de sociedad civil, y en las instancias organizativas en donde se materializa ese concepto. ¿En qué se diferencia entonces el concepto de “sociedad civil” del viejo concepto de “sociedad” que antes se conceptualizaba como formada por clases sociales o por élites y masas en relaciones de conflicto?

La diferencia radica en que el concepto de sociedad civil que promueven los organismos financieros internacionales representa una sociedad armónica -o la ilusión de una sociedad armónica-, compuesta por actores que operan dentro de un consenso básico que transforma todos sus conflictos en diferencias marginales.

¿Cómo se logra la armonía de la sociedad civil en sociedades fragmentadas y polarizadas? Mediante la construcción de una visión hegemónica de la sociedad, en la que el mercado se convierte en el “legítimo” distribuidor de los beneficios y costos de la vida en sociedad. Cuando el mercado se institucionaliza y legitima como el eje rector de la organización de la vida en sociedad, las ideologías se devalúan, y la izquierda y su bandera de la justicia social deja de tener sentido. Las luchas sociales transformadoras se demonizan y el mercado se convierte en un Dios secular. Se convierte, más concretamente, en la variable independiente a la que deben ajustarse todas las otras variables que forman parte de la ecuación social.

LA “ARMONÍA DE MERCADO”
QUE SE CONSTRUYE EN LAS OFICINAS DEL BID

¿Cómo se articula e implementa el discurso que da lugar a esta visión profundamente anti-humanista y anti-cristiana de la sociedad?

La construcción de esta visión mercado-céntrica no es producto de la casualidad. Es el resultado de la labor sistemática y detallada de muchas fundaciones internacionales, universidades y, en especial, de los organismos financieros internacionales, que desde hace décadas ampliaron sus operaciones para promover labores de generación y difusión de conocimiento, para construir los consensos sociales que demanda la reproducción del mercado global. El BID, por ejemplo, tiene un centro de investigación en sus oficinas centrales que se coordina con alrededor de 300 investigadores en toda América Latina. Esos investigadores analizan la realidad latinoamericana a partir de las premisas que se expresan en los términos de referencia que usa el BID para contratarlos.

La investigación que promueve el BID es diferente a la que desarrollan las universidades, ya que en un organismo como el BID no existe la “libertad académica”. La investigación que hace el BID se orienta a apoyar la misión y las políticas del Banco, se orienta a promover y facilitar un modelo de desarrollo económico y social predeterminado. Ese modelo varía conforme cambia la naturaleza del capitalismo alrededor del mundo.

Con la globalización del capital, el BID promueve un modelo de desarrollo económico y social neoliberal. Así se desprende de la conceptualización que ofrece el BID de las relaciones entre el Estado el mercado y la sociedad. Nótese el papel preponderante y no condicionado que juega el mercado en la articulación de esas relaciones en este texto del BID: El mercado es el ámbito económico de cuya ampliación y perfeccionamiento depende el crecimiento sustentable y la lucha efectiva contra la pobreza. El desarrollo del mercado ha sido muy desigual entre los países de la región y al interior de los mismos; importantes segmentos de población, bienes y actividades permanecen fuera de la economía de mercado y subsisten situaciones de rentismo que limitan el desarrollo de las capacidades productivas. Es necesario desarrollar instituciones y políticas públicas que proporcionen las condiciones indispensables y el sistema de incentivos apropiado para lograr un funcionamiento eficiente y competitivo, pero también más inclusivo, de la economía de mercado, como la condición fundamental para tener un crecimiento dinámico y la generación de empleos en condiciones de creciente productividad para la fuerza de trabajo.

El BID y resto de organismos financieros internacionales han aprendido que la consolidación de un sistema económico requiere de la construcción e institucionalización de un consenso social que lo legitime. Dice el BID en otro de sus documentos oficiales: Las reformas necesarias para lograr el perfeccionamiento y ensanchamiento de los mercados con el doble propósito de aumentar su eficiencia e inclusividad no pueden realizarse sin la puesta en marcha de amplios mecanismos de concertación entre los diferentes agentes económicos y sociales. El desarrollo de mercados más amplios, que favorezcan la inclusión de los sectores de la población ahora excluidos, pero también más eficientes, capaces de competir en la economía global, es el doble objetivo de las políticas e instituciones en este campo de acción.

La creación de los “mecanismos de concertación” de los que habla el BID requiere de una participación ciudadana organizada para que sea funcional al desarrollo del mercado. Así pues, la participación que promueve el BID mediante la organización de las “sociedades civiles” de la región, no está diseñada para cuestionar el régimen económico imperante, sino simplemente para perfeccionarlo y legitimarlo.

Esto lo reconoce el BID en su visión de la participación: Se entiende por participación el conjunto de procesos mediante los cuales los ciudadanos, a través de los gobiernos o directamente, ejercen influencia en el proceso de toma de decisión sobre dichas actividades y objetivos. La participación ciudadana, así entendida, no significa decidir sino tener la posibilidad de influenciar las decisiones que deberán ser tomadas por las instancias de autoridad establecidas en cada caso.

BID: DEMOCRACIA Y PARTICIPACIÓN
“ALEJADAS DE VISIONES CONFRONTACIONALES”

La función legitimadora de los modelos de participación que promueve el BID se expresa claramente en el documento de la Octava Reposición de Recursos de la Institución. En ese documento se establece que es esencial la existencia de políticas públicas que sean el fruto de diálogos entre los actores nacionales y que estén basadas en consensos amplios y duraderos. Esto se inserta en una línea de pensamiento en que la democracia se concibe como la articulación de mecanismos de representación política y de participación ciudadana. En efecto, la participación contribuye a la renovación permanente de la legitimidad de las instituciones de la democracia, siendo por tanto complementaria con los procesos de fortalecimiento de las mismas.

La democracia es vista por el BID como un modelo formal de resolución de conflictos marginales que opera dentro de un consenso social estructurado a partir de la lógica y los valores del capital. El consenso social y los modelos de concertación que promueve el BID no es el producto de una confrontación entre los modelos de sociedad que representan la pluralidad de intereses y aspiraciones sociales que coexisten dentro de un espacio político nacional. El consenso social que promueve el BID se define de antemano. Precede a la constitución de la sociedad civil y de los mecanismos de participación ciudadana. La sociedad civil y la participación ciudadana no se organizan para definir un modelo de sociedad que responda a las aspiraciones y necesidades que expresa una población nacional. Se organiza para legitimar y hacer funcional el modelo de economía y de sociedad neoliberal.

La sociedad civil y la participación ciudadana solamente pueden expresar demandas y recomendaciones que no cuestionan el régimen neoliberal. El Estado deja de ser una arena en donde se manifiestan las tensiones y contradicciones sociales para convertirse en un mecanismo institucional que, junto con la sociedad civil, funciona para reproducir el modelo capitalista neoliberal.

Esa visión del Estado y de la sociedad ignora las tensiones y contradicciones que se derivan de las desigualdades y las diferencias de poder que forman parte de la vida social. Esas tensiones y contradicciones son disimuladas con una participación política controlada y con la promoción de una visión no-conflictiva de la política que rechaza y deslegitima cualquier forma de “confrontación”.

Lo dice expresamente el BID: La modernización del Estado, que es una de las áreas prioritarias de la estrategia institucional del Banco, implica un proceso complementario y recíproco de fortalecimiento de la sociedad civil. La adopción de este enfoque cooperativo y complementario entre Estado y sociedad civil, alejado de visiones confrontacionales, y sus implicancias en cuanto a la participación de los ciudadanos en las actividades operacionales del Banco, es particularmente relevante si se toma en consideración que, derivado de las condiciones políticas que prevalecieron en décadas anteriores, ha existido entre ambos una relación de limitada cooperación y en algunos casos de desconfianza e incomprensión.

EL DISCURSO NO-CONFLICTIVO
QUE TODOS HAN COMPRADO EN NICARAGUA

En Nicaragua, la visión no-conflictiva de la política se expresa en la importancia alcanzada por los programas de apoyo a la sociedad civil y a la gobernabilidad por parte de los gobiernos nacionales, los organismos financieros internacionales y la cooperación internacional. El vocabulario conceptual y la ideología asociada con esos programas han calado hondo en el discurso de la mayoría de los políticos nicaragüenses.

En el discurso inaugural de su gobierno, Arnoldo Alemán, desde una perspectiva de derecha, señaló su profundo compromiso con el Estado de Derecho, prometió la descentralización y modernización del Estado en todas sus instancias, señaló su intención de promover la gobernabilidad del país y laprivatización de la economía, y manifestó su preocupación por la protección del medio ambiente y los recursos naturales.

En las elecciones del 2001 y desde una perspectiva supuestamente de izquierda, Humberto Ortega ignoró las tensiones y contradicciones sociales que existían en el país y propuso un armónico y romántico Acuerdo Nacional cuyos objetivos eran una Nicaragua autosostenible en donde la sociedad civil sea su motor, la consolidación de una economía de mercado con justicia y equidad social, la sólida integración de Nicaragua en el escenario económico internacional, la adopción de valores enarbolados por las Naciones Unidas, tales como, la igualdad de todos los seres humanos, la defensa de los derechos humanos y su dignidad básica, la libertad de expresión, la responsabilidad social colectiva, la defensa de la diversidad ciudadana como fuente de riqueza y no de conflictos, la promoción a la iniciativa individual y grupal en armonía con la responsabilidad común y el estado de derecho con participación y sensibilidad social, el reconocimiento del destino común de la humanidad y el respeto por el ambiente global.

ALIANZA MRS: ¿EL CONFLICTO
ES ENTRE DECENCIA E INDECENCIA?

La visión no conflictiva que encierra el vocabulario conceptual impuesto por los organismos financieros internacionales en Nicaragua se ha acentuado en las elecciones del 2006 y ha calado el discurso de los partidos de izquierda. El programa de gobierno de la Alianza MRS, por ejemplo, no reconoce tensiones y contradicciones sociales, a pesar de que Nicaragua sufre uno de los peores niveles de desigualdad social en Centroamérica y en América Latina. Los únicos conflictos que reconoce ese programa son los que pueden expresarse moralmente. Es por eso que la lucha contra el “pacto sucio” entre el FSLN y el PLC y la “corrupción” protagonizada por estos dos partidos políticos constituye su principal bandera.

El programa de la Alianza MRS no se diferencia de los programas de los partidos de derecha en lo relativo a su visión de la naturaleza de las tensiones y contradicciones que forman parte de la sociedad nicaragüense. Eso lo reconoció el mismo candidato presidencial de esa Alianza, Edmundo Jarquín, cuando dijo: Los programas de gobierno se parecen todos como una gota de agua a la otra... La diferencia está en dos cosas: primero la credibilidad del mensajero y en segundo lugar el cómo hacerlo. Por ejemplo, transformar la FNI y sumar todos los recursos existentes para hacerlo es algo concreto.

La “credibilidad del mensajero” es una expresión que, al igual que la prioridad que juega la lucha contra “el pacto sucio” FSLN-PLC en el programa de la Alianza MRS, expresa una visión moral, no política, del conflicto que hoy se vive en Nicaragua. Esta visión fue confirmada por un líder de esa alianza que en un correo privado me manifestó que en estas próximas elecciones, las categorías que definían el conflicto social en Nicaragua eran solamente dos: “la decencia” y “la indecencia”.

FSLN: EL PODER DEL AMOR

¿Y la otra izquierda? La estrategia de la reconciliación basada en el amor que promueve el FSLN es una de las más ridículas y extravagantes versiones de la visión no conflictiva de la política que se haya visto nunca.

Rosario Murillo, jefa de campaña del FSLN y esposa del líder de ese partido, Daniel Ortega, es la principal exponente de la visión no conflictiva de la política en la actual campaña electoral. Su discurso no habla de contradicciones de clase, de conflicto o de injusticia social. Para ella, todo se reduce a resentimientos y odios que pueden superarse con “la reconciliación” y “el amor”. Escuchemos a Murillo proclamar esta doctrina: Si estamos juntos como nicaragüenses, como hermanas y hermanos, como discípulos y como maestros, si estamos juntos para afirmar la Vida no hay fantasmas que puedan asustarnos ni provocaciones o manipulaciones que continúen asaltando nuestro porvenir.

Y agrega: Y si tenemos conciencia de Evolución y Amor, somos Arca de Alianza, Perdón y Reconciliación, Encuentro y Compromiso, grito en Jericó, movimiento, profecía, trompeta, unidos para derribar los muros de la arrogancia, el egoísmo, la indiferencia, la separación y la vulgaridad, esas terribles murallas que al caer nos dejarán abierto el paso, al cambio, a la Vida en la Tierra Prometida.

EL CONFLICTO ES AHORA
ENTRE “EL BIEN” Y “EL MAL”

Además de ignorar las profundas tensiones y contradicciones sociales que operan en Nicaragua, la visión no conflictiva de la política del FSLN promueve la despolitización del conflicto social, su descalificación y negación como expresión normal de la confrontación de intereses en cualquier formación social. Para excluir el conflicto del ámbito de lo políticamente legítimo, la visión no-conflictiva de la política lo moraliza. Y cuando lo hace, el orden existente o las posiciones dominantes que se defienden asumen la representación del bien, en tanto que cualquier desafío a ese orden o a cualquier posición dominante se interpretan como un ataque de las fuerzas del mal.

¿Cómo reaccionó Rosario Murillo frente a lo que tendría que haberse visto como un legítimo conflicto político entre el liderazgo del FSLN y las aspiraciones de un disidente como Herty Lewites? Murillo no rechazó políticamente la posición de Lewites. Lo que hizo fue demonizar al rival de su esposo. Estas son las palabras que utilizó la principal exponente de la “reconciliación” y el “amor” en el FSLN: Herty Lewites es un cobarde. Un obsceno manipulador. Un pantano ambulante. Es un servil instrumento de pútridos intereses. De los aberrantes y pérfidos intereses del imperio, y de los serviles del imperio. De los reptiles y sanguijuelas, que viven de arrastrarse ante ese imperio, y de chupar la sangre inocente, y heroica, de l@s nicaragüenses. Yo acuso a ése gelatinoso astro de la impostura, a esa figura mediocre, retorcida y vil que satura nuestras pantallas, en el chischil y cascabel mediático más grande que hayamos padecido en tiempos recientes.

¿Qué se puede hacer frente a un cobarde y manipulador reptil que chupa sangre inocente y heroica? ¿Cómo resolver conflictos con una sanguijuela vil y retorcida? De la misma manera como lo hicieron los nazis con una población judía que, antes de ser exterminada, fue desprovista de su humanidad con apelativos similares.

DE CONFUSIONES POR RECONCILIACIONES

El sociólogo sandinista Orlando Núñez también ha internalizado la visión no conflictiva de la política que promueve Rosario Murillo. En su texto “La reconciliación de los excluidos del sistema” del 31 de julio de 2006, Núñez argumenta que la lucha contra el neoliberalismo debe ser el eje de la “reconciliación” de los afectados por ese sistema. Después de todo, nos dice Núñez, ¿qué diferencia existe entre un campesino sandinista y un campesino liberal a la hora de luchar por la legalidad de sus tierras?

Núñez reconoce que la reconciliación no excluye, ni elimina las contradicciones sociales existentes en una sociedad de clases como la de Nicaragua.Sin embargo, no hace un esfuerzo por identificar las bases de lo que podría ser un nuevo balance de poder que conjugue los intereses y las aspiraciones que comparten los sectores afectados por el neoliberalismo. Su propuesta de reconciliación tiene un sentido moralista y se reduce a superar las diferencias emocionales que supuestamente dividen a los afectados por el modelo capitalista actual: La reconciliación tiene espacios fértiles y espacios ahogados de antemano por el resentimiento, el odio y la agresividad.

Además, Núñez rechaza la construcción de proyectos hegemónicos, por ser contradictorios con la idea romántica de la política y la gobernabilidad que domina el pensamiento y el discurso político del FSLN. Dice Núñez en otro artículo de opinión: Una de las particularidades de la vida política nicaragüense es que siempre se ha gobernado bajo el hegemonismo o la fuerza de un partido político, sin parar mientes en la gran oposición que se lo impide. El resultado es conocido: golpes de estado, guerras civiles, revoluciones, deterioro social e ingobernabilidad.

Nótese en esta cita la tremenda confusión creada por el dominio de la visión no conflictiva de la política en Nicaragua. Núñez asume que la “hegemonía” equivale al ejercicio absolutista de un poder partidario. La confusión teórica y conceptual de Núñez la confirma esta otra cita suya: Gobernar desde una perspectiva partidaria suena cómodo o consecuente, pero no suena factible. Si alguien se propone gobernar desde su propia concepción del mundo, suena muy consecuente, pero no menos arbitrario, autoritario, y terminaría como todos los que lo han intentado, completamente solitario.¬

Pero el ejercicio de un autoritarismo partidario no es lo mismo que la construcción de un sistema hegemónico. La democracia liberal, que es incongruente con el autoritarismo partidario, funciona dentro de una visión hegemónica de la sociedad.

Aclaremos: el concepto de hegemonía no es sinónimo de autoritarismo o dictadura. Ese concepto hace referencia a la existencia de un marco de valores que ha logrado institu¬cio¬nalizarse, que ha llegado a ser internalizado y aceptado por los miembros de una sociedad.

EL “SENTIDO COMÚN” EN NICARAGUA
YA ES NEOLIBERAL

El concepto de hegemonía fue desarrollado por Antonio Gramsci para destacar el papel que juegan la ideología y los valores en la organización, reproducción y transformación de la sociedad. A pesar del reconocimiento que recibió su obra, Gramsci no logró modificar sustancialmente la ortodoxia marxista, que se mantuvo aferrada al materialismo determinista propuesto por Marx.

Gramsci articuló una poderosa explicación sobre el por qué de la duración del capitalismo y de su capacidad para absorber las tensiones y contradicciones sociales que, de acuerdo al marxismo clásico, provocaría su desmantelamiento. Seguramente Weber hubiera estado de acuerdo con él cuando propuso que una de las claves principales para entender la resistencia del capitalismo la constituía la capacidad de ese sistema para imponer los valores de la clase dominante como el “sentido común” dentro del que funciona la sociedad.

Desde una perspectiva gramsciana, lo que llamamos sentido común no es un sistema de valores neutros y divorciados del poder. El sentido común es siempre la expresión de una visión hegemónica que ha institucionalizado y legitimado como normales los valores de los grupos o clases dominantes en una sociedad.

Desde esta perspectiva, el sentido común que impera en Nicaragua es un sentido común neoliberal que normaliza y legitima la marginación y la exclusión de quienes no pueden jugar el juego del mercado. Un proyecto hegemónico alternativo, un proyecto de izquierda, tendría que transformar el sentido común de la sociedad nicaragüense para priorizar la suerte de los más necesitados.

¿UN PROYECTO HEGEMÓNICO DE IZQUIERDA?

Gramsci nos ayuda a entender la dimensión subjetiva del capitalismo. Nos ayuda a entender que el capitalismo -y el neoliberalismo como el modelo capitalista que impera en la actualidad- es una racionalidad que define nuestra manera de ver y entender las prioridades que deben regir las relaciones entre el Estado, el mercado y la sociedad. De acuerdo con esa racionalidad, la bondad o maldad de una acción o política estatal se determina por su congruencia o incongruencia con las reglas y los valores del mercado. El combate a la pobreza en un sistema neoliberal, por ejemplo, solamente se justifica si se enmarca dentro de los parámetros de acción que el concepto de eficiencia de mercado reconoce como válidos.

El BID subordina la solución de los problemas de la pobreza al éxito del mercado. Para el BID, el mercado es el ámbito económico de cuya ampliación y perfeccionamiento depende el crecimiento sustentable y la lucha efectiva contra la pobreza.

Un proyecto hegemónico de izquierda para Nicaragua debería ser un esfuerzo para revertir las relaciones causales que expresa el BID en esta cita. En otras palabras, un proyecto hegemónico de izquierda debe intentar establecer la justicia social como la variable independiente a la que debe subordinarse la lógica del mercado.

La articulación e institucionalización de un proyecto hegemónico de izquierda que intente subordinar el mercado a la justicia social puede lograrse democráticamente. En este sentido, un proyecto hegemónico construido democráticamente no tiene que ser totalitario, sino que debe respetar e incluir a todos los sectores, actores y clases sociales dentro de un marco de convivencia articulado a partir de aquello que Xabier Gorostiaga llamaba la lógica de las grandes mayorías.

DEMOCRACIA Y CONSENSO:
NI ACOMODOS NI SUMATORIAS DE ALIADOS

La democracia es tanto un mecanismo formal electoral para resolver conflictos, como un consenso social con relación al funcionamiento del Estado, el mercado y la sociedad nacional. La idea del consenso social como la base indispensable para el funcionamiento adecuado de los procesos democráticos formales la explica Robert Dahl: A lo que nos referimos cuando hablamos de ‘política democrática’ es simplemente la nata. Es la manifestación de conflictos superficiales. Antes de los procesos políticos democráticos, debajo de ellos, alrededor de ellos, restringiendo esos procesos y condicionándolos, existe un consenso entre una porción importante de los miembros políticamente activos de la sociedad. Sin este consenso -apunta Dahl- los procesos electorales democráticos pueden tener un efecto negativo, ya que tienden a facilitar el fraccionamiento social, o simplemente, a legalizar las divisiones existentes.

¿Cómo afecta la visión no-conflictiva de la política que prevalece en el país la construcción de un consenso social efectivo en Nicaragua? A primera vista, la idea no-conflictiva de la política suena atractiva porque sugiere, precisamente, la posibilidad de alcanzar la estabilidad y la paz que la idea del consenso social representa. Pero si reflexionamos un poco descubriremos que, para ser efectivos, los consensos sociales deben reconocer las tensiones y contradicciones que existen en una sociedad. A partir de ese reconocimiento, los procesos democráticos pueden desarrollar la capacidad para articular una estructura de derechos y obligaciones que responda a dos principios. El principio de la justicia social que debe regir a cualquier sociedad que se llame civilizada y cristiana. Y el principio de la libertad, que se traduce en la necesidad de incluir dentro de la vida política del país a todos los sectores sociales.

Esto significa que un consenso social dominado por las clases económicas más poderosas tendría que reconocer los derechos de los pobres. Y viceversa: un consenso social popular, debe incluir a los sectores económicos privilegiados.

Cualquier balance de poder democrático demanda que los actores y sectores que luchan por el control del Estado reconozcan que los derechos son siempre limitados. Debe reconocer, además, que los derechos, para ser durables y efectivos, deben estar fundamentados en una visión nacional compartida.

La construcción de una visión nacional implica penetrar en la dimensión subjetiva del poder. Implica reconocer que un consenso social no es simplemente un acomodo formal ni tampoco la sumatoria física de actores políticos dentro de una “alianza” o “coalición”. Un consenso social es, en gran medida, un esquema normativo que define un balance de poder y, más concretamente, una manera de balancear el principio de la libertad -incluyendo la de mercado- con el de la justicia social.

Los partidos políticos juegan un papel fundamental en la construcción de los marcos normativos y los consensos sociales que sirven de base a la democracia. Por partido político se entiende una organización de ciudadanos y ciudadanas que, mediante una filosofía política, una ideología, un discurso y una estrategia de acción, facilita la articulación y agregación de demandas y aspiraciones que se nutren de la realidad social existente. En otras palabras, los partidos son reflejo de las tensiones y divisiones sociales que surgen de una realidad que es desigual y en donde coexisten intereses económicos contradictorios.

Un partido de izquierda popular cuya filosofía defiende el principio de la igualdad social como la variable independiente a la que tiene que subordinarse el principio de la libertad individual, atraerá y organizará aquellas demandas y presiones sociales que favorecen, por ejemplo, la idea del Estado como un redistribuidor de la riqueza social. Por el contrario, un partido de derecha, cuya filosofía defiende el principio de la libertad individual como el valor central en el ordenamiento normativo de una sociedad, atraerá las demandas y presiones de quienes favorecen la idea del mercado como el principal mecanismo distributivo de la riqueza social.

¿EN QUÉ SE PARECEN
EL TOTALITARISMO Y EL NEOLIBERALISMO?

Los partidos políticos también cumplen una función social integradora a nivel nacional. A partir del reconocimiento de los intereses que ellos representan, los partidos contribuyen a la construcción de consensos sociales que definen el balance que debe existir entre la libertad de mercado y la justicia social.

Hablamos de un balance para reconocer que el valor de la democracia no radica en su capacidad para poner fin a las tensiones y contradicciones sociales que se derivan de la existencia de intereses contradictorios. El valor de la democracia radica en su capacidad para reconocer y manejar esas tensiones y contradicciones. El totalitarismo y el neoliberalismo constituyen estrategias sociales que pretenden resolver, de manera definitiva, las tensiones y contradicciones que generan la combinación de estos principios. Los resultados de esos absolutismos reduccionistas han sido siempre nefastos: el pensamiento totalitario “resuelve” las tensiones entre la libertad individual y la justicia social sacrificando la libertad, mientras que el pensamiento neoliberal lo hace sacrificando la justicia.

Por su parte, la visión no-conflictiva de la política, ignora y disimula las tensiones y contradicciones que forman parte de la vida social. Tal como lo señala Chantal Mouffe, esa visión no resuelve el conflicto social, sino que lo desvía fuera de los canales políticos institucionalizados. Así, el ocultamiento de las tensiones y contradicciones que la política democrática podría manejar y organizar, puede terminar desbordando la institucionalidad de un país y generar confrontaciones de visiones e intereses que solamente pueden aplacarse mediante el uso de la fuerza.

Además de ocultar las tensiones y contradicciones sociales, la visión no-conflictiva de la política moraliza la naturaleza de cualquier desafío al orden existente dentro de una sociedad nacional, o dentro de un partido político determinado. Desde esta perspectiva, los adversarios se convierten en enemigos que hay que aplastar porque las diferencias de intereses y aspiraciones que ellos representan se interpretan como expresiones del mal.

Así, una ética de la convicción termina imponiéndose sobre la ética de la responsabilidad, que en un sistema democrático obliga al Estado o a un actor político determinado a reconocer la legitimidad de sus adversarios. Con la moralización del conflicto -transformado en una lucha entre el bien y el mal-, sólo el aniquilamiento del otro o de las posiciones del otro constituye una solución aceptable.

TRES TAREAS PARA LA IZQUIERDA

El consenso social que necesita Nicaragua no puede construirse con el ocultamiento de la diversidad de intereses contradictorios que inevitablemente generan y generarán conflicto en el país. Para ser democrático y efectivo, el consenso social debe establecer un balance de poder que privilegie y sea representativo de los intereses de las grandes mayorías del país, sin que ese balance niegue los derechos de las minorías privilegiadas de la sociedad.

Tampoco puede construirse un consenso social efectivo a partir de la moralización del conflicto, ya que eso llevaría al país a confrontaciones que solamente podrían ser resueltas mediante el uso de la fuerza. Además, los peligros de la moralización de la política se agigantan en Nicaragua tomando en consideración el atraso de la cultura religiosa nicaragüense y el peso que tiene la Iglesia Católica en la definición de la agenda y las leyes del Estado. La despolitización del conflicto y la moralización de la política pueden terminar incluyendo a Dios en la dinámica social en donde se expresan nuestras diferencias. Lamentablemente, eso es lo que se observa de forma preocupante en el ámbito político nacional.

Trabajar en la definición y conceptualización del conflicto en Nicaragua; definir un proyecto hegemónico que privilegie la suerte de los sectores más débiles del país; e impulsar ese proyecto respetando los derechos de todos los sectores de la sociedad nicaragüense dentro de las reglas del juego de la democracia: ésas son las tareas que tiene por delante la izquierda nicaragüense en el tan conflictivo siglo en que nos toca vivir.

CATEDRÁTICO DE CIENCIAS POLÍTICAS EN CANADÁ. COLABORADOR DE ENVÍO.

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